domingo, 31 de marzo de 2019

“Arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos”

Homilía del Papa en Rabat

(ZENIT – 31 marzo 2019).- El Papa Francisco ha hecho un llamamiento a la fraternidad, en la Misa celebrada en Rabat, Marruecos, este domingo, 31 de marzo de 2019: “Sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos”.
La Eucaristía celebrada por el Santo Padre ha sido la más numerosa hasta ahora, en este país de mayoría musulmana, en el que los fieles católica representan solo el 0.7%, esto es, unas 25.000 personas. Según los organizadores de la visita, cerca de 10.000 creyentes han participado en la Misa, en el estadio Príncipe Moulay Abdellah, situado en Rabat, capital de Marruecos.
Homilía del Papa Francisco
«Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó» (Lc 15,20). 
Así el evangelio nos pone en el corazón de la parábola que transparenta la actitud del padre al ver volver a su hijo: tocado en las entrañas no lo deja llegar a casa cuando lo sorprende corriendo a su encuentro. Un hijo esperado y añorado. Un padre conmovido al verlo regresar. 
Pero no fue el único momento en que el padre corrió. Su alegría sería incompleta sin la presencia de su otro hijo. Por eso también sale a su encuentro para invitarlo a participar de la fiesta (cf. v. 28). Pero, al hijo mayor parece que no le gustaban las fiestas de bienvenida, le costaba soportar la alegría del padre, no reconoce el regreso de su hermano: «ese hijo tuyo» afirmó (v. 30). Para él su hermano sigue perdido, porque lo había perdido ya en su corazón. 
En su incapacidad de participar de la fiesta, no sólo no reconoce a su hermano, sino que tampoco reconoce a su padre. Prefiere la orfandad a la fraternidad, el aislamiento al encuentro, la amargura a la fiesta. No sólo le cuesta entender y perdonar a su hermano, tampoco puede aceptar tener un padre capaz de perdonar, dispuesto a esperar y velar para que ninguno quede afuera, en definitiva, le cuesta tener un padre capaz de sentir compasión. 
En el umbral de esa casa parece manifestarse el misterio de nuestra humanidad: por un lado, estaba la fiesta por el hijo encontrado y, por otro, un cierto sentimiento de traición e indignación por festejar su regreso. Por un lado, la hospitalidad para aquel que había experimentado la miseria y el dolor, que incluso había llegado a oler y a querer alimentarse con lo que comían los cerdos; por otro lado, la irritación y la cólera por darle lugar a quien no era digno ni merecedor de tal abrazo. 
Así, una vez más sale a la luz la tensión que se vive al interno de nuestros pueblos y comunidades, e incluso de nosotros mismos. Una tensión que desde Caín y Abel nos habita y que estamos invitados a mirar de frente: ¿Quién tiene derecho a permanecer entre nosotros, a tener un puesto en nuestras mesas y asambleas, en nuestras preocupaciones y ocupaciones, en nuestras plazas y ciudades? Parece continuar resonando esa pregunta fratricida: acaso ¿soy guardián de mi hermano? (cf. Gn 4,9). 
En el umbral de esa casa aparecen las divisiones y enfrentamientos, la agresividad y los conflictos que golpearán siempre las puertas de nuestros grandes deseos, de nuestras luchas por la fraternidad y para que cada persona pueda experimentar desde ya su condición y dignidad de hijo. 
Pero a su vez, en el umbral de esa casa brillará con toda claridad, sin elucubraciones ni excusas que le quiten fuerza, el deseo del Padre: que todos sus hijos tomen parte de su alegría; que nadie viva en condiciones no humanas como su hijo menor, ni en la orfandad, el aislamiento o en la amargura como el hijo mayor. Su corazón quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4). 
Es cierto, son tantas las circunstancias que pueden alimentar la división y la confrontación; son innegables las situaciones que pueden llevarnos a enfrentarnos y a dividirnos. No podemos negarlo. Siempre nos amenaza la tentación de creer en el odio y la venganza como formas legítimas de brindar justicia de manera rápida y eficaz. Pero la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo único que logran es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos. 
Por eso Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre. Sólo desde ahí podremos redescubrirnos cada día como hermanos. Sólo desde ese horizonte amplio, capaz de ayudarnos a trascender nuestras miopes lógicas divisorias, seremos capaces de alcanzar una mirada que no pretenda clausurar ni claudicar nuestras diferencias buscando quizás una unidad forzada o la marginación silenciosa. Sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos. 
«Todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31), le dice el padre a su hijo mayor. Y no se refiere tan sólo a los bienes materiales sino a ser partícipes también de su mismo amor y compasión. Esa es la mayor herencia y riqueza del cristiano. Porque en vez de medirnos o clasificarnos por una condición moral, social, étnica o religiosa podamos reconocer que existe otra condición que nadie podrá borrar ni aniquilar ya que es puro regalo: la condición de hijos amados, esperados y celebrados por el Padre. 
«Todo lo mío es tuyo», también mi capacidad de compasión, nos dice el Padre. No caigamos en la tentación de reducir nuestra pertenencia de hijos a una cuestión de leyes y prohibiciones, de deberes y cumplimientos. Nuestra pertenencia y nuestra misión no nacerá de voluntarismos, legalismos, relativismos o integrismos sino de personas creyentes que implorarán cada día con humildad y constancia: venga a nosotros tu Reino. 
La parábola evangélica presenta un final abierto. Vemos al padre rogar a su hijo mayor que entre a participar de la fiesta de la misericordia. El evangelista no dice nada sobre cuál fue la decisión que este tomó. ¿Se habrá sumado a la fiesta? Podemos pensar que este final abierto está dirigido para que cada comunidad, cada uno de nosotros pueda escribirlo con su vida, con su mirada y actitud hacia los demás. El cristiano sabe que en la casa del Padre hay muchas moradas, sólo quedan afuera aquellos que no quieran tomar parte de su alegría. 
Queridos hermanos, quiero darles las gracias por el modo en que dan testimonio del evangelio de la misericordia en estas tierras. Gracias por los esfuerzos realizados para que sus comunidades sean oasis de misericordia. Los animo y aliento a seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento (cf. Carta ap. Misericordia et misera, 20). Sigan cerca de los pequeños y de los pobres, de los que son rechazados, abandonados e ignorados, sigan siendo signo del abrazo y del corazón del Padre. 
Que el Misericordioso y el Clemente —como lo invocan tan a menudo nuestros hermanos y hermanas musulmanas— los fortalezca y haga fecundas las obras de su amor. 

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jueves, 28 de marzo de 2019

Este es el tiempo de la misericordia


Durante la celebración de la Misa matutina del último jueves de marzo el Santo Padre invitó a preguntarnos cómo va nuestra fidelidad al Señor. E invitó con fuerza a la conversión. Insistiendo en su reflexión sobre la Palabra propuesta por la Liturgia del día

Ciudad del Vaticano
Durante la Misa de la mañana celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el Santo Padre Francisco se refirió a la fidelidad al Señor, tanto de un pueblo como de cada uno de nosotros. E invitó con fuerza a la conversión. Insistiendo en su reflexión sobre la Palabra propuesta por la Liturgia del día. El Papa advirtió acerca de lo que comporta tener un corazón que no escucha la voz del Señor, puesto que si lo hacemos durante “días, meses y años”, se vuelve “como la tierra sin agua”. “Se endurece”. Y cuando hay algo que no nos gusta, desacreditamos y calumniamos al Señor. De ahí que haya destacado que en el Evangelio Jesús es claro: “Quien no está conmigo está contra mí”. “O tienes un corazón obediente, o has perdido la fidelidad”.

El riesgo de perder la fidelidad

Un pueblo sin fidelidad, que ha perdido el sentido de la fidelidad. Y ésta es la pregunta que la Iglesia quiere que nos hagamos hoy, cada uno de nosotros: ‘Yo, ¿he perdido la fidelidad al Señor?’. –  ‘No, no, voy a misa todos los domingos...’. –  Sí, sí, pero esa fidelidad de corazón: ¿He perdido esa fidelidad, o mi corazón es duro, es testarudo, es sordo, no deja entrar al Señor, se arregla con tres o cuatro cosas y luego hace lo que quiere?’. Esta es una pregunta para cada uno de nosotros: Todos debemos hacérnosla, porque la Cuaresma sirve para esto, para reexaminar nuestro corazón.
‘Escuchar hoy la voz del Señor’ es la invitación de la Iglesia. ‘No endurezcan su corazón’. Cuando uno vive con un corazón duro, que no escucha al Señor, va más allá de no escucharlo y cuando hay algo del Señor que no le gusta, deja de lado al Señor bajo algún pretexto, desacredita al Señor, calumnia al Señor, difama al Señor.

Jesús dice: el que no está conmigo, está contra mí

“Es lo que le sucedió a Jesús con la gente”, afirmó el Papa, refiriéndose a la página del Evangelio de San Lucas, para dejar claro lo que significa desacreditar al Señor. Jesús hizo milagros, sanó a los enfermos “para demostrar que él tenía el poder de sanación, también de las almas, de nuestros corazones”. ¿Y qué dijo esta gente obstinada? Que es a través de Belcebú, la cabeza de los demonios, que Él expulsa a los demonios”, recordó Francisco. Y señaló que “desacreditar al Señor” es “el penúltimo paso de este rechazo del Señor”. Primero, no escucharlo dejando que el corazón se endurezca, y luego desacreditarlo. Sólo falta “el último paso que no tiene vuelta atrás, y que es la blasfemia contra el Espíritu Santo”, dijo aludiendo a las fuertes palabras de Jesús, al final de este Evangelio:
“ Me importa que vengas a mí. Esto es lo que me importa ”
Jesús trata de convencerlos, pero no va...Y al final, así como el profeta termina con esta frase clara –  ‘la fidelidad se ha ido’ – Jesús termina con otra frase que puede ayudarnos: ‘Quien no está conmigo, está contra mí’. ‘No, no, estoy con Jesús, pero a cierta distancia, no me acerco demasiado’: No, esto no existe. O estás con Jesús, o estás en contra de Jesús; o eres fiel o eres infiel; o tienes un corazón obediente o has perdido la fidelidad.
Cada uno de nosotros piense hoy, durante la Misa y luego durante el día: Piense un poco. ‘¿Cómo está mi fidelidad? Para rechazar al Señor, ¿busco algún pretexto, algo y desacredito al Señor?...’. No pierdas la esperanza. Y estas dos palabras – ‘la fidelidad ha desaparecido’ y ‘quien no está conmigo está contra mí’ – porque aún dejan espacio para la esperanza, también para nosotros.

Volver al Señor

El Papa Francisco concluyó su homilía recordando que estamos llamados a volver al Señor, tal como exhorta la Aclamación al Evangelio: “Vuelvan a mí con todo su corazón”, dice el Señor, “porque soy misericordioso y compasivo”. “Sí, tu corazón es tan duro como esta piedra”, “muchas veces me has desacreditado para no obedecerme”, “pero aún hay tiempo”:
Pero todavía hay tiempo: ‘Vuelvan a mí con todo el corazón’, dice el Señor, ‘porque yo soy misericordioso y compasivo: Yo olvido todo’. ‘Me importa que vengas a mí. Esto es lo que me importa’, dice el Señor. Y olvida todo lo demás. Este es el tiempo de la misericordia, es el tiempo de la compasión del Señor: Abramos nuestro corazón para que Él venga en nosotros.

miércoles, 27 de marzo de 2019

“Danos hoy nuestro pan de cada día”

Francisco saluda a unos niños en la audiencia genera, 27 marzo 2019 © Vatican Media
Francisco Saluda A Unos Niños En La Audiencia Genera, 27 Marzo 2019 © Vatican Media

MARZO 27, 2019 17:24AUDIENCIA GENERAL

(ZENIT – 27 marzo 2019).- “La comida no es propiedad privada – sino providencia que debe compartirse, con la gracia de Dios”, ha insistido el Santo Padre en la audiencia general. “El pan que el cristiano pide en oración no es ‘mío’, sino ‘nuestro’. Jesús “nos en  (Pasaje bíblico: Evangelio según San Mateo, 14, 15-19).

Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, buenos días :
Hoy pasamos a analizar la segunda parte del “Padre nuestro”, en la que presentamos nuestras necesidades a Dios. Esta segunda parte comienza con una palabra que huele a vida cotidiana: el pan.
La oración de Jesús comienza con una petición impelente, que se parece mucho a la imploración de un mendigo: “¡Danos nuestro pan de cada día!” Esta oración proviene de una evidencia que a menudo olvidamos, es decir, que no somos criaturas autosuficientes y que necesitamos alimentarnos todos los días.
Las Escrituras nos muestran que para tanta gente, el encuentro con Jesús se realiza partiendo de una petición. Jesús no pide invocaciones refinadas, al contrario, toda existencia humana, con sus problemas más concretos y cotidianos, puede convertirse en oración. En los evangelios encontramos una multitud de mendigos que suplican liberación y salvación. Hay quien pide pan, hay quien pide curación; algunos la purificación, otros la vista. o que un ser querido pueda volver a vivir … Jesús nunca pasa indiferente ante estas peticiones y estos dolores.
Así, Jesús nos enseña a pedirle al Padre el pan de cada día. Y nos enseña a hacerlo unidos con tantos hombres y mujeres para quienes esta oración es un grito, – que a menudo  se lleva dentro- y que acompaña la ansiedad de cada día. ¡Cuántas madres y padres, incluso hoy, se van a dormir con el tormento de no tener mañana pan suficiente para sus hijos! Imaginemos esta oración rezada no en la seguridad de un apartamento cómodo, sino en la precariedad de una habitación en la que uno se  las arregla,  donde falta lo necesario para vivir. Las palabras de Jesús adquieren nueva fuerza. La oración cristiana comienza desde este nivel. No es un ejercicio para ascetas; parte de la realidad, del corazón y de la carne de las personas que viven en necesidad, o que comparten la condición de quienes no tienen lo necesario para vivir. Ni siquiera los más altos místicos cristianos pueden prescindir de la simplicidad de esta pregunta. “Padre, haz que tengamos hoy el pan necesario para nosotros y para todos”. Y “pan” es también para agua, medicinas, hogar, trabajo… Pedir lo necesario para vivir.
El pan que el cristiano pide en oración no es “mío”, sino “nuestro”. Esto es lo que quiere Jesús. Nos enseña a pedirlo no solo para nosotros, sino para toda la fraternidad del mundo. Si no se reza de esta manera, el “Padre Nuestro” deja de ser una oración cristiana. Si Dios es nuestro Padre, ¿cómo podemos presentarnos a Él sin tomarnos de la mano? Todos nosotros. Y si el pan que Él nos da nos lo robamos entre nosotros ¿cómo podemos llamarnos hijos suyos ? Esta oración contiene una actitud de empatía una actitud de solidaridad. En mi hambre, siento el hambre de las multitudes, y por eso rezaré a Dios hasta que no obtengan lo que piden.
Así, Jesús educa a su comunidad, a su Iglesia, para poner ante Dios  las necesidades de todos: “¡Todos somos tus hijos, Padre, ten piedad de nosotros!”. Y ahora nos hará bien detenernos unos momentos y pensar en los niños hambrientos. Pensemos en los niños que están en los países en guerra: en los niños hambrientos de Yemen, en los niños hambrientos de Siria, en los niños hambrientos de todos esos países donde no hay pan, en Sudán del Sur. Pensemos en esos niños y pensando en ellos digamos juntos, en voz alta, la oración: “Padre, danos hoy nuestro pan de cada día”. Todos juntos.
El pan que pedimos al Señor en la oración es el mismo que un día nos acusará. Nos reprochará la poca costumbre de partirlo con los que nos rodean, la poca costumbre de compartirlo. Era un pan regalado a la humanidad y, en cambio, solamente lo han comido algunos: el amor no puede soportarlo. Nuestro amor no puede soportarlo; y tampoco el amor de Dios puede soportar este egoísmo de no compartir el pan.
Una vez había una gran multitud ante Jesús; era gente que tenía hambre. Jesús preguntó si alguien tenía algo, y solo se encontró un niño dispuesto a compartir lo que tenía: cinco panes y dos peces. Jesús multiplicó ese gesto generoso (ver Jn 6: 9). Ese niño había entendido la lección del “Padre Nuestro”: que los alimentos no son propiedad privada, -metamos este en nuestra mente: la comida no es propiedad privada – sino providencia que debe compartirse, con la gracia de Dios.
El verdadero milagro realizado por Jesús ese día no es tanto la multiplicación – que es verdad- sino el compartir: dad lo que tengáis y yo haré el milagro. Él mismo, multiplicando aquel pan ofrecido, anticipó la ofrenda de  sí mismo en el Pan Eucarístico. Efectivamente, solo la Eucaristía es capaz de saciar el hambre de  infinito y el deseo de Dios que anima a cada hombre, también en la búsqueda del pan de cada día.
© Librería Editorial Vaticano

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martes, 26 de marzo de 2019

La Virgen María, la joven llena de gracia, sigue hablando a las nuevas generaciones



El Papa visita Loreto en la fiesta de la Anunciación del Señor © Vatican Media
El Papa Visita Loreto En La Fiesta De La Anunciación Del Señor © Vatican Media

Discurso del Papa en la plaza de la iglesia

(ZENIT – 25 marzo 2019).
***
Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Y gracias por vuestro calurosa bienvenida, ¡gracias!
Las palabras del ángel Gabriel a María: “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1, 28), resuenan de manera singular en este Santuario, un lugar privilegiado para contemplar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Aquí, de hecho, están las paredes que, según la tradición, provienen de Nazaret, entre las cuales  la Santísima Virgen pronunció su “sí”, convirtiéndose en la madre de Jesús. Desde que  la llamada “casa de María” se convirtió en una presencia venerada y amada en este lugar, la Madre de Dios no ha dejado de conseguir beneficios espirituales para aquellos que, con fe y devoción, vienen aquí para rezar. Entre estos, hoy también me coloco yo,  y agradezco a Dios el habérmelo concedido  precisamente en la fiesta de la Anunciación.
Saludo a las Autoridades, con gratitud por su acogida y su colaboración. Saludo al arzobispo Fabio Dal Cin, que ha expresado los sentimientos de todos vosotros. Con él saludo a los otros prelados, a los sacerdotes, a las personas consagradas, con un pensamiento especial para los Padres capuchinos, a quienes está confiada la custodia de este insigne santuario tan querido por el pueblo italiano. ¡Son buenos estos capuchinos! Siempre en el confesionario, siempre, hasta el punto de que entras en el santuario y siempre hay allí, uno, o dos, o tres o cuatro, pero siempre; tanto por la mañana como por la tarde  y es un trabajo difícil. Son buenos y les agradezco especialmente este precioso ministerio del confesionario continuo durante toda la jornada. ¡Gracias! Y a todos vosotros, ciudadanos de Loreto y peregrinos reunidos aquí, extiendo mi cordial saludo.
A este oasis de silencio y piedad, vienen muchos, de Italia y de todo el mundo, para conseguir fortaleza y esperanza. Pienso en particular en los jóvenes, las familias y los enfermos.
La Santa Casa es la casa de los jóvenes,porque aquí la Virgen María, la joven llena de gracia, sigue hablando a las nuevas generaciones, acompañando a cada uno en la búsqueda de su propia vocación. Por eso he querido firmar aquí la Exhortación Apostólica, fruto del Sínodo dedicado a los jóvenes. Se titula “Christus vivit – Cristo vive”. En el evento de la Anunciación, aparece la dinámica de la vocación, expresada en los tres momentos que marcaron el Sínodo: 1) escucha del proyecto de la Palabra de Dios; 2) discernimiento; 3) decisión.
El primer momento, el de la escucha, se manifiesta con las palabras del ángel: “No temas María, […] concebirás un hijo, le darás a luz y le pondrás por nombre Jesús” (vv. 30-31). Siempre es Dios quien toma la iniciativa de llamar para que lo sigamos. Dios es quien toma la iniciativa. Él  nos precede siempre, nos precede, abre camino en nuestra vida. La llamada a la fe y al camino coherente de vida cristiana o a la consagración especial es una irrumpir discreto pero fuerte de Dios en la vida de un joven, para ofrecerle su amor como un regalo. Es necesario estar listos y dispuestos a escuchar y aceptar la voz de Dios, que no se reconoce en el ruido y la agitación. Su diseño sobre  nuestra vida personal y social no se percibe quedándose en la superficie, sino bajando a un nivel más profundo, donde actúan las fuerzas morales y espirituales. Es allí donde María invita a los jóvenes a bajar y entra en sintonía con la acción de Dios.
El segundo momento de cada vocación es el discernimiento, expresado en las palabras de María: “¿Cómo será esto?” (V. 34). María no duda; su pregunta no es una falta de fe; de hecho, expresa el deseo de descubrir las “sorpresas” de Dios. Ella está atenta para captar todas las exigencias  del plan de Dios para su vida, para conocerlo en todas sus facetas, para que su colaboración sea más completa y más responsable. Es la actitud propia del discípulo: toda colaboración humana con la iniciativa gratuita de Dios debe inspirarse en una profundización de las propias capacidades y actitudes, conjugadas con el saber  que siempre es Dios es el que da, el que  actúa; así también la pobreza y la pequeñez de aquellos a quienes el Señor llama a seguirlo en el camino del Evangelio se transforma en la riqueza de la manifestación del Señor y en la fuerza del Todopoderoso.
La decisión es el tercer pasaje que caracteriza toda vocación cristiana y se hace explícita en  la respuesta de María al ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (v. 38). Su “sí” al proyecto de salvación de Dios, actuado  a través de la Encarnación, es la entrega a Él de toda su vida. Es el “sí” de la plena confianza y la total disponibilidad a la voluntad de Dios. María es el modelo de cada vocación y la inspiradora de toda pastoral vocacional: los jóvenes que buscan o se preguntan  sobre su futuro, pueden encontrar en María aquella que los ayuda a discernir el plan de Dios para sí mismos y la fuerza para adherirse a él.
¡Pienso en Loreto como en un lugar privilegiado donde los jóvenes pueden venir en busca de su vocación, a la escuela de María! Un polo espiritual al servicio de la pastoral vocacional. Por lo tanto, espero que se relance el Centro “Juan Pablo II” al servicio de la Iglesia en Italia e internacionalmente, en continuidad con las indicaciones surgidas del Sínodo. Un lugar donde los jóvenes y sus educadores puedan sentirse bienvenidos, acompañados y ayudados a discernir. Por este motivo, también pido encarecidamente a los frailes capuchinos un servicio más: el servicio de ampliar el horario de apertura de la basílica y de la Santa Casa a última hora de la tarde y también a primera de la noche cuando haya grupos de jóvenes que vienen a orar y discernir su vocación.
El Santuario de la Santa Casa de Loreto, también debido a su ubicación geográfica en el centro de la península, se presta a convertirse, para la Iglesia que está en Italia, en un lugar de propuesta para la continuación de  los encuentros mundiales de los jóvenes y de la familia. Es necesario, en efecto, que el entusiasmo de la preparación y celebración de estos eventos se corresponda con la actualización pastoral, lo que da sustancia a la riqueza de los contenidos, a través de propuestas de profundización, oración y compartición
La casa de María es también la casa de la familia. En la delicada situación del mundo actual, la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer asume una importancia y una misión esenciales. Es necesario redescubrir el plan trazado por Dios para la familia, reafirmar su grandeza y su carácter insustituible al servicio de la vida y de  la sociedad. En la casa de Nazaret, María vivió la multiplicidad de las relaciones familiares como hija, novia, esposa y madre.
Por eso, cada familia, en sus diferentes componentes, encuentra aquí acogida e inspiración para vivir su identidad. La experiencia doméstica de la Virgen Santa indica que la familia y los jóvenes no pueden ser dos sectores paralelos de  la  pastoral de nuestras comunidades, sino que deben caminar juntos, porque muy a menudo los jóvenes son aquella que una familia les ha dado durante su crecimiento. Esta perspectiva recompensa  en unidad una pastoral vocacional atenta a expresar el rostro de Jesús en sus muchos aspectos, como sacerdote, como esposo, como pastor.
La casa de María es la casa de los enfermos. Aquí encuentran acogida los que sufren en cuerpo y espíritu, y la Madre da a todos la misericordia del Señor de generación en generación. La enfermedad hiere a la familia y los enfermos deben ser acogidos dentro de la familia. Por favor, no caigamos en esa cultura del descarte que proponen las múltiples colonizaciones ideológicas que hoy nos atacan. La casa y la familia son la primera cura del enfermo para amarlo, apoyarlo, alentarlo y cuidarlo. Por eso el santuario de la Santa Casa es el símbolo de cada casa acogedora y santuario de los enfermos. Desde aquí les envío a todos, en cualquier parte del mundo, un pensamiento afectuoso y les digo: Vosotros estáis en el centro de la obra de Cristo, porque compartís y lleváis de manera más concreta la cruz de cada día detrás de Él. Vuestro sufrimiento puede convertirse en una colaboración decisiva para la venida del Reino de Dios.
Queridos hermanos y hermanas: Dios, a través de María, confía una misión en nuestro tiempo a vosotros y a quienes están vinculados a este Santuario: Llevar el Evangelio de la paz y de la vida a nuestros contemporáneos a menudo distraídos, atrapados por intereses terrenales o inmersos en un clima de aridez espiritual. Hay necesidad de personas sencillas y sabias, humildes y valientes, pobres y generosas.
En resumen, personas que, según  la escuela de María, acojan el Evangelio sin reservas en sus vidas. Así, a través de la santidad del pueblo de Dios, desde este lugar seguirán difundiéndose en Italia, en Europa y en el mundo testimonios de santidad en cada estado de vida, para renovar la Iglesia y animar a la sociedad con la levadura del Reino de Dios.
¡Qué la Santísima Virgen ayude a todos, especialmente a los jóvenes, a recorrer el camino de la paz y la fraternidad fundadas en la acogida y el perdón, en el respeto a los demás y en el amor, que es entrega de uno mismo! Nuestra Madre, estrella luminosa de alegría y serenidad, conceda  a las familias, santuarios del amor, la bendición y la alegría de la vida. María, fuente de todo consuelo, brinde ayuda y confortación a los que están sometidos a duras pruebas.
Con estas intenciones, ahora nos unimos en la oración del Ángelus.
© Librería Editorial Vaticano

domingo, 24 de marzo de 2019

La paciencia y la misericordia de Dios



Fieles en la Plaza de San Pedro se unen al Papa para rezar el Ángelus. Captura de pantalla
Fieles En La Plaza De San Pedro Se Unen Al Papa Para Rezar El Ángelus. Captura De Pantalla

Palabras del Papa antes de la oración mariana


(ZENIT 24 marzo 2019).-  A las 12 del mediodía de hoy tercer domingo de Cuaresma, el Santo Padre Francisco apareció en la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos  reunidos en Plaza de San Pedro.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma (ver Lc 13: 1-9) nos habla de la misericordia de Dios y de nuestra conversión. Jesús cuenta la parábola de la higuera estéril. Un hombre ha plantado un higuera en su propio viñedo, y con gran confianza todos los veranos va a buscar sus frutos, pero no encuentra ninguno, porque ese árbol es estéril. Impulsado por esa decepción que se repite durante tres años, piensa en cortar la higuera para plantar otra. Luego llama al agricultor que está en el viñedo y expresa su insatisfacción, ordenándole que corte el árbol, para que no explote el suelo innecesariamente. Pero el viñador le pide al dueño que sea paciente y le solicita una prórroga de un año, durante la cual él mismo se encargará de cuidar la higuera con más cuidado y delicadeza para estimular su productividad. Esta es la parábola.
Y, ¿qué representa esta parábola?. ¿Qué representan los personajes de esta parábola?. El dueño representa a Dios Padre y el viñador es la imagen de Jesús, mientras que la higuera es un símbolo de la humanidad indiferente y árida. Jesús intercede ante el Padre en favor de la humanidad y le ruega que la espere y le dé un poco más de tiempo para que los frutos del amor y la justicia broten en ella. La higuera que el dueño de la parábola quiere erradicar representa una existencia estéril sin frutos, incapaz de dar, incapaz de hacer el bien. Es el símbolo de quien vive solo para sí mismo, satisfecho y tranquilo, en su propia comodidad, incapaz de dirigir sus ojos, la mirada y su corazón hacia quienes están a su lado y que están en estado de sufrimiento, en condiciones de pobreza, de dificultad. Esta actitud de egoísmo y esterilidad espiritual contrasta con el gran amor del viñador por la higuera: tiene paciencia, sabe esperar, le dedica su tiempo y su trabajo. Prometió a su amo que cuidaría especialmente de ese árbol infeliz.
Esta semejanza del viñador manifiesta la misericordia de Dios, que nos deja un tiempo para la conversión. Todos nosotros necesitamos convertirnos, dar un paso hacia delante y la paciencia de Dios y la misericordia nos acompañan en esto.
A pesar de la esterilidad, que a veces marca nuestra existencia, Dios tiene paciencia y nos ofrece la posibilidad de cambiar y avanzar en el camino del bien. Pero la extensión implorada y otorgada mientras se espera que el árbol finalmente fructifique, también indica la urgencia de la conversión. El viñador le dice al dueño: “Déjalo este año” (v. 8). La posibilidad de conversión no es ilimitada; por eso hay que aprovecharse de ello de inmediato; De lo contrario se perdería para siempre.
Nosotros podemos pensar en esta Cuaresma: ¿Qué debo hacer yo para acercarme más al Señor, para convertirme, para cortar con aquellas cosas que no van?. “No, no esperaré a la próxima Cuaresma”. ¿Estarás vivo en la próxima Cuaresma?. Pensemos cada uno de nosotros: ¿Hoy que cosa debo hacer ante esta misericordia de Dios que me espera y siempre perdona?. ¿Qué debo hacer?. Nosotros podemos confiar mucho en la misericordia de Dios, pero sin abusar de ella. No debemos justificar la pereza espiritual sino aumentar nuestro compromiso, de responder prontamente a esta misericordia con sinceridad de corazón.
En el tiempo de Cuaresma el Señor nos invita a la conversión, cada uno de nosotros debe sentirse interpelado por esta llamada corrigiendo algo en la propia vida, en la propia manera de pensar, actuar y vivir relaciones con los demás.
Al mismo tiempo, debemos imitar la paciencia de Dios que confía en la capacidad de todos para poder “levantarse” y reanudar el camino. Dios es Padre Él no apaga la llama débil, sino que acompaña y cuida a los débiles para que puedan fortalecerse y lleven su contribución de amor a la comunidad.
Que la Virgen María nos ayude a vivir estos días de preparación para la Pascua como un tiempo de renovación espiritual y de confianza abierta a la gracia de Dios y a su misericordia.

About Raquel Anillo

miércoles, 20 de marzo de 2019

“Hágase tu voluntad” –


Audiencia general, 20 marzo 2019 © Vatican Media
Audiencia General, 20 Marzo 2019 © Vatican Media

“Dios nos quiere libres”


(ZENIT – 20 marzo 2019).- 
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Prosiguiendo nuestras catequesis sobre el “Padre Nuestro”, hoy nos detenemos en la tercera invocación: “Hágase tu voluntad”. Debe leerse en unidad con las dos primeras, “Santificado sea tu nombre” y “Venga a nosotros tu Reino”, para que juntas formen un tríptico: “Santificado sea tu nombre”, “Venga a nosotros tu Reino”, “Hágase tu voluntad”.
Antes de que el hombre cuide del mundo, Dios cuida ya  incansablemente al hombre y al mundo. Todo el evangelio refleja esta inversión de perspectiva. El pecador Zaqueo se sube a un árbol porque quiere ver a Jesús, pero no sabe que, mucho antes, Dios había ido a buscarlo. Jesús, cuando llega, le dice: “Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa”. Y al final declara: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 5.10). He aquí la voluntad de Dios, la que pedimos que se haga. ¿Cuál es la voluntad de Dios encarnada en Jesús?: Buscar y salvar lo que está perdido. Y nosotros, cuando rezamos, pedimos que la búsqueda de Dios tenga éxito, que se cumpla su plan universal de salvación, primero en cada uno de nosotros y luego en todo el mundo. ¿Habéis pensado lo que significa que Dios me busca? Cada uno de nosotros puede decir: “Pero ¿Dios me busca?”. “Sí, ¡Te busca!” “Me busca”.
Dios no es ambiguo, no se esconde detrás de enigmas, no ha planeado el futuro del mundo de una manera indescifrable. No, Él es claro. Si no lo entendemos, nos arriesgamos a no entender el significado de la tercera frase del “Padre Nuestro”. En efecto, la Biblia está llena de frases que nos hablan de la voluntad positiva de Dios hacia el mundo. Y en el Catecismo de la Iglesia Católica encontramos una colección de citas que atestiguan esta voluntad divina fiel y paciente (ver n. 2821-2827). Y San Pablo, en la Primera Carta a Timoteo, escribe: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (2,4). Esta, sin lugar a dudas, es la voluntad de Dios: la salvación del hombre, de los hombres, de cada uno de nosotros. Dios con su amor llama a la puerta de nuestro corazón ¿Por qué? Para atraernos, para atraernos a Él y llevarnos adelante por el camino de la salvación. Dios está cerca de cada uno de nosotros  con su amor, para llevarnos de la mano a la salvación. ¡Cuánto amor hay detrás de todo ello!
Así, rezando “hágase tu voluntad”, no estamos invitados a bajar servilmente la cabeza, como si fuéramos esclavos. ¡No! Dios nos quiere libres; y es su amor el que nos libera.  El “Padre Nuestro” es, en efecto, la oración de los hijos, no de los esclavos; sino de los hijos que conocen el corazón de su padre y están seguros de su plan de amor. ¡Ay de nosotros sí, al pronunciar estas palabras, nos encogiéramos de hombros y nos rindiéramos ante un destino que nos repele y que no conseguimos cambiar! Al contrario, es una oración llena de ardiente confianza en Dios que quiere el bien para nosotros, la vida, la salvación. Una oración valiente, incluso combativa, porque en el mundo hay muchas, demasiadas realidades que no obedecen al plan de Dios. Las conocemos todos. Parafraseando al profeta Isaías, podríamos decir: “Aquí, Padre, hay guerra, prevaricación, explotación; pero sabemos que Tú quieres nuestro bien, por eso te suplicamos: ¡Hágase tu voluntad! Señor, cambia los planes del mundo, convierte las espadas en azadones y las lanzas en podaderas; ¡Que nadie se ejercite más en el arte de la guerra! “(ver 2: 4).
El “Padre Nuestro” es una oración que enciende en nosotros el mismo amor de Jesús por la voluntad del Padre, una llama que empuja a transformar el mundo con amor. El cristiano no cree en un “fato” ineluctable. No hay nada al azar en la fe de los cristianos: en cambio, hay una salvación que espera manifestarse en la vida de cada hombre y de cada mujer y cumplirse en la eternidad. Si rezamos es porque creemos que Dios puede y quiere transformar la realidad venciendo el mal con el bien. Tiene sentido obedecer a este Dios y abandonarse a Él incluso en la hora de la prueba más dura.
Así fue para Jesús en el Huerto de Getsemaní, cuando experimentó la angustia y oró: “¡Padre, si quieres, aparta de mi esta copa, pero no se haga mi voluntad sino la tuya!”(Lucas 22:42). Jesús es aplastado por el mal del mundo, pero se abandona confiadamente al océano del amor de la voluntad del Padre. Tampoco los mártires, en su prueba, buscaban la muerte, si no el después de la muerte,  la resurrección. Dios, por amor, puede llevarnos a caminar por senderos difíciles, a experimentar dolorosas heridas y espinas, pero nunca nos abandonará. Estará siempre con nosotros, cerca de nosotros, dentro de nosotros Para un creyente esto, más que una esperanza, es una certeza. Dios está conmigo. La misma que encontramos en esa parábola del Evangelio de Lucas dedicada a la necesidad de rezar siempre. Jesús dice: “¿Dios no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto”. Así es el Señor, así nos ama, así nos quiere. Pero, yo tengo ganas de invitaros, ahora, a rezar todos juntos el Padre nuestro. Y los que no saben italiano, que lo recen en su idioma. Vamos a rezar juntos:
Rezo del Padre nuestro
© Librería Editorial Vaticano

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lunes, 18 de marzo de 2019

IMITAR LA MISERICORDIA DEL SEÑOR

Papa Francisco Santa Marta misa misericordia bosillos cerradosEl Papa Francisco celebra la misa matutina en Santa Marta  (Vatican Media)

Durante la Misa celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta, el Pontífice habla de la misericordia de Dios y ofrece algunas sugerencias para vivir plenamente el tiempo de Cuaresma.
Barbara Castelli - Ciudad del Vaticano
No juzguen a los demás, no condenen y perdonen: así se imita la misericordia del Padre. En la Misa en Santa Marta, el Papa Francisco recuerda que "para no equivocarse" en la vida hay que "imitar a Dios", "caminar ante los ojos del Padre". Partiendo del Evangelio de Lucas (Lc 6, 36-38), el Pontífice habla ante todo de la misericordia de Dios, capaz de perdonar las acciones más "feas".
"La misericordia de Dios es tan grande, tan grande. No olvidemos esto. Cuántas personas dicen: "He hecho cosas tan malas. He comprado mi lugar en el infierno, no puedo volver atrás. Pero ¿piensa en la misericordia de Dios? Recordemos la historia de la pobre viuda que fue a confesarse con el cura de Ars (su marido se había suicidado;  había saltado del puente al río. Y lloraba.  Y dijo: "Yo soy una pecadora, pobrecilla. ¡Pero, pobre mi marido! ¡Está en el infierno! Se suicidó y el suicidio es un pecado mortal. Está en el infierno". Y el cura de Ars dijo: "Deténgase, señora, porque entre el puente y el río está la misericordia de Dios". Hasta el final, hasta el final, está la misericordia de Dios".

Buenas costumbres para la Cuaresma

Para seguir los pasos de la misericordia, Jesús indica tres consejos prácticos. Ante todo, no "juzgar": una "mala costumbre" de la que abstenerse, sobre todo en este tiempo de Cuaresma.
"También,  hay una costumbre que se mezcla en nuestras vidas incluso sin que nos demos cuenta. ¡Siempre! Hasta para iniciar una conversación: '¿Has visto aquel lo que ha hecho?'. El juicio al otro. Pensemos en cuántas veces al día juzgamos. ¡Por favor! Parecemos todos jueces fallidos ¡no! Todos Siempre para empezar una conversación, un comentario sobre otro: 'Pero mirá, ¡se hizo cirugía estética! Es más fea que antes'". 
En segundo lugar, no tienes que juzgar. Y, finalmente, perdonar, aunque sea "tan difícil", porque nuestras acciones dan "la medida a Dios de lo que debe hacer con nosotros".

Mantengamos los "bolsillos abiertos"

En su homilía, el Papa Bergoglio invita a todos a aprender la sabiduría de la generosidad, camino maestro para renunciar a las "habladurías" en las que "juzgamos continuamente, condenamos continuamente y difícilmente perdonamos".
"El Señor nos enseña: 'Den'. 'Den y se les dará': sean generosos en el dar. No sean 'bolsillos cerrados'; sean generosos en dar a los pobres, a los necesitados y también en dar tantas cosas: consejos, sonrisas a la gente, sonreir. Siempre dar, dar. 'Den y se les dara'. Y se les dará una medida buena, llena y desbordante, porque el Señor será generoso: nosotros damos uno y Él nos dará cien de todo lo que damos. Y ésta es la actitud que brinda el no juzgar, el no condenar y el perdonar. La importancia de la limosna, pero no sólo de la limosna material, sino también de la espiritual; perder el tiempo con otra persona necesitada, visitar a un enfermo, sonreír".