jueves, 29 de junio de 2017

Papa: confesión, persecución y oración. Homilía en la Solemnidad de Pedro y Pablo


El Papa Francisco en la Misa de la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo - ANSA
29/06/2017 10:00

Texto completo de la homilía del Papa:

La liturgia de hoy nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración.
La confesión es la de Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13). Y de esta «encuesta» se revela de distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15). A este punto, responde sólo Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida. Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: «¿Quién soy yo para ti?». Es como si dijera: «¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?». Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a «arder» por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con «vivir al día» o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo. Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que el Apóstol Pablo afirma antes de «ser —como escribe— derramado en libación» (2 Tm 4,6). Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20). De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también su propia vida. Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber tampoco un cristiano. En efecto, «es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males» (Agustín, Disc. 46.13), como Jesús. Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros. Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos «atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados» (2 Co 4,8-9).
Soportar es saber vencer con Jesús, a la manera de Jesús, no a la manera del mundo. Por eso Pablo —lo hemos oímos— se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8) y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose. Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse. Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús.
La tercera palabra es oración. La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas. Nos lo recuerda la primera lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide, toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas. Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros, queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que confesaron la fe con su sangre. Estará también cerca de vosotros, queridos hermanos Arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre sus hombros. El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y custodie al Patriarca Ecuménico y también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, y bendiga al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.

miércoles, 28 de junio de 2017

Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del 28 de junio de 2017


El cristiano es contracorriente por fidelidad a la lógica del Reino de Dios y a un estilo de vida basado en las indicaciones de Jesús

El Papa en la audiencia del miércoles
El Papa en la audiencia del miércoles
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 28 Jun. 2017).- El papa Francisco prosiguió en la audiencia de este miércoles con el ciclo de catequesis sobre la esperanza.
A continuación el Texto completo de la catequesis
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionamos sobre la esperanza cristiana como fuerza de los mártires. Cuando, en el Evangelio, Jesús envía a sus discípulos en misión, no los ilusiona con quimeras de fácil suceso; al contrario, les advierte claramente que el anuncio del Reino de Dios implica siempre una oposición.
Y usa incluso una expresión extrema: «Serán odiados – odiados – por todos a causa de mi Nombre». Los cristianos aman, pero no siempre son amados. Desde el inicio Jesús nos pone ante esta realidad: en una medida más o menos fuerte, la confesión de la fe se da en un clima de hostilidad.
Los cristianos son pues hombres y mujeres ‘contracorriente’. Es normal: porque el mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en diversas formas de egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina en dirección contraria. No por un espíritu polémico, sino por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza, y se traduce en el estilo de vida basado en las indicaciones de Jesús.
Y la primera indicación es la pobreza. Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, parece que pone más atención en el ‘despojarlos’ que en el ‘vestirlos’. De hecho, un cristiano que no es humilde y pobre, desapegado de las riquezas y del poder y sobre todo desapegado de sí, no se asemeja a Jesús.
El cristiano recorre su camino en este mundo con lo esencial para el camino, pero con el corazón lleno de amor. La verdadera derrota para él o para ella es caer en la tentación de la venganza y de la violencia, respondiendo al mal con el mal.
Jesús dice: ‘Yo los envío como a ovejas en medio de lobos’. Por lo tanto, sin fauces, sin garras, sin armas. El cristiano deberá ser más bien prudente, a veces también astuto: estas son virtudes aceptadas por la lógica evangélica. Pero la violencia jamás. Para derrotar al mal, no se puede compartir los métodos del mal.
La única fuerza del cristiano es el Evangelio. En los momentos de dificultad, se debe creer que Jesús está delante de nosotros, y no cesa de acompañar a sus discípulos. La persecución no es una contradicción al Evangelio, sino que forma parte de este: si han perseguido a nuestro Maestro, ¿Cómo podemos esperar que nos sea eximida la lucha?
Pero, en medio a la tormenta, el cristiano no debe perder la esperanza, pensando de haber sido abandonado. Jesús conforta a los suyos diciendo: ‘Ustedes tienen contados todos sus cabellos’. Para decir que ningún sufrimiento del hombre, ni siquiera el más pequeño y escondido, es invisible a los ojos de Dios. Dios ve, y seguramente protege; y donará su rescate.
De hecho, existe en medio de nosotros Alguien que es más fuerte que el mal, más fuerte que las mafias, que los oscuros engaños, de quien lucra sobre la piel de los desesperados, de quien aplasta a los demás con prepotencia… Alguien que escucha desde siempre la voz de la sangre de Abel que grita desde la tierra.
Los cristianos deben pues encontrarse siempre del ‘otro lado’ del mundo, aquel elegido por Dios: no perseguidores, sino perseguidos; no arrogantes, sino humildes; no vendedores de humo, sino subyugados a la verdad; no impostores, sino honestos.
Esta fidelidad al estilo de Jesús –que es un estilo de esperanza– hasta la muerte, será llamada por los primeros cristianos con un nombre bellísimo: “martirio”, que significa “testimonio”.
Habían tantas otras posibilidades, ofrecidas por el vocabulario: se podía llamar heroísmo, abnegación, sacrificio de sí. En cambio, los cristianos de los primeros tiempos los han llamado con un nombre que perfuma de seguidores.
Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar sus propias ideas, y aceptan deber morir sólo por fidelidad al Evangelio. El martirio no es ni siquiera el ideal supremo de la vida cristiana, porque sobre ello está la caridad, es decir, el amor hacia Dios y hacia el prójimo.
Lo dice bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad, es decir el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Lo dice bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad: ‘Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada’. Disgusta a los cristianos la idea que los terroristas suicidas puedan ser llamados “mártires”: no hay nada en su fin que pueda asemejarse a la actitud de los hijos de Dios.
A veces, leyendo las historias de tantos mártires de ayer y hoy –que son más de los mártires de los primeros tiempos– nos quedamos sorprendidos ante la fortaleza con la cual han enfrentado la prueba. Esta fortaleza es signo de la gran esperanza que los animaba: la esperanza cierta que nada y nadie los podía separar del amor de Dios donado en Jesucristo.
Que Dios nos done siempre la fuerza de ser sus testigos. Nos done vivir la esperanza cristiana sobre todo en el martirio escondido de hacer bien y con amor nuestros deberes de cada día. Gracias».

martes, 27 de junio de 2017

El Papa en 25 aniversario de obispo: Somos abuelos de la Iglesia llamados a darle sentido

El Papa en 25 aniversario de obispo: Somos abuelos de la Iglesia llamados a darle sentido

Por Miguel Pérez Pichel



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El Papa Francisco durante su homilía. Foto: L'Osservatore Romano
El Papa Francisco durante su homilía. Foto: L'Osservatore Romano
VATICANO, 27 Jun. 17 / 01:56 am (ACI).- El Papa Francisco negó que la Iglesia sea una institución gobernada por ancianos, y animó a los cardenales y obispos que ya tienen una edad avanzada, a vivir en la Iglesia “como abuelos que cuidan y enseñan a sus nietos”.
El Santo Padre realizó esta afirmación durante la Misa, concelebrada con los Cardenales presentes en Roma, que presidió en la Capilla Paolina del Palacio Apostólico del Vaticano con motivo del 25 aniversario de su ordenación episcopal, que tuvo lugar el 27 de junio de 1992.
En ella, reflexionó sobre los tres mandatos que Dios le da a Abraham, y que son asumibles también para los Cardenales, Obispos y demás pastores de la Iglesia: “levántate, mira y espera”.

El Papa comenzó su homilía recordando que “en la primer lectura hemos escuchado cómo continúa el diálogo entre Dios y Abraham, ese diálogo que comenzó con aquel ‘deja tu tierra’”.
Explicó que en ese diálogo se encuentran tres imperativos: levántate, mira y espera. “Tres imperativos que muestran el camino que debe recorrer Abraham y también el modo de hacerlo: levántate, mira, espera”.

Levántate
“Levántate, camina, no te quedes parado”, eso es lo que Dios le dice a Abraham “y a todos nosotros”. “Tienes una misión, una obligación, y debes hacer el camino. Levántate, en pie”.
Abraham escuchó ese mandato sin protestar, a pesar de su edad, “y comenzó a caminar. Siempre en camino, y el símbolo de esto es la tienda. Dice el libro del génesis que Abraham andaba con la tienda, y cuando se paraba, la montaba. Abraham nunca hizo una casa para él. En ocasiones construía un altar para adorar a Aquel que le mandaba levantarse, ponerse en camino con la tienda”
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Mira
El segundo imperativo es “mira”, “levanta los ojos, y allí donde estés, dirige la mirada en medio del oriente y el occidente, mira el horizonte. No construyas muros. Mira siempre y ve adelante. Es la mística del horizonte: cuanto más avanzas, más lejano está el horizonte. Dirige la mirada, adelante, siempre caminando hacia el horizonte”.

Espera
Por último, Dios le pide que tenga paciencia, que espere, “y se lo dice a un hombre anciano que no pudo tener hijos. Le dice: ‘Tu heredad será como el polvo de la tierra, y si alguien puede contar el polvo de la tierra, podrá contar el número de tus descendientes’”.
Y más adelante le dice: ‘Levanta la mirada y mira el cielo, cuenta las estrellas: así será tu descendencia’. Y Abraham creyó y el Señor le concedió la justicia”.
“Nunca muros, horizontes: levántate, mira, espera. La esperanza es sin muros, siempre con horizontes”.

Abuelos de la Iglesia
A continuación, tras reflexionar sobre estos tres imperativos, Francisco se dirigió a los Cardenales de la Curia para explicarles que, aunque casi todos tienen ya, al igual que él, una edad avanzada, deben seguir el ejemplo de Abraham, quien asumió la vocación y la misión que Dios le encargó cuando ya era anciano. El Pontífice explicó que cuando Abraham recibió la llamada de Dios, “tenía más o menos nuestra edad. Estaba más bien camino a retirarse, para descansar. Era un hombre anciano con el peso de la vejez, esa vejez que trae el dolor, las enfermedades, pero él como si fuera un joven, un ‘scout’: levántate y ve. Mira y espera”.

“Estas palabras de Dios son también para nosotros, que tenemos una edad como aquella de Abraham, y a nosotros hoy el Señor nos dice lo mismo: levántate, mira y espera. Nos dice que no es hora de poner nuestra vida en cierre, que no es hora de cerrar nuestra historia. El Señor nos dice que nuestra vida está todavía abierta, en misión, una misión que se resume en esas tres palabras: levántate, mira y espera”.
El Obispo de Roma rechazó las acusaciones de “gerontocracia”, gobierno de los ancianos, en la Iglesia, y señaló que los Cardenales y los Obispos, sobre todos aquellos que ya tienen una edad avanzada, deben ser como “abuelos” que enseñan a sus “nietos”.

“Algunos, que no nos quieren demasiado, dicen de nosotros que somos la ‘gerontocracia’ de la Iglesia. Es una maldad, no comprenden lo que dicen, nosotros no somos viejos, somos abuelos, y si no sentimos esto tenemos que pedir la gracia de sentirlo, abuelos a los que miran sus nietos, a los que debemos dar un sentido de la vida con nuestra experiencia. Abuelos que no están cerrados en la melancolía de la historia, sino abiertos”.
“Para nosotros –continuó– ese ‘levántate, mira y espera’ se llama soñar. Somos abuelos llamados a soñar y a dar nuestro sueño a la juventud necesitada de hoy, porque ellos tomarán de nuestro sueño la fuerza para llevar adelante sus obligaciones”.

Y concluyó insistiendo en que lo que Dios les pide es ser ‘abuelos’ de su pueblo. “Eso es lo que el Señor nos pide hoy: ser abuelos, tener la vitalidad de dar a los jóvenes lo mejor de nosotros, sin cerrarnos. Ellos esperan de nuestra experiencia y de nuestros sueños positivos la profecía y el trabajo para ir adelante”.




Audiencia al Patriarcado de Constantinopla en la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo

El intercambio de delegaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla, acrecienta el deseo de la comunión


Delegación del Patriarcado de Constantinopla (Osservatore © Romano)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 27 Jun. 2017).- El santo padre Francisco ha recibido este martes en audiencia en el Vaticano, a la delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, llegada como es tradicional a Roma con motivo de la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo.


A continuación el discurso del Santo Padre a los miembros de la delegación
«Eminencia, queridos hermanos en Cristo,
Gracias por haber venido aquí, con motivo de la fiesta de los santos Pedro y Pablo, principales patrones de esta Iglesia de Roma; sed bienvenidos. Agradezco vivamente a su santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomé y al Santo Sínodo que os hayan enviado, queridos hermanos, como representantes suyos, para compartir con nosotros la alegría de esta fiesta.


Pedro y Pablo, discípulos y apóstoles de Jesucristo, sirvieron al Señor con diferentes estilos y de modo diverso. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, ambos dieron testimonio del amor misericordioso de Dios Padre, del cual cada uno a su manera, tuvo una experiencia profunda, hasta ofrecer en sacrificio su propia vida.

Por eso, desde tiempos remotos, la Iglesia en Oriente y en Occidente une en una sola celebración la memoria del martirio de Pedro y de Pablo. Efectivamente, es justo celebrar juntos su ofrenda por amor del Señor que es ,al mismo tiempo, memoria de unidad en la diversidad. Como bien saben, la iconografía representa a los dos apóstoles estrechamente abrazados, profecía de la comunión eclesial única en la cual las diferencias legítimas deben convivir.
El intercambio de delegaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla, con motivo de las respectivas fiestas patronales, acrecienta en nosotros el deseo de restablecer plenamente la comunión entre católicos y ortodoxos, que ya anticipamos en el encuentro fraterno, en la oración compartida y el servicio común al Evangelio.

La experiencia del primer milenio, cuando los cristianos de Oriente y de Occidente participaban en la misma mesa eucarística, custodiando por una parte las mismas verdades de la fe y cultivando por otra varias tradiciones teológicas, espirituales y canónicas compatibles con la enseñanza de los apóstoles y de los concilios ecuménicos, es el punto de referencia necesario y la fuente de inspiración para la búsqueda del restablecimiento de la plena comunión en las condiciones actuales, una comunión que no sea uniformidad homologada.

Vuestra presencia me brinda la feliz oportunidad de recordar que este año se cumple el cincuenta aniversario de la visita del beato Papa Pablo VI a el Fanar en julio de 1967, y la visita del patriarca Atenágoras, de venerada memoria, a Roma, en octubre de ese mismo año. El ejemplo de estos pastores valientes y de amplias miras, movidos únicamente por el amor por Cristo y por su Iglesia, nos anima a continuar en nuestro camino hacia la unidad plena.

Hace cincuenta años las dos visitas fueron acontecimientos que despertaron una inmensa alegría y entusiasmo entre los fieles de las Iglesias de Roma y de Constantinopla y contribuyeron a que madurase la decisión de enviar delegaciones para las respectivas fiestas patronales, como seguimos haciéndolo hoy en día.

Estoy profundamente agradecido al Señor, porque me sigue dando la oportunidad de encontrarme con mi amado hermano Bartolomé. En particular, tengo  un recuerdo agradecido y benéfico de nuestro reciente encuentro en El Cairo, donde pude constatar una vez más la profunda consonancia de puntos de vista sobre algunos de los retos que tocan la vida de la Iglesia y el mundo contemporáneo.

El próximo mes de septiembre en Leros, Grecia, se reunirá el Comité de Coordinación de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, co-presidida por Su Eminencia el cardenal Kurt Koch, tras la generosa invitación del Metropolitano Paisios.
Espero que esta reunión, en un clima espiritual de escucha de la voluntad del Señor y conscientes del camino que muchos católicos y fieles ortodoxos ya están recorriendo juntos en varias partes del mundo, sea rica de buenos resultados para el futuro del diálogo teológico.

Eminencia, queridos hermanos, la unidad de todos sus discípulos fue la petición conmovedora que Jesucristo hizo al Padre poco antes de su pasión y muerte (cf. Jn 17,21). El cumplimiento de esta súplica está confiada a Dios, pero pasa también a través de nuestra docilidad y obediencia a su voluntad. Recemos unos por otros para que el Señor nos conceda ser instrumentos de comunión y paz, confiando en la intercesión de los santos Pedro y Pablo y de San Andrés. También yo les pido, por favor, que sigan rezando por mí».

domingo, 25 de junio de 2017

Ángelus: “No es el éxito lo que cuenta sino la fidelidad”



El Papa comenta el evangelio del domingo (traducción completa)

Angelus 25/06/2017, CTV
Angelus 25/06/2017, CTV
(ZENIT-Ciudad del vaticano 25 de junio de 2017). – 

Palabras del Papa Francisco antes de la oración del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En el Evangelio de hoy  (cf. Mt 10, 26-33), después de haber llamado y enviado a sus discípulos en misión, el Señor les instruye y les prepara para afrontar las pruebas y las persecuciones que ellos encontrarán.
Partir en misión, no es hacer turismo, y Jesús advierte a los suyos: “encontraréis persecuciones”. Les exhorta así: “No tengáis miedo de los hombres, porque no hay nada oculto que no será revelado… Lo que os digo en las tinieblas decídlo vosotros a la luz… y no tengáis miedo de los que matan el cuerpo, porque no tienen el poder de matar el alma” (vv. 26-28). Ellos pueden matar el cuerpo, pero no tienen el poder de matar el alma: no tengáis miedo de ellos.

El envío en misión por Jesús no garantiza a los discípulos el éxito, lo mismo que no les pone al abrigo de los fracasos ni de los sufrimientos. Tienen que tener en cuenta la posibilidad de rechazo lo mismo que de la persecución. Esto da un poco de miedo, pero es la verdad. El discípulo está llamado a conformar su vida a la de Cristo que ha sido perseguido por los hombres, ha conocido el rechazo, el abandono y la muerte en cruz. No hay misión cristiana con la enseña de la tranquilidad! Las dificultades y las tribulaciones forman parte de la obra de la evangelización, y estamos llamados a encontrar la ocasión de verificar la autenticidad de nuestra fe y de nuestra relación con Jesús. Debemos considerar estas dificultades como la posibilidad de ser todavía más misioneros y de crecer en esta confianza en Dios, nuestro Padre, que no abandona a sus hijos a la hora de la tempestad.

En las dificultades del testimonio cristiano en el mundo, no somos olvidados jamás, sino asistidos siempre por la solícita atención del Padre.Por eso en el Evangelio de hoy, Jesús tranquiliza a sus discípulos por tres veces diciendo: “No temáis “!
En nuestros días también, hermanos y hermanas, la persecución contra los cristianos está presente. Oramos por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y alabamos a Dios, porque a pesar de esto continúan dando testimonio de su fe con valentía y con fidelidad.

Que su ejemplo nos ayude a no dudar a tomar posición por Cristo, dando testimonio con valentía en las situaciones de cada día incluso en el contexto de aparente tranquilidad.
La ausencia de hostilidad o de tribulaciones puede ser una forma de prueba. El Señor nos envía también en nuestra época no solamente como “ovejas en medio de lobos” sino como centinelas en medio de la gente que no quiere ser despertada de su torpeza mundana, que ignora las palabras de Verdad del Evangelio, construyéndose sus propias verdades efímeras. Y si vamos o si vivimos en estos contextos  y si decimos Palabras del Evangelio, esto molesta y nos miran de reojo.

Pero en todo esto, el Señor sigue diciéndonos, como les decía a sus discípulos en su tiempo: “No tengáis miedo”! No olvidemos esta palabra: cuando estamos atribulados por algo, alguna persecución, alguna cosa que nos hace sufrir, escuchemos siempre la voz de Jesús en nuestro corazón: “No tengas miedo! No tengas miedo, avanza! Yo estoy contigo!”
No tengáis miedo a que os ridiculicen y os maltraten, y no tengáis miedo de que os ignoren o “delante” os honoren pero “detrás” combaten el Evangelio. Hay tantos que, delante, nos sonríen y detrás combaten el Evangelio. Conocemos todos. Jesús no nos deja solos porque somos preciosos para él. Por eso él no nos deja solos: cada uno de nosotros es precioso para Jesús, y él nos acompaña.

Que la Virgen María, modelo de adhesión humilde y valiente a la Palabra de Dios, nos ayude a comprender que en el testimonio de la fe no son los éxitos lo que cuentan sino la fidelidad, la fidelidad a Cristo, reconociendo en toda circunstancia, incluso en las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros.
© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

miércoles, 21 de junio de 2017

Texto completo de la catequesis del 21 de junio de 2017 en la audiencia del papa Francisco



La esperanza y la intercesión de los santos en nuestro camino, estuvieron en el centro de la audiencia


Audiencia del 21 de junio de 2017
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 21 Jun. 2017).- En la audiencia de este miércoles el papa Francisco recordó que los santos nos ayudan cada día con su presencia discreta, y que esto es motivo de esperanza.

 A continuación el texto completo de la audiencia, con los añadidos que ha improvisado.

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El día de nuestro bautismo, ha resonado para nosotros la invocación a los santos. Muchos de nosotros en ese momento éramos niños en los brazos de nuestros padres. Poco antes de recibir el óleo de la unción bautismal como catecúmenos, símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invita a toda la asamblea a rezar por aquellos que están a punto de recibir el bautismo, invocando la intercesión de los santos.
Esta es la primera vez que en el curso de nuestra vida, nos regalaron la presencia de los hermanos y hermanas ‘mayores’, que han pasado por nuestro mismo camino, que han vivido nuestras mismas fatigas, y viven para siempre en el abrazo de Dios.

La Carta a los Hebreos define esta compañía que nos rodea, con la expresión “multitud de testigos”. Así son los santos: una multitud de testimonios. Los cristianos en el combate contra el mal, no se desesperan. El cristianismo cultiva una confianza inquebrantable: no cree que las fuerzas negativas y disgregantes puedan prevalecer.
La última palabra sobre la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no es la guerra. En cada momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que “nos han precedido con el signo de la fe”, (Canon Romano).

Su existencia nos demuestra sobre todo que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y además nos conforta: no estamos solos, la Iglesia está compuesta de innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la acción del Espíritu Santo están involucrados en las vivencias de los que todavía viven aquí abajo.
La del bautismo, no es la única invocación a los santos que marca el camino de la vida cristiana. Cuando los novios consagran su amor en el sacramento del Matrimonio, viene invocada de nuevo para ellos –en esta ocasión como pareja– la intercesión de los santos. Y esta invocación es fuente de confianza para los dos jóvenes que parten hacia el ‘viaje’ de la vida conyugal.

Quien ama de verdad tiene la necesidad y el valor de decir ‘para siempre’, pero también sabe que necesita de la gracia de Cristo y de la ayuda de los santos para poder vivir la vida matrimonial para siempre. No como algunos dicen: ‘hasta el dura el amor’. No: para siempre. Contrariamente es mejor no casarse. O para siempre o nada.
Por esto, en la liturgia nupcial, se invoca la presencia de los santos. Y en los momentos difíciles, hace falta el valor para alzar los ojos al cielo, pensando en tantos cristianos que han pasado por tribulaciones y han conservado blancos sus vestidos bautismales, lavándolos en la sangre del Cordero. Así dice el libro del Apocalipsis.

Dios no nos abandona nunca: cada vez que le necesitemos, vendrá un ángel suyo a levantarnos y a infundirnos su consuelo. “Ángeles” que algunas veces tienen un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondidos en medio de nosotros.
Esto es difícil de entender y también de imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguno invoca un santo o una santa, es justamente porque está cerca de nosotros.

También los sacerdotes custodian el recuerdo de una invocación a los santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más conmovedores de la liturgia de ordenación. Los candidatos se echan a tierra, con la cara hacia el suelo. Y toda la asamblea, guiada por el obispo, invoca la intercesión de los santos. Un hombre, que permanece aplastado por el peso de la misión que se le confía, pero que al mismo tiempo siente todo el paraíso en sus espaldas, que la gracia de Dios no faltará, porque Jesús permanece siempre fiel, y por tanto se puede partir serenos y llenos de ánimo. No estamos solos.
¿Y qué somos nosotros?, somos polvo que aspira al cielo. Débiles en nuestras fuerzas, pero potente el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Somos fieles a esta tierra, que Jesús ha amado en cada instante de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo, donde finalmente no habrá más lágrimas, ni maldad ni sufrimiento. Que el Señor nos de la esperanza de ser santos.

Pero alguien podría preguntarme:
— ‘¿Padre, se puede ser santos en la vida de todos los días?’
— Sí se puede.
— ‘¿Esto significa que tenemos que rezar durante todo el día?’.
– No, significa que uno tiene que hacer su deber todo el día, rezar, ir al trabajo, cuidar a los hijos.
Pero hay que hacer todo esto con el corazón abierto hacia Dios, de manera que en el trabajo, en la enfermedad y en el sufrimiento, y también en las dificultades, estar abiertos a Dios. Y así uno puede volverse santo. Que el Señor nos de la esperanza de ser santos.

¡No pensemos que es algo difícil, que es más fácil ser delincuentes que santos! No. Se puede ser santos porque nos ayuda el Señor y es Él quien nos ayuda. Es el gran regalo que cada uno de nosotros puede devolver al mundo.

Que el Señor nos de la gracia de creer tan profundamente en Él, que podamos volvernos imagen de Cristo en este mundo. Nuestra historia necesita ‘místicos’. Tiene necesidad de personas que rechazan todo dominio, que aspiran a la caridad y a la fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando también una porción de sufrimiento, porque se hacen cargo de la fatiga de los demás. Y sin estos hombres y mujeres el mundo no tendría esperanza.
Por esto les deseo a ustedes –y lo deseo también para mi– que el Señor nos de la esperanza de ser santos. Gracias»
(Traducido por ZENIT desde el audio)

martes, 20 de junio de 2017

Aliento del Papa a los participanes en el Congreso Mundial de SIGNIS 2017




2017-06-19 Radio Vaticana
(RV).- "Seguir buscando todos los medios tecnológicos y sociales para cooperar en la misión universal de la Iglesia de anunciar el Evangelio de la paz": es el aliento del Papa a todos los profesionales de los medios de comunicación católicos, que se reúnen del 19 al 22 de junio en Quebec, Canadá, con ocasión del Congreso Mundial de SIGNIS, la Asociación Católica Internacional para la comunicación.

Hacer accesible la esperanza a todos
En el mensaje enviado a Mons. Dario Edoardo Viganò, Prefecto de la Secretaría para la Comunicación, y firmado por el cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin, el pontífice desea que el Congreso pueda inspirar una esperanza, accesible a todos, “precisamente en el lugar donde la vida conoce la amargura del fracaso".
Periodistas, testigos de la esperanza
Al Congreso también llegó el saludo del cardenal Gérald Cyprien Lacroix, arzobispo de Quebec, quien destaca cómo esta conferencia permitirá a los operadores de los medios de comunicación “valorizar su precioso aporte en el dar testimonio de la esperanza del hombre”. “Ustedes son válidos mensajeros - escribe el purpurado -  de los frutos que produce la Palabra de Dios”.

Una sesión dedicada a la reforma de los medios del Vaticano
Centrado en el tema “Medios de Comunicación para una Cultura de Paz: promover historias de esperanza”, el Congreso se abre con una mesa redonda en la que cuatro representantes de organizaciones católicas explican cómo contar historias de esperanza. Seguidamente, representantes del mundo audiovisual dirán cómo “encontrar a Dios en todas las cosas, y filmarlo”. Una sesión específica en la tarde del lunes 19 de junio estará dedicada a profundizar en la reforma de las comunicaciones del Vaticano.
Los jóvenes, la fe y las redes sociales 

Central también la reflexión sobre la participación religiosa y espiritual de los jóvenes que comparten su fe en las redes sociales, el análisis de la relación entre la música y la esperanza, y el de cómo no desesperarse en situaciones de crisis. Serán expuestas experiencias de colaboración en el campo de los medios de comunicación para afrontar campañas de sensibilización.
(Traducción del italiano: Griselda Mutual – Radio Vaticano)

domingo, 18 de junio de 2017

Texto completo del Papa en el ángelus del domingo 18 de junio de 2017



El Santo Padre indica que “nutrirnos de Jesús Eucaristía significa además abandonarnos con confianza en Él”

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, Abr. 2017).- En este domingo caliente de primavera de Roma, el papa Francisco saludó a los miles de fieles y peregrinos que le esperaban en la plaza de San Pedro para rezar la oración del ángelus.
Palabras del Santo padre antes de rezar el ángelus
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En Italia y en muchos países se celebran este domingo la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo: con frecuencia se utiliza el nombre en latín, Corpus Domini o Corpus Christi. Cada domingo la comunidad eclesial se reúne alrededor de la Eucaristía, sacramento instituido por Jesús en la Última cena. Así cada año tenemos la alegría de celebrar la fiesta dedicada a este misterio central de la fe, para expresar en plenitud nuestra adoración a Cristo que se dona como alimento y bebida de salvación.
El pasaje del Evangelio de hoy, tomado de San Juan, es una parte del discurso sobre el “Pan de vida” (cf. 6,51-58). Jesús afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. […] El pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo”(v. 51). Él quiere decir que el Padre lo envió al mundo como alimento de vida eterna y que para ello Él se sacrificará a sí mismo, su carne.
De hecho, Jesús, en la cruz, ha donado su cuerpo y ha derramado su sangre. El Hijo del hombre crucificado es el verdadero Cordero pascual, que hace salir de la esclavitud del pecado y sostiene en el camino hacia la tierra prometida. La Eucaristía es el sacramento de su carne dada para hacer vivir el mundo; quien se nutre de este alimento permanece en Jesús y vive por Él. Asimilar a Jesús significa estar en él, volviéndose hijos en el Hijo.
En la Eucaristía, Jesús, como lo hizo con los discípulos de Emaús, se pone a nuestro lado, peregrinos en la historia, para alimentar en nosotros la fe, la esperanza y la caridad; para confortarnos en las pruebas; para sostenernos en el compromiso por la justicia y la paz.
Esta presencia solidaria del Hijo de Dios está en todas partes: en las ciudades y en el campo, en el Norte y Sur del mundo, en países de tradición cristiana y en los de primera evangelización.
Y en la Eucaristía Él se ofrece a sí mismo como fuerza espiritual para ayudarnos a poner en práctica su mandamiento: amarnos los unos a otros como Él nos ha amado, mediante la construcción de comunidades acogedoras y abiertas a las necesidades de todos, especialmente de las personas más frágiles, pobres y necesitadas.
Nutrirnos de Jesús Eucaristía significa además abandonarnos con confianza en Él y dejarnos guiar por Él. Se trata de recibir a Jesús en el lugar del propio ‘yo’. De este modo el amor gratuito recibido de Jesús en la comunión eucarística, con la obra del Espíritu Santo, alimenta el amor por Dios y por los hermanos y hermanas que encontramos en el camino de cada día. Nutridos por el Cuerpo de Cristo, nos volvemos cada vez más y concretamente, Cuerpo Místico de Cristo.
Nos lo recuerda el Apóstol Pablo: «La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan».(1 Cor 10,16-17).
La Virgen María, que siempre ha estado unida a Jesús Pan de Vida, nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, a nutrirnos de ella con fe, para vivir en comunión con Dios y con hermanos».
El Sucesor de Pedro reza el ángelus y después dirige las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas:
Pasado mañana se celebra la Jornada Mundial del Refugiado promovida por Naciones Unidas. El tema de este año es “Con los refugiados. Hoy más que nunca debemos estar del lado de los refugiados”.
El foco concreto de esta Jornada se centrará en las mujeres, hombres y niños que huyen de conflictos, violencia y persecución. Recordamos también con la oración a todos aquellos que han perdido la vida en el mar o en los agotadores viajes por tierra.
Sus historias de dolor y esperanza pueden convertirse en oportunidades de encuentro fraterno y de auténtico conocimiento recíproco. De hecho, el encuentro personal con los refugiados disipa los temores y las ideologías distorsionadas, convirtiéndose en factor de crecimiento en humanidad, capaz de despejar espacio a los sentimientos de apertura y a la ‘construcción de puentes’.



Misa del Corpus en Roma: “Agradezcamos al Señor por este don supremo”

Eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial


El Papa en la homilía de la misa de Corpus Domini en la basílica de San Juan de Letrán
(ZENIT – Roma, Abr. 2017).- El papa Francisco presidió este domingo en Roma celebración de Corpus Domino, en la basílica de San Juan de Letrán.
Antes de la procesión el Santo Padre celebró la santa misa en la explanada anterior a la catedral de Roma. A continuación el texto completo de la homilía:
«En la solemnidad del Corpus Christi aparece una y otra vez el tema de la memoria: «Recuerda todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer […]. No olvides al Señor, […] que te alimentó en el desierto con un maná» (Dt 8,2.14.16) —dijo Moisés al pueblo—. «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11,24) —dirá Jesús a nosotros—. El «pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6,51) es el sacramento de la memoria que nos recuerda, de manera real y tangible, la historia del amor de Dios por nosotros.
Recuerda, nos dice hoy la Palabra divina a cada uno de nosotros. El recuerdo de las obras del Señor ha hecho que el pueblo en el desierto caminase con más determinación; nuestra historia personal de salvación se funda en el recuerdo de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Recordar es esencial para la fe, como el agua para una planta: así como una planta no puede permanecer con vida y dar fruto sin ella, tampoco la fe si no se sacia de la memoria de lo que el Señor ha hecho por nosotros. Recuerda.
La memoria es importante, porque nos permite permanecer en el amor, re-cordar, es decir, llevar en el corazón, no olvidar que nos ama y que estamos llamados a amar. Sin embargo esta facultad única, que el Señor nos ha dado, está hoy más bien debilitada. En el frenesí en el que estamos inmersos, son muchas personas y acontecimientos que parecen como si pasaran por nuestra vida sin dejar rastro. Se pasa página rápidamente, hambrientos de novedad, pero pobres de recuerdos.
Así, eliminando los recuerdos y viviendo al instante, se corre el peligro de permanecer en lo superficial, en la moda del momento, sin ir al fondo, sin esa dimensión que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos. Entonces la vida exterior se fragmenta y la interior se vuelve inerte. En cambio, la solemnidad de hoy nos recuerda que, en la fragmentación de la vida, el Señor sale a nuestro encuentro con una fragilidad amorosa que es la Eucaristía.
En el Pan de vida, el Señor nos visita haciéndose alimento humilde que sana con amor nuestra memoria, enferma de frenesí. Porque la Eucaristía es el memorial del amor de Dios. Ahí «se celebra el memorial de su pasión» (Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona al Magníficat de las II Vísperas), del amor de Dios por nosotros, que es nuestra fuerza, el apoyo para nuestro caminar. Por eso, nos hace tanto bien el memorial eucarístico: no es una memoria abstracta, fría o conceptual, sino la memoria viva y consoladora del amor de Dios.
En la Eucaristía está todo el sabor de las palabras y de los gestos de Jesús, el gusto de su Pascua, la fragancia de su Espíritu. Recibiéndola, se imprime en nuestro corazón la certeza de ser amados por él. Y mientras digo esto, pienso de modo particular en vosotros, niños y niñas, que hace poco habéis recibido la Primera Comunión y que estáis aquí presentes en gran número.
Así la Eucaristía forma en nosotros una memoria agradecida, porque nos reconocemos hijos amados y saciados por el Padre; una memoria libre, porque el amor de Jesús, su perdón, sana las heridas del pasado y nos mitiga el recuerdo de las injusticias sufridas e infligidas; una memoria paciente, porque en medio de la adversidad sabemos que el Espíritu de Jesús permanece en nosotros.
La Eucaristía nos anima: incluso en el camino más accidentado no estamos solos, el Señor no se olvida de nosotros y cada vez que vamos a él nos conforta con amor. La Eucaristía nos recuerda además que no somos individuos, sino un cuerpo.
Como el pueblo en el desierto recogía el maná caído del cielo y lo compartía en familia (cf. Ex 16), así Jesús, Pan del cielo, nos convoca para recibirlo juntos y compartirlo entre nosotros. La Eucaristía no es un sacramento «para mí», es el sacramento de muchos que forman un solo cuerpo.
Nos lo ha recordado san Pablo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10,17). La Eucaristía es el sacramento de la unidad. Quien la recibe se convierte necesariamente en artífice de unidad, porque nace en él, en su «ADN espiritual», la construcción de la unidad.
Que este Pan de unidad nos sane de la ambición de estar por encima de los demás, de la voracidad de acaparar para sí mismo, de fomentar discordias y diseminar críticas; que suscite la alegría de amarnos sin rivalidad, envidias y chismorreos calumniadores. Y ahora, viviendo la Eucaristía, adoremos y agradezcamos al Señor por este don supremo: memoria viva de su amor, que hace de nosotros un solo cuerpo y nos conduce a la unidad».

viernes, 16 de junio de 2017

Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del 14 de junio de 2017

"Dios nos ama como somos: nos ama siempre y de manera incondicional”


En el jeep (Osservatore © Romano)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 14 Jun. 2017).- El papa Francisco realizó hoy en la plaza de San Pedro la audiencia de los miércoles, en la cual  prosiguió con la serie de catequesis sobre la esperanza.
A continuación el texto completo:
«¡Queridos hermanos y hermanas , buenos días!
Hoy hacemos esta Audiencia en dos lugares, unidos a través de las pantallas gigantes: los enfermos están en el Aula Pablo VI para que no sufran tanto el calor y nosotros aquí. Pero todos juntos. Y nos une el Espíritu Santo, que es el que hace siempre la unidad. Saludemos a los que están en el Aula…
Ninguno de nosotros puede vivir sin amor. Y una de las más feas esclavitudes en la que podemos caer es la de creer que el amor se merece. Seguramente gran parte de la angustia del hombre contemporáneo viene de esto: creer que si no somos fuertes, atrayentes y bellos, nadie se ocupará de nosotros.
¿Es la vía de la “meritocracia” no? Tantas personas hoy día buscan una visibilidad sólo para colmar el vacío interior: como si fuéramos personas eternamente necesitadas de ser confirmados. Pero ¿imagínense un mundo donde todos mendiguen la atención de los demás, y nadie esté dispuesto a amar gratuitamente a otra persona? Imagínense un mundo así…un mundo sin la gratuidad del quererse bien….Parece un mundo humano, pero en realidad está enfermo.

Tantos narcisismos del ser humano, nacen de un sentimiento de soledad. Y también de orfandad. Detrás de tantos comportamientos aparentemente inexplicables se esconde una pregunta: ¿Es posible que yo no merezca ser llamado por mi nombre; o lo que es lo mismo, no merezca ser amado? Porque el amor siempre te llama por tu nombre.
Cuando es un adolescente quien no es o no se siente amado; entonces puede nacer la violencia. Detrás de tantas formas de odio social y de vandalismo, se esconde con frecuencia un corazón que no ha sido reconocido.

No existen los niños malos, como tampoco existen los adolescentes del todo malvados, existen personas infelices. ¿Y qué nos puede hacer felices más que la experiencia de dar y recibir amor? La vida del ser humano es un intercambio de miradas: alguien que al mirarnos, nos arranca una primera sonrisa, y en la sonrisa que ofrecemos gratuitamente a quien está encerrado en la tristeza. Y así es cómo abrimos el camino. Intercambio de miradas: mirarse a los ojos….y así se abren las puertas del corazón.
El primer paso que Dios realiza en nosotros, es un amor que nos anticipa de manera incondicional. Dios siempre ama primero. Dios no nos ama porque nosotros tememos motivos que despierten su amor. Dios nos ama porque Él mismo es amor y el amor por su propia naturaleza tiende a difundirse, a darse.

Dios no vincula su benevolencia a nuestra conversión: aunque ésta sea una consecuencia del amor de Dios. San Pablo lo dice de manera perfecta: “Dios demuestra su amor hacia nosotros, en el hecho de que aunque éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5,8).
Mientras aún éramos pecadores. Un amor incondicional. Estábamos lejos, como el hijo pródigo de la parábola: “Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vió, tuvo compasión….” (Lc 15,20). Por amor hacia nosotros, Dios realizó un éxodo de sí mismo, para venir a nuestro encuentro, en esta tierra, dónde insensato que Él transitara. Dios nos amaba aun cuando estábamos equivocados.

¿Quién de nosotros ama de esta manera, a no ser quien es madre o padre? Una madre sigue amando a su hijo aunque éste hijo esté en la cárcel. Yo recuerdo tantas madres, haciendo la fila para entrar en la cárcel, en la primera diócesis dónde estuve: tantas madres. Y no se avergonzaban. El hijo estaba en la cárcel, pero era su hijo.
Y sufrían tantas humillaciones en la antesala, antes de entrar, pero “es hijo mío”. “¡Pero señora, su hijo es un delincuente! – “Es hijo mío”- Sólo este amor de madre y de padre, nos hace comprender cómo es el amor de Dios.

Una madre, no pide que no se aplique la justicia de los hombres, porque todo error necesita redimirse, pero una madre nunca deja nunca de sufrir por el propio hijo. Lo ama a pesar de saber que es pecador.
Dios hace lo mismo con nosotros: somos sus hijos amados. ¿Pero puede ser que Dios tenga algún hijo al que no ame? No. Todos somos hijos amados de Dios. No hay ninguna maldición sobre nuestra vida, lo único es la benévola palabra de Dios, que ha sacado nuestra existencia de la nada. La verdad de todo está en esa relación de amor que une al Padre con el Hijo mediante el Espíritu Santo, relación en la cual, nosotros somos recibidos mediante la gracia.

En Él, en Cristo Jesús, hemos sido queridos, amados, deseados. Es Él quien ha impreso en nosotros una belleza primordial que ningún pecado, ninguna decisión equivocada podrá nunca borrar enteramente.
Nosotros, ante los ojos de Dios, somos siempre pequeños manantiales hechos para salpicar el agua buena. Lo dijo Jesús a la samaritana: “ El agua que yo te daré, se hará en ti una corriente de agua, de la que fluye la vida eterna”. (Jn. 4,14)

Para cambiar el corazón de una persona infeliz, ¿cuál es la medicina? ¿Cuál es la medicina para cambiar el corazón de una persona que no es feliz? (responden ‘el amor’) ¡Más fuerte! (‘¡el amor!’)
¡Muy despiertos!, muy despiertos, ¡todos están muy despiertos! ¿Y cómo hacemos sentir a una persona que la amamos? Hace falta sobretodo abrazarla. Hacerle sentir que es deseada, que es importante, y dejará de estar triste.

El amor llama al amor, de un modo mucho más fuerte de cuanto el odio llama a la muerte. Jesús no murió y resucitó para si mismo, sino por nosotros, para que nuestros pecados sean perdonados. Así que es tiempo de Resurrección para todos: tiempo de levantar a los pobres de la desesperanza, sobre todo a aquellos que yacen en el sepulcro mucho más que tres días.
Sopla aquí, sobre nuestros rostros, un viento de liberación. Haz que germine aquí, el don de la esperanza. Y la esperanza es la de Dios Padre que nos ama como somos: nos ama siempre, a todos. Buenos y malos. ¿De acuerdo? ¡Gracias!»

martes, 13 de junio de 2017

El Papa Francisco en la homilía en Santa Marta, 12-6-2017: El consuelo es un don de Dios y un servicio a los demás





 El Santo Padre Francisco celebra la Misa matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta.
(RV, 12-6-2017).- El consuelo es un don de Dios y un servicio a los demás. De modo que nadie puede consolarse a sí mismo autónomamente, puesto que de lo contrario termina mirándose al espejo. Es el concepto que transmitió el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Francisco añadió que para experimentar el consuelo hay que tener un corazón abierto, es decir, el corazón de los pobres de espíritu, y no el corazón cerrado de los injustos.

El Papa Bergoglio reflexionó acerca del significado del consuelo al que se refiere San Pablo. Y dijo que su primera característica es el hecho de no ser “autónomo”:
“La experiencia del consuelo, que es una experiencia espiritual, siempre tiene necesidad de una alteridad para ser plena: nadie puede consolarse a sí mismo, nadie. Y quien trata de hacerlo, termina mirándose al espejo, se mira al espejo, trata de alterarse a sí mismo, de aparecer. Se consuela con estas cosas cerradas que no lo dejan crecer y el aire que respira es ese aire narcisista de la autorreferencialidad. Éste es el consuelo falseado que no deja crecer. Y esto no es el consuelo, porque está cerrado, le falta una alteridad”.
En el Evangelio – recordó el Papa – se encuentra a tanta gente así. Por ejemplo, los Doctores de la Ley, “llenos de su propia suficiencia”, el rico Epulónque vivía de fiesta en fiesta pensando que así se sentía consolado, o el que mejor expresa esta actitud que corresponde a la oración del fariseo ante el altar que dice: “Te doy gracias, porque no soy como los demás”. “Este se miraba al espejo – notó Francisco –, “miraba su propia alma falseada de ideologías y agradecía al Señor”. Por tanto, Jesús hace ver esta posibilidad de ser gente que con este modo de vivir “jamás llegará a la plenitud, al máximo a la ‘ampulosidad’”, es decir, a la vanagloria.
El consuelo, para que sea verdadero, tiene necesidad de una alteridad. Ante todo se recibe porque “es Dios quien consuela”, quien da este “don”. Después, el verdadero consuelo madura también en otra alteridad, la de consolar a los demás. “El consuelo es un estado de paso del don recibido al servicio donado”, explicó el Santo Padre:
“El consuelo verdadero tiene esta doble alteridad: es don y servicio. Y así, si yo dejo entrar el consuelo del Señor como don es porque tengo necesidad de ser consolado. Estoy  necesitado: para ser consolado es necesario reconocer que se está necesitado. Sólo así el Señor viene, nos consuela y nos da la misión de consolar a los demás. Y no es fácil tener el corazón abierto para recibir el don y hacer el servicio, las dos alteridades que hacen posible el consuelo”.
Por lo tanto – dijo el Papa – se necesita un corazón abierto y para serlo se debe tener “un corazón feliz”. Y precisamente el Evangelio del día, de las Bienaventuranzas, dice “quiénes son los felices, quiénes son los bienaventurados”:
“Los pobres, el corazón se abre con una actitud de pobreza, de pobreza de espíritu. Los que saben llorar, los mansos, la mansedumbre del corazón; los hambrientos de justicia, los que luchan por la justicia; los que son misericordiosos, los que tienen misericordia a los demás; los puros de corazón; los agentes de paz y los que son perseguidos por la justicia, por el amor a la justicia. Así el corazón se abre y el Señor viene con el don del consuelo y la misión de consolar a los demás”.
En cambio son “cerrados” los que se sienten “ricos de espíritu, es decir, “suficientes”, “los que no tienen necesidad de llorar porque se sienten justos”, los violentos que no saben qué es la mansedumbre, los injustos que realizan injusticias, los que carecen de misericordia, y que jamás tienen necesidad de perdonar porque no sienten que deban ser perdonados, “aquellos sucios de corazón”, los “operadores de guerras” y no de paz y aquellos que jamás son criticados o perseguidos porque no les importa de las injusticias hacia las demás personas. “Estos  – dijo el Papa al concluir – tienen un corazón cerrado”: no son felices porque no puede, obtener el don del consuelo para después dárselo a los demás.
(María Fernanda Bernasconi – RV).

domingo, 11 de junio de 2017

La Santísima Trinidad hace resplandecer “una luz nueva sobre la tierra”


Palabras del Papa antes del Ángelus del 11 de junio de 2017 (traducción completa)

Angelus 11/06/2017, CTV
Angelus 11/06/2017, CTV
(ZENIT – Ciudad del Vaticano 11 de junio de 2017). –
Antes del ángelus
Queridos hermanos y hermanas buenos días!
Las lecturas bíblicas de este domingo, fiesta de la Santísima Trinidad, nos ayudan a entrar en el misterio de la identidad de Dios.
La segunda lectura presenta los deseos que San Pablo dirige a la comunidad de Corinto: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros” (2 Co 13, 13).
Esta “bendición” del apóstol es el fruto de su experiencia personal del amor de Dios, este amor que Cristo resucitado le ha revelado, quien ha transformado su vida y le ha “impulsado” a llevar el Evangelio a los gentiles.

A partir de esta experiencia de gracia, Pablo puede exhortar a los cristianos por estas palabras: “Estad alegres, tended a la perfección, animaos mutuamente (…) vivid en paz (v. 11). La comunidad cristiana, a pesar de todas las limitaciones humanas, puede convertirse en un reflejo de la comunión de la Trinidad, de su bondad y de su belleza. Pero esto, como el mismo Pablo dice, pasa necesariamente por la experiencia de la misericordia de Dios, de su perdón.

Es lo que les pasa a los judíos en el camino del Éxodo. Cuando el pueblo rompió la Alianza, Dios se presentó a Moisés en la nube para renovar el pacto, proclamando su nombre y su significado: “El Señor, Dios misericordioso y de compasión, lento a la cólera y rico en amor y en fidelidad” (Ex 34,6). Este nombre expresa que Dios no está lejos ni cerrado en sí mismo, sino que él es Vida y quiere comunicarse, que es apertura, que es Amor que rescata al hombre de su infidelidad, porque él se ofrece a nosotros para colmar nuestras limitaciones y nuestras faltas, para perdonar nuestros errores, para devolvernos al camino de la justicia y de la verdad.

Esta revelación de Dios ha llegado a su cumplimiento en el Nuevo Testamento gracias a la palabra de Cristo y a su misión de salvación. Jesús nos ha manifestado el rostro de Dios, Uno en la sustancia y Trino en las personas. Dios es enteramente y únicamente amor, en una relación subsistente que crea, rescata y santifica toda cosa: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Evangelio de hoy “pone en escena” a Nicodemo, que, aun ocupando un puesto importante en la comunidad religiosa y civil de la época, no ha cesado de buscar a Dios. Y he aquí que ha percibido el eco de la voz de aquel en Jesús. A lo largo de su diálogo nocturno con el Nazareno, Nicodemo comprende finalmente que él ha sido buscado por Dios, que es amado personalmente.

Dios siempre es el primero en buscarnos, el primero en esperarnos, el primero en amarnos. Es como la flor del almendro, dice el profeta: es la primera en florecer” (cfr. Jer 1, 11-12)
Jesús en efecto le habla así: ”Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su único Hijo, para que aquél que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Qué es esta vida eterna? Es el amor desmesurado y gratuito del Padre que Jesús ha dado en la cruz, ofreciendo su vida por nuestra salvación. Este amor por la acción del espíritu Santo, ha hecho resplandecer una luz nueva sobre la tierra y en todo corazón humano que le acoge, una luz que revela los ángulos sombríos, las durezas que nos impiden llevar los buenos frutos de la caridad y de la misericordia.
Que la Virgen María nos ayude a entrar siempre cada vez más, con todo nuestro ser, en la comunión trinitaria, para vivir y testimoniar del amor que da sentido a nuestra existencia.
© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

miércoles, 7 de junio de 2017

Texto completo de la catequesis del papa Francisco, en la audiencia del 7 de junio de 2017


Todo el misterio de la oración se resume en tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 7 Jun. 2017).-
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Había algo de atractivo en la oración de Jesús, era tan fascinante que un día sus discípulos le pidieron que les enseñara. El episodio se encuentra en el Evangelio de Lucas, que entre los Evangelistas es quien ha documentado mayormente el misterio del Cristo orante. El Señor rezaba.
Los discípulos de Jesús están impresionados por el hecho de que Él, especialmente en la mañana y en la tarde, se retira en la soledad y se sumerge en la oración. Y por esto, un día, le piden de enseñarles también a ellos a rezar. (Cfr. Lc 11,1).

Es entonces que Jesús transmite aquello que se ha convertido en la oración cristiana por excelencia: el “Padre Nuestro”. En verdad, Lucas, en relación a Mateo, nos transmite la oración de Jesús en una forma un poco abreviada, que inicia con una simple invocación: «Padre» (v. 2).
Todo el misterio de la oración cristiana se resume aquí, en esta palabra: tener el coraje de llamar a Dios con el nombre de Padre. Lo afirma también la liturgia cuando, invitándonos a recitar comunitariamente la oración de Jesús, utiliza la expresión ‘nos atrevemos a decir’.
De hecho, llamar a Dios con el nombre de “Padre” no es para nada un hecho sobre entendido.
Seremos llevados a usar los títulos más elevados, que nos parecen más respetuosos de su trascendencia. En cambio, invocarlo como Padre, nos pone en una relación de confianza con Él, como un niño que se dirige a su papá, sabiendo que es amado y cuidado por él.

Esta es la gran revolución que el cristianismo imprime en la psicología religiosa del hombre. El misterio de Dios, siempre nos fascina y nos hace sentir pequeños, pero no nos da más miedo, no nos aplasta, no nos angustia.
Esta es una revolución difícil de acoger en nuestro ánimo humano; tanto es así que incluso en las narraciones de la Resurrección se dice que las mujeres, después de haber visto la tumba vacía y al ángel, ‘salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí’. (Mc 16,8).
Pero Jesús nos revela que Dios es Padre bueno, y nos dice: ‘No tengan miedo’. Pensemos en la parábola del padre misericordioso (Cfr. Lc 15,11-32). Jesús narra de un padre que sabe ser sólo amor para sus hijos. Un padre que no castiga al hijo por su arrogancia y que es capaz incluso de entregarle su parte de herencia y dejarlo ir fuera de casa.

Dios es Padre, dice Jesús, pero no a la manera humana, porque no existe ningún padre en este mundo que se comportaría como el protagonista de esta parábola.
Dios es Padre a su manera: bueno, indefenso ante el libre albedrío del hombre, capaz sólo de conjugar el verbo amar. Cuando el hijo rebelde, después de haber derrochado todo, regresa finalmente a su casa natal, ese padre no aplica criterios de justicia humana, sino siente sobre todo la necesidad de perdonar, y con su brazo hace entender al hijo que en todo ese largo tiempo de ausencia le ha hecho falta, ha dolorosamente faltado a su amor de padre.

¡Qué misterio insondable es un Dios que nutre este tipo de amor en relación con sus hijos! Tal vez es por esta razón que, evocando el centro del misterio cristiano, el Apóstol Pablo no se siente seguro de traducir en griego una palabra que Jesús, en arameo, pronunciaba: ‘Abbà’.
En dos ocasiones san Pablo, en su epistolario (Cfr. Rom 8,15; Gal 4,6), toca este tema, y en las dos veces deja esa palabra sin traducirla, de la misma forma en la cual ha surgido de los labios de Jesús, ‘abbà’, un término todavía más íntimo respecto a ‘padre’, y que alguno traduce ‘papá’, ‘papito’.

Queridos hermanos y hermanas, no estamos jamás solos. Podemos estar lejos, hostiles, podemos también profesarnos “sin Dios”. Pero el Evangelio de Jesucristo nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él no será jamás un Dios “sin el hombre”. ¡Es Él quien no puede estar sin nosotros y este es un gran misterio!
Esta certeza es el manantial de nuestra esperanza, que encontramos conservada en todas las invocaciones del Padre Nuestro. Cuando tenemos necesidad de ayuda, Jesús no nos dice de resignarnos y cerrarnos en nosotros mismos, sino de dirigirnos al Padre y pedirle a Él con confianza.

Todas nuestras necesidades, desde las más evidentes y cotidianas, como el alimento, la salud, el trabajo, hasta aquellas de ser perdonados y sostenidos en la tentación, no son el espejo de nuestra soledad: en cambio está un Padre que siempre nos mira con amor, y que seguramente no nos abandona. Ahora les hago una propuesta: cada uno de nosotros tiene tantos problemas y tantas necesidades: pensemos un poco, en silencio, en estos problemas y en estas necesidades. Pensemos también al Padre, a nuestro Padre que no puede estar sin nosotros, y que en este momento nos está mirando. Y todos juntos con confianza y esperanza recemos: “Padre Nuestro, que estás en el Cielo…”.
(Traducido y ampliado por ZENIT con los añadidos dese el audio)


En cada rincón del mundo recemos este jueves “un minuto por la paz”, pidió el Papa
Miercoles 7 Jun 2017 |

Histórico encuentro en los Jardines Vaticano de Peres, Abbas y Francis... ver más
Ciudad del Vaticano (AICA): El papa Francisco convocó hoy, durante la audiencia general, en sus palabras después de la catequesis, a unirse a la iniciativa “Un minuto por la paz”, que tendrá lugar este jueves 8 de junio a las 13, hora de Roma y que recuerda el encuentro en los Jardines Vaticanos, de los presidentes de Israel, Simón Peres y de Palestina, Mahmud Abbas, el 8 de junio de 2014. “En nuestro tiempo hay tanta necesidad de rezar –cristianos, judíos y musulmanes– por la paz”, exhortó el pontífice.
El papa Francisco convocó hoy, durante la audiencia general, en sus palabras después de la catequesis, a unirse a la iniciativa “Un minuto por la paz”, que tendrá lugar este jueves 8 de junio a las 13, hora de Roma y que recuerda el encuentro en los Jardines Vaticanos, de los presidentes de Israel, Simón Peres y de Palestina, Mahmud Abbas, el 8 de junio de 2014.

“Mañana, a las 13, se renueva en diversos países la iniciativa ‘Un minuto por la paz’. Es decir, un pequeño momento de oración en el aniversario de mi encuentro en el Vaticano con el difunto presidente israelí Péres y el presidente palestino Abbas. En nuestro tiempo hay tanta necesidad de rezar –cristianos, judíos y musulmanes– por la paz”, exhortó el pontífice.

“Un minuto por la paz” es un proyecto impulsado por el Forum Internacional de Acción Católica. Aquellos que deseen sumarse a la iniciativa, pueden hacerlo rezando, a las 13 del jueves 8 de junio, solo o en grupo, en casa, en el lugar de trabajo o de estudio o en un lugar de oración.

El papa Francisco concluyó sus palabras invitando a los fieles a invocar a “María, la Madre de Jesús, Reina de la Paz”.+