domingo, 29 de enero de 2023

En la Liturgia de hoy se proclaman las bienaventuranzas según el Evangelio de Mateo (cfr. Mt 5,1-12).

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 29 de enero de 2023

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la Liturgia de hoy se proclaman las bienaventuranzas según el Evangelio de Mateo (cfr. Mt 5,1-12). La primera es fundamental y dice así: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (v. 3).

¿Quiénes son los “pobres de espíritu”? Son aquellos que saben que no se bastan consigo mismos, que no son autosuficientes, y viven como “mendicantes de Dios”: se sienten necesitados de Dios y reconocen que el bien viene de Él, como don, como gracia. Quien es pobre de espíritu atesora lo que recibe; por eso desea que ningún don se desperdicie. Hoy quisiera detenerme sobre este aspecto típico de los pobres de espíritu: no desperdiciar. Los pobres en espíritu buscan no desperdiciar nada. Jesús nos muestra la importancia de no desperdiciar, por ejemplo, después de la multiplicación de los panes y de los peces, cuando pide que se recoja la comida que ha sobrado para que nada se pierda (cfr. Jn 6,12). No desperdiciar nos permite apreciar el valor de nosotros mismos, de las personas y de las cosas. Pero lamentablemente es un principio a menudo desatendido, sobre todo en las sociedades más ricas, en las que domina la cultura del derroche y la cultura del descarte: ambas son una peste. Quisiera proponeros tres desafíos contra la mentalidad del derroche y del descarte.

Primer desafío: no desperdiciar el don que nosotros somos. Cada uno de nosotros es un bien, independientemente de las cualidades que tiene. Cada mujer, cada hombre es rico no solo de talentos, sino de dignidad, es amado por Dios, vale, es valioso. Jesús nos recuerda que somos bienaventurados no por lo que tenemos, sino por lo que somos.  Y cuando una persona se deja ir y se abandona, se desperdicia a sí misma. Luchemos, con la ayuda de Dios, contra la tentación de considerarnos inadecuados, equivocados, y de compadecernos a nosotros mismos. 

Después, segundo desafío: no desperdiciar los dones que tenemos. Resulta que en el mundo cada año se desperdicia cerca de un tercio de la producción total de alimentos. ¡Y esto mientras muchos mueren de hambre! Los recursos de la creación no se pueden usar así; los bienes deben ser custodiados y compartidos, de forma que a nadie le falte lo necesario. ¡No malgastemos lo que tenemos, difundamos una ecología de la justicia y de la caridad, del compartir!

Finalmente, tercer desafío: no descartar a las personas. La cultura del descarte dice: te uso hasta que me sirves; cuando ya no me intereses o seas un obstáculo para mí, te tiro. Y se tratan así especialmente a los más frágiles: los niños todavía no nacidos, los ancianos, los necesitados y los desfavorecidos. Pero las personas no se pueden tirar, ¡los desfavorecidos no se pueden tirar! Cada uno es un don sagrado, y cada uno es un don único, a cualquier edad y en cualquier condición. ¡Respetemos y promovamos la vida siempre!  ¡No descartemos la vida!

Queridos hermanos y hermanas, planteémonos algunas preguntas. En primer lugar, ¿cómo vivo la pobreza de espíritu? ¿Sé hacer espacio a Dios, creo que Él es mi bien, mi verdadera y gran riqueza? ¿Creo que Él me ama o me dejo ir con tristeza, olvidando que soy un don? Y también: ¿estoy atento a no desperdiciar, soy responsable en el uso de las cosas, de los bienes? ¿Y estoy dispuesto a compartirlos con los otros o soy un egoísta? Finalmente: ¿considero a los más frágiles como dones valiosos que Dios me pide que custodie? ¿Me acuerdo de los pobres, de quién está privado de lo necesario?

Que nos ayude María, Mujer de las bienaventuranzas, a testimoniar la alegría de que la vida es un don y la belleza de hacernos don.

 



Después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

Con gran dolor recibo las noticias que llegan desde Tierra Santa, en particular de la muerte de diez palestinos, entre los cuales una mujer, muertos durante las acciones militares israelíes de antiterrorismo en Palestina; y de lo sucedido cerca de Jerusalén el viernes por la noche, cuando un palestino mató a siete judíos israelíes y otro hirió a tres a la salida de la sinagoga. La espiral de muerte que aumenta cada día no hace otra cosa que cerrar los pocos destellos de confianza que hay entre los dos pueblos. Desde el inicio del año decenas de palestinos han muerto en los tiroteos con el ejército israelí. Hago un llamamiento a los dos Gobiernos y a la Comunidad internacional, para que se encuentren, enseguida y sin demora, otros caminos, que incluyan el diálogo y la búsqueda sincera de la paz. ¡Recemos por esto, hermanos y hermanas!

Renuevo mi llamamiento por la grave situación humanitaria en el corredor de Lachín, en el Cáucaso Meridional. Estoy cerca de todos aquellos que, en pleno invierno, están obligados a hacer frente a estas condiciones deshumanas. Es necesario realizar todo esfuerzo a nivel internacional para encontrar soluciones pacíficas por el bien de las personas.

Se celebra hoy la 70ª Jornada mundial de los enfermos de lepra. Lamentablemente, el estigma vinculado a esta enfermedad sigue provocando graves violaciones de los derechos humanos en distintas partes del mundo. Expreso mi cercanía a los que la sufren y aliento al empeño por la plena integración de estos hermanos y hermanas nuestros. 

Dirijo mi saludo a todos vosotros, venidos desde Italia y de otros países. Saludo al grupo de quinceañeras de Panamá y a los estudiantes de Badajoz, en España. Saludo a los peregrinos de Moiano y Monteleone de Orvieto, a los de Acqui Terme y a los chicos del grupo Agesci Cercola Primo.

¡Y ahora con gran afecto saludo a los chicos y las chicas de Acción Católica de la diócesis de Roma! Habéis venido en la “Caravana de la Paz”. Os doy las gracias por esta iniciativa, más valiosa este año porque, pensando en la martirizada Ucrania, nuestro esfuerzo y nuestra oración por la paz deben ser todavía más fuertes. Pensemos en Ucrania y recemos por el pueblo ucraniano, tan maltratado. Escuchemos ahora el mensaje que vuestros amigos, aquí junto a mí, nos leerán.

[Lectura del mensaje]

Queridos hermanos y hermanas, pasado mañana partiré para un viaje apostólico en la República Democrática del Congo y en la República de Sudán del Sur. Doy las gracias a las autoridades civiles y a los obispos locales por las invitaciones y por los preparativos de estas visitas, saludo con afecto a esas queridas poblaciones que me esperan.

Esas tierras están probadas por largos conflictos: la República Democrática del Congo sufre, sobre todo en el este del país, por los enfrentamientos armados y por la explotación; mientras que Sudán del Sur, desgarrado por años de guerra, no ve la hora de que terminen las violencias constantes que obligan a tantas personas a vivir desplazadas y en condiciones de gran penuria. A Sudán del Sur llegaré con el arzobispo de Canterbury y el moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia: viviremos así juntos, como hermanos, una peregrinación ecuménica de paz.

Os pido a todos, por favor, que me acompañéis en este viaje con la oración.

Y os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto. 



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domingo, 22 de enero de 2023

Jesús abandona la vida tranquila y oculta de Nazaret y se traslada a Cafarnaún, ciudad situada a orillas del mar de Galilea, lugar de paso, encrucijada de pueblos y culturas diferentes.

 

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DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS

SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica de San Pedro
III Domingo del Tiempo Ordinario, 22 de enero de 2023

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Jesús abandona la vida tranquila y oculta de Nazaret y se traslada a Cafarnaún, ciudad situada a orillas del mar de Galilea, lugar de paso, encrucijada de pueblos y culturas diferentes. La urgencia que lo impulsa es el anuncio de la Palabra de Dios, que debe ser llevada a todos. De hecho, vemos en el Evangelio que el Señor invita a todos a la conversión y llama a los primeros discípulos para que transmitan también a los demás la luz de la Palabra (cf. Mt 4,12-23). Captemos este dinamismo, que nos ayuda a vivir el Domingo de la Palabra de Dios: la Palabra es para todos, la Palabra llama a la conversión, la Palabra hace anunciadores.

La Palabra de Dios es para todos. El Evangelio nos presenta a Jesús siempre en movimiento, en camino hacia los demás. En ninguna ocasión de su vida pública nos da la idea de que sea un maestro estático, un doctor sentado en una cátedra; al contrario, lo vemos como itinerante, lo vemos peregrino, recorriendo pueblos y aldeas, encontrando rostros e historias. Sus pies son los del mensajero que anuncia la buena nueva del amor de Dios (cf. Is 52,7-8). En la Galilea de las naciones, en el camino del mar, más allá del Jordán, donde Jesús fue a predicar, se hallaba —señala el texto— un pueblo sumido en las tinieblas: extranjeros, paganos, mujeres y hombres de diversas regiones y culturas (cf. Mt 4,15-16). Ahora ellos también pueden ver la luz. Y así Jesús “ensancha las fronteras”: la Palabra de Dios, que sana y levanta, no está destinada sólo a los justos de Israel, sino a todos; quiere llegar a los lejanos, quiere sanar a los enfermos, quiere salvar a los pecadores, quiere reunir a las ovejas perdidas y levantar a los que tienen el corazón cansado y agobiado. Jesús, en definitiva, “va más allá” para decirnos que la misericordia de Dios es para todos. No nos olvidemos de esto: la misericordia de Dios es para todos y cada uno de nosotros. “La misericordia de Dios es para mí”, esto puede decírselo cada uno cada uno a sí mismo.

Este aspecto también es fundamental para nosotros. Nos recuerda que la Palabra es un don dirigido a cada uno y que, por tanto, nunca podemos restringirle el campo de acción, porque ella, más allá de todos nuestros cálculos, brota de manera espontánea, inesperada e imprevisible (cf. Mc 4,26-28), en los modos y tiempos que el Espíritu Santo conoce. Y si la salvación está destinada a todos, incluso a los más lejanos y perdidos, entonces el anuncio de la Palabra debe convertirse en la principal urgencia de la comunidad eclesial, como lo fue para Jesús. Que no nos suceda profesar la fe en un Dios de corazón ancho y ser una Iglesia de corazón estrecho ―me atrevo a decir que ésta sería una maldición―; predicar la salvación para todos y hacer impracticable el camino para recibirla; que no nos pase sabernos llamados a llevar el anuncio del Reino y descuidar la Palabra, distrayéndonos en tantas actividades secundarias, o tantas discusiones secundarias. Aprendamos de Jesús a poner la Palabra en el centro, a ensanchar nuestras fronteras, a abrirnos a las personas, a generar experiencias de encuentro con el Señor, sabiendo que la Palabra de Dios «no se cristaliza en fórmulas abstractas y estáticas, sino que conoce una historia dinámica hecha de personas y de acontecimientos, de palabras y de acciones, de progresos y tensiones» [1].

Pasemos ahora al segundo aspecto. La Palabra de Dios, que se dirige a todos, llama a la conversión. Jesús, en efecto, repite en su predicación: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 4,17). Esto significa que la cercanía de Dios no es neutra, su presencia no deja las cosas como están, no preserva la vida tranquila. Al contrario, su Palabra nos sacude, nos inquieta, nos apremia al cambio, a la conversión; nos pone en crisis porque «es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo […] y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hb 4,12). Y así, como una espada, la Palabra penetra en la vida, haciéndonos discernir los sentimientos y pensamientos del corazón, es decir, haciéndonos ver cuál es la luz del bien a la que hay que dar cabida y dónde en cambio se adensan las tinieblas de los vicios y pecados que hay que combatir. La Palabra, cuando entra en nosotros, transforma nuestro corazón y nuestra mente; nos cambia, nos lleva a orientar nuestra vida hacia el Señor.

Esta es la invitación de Jesús: Dios se ha hecho cercano a ti, así que toma conciencia de su presencia, hazle lugar a su Palabra y cambiarás la perspectiva de tu vida. Quisiera decirlo también de este modo: pon tu vida bajo la Palabra de Dios. Este es el camino que nos muestra la Iglesia; todos, incluso los pastores de la Iglesia, estamos bajo la autoridad de la Palabra de Dios. No bajo nuestros propios gustos, tendencias y preferencias, sino bajo la única Palabra de Dios que nos moldea, nos convierte y nos pide estar unidos en la única Iglesia de Cristo. Así pues, hermanos y hermanas, podemos preguntarnos: ¿dónde encuentra dirección mi vida, de dónde saca su orientación?, ¿de las muchas palabras que oigo, de las ideologías, o de la Palabra de Dios que me guía y purifica? Y, ¿cuáles son los aspectos en mí que requieren cambio y conversión?

Por último —el tercer pasaje—, la Palabra de Dios, que se dirige a todos y llama a la conversión, hace anunciadores. En efecto, Jesús pasó por la orilla del mar de Galilea y llamó a Simón y Andrés, dos hermanos que eran pescadores. Los invitó con su Palabra a seguirlo, diciéndoles que los haría «pescadores de hombres» (Mt 4,19). Ya no sólo expertos en barcas, redes y peces, sino expertos en buscar a los demás. Y así como para la navegación y la pesca habían aprendido a alejarse de la orilla y a echar las redes mar adentro, del mismo modo se convertirán en apóstoles capaces de navegar por el mar abierto del mundo, de salir al encuentro de sus hermanos y de proclamar la alegría del Evangelio. Este es el dinamismo de la Palabra: nos atrae hacia la “red” del amor del Padre y nos convierte en apóstoles que sienten el deseo irreprimible de hacer subir a la barca del Reino a todos los que encuentran. Y esto no es proselitismo, porque quien llama es la Palabra de Dios, no nuestra palabra.

Por eso, consideremos que también hoy a nosotros se dirige la invitación a ser pescadores de hombres; sintámonos llamados por Jesús mismo a anunciar su Palabra, a testimoniarla en las situaciones de cada día, a vivirla en la justicia y la caridad, llamados a “darle carne” acariciando la carne de los que sufren. Esta es nuestra misión: convertirnos en buscadores del que está perdido, de quien se siente oprimido y desanimado, no para llevarles a nosotros mismos, sino el consuelo de la Palabra, el anuncio impetuoso de Dios que transforma la vida, para llevar la alegría de saber que Él es Padre y se dirige a cada uno, llevar la belleza de decir: “¡Hermano, hermana, Dios se ha hecho cercano a ti, escúchalo y en su Palabra encontrarás un don maravilloso!”.

Hermano y hermana, quisiera concluir invitando simplemente a agradecer a quienes dedican sus esfuerzos para que la Palabra de Dios vuelva a estar en el centro, sea compartida y proclamada. Gracias a quienes la estudian y profundizan en su riqueza; gracias a los agentes pastorales y a todos los cristianos comprometidos en la escucha y difusión de la Palabra, especialmente a los lectores y catequistas: hoy confiero estos ministerios a algunos de ellos. Gracias a quienes han aceptado las numerosas invitaciones que he hecho para que lleven el Evangelio consigo a todas partes, para leerlo cada día. Y, por último, un agradecimiento especial a los diáconos y a los presbíteros: gracias, queridos hermanos, por no dejar que al Pueblo santo de Dios le falte el alimento de la Palabra; gracias por comprometerse a meditarla, vivirla y anunciarla; gracias por vuestro servicio y vuestros sacrificios. Que para todos nosotros sea consuelo y recompensa la dulce alegría de anunciar la Palabra de salvación.

 


[1]  La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la IglesiaInstrumentum laboris para la XII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, 2008, 10.



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domingo, 15 de enero de 2023

El papa Francisco invita a cristianos a reunirse en oración

15 de Enero de 2023

El papa Francisco pronuncia la oración del Angelus en la Plaza de San Pedro, en El Vaticano, el domingo 15 de enero de 2023. (AP Foto/Gregorio Borgia)
El papa Francisco pronuncia la oración del Angelus en la Plaza de San Pedro, en El Vaticano, el domingo 15 de enero de 2023. (AP Foto/Gregorio Borgia)
https://www.infobae.com/america/agencias/2023/01/15/el-papa-francisco-invita-a-cristianos-a-reunirse-en-oracion/

CIUDAD DEL VATICANO (AP) — El papa Francisco invitó el domingo a los cristianos de todas las ramas a reunirse en oración en la Plaza de San Pedro en septiembre para contribuir a la causa de la unidad de los cristianos.

Francisco anunció que la oración ecuménica tendrá lugar el 30 de septiembre, unos días antes del inicio de un sínodo de un mes de duración que reunirá en el Vaticano a obispos de todo el mundo para reflexionar sobre la futura dirección de la Iglesia y rejuvenecer su misión.

A finales de este mes, Francisco tiene previsto presidir un servicio especial en una basílica de Roma como parte de una semana anual de oración por la unidad de los cristianos, que este año se celebra del 18 al 25 de enero.

El papa dijo el domingo a unos 15.000 peregrinos, turistas y romanos en la Plaza de San Pedro que Dios “con su fidelidad y paciencia guía a su pueblo hacia la plena comunión” entre los cristianos.

El pontífice dijo que el “camino hacia la unidad de los cristianos y el camino de la conversión sinodal de la Iglesia están vinculados.”

Sobre la vigilia del 30 de septiembre, Francisco dijo: “A partir de ahora, invito a los hermanos y hermanas de todas las confesiones cristianas a participar en esta reunión del pueblo de Dios.”

El sínodo se celebrará del 4 al 29 de octubre. Se espera que los obispos se reúnan de nuevo en el Vaticano en octubre de 2024 para la conclusión del evento.

domingo, 8 de enero de 2023

Papa Francisco: El Bautismo de Jesús revela cómo es realmente la justicia de Dios

 Por Walter Sánchez Silva

8 de enero de 2023 / 6:37 a. m.

El Papa Francisco resaltó que el Bautismo del Señor, que la Iglesia celebra este domingo, muestra cómo es realmente la justicia de Dios.

Antes del rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, con miles de fieles presentes, el Santo Padre señaló que en el Bautismo que Juan confiere a Jesús en el río Jordán, Cristo le dice: “’Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos toda justicia’. Cumplir toda justicia: ¿Qué quiere decir?”.

El Papa Francisco explicó que “haciendo que Juan le bautice, Jesús nos desvela la justicia de Dios, que Él ha venido a traer al mundo”.

 

“Muchas veces tenemos una idea limitada de la justicia, y pensamos que significa: el que se equivoca, paga, y así repara el mal que ha hecho. Pero la justicia de Dios, como enseña la Escritura, es mucho más grande: no tiene como fin la condena del culpable, sino su salvación y su regeneración, el hacerlo justo”.

El Santo Padre destacó, además, que “es una justicia que proviene del amor, de esas entrañas de compasión y misericordia que son el corazón mismo de Dios, Padre que se conmueve cuando estamos oprimidos por el mal y caemos bajo el peso de los pecados y de las fragilidades”.


 

domingo, 1 de enero de 2023

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS LVI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

 

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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
LVI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 1 de enero de 2023

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz año!

El inicio de un nuevo año está encomendado a María Santísima, que hoy celebramos como Madre de Dios. En estas horas invocamos su intercesión en particular por el Papa emérito Benedicto XVI, que ayer por la mañana dejó este mundo. Nos unimos todos juntos, con un único corazón y una única alma, dando gracias a Dios por el don de este fiel servidor del Evangelio y de la Iglesia. Hemos visto recientemente en la televisión, en “Sua Immagine”, toda la actividad y la vida del Papa Benedicto.

Mientras todavía contemplamos a María en la gruta donde nació Jesús, podemos preguntarnos: ¿Con qué lenguaje nos habla la Virgen Santa? ¿Cómo habla María? ¿Qué podemos aprender de ella para este año que comienza? Podemos decir: “Nuestra Señora, enséñanos qué debemos hacer, en este año…”.

En realidad, si observamos la escena que nos presenta la Liturgia de hoy, notamos que María no habla. Ella acoge con sorpresa el misterio que vive, custodia todo en su corazón y, sobre todo, se preocupa del Niño, que —dice el Evangelio— estaba «acostado en el pesebre» (Lc 2,16). Este verbo “acostar” significa colocar con cuidado. Y nos dice que el lenguaje proprio de María es el de la maternidad: cuidar con ternura del Niño. Esta es la grandeza de María: mientras los ángeles hacen una fiesta, los pastores acuden y todos alaban a Dios en voz alta por el acontecimiento que había sucedido, María no habla, no entretiene a los invitados explicando lo que le ha sucedido, no roba el protagonismo —¡a nosotros nos gusta tanto robar el protagonismo! — al contrario, pone en el centro al Niño, cuidándolo con amor. Una poetisa escribió que María «sabía también estar solemnemente muda, […] porque no quería perder de vista a su Dios» (A. Merini, Corpo d’amore. Un incontro con Gesù [Cuerpo de amor. Un encuentro con Jesús], Milán 2001, 114).

Este es el lenguaje típico de la maternidad: la ternura del cuidado. De hecho, después de haber llevado en el vientre durante nueve meses el don de un misterioso prodigio, las madres continúan poniendo en el centro de todas las atenciones a sus niños: los alimentan, los estrechan entre sus brazos, los acuestan con dulzura en la cuna. Cuidar: este es también el lenguaje de la Madre de Dios; un lenguaje de madre: cuidar.

Hermanos y hermanas, como todas las madres, María lleva en su vientre la vida y, así, nos habla de nuestro futuro. Pero al mismo tiempo nos recuerda que, si queremos realmente que el nuevo año sea bueno, si queremos reconstruir la esperanza, hay que abandonar los lenguajes, los gestos y las decisiones inspiradas en el egoísmo y aprender el lenguaje del amor, que es cuidado. Cuidar es un lenguaje nuevo, que va contra los lenguajes del egoísmo.  Este es el compromiso: cuidar nuestra vida —cada uno de nosotros debe cuidar de su propia vida—; cuidar de nuestro tiempo, de nuestra alma; cuidar la creación y el ambiente en el que vivimos; y, aún es más, cuidar a nuestro prójimo, a aquellos a los que el Señor nos ha puesto al lado, como también a los hermanos y a las hermanas que están necesitados e interpelan nuestra atención y nuestra compasión. Mirando a la Virgen con el Niño, mientras cuida del Niño, nosotros aprendemos a cuidar de los demás, y también de nosotros mismos, cuidando la salud interior, la vida espiritual, la caridad.

Al celebrar hoy la Jornada Mundial de la Paz, retomemos conciencia de la responsabilidad que se nos ha confiado para construir el futuro: frente a las crisis personales y sociales que vivimos, frente a la tragedia de la guerra «estamos llamados a afrontar los retos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión» (Mensaje para la LVI Jornada Mundial de la Paz5). Y podemos hacerlo si nos cuidamos unos a otros y si, todos juntos, cuidamos nuestra casa común.

Imploremos a María Santísima, Madre de Dios, para que en esta época contaminada por la desconfianza y por la indiferencia, nos haga capaces de compasión y de cuidado —capaces de tener compasión y de cuidar— capaces de «conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 169).



Después del Ángelus

A todos vosotros aquí presentes y a cuantos siguen a través de los medios dirijo las mejores felicitaciones por el nuevo año. Expreso viva gratitud al Presidente de la República Italiana, el honorable Sergio Mattarella, invocando prosperidad para el pueblo italiano; con las mismas felicitaciones también para la Presidenta del Gobierno.

En este día, que san Pablo VI quiso dedicar a la oración y a la reflexión por la paz en el mundo, sentimos aún más fuerte, intolerable, el contraste de la guerra, que en Ucrania y en otras regiones siembra muerte y destrucción. Sin embargo, no perdemos la esperanza, porque tenemos fe en Dios, que en Jesucristo nos ha abierto la vía de la paz. La experiencia de la pandemia nos enseña que nadie puede salvarse solo, pero que juntos podemos recorrer senderos de paz y de desarrollo.

En el mundo entero, en todos los pueblos se alza el grito: ¡no a la guerra! ¡No al rearme! Que los recursos se destinen al desarrollo: salud, alimentación, educación, trabajo. Entre las innumerables iniciativas promovidas por las comunidades cristianas, recuerdo la Marcha nacional que se llevó a cabo ayer en Altamura, después de las cuatro caravanas que llevaron solidaridad a Ucrania. Saludo y agradezco a los numerosos amigos de la Comunidad de Sant’Egidio, que han venido también este año a testimoniar su compromiso por la “paz en todas las tierras”, aquí y en muchas ciudades del mundo. ¡Gracias, queridos hermanos y hermanas de Sant’Egidio!

Saludo a las dos bandas musicales procedentes de Virginia y Alabama, en los Estados Unidos de América —¡después queremos escucharles!—Saludo a los jóvenes del Movimiento Regnum Christi —¡gracias! ¡Se hacen oír!— de varios países de América y de Europa; así como también a los muchachos y a las familias de la Comunidad del Cenáculo, con una bendición a Madre Elvira y a todas las comunidades.

Deseo a todos un feliz domingo y feliz año. No os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.



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