viernes, 31 de enero de 2020

El Papa Francisco: la mundanidad, un lento deslizamiento hacia el pecado

Papa Francisco en Santa Marta Papa Francisco en Santa Marta   (ANSA)
El Papa Francisco recordó este viernes 31 de enero, en su homilía en la Casa Santa Marta, que todos somos pecadores. Viviendo en una vida mundana, dijo, pecamos sin tener conciencia de lo que hacemos. Incluso un santo como David cayó en la tentación, señaló el Papa.
Benedetta Capelli-Ciudad del Vaticano

Una vida normal y tranquila, un corazón indiferente ante los pecados, una mundanidad que roba la capacidad de ver el mal que se hace. El Papa Francisco, en la homilía de la misa en la Casa de Santa Marta, releía el pasaje tomado del segundo libro de Samuel, centrado en la figura del "santo rey David", que, deslizándose en una vida cómoda, olvida que fue elegido por Dios. David como tantos hombres de hoy, gente que parece buena, "que va a misa todos los domingos, que se llama a sí mismo cristiano" pero que ha perdido "la conciencia del pecado": uno de los males de nuestro tiempo, según dijo el Papa Pío XII.

El espíritu del mundo

En su homilía Francisco se detiene en los pecados de David: el censo de la gente y la historia de Uriya que hizo matar a su esposa Betsabé después de que la dejó embarazada. El elige el asesinato porque su plan para arreglar las cosas, después del adulterio, fracasa miserablemente. "David", dice el Papa, "continuó su vida normal. Silencio. Su corazón no se movió."
“Pero, ¿cómo el gran David, que es santo, que había hecho tantas cosas buenas, que estaba tan unido a Dios, pudo hacer eso? Eso no es algo que se hace de la noche a la mañana. El gran David, se deslizó lentamente. Hay pecados del momento: el pecado de la ira, un insulto, que no puedo controlar. Pero hay pecados en los que uno se desliza lentamente, con el espíritu de la mundanidad. Es el espíritu del mundo el que te lleva a hacer estas cosas como si fueran normales. Un asesinato...”

Deslizándose hacia el pecado

Poco a poco es un adverbio que el Papa repite a menudo en su homilía. Explica la forma en que el pecado se apodera lentamente del hombre aprovechando su comodidad. "Todos somos pecadores," continuó Francisco, "pero a veces pecamos en el momento. Me enfado, insulto. Entonces me arrepiento". A veces, en cambio, "nos dejamos llevar a un estado de vida en el que... parece normal". Lo normal, por ejemplo, es "no pagar a la criada como se debe pagar", o pagar la mitad de lo que se debe a los que trabajan en el campo.
“Pero parece que son buenas personas que hacen esto, que van a misa todos los domingos, que se llaman a sí mismos cristianos. ¿Pero por qué haces esto? ¿Y otros pecados? Digo yo, porque has caído en un estado en el que has perdido la conciencia del pecado. Y ese es uno de los males de nuestro tiempo. Pío XII dijo: perder  la conciencia del pecado.”

La bofetada de la vida

No son cosas antiguas, explica el Papa, recordando un reciente incidente en Argentina con unos jóvenes jugadores de rugby que mataron a un camarada en una pelea después de una noche de movida. Los chicos, dijo, se convirtieron en "una manada de lobos". Un hecho que abre interrogantes sobre la educación de los jóvenes, en la sociedad. Es necesario "tantas veces una bofetada de la vida" para parar, para detener ese lento deslizamiento hacia el pecado. Se necesita a alguien como el profeta Natán, enviado por Dios a David, para mostrarle su error.
“Pensemos un poco: ¿cuál es la atmósfera espiritual de mi vida? Soy cuidadoso, siempre necesito que alguien me diga la verdad, ¿no lo creo? ¿Escucho el reproche de algún amigo, el confesor, el marido, la mujer, los niños, que me ayuda un poco? Mirando esta historia de David - del Rey Santo David - preguntémonos: si un santo fue capaz de caer así, tengamos cuidado, hermanos y hermanas, también nos puede pasar a nosotros. Además, preguntémonos: ¿En qué atmósfera vivo? Que el Señor nos conceda la gracia de enviarnos siempre un profeta - puede ser el vecino, el hijo, la madre, el padre - que nos abofetee un poco cuando nos deslizamos en esta atmósfera donde todo parece ser legítimo”.
31 enero 2020, 12:44

miércoles, 29 de enero de 2020

VIVIR LAS BIENAVENTURANZAS NOS OTORGA PROFUNDA ALEGRÍA Y PAZ

Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano
En el último miércoles de enero el Papa Francisco comenzó un nuevo ciclo de catequesis sobre las Bienaventuranzas. En este día ofreció una visión general de las mismas, mientras que a partir de la próxima semana comentará una a una las ocho Bienaventuranzas narradas en el Evangelio de Mateo (5:1-11).
Las bienaventuranzas son la “carta de identidad” del cristiano, porque describen el rostro y el estilo de vida de Jesús.

Las bienaventuranzas están dirigidas a toda la humanidad

En primer lugar recordó cómo se produjo la proclamación de las Bienaventuranzas, y subrayó el hecho de que son un mensaje dirigido “a toda la humanidad”:
El Evangelio nos dice que Jesús, al ver al gentío que lo seguía, subió al monte y se sentó, y dirigiéndose a sus discípulos, proclamó las Bienaventuranzas. El mensaje estaba dirigido a sus discípulos, pero también a la gente; es decir, a toda la humanidad.

El camino de la felicidad de Jesús

Además el Papa hizo notar que la montaña donde predicó Jesús, hace memoria del Monte Sinaí, donde Dios entregó a Moisés los diez mandamientos. En la montaña, sin embargo, Jesús comienza a enseñar "una nueva ley”, a saber, “ser pobres, ser mansos, ser misericordiosos”, revelando así “el camino a la felicidad”, es decir, “Su camino”.
Ahora, con las bienaventuranzas, Jesús nos da los “nuevos mandamientos”, que no son normas, sino el camino de la felicidad que Él nos propone.

Las “tres partes” de las bienaventuranzas

Cada bienaventuranza – precisó Francisco – está compuesta de tres partes: primero está siempre la palabra "bienaventurados"; luego viene la situación en la que se encuentran los bienaventurados: la pobreza de espíritu, la aflicción, el hambre y sed de justicia, y así sucesivamente. Y finalmente está el motivo de la bienaventuranza, introducido por la conjunción "porque": “Bienaventurados estos porque, bienaventurados aquellos porque…”.

La razón de la bienaventuranza es la “nueva condición” que recibimos de Dios

El Santo Padre pidió poner atención al hecho de que la razón de la bienaventuranza no es la situación “actual”, sino “la nueva condición” que los bienaventurados reciben como “don de Dios”, vale decir, la “razón de la felicidad”: "serán consolados", "heredarán la tierra", "serán saciados", "serán perdonados", "serán llamados hijos de Dios", etcétera.

Bienaventurado es "el que está en condición de gracia"

“¿Pero qué significa la palabra "bienaventurado"?, planteó el Pontífice. Y explicó: Viene del término griego makarios, que significa el que está en condición de gracia y que avanza en la amistad de Dios. Esto es importante: las Bienaventuranzas iluminan las acciones de la vida cristiana y revelan que la presencia de Dios en nosotros nos hace verdaderamente felices. En ocasiones, Dios elige caminos difíciles de comprender: por ejemplo, el de nuestros propios límites y derrotas, pero es allí donde manifiesta la fuerza de su salvación y nos concede la verdadera alegría.

Mateo 5: 1-11

Las bienaventuranzas, aseguró el Papa concluyendo, “te conducen a la alegría, siempre”. Son “el camino para ir a la alegría”. Por eso invitó a tomar el Evangelio de Mateo, hoy y más veces durante la semana, y leer las bienaventuranzas: Mateo, capítulo 5, versículos del 1 al 11.
Los animo a leer detenidamente el texto de la Bienaventuranzas y pedir a Dios la gracia para vivirlas en medio del mundo en el que nos encontramos, su vivencia nos otorgará una profunda alegría y paz. Que Dios los bendiga.

El próximo viernes memoria de San Juan Bosco

Al saludar, como cada miércoles, de manera particular a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados, el Papa animó a que el ejemplo de santidad de San Juan Bosco, a quien recordaremos el próximo viernes como Padre y Maestro de la juventud, lleve, en particular a los jóvenes, a realizar los proyectos de futuro, sin excluir el plan que Dios tiene para cada uno.
Oremos a San Juan Bosco para que cada uno encuentre en la vida su propio camino, lo que Dios quiere para nosotros. 

martes, 28 de enero de 2020

La Iglesia “solo irá adelante con evangelizadores alegres”

Misa en Santa Marta, 28 enero 2020 © Vatican Media
Misa En Santa Marta, 28 Enero 2020 © Vatican Media

Relato del baile del rey David

(zenit – 28 enero 2020).- “La Iglesia no irá adelante. El Evangelio no irá adelante con evangelizadores aburridos y amargados. No. Sólo ira adelante con evangelizadores alegres, llenos de vida”.
El Santo Padre ha reflexionado este martes, 28 de enero de 2020, sobre la primera lectura de hoy, tomada del Segundo Libro de Samuel, que habla de David y de todo el pueblo de Israel celebrando el regreso del Arca de la Alianza a Jerusalén.
Este regreso supone “una gran alegría para el pueblo», ha expresado el Papa. “La gente siente que Dios está cerca de ellos y lo celebran. Y el rey David está con él, se pone a la cabeza de la procesión, hace un sacrificio inmolando un novillo y un carnero gordo. Con el pueblo entonces grita, canta y baila con todas sus fuerzas».
El texto del profeta Samuel continúa describiendo el regreso de David a su hogar donde encuentra a una de sus esposas, Mical, la hija de Saúl. Ella lo recibe con desprecio, ha relatado el Papa. Al ver al rey danzando se avergüenza de él y le reprocha diciendo: “¿Pero te avergonzaste de bailar como un vulgar, como uno del pueblo?”.
“Es el desprecio de la religiosidad exquisita hacia la espontaneidad de la alegría con el Señor”, ha continuado Francisco. Y David le explica: “Pero mira, esto era motivo de alegría. ¡La alegría en el Señor, porque hemos traído el arca a casa!”. Ella desprecia. Y dice en la Biblia que esta señora –se llamaba Mical– no tuvo hijos por esto. El Señor la ha castigado. Cuando falta la alegría en un cristiano, ese cristiano no es fecundo; cuando falta la alegría en nuestro corazón, no hay fecundidad”.
Francisco indicado que sentimos alegría «cuando estamos con el Señor» y, tal vez en la parroquia o en los pueblos, la gente celebra. Aunque ha advertido: «Es verdad, a veces el peligro de la alegría es ir más allá y creer que esto es todo. No: este es el aire de la celebración».
El Papa ha señalado entonces que la fiesta no sólo se expresa espiritualmente, sino que se convierte en un compartir. En este contexto, recuerda que David, ese día, después de la bendición, había distribuido «un pan para todos, una porción de carne asada y un puré de pasas», para que todos pudieran celebrar en su propia casa. «La Palabra de Dios no se avergüenza de la fiesta», dijo el Pontífice.

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domingo, 26 de enero de 2020

Domingo De La Palabra De Dios


Misa Del Domingo De La Palabra De Dios © Vatican Media

«Dame espacio y tu vida cambiará»


(ZENIT – 26 enero 2020).- «El Señor te da su Palabra, para que la recibas como la carta de amor que escribió para ti, para hacerte sentir que está cerca de ti», dijo el Papa Francisco durante la misa. que celebró este 26 de enero de 2020, el primer domingo de la Palabra de Dios.
Homilía del Papa Francisco
«Jesús comenzó a predicar» (Mt 4,17). Así, el evangelista Mateo introdujo el ministerio de Jesús: Él, que es la Palabra de Dios, vino a hablarnos con sus palabras y con su vida. En este primer domingo de la Palabra de Dios vamos a los orígenes de su predicación, a las fuentes de la Palabra de vida. Hoy nos ayuda el Evangelio (Mt 4, 12-23), que nos dice cómo, dónde y a quién Jesús comenzó a predicar.
1. ¿Cómo comenzó? Con una frase muy simple: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (v. 17). Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice que el reino de los cielos está cerca. ¿Qué significa? Por reino de los cielos se entiende el reino de Dios, es decir su forma de reinar, de estar ante nosotros. Ahora, Jesús nos dice que el reino de los cielos está cerca, que Dios está cerca. Aquí está la novedad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el que habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre. Eliminó las barreras, canceló las distancias. No lo merecíamos: Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro.
Es un mensaje de alegría: Dios vino a visitarnos en persona, haciéndose hombre. No tomó nuestra condición humana por un sentido de responsabilidad, sino por amor. Por amor asumió nuestra humanidad, porque se asume lo que se ama. Y Dios asumió nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos esa salvación que nosotros solos no podemos darnos. Él desea estar con nosotros, darnos la belleza de vivir, la paz del corazón, la alegría de ser perdonados y de sentirnos amados.
Entonces entendemos la invitación directa de Jesús: “Convertíos”, es decir, “cambia tu vida”. Cambia tu vida porque ha comenzado una nueva forma de vivir: ha terminado el tiempo de vivir para ti mismo; ha comenzado el tiempo de vivir con Dios y para Dios, con los demás y para los demás, con amor y por amor. Jesús también te repite hoy: “¡Ánimo, estoy cerca de ti, hazme espacio y tu vida cambiará!”. Es por eso que el Señor te da su Palabra, para que puedas aceptarla como la carta de amor que escribió para ti, para hacerte sentir que está a tu lado. Su Palabra nos consuela y nos anima. Al mismo tiempo, provoca la conversión, nos sacude, nos libera de la parálisis del egoísmo. Porque su Palabra tiene este poder: cambia la vida, hace pasar de la oscuridad a la luz.
2. Si vemos dónde Jesús comenzó a predicar, descubrimos que comenzó precisamente en las regiones que entonces se consideraban “oscuras”. La primera lectura y el Evangelio, de hecho, nos hablan de aquellos que estaban «en tierra y sombras de muerte»: son los habitantes del «territorio de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles» (Mt 4,15-16; cf. Is 8,23-9,1). Galilea de los gentiles: la región donde Jesús inició a predicar se llamaba así porque estaba habitada por diferentes personas y era una verdadera mezcla de pueblos, idiomas y culturas. De hecho, estaba la Vía del mar, que representaba una encrucijada. Allí vivían pescadores, comerciantes y extranjeros: ciertamente no era el lugar donde se encontraba la pureza religiosa del pueblo elegido. Sin embargo, Jesús comenzó desde allí: no desde el atrio del templo en Jerusalén, sino desde el lado opuesto del país, desde la Galilea de los gentiles, desde un lugar fronterizo, desde una periferia.
De esto podemos sacar un mensaje: la Palabra que salva no va en busca de lugares preservados, esterilizados y seguros. Viene en nuestras complejidades, en nuestra oscuridad. Hoy, como entonces, Dios desea visitar aquellos lugares donde creemos que no llega. Cuántas veces preferimos cerrar la puerta, ocultando nuestras confusiones, nuestras opacidades y dobleces. Las sellamos dentro de nosotros mientras vamos al Señor con algunas oraciones formales, teniendo cuidado de que su verdad no nos sacuda por dentro. Pero Jesús —dice el Evangelio hoy— «recorría toda Galilea […], proclamando el Evangelio del reino y curando toda enfermedad» (v. 23). Atravesó toda aquella región multifacética y compleja. Del mismo modo, no tiene miedo de explorar nuestros corazones, nuestros lugares más ásperos y difíciles. Él sabe que sólo su perdón nos cura, sólo su presencia nos transforma, sólo su Palabra nos renueva. A Él, que ha recorrido la Vía del mar, abramos nuestros caminos más tortuosos; dejemos que su Palabra entre en nosotros, que es «viva y eficaz, tajante […] y juzga los deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,12).
3. Finalmente, ¿a quién comenzó Jesús a hablar? El Evangelio dice que «paseando junto al mar de Galilea vio a dos hermanos […] que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres”» (Mt 4,18-19). Los primeros destinatarios de la llamada fueron pescadores; no personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades, ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino personas comunes y
corrientes que trabajaban.
Evidenciamos lo que Jesús les dijo: os haré pescadores de hombres. Habla a los pescadores y usa un lenguaje comprensible para ellos. Los atrae a partir de su propia vida. Los llama donde están y como son, para involucrarlos en su misma misión. «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron» (v. 20). ¿Por qué inmediatamente? Porque se sintieron atraídos. No fueron rápidos y dispuestos porque habían recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el amor. Los buenos compromisos no son suficientes para seguir a Jesús, sino que es necesario escuchar su llamada todos los días. Sólo Él, que nos conoce y nos ama hasta el final, nos hace salir al mar de la vida. Como lo hizo con aquellos discípulos que lo escucharon.
Por eso necesitamos su Palabra: en medio de tantas palabras diarias, necesitamos escuchar esa Palabra que no nos habla de cosas, sino de vida.
Queridos hermanos y hermanas: Hagamos espacio dentro de nosotros a la Palabra de Dios. Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra oscuridad, que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida.
© Libreria Editorial Vaticano

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sábado, 25 de enero de 2020

El Papa reza por la unidad de los cristianos: «Dios quiere la salvación de todos»

Ciudad del Vaticano
La tarde del 25 de enero, día en el que Iglesia celebra la fiesta litúrgica de la conversión del Apóstol San Pablo, el Papa Francisco celebró las II vísperas en la Basílica de San Pablo Extramuros, en Roma, y concluyó la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que este año lleva como tema “Nos trataron con amabilidad”, palabras tomadas del libro de los Hechos de los Apóstoles en referencia al naufragio del Apóstol Pablo quien, durante su viaje  a Roma siendo ya prisionero, llega junto al resto de compañeros de navegación a las costas de Malta, donde fueron "recibidos con amabilidad, con una humanidad poco común".

Dios desea ardientemente la unidad entre los cristianos

Un relato que refleja cómo ante la dificultad de la tormenta que los hace navegar a la deriva durante varios días, el Apóstol no pierde las esperanzas de sobrevivir y alienta a sus compañeros a seguir hacia delante con la confianza de que "Dios quiere que todos se salven". (Hechos 27:24). 
Esta narración -explicó el Papa- habla también de nuestro camino ecuménico, orientado hacia la unidad que Dios desea ardientemente, ya que en primer lugar, "nos dice que los débiles y vulnerables, los que tienen poco que ofrecer materialmente, como Pablo, pero que han encontrado su riqueza en Dios pueden dar mensajes preciosos para el bien de todos".

Los más débiles llevan el mensaje de salvación más importante

En este sentido, el Santo Padre invitó a pensar en las comunidades cristianas marginadas y perseguidas. "Como en la historia del naufragio de Pablo, a menudo son los más débiles los que llevan el mensaje de salvación más importante. Porque a Dios le ha gustado así: salvarnos no con la fuerza del mundo, sino con la debilidad de la Cruz (cf. 1 Cor 1,20-25). 
Por otra parte, Francisco señaló que el relato de los Hechos nos recuerda un segundo aspecto: la prioridad de Dios es la salvación de todos. "Este es el punto en el que el Apóstol insiste. "Es una invitación a no dedicarnos exclusivamente a nuestras comunidades, sino a abrirnos al bien de todos, a la mirada universal de Dios, que se encarnó para abrazar a todo el género humano, y murió y resucitó para la salvación de todos. Si, con su gracia, asimilamos su visión, podemos superar nuestras divisiones".

Aprendamos a ser más hospitalarios

Por último, el Papa hizo hincapié en un tercer aspecto que emana de la narración y que ha estado en el centro de esta Semana de Oración por la Unidad de los cristianos: la hospitalidad.
San Lucas, en el último capítulo de los Hechos de los Apóstoles, dice que los habitantes de Malta recibieron a los náufragos "con amabilidad", o "con una humanidad poco común". Es por ello que a partir de esta Semana de Oración el Pontífice exhortó a "aprender a ser más hospitalarios", en primer lugar "entre nosotros los cristianos", y también entre hermanos y hermanas de diferentes confesiones.
La hospitalidad- aseveró Francisco- pertenece a la tradición de las comunidades y familias cristianas. Nuestros ancianos nos han enseñado con el ejemplo que en la mesa de una casa cristiana siempre hay un plato de sopa para el amigo que pasa o el necesitado que llama a la puerta. Y en los monasterios el huésped es tratado con gran respeto. ¡No perdamos, al contrario, revivamos estas costumbres que tienen sabor a Evangelio! ,alentó el Papa.

Sigamos rezando por el don de la unidad 

Antes de concluir su homilía, el Santo Padre dirigió un saludo cordial y fraterno a Su Eminencia el Metropolita Gennadios, representante del Patriarcado ecuménico, a Su Gracia Ian Ernest, representante personal en Roma del Arzobispo de Canterbury, y a todos los representantes de las distintas Iglesias y Comunidades eclesiales reunidas en la Basílica de San Pablo Extramuros.
Asimismo, dedicó unas palabras especiales de agradecimiento a los estudiantes del Instituto ecuménico de Bossey, que visitan Roma para profundizar en el conocimiento de la Iglesia católica, y a los jóvenes ortodoxos y ortodoxos orientales que estudian en Roma becados por el Comité para la colaboración cultural con las Iglesias ortodoxas, que trabaja en el Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos. "Juntos, sin cansarnos nunca, sigamos rezando para invocar a Dios el don de la plena unidad entre nosotros", puntualizó Francisco.

viernes, 24 de enero de 2020

Jornada de las Comunicaciones Sociales: Una narración que mire al mundo “con ternura”

El Papa Francisco Escribiendo © Vatican Media

Mensaje del Santo Padre

(ZENIT – 24 enero 2020).- El Papa Francisco afirma que la humanidad precisa una narración “que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros”.
La Oficina de Prensa de la Santa Sede ha publicado hoy, 24 enero de 2020, el Mensaje del Santo Padre Francisco para la 54ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que este año se celebra en muchos países el domingo 24 de mayo, solemnidad de la Ascensión del Señor.
En esta ocasión, Francisco ha dedicado su mensaje al tema de la narración porque “en medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos”.
A continuación sigue el mensaje completo del Santo Padre.
Para que puedas contar y grabar en la memoria (cf. Ex 10,2)
La vida se hace historia
Quiero dedicar el Mensaje de este año al tema de la narración, porque creo que para no perdernos necesitamos respirar la verdad de las buenas historias: historias que construyan, no que destruyan; historias que ayuden a reencontrar las raíces y la fuerza para avanzar juntos. En medio de la confusión de las voces y de los mensajes que nos rodean, necesitamos una narración humana, que nos hable de nosotros y de la belleza que poseemos. Una narración que sepa mirar al mundo y a los acontecimientos con ternura; que cuente que somos parte de un tejido vivo; que revele el entretejido de los hilos con los que estamos unidos unos con otros.
  1. Tejer historias
El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos.
El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad (cf. Gn 3,21), sino que también es el único ser que necesita “revestirse” de historias para custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas, sino también relatos: de hecho, la capacidad humana de “tejer” implica tanto a los tejidos como a los textos. Las historias de cada época tienen un “telar” común: la estructura prevé “héroes”, también actuales, que para llevar a cabo un sueño se enfrentan a situaciones difíciles, luchan contra el mal empujados por una fuerza que les da valentía, la del amor. Sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida.
El hombre es un ser narrador porque es un ser en realización, que se descubre y se enriquece en las tramas de sus días. Pero, desde el principio, nuestro relato se ve amenazado: en la historia serpentea el mal.
  1. No todas las historias son buenas
«El día en que comáis de él, […] seréis como Dios» (cf. Gn 3,5). La tentación de la serpiente introduce en la trama de la historia un nudo difícil de deshacer. “Si posees, te convertirás, alcanzarás…”, susurra todavía hoy quien se sirve del llamado storytelling con fines instrumentales. Cuántas historias nos narcotizan, convenciéndonos de que necesitamos continuamente tener, poseer, consumir para ser felices. Casi no nos damos cuenta de cómo nos volvemos ávidos de chismes y de habladurías, de cuánta violencia y falsedad consumimos. A menudo, en los telares de la comunicación, en lugar de relatos constructivos, que son un aglutinante de los lazos sociales y del tejido cultural, se fabrican historias destructivas y provocadoras, que desgastan y rompen los hilos frágiles de la convivencia. Recopilando información no contrastada, repitiendo discursos triviales y falsamente persuasivos, hostigando con proclamas de odio, no se teje la historia humana, sino que se despoja al hombre de la dignidad.
Pero mientras que las historias utilizadas con fines instrumentales y de poder tienen una vida breve, una buena historia es capaz de trascender los límites del espacio y del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual, porque alimenta la vida. En una época en la que la falsificación es cada vez más sofisticada y alcanza niveles exponenciales (el deepfake), necesitamos sabiduría para recibir y crear relatos bellos, verdaderos y buenos. Necesitamos valor para rechazar los que son falsos y malvados. Necesitamos paciencia y discernimiento para redescubrir historias que nos ayuden a no perder el hilo entre las muchas laceraciones de hoy; historias que saquen a la luz la verdad de lo que somos, incluso en la heroicidad ignorada de la vida cotidiana.
  1. La Historiade las historias
La Sagrada Escritura es una Historia de historias. ¡Cuántas vivencias, pueblos, personas nos presenta! Nos muestra desde el principio a un Dios que es creador y narrador al mismo tiempo. En efecto, pronuncia su Palabra y las cosas existen (cf. Gn 1). A través de su narración Dios llama a las cosas a la vida y, como colofón, crea al hombre y a la mujer como sus interlocutores libres, generadores de historia junto a Él. En un salmo, la criatura le dice al Creador: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque son admirables tus obras […], no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra» (139,13-15). No nacemos realizados, sino que necesitamos constantemente ser “tejidos” y “bordados”. La vida nos fue dada para invitarnos a seguir tejiendo esa “obra admirable” que somos.
En este sentido, la Biblia es la gran historia de amor entre Dios y la humanidad. En el centro está Jesús: su historia lleva al cumplimiento el amor de Dios por el hombre y, al mismo tiempo, la historia de amor del hombre por Dios. El hombre será llamado así, de generación en generación, a contar y a grabar en su memoria los episodios más significativos de esta Historia de historias, los que puedan comunicar el sentido de lo sucedido.
El título de este Mensaje está tomado del libro del Éxodo, relato bíblico fundamental, en el que Dios interviene en la historia de su pueblo. De hecho, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados clamaron a Dios, Él los escuchó y rememoró: «Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob. Dios se fijó en los hijos de Israel y se les apareció» (Ex 2, 24-25). De la memoria de Dios brota la liberación de la opresión, que tiene lugar a través de signos y prodigios. Es entonces cuando el Señor revela a Moisés el sentido de todos estos signos: «Para que puedas contar [y grabar en la memoria] de tus hijos y nietos […] los signos que realicé en medio de ellos. Así sabréis que yo soy el Señor» (Ex 10,2). La experiencia del Éxodo nos enseña que el conocimiento de Dios se transmite sobre todo contando, de generación en generación, cómo Él sigue haciéndose presente. El Dios de la vida se comunica contando la vida.
El mismo Jesús hablaba de Dios no con discursos abstractos, sino con parábolas, narraciones breves, tomadas de la vida cotidiana. Aquí la vida se hace historia y luego, para el que la escucha, la historia se hace vida: esa narración entra en la vida de quien la escucha y la transforma.
No es casualidad que también los Evangelios sean relatos. Mientras nos informan sobre Jesús, nos “performan[1] a Jesús, nos conforman a Él: el Evangelio pide al lector que participe en la misma fe para compartir la misma vida. El Evangelio de Juan nos dice que el Narrador por excelencia —el Verbo, la Palabra— se hizo narración: «El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado» (cf. Jn 1,18). He usado el término “contado” porque el original exeghésato puede traducirse sea como “revelado” que como “contado”. Dios se ha entretejido personalmente en nuestra humanidad, dándonos así una nueva forma de tejer nuestras historias
  1. Una historia que se renueva
La historia de Cristo no es patrimonio del pasado, es nuestra historia, siempre actual. Nos muestra que a Dios le importa tanto el hombre, nuestra carne, nuestra historia, hasta el punto de hacerse hombre, carne e historia. También nos dice que no hay historias humanas insignificantes o pequeñas. Después de que Dios se hizo historia, toda historia humana es, de alguna manera, historia divina. En la historia de cada hombre, el Padre vuelve a ver la historia de su Hijo que bajó a la tierra. Toda historia humana tiene una dignidad que no puede suprimirse. Por lo tanto, la humanidad se merece relatos que estén a su altura, a esa altura vertiginosa y fascinante a la que Jesús la elevó.
Escribía san Pablo: «Sois carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,3). El Espíritu Santo, el amor de Dios, escribe en nosotros. Y, al escribir dentro, graba en nosotros el bien, nos lo recuerda. Re-cordar significa efectivamente llevar al corazón, “escribir” en el corazón. Por obra del Espíritu Santo cada historia, incluso la más olvidada, incluso la que parece estar escrita con los renglones más torcidos, puede volverse inspirada, puede renacer como una obra maestra, convirtiéndose en un apéndice del Evangelio. Como las Confesiones de Agustín. Como El Relato del Peregrino de Ignacio. Como la Historia de un alma de Teresita del Niño Jesús. Como Los Novios, como Los Hermanos Karamazov. Como tantas innumerables historias que han escenificado admirablemente el encuentro entre la libertad de Dios y la del hombre. Cada uno de nosotros conoce diferentes historias que huelen a Evangelio, que han dado testimonio del Amor que transforma la vida. Estas historias requieren que se las comparta, se las cuente y se las haga vivir en todas las épocas, con todos los lenguajes y por todos los medios.
  1. Una historia que nos renueva
En todo gran relato entra en juego el nuestro. Mientras leemos la Escritura, las historias de los santos, y también esos textos que han sabido leer el alma del hombre y sacar a la luz su belleza, el Espíritu Santo es libre de escribir en nuestro corazón, renovando en nosotros la memoria de lo que somos a los ojos de Dios. Cuando rememoramos el amor que nos creó y nos salvó, cuando ponemos amor en nuestras historias diarias, cuando tejemos de misericordia las tramas de nuestros días, entonces pasamos página. Ya no estamos anudados a los recuerdos y a las tristezas, enlazados a una memoria enferma que nos aprisiona el corazón, sino que abriéndonos a los demás, nos abrimos a la visión misma del Narrador. Contarle a Dios nuestra historia nunca es inútil; aunque la crónica de los acontecimientos permanezca inalterada, cambian el sentido y la perspectiva. Contarse al Señor es entrar en su mirada de amor compasivo hacia nosotros y hacia los demás. A Él podemos narrarle las historias que vivimos, llevarle a las personas, confiarle las situaciones. Con Él podemos anudar el tejido de la vida, remendando los rotos y los jirones. ¡Cuánto lo necesitamos todos!
Con la mirada del Narrador —el único que tiene el punto de vista final— nos acercamos luego a los protagonistas, a nuestros hermanos y hermanas, actores a nuestro lado de la historia de hoy. Sí, porque nadie es un extra en el escenario del mundo y la historia de cada uno está abierta a la posibilidad de cambiar. Incluso cuando contamos el mal podemos aprender a dejar espacio a la redención, podemos reconocer en medio del mal el dinamismo del bien y hacerle sitio.
No se trata, pues, de seguir la lógica del storytelling, ni de hacer o hacerse publicidad, sino de rememorar lo que somos a los ojos de Dios, de dar testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, de revelar a cada uno que su historia contiene obras maravillosas. Para ello, nos encomendamos a una mujer que tejió la humanidad de Dios en su seno y —dice el Evangelio— entretejió todo lo que le sucedía. La Virgen María lo guardaba todo, meditándolo en su corazón (cf. Lc 2,19). Pidamos ayuda a aquella que supo deshacer los nudos de la vida con la fuerza suave del amor:
Oh María, mujer y madre, tú tejiste en tu seno la Palabra divina, tú narraste con tu vida las obras magníficas de Dios. Escucha nuestras historias, guárdalas en tu corazón y haz tuyas esas historias que nadie quiere escuchar. Enséñanos a reconocer el hilo bueno que guía la historia. Mira el cúmulo de nudos en que se ha enredado nuestra vida, paralizando nuestra memoria. Tus manos delicadas pueden deshacer cualquier nudo. Mujer del Espíritu, madre de la confianza, inspíranos también a nosotros. Ayúdanos a construir historias de paz, historias de futuro. Y muéstranos el camino para recorrerlas juntos.
Vaticano, 24 de enero de 2020, fiesta de san Francisco de Sales.
FRANCISCUS
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[1] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 2: «El mensaje cristiano no era sólo “informativo”, sino “performativo”. Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida».
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miércoles, 22 de enero de 2020

«La hospitalidad ecuménica es acoger a los cristianos de otras tradiciones y lo que Dios ha realizado en sus vidas y mostrarles el amor de Dios»

22 enero, 2020

 «Como cristianos, debemos trabajar juntos para mostrar a los migrantes el amor de Dios revelado por Jesucristo. Podemos y debemos testimoniar que no hay solamente hostilidad e indiferencia, sino que cada persona es preciosa para Dios y amada por Él. Las divisiones que existen todavía entre nosotros nos impiden ser plenamente el signo del amor de Dios por el mundo. Trabajar juntos para vivir la hospitalidad ecuménica, particularmente con aquellos cuyas vidas son más vulnerables, hará de todos nosotros, los cristianos –protestantes, ortodoxos, católicos, todos los cristianos-  mejores seres humanos, mejores discípulos y un pueblo cristiano más unido. Nos acercará más a la unidad, que es la voluntad de Dios para nosotros»
Video completo de la transmisión en directo realizada por 13 TV de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma
* «Pidamos al Señor por todos cuantos sufren en el mar tempestuoso del desarraigo y el abandono, y comprometámonos a trabajar juntos, pidiendo al Señor el don de la unidad, de modo que como cristianos testimoniemos el amor premuroso de Dios por cada persona»
22 de enero de 2020.- (Camino Católico)  “Acoger a los cristianos de otras tradiciones significa mostrarles el amor de Dios, pero también acoger lo que Dios ha realizado en sus vidas y dejarnos recibir de las otras comunidades, es lo mismo. Estemos disponibles y abiertos, con el deseo de conocer su experiencia de fe, para vernos enriquecidos por ese don espiritual”. Esta es la petición del Papa Francisco realizada hoy, 22 de enero de 2020, en la audiencia general. El Santo Padre ha reflexionado en torno a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año tiene como tema la hospitalidad.
De este modo, ha remitido a pasaje de los Hechos de los Apóstoles que narra el naufragio de Pablo en Malta. En él, el Apóstol y sus compañeros, así como el resto de la tripulación del barco en el que viajaban estuvieron “a merced del mar embravecido”, ha relatado Francisco. No obstante, ha señalado que el Apóstol Pablo, “desde su experiencia de fe, llama a la confianza en Dios que es para él un Padre amoroso”.
Por obra de la providencia todos se salvan y llegan a Malta, donde “saborean el entrañable modo de hacer hospitalidad de los habitantes de la isla”, continúa narrando el Papa, subrayando que “es significativo que aquellos hombres que no conocían a Cristo, fueron capaces de manifestar el amor de Dios”. Por su parte, Pablo “les muestra a ellos la misericordia de Dios, curando a los enfermos de la Isla”, ha expuesto el Pontífice. En el vídeo superior de 13 TV se visualiza y escucha a catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis de hoy se enmarca en  la semana de oración por la unidad de los cristianos que este año tiene como tema la hospitalidad, partiendo del pasaje de los Hechos de los Apóstoles que narra cómo las comunidades de Malta y Gozo trataron a san Pablo y a sus compañeros de viaje, cuando naufragaron.  A este episodio me referí precisamente en la catequesis de hace dos semanas.
Por lo tanto, recordemos de nuevo la dramática experiencia de ese naufragio. El barco en el que viaja Pablo está a merced de los elementos. Llevan catorce días en el mar, a la deriva, y como no se ven ni el sol ni las estrellas, los viajeros se sienten desorientados, perdidos. El mar se estrella con violencia contra el barco que temen que se rompa por la fuerza de las olas. También les  azotan el viento y la lluvia. La fuerza del mar y de la tormenta es terrible e indiferente al destino de los navegantes: ¡eran más de 260 personas!
Pero Pablo, que sabe que no es así, habla. La fe le dice que su vida está en manos de Dios, que resucitó a Jesús de entre los muertos, y que lo llamó a él, a Pablo, para llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Su fe también le dice que Dios, según lo que Jesús reveló, es un Padre amoroso. Por eso Pablo se dirige a sus compañeros de viaje e, inspirado por la fe, les anuncia que Dios no permitirá que pierdan ni un solo cabello.
Esta profecía se cumple cuando el barco encalla en  la costa de Malta y todos los pasajeros pisan la tierra firme sanos y salvos. Y allí experimentan algo nuevo. En contraste con la violencia brutal del mar tempestuoso, reciben el testimonio de la «humanidad poco común» de los isleños. Esta gente, para la que son extranjeros, se muestra atenta a sus necesidades. Encienden un fuego para que se calienten, les dan refugio contra la lluvia y comida. Aunque todavía no han recibido la Buena Nueva de Cristo, manifiestan el amor de Dios en actos concretos de bondad. Efectivamente, la hospitalidad espontánea y la amabilidad comunican algo del amor de Dios. Y la hospitalidad de los isleños malteses se ve recompensada por los milagros de curación que Dios obra a través de Pablo en la isla. La gente de Malta fue, pues, un signo de la Providencia de Dios para el Apóstol; también él fue testigo del amor misericordioso de Dios por ellos.
Queridísimos: la hospitalidad es importante; y es también una importante virtud ecuménica. Significa reconocer, ante todo, que los demás cristianos son verdaderamente nuestros hermanos y nuestras hermanas en Cristo. Somos hermanos. Alguien os dirá: “Pero ese es protestante, ese es ortodoxo…”. Sí, pero somos hermanos en Cristo. No es un acto de generosidad en un solo sentido, porque cuando somos hospitalarios con otros cristianos los acogemos como un regalo que nos han hecho. Como los malteses, – buenos, estos malteses- somos recompensados porque recibimos lo que el Espíritu Santo ha sembrado en estos hermanos y hermanas nuestros, que se convierte en un regalo también para nosotros porque el Espíritu Santo siembra también su gracia por doquier. Acoger a los cristianos de otra tradición significa, en primer lugar, mostrar el amor de Dios por ellos, porque son hijos de Dios, -hermanos nuestros-  y también recibir lo que Dios ha realizado en sus vidas. La hospitalidad ecuménica requiere la voluntad de escuchar a los otros cristianos, prestando atención a sus historias personales de fe y a la historia de su comunidad, comunidad de fe con otra tradición diferente de la nuestra. La hospitalidad ecuménica implica el deseo de conocer la experiencia que otros cristianos tienen de Dios y la expectativa de recibir los dones espirituales que la acompañan. Y esto es una gracia, descubrir esto es una gracia. Pienso en los tiempos pasados, en mi tierra por ejemplo. Cuando vinieron algunos misioneros evangélicos, un grupito de católicos iba a quemarles las tiendas. Esto no: No es cristiano. Somos hermanos, todos somos hermanos, y debemos ser hospitales unos con otros.
Hoy, el mar en el que naufragaron Pablo y sus compañeros vuelve a ser un lugar peligroso para la vida de otros navegantes. En todo el mundo, los hombres y las mujeres migrantes  enfrentan viajes arriesgados para escapar de la violencia, para escapar de la guerra, para escapar de la pobreza. Como Pablo y sus compañeros experimentan la indiferencia, la hostilidad del desierto, de los ríos, de los mares… Muchas veces no les dejan desembarcar en los puertos. Pero, desgraciadamente, a veces también encuentran la hostilidad mucho peor de los seres humanos. Son explotados  por traficantes criminales: ¡Hoy! Son tratados como números y como una amenaza por algunos gobernantes: ¡Hoy! A veces la inhospitalidad los arroja de nuevo como una ola hacia la pobreza o hacia los peligros de los que han huido.
Nosotros, como cristianos, debemos trabajar juntos para mostrar a los migrantes el amor de Dios revelado por Jesucristo. Podemos y debemos testimoniar que no hay solamente hostilidad e indiferencia, sino que cada persona es preciosa para Dios y amada por Él. Las divisiones que existen todavía entre nosotros nos impiden ser plenamente el signo del amor de Dios por el mundo. Trabajar juntos para vivir la hospitalidad ecuménica, particularmente con aquellos cuyas vidas son más vulnerables, hará de todos nosotros, los cristianos –protestantes, ortodoxos, católicos, todos los cristianos-  mejores seres humanos, mejores discípulos y un pueblo cristiano más unido. Nos acercará más a la unidad, que es la voluntad de Dios para nosotros.