domingo, 31 de octubre de 2021

Jesús contesta citando la Escritura y afirma que el primer mandamiento es amar a Dios; de este, como consecuencia natural, se deriva el segundo: amar al prójimo como a sí mismo (cf. vv. 29-31).

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 31 de octubre de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la Liturgia de hoy, el Evangelio habla de un escriba que se acerca a Jesús y le pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,28). Jesús contesta citando la Escritura y afirma que el primer mandamiento es amar a Dios; de este, como consecuencia natural, se deriva el segundo: amar al prójimo como a sí mismo (cf. vv. 29-31). Al oír esta respuesta, el escriba no solo reconoce que es justa, sino que al hacerlo, al reconocer que es justa, repite casi las mismas palabras pronunciadas por Jesús: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que […] amarle con todo el corazón, con todo la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios» (vv. 32-33).

Podemos preguntarnos, ¿por qué, al dar su asentimiento, el escriba siente la necesidad de repetir las mismas palabras de Jesús? Esta repetición es aún más sorprendente si pensamos que estamos en el Evangelio de Marcos, que tiene un estilo muy conciso. ¿Qué sentido tiene esta repetición? Esta repetición es una enseñanza para todos nosotros que escuchamos. Porque la Palabra del Señor no puede ser recibida como cualquier noticia. La Palabra del Señor hay que repetirla, asumirla, custodiarla. La tradición monástica, de los monjes, utiliza un término audaz, pero muy concreto. Dice así: la Palabra de Dios ha de ser “rumiada”. “Rumiar” la Palabra de Dios. Podemos decir que es tan nutritiva que debe llegar a todos los ámbitos de la vida: implicar, como dice Jesús hoy, todo el corazón, toda el alma, toda la inteligencia, todas las fuerzas (cf. v. 30). La Palabra de Dios debe resonar, retumbar, ser un eco dentro de nosotros. Cuando existe este eco interior que se repite, significa que el Señor habita nuestro corazón. Y nos dice, como a aquel buen escriba del Evangelio: «Non estás lejos del Reino de Dios » (v. 34).

Queridos hermanos y hermanas, el Señor busca no tanto hábiles comentaristas de las Escrituras, busca corazones dóciles que, acogiendo su Palabra, se dejan transformar dentro. Por esto es tan importante familiarizar con el Evangelio, tenerlo siempre al alcance de la mano —incluso un pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso— para leerlo y releerlo, apasionarse. Cuando lo hacemos, Jesús, Palabra del Padre, entra en nuestro corazón, se vuelve íntimo y nosotros damos frutos en Él. Tomemos como ejemplo el Evangelio de hoy: no es suficiente leerlo y comprender que hay que amar a Dios y al prójimo. Es necesario que este mandamiento, que es el “gran mandamiento”, resuene en nosotros, sea asimilado, se convierta en voz de nuestra conciencia. Entonces no se queda en letra muerta, en el cajón del corazón, porque el Espíritu Santo hace brotar en nosotros la semilla de esa Palabra. Y la Palabra de Dios actúa, siempre está en movimiento, es viva y eficaz (cf. Hb 4,12). Así cada uno de nosotros puede convertirse en una “traducción” viva, diferente y original. No una repetición, sino una “traducción” viva, diferente y original, de la única Palabra de amor que Dios nos dona. Esto, por ejemplo, lo vemos en la vida de los santos: ninguno es igual al otro, todos son diferentes, pero todos con la misma Palabra de Dios

Tomemos hoy ejemplo de este escriba. Repitamos las palabras de Jesús, hagámoslas resonar en nosotros: “Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas y al prójimo como a mí mismo". Y preguntémonos: ¿orienta realmente mi vida este mandamiento? ¿Se refleja este mandamiento en mi vida diaria? Nos hará bien esta noche, antes de dormirnos, hacer el examen de conciencia sobre esta Palabra, para ver si hoy hemos amado al Señor y hemos dado un poco de bien a los que nos hemos encontrado. Que cada encuentro sea dar un poco de bien, un poco de amor, que viene de esta Palabra. Que la Virgen María, en quien se hizo carne el Verbo de Dios, nos enseñe a acoger en nuestro corazón las palabras vivas del Evangelio.

miércoles, 27 de octubre de 2021

El fruto del Espíritu

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 27 de octubre de 2021

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Catequesis 1 El fruto del Espíritu3.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La predicación de san Pablo gira en torno a Jesús y su Misterio Pascual. El Apóstol, de hecho, se presenta como heraldo de Cristo, y de Cristo crucificado (cf. 1 Cor 2,2). A los gálatas, tentados de basar su religiosidad en la observancia de preceptos y tradiciones, les recuerda el centro de la salvación y de la fe: la muerte y la resurrección del Señor. Lo hace poniendo ante ellos el realismo de la cruz de Jesús. Escribe así: «¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado?» (Gál 3,1). ¿Quién os ha fascinado para alejaros de Cristo Crucificado? Es un momento feo de los Gálatas…

Incluso hoy en día, muchos buscan la certeza religiosa antes que al Dios vivo y verdadero, centrándose en rituales y preceptos en lugar de abrazar al Dios del amor con todo su ser. Y esta es la tentación de los nuevos fundamentalistas, de aquellos a quienes les parece que el camino a recorrer dé miedo y no van hacia adelante sino hacia atrás porque se sienten más seguros: buscan la seguridad de Dios y no al Dios de la seguridad. Por eso Pablo pide a los gálatas que vuelvan a lo esencial, a Dios que nos da la vida en Cristo crucificado. Da testimonio de ello en primera persona: «Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20). Y hacia el final de la Carta, afirma: «En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (6,14).

Si nosotros perdemos el hilo de la vida espiritual, si mil problemas y pensamientos nos acosan, hagamos nuestros los consejos de Pablo: pongámonos ante Cristo Crucificado, partamos de nuevo de Él. Tomemos el Crucifijo  entre las manos, apretémoslo sobre el corazón. O detengámonos en adoración ante la Eucaristía, donde Jesús es el Pan partido por nosotros, el Crucificado resucitado, el poder de Dios que derrama su amor en nuestros corazones.

Y ahora, de nuevo guiados por san Pablo, demos un paso más. Preguntémonos: ¿Qué ocurre cuando nos encontramos con Jesús Crucificado en la oración? Lo que sucede es lo que ocurrió bajo la Cruz: Jesús entrega el Espíritu (cf. Jn 19,30), es decir, da su propia vida. Y el Espíritu, que brota de la Pascua de Jesús, es el principio de la vida espiritual. Es Él quien cambia el corazón: no nuestras obras. Es Él el que cambia el corazón, no las cosas que nosotros hacemos, sino que la acción del Espíritu Santo en nosotros cambia el corazón.  Es Él quien guía a la Iglesia, y nosotros estamos llamados a obedecer su acción, que extiende dónde y cómo quiere. Además, fue precisamente la constatación de que el Espíritu Santo descendía sobre todos y que su gracia actuaba sin exclusión lo que convenció, incluso a los más reacios, de que el Evangelio de Jesús estaba destinado a todos y no a unos pocos privilegiados. Y aquellos que buscan la seguridad, el pequeño grupo, las cosas claras como entonces, se alejan del Espíritu, no dejan que la libertad del Espíritu entre en ellos. Así, la vida de la comunidad se regenera en el Espíritu Santo; y es siempre gracias a Él que alimentamos nuestra vida cristiana y llevamos adelante nuestra lucha espiritual.

Precisamente el combate espiritual es otra gran enseñanza de la Carta a los Gálatas. El Apóstol presenta dos frentes opuestos: por un lado las «obras de la carne», por otro el «fruto del Espíritu». ¿Qué son las obras de la carne? Son comportamientos contrarios al Espíritu de Dios. El Apóstol las llama obras de la carne no porque haya algo malo o incorrecto en nuestra carne humana; por el contrario, hemos visto cómo insiste en el realismo de la carne humana llevada por Cristo en la cruz. Carne es una palabra que indica al hombre en su dimensión terrenal, cerrado en sí mismo, en una vida horizontal, donde se siguen los instintos mundanos y se cierra la puerta al Espíritu, que nos eleva y nos abre a Dios y a los demás. Pero la carne también nos recuerda que todo esto envejece, que todo esto pasa, se pudre, mientras que el Espíritu da vida. Pablo enumera, por lo tanto, las obras de la carne, que se refieren al uso egoísta de la sexualidad, a las prácticas mágicas que son idolatría y a lo que socava las relaciones interpersonales, como «discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias…» (cf. Gál 5,19-21). Todo esto es el fruto —digámoslo así— de la carne, de un comportamiento solamente humano, “enfermizamente” humano. Porque lo humano tiene sus valores, pero todo esto es “enfermizamente” humano.

El fruto del Espíritu, en cambio, es «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gál 5,22): así lo dice Pablo. Los cristianos, que en el bautismo se han «revestido de Cristo» (Gál 3,27), están llamados a vivir así. Puede ser un buen ejercicio espiritual, por ejemplo, leer la lista de san Pablo y mirar la propia conducta, para ver si se corresponde, si nuestra vida es realmente según el Espíritu Santo, si lleva estos frutos. ¿Mi vida produce estos frutos de amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí? Por ejemplo, los tres primeros enumerados son el amor, la paz y la alegría: aquí se reconoce a una persona habitada por el Espíritu Santo. Una persona que está en paz, que está alegre y que ama: con estas tres pistas se ve la acción del Espíritu.

Esta enseñanza del Apóstol supone también un gran reto para nuestras comunidades. A veces, quienes se acercan a la Iglesia tienen la impresión de encontrarse ante una densa masa de mandatos y preceptos: pero no, esto no es la Iglesia. Esto puede ser cualquier asociación. Pero, en realidad, no se puede captar la belleza de la fe en Jesucristo partiendo de demasiados mandamientos y de una visión moral que, desarrollándose en muchas corrientes, puede hacernos olvidar la fecundidad original del amor, nutrido de oración que da la paz y de testimonio alegre. Del mismo modo, la vida del Espíritu expresada en los sacramentos no puede ser sofocada por una burocracia que impida el acceso a la gracia del Espíritu, autor de la conversión del corazón. Y cuántas veces, nosotros mismos, sacerdotes u obispos, ponemos tanta burocracia para dar un Sacramento, para acoger a la gente, que en consecuencia dice: “No, esto no me gusta” y se va, y no ve en nosotros, muchas veces, la fuerza del Espíritu que regenera, que nos hace nuevos. Por lo tanto, tenemos la gran responsabilidad de anunciar a Cristo crucificado y resucitado, animados por el soplo del Espíritu de amor. Porque sólo este Amor tiene el poder de atraer y cambiar el corazón del hombre.

domingo, 24 de octubre de 2021

"Dios escucha siempre el grito del pobre"

 

24 DE OCTUBRE, 2021

  • CIUDAD DEL VATICANO (AICA)
El pontífice animó a rezar y confiar en Dios, y explicó cómo debe ser la oración del cristiano. Invitó a dirigirse a Dios "con todo el corazón, con la confianza que Él escucha atentamente".Francisco en el Ángelus: "Dios escucha siempre el grito del pobre" Ángelus dominical del papa Francisco
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A la hora del rezo del Ángelus dominical, el papa Francisco alentó a los fieles y peregrinos a seguir el ejemplo de oración valiente e insistente del ciego Bartimeo, a quien Jesús devuelve la vista cuando estaba entrando a Jericó.

El pontífice volvió a rezar la oración mariana del Ángelus asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano y, ante la presencia de los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, el Santo Padre comentó el Evangelio dominical que relata el momento en el que Jesús, saliendo de Jericó, devuelve la vista a Bartimeo, un ciego que mendiga a lo largo del camino.

Francisco hizo hincapié en que este encuentro es muy importante, ya que se trata del último antes de la entrada del Señor en Jerusalén para celebrar la Pascua.

En este sentido, el pontífice resaltó la actitud de Bartimeo, que aunque había perdido la vista, usa su voz y su gran fe para llamar la atención del Maestro que camina por las calles, y comienza a gritar: "Hijo de David, Jesús, ¡ten compasión de mí!". Aunque los discípulos y la multitud se molestan por sus gritos y tratan de hacerlo callar, él no se rinde y grita con todas sus fuerzas, logrando así que Jesús lo escuche y se detenga de inmediato.

Dios escucha siempre el grito del pobre -aseveró Francisco- y no se molesta en absoluto por la voz de Bartimeo, es más, constata que está llena de fe, una fe que no teme en insistir, en llamar al corazón de Dios, a pesar de las incomprensiones y las reprimendas. Y aquí se encuentra la raíz del milagro. De hecho, Jesús le dice: "Tu fe te ha salvado".

Otro de los puntos destacados por el Papa es el hecho de que la fe de Bartimeo se trasluce de su oración: «No es una oración tímida y convencional. Ante todo, llama al Señor “Hijo de David”. Es decir, lo reconoce Mesías, Rey que viene al mundo. Después lo llama por su nombre, con confianza: “Jesús”. No tiene miedo de Él, no se distancia y desde el corazón, comparte con Dios amigo todo su drama: ¡ten piedad de mí!». 

“Bartimeo no usa muchas palabras. Dice lo esencial y se confía en el amor de Dios, que puede hacer volver a florecer su vida cumpliendo aquello que es imposible a los hombres. Por esto no pide al Señor una limosna, sino manifiesta todo, su ceguera y su sufrimiento, que iba más allá del no poder ver. La ceguera era la punta del iceberg, pero en su corazón había otras heridas, humillaciones, sueños rotos, errores, remordimientos”

Siguiendo el modelo y coraje de la oración de Bartimeo, Francisco invitó a todos a rezar como este hombre ciego de tanta fe, repitiendo sus palabras “Hijo de David, Jesús, ¡ten compasión de mí!” y a preguntarnos también ¿cómo es nuestra oración?

“¿Es valiente, tiene la insistencia buena de aquella de Bartimeo, sabe “aferrar” al Señor mientras pasa, o se conforma en hacerle un saludo formal de vez en cuando, cuando me acuerdo? Y también: ¿mi oración es “sustanciosa”, descubre el corazón delante del Señor? ¿Le presento la historia y los rostros de mi vida? O es anémica, superficial, ¿hecha de rituales sin afecto y sin corazón?”

Asimismo, el Santo Padre puntualizó que cuando la fe es viva, la oración es sentida: "no mendiga centavos, no se reduce a las necesidades del momento". Por ello, podemos pedir a Jesús todo, porque Él todo lo puede.

“Jesús está impaciente en derramar su gracia y su alegría en nuestros corazones, pero lamentablemente somos nosotros los que mantenemos las distancias, por timidez, flojera o incredulidad”

El Papa concluyó su alocución invitándonos a seguir el ejemplo de Bartimeo con su fe concreta, insistente y valiente: "Que Nuestra Señora, Virgen orante, nos haga dirigirnos a Dios con todo el corazón, con la confianza que Él escucha atentamente toda oración".+

miércoles, 20 de octubre de 2021

«Nuestra libertad nace del amor de Dios y crece en la caridad, no busca el propio interés, y se expresa en el servicio a los demás» 20

 20 octubre, 2021

 «Es el amor de Cristo que nos ha liberado y también es el amor que nos libera de la peor esclavitud, la del nuestro yo; por eso la libertad crece con el amor. Pero atención: no con el amor intimístico, con el amor de telenovela, no con la pasión que busca simplemente lo que nos apetece y nos gusta, sino con el amor que vemos en Cristo, la caridad: este es el amor verdaderamente libre y liberador. Es el amor que brilla en el servicio gratuito, modelado sobre el de Jesús, que lava los pies a sus discípulos y dice: ‘Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros’ (Jn 13,15). Servir los unos a los otros»

Video de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

* «Sabemos sin embargo que una de las concepciones modernas más difundidas sobre la libertad es esta: “mi libertad termina donde empieza la tuya”. ¡Pero aquí falta la relación, el vínculo! Es una visión individualista. Sin embargo, quien ha recibido el don de la liberación obrada por Jesús no puede pensar que la libertad consiste en el estar lejos de los otros, sintiéndoles como molestia, no puede ver el ser humano encaramado en sí mismo, sino siempre incluido en una comunidad. La dimensión social es fundamental para los cristianos, y les consiente mirar al bien común y no al interés privado. Sobre todo en este momento histórico, necesitamos redescubrir la dimensión comunitaria, no individualista, de la libertad: la pandemia nos ha enseñado que necesitamos los unos de los otros, pero no basta con saberlo, es necesario elegirlo cada día concretamente, decidir sobre ese camino. Decimos y creemos que los otros no son un obstáculo a mi libertad, sino que son la posibilidad para realizarla plenamente»

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estos días estamos hablando de la libertad de la fe, escuchando la Carta a los Gálatas. Pero me ha venido a la mente lo que Jesús decía sobre la espontaneidad y la libertad de los niños, cuando este niño ha tenido la libertad de acercarse y moverse como si estuviera en su casa… Y Jesús nos dice: “También vosotros, si no hacéis como los niños no entraréis en el Reino de los Cielos”. La valentía de acercarse al Señor, de estar abiertos al Señor, de no tener miedo del Señor: yo doy las gracias a este niño por la lección que nos ha dado a todos nosotros. Y que el Señor lo ayude en su limitación, en su crecimiento porque ha dado este testimonio que le ha venido del corazón. Los niños no tienen un traductor automático del corazón a la vida: el corazón va adelante.

El apóstol Pablo, con su Carta a los Gálatas, poco a poco nos introduce en la gran novedad de la fe, lentamente. Es realmente una gran novedad, porque no renueva solo algún aspecto de la vida, sino que nos lleva dentro de esa “vida nueva” que hemos recibido con el Bautismo. Allí se ha derramado sobre nosotros el don más grande, el de ser hijos de Dios. Renacidos en Cristo, hemos pasado de una religiosidad hecha de preceptos a la fe viva, que tiene su centro en la comunión con Dios y con los hermanos, es decir, en la caridad. Hemos pasado de la esclavitud del miedo y del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Otra vez la palabra libertad.

Hoy trataremos de entender mejor cuál es para el apóstol el corazón de esta libertad. Pablo afirma que la libertad está lejos de ser «un pretexto para la carne» (Gal 5,13): la libertad no es un vivir libertino, según la carne o según el instinto, los deseos individuales y los propios impulsos egoístas; al contrario, la libertad de Jesús nos conduce a estar —escribe el apóstol— «al servicio los unos de los otros» (ibid.). ¿Pero esto es esclavitud? Pues sí, la libertad en Cristo tiene alguna “esclavitud”, alguna dimensión que nos lleva al servicio, a vivir para los otros. La verdadera libertad, en otras palabras, se expresa plenamente en la caridad. Una vez más nos encontramos delante de la paradoja del Evangelio: somos libres en el servir, no en el hacer lo que queremos. Somos libres en el servir, y ahí viene la libertad; nos encontramos plenamente en la medida en que nos donamos. Nos encontramos plenamente a nosotros en la medida en que nos donamos, tenemos la valentía de donarnos; poseemos la vida si la perdemos (cfr. Mc 8,35). Esto es Evangelio puro.

¿Pero cómo se explica esta paradoja? La respuesta del apóstol es tan sencilla como comprometedora: «mediante el amor» (Gal 5,13). No hay libertad sin amor. La libertad egoísta del hacer lo que quiero no es libertad, porque vuelve sobre sí misma, no es fecunda. Es el amor de Cristo que nos ha liberado y también es el amor que nos libera de la peor esclavitud, la del nuestro yo; por eso la libertad crece con el amor. Pero atención: no con el amor intimístico, con el amor de telenovela, no con la pasión que busca simplemente lo que nos apetece y nos gusta, sino con el amor que vemos en Cristo, la caridad: este es el amor verdaderamente libre y liberador. Es el amor que brilla en el servicio gratuito, modelado sobre el de Jesús, que lava los pies a sus discípulos y dice: «Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13,15). Servir los unos a los otros.

Para Pablo la libertad no es “hacer lo que me apetece y me gusta”. Este tipo de libertad, sin un fin y sin referencias, sería una libertad vacía, una libertad de circo: no funciona. Y de hecho deja el vacío dentro: cuántas veces, después de haber seguido solo el instinto, nos damos cuenta de quedar con un gran vacío dentro y haber usado mal el tesoro de nuestra libertad, la belleza de poder elegir el verdadero bien para nosotros y para los otros. Solo esta libertad es plena, concreta, y nos inserta en la vida real de cada día. La verdadera libertad nos libera siempre, sin embargo cuando buscamos esa libertad de “lo que me gusta y no me gusta”, al final permanecemos vacíos.

En otra carta, la primera a los Corintios, el apóstol responde a quien sostiene una idea equivocada de libertad. «Todo es lícito», dicen estos. «Mas no todo es conveniente», responde Pablo. «Todo es lícito», «mas no todo edifica», responde el apóstol. Y añade: «Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás» (1 Cor 10,23-24). Esta es la regla para desenmascarar cualquier libertad egoísta. También a quien está tentado de reducir la libertad solo a los propios gustos, Pablo le pone delante de la exigencia del amor. La libertad guiada por el amor es la única que hace libres a los otros y a nosotros mismos, que sabe escuchar sin imponer, que sabe querer sin forzar, que edifica y no destruye, que no explota a los demás para su propia conveniencia y les hace el bien sin buscar su propio beneficio. En resumen, si la libertad no está al servicio —este es el test— si la libertad no está al servicio del bien corre el riesgo de ser estéril y no dar fruto. Sin embargo, la libertad animada por el amor conduce hacia los pobres, reconociendo en sus rostros el de Cristo. Por eso el servicio de los unos hacia los otros permite a Pablo, escribiendo a los Gálatas, subrayar algo de ninguna manera secundario. Así, hablando de la libertad que le dieron los otros apóstoles para evangelizar, subraya que le aconsejaron solo una cosa: acordarse de los pobres (cfr. Gal 2,10). Esto es interesante. Cuando después de esa lucha ideológica entre Pablo y los apóstoles se pusieron de acuerdo, los apóstoles le dijeron: “Sigue adelante, sigue adelante y no te olvides de los pobres”, es decir que tu libertad de predicador sea una libertad al servicio de los otros, no para ti mismo, para hacer lo que te gusta.

Sabemos sin embargo que una de las concepciones modernas más difundidas sobre la libertad es esta: “mi libertad termina donde empieza la tuya”. ¡Pero aquí falta la relación, el vínculo! Es una visión individualista. Sin embargo, quien ha recibido el don de la liberación obrada por Jesús no puede pensar que la libertad consiste en el estar lejos de los otros, sintiéndoles como molestia, no puede ver el ser humano encaramado en sí mismo, sino siempre incluido en una comunidad. La dimensión social es fundamental para los cristianos, y les consiente mirar al bien común y no al interés privado.

Sobre todo en este momento histórico, necesitamos redescubrir la dimensión comunitaria, no individualista, de la libertad: la pandemia nos ha enseñado que necesitamos los unos de los otros, pero no basta con saberlo, es necesario elegirlo cada día concretamente, decidir sobre ese camino. Decimos y creemos que los otros no son un obstáculo a mi libertad, sino que son la posibilidad para realizarla plenamente. Porque nuestra libertad nace del amor de Dios y crece en la caridad.

domingo, 17 de octubre de 2021

La palabra “bautismo” significa “inmersión”: con su Pasión, Jesús se sumergió en la muerte, ofreciendo su vida para salvarnos. Por tanto, su gloria, la gloria de Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación.

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 17 de octubre de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy (Mc 10,35-45) cuenta que dos discípulos, Santiago y Juan, piden al Señor sentarse un día junto a Él en la gloria, como si fueran “primeros ministros”, o algo así. Pero los otros discípulos los escuchan y se indignan. A este punto Jesús, con paciencia, les ofrece una gran enseñanza: la verdadera gloria no se obtiene elevándose sobre los otros, sino viviendo el mismo bautismo que Él recibirá, dentro de poco tiempo, en Jerusalén, es decir, la cruz. ¿Qué quiere decir esto? La palabra “bautismo” significa “inmersión”: con su Pasión, Jesús se sumergió en la muerte, ofreciendo su vida para salvarnos. Por tanto, su gloria, la gloria de Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación. No poder que aspira al dominio, ¡no! Es amor que se hace servicio. Por eso Jesús concluye diciendo a los suyos y también a nosotros: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,43). Para hacerse grandes, tendréis que ir en el camino del servicio, servir a los otros.

Estamos frente a dos lógicas diferentes: los discípulos quieren emerger y Jesús quiere sumergirse. Detengámonos sobre estos dos verbos. El primero es emerger. Expresa esa mentalidad mundana por la que siempre somos tentados: vivir todas las cosas, incluso las relaciones, para alimentar nuestra ambición, para subir los peldaños del éxito, para alcanzar puestos importantes. La búsqueda del prestigio personal se puede convertir en una enfermedad del espíritu, incluso disfrazándose detrás de buenas intenciones; por ejemplo cuando, detrás del bien que hacemos y predicamos, en realidad nos buscamos solo a nosotros mismos y nuestra afirmación, es decir, ir adelante nosotros, trepar… Y esto también lo vemos en la Iglesia. Cuántas veces, los cristianos, que deberíamos ser servidores, tratamos de trepar, de ir adelante. Por eso, siempre necesitamos verificar las verdaderas intenciones del corazón, preguntarnos: “¿Por qué llevo adelante este trabajo, esta responsabilidad? ¿Para ofrecer un servicio o para hacerme notar, ser alabado y recibir cumplidos?”. A esta lógica mundana, Jesús contrapone la suya: en vez de elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para servirlos; en vez de emerger sobre los otros, sumergirse en la vida de los otros. Estaba viendo en el programa “A sua immagine” ese servicio de las Cáritas para que a nadie le falte comida: preocuparse por el hambre de los otros, preocuparse de las necesidades de los otros. Mirar y abajarse en el servicio, y no tratar de trepar para la propia gloria.

Y ahí está el segundo verbo: sumergirse. Jesús nos pide que nos sumerjamos. Y ¿cómo sumergirse? Con compasión, en la vida de quien encontramos. Ahí [en ese servicio de Cáritas] estábamos viendo el hambre: y nosotros, ¿pensamos con compasión en el hambre de tanta gente? Cuando estamos delante de la comida, que es una gracia de Dios y que nosotros podemos comer, hay mucha gente que trabaja y no logra tener la comida suficiente para todo el mes. ¿Pensamos en esto? Sumergirse con compasión, tener compasión. No es un dato de enciclopedia: hay muchos hambrientos… ¡No! Son personas. ¿Y yo tengo compasión por las personas? Compasión de la vida de quien encontramos, como ha hecho Jesús conmigo, contigo, con todos nosotros, se ha acercado con compasión.

Miramos al Señor Crucificado, sumergido hasta el fondo en nuestra historia herida, y descubrimos la manera de hacer de Dios. Vemos que Él no se ha quedado allí arriba en los cielos, a mirarnos de arriba a abajo, sino que se ha abajado a lavarnos los pies. Dios es amor y el amor es humilde, no se eleva, sino que desciende, como la lluvia que cae sobre la tierra y trae vida. ¿Pero qué hay que hacer para ponerse en la misma dirección que Jesús, para pasar del emerger al sumergirse, de la mentalidad del prestigio, esa mundana, a la del servicio, la cristiana? Requiere compromiso, pero no es suficiente. Solos es difícil, por no decir imposible, pero tenemos dentro una fuerza que nos ayuda. Es la del Bautismo, de esa inmersión en Jesús que todos nosotros hemos recibido por gracia y que nos dirige, nos impulsa a seguirlo, a no buscar nuestro interés sino a ponernos al servicio. Es una gracia, es un fuego que el Espíritu ha encendido en nosotros y que debe ser alimentado. Pidamos hoy al Espíritu Santo que renueve en nosotros la gracia del Bautismo, la inmersión en Jesús, en su forma de ser, para ser más servidores, para ser siervos como Él ha sido con nosotros.

Y recemos a la Virgen: Ella, incluso siendo la más grande, no ha tratado de emerger, sino que ha sido la humilde sierva del Señor, y está completamente inmersa a nuestro servicio, para ayudarnos a encontrar a Jesús.

miércoles, 13 de octubre de 2021

“Acoger la fe no significa renunciar a las propias raíces”

 https://radiomaria.org.ar/papa-francisco/acoger-la-fe-no-significa-renunciar-a-las-propias-raices/

Miércoles, 13 de octubre de 2021

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13/10/2021 – Somos libres porque fuimos liberados gratuitamente: lo recordó el Papa Francisco al reflexionar este 13 de octubre en la Audiencia General, sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas.

Para san Pablo – explicó Francisco – el núcleo central de la libertad es el hecho de que “con la muerte y resurrección de Jesucristo, hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte”. En otros términos, somos libres “porque hemos sido liberados por gracia y amor”, y no “por haber pagado”.

Asimismo, Francisco explicó qué significa la “inculturación”, el complicado proceso de anunciar el Evangelio a otros pueblos y culturas.

El Papa dijo que aquellos pueblos que reciben la fe, no deben por fuerza “renunciar en su esencia a las propias raíces y tradiciones, sino solo a lo que obstaculiza la novedad y pureza del Evangelio”.

El Santo Padre dijo que “este es el verdadero sentido de la inculturación, que podamos anunciar a Cristo Salvador respetando lo bueno y auténtico que existe en cada cultura y en cada sociedad, considerando también su continua evolución”.

domingo, 10 de octubre de 2021

Papa: “la fe no es algo mecánico o comercial, es don y gratuita”

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-10/angelus-papa-la-fe-no-es-algo-mecanico-o-comercial-es-don-gratis.html

Hoy el Papa Francisco nos pide que reflexionemos sobre que es la fe para nosotros: “Si es principalmente un deber o una moneda de cambio, estamos muy mal encaminados, porque la salvación es un don y no un deber, es gratis y no se puede comprar”.

Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano

Este mediodía el Papa Francisco ha presentado la liturgia de hoy en la que el Evangelio de Marcos nos propone el encuentro entre Jesús y el joven rico y el cual “nos permite hacer un test sobre la fe” ha dicho el Papa asomado desde el balcón del Palacio Apostólico antes de rezar a nuestra Madre del Cielo.

La fe no es un “debo-hago-obtengo”

El Papa nos ha pedido que nos fijemos en los verbos que usa el joven rico cuando le pregunta a Jesús: “¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?”. El joven usa los verbos: “he de hacer – para tener”. “Esta es su religiosidad: un deber, un hacer para tener; hago algo para conseguir lo que necesito. Pero esta es una relación comercial con Dios, un do ut des” asegura el Papa.

“La fe, en cambio, no es un rito frío y mecánico, un “debo-hago- obtengo”, sino una cuestión de libertad y amor” ha puntualizado el Pontífice. Por tanto, la primera pregunta del test sobre la fe – dice el Papa – es: “¿qué es la fe para mí?”. “Si es principalmente un deber o una moneda de cambio, estamos muy mal encaminados, porque la salvación es un don y no un deber, es gratis y no se puede comprar” explica el Papa, por tanto, lo primero que hay que hacer es “deshacerse de una fe comercial y mecánica, que insinúa la falsa imagen de un Dios contable y controlador, no un padre”.  Y muchas, muchas veces en la vida - dice - "podemos experimentar esta relación de fe comercial: hago esto porque Dios me da esto".

La fe hay que revitalizarla buscando la mirada de Dios

El Papa ha insistido en que la fe “no de un deber, no de algo que hay que hacer, sino de una mirada de amor que ha de ser acogida”. De este modo – ha puntualizado – “la vida cristiana resulta hermosa, si no se basa en nuestras capacidades y nuestros proyectos, sino en la mirada de Dios”. Por tanto, la segunda pregunta del test sobre la fe que el Papa nos invita a hacernos es: “¿Está tu fe cansada y quieres revitalizarla?” e inmediatamente el Papa ha respondido: “Busca la mirada de Dios: ponte en adoración, déjate perdonar en la Confesión, párate ante el Crucifijo”.

A menudo hacemos lo mínimo indispensable, mientras que Jesús nos invita a hacer lo máximo posible

Después de la pregunta y la mirada hay —tercer y último pasaje— una invitación de Jesús, que le dice: «Solo una cosa te falta». ¿Qué le falta a ese hombre rico? “El don, la gratuidad” ha dicho el Papa, y esto – ha señalado – “es lo que quizás también nos falta a nosotros, pues a menudo hacemos lo mínimo indispensable, mientras que Jesús nos invita a hacer lo máximo posible. ¡Cuántas veces nos conformamos con los deberes —los preceptos y alguna oración—, mientras Dios, que nos da la vida, nos pide impulsos de vida!”.  

La tercera pregunta del test sobre la fe que propone el Santo Padre es: “¿Cuál es la situación de mi fe? ¿La vivo como algo mecánico, como una relación de deber o de interés con Dios?”. Para el Pontífice, una fe sin don y sin gratuidad “es incompleta”, "es una fe débil y enferma" que “podríamos compararla con un alimento rico y nutritivo que carece de sabor, o con un partido bien jugado, pero sin goles” ha concluido.

"Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión"

 10/10/2021 07:56 - VATICANOhttps://www.telam.com.ar/notas/202110/571284-papa-francisco-sinodo.html


Francisco pidió dejar atrás "rutinas desgastadas" y salir al encuentro de la realidad

En la apertura del Sínodo de los obispos, el Papa instó a dejar a un lado las "cerrazones" y a interrogarse "sobre el camino" que debe tomar la Iglesia.

Francisco inauguró oficialmente el Sínodo de los obispos con el título "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión"
Francisco inauguró oficialmente el Sínodo de los obispos con el título "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión"

El papa Francisco pidió este domingo a la Iglesia dejar atrás las "rutinas desgastadas" y salir al encuentro de la realidad, en la apertura del Sínodo de los obispos, el organismo de consulta eclesial que hasta octubre de 2023 debatirá sobre la necesidad de escuchar y abrir nuevos caminos creativos en la evangelización.

"Dios no habita en lugares asépticos y tranquilos, lejos de la realidad, sino que camina a nuestro lado y nos alcanza allí donde estemos, en las rutas a veces ásperas de la vida", dijo el pontífice ante gran parte de los obispos del mundo, así como representantes de las Iglesias locales reunidos en la basílica de San Pedro.

En ese marco, Jorge Bergoglio señaló: "Todo cambia cuando somos capaces de encuentros auténticos con Él y entre nosotros. Sin formalismos, sin falsedades, sin maquillajes", según reprodujo Europa Press.

miércoles, 6 de octubre de 2021

Cristo nos ha liberado

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 6 de octubre de 2021

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Catequesis 10. Cristo nos ha liberado

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Retomamos hoy nuestra reflexión sobre la Carta a los Gálatas. En ella, san Pablo ha escrito palabras inmortales sobre la libertad cristiana. ¿Qué es la libertad cristiana? Hoy nos detenemos sobre este tema: la libertad cristiana.

La libertad es un tesoro que se aprecia realmente solo cuando se pierde. Para muchos de nosotros, acostumbrados a vivir en la libertad, a menudo aparece más como un derecho adquirido que como un don y una herencia para custodiar. ¡Cuántos malentendidos en torno al tema de la libertad, y cuántas visiones diferentes se han enfrentado a lo largo de los siglos!

En el caso de los gálatas, el apóstol no podía soportar que esos cristianos, después de haber conocido y acogido la verdad de Cristo, se dejaran atraer por propuestas engañosas, pasando de la libertad a la esclavitud: de la presencia liberadora de Jesús a la esclavitud del pecado, del legalismo, etc. También hoy el legalismo es un problema nuestro, de muchos cristianos que se refugian en el legalismo, en la casuística. Pablo invita a los cristianos a permanecer firmes en la libertad que han recibido con el bautismo, sin dejarse poner de nuevo bajo «el yugo de la esclavitud» (Gal 5,1). Él es justamente celoso con la libertad. Es consciente de que algunos «falsos hermanos» —les llama así— se han infiltrado en la comunidad para «espirar —así escribe— la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de reducirnos a esclavitud» (Gal 2,4), volver atrás, y Pablo esto no puede tolerarlo. Una predicación que impidiera la libertad en Cristo nunca sería evangélica: tal vez sería pelagiana o jansenista o algo así, pero no evangélica. Nunca se puede forzar en el nombre de Jesús, no se puede hacer a nadie esclavo en nombre de Jesús que nos hace libres. La libertad es un don que se nos ha dado en el bautismo.

Pero la enseñanza de San Pablo sobre la libertad es sobre todo positiva. El apóstol propone la enseñanza de Jesús, que encontramos también en el Evangelio de Juan: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (8,31-32). La llamada, por tanto, es sobre todo a permanecer en Jesús, fuente de la verdad que nos hace libres. La libertad cristiana se funda sobre dos pilares fundamentales: primero, la gracia del Señor Jesús; segundo, la verdad que Cristo nos desvela y que es Él mismo.

En primer lugar, es don del Señor. La libertad que los gálatas han recibido —y nosotros como ellos con el bautismo— es fruto de la muerte y resurrección de Jesús. El apóstol concentra toda su predicación sobre Cristo, que lo ha liberado de los vínculos con su vida pasada: solo de Él brotan los frutos de la vida nueva según el Espíritu. De hecho, la libertad más verdadera, la de la esclavitud del pecado, ha brotado de la Cruz de Cristo. Somos libres de la esclavitud del pecado por la cruz de Cristo. Precisamente ahí donde Jesús se ha dejado clavar, se ha hecho esclavo, Dios ha puesto la fuente de la liberación del hombre. Esto no deja de sorprendernos: que el lugar donde somos despojados de toda libertad, es decir la muerte, puede convertirse en fuente de la libertad. Pero este es el misterio del amor de Dios: no se entiende fácilmente, se vive. Jesús mismo lo había anunciado cuando dijo: «Por eso me ama el Padre: porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo» (Jn 10,17-18). Jesús lleva a cabo su plena libertad al entregarse a la muerte; Él sabe que solo de esta manera puede obtener la vida para todos.

Pablo, lo sabemos, había experimentado en primera persona este misterio de amor. Por esto dice a los gálatas, con una expresión extremadamente audaz: «Con Cristo estoy crucificado» (Gal 2,19). En ese acto de suprema unión con el Señor él sabe que ha recibido el don más grande de su vida: la libertad. Sobre la Cruz, de hecho, ha clavado «la carne con sus pasiones y sus apetencias» (5,24). Comprendemos cuánta fe animaba al apóstol, qué grande era su intimidad con Jesús y mientras, por un lado, sentimos que a nosotros nos falta esto, por otro, el testimonio del apóstol nos anima a ir adelante en esta vida libre. El cristiano es libre, debe ser libre y está llamado a no volver a ser esclavo de preceptos, de cosas raras.

El segundo pilar de la libertad es la verdad. También en este caso es necesario recordar que la verdad de la fe no es una teoría abstracta, sino la realidad de Cristo vivo, que toca directamente el sentido cotidiano y general de la vida personal. Cuánta gente que no ha estudiado, ni siquiera sabe leer y escribir, pero ha entendido bien el mensaje de Cristo, tiene esta sabiduría que les hace libres. Es la sabiduría de Cristo que ha entrado a través del Espíritu Santo con el bautismo. Cuánta gente vemos que vive la vida de Cristo más que los grandes teólogos por ejemplo, ofreciendo un testimonio grande de la libertad del Evangelio. La libertad hace libres en la medida en que transforma la vida de una persona y la orienta hacia el bien. Para ser realmente libres necesitamos no solo conocernos a nosotros mismos, a nivel psicológico, sino sobre todo hacer verdad en nosotros mismos, a un nivel más profundo. Y ahí, en el corazón, abrirnos a la gracia de Cristo. La verdad nos debe inquietar. Volvemos a esta palabra tan cristiana: la inquietud. Nosotros sabemos que hay cristianos que nunca se inquietan: viven siempre igual, no hay movimiento en su corazón, falta la inquietud. ¿Por qué? Porque la inquietud es la señal de que está trabajando el Espíritu Santo dentro de nosotros y la libertad es una libertad activa, suscitada por la gracia del Espíritu Santo. Por esto digo que la libertad nos debe inquietar, nos debe plantear continuamente preguntas, para que podamos ir siempre más al fondo de lo que realmente somos. Descubrimos de esta manera que el de la verdad y la libertad es un camino fatigoso que dura toda la vida. Es fatigoso permanecer libre, es fatigoso; pero no es imposible. Ánimo, vamos adelante en esto, nos hará bien. Es un camino en el que nos guía y nos sostiene el Amor que viene de la Cruz: el Amor que nos revela la verdad y nos dona la libertad. Y este es el camino de la felicidad. La libertad nos hace libres, nos hace alegres, nos hace felices.