viernes, 29 de junio de 2018

“Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él”


Solemnidad San Pedro y San Pablo – Homilía completa

(ZENIT – 29 junio 2018).-  
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Homilía del Santo Padre
Las lecturas proclamadas nos permiten tomar contacto con la tradición apostólica más rica, esa que «no es una transmisión de cosas muertas o palabras sino el río vivo que se remonta a los orígenes, el río en el que los orígenes están siempre presentes» (Benedicto XVI, Catequesis, 26 abril 2006) y nos ofrecen las llaves del Reino de los cielos (cf. Mt 16,19). Tradición perenne y siempre nueva que reaviva y refresca la alegría del Evangelio, y nos permite así poder confesar con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,11). 
Todo el Evangelio busca responder a la pregunta que anidaba en el corazón del Pueblo de Israel y que tampoco hoy deja de estar en tantos rostros sedientos de vida: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3). Pregunta que Jesús retoma y hace a sus discípulos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). 
Pedro, tomando la palabra en Cesarea de Filipo, le otorga a Jesús el título más grande con el que podía llamarlo: «Tú eres el Mesías» (Mt 16,16), es decir, el Ungido de Dios. Me gusta saber que fue el Padre quien inspiró esta respuesta a Pedro, que veía cómo Jesús ungía a su Pueblo. Jesús, el Ungido, que de poblado en poblado, camina con el único deseo de salvar y levantar lo que se consideraba perdido: “unge” al muerto (cf. Mc 5,41-42; Lc 7,14-15), unge al enfermo (cf. Mc 6,13; St 5,14), unge las heridas (cf. Lc 10,34), unge al penitente (cf. Mt 6,17), unge la esperanza (cf. Lc 7,38; 7,46; 10,34; Jn 11,2; 12,3). En esa unción, cada pecador, perdedor, enfermo, pagano —allí donde se encontraba— pudo sentirse miembro amado de la familia de Dios. Con sus gestos, Jesús les decía de modo personal: tú me perteneces. Como Pedro, también nosotros podemos confesar con nuestros labios y con nuestro corazón no solo lo que hemos oído, sino también la realidad tangible de nuestras vidas: hemos sido resucitados, curados, reformados, esperanzados por la unción del Santo. Todo yugo de esclavitud es destruido a causa de su unción (cf. Is 10,27). No nos es lícito perder la alegría y la memoria de sabernos rescatados, esa alegría que nos lleva a confesar «tú eres el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). 
Y es interesante, luego, prestar atención a la secuencia de este pasaje del Evangelio en que Pedro confiesa la fe: «Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día» (Mt 16,21). El Ungido de Dios lleva el amor y la misericordia del Padre hasta sus últimas consecuencias. Tal amor misericordioso supone ir a todos los rincones de la vida para alcanzar a todos, aunque eso le costase el “buen nombre”, las comodidades, la posición… el martirio. 
Ante este anuncio tan inesperado, Pedro reacciona: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte» (Mt 16,22), y se transforma inmediatamente en piedra de tropiezo en el camino del Mesías; y creyendo defender los derechos de Dios, sin darse cuenta se transforma en su enemigo (lo llama “Satanás”). Contemplar la vida de Pedro y su confesión, es también aprender a conocer las tentaciones que acompañarán la vida del discípulo. Como Pedro, como Iglesia, estaremos siempre tentados por esos “secreteos” del maligno que serán piedra de tropiezo para la misión. Y digo “secreteos” porque el demonio seduce a escondidas, procurando que no se conozca su intención, «se comporta como vano enamorado en querer mantenerse en secreto y no ser descubierto» (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, n. 326). 
En cambio, participar de la unción de Cristo es participar de su gloria, que es su Cruz: Padre, glorifica a tu Hijo… «Padre, glorifica tu nombre» (Jn 12,28). Gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y no pueden separarse; porque cuando se abandona la cruz, aunque nos introduzcamos en el esplendor deslumbrante de la gloria, nos engañaremos, ya que eso no será la gloria de Dios, sino la mofa del “adversario”. 
No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente de los demás. Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige —como le exigió a Pedro— identificar los “secreteos” del maligno. Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270). 
Al no separar la gloria de la cruz, Jesús quiere rescatar a sus discípulos, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos: vacíos de amor, vacíos de servicio, vacíos de compasión, vacíos de pueblo. La quiere rescatar de una imaginación sin límites que no sabe poner raíces en la vida del Pueblo fiel o, lo que sería peor, cree que el servicio a su Señor le pide desembarazarse de los caminos polvorientos de la historia. Contemplar y seguir a Cristo exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que él mismo se quiso identificar (Cf. S. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 49), y esto con la certeza de saber que no abandona a su pueblo. 
Queridos hermanos, sigue latiendo en millones de rostros la pregunta: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11,3). Confesemos con nuestros labios con nuestro corazón: «Jesucristo es Señor» (Flp 2,11). Este es nuestro cantus firmus que todos los días estamos invitados a entonar. Con la sencillez, la certeza y la alegría de saber que «la Iglesia resplandece no con luz propia, sino con la de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20)» (S. Ambosio, Hexaemeron, IV, 8,32). 
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miércoles, 27 de junio de 2018





Audiencia general, 27 de junio de 2018 © Vatican Media
Audiencia General, 27 De Junio De 2018 © Vatican Media

Audiencia general, 27 de junio de 2018 – Texto completo

Catequesis sobre los Mandamientos

(ZENIT – 27 junio 2018).- La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar  a las 9:35 horas en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo.
En el Aula Pablo VI, antes de ir a la Plaza de San Pedro, el Papa ha encontrado a varios grupos de enfermos.
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Esta audiencia será como la del miércoles pasado. En el Aula Pablo VI hay tantos enfermos  para que estén mejor, para que estuvieran más cómodos. Pero seguirán la audiencia con la pantalla gigante y también ellos con nosotros; es decir no hay dos audiencias. Hay una sola. Saludemos a los enfermos del Aula Pablo VI. Y sigamos hablando de los mandamientos que, como dijimos, más que mandamientos son las palabras de Dios a su pueblo para que camine bien: palabras amorosas de un Padre.
Las diez Palabras empiezan así: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre” (Ex 20: 2). Este comienzo sonaría extraño con las leyes verdaderas y propias que siguen. Pero no es así.
¿Por qué esta proclamación que Dios hace de sí mismo y de la liberación? Porque se llega al Monte Sinaí después de atravesar el Mar Rojo: el Dios de Israel primero salva, luego pide confianza. [1] Es decir: el Decálogo comienza con la generosidad de Dios. Dios no pide nunca sin haber dado antes. Nunca. Primero salva, después da, luego pide. Así es nuestro Padre, Dios bueno.
Y entendemos la importancia de la primera declaración: “Yo soy el Señor tu Dios”. Hay un posesivo, hay una relación, una pertenencia mutua. Dios no es un extraño: es tu Dios. [2] Esto ilumina todo el Decálogo y también revela el secreto de la acción cristiana, porque es la misma actitud de Jesús que dice: “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros” (Jn 15, 9). Cristo es el amado del Padre y nos ama con ese amor. Él no comienza desde sí mismo, sino desde el Padre. A menudo nuestras obras fracasan porque partimos de nosotros mismos y no de la gratitud. Y quién empieza por sí mismo: ¿Dónde llega? ¡Llega a sí mismo! Es incapaz de hacer camino, vuelve a sí mismo. Es precisamente esa actitud egoísta que la gente bromeando dice: “Esa persona es yo, mí, me, conmigo”. Sale de sí mismo y vuelve a sí mismo.
La vida cristiana es, ante todo, la respuesta agradecida a un Padre generoso. Los cristianos que solo siguen “deberes” denotan que no tienen una experiencia personal de ese Dios que es “nuestro”.  Yo debo hacer esto, eso y lo otro… Solamente deberes. ¡Pero te falta algo! ¿Cuál es el fundamento de este deber? El fundamento de este deber es el amor de Dios Padre, que primero da y luego manda. Anteponer la ley a la relación no ayuda al camino de la fe. ¿Cómo puede un joven desear ser cristiano, si partimos de obligaciones, compromisos, coherencias y no de la liberación? ¡Pero ser cristiano es un camino de liberación! Los mandamientos te liberan de tu egoísmo y te liberan porque el amor de Dios te lleva hacia delante. La formación cristiana no se basa en la fuerza de voluntad, sino en la aceptación de la salvación, en dejarse amar: primero el Mar Rojo, luego el Monte Sinaí. Primero la salvación: Dios salva a su pueblo en el Mar Rojo, después en el Sinaí le dice lo que tiene que hacer. Pero ese pueblo sabe que hace esas cosas porque ha sido salvado por un Padre que lo ama.
La gratitud es un rasgo característico del corazón visitado por el Espíritu Santo; para obedecer a Dios, primero debemos recordar sus beneficios. San Basilio dice: “Quien no deja que esos beneficios caigan en el olvido, está orientado hacia la buena virtud y hacia toda obra de la justicia” (Reglas breves, 56). ¿A dónde nos lleva todo esto? A ejercitar la memoria: [3] ¡Cuántas cosas bellas ha hecho Dios por cada uno de nosotros! ¡Qué generoso es nuestro Padre Celestial! Ahora me gustaría proponeros un pequeño ejercicio: que cada uno, en silencio, responda para sí. ¿Cuántas cosas hermosas ha hecho Dios por mí? Esta es la pregunta. En silencio cada uno de nosotros responda. ¿Cuántas cosas hermosas ha hecho Dios por mí? Y esta es la liberación de Dios. Dios hace tantas cosas bellas y nos libera.
Y sin embargo, alguno puede sentir que aún no ha tenido una verdadera experiencia de la liberación de Dios. Puede suceder. Podría ser que uno mire en su interno y encuentre solo sentido del deber, una espiritualidad de siervos y no de hijos. ¿Qué hacer en este caso? Lo que hizo el pueblo elegido. Dice el libro del Éxodo: “Los israelitas, gimiendo bajo la servidumbre, clamaron, y su clamor que brotaba del fondo de su esclavitud, subió a Dios. Oyó Dios sus gemidos y acordóse Dios de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob… Y miró Dios a los hijos de Israel y conoció”(Ex 2,23-25). Dios piensa en mí.
La acción liberadora de Dios al comienzo del Decálogo – es decir, de los Mandamientos- es la respuesta a este lamento. No nos salvamos solos, pero de nosotros puede salir un grito de ayuda: “Señor, sálvame, Señor enséñame el camino, Señor, acaríciame, Señor, dame un poco de alegría”. Esto es un grito que pide ayuda. Esto depende de nosotros: pedir que nos liberen del egoísmo, del pecado, de las cadenas de la esclavitud. Este grito es importante, es oración, es conciencia de lo que todavía está oprimido y no liberado en nosotros. Hay tantas cosas que no han sido liberadas en nuestra alma, “Sálvame, ayúdame, libérame”. Esta es una hermosa oración al Señor. Dios espera ese grito porque puede y quiere romper nuestras cadenas; Dios no nos ha llamado a la vida para estar oprimido, sino para ser libres y vivir con gratitud, obedeciendo con alegría a Aquel que nos ha dado tanto, infinitamente más de lo que nosotros podremos darle. Es hermoso esto ¡Que Dios sea siempre bendito por todo lo que ha hecho, lo que hace y lo que hará en vosotros
 Librería Editorial Vaticano

domingo, 24 de junio de 2018

En cada persona humana está la huella de Dios




El Papa saluda a los fieles presentes en la plaza de san Pedro El Papa saluda a los fieles presentes en la plaza de san Pedro   (AFP or licensors)

En la Natividad de san Juan Bautista el Santo Padre reflexionó sobre el misterio de la vida, la misión de los padres e invitó a meditar sobre el estado de ánimo de nuestra fe

Griselda Mutual - Ciudad del Vaticano
Como todos los domingos, a la hora del Ángelus, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del Palacio Apostólico Pontificio para rezar junto con los fieles allí presentes la oración a la madre de Dios, e impartir su catequesis sobre el Evangelio del día, que hoy nos presenta el nacimiento de san Juan Bautista.
En la fiesta de san Juan, que la Iglesia católica celebra exactamente seis meses antes de la Navidad, el Romano Pontífice abordó el tema del misterio de la vida humana.

Dios no depende de la lógica humana

A partir del recorrido que realizó a través de las palabras del Evangelio de san Lucas, que narra la maravilla del nacimiento de Juan de padres ya ancianos, el Papa habló de la lógica de Dios, que “no depende” de la nuestra, ni tampoco de nuestra “limitada capacidad humana”:
“Hoy la liturgia nos invita a celebrar la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista. Su nacimiento es el evento que ilumina la vida de sus padres Isabel y Zacarías, e incluye en la alegría y el estupor a parientes y vecinos. Estos ancianos padres habían soñado y preparado aquel día, pero ya no lo esperaban más: se sentían excluidos, humillados, decepcionados. Ante el anuncio del nacimiento de un hijo, Zacarías se quedó incrédulo, porque las leyes naturales no lo consentían, eran viejos, eran ancianos. En consecuencia el Señor lo dejó mudo durante todo el tiempo de la gestación: es una señal. Pero Dios no depende de nuestras lógicas y de nuestras limitadas capacidades humanas”.

Debemos aprender a confiar y a callar frente al misterio de Dios

Por esta última afirmación el Santo Padre indicó la necesidad de aprender a confiar y a callar frente el misterio de Dios, y de contemplar con humildad y silencio su obra, que se revela en la historia, porque , dijo, "nada es imposible para Dios”:
“Ahora que el evento se cumple, ahora que Isabel y Zacarías experimentan que ‘nada es imposible para Dios’, su alegría es grande. La hodierna página evangélica anuncia el nacimiento y luego se detiene en el momento de la imposición del nombre al niño. Isabel elige un nombre extraño a la tradición familiar y dice: “Se va a llamar Juan”, don gratuito e a este punto inesperado, porque Juan significa “Dios ha hecho la gracia”. Y este niño será heraldo, testigo de la gracia de Dios para los pobres que esperan con humilde fe su salvación. Zacarías confirma de forma inesperada la elección de ese nombre, escribiéndolo en una tablilla – porque era mudo - e «inmediatamente se le soltó la boca y la lengua» y empezó a hablar normalmente bendiciendo a Dios (V.66)”.

¿Cómo está nuestra fe?

Prosiguiendo con su recorrido, el Papa habló de las sensaciones que vivió el pueblo que acompañó o que tuvo conocimiento de este acontecimiento milagroso, que fueron sensaciones de estupor, sorpresa y gratitud por el milagro de Dios. Y a partir de esta reacción del pueblo propuso una serie de preguntas para la reflexión personal, de manera que meditemos sobre el estado de ánimo de nuestra fe: “¿cómo es mi fe? ¿Es una fe gozosa o una fe siempre igual, una fe chata? ¿Tengo sentido del estupor cuando veo las obras del Señor?”
“El pueblo fiel de Dios es capaz de vivir la fe con alegría, con sentido de estupor, de sorpresa y gratitud. Pero veamos aquella gente que hablaba bien de esta cosa maravillosa, de este milagro del nacimiento de Juan, y lo hacía con alegría, estaba contenta, con sentido de estupor, con sorpresa y con gratitud. Y viendo esto preguntémonos: ¿cómo es mi fe? ¿Es una fe gozosa o una fe siempre igual, una fe chata? ¿Tengo sentido del estupor cuando veo las obras del Señor, cuando escucho hablar de cosas de la evangelización o de la vida de un santo, o cuando veo tanta gente buena: ¿siento la gracia dentro, o nada toca mi corazón? ¿Sé sentir las consolaciones del espíritu o estoy cerrado a ello? Preguntémonos cada uno de nosotros en un examen de conciencia: ¿cómo es mi fe? ¿es alegre? ¿está abierta a las sorpresas de Dios? Porque Dios es el Dios de las sorpresas: ¿he experimentado en el alma aquel sentido del estupor que hace la presencia de Dios, el sentido de gratitud? Pensemos en estas palabras, que son estados de ánimo de la fe: alegría, sentido de estupor y gratitud”.

Los padres, colaboradores de Dios




En el final, Francisco evidenció la misión de los padres quienes, dijo, en la generación de un hijo, "actúan como colaboradores de Dios",  y elevó su plegaria al cielo, pidiendo a la Santísima Virgen que “nos ayude a comprender que en cada persona humana está la huella de Dios, fuente de vida”:
“Una misión verdaderamente sublime que hace de cada familia un santuario de vida y que despierta- el nacimiento de cada hijo- la alegría, el estupor y la gratitud”, concluyó.

Beatificación de la "Chiquitunga" en Asunción

Durante sus saludos a los fieles el Obispo de Roma se refirió a la beatificación en el día de ayer en Paraguay, de María Felicia de Jesús Sacramentado, al siglo María Felicia Guggiari Echeverría, hermana de la Orden de las Carmelitas Descalzas.
El Santo Padre recordó que la hoy beata “vivió en la primera mitad del siglo XX, se unió con entusiasmo la Acción Católica y se encargó de los ancianos, los enfermos y los presos”. “Esta fructífera experiencia de apostolado, sostenida por la Eucaristía cotidiana, - dijo - desembocó en la consagración al Señor. Murió a los 34 años, aceptando la enfermedad con serenidad". E indicó el testimonio de esta joven Beata como una invitación para todos los jóvenes, especialmente para los paraguayos, a vivir la vida con generosidad, ternura y alegría.

sábado, 23 de junio de 2018

Francisco a ZENIT: “Hay que elegir: o eres ecuménico o eres un proselitista”



El Papa escucha la pregunta de Deborah Castellano, de ZENIT. Captura pantalla Vatican Media





El Papa Escucha La Pregunta De Deborah Castellano, De ZENIT. Captura Pantalla Vatican Media

En el vuelo papal de Ginebra


(ZENIT – 22 junio 2018).- El Papa Francisco recalcó durante las preguntas de los periodistas en el vuelo papal de regreso de Ginebra que en el movimiento ecuménico “debemos eliminar una palabra del diccionario: proselitismo”, y señaló que no puede haber ecumenismo con proselitismo. “Hay que elegir: o eres ecuménico o eres un `proselitista´”, declaró el Santo Padre.
La corresponsal de ZENIT, Deborah Castellano Lubov, hizo la pregunta del grupo de habla inglesa al Santo Padre Francisco, en el avión, al regreso de su 23º viaje internacional, a Ginebra, Suiza, en peregrinación ecuménica, con ocasión del 70º aniversario de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias.
La periodista de ZENIT preguntó al Pontífice si cree que la Iglesia Católica es una de las llamadas “Iglesias de la Paz”, dejando de lado la teoría de la “guerra justa”, recordando esta doctrina de la “guerra justa” debatida hace 2 años en el Vaticano.
A continuación, transcribimos nuestra traducción de la pregunta de Deborah Castellano, de ZENIT, y la respuesta del Papa Francisco.
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Deborah Castellano Lubov: Gracias, Santidad. Santidad, en su discurso de hoy en la Reunión Ecuménica, usted se refirió al enorme poder del Evangelio.
Sabemos que algunas Iglesias del Consejo Mundial de Iglesias son las llamadas “Iglesias de la Paz”, que creen que un cristiano no puede usar la violencia. Recordemos que hace dos años, en el Vaticano, hubo una conferencia organizada para reconsiderar la doctrina de la “guerra justa”. Entonces, Santidad, la pregunta es si cree que es el caso de que la Iglesia Católica se una a estas llamadas “Iglesias de la Paz” y deje de lado la teoría de la “guerra justa”. Gracias.
Papa Francisco: Una aclaración: ¿por qué dices que hay “Iglesias de Paz”?
Deborah Castellano Lubov: Se les considera “Iglesias de Paz” porque tienen esta concepción de que una persona que usa la violencia ya no puede considerarse cristiana.
Papa Francisco: Gracias, entiendo. Ella ha puesto el dedo en la llaga… Hoy, en el almuerzo, un pastor dijo que tal vez el primer derecho humano es el derecho a la esperanza, y me gustó, y afecta un poco a este tema. Hablamos sobre la crisis de los derechos humanos hoy. Creo que tengo que comenzar con esto para llegar a su pregunta. La crisis de los derechos humanos parece clara. Se habla un poco de derechos humanos, pero muchos grupos o algunos países se distancian. Sí, tenemos derechos humanos, pero… no hay fuerza, entusiasmo, convicción, no digo hace 70 años, pero hace 20 años. Y esto es serio, porque tenemos que ver las causas. ¿Cuáles son las causas por las que hemos llegado a esto? Que hoy los derechos humanos son relativos. El derecho a la paz también es relativo. Es una crisis de derechos humanos. Esto creo que tenemos que pensarlo a fondo.
Luego, las llamadas “Iglesias de la Paz”. Creo que todas las iglesias que tienen este espíritu de paz deben unirse y trabajar juntas, como dijimos en los discursos de hoy, tanto yo como las otras personas que hablaron, y durante el almuerzo se discutió. La unidad por la paz. Hoy la paz es una necesidad, porque existe el riesgo de guerra… Alguien dijo: esta tercera guerra mundial, si lo hacemos, sabemos qué armas haremos, pero si hay una cuarta, lo haremos con palos, porque la humanidad será destruida. El compromiso con la paz es un asunto serio. ¡Cuando piensas en el dinero que gastan en armamento! Por esta razón, las “Iglesias de la Paz”: ¡pero es el mandato de Dios! La Paz, la fraternidad, la humanidad unida… Y en todos los conflictos, no debemos resolverlos como Caín, sino resolverlos con negociación, diálogo y mediación.
Por ejemplo, ¡estamos en crisis de mediaciones! La mediación, que es una figura jurídica muy valiosa, está en crisis hoy. Crisis de esperanza, crisis de los derechos humanos, crisis de mediación, crisis de paz. Pero luego, si ella dice que hay “Iglesias de la paz”, me pregunto: ¿hay “Iglesias de la guerra”? Es difícil entender esto, es difícil, pero ciertamente hay algunos grupos, y yo diría que en casi todas las religiones, pequeños grupos, un poco simplificando, diré “fundamentalistas” que buscan guerras.
Nosotros los católicos también tenemos algunos, que siempre buscan la destrucción. Y esto es muy importante tenerlo bajo tus ojos. No sé si respondí… Me dicen que la gente pide la cena, que es el momento adecuado para llegar con el estómago lleno…
Solo una palabra que quiero decir claramente: que hoy fue un día ecuménico, simplemente ecuménico. Y en el almuerzo dijimos algo bueno, que te dejo para que pienses sobre ello y reflexiones y hagas una buena consideración de esto: en el movimiento ecuménico debemos eliminar una palabra del diccionario: proselitismo. ¿Está claro? No puede haber ecumenismo con proselitismo, hay que elegir: o eres ecuménico o eres un “proselitista”. Gracias. Continuaría hablando porque me gusta, pero…

jueves, 21 de junio de 2018

Peregrinación ecuménica del Santo Padre Francisco a Ginebra con motivo del 70 aniversario de la fundación del Consejo Mundial de las Iglesias (21 de junio, 2018) -

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 Ceremonia de bienvenida en Ginebra.-Encuentro con el Presidente de la Confederación Suiza .-Oración ecuménica en el Centro Ecuménico de Ginebra, 21.06.2018


Después de la procesión inicial, la Oración Ecuménica se abrió con los saludos introductorios, siguió con la oración de arrepentimiento, la oración por la reconciliación y por la unidad y la Lectura. A continuación  el Papa ha pronunciado  un discurso.
Al final, después del rezo del Padrenuestro y de la oración por la unidad de la Iglesia,  el Papa Francisco se desplazó en automóvil al Instituto Ecuménico de Bossey.

Durante la celebración: Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:
Hemos escuchado las palabras del Apóstol Pablo a los Gálatas, quienes estaban pasando por tribulaciones y luchas internas. De hecho, había grupos que se enfrentaban y se acusaban mutuamente. En este contexto y hasta dos veces en pocos versículos, el Apóstol invita a «caminar según el Espíritu» (Ga 5,16.25).
Caminar. El hombre es un ser en camino. Está llamado a ponerse en camino durante toda la vida, a salir continuamente del lugar donde se encuentra: desde que sale del seno de la madre hasta que pasa de una a otra etapa de la vida; desde que sale de la casa de los padres hasta el momento en que deja esta existencia terrena.

 El camino es una metáfora que revela el sentido de la vida humana, de una vida que no es suficiente en sí misma, sino que anhela algo más. El corazón nos invita a marchar, a alcanzar una meta.
Pero caminar es una disciplina, un esfuerzo, se necesita cada día paciencia y un entrenamiento constante. Es preciso renunciar a muchos caminos para elegir el que conduce a la meta y reavivar la memoria para no perderla. Meta y memoria. Caminar requiere la humildad de volver sobre los propios pasos, cuando es necesario, y la preocupación por los compañeros de viaje, porque únicamente juntos se camina bien.

 Caminar, en definitiva, exige una continua conversión de uno mismo. Por este motivo, son muchos los que renuncian, prefiriendo la tranquilidad doméstica, en la que atienden cómodamente sus propios asuntos sin exponerse a los riesgos del viaje. Pero así se aferran a seguridades efímeras, que no dan la paz y la alegría que el corazón aspira, y que solo se consiguen saliendo de uno mismo.

Dios nos llama a esto ya desde el principio. A Abraham le pidió que dejara su tierra y que se pusiera en camino, con el único equipaje de la confianza en Dios (cf. Gn 12,1). Moisés, Pedro y Pablo, y todos los amigos del Señor vivieron en camino. Pero es sobre todo Jesús quien nos ha dado ejemplo. Salió de su condición divina por nosotros (cf. Flp 2,6-7) y vino entre nosotros para caminar, él que es el Camino (cf. Jn 14,6). Él, el Señor y Maestro, se hizo peregrino y huésped entre nosotros. Cuando regresó al Padre, nos dio el don de su mismo Espíritu, para que también nosotros tuviéramos la fuerza para caminar hacia él y hacer lo que Pablo pide: caminar según el Espíritu.

Según el Espíritu: si cada hombre es un ser en camino, y encerrándose en sí mismo reniega de su vocación, mucho más el cristiano. Porque —indica Pablo— la vida cristiana lleva consigo una alternativa irreconciliable: por una parte, caminar según el Espíritu, siguiendo el itinerario inaugurado por el Bautismo; por otra, «realizar los deseos de la carne» (Ga 5,16). ¿Qué quiere decir esta expresión? Significa intentar realizarse buscando la vía de la posesión, la lógica del egoísmo, con la que el hombre intenta acaparar aquí y ahora todo lo que le apetece. 

No se deja acompañar con docilidad por donde Dios le indica, sino que persigue su propia ruta. Las consecuencias de esta trágica trayectoria saltan a la vista: el hombre, insaciable de cosas materiales, pierde de vista a los compañeros de viaje. Entonces, por los caminos del mundo, reina una profunda indiferencia. Empujado por sus propios instintos, se convierte en esclavo de un consumismo frenético y, en ese instante, la voz de Dios se silencia; los demás, sobre todo si son incapaces de caminar por sí mismos, como los niños y los ancianos, se convierten en desechos molestos; la creación no tiene otro sentido, sino el de producir en función de las necesidades.

Queridos hermanos y hermanas: Las palabras del Apóstol Pablo nos interpelan hoy más que nunca. Caminar según el Espíritu es rechazar la mundanidad. Es elegir la lógica del servicio y avanzar en el perdón. Es sumergirse en la historia con el paso de Dios; no con el paso rimbombante de la prevaricación, sino con la cadencia de «una sola frase: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 14). La vía del Espíritu está marcada por las piedras miliares que Pablo enumera: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (v. 22.23).

Todos juntos estamos llamados a caminar de ese modo: el camino pasa por una continua conversión y la renovación de nuestra mentalidad para que se haga semejante a la del Espíritu Santo. A lo largo de la historia, las divisiones entre cristianos se han producido con frecuencia porque fundamentalmente se introducía una mentalidad mundana en la vida de las comunidades: primero se buscaban los propios intereses, solo después los de Jesucristo.

 En estas situaciones, el enemigo de Dios y del hombre lo tuvo fácil para separarnos, porque la dirección que perseguíamos era la de la carne, no la del Espíritu. Incluso algunos intentos del pasado para poner fin a estas divisiones han fracasado estrepitosamente, porque estaban inspirados principalmente en una lógica mundana. Pero el movimiento ecuménico —al que tanto ha contribuido el Consejo Ecuménico de las Iglesias— surgió por la gracia del Espíritu Santo (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Unitatis redintegratio, 1). El ecumenismo nos ha puesto en camino siguiendo la voluntad de Jesús, y progresará si, caminando bajo la guía del Espíritu, rechaza cualquier repliegue autorreferencial.

Alguno podría objetar que caminar de este modo es trabajar sin provecho, porque no se protegen como es debido los intereses de las propias comunidades, a menudo firmemente ligados a orígenes étnicos o a orientaciones consolidadas, ya sean mayoritariamente “conservadoras” o “progresistas”. Sí, elegir ser de Jesús antes que de Apolo o Cefas (cf. 1 Co 1,12), de Cristo antes que «judíos o griegos» (cf. Ga 3,28), del Señor antes que de derecha o de izquierda, elegir en nombre del Evangelio al hermano en lugar de a sí mismos significa con frecuencia, a los ojos del mundo, trabajar sin provecho. No tengamos miedo a trabajar sin provecho.

 El ecumenismo es “una gran empresa con pérdidas”. Pero se trata de pérdida evangélica, según el camino trazado por Jesús: «El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9,24). Salvar lo que es propio es caminar según la carne; perderse siguiendo a Jesús es caminar según el Espíritu. Solo así se da fruto en la viña del Señor. Como Jesús mismo enseña, no son los que acaparan los que dan fruto en la viña del Señor, sino los que, sirviendo, siguen la lógica de Dios, que continúa dando y entregándose (cf. Mt 21,33-42). Es la lógica de la Pascua, la única que da fruto.
Mirando nuestro camino, podemos vernos reflejados en ciertas situaciones de las comunidades de la Galacia de entonces: qué difícil es calmar la animadversión y cultivar la comunión; qué complicado es escapar de las discrepancias y los rechazos mutuos que han sido alimentados durante siglos.

 Más difícil aún es resistir a la astuta tentación: estar junto a otros, caminar juntos, pero con la intención de satisfacer algún interés personal. Esta no es la lógica del Apóstol, es la de Judas, que caminaba junto a Jesús, pero para su propio beneficio. La respuesta a nuestros pasos vacilantes es siempre la misma: caminar según el Espíritu, purificando el corazón del mal, eligiendo con santa obstinación la vía del Evangelio y rechazando los atajos del mundo.
Después de tantos años de compromiso ecuménico, en este setenta aniversario del Consejo, pedimos al Espíritu que fortalezca nuestro caminar.

 Con demasiada facilidad este se detiene ante las diferencias que persisten; con frecuencia se bloquea al empezar, desgastado por el pesimismo. Las distancias no son excusas; se puede desde ahora caminar según el Espíritu: rezar, evangelizar, servir juntos, esto es posible y agradable a Dios. Caminar juntos, orar juntos, trabajar juntos: he aquí nuestro camino fundamental de hoy.
Este camino tiene una meta precisa: la unidad. La vía contraria, la de la división, conduce a guerras y destrucciones. Basta con leer la historia. El Señor nos pide que invoquemos continuamente la vía de la comunión, que conduce a la paz. La división, en efecto, «contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de predicar el Evangelio a toda criatura» (Unitatis redintegratio, 1). El Señor nos pide unidad; el mundo, desgarrado por tantas divisiones que afectan principalmente a los más débiles, invoca unidad.

Queridos hermanos y hermanas: He querido venir aquí, peregrino en busca de unidad y paz. Doy las gracias a Dios porque aquí os he encontrado, hermanos y hermanas ya en camino. Caminar juntos para nosotros cristianos no es una estrategia para hacer valer más nuestro peso, sino que es un acto de obediencia al Señor y de amor al mundo. Obediencia a Dios y amor al mundo, es el verdadero amor que salva. Pidamos al Padre que caminemos juntos con más vigor por las vías del Espíritu. La cruz oriente el camino, porque allí, en Jesús, los muros de separación ya han sido derribados y toda enemistad ha sido derrotada (cf. Ef 2,14). Allí entendemos que, a pesar de todas nuestras debilidades, nada nos separará de su amor (cf. Rm 8,35-39).Gracias.