domingo, 29 de septiembre de 2019

“El Señor nos pide que reflexionemos sobre las injusticias que generan exclusión, en particular sobre los privilegios de unos pocos, que perjudican a muchos otros cuando perduran. ‘El mundo actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos’. Una verdad que provoca dolor. Este mundo, cada día es más elitista y más cruel con los excluidos”.


https://radiomaria.org.ar/papa-francisco/misa-por-la-jornada-mundial-del-migrante-y-del-refugiado/

 – El Papa Francisco presidió este domingo 29 de septiembre en la Plaza de San Pedro del Vaticano la Misa con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado.
En su homilía, a partir de la lectura del Evangelio de San Lucas en la que se narra la parábola del rico y del pobre Lázaro.

A continuación, la homilía completa del Papa Francisco:

En el Salmo Responsorial se nos recuerda que el Señor sostiene a los forasteros, así como a las viudas y a los huérfanos del pueblo. El salmista menciona de forma explícita aquellas categorías que son especialmente vulnerables, a menudo olvidadas y expuestas a abusos.
Los forasteros, las viudas y los huérfanos son los que carecen de derechos, los excluidos, los marginados, por quienes el Señor muestra una particular solicitud. Por esta razón, Dios les pide a los israelitas que les presten una especial atención.
En el libro del Éxodo, el Señor advierte al pueblo de no maltratar de ningún modo a las viudas y a los huérfanos, porque Él escucha su clamor (cf. 22,23). La misma admonición se repite dos veces en el Deuteronomio (cf. 24,17; 27,19), incluyendo a los extranjeros entre las categorías protegidas.
La razón de esta advertencia se explica claramente en el mismo libro: el Dios de Israel es Aquel que «hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido» (10,18). Esta preocupación amorosa por los menos favorecidos se presenta como un rasgo distintivo del Dios de Israel, y también se le requiere, como un deber moral, a todos los que quieran pertenecer a su pueblo.
Por eso debemos prestar especial atención a los forasteros, como también a las viudas, a los huérfanos y a todos los que son descartados en nuestros días. En el Mensaje para esta 105 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el lema se repite como un estribillo: “No se trata sólo de migrantes”.
Y es verdad: no se trata sólo de forasteros, se trata de todos los habitantes de las periferias existenciales que, junto con los migrantes y los refugiados, son víctimas de la cultura del descarte. El Señor nos pide que pongamos en práctica la caridad hacia ellos; nos pide que restauremos su humanidad, a la vez que la nuestra, sin excluir a nadie, sin dejar a nadie afuera.
Pero, junto con el ejercicio de la caridad, el Señor nos pide que reflexionemos sobre las injusticias que generan exclusión, en particular sobre los privilegios de unos pocos, que perjudican a muchos otros cuando perduran. «El mundo actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos. Una verdad que provoca dolor. Este mundo, cada día es más elitista y más cruel con los excluidos.
Los países en vías de desarrollo siguen agotando sus mejores recursos naturales y humanos en beneficio de unos pocos mercados privilegiados. Las guerras afectan sólo a algunas regiones del mundo; sin embargo, la fabricación de armas y su venta se lleva a cabo en otras regiones, que luego no quieren hacerse cargo de los refugiados que dichos conflictos generan.
Quienes padecen las consecuencias son siempre los pequeños, los pobres, los más vulnerables, a quienes se les impide sentarse a la mesa y se les deja sólo las “migajas” del banquete» (Mensaje para la 105 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado).
Así se entienden las duras palabras del profeta Amós, proclamadas en la primera lectura (6,1.4-7). ¡Ay de los que viven despreocupadamente y buscando placer en Sion, que no se preocupan por la ruina del pueblo de Dios, que sin embargo está a la vista de todos! No se dan cuenta de la ruina de Israel, porque están demasiado ocupados asegurándose una buena vida, alimentos exquisitos y bebidas refinadas.
Sorprende ver cómo, después de 28 siglos, estas advertencias conservan toda su actualidad. De hecho, también hoy día la «cultura del bienestar […] nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, […] lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia» (Homilía en Lampedusa, 8 julio 2013).
Al final, también nosotros corremos el riesgo de convertirnos en ese hombre rico del que nos habla el Evangelio, que no se preocupa por el pobre Lázaro «cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico» (Lc 16,20-21).
Demasiado ocupado en comprarse vestidos elegantes y organizar banquetes espléndidos, el rico de la parábola no advierte el sufrimiento de Lázaro. Y también nosotros, demasiado concentrados en preservar nuestro bienestar, corremos el riesgo de no ver al hermano y a la hermana en dificultad.
Pero como cristianos no podemos permanecer indiferentes ante el drama de las viejas y nuevas pobrezas, de las soledades más oscuras, del desprecio y de la discriminación de quienes no pertenecen a “nuestro” grupo. No podemos permanecer insensibles, con el corazón anestesiado, ante la miseria de tantas personas inocentes. No podemos sino llorar. No podemos dejar de reaccionar. Pidamos al Señor la gracia de llorar, ese llanto que convierte el corazón ante estos pecados.
Si queremos ser hombres y mujeres de Dios, como le pide san Pablo a Timoteo, debemos guardar «el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tm 6,14); y el mandamiento es amar a Dios y amar al prójimo. No podemos separarlos.
Y amar al prójimo como a uno mismo significa también comprometerse seriamente en la construcción de un mundo más justo, donde todos puedan acceder a los bienes de la tierra, donde todos tengan la posibilidad de realizarse como personas y como familias, donde los derechos fundamentales y la dignidad estén garantizados para todos.
Amar al prójimo significa sentir compasión por el sufrimiento de los hermanos y las hermanas, acercarse, tocar sus llagas, compartir sus historias, para manifestarles concretamente la ternura que Dios les tiene. Significa hacerse prójimo de todos los viandantes apaleados y abandonados en los caminos del mundo, para aliviar sus heridas y llevarlos al lugar de acogida más cercano, donde se les pueda atender en sus necesidades.
Este santo mandamiento, Dios se lo dio a su pueblo, y lo selló con la sangre de su Hijo Jesús, para que sea fuente de bendición para toda la humanidad. Porque todos juntos podemos comprometernos en la edificación de la familia humana según el plan original, revelado en Jesucristo: todos hermanos, hijos del único Padre.
Encomendamos hoy al amor maternal de María, Nuestra Señora del Camino, a los migrantes y refugiados, junto con los habitantes de las periferias del mundo y a quienes se hacen sus compañeros de viaje.

jueves, 26 de septiembre de 2019

“Despertar del espíritu de la tibieza”

Meditación del Santo Padre en la Misa

(ZENIT – 26 sept. 2019).- El Papa Francisco ha pedido que “el Señor nos ayude a despertar del espíritu de la tibieza, para luchar contra esta suave anestesia de la vida espiritual”.
Hoy, 26 de septiembre de 2019, en la homilía de la Misa en la Casa Santa Marta, el Santo Padre reflexionó sobre la primera lectura propuesta por la liturgia del día que corresponde a un pasaje del Libro de Ageo, indica Vatican News. Se trata de un fragmento, en el que por medio de dicho profeta, el Señor exhorta al pueblo a reflexionar sobre su comportamiento y a cambiarlo trabajando para reconstruir el Templo.
Un pueblo derrotado
Francisco explicó que Ageo se encontró con un pueblo perezoso y resignado a vivir en la derrota. El Templo había sido destruido por sus enemigos y todo era una ruina porque sus habitantes dejaban pasar el tiempo y no hacían nada por remediarlo. Así, el Señor envió a este profeta para remover sus corazones y “reconstruir el Templo”.
Pero estos estaban amargados y no querían trabajar. Aquel pueblo, indicó el Papa, “no tenía ganas de levantarse, de volver a empezar, no se dejaba ayudar por el Señor que quería que se levantara” y se excusaban diciendo que todavía no había llegado el momento oportuno.
La tibieza, “paz de los cementerios”
Para el Obispo de Roma, este es el drama del espíritu de la tibieza, que se adueñó de ese pueblo y también lo hace de nosotros cuando decimos: “Sí, sí, Señor, está bien… pero despacio, despacio Señor, dejémoslo así… ¡Mañana lo haré!”; para decir lo mismo mañana y mañana dejarlo para pasado mañana y pasado mañana posponerlo aún… y así, una vida posponiendo decisiones de conversión del corazón, de cambio de vida…”.
Esta tibieza, que es frecuente que se encuentre detrás de las incertidumbres, hace que la persona desperdicie su vida y termine “como un trapo porque no ha hecho nada, sólo para mantener la paz y la calma dentro de sí misma”, describe el Santo Padre. No obstante, también apuntó que dicha postura “es la paz de los cementerios”.
En este sentido, agregó: “Cuando entramos en esta tibieza, en esta actitud de tibieza espiritual, transformamos nuestra vida en un cementerio: no hay vida. Sólo hay una cerrazón para que no entren problemas como el de esta gente que ‘sí, sí, estamos en ruinas pero no nos arriesgamos: mejor así’. Ya estamos acostumbrados a vivir así’”.
Conversión
Para Francisco, esto es algo que nos ocurre “con las pequeñas cosas que no van bien, que el Señor quiere que cambiemos”. Él nos pide la conversión y nosotros le respondemos: mañana.
En consecuencia, el Pontífice invitó a pedir al Señor “la gracia de no caer en este espíritu de ser ‘medio-cristianos’ o, como dicen las ancianas, ‘cristianos de agua de rosas’, así, sin sustancia. Buenos cristianos, pero que trabajan mucho, que han sembrado mucho, pero que han recogido poco. Vidas que prometían tanto, y al final no han hecho nada”.

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miércoles, 25 de septiembre de 2019

“Diáconos, custodios del servicio de la Palabra y caridad”

«El nacimiento del ministerio de los diáconos que devolvió la armonía entre el servicio de la caridad y de la Palabra», tema de la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General del miércoles 25 de septiembre de 2019.

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Hoy reflexionamos sobre algunos problemas que surgieron dentro de la primera comunidad cristiana. Las diferencias de cultura y sensibilidad fueron caldo de cultivo para la cizaña de la murmuración y los apóstoles respondieron individuando las dificultades y buscando juntos soluciones. Distribuyeron las tareas de modo que ni la predicación del Evangelio ni la atención a los pobres se vieran mermadas, y nació así el ministerio de los diáconos que devolvió la armonía entre el servicio de la caridad y de la Palabra”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General del último miércoles de septiembre de 2019, continuando con su ciclo de catequesis sobre la evangelización a partir del Libro de los Hechos de los Apóstoles, como preparación para el Mes Misionero Extraordinario del mes de octubre.

Armonizar las diferencias

En su catequesis, el Santo Padre recordó como a través del libro de los Hechos de los Apóstoles, estamos siguiendo el viaje del Evangelio en el mundo. San Lucas, con gran realismo, muestra tanto la fecundidad de este viaje como la aparición de algunos problemas en la comunidad cristiana, ya que los problemas – precisó el Papa – han existido desde el inicio, sobre todo en el intento de armonizar las diferencias que coexisten dentro de la comunidad cristiana sin contrastes ni divisiones.

La cizaña de la murmuración

En este sentido, el Papa Francisco señaló que es importante recordar que la comunidad no sólo acogía a los judíos, sino también a los griegos, gente de la diáspora, no judíos, con su propia cultura y sensibilidad, incluso de otras religiones. Nosotros hoy los llamamos “paganos”. Y ellos eran acogidos. Esta co-presencia determinaba equilibrios frágiles y precarios; y ante las dificultades surge la “cizaña”, y el Pontífice se pregunta: ¿cuál es la peor  cizaña que destruye una comunidad? La cizaña de la murmuración, la cizaña de la habladuría: los griegos murmuraban por la desatención de la comunidad hacia sus viudas.

El servicio a la Palabra y la caridad

Para hacer frente a esta situación, precisó el Papa, los Apóstoles inician un proceso de discernimiento que consiste en considerar bien las dificultades y buscar juntos soluciones. Así, encuentran una salida en el subdividir las diversas tareas para un crecimiento sereno de todo el cuerpo eclesial y evitar descuidar tanto el “camino” del Evangelio como el cuidado de los miembros más pobres. “Los Apóstoles – subrayó el Obispo de Roma – son cada vez más conscientes de que su vocación principal es la oración y predicar la Palabra de Dios, ambas: orar y anunciar el Evangelio”. Los diáconos, afirmó el Papa, fueron creados para esto, para el servicio. Los diáconos en la iglesia no son sacerdotes de segunda clase, no. Es otra cosa. Es el custodio del servicio en la Iglesia. Y es precisamente esta armonía entre el servicio a la Palabra y el servicio a la caridad representa la levadura que hace crecer el cuerpo eclesial.

El cáncer diabólico de la murmuración

El Santo Padre hablando en nuestro idioma agregó que, “el mal de la murmuración no sólo se encontraba dentro de la Iglesia, sino también fuera se alzaban reproches contra los nuevos diáconos, entre los que destacaban Felipe y Esteban. Los enemigos de este último, no teniendo cómo atacarle, lo calumniaron y dieron falso testimonio contra él. Este cáncer diabólico que es la murmuración, que nace de la voluntad de destruir la reputación de una persona, agrede al cuerpo eclesial y lo daña gravemente”.

Esteban ante el Sanedrín fue testigo de Cristo

Por ello, cuando conducen a Estaban ante las autoridades, como habían hecho con Jesús y con todos los mártires, señaló el Pontífice, él propone una relectura de la historia sagrada centrada en Cristo. “Esteban ante el Sanedrín fue testigo de Cristo, quien ilumina toda la historia de la salvación, y denunció la hipocresía de quienes han perseguido siempre a los profetas enviados por Dios y crucificaron a su propio Hijo. El tribunal decretó su muerte y, como otro Cristo, Esteban la afrontó abandonándose en las manos de Jesús y perdonando a sus agresores”.
Catequesis del Papa Francisco

Los mártires, los verdaderos vencedores

Las palabras de Esteban, afirmó el Santo Padre, nos enseñan que no son los bonitos discursos los que revelan nuestra identidad como hijos de Dios, sino sólo el abandono de la propia vida en las manos del Padre y el perdón para aquellos que nos ofenden nos hacen ver la calidad de nuestra fe. “La Iglesia de hoy es rica en mártires, hoy hay más mártires que al inicio de la Iglesia, la Iglesia esta irrigada por su sangre que es ‘semilla de nuevos cristianos’ y asegura el crecimiento y la fecundidad del Pueblo de Dios. Los mártires no son ‘santitos’, sino hombres y mujeres de carne y hueso que -como dice el Apocalipsis- ‘lavaron sus vestidos, blanqueándolos en la sangre del Cordero’. Ellos son los verdaderos vencedores”.

Demos testimonio con plena libertad y sin miedo

Antes de concluir su catequesis, el Papa Francisco saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica. “Saludo a los miembros de Renova presentes en Roma durante esta semana para presentar sus trabajos en los Dicasterios. Pidamos de forma constante la fuerza del Espíritu Santo para poder dar la vida cotidianamente, testimoniando hasta el final el amor de Dios con plena libertad y sin miedo, como lo han hecho tantos mártires en la historia y lo siguen haciendo tantos hermanos nuestros todavía hoy”.

lunes, 23 de septiembre de 2019

«La riqueza deshonesta es el dinero, el estiércol del diablo»

22 septiembre, 2019

En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La parábola contenida en el Evangelio de este domingo (cf. Lc 16,1-13) tiene como protagonista a un administrador astuto y deshonesto que, acusado de haber despilfarrado los bienes del patrón, está a punto de ser despedido. En esta difícil situación, él no recrimina, no busca justificaciones ni se deja desanimar, sino que busca una salida para asegurarse un futuro tranquilo. Reacciona primero con lucidez, reconociendo sus propios límites: “excavar, no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza” (v. 3); luego actúa con astucia, robando a su señor por última vez. De hecho, llama a los deudores y reduce las deudas que tienen con el amo, para hacer amistad con ellos y luego ser recompensado por ellos. Esto es hacerse amigos con la corrupción y obtener gratitud con la corrupción, como lamentablemente sucede hoy.
Jesús presenta este ejemplo no para exhortar a la deshonestidad, sino a la astucia. De hecho subraya: “El patrón alabó a aquel administrador deshonesto, porque había actuado con astucia” (v. 8), es decir, con esa mezcla de inteligencia y astucia que te permite superar situaciones difíciles. La clave de lectura de esta narración está en la invitación de Jesús al final de la parábola: “Hagan amigos con las riquezas deshonestas, para que cuando estas riquezas fracasen, los reciban en las moradas eternas” (v. 9). Parece un poco confuso pero no lo es, la “riqueza deshonesta” es el dinero -también llamado “estiércol del diablo”- y, en general, los bienes materiales.
La riqueza puede llevar a la construcción de muros, crear divisiones y discriminaciones. Jesús, por el contrario, invita a sus discípulos a invertir el curso: “Háganse amigos con la riqueza”. Es una invitación a saber transformar bienes y riquezas en relaciones, porque las personas valen más que las cosas y cuentan más que las riquezas que poseen. En la vida, en efecto, no son los que tienen la riqueza los que dan  fruto, sino los que crean y mantiene vivos tantos lazos, tantas relaciones, tantas amistades a través de las diferentes “riquezas”,  es decir de los diferentes dones con los que Dios los ha dotado. Pero Jesús también indica el propósito último de su exhortación: “Háganse amigos de las riquezas, para que te acojan en las moradas eternas”. Si somos capaces de transformar las riquezas en instrumentos de fraternidad y solidaridad, no solo será Dios quien nos acoja en el Paraíso, sino también aquellos con los cuales hemos compartido, administrando bien lo que el Señor ha puesto en nuestras manos.
Hermanos y hermanas esta página evangélica hace resonar en nosotros la pregunta del administrador deshonesto expulsado por el patrón: “¿Qué voy a hacer ahora?” (v. 3). Frente a nuestras faltas y fracasos Jesús nos asegura que siempre estamos a tiempo para sanar el mal hecho con el bien. Quién ha causado lágrimas, haga feliz a alguien; quien ha quitado indebidamente, done a quien está en necesidad. Al hacerlo, seremos alabados por el Señor “porque hemos actuado con astucia”, es decir, con la sabiduría de los que se reconocen como hijos de Dios y se ponen en juego por el Reino de los Cielos.
Que la Santísima Virgen nos ayude a ser astutos para asegurarnos no el éxito mundano, sino la vida eterna, para que en el momento del juicio final las personas necesitadas a las que hemos ayudado sean testigos de que en ellas hemos visto y servido al Señor.

sábado, 21 de septiembre de 2019

“Dejémonos ‘misericordiar’ por Dios”

Homilía del Santo Padre en la celebración Eucarística, en el marco de su Visita Pastoral a la ciudad y diócesis italiana de Albano, en la Provincia del Lacio, este sábado 21 de septiembre de 2019.

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Pidamos la gracia de salir al encuentro de cada uno como un hermano y no ver en nadie un enemigo. Y si nos han hecho daño, devolvamos el bien. Los discípulos de Jesús no son esclavos de los males del pasado, sino que, perdonados por Dios, hacen como Zaqueo: sólo piensan en el bien que pueden hacer”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Santa Misa celebrada en la Plaza Pía (dedicada a San Pío IX), en el marco de su Visita Pastoral a la ciudad y diócesis italiana de Albano, en la Provincia del Lacio, este 21 de septiembre de 2019.

El Señor se recuerda de nosotros

En su homilía, el Santo Padre comentando el episodio de la conversión de Zaqueo presentado en el Evangelio de San Juan dijo que, a los ojos de sus conciudadanos era insalvable, pero no a los ojos de Jesús, que lo llama por su nombre, Zaqueo que significa “Dios se recuerda”, en la ciudad olvidada, precisó el Pontífice, Dios se recuerda del más grande pecador. “El Señor, sobre todo, se recuerda de nosotros. No nos olvida, no nos pierde de vista a pesar de los obstáculos que pueden alejarnos de Él”. El Papa señaló que, los límites, pecados, vergüenza, parloteo y prejuicios, ninguno de estos obstáculos hacen que Jesús se olvide de lo esencial, el hombre a quien amar y salvar.

Dios te llama y te ama personalmente

El Papa Francisco también recordó que en el aniversario de la Catedral Episcopal de Albano este Evangelio nos dice que, “toda iglesia, que la Iglesia con mayúscula, existe para mantener vivo en el corazón de los hombres el recuerdo de que Dios los ama. Existe para decir a cada uno, incluso a los más lejanos: eres amado y llamado por tu nombre por Jesús; Dios no te olvida, tú estás en su corazón”. Por ello, queridos hermanos y hermanas, como Jesús, agregó el Pontífice, no tengan miedo de cruzar su ciudad, de ir a los más olvidados, a los que están escondidos detrás de las ramas de la vergüenza, del miedo, de la soledad, para decirles: Dios se acuerda de ti.

El amor de Jesús nos anticipa

Asimismo, el Santo Padre en su homilía destacó una segunda acción de Jesús, es decir, que Jesús anticipa. Esto lo vemos en el juego de miradas con Zaqueo, él trataba de verlo pero el Señor lo anticipa, quiere descubrir quién es Jesús y lo descubre no cuando mira a Jesús, sino cuando es mirado por Jesús. “Cuando descubrimos que su amor nos anticipa, que nos llega antes que nada, la vida cambia”. Querido hermano y hermana, alentó el Pontífice, si como Zaqueo buscas un sentido a la vida, pero no lo encuentras, te echas a perder con "sustitutos del amor", como la riqueza, la profesión, el placer, la dependencia, déjate mirar por Jesús. Sólo con Jesús descubrirás que siempre has sido amado y harás el descubrimiento de la vida. Te sentirás tocado en tu interior por la ternura invencible de Dios, que conmueve y mueve el corazón.

Dejémonos “misericordiar” por Dios

Como Iglesia, dijo el Papa Francisco, debemos preguntarnos siempre si Jesús es primero o no. “Si todo lo que hacemos no parte de la mirada de misericordia de Jesús, corremos el riesgo de mundanizar la fe, complicarla y llenarla de muchos contornos: argumentos culturales, visiones eficaces, opciones políticas, opciones de partido.... Pero se olvida lo esencial, la sencillez de la fe, lo primero: el encuentro vivo con la misericordia de Dios. Si este no es el centro, si no es el principio y el fin de todas nuestras actividades, corremos el riesgo de mantener a Dios "fuera del hogar", fuera de la Iglesia, que es su hogar. Por ello, agregó el Papa, la invitación de hoy es “dejarnos misericordiar por Dios”, Él viene con su misericordia.

Ser como niños para alcanzar a Dios

En este sentido, el Santo Padre dijo que para custodiar la primacía de Dios, es decir, la misericordia, no hay que ser cristianos complicados, que elaboran mil teorías y se dispersan para buscar respuestas en la red, sino debemos ser como niños. Ellos necesitan padres y amigos: y nosotros también necesitamos a Dios y de los demás. No es suficiente nosotros mismos, necesitamos desenmascarar nuestra autosuficiencia, superar nuestros cierres, volver pequeños por dentro, sencillos y entusiastas, llenos de impulso hacia Dios y amor a los demás.

La Iglesia una casa abierta

Asimismo, el Papa Francisco comento una última acción de Jesús, el de hacer sentir a todos en casa. Zaqueo, que se sentía ajeno a su ciudad, regresó a casa como un ser querido. “El Señor desea que su Iglesia sea una casa entre las casas, una tienda acogedora donde cada hombre, como caminante de la vida, se encuentre con quien ha venido a habitar entre nosotros. Hermanos y hermanas – alentó el Pontífice – que la Iglesia sea el lugar donde nunca miremos a los demás desde arriba, sino, como Jesús con Zaqueo, desde abajo hacia arriba”.

El gozo de la salvación de quien estaba perdido

Finalmente, el Santo Padre dijo a los fieles de Albano que, si evitamos de buscar y salvar lo que estaba perdido, si evitamos a quien está perdido no somos de Jesús. Pidamos la gracia de salir al encuentro de cada uno como un hermano y no ver en nadie un enemigo. Y si hemos sido heridos, devolvamos el bien. Los discípulos de Jesús no son esclavos de los males del pasado, sino que, perdonados por Dios, hacen como Zaqueo: sólo piensan en el bien que pueden hacer. Demos gratuitamente, amemos a los pobres y a los que no tienen que devolvernos: seremos ricos en la presencia de Dios”.
21 septiembre 2019, 19:01

miércoles, 18 de septiembre de 2019

MEGÁFONOS DEL ESPÍRITU

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Continuemos nuestra catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles. Frente a la prohibición de los judíos de enseñar en nombre de Cristo, Pedro y los Apóstoles responden con valentía que no pueden obedecer a los que quieren detener el camino del Evangelio en el mundo. Los Doce muestran así que poseen esa “obediencia de la fe” que luego querrán suscitar en todos los hombres (cf. Rm 1,5). Efectivamente, desde Pentecostés, ya no son hombres “solos”. Experimentan esa especial sinergia que les hace descentrarse de sí mismos y les hace decir: “nosotros y el Espíritu Santo” (Hch 5,32) o “el Espíritu Santo y nosotros”. Sienten que no pueden decir “yo”, solo, con hombres descentrados de sí mismos. (Hch. 15,28).
Fortalecidos por esta alianza, los Apóstoles no se dejan atemorizar por nadie. ¡Tenían un valor impresionante! Pensemos que eran unos cobardes: todos escaparon, huyeron cuando Jesús fue arrestado. Pero, de cobardes se volvieron valientes. ¿Por qué? Porque el Espíritu Santo estaba con ellos. Lo mismo nos pasa a nosotros: si tenemos el Espíritu Santo dentro de nosotros, tendremos el valor de seguir adelante, el valor de ganar tantas luchas, no para nosotros mismos sino para el Espíritu que está con nosotros. No retroceden en su marcha de intrépidos testigos de Jesús Resucitado, como los mártires de todos los tiempos, incluidos los nuestros. Los mártires, dan la vida, no ocultan que son cristianos. Pensemos, hace unos años -también hoy hay muchos-, pero pensemos que hace cuatro años, esos cristianos coptos ortodoxos, verdaderos trabajadores, en la playa de Libia: todos fueron degollados. Pero la última palabra que dijeron fue “Jesús, Jesús”. No habían vendido la fe, porque había el Espíritu Santo con ellos. ¡Estos son los mártires de hoy!" width=

Los Apóstoles son los “megáfonos” del Espíritu Santo, enviados por el Resucitado para difundir con prontitud y sin vacilación la Palabra que da la salvación.

Y realmente esta determinación hace temblar el “sistema religioso” judío, que se siente amenazado y responde con violencia y condenas a muerte. La persecución de los cristianos es siempre la misma: las personas que no quieren el cristianismo se sienten amenazadas y así dan muerte a los cristianos, Pero, en medio del Sanedrín, se alza  la voz diferente de un fariseo que decide contener la reacción de los suyos: se llamaba Gamaliel, hombre prudente, “doctor de la Ley, estimado por todo el pueblo”. En su escuela, san Pablo aprendió a observar “la ley de los padres” (cf. Hch 22,3). Gamaliel toma la palabra y enseña a sus hermanos a practicar el arte del discernimiento ante situaciones que van más allá de los esquemas habituales.
Demuestra, citando a algunos personajes que se habían hecho pasar por el Mesías, que todo proyecto humano primero puede despertar consenso y naufragar después, mientras que todo lo que viene de lo alto y lleva la “firma” de Dios está destinado a perdurar. Los proyectos humanos siempre fracasan; tienen un tiempo, como nosotros. Pensad en tantos proyectos políticos, y en cómo cambian de un lado a otro, en todos los países. Pensad en los grandes imperios, pensad en las dictaduras del siglo pasado: se sentían muy poderosos, creían que  dominaban el mundo. Y luego todos se derrumbaron. Pensad también hoy en los imperios de hoy: se derrumbarán, si Dios no está con ellos, porque la fuerza que los hombres tienen en sí mismos no es duradera. Sólo la fuerza de Dios perdura. Pensemos en la historia de los cristianos, también en la historia de la Iglesia, con tantos pecados, con tantos escándalos, con tantas cosas malas en estos dos milenios. ¿Y por qué no se ha derrumbado? Porque Dios está ahí. Somos pecadores, y a menudo también damos lugar a escándalos. Pero Dios está con nosotros. Y Dios primero nos salva a nosotros, y luego a ellos; pero siempre salva, el Señor. La fuerza es “Dios con nosotros”. Gamaliel demuestra citando a algunos personajes que se habían hecho pasar por el Mesías, que todo proyecto humano primero puede despertar consenso y naufragar después. Por eso Gamaliel concluye que, si los discípulos de Jesús de Nazaret han creído a un impostor, están destinados a desvanecerse; pero si siguen a alguien que viene de Dios, es mejor renunciar a combatirles; y advierte: “¡ No sea que os encontréis luchando contra Dios! (Hechos 5:39).

martes, 17 de septiembre de 2019

También la compasión es el lenguaje de Dios

El Papa Francisco celebra la Misa matutina en la Capilla de la Casa de Santa MartaEl Papa Francisco celebra la Misa matutina en la Capilla de la Casa de Santa Marta  (Vatican Media)
Debora Donnini – Ciudad del Vaticano
Abrir el corazón a la compasión y no cerrarse en la indiferencia. Es la fuerte invitación que hizo esta mañana el Papa Francisco durante su homilía de la Misa celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta. “La compasión, de hecho, nos lleva por el camino de la verdadera justicia", salvándonos así de estar encerrados en nosotros mismos. El Pontífice hizo esta reflexión a partir del pasaje del Evangelio de Lucas propuesto por la liturgia del día  (Lc 7, 11-17) en el que se narra el encuentro de Jesús con la viuda de Naín, que llora la muerte de su único hijo mientras es llevado a la tumba.
El Evangelista dice que Jesús tuvo compasión. Y el Papa observó que es como si dijera que el Señor "fue víctima de la compasión". Había mucha gente acompañando a esa mujer, pero Jesús ve su realidad: ella se queda sola a partir de ese momento y hasta el final de su vida, es viuda, y ha perdido a su único hijo. Es, precisamente, la compasión, lo que nos hace comprender profundamente la realidad:
“ Nuestro Dios es un Dios de compasión y la compasión, podemos decir, es la debilidad de Dios, pero también su fuerza ”
La compasión te hace ver las realidades como son; la compasión es como la lente del corazón: realmente nos hace entender las dimensiones. Y en los Evangelios, Jesús a menudo siente compasión. La compasión es también el lenguaje de Dios. No comienza, en la Biblia, a aparecer con Jesús: fue Dios quien dijo a Moisés "He visto el dolor de mi pueblo" (Ex 3,7); es la compasión de Dios, lo que manda a Moisés a salvar al pueblo. Nuestro Dios es un Dios de compasión, y la compasión – podemos decir – es la debilidad de Dios, pero también su fuerza. Lo que más nos da a nosotros: porque fue la compasión lo que lo movió a enviarnos al Hijo. Es el lenguaje de Dios, la compasión.

La compasión no es un sentimiento de pena

La compasión "no es un sentimiento de pena", que se experimenta, por ejemplo, cuando se ve morir a un perro por la calle: "pobrecito, sentimos un poco de pena", observó Francisco. Sino que es "involucrarse en el problema de los demás, es jugarse la vida allí". En efecto, el Señor se juega la vida y va allí.
El Papa Francisco tomó otro ejemplo del Evangelio de la multiplicación de los panes cuando Jesús les dice a los discípulos que le den de comer a la multitud que lo siguió mientras ellos querían despedirla. "Los discípulos eran prudentes", dijo el Papa. Y prosiguió: "Creo que en ese momento Jesús se enfadó en su corazón", teniendo en cuenta su respuesta: "¡Denles ustedes de comer!”. Su invitación es a hacerse cargo de la gente, sin pensar que después de una jornada así habrían podido ir a las aldeas a comprar el pan. "El Señor – dice el Evangelio – tuvo compasión porque veía a aquellas personas como ovejas sin pastor", recordó el Papa. Por un lado, el gesto de Jesús, la compasión y, por otro, la actitud egoísta de los discípulos que "buscan una solución pero sin compromiso", que “no se ensucian las manos, como diciendo que esta gente se las arregle”:
“ ¿Normalmente miro hacia otro lado? ¿O dejo que el Espíritu Santo me lleve por el camino de la compasión? ”
Y aquí, si la compasión es el lenguaje de Dios, muchas veces el lenguaje humano es la indiferencia. Hacerse cargo hasta aquí y no pensar más allá. La indiferencia. Uno de nuestros fotógrafos de L’Osservatore Romano, tomó una foto que ahora está en la Limosnería, que se llama "Indiferencia". Ya he hablado antes de esto. Una noche de invierno, frente a un restaurante de lujo, una señora que vive en la calle tiende la mano a otra señora que sale bien abrigada del restaurante, y esta otra señora mira hacia otro lado. Esto es indiferencia. Vayan a ver esa fotografía: eso es indiferencia. Nuestra indiferencia. Cuántas veces miramos hacia otro lado... Y así cerramos la puerta a la compasión. Podemos hacer un examen de conciencia: ¿Normalmente miro hacia otro lado? ¿O dejo que el Espíritu Santo me lleve por el camino de la compasión? Que es una virtud de Dios....
El Papa afirmó además que lo conmueve una palabra del Evangelio de hoy, cuando Jesús le dice a esta madre: "No llores". Y subrayó que se trata de "una caricia de compasión". Jesús toca el ataúd y le dice al niño que se levante. Entonces el joven se sienta y comienza a hablar. Y el Papa destacó precisamente  el final, en el que se lee: "Y se lo devolvió a su madre".
Lo devolvió: un acto de justicia. Esta palabra se usa en la justicia: devolver. La compasión nos lleva por el camino de la verdadera justicia. Siempre debemos devolver a los que tienen un cierto derecho, y esto nos salva siempre del egoísmo, de la indiferencia, del encerrarnos en nosotros mismos. Continuemos la Eucaristía de hoy con esta palabra: "El Señor tuvo gran compasión". Que Él también tenga compasión por cada uno de nosotros: la necesitamos.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Oren por los gobernantes, ellos harán lo mismo por el pueblo

El Papa Francisco celebra la Misa matutina en la capilla de la Casa de Santa MartaEl Papa Francisco celebra la Misa matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta  (Vatican Media)
Giada Aquilino – Ciudad del Vaticano
Rezar también por los gobernantes y los políticos, para que "puedan llevar a cabo su vocación con dignidad". Lo dijo el Papa Francisco durante la Misa celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, que reanudó esta mañana después de la pausa de verano.

La oración

Al reflexionar sobre la Primera Carta de San Pablo Apóstol a Timoteo, el Pontífice observó cómo "todo el pueblo de Dios" fue exhortado a orar, en una "petición universal": Que se hagan "sin cólera y sin polémica", señaló Francisco, "peticiones, súplicas, oraciones y agradecimientos por todos los hombres" y, al mismo tiempo, "por los reyes y por todos los que están en el poder", para que puedan llevar "una vida calma y tranquila, digna y dedicada a Dios".
Pablo subraya un poco el ambiente de una persona creyente: es la oración. Es la oración de intercesión, aquí: "Que todos oren, por todos, para que podamos llevar una vida calma y tranquila, digna y dedicada a Dios". La oración para que esto sea posible. Pero hay una pista sobre la que me gustaría detenerme: "Por todos los hombres – y luego añade – por los reyes y para todos los que están en el poder". Por lo tanto, es una cuestión de oración por los gobernantes, por los políticos, por las personas que son responsables de llevar adelante una institución política, un país, una provincia.

Rezar por quien piensa diversamente

Ellos, afirma, reciben "adulaciones de sus favoritos o insultos". Hay políticos, pero también hay sacerdotes y obispos – dijo el Papa – que son insultados, "alguno se lo merece" – añadió – pero ahora es "como un hábito", recordando lo que él llama un "rosario de insultos y palabrotas, de descalificaciones". Y sin embargo, quien está en el gobierno "tiene la responsabilidad de conducir el país": ¿y nosotros – se preguntó el Pontífice –"lo dejamos solo, sin pedirle a Dios que lo bendiga"?. "Estoy seguro –prosiguió – de que la gente no reza por los gobernantes, al contrario: parecería que la oración por los gobernantes es "insultarlos". Y así – constató – "va nuestra vida en las relaciones" con los que están en el poder. Pero San Pablo – explicó – es "claro" al pedir "orar por cada uno de ellos para que puedan llevar una vida calma, tranquila y digna en su pueblo". Y recordó que los italianos han vivido recientemente "una crisis de gobierno".
¿Quién de nosotros rezó por los gobernantes? ¿Quién de nosotros rezó por los parlamentarios? ¿Para que puedan llegar a un acuerdo y sacar adelante al país? Parece que el espíritu patriótico no llega a la oración; sí, a las descalificaciones, al odio, a las peleas, y así es como termina. "Quiero, por lo tanto, que en todo lugar los hombres recen levantando manos puras al cielo, sin cólera y sin polémicas". Hay que discutir y esta es la función de un parlamento, hay que discutir pero no aniquilar al otro; es más, hay que rezar por el otro, por el que tiene una opinión diferente a la mía.

Una llamada a la conversión

Ante quien piensa que aquel político es "demasiado comunista" o "un corrupto", el Papa – citando también el Evangelio del día de Lucas – no pide "discutir de política" sino – insiste – orar. Luego están los que dicen que "la política es sucia". Pero Pablo VI  – subrayó – consideraba que era "la más alta forma de caridad":
Puede ser sucia como puede ser sucia cada una de las profesiones, cada una de ellas... Somos nosotros los que ensuciamos algo pero no es la cosa en sí misma la que está sucia. Creo que nosotros debemos convertirnos y rezar por los políticos de todos los colores, ¡todos! Rezar por los gobernantes. Esto es lo que Pablo nos pide. Mientras escuchaba la Palabra de Dios, me acordé de este hermoso hecho del Evangelio, el gobernante que reza por uno de los suyos, este centurión que reza por uno de los suyos. También los gobernantes deben rezar por su pueblo, y este reza por un siervo, quizás por un doméstico: "Pero no, él es mi siervo, yo soy responsable de él". Los gobernantes son responsables de la vida de un país. Es bueno pensar que si el pueblo reza por los gobernantes, los gobernantes también serán capaces de rezar por el pueblo, precisamente como este centurión que reza por su siervo.