Catequesis
del Papa Francisco
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días y buen año!
Continuamos
nuestra catequesis sobre el ‘Padre Nuestro’, iluminados por el misterio de
Navidad que acabamos de celebrar. El Evangelio de Mateo coloca el texto del
‘Padre Nuestro’ en un punto estratégico, al centro del discurso de la montaña
(cfr 6,9-13). Mientras tanto observamos la escena: Jesús sale de la colina en
el lago, se sienta; en su alrededor, él tiene el círculo de sus discípulos más
íntimos, y después una gran multitud de caras anónimas. Y esta
asamblea heterogénea recibe primero la entrega del “Padre Nuestro”.
La
colocación, como se mencionó, es muy significativa; porque en esta larga
enseñanza, que lleva el nombre de “lenguaje de montaña” (cfr Mt 5,1-7,27),
Jesús condensa los aspectos fundamentales de su mensaje.
El debut
es como un arco decorado para la fiesta: las Bienaventuranzas. Jesús corona con
felicidad una serie de categorías de personas que en su tiempo, –¡y también en
la nuestra!– no estaban muy consideradas. Beatos y pobres, los mansos, los
misericordiosos, las personas humildes de corazón… Y la revolución del
Evangelio. Todas las personas capaces de amar, los artesanos de paz
que hasta entonces habían estado al margen de la historia, son en cambio
los constructores del Reino de Dios. Es como si Jesús dijera: “¡Adelante
vosotros que traéis en el corazón el misterio de un Dios que ha revelado su
omnipotencia en el amor y el perdón!”
.
Desde este
portal de entrada, que revierte los valores de la historia, surge la novedad
del Evangelio. La Ley no debe ser abolida sino que necesita una nueva
interpretación, que la reconduzca a su significado original. Si una persona
tiene un buen corazón, predispuesto al amor, entonces entiende que cada palabra
de Dios debe encarnarse hasta sus últimas consecuencias. El amor no tiene
límites: uno puede amar al cónyuge, al amigo e incluso al enemigo con una
perspectiva completamente nueva: “Pero yo les digo: amen a sus enemigos y oren
por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el
cielo; hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e
injustos “(Mt 5,44-45).
Aquí está el
gran secreto que subyace a todo lo que se habla de la montaña: sed hijos de
vuestro Padre que está en el cielo. Aparentemente, estos capítulos del
Evangelio de Mateo parecen ser un discurso moral, parecen evocar una ética tan
exigente que parece impracticable, y en cambio encontramos que son sobre todo
un discurso teológico. El cristiano no está comprometido a ser mejor que los
demás: sabe que es un pecador como todos los demás. El cristiano es simplemente
el hombre que se detiene ante la nueva Zarza Ardiente, ante la revelación de un
Dios que no lleva el enigma de un nombre impronunciable, pero que pide a sus
hijos que lo invoquen con el nombre de “Padre”, dejarse renovar por su poder y
reflejar un rayo de su bondad para este mundo tan sediento de bien, esperando
tan buenas noticias.
Aquí es cómo
Jesús introduce la enseñanza de la oración del ‘Padre Nuestro’. Lo hace
distanciándose de dos grupos de su tiempo. En primer lugar, los hipócritas: “No
sean como los hipócritas que, en las sinagogas y en las esquinas de las plazas,
les gusta orar de pie, ser vistos por el pueblo” (Mt 6, 5). Hay personas que
pueden pronunciar oraciones ateas, sin Dios: lo hacen para ser admirados por
los hombres. La oración cristiana, por otro lado, no tiene otro testimonio
creíble más que su propia conciencia, donde un diálogo continuo con el Padre,
que se entrelaza intensamente: «Cuando vayas a orar, entra en tu aposento, y
después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto» (Mt
6: 6).
Después
Jesús toma distancia de la oración de los paganos: “No hay una palabra
especial: […] los gentiles se figuran que por su palabrería van a ser
escuchados (Mt, 6,7). Aquí quizás Jesús alude a esa “captatio
benevolentiae” (“de ganar la buena voluntad”) que era la premisa necesaria de
muchas oraciones antiguas: la divinidad tenía que ser un tanto domada por una
larga serie de alabanzas. En cambio, vosotros –dice Jesús– cuando oréis,
no seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de
pedírselo (Mt, 6,8).
También puede ser una oración silenciosa, el
‘Padre Nuestro’: basta con ponernos bajo la mirada de Dios, para recordar el
amor del Padre, y esto es suficiente para cumplir.
¡Qué bueno
pensar que nuestro Dios no necesita sacrificios para ganar su favor! No
necesita nada nuestro Dios: en la oración, solo pide que mantengamos abierto un
canal de comunicación con Él para descubrir siempre a sus amados hijos.
© Traducción
de Zenit, Rosa Die Alcolea
enero 02,
2019 20:55Audiencia General
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