miércoles, 27 de noviembre de 2019

Catequesis del Papa: “Dios bendiga con paz y prosperidad a Tailandia y Japón”



«El Viaje Apostólico a Tailandia y Japón», tema de la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General del miércoles 27 de noviembre de 2019.

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
El 32° Viaje Apostólico Internacional que lo llevó a visitar los países de Tailandia y Japón, del 19 al 26 de noviembre, fue el tema de la catequesis del Papa Francisco durante la Audiencia General del último miércoles de noviembre de 2019.

Dios los bendiga con paz y prosperidad

En su catequesis, el Santo Padre dijo que su visita a Tailandia y Japón fue un don por el que está muy agradecido al Señor. En este sentido, el Pontífice renovó su gratitud a las Autoridades y Obispos de estos dos países, que lo han invitado y acogido con gran preocupación, y sobre todo agradeció al pueblo tailandés y al pueblo japonés. “Esta visita – precisó el Papa – ha aumentado mi cercanía y afecto por estos pueblos: Dios los bendiga con abundancia de prosperidad y paz”.

Tailandia, la primera etapa del Viaje

El Papa Francisco al referirse a la primera etapa de su Viaje Apostólico dijo que, Tailandia es un antiguo reino que se ha modernizado en gran medida. “En Tailandia – explicó el Pontífice hablando en nuestro idioma – quise rendir homenaje a la rica tradición espiritual y cultural del pueblo Thai, y animar el compromiso por la armonía entre los diferentes componentes de la nación. Visité al Patriarca supremo de los budistas, siendo la religión budista parte integrante de la historia y de la vida de ese pueblo. Además, participé en el encuentro ecuménico e interreligioso”.

La Iglesia en Tailandia al servicio de los últimos

Asimismo, el Santo Padre señaló que, el testimonio de la Iglesia en Tailandia pasa a través de las obras de servicio a los enfermos y a los últimos. “Entre ellos, destaca el Hospital Saint Louis – precisó el Pontífice – al que visité animando al personal de salud y encontrando a algunos pacientes. También dediqué momentos específicos a los sacerdotes y a las personas consagradas, a los Obispos y también a los hermanos jesuitas. En Bangkok he celebrado la Misa con todo el pueblo de Dios en el Estadio Nacional y luego con los jóvenes en la Catedral. Allí hemos experimentado que en la nueva familia formada por Jesucristo están también los rostros y las voces del pueblo Thai”.

La segunda etapa del Viaje, Japón

Al referirse a la segunda etapa de su Viaje Apostólico, el Papa Francisco dijo que fue recibido por los Obispos de Japón en la Nunciatura Apostólica de Tokio, con ellos inmediatamente compartió el reto de ser pastores de una Iglesia muy pequeña, pero portadora de agua viva, el Evangelio de Jesús. “El lema de mi visita a aquel país fue: ‘Proteger toda vida’. Este mensaje – explicó el Papa hablando en nuestro idioma – es significativo en aquella tierra que lleva las heridas del bombardeo atómico y del triple desastre de 2011; pero es una nación que se ha hecho portavoz del derecho fundamental por la vida y la paz. En Nagasaki y en Hiroshima condené nuevamente las armas nucleares y la hipocresía de hablar de paz cuando se construye y se vende material bélico. Pude además recordar en aquellos lugares la memoria de los mártires san Pablo Miki y los 25 compañeros, el beato Justo Takayama y tantos hombres y mujeres que han conservado la fe en los momentos de persecución”.

Hacia un mundo más justo y pacífico

Además el Santo Padre señaló que, las primeras víctimas del vacío de sentido son los jóvenes, por eso se les dedicó un encuentro en Tokio. “He escuchado sus preguntas y sus sueños; los he animado a oponerse juntos a toda forma de acoso, y a superar el miedo y la cerrazón abriéndose al amor de Dios, en la oración y en el servicio al prójimo. A otros jóvenes los encontré en la Universidad de Sophia, junto a la comunidad académica. Esta Universidad, como todas las escuelas católicas, son muy apreciadas en Japón”. Asimismo, en Tokio, afirmó el Papa, tuve la oportunidad de visitar al Emperador Naruhito, a quien renuevo la expresión de mi gratitud; y me reuní con las Autoridades del país y el Cuerpo Diplomático. “Les he deseado una cultura de encuentro y diálogo, caracterizada por la sabiduría y un amplio horizonte. Fiel a sus valores religiosos y morales, y abierto al mensaje evangélico, Japón puede ser un país líder para un mundo más justo y pacífico y para la armonía entre el hombre y el medio ambiente”.

Que progresen en sendas de paz y justicia

Finalmente, antes de concluir su catequesis y hablando en nuestro idioma, el Papa Francisco saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y Latinoamérica. “A todos los invito a rezar por los dos países que he visitado, Tailandia y Japón, para que sigan progresando en sendas de paz y justicia, y a los católicos les conceda el don de la perseverancia, siguiendo el ejemplo de los santos mártires”.

martes, 26 de noviembre de 2019

Japón: El Papa apuesta por fomentar la “reflexión” y el “discernimiento” entre profesores y estudiantes. Discurso en la Universidad de Sofía



El Papa En La Universidad De Sofía, En Tokio © Vatican Media

NOVIEMBRE 26, 2019 03:01VIAJES PONTIFICIOS


(ZENIT – 26 nov. 2019).- “Queridos jóvenes, profesores, y todo el personal de la Sophia University: El Señor y su Iglesia cuentan con ustedes para que participen en la misión de buscar, hallar y expandir la Sabiduría divina y ofrecer alegría y esperanza a la sociedad actual”, ha dicho el Papa Francisco en su último acto público en Tokio, antes de ir al aeropuerto para regresar a Roma.
Este martes, 26 de noviembre de 2019, el Santo Padre ha visitado la Universidad de Sofía, donde ha celebrado la Misa con los jesuitas de Japón a primera hora de la mañana, ha desayunado en privado con algunos miembros de la Universidad, y ha compartido un momento con enfermos y ancianos.
Preferencias Apostólicas: jóvenes y pobres
La tradición ignaciana, en la que se basa Sophia (Sabiduría), “debe impulsar a profesores y estudiantes por igual a crear una atmósfera que fomente la reflexión y el discernimiento”, ha propuesto Francisco. “Ningún estudiante de esta universidad debería graduarse sin haber aprendido cómo elegir, responsable y libremente, lo que en conciencia sabe que es lo mejor”.
Las Preferencias Apostólicas Universales que propuso la Compañía de Jesús, ha aclarado el Pontífice, “dejan claro que el acompañamiento de los jóvenes es una realidad importante en todo el mundo, y que todas las instituciones ignacianas deben fomentar ese acompañamiento”. Por ello, el Papa ha animado a la Universidad “en su conjunto” a “centrarse en los jóvenes”, no sólo como “receptores de una educación preparada”, sino “también parte de esa educación, ofreciendo sus ideas y compartiendo su visión y esperanzas para el futuro”.
Así, el Papa ha mencionado otra de las “preferencias apostólicas universales” de los jesuitas: la de caminar con los pobres y los marginados de nuestro mundo. En este sentido, ha señalado que “El estudio universitario de calidad, más que considerarlo el privilegio de unos pocos, tiene que ir acompañado por la conciencia de saberse servidores de la justicia y del bien común; servicio a implementarse en el área que a cada uno le toque desarrollar”.
Casa común
En el contexto del cuidado por la casa común, el Santo Padre ha observado que “en una sociedad tan competitiva y tecnológicamente orientada, esta universidad debería ser un centro no sólo de formación intelectual, sino también un lugar donde pueda ir tomando forma una sociedad mejor y un futuro más lleno de esperanza”.
Así, ha comentado que en el espíritu de la encíclica Laudato si’, añadiría que “el amor por la naturaleza, tan típico de las culturas asiáticas, aquí debería expresarse en una inquietud inteligente y previsora por la protección de la tierra, nuestra casa común”.
Al final del encuentro, el propio Papa ha pedido bajar del podio a saludar a los estudiantes de manera personal, que han atendido desde sus asientos con interés en discurso del Pontífice. Con gran entusiasmo, los jóvenes alumnos han dado sus manos al Papa y han tomado fotografías.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa Francisco ha pronunciado durante la visita a la Universidad de Sofía.
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Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra mucho poder estar unos minutos con ustedes al final de mi visita apostólica, poco antes de dejar Japón y regresar a Roma.
Mi estadía en este país ha sido breve pero intensa. Agradezco a Dios y a todo el pueblo nipón por la oportunidad de poder visitar este país, que dejó una gran huella en la vida de san Francisco Javier, y donde tantos mártires dieron testimonio de su fe cristiana. A pesar de que los cristianos son una minoría, su presencia se siente. Yo mismo he sido testigo de la estima general que se tiene hacia la Iglesia Católica, y espero que este respeto mutuo pueda aumentar en el futuro. También he observado que, a pesar de la eficiencia y el orden que caracterizan a la sociedad japonesa, se percibe que se desea y se busca algo más: un hondo anhelo por crear una sociedad cada vez más humana, compasiva y misericordiosa.
El estudio y la meditación son parte de toda cultura, y vuestra cultura japonesa está, en este sentido, orgullosa de su herencia antigua y rica. Japón ha podido integrar el pensamiento y las religiones de Asia en su conjunto y crear una cultura con identidad definida. La Escuela Ashikaga, que tanto impresionó a san Francisco Javier, es un ejemplo de la capacidad de la cultura japonesa para absorber y transmitir el conocimiento. Los centros de estudio, meditación e investigación, siguen desempeñando un papel importante en la cultura actual. Por esta razón, es necesario que conserven su autonomía y libertad, en aras de un futuro mejor. Puesto que las universidades siguen siendo el lugar principal en el que se capacitan los líderes futuros, es necesario que el conocimiento y la cultura en toda su amplitud inspire todos los aspectos de las instituciones educativas volviéndose cada vez más inclusivas y generadoras de oportunidad y promoción social.
Sophia. Siempre el hombre, para administrar sus recursos de manera constructiva y eficiente, necesitó de la verdadera Sophia, de la verdadera Sabiduría. En una sociedad tan competitiva y tecnológicamente orientada, esta universidad debería ser un centro no sólo de formación intelectual, sino también un lugar donde pueda ir tomando forma una sociedad mejor y un futuro más lleno de esperanza. En el espíritu de la encíclica Laudato si’, añadiría que el amor por la naturaleza, tan típico de las culturas asiáticas, aquí debería expresarse en una inquietud inteligente y previsora por la protección de la tierra, nuestra casa común. Inquietud que pueda amalgamarse con la promoción de una nueva episteme capaz de ampliar y cuestionar todo intento reduccionista de parte del paradigma tecnocrático (cf. nn. 106-114). No perdamos de vista que «la auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en medio de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como la niebla que se filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de todo, brotando como una empecinada resistencia de lo auténtico?» (ibíd., 112).
La Sophia University ha estado siempre marcada por una identidad humanista, cristiana e internacional. Desde su fundación, la Universidad se ha enriquecido con la presencia de profesores de varios países, incluso a veces de países en conflicto entre sí. Sin embargo, todos estaban unidos por el deseo de dar lo mejor a los jóvenes de Japón. Ese mismo espíritu perdura también en las muchas formas en las que ustedes brindan ayuda a quienes más lo necesitan, aquí y en el extranjero. Estoy seguro de que este aspecto de la identidad de vuestra Universidad se fortalecerá cada vez más, de modo que los grandes avances tecnológicos de hoy puedan ponerse al servicio de una educación más humana, justa y ecológicamente responsable. La tradición ignaciana, en la que se basa Sophia, debe impulsar a profesores y estudiantes por igual a crear una atmósfera que fomente la reflexión y el discernimiento. Ningún estudiante de esta universidad debería graduarse sin haber aprendido cómo elegir, responsable y libremente, lo que en conciencia sabe que es lo mejor. Que en cada situación, incluso en las más complejas, se interesen por lo que en su conducta es justo y humano, cabal y responsable, decididos defensores de los vulnerables, y sean conocidos por esa integridad que tanto se necesita en estos momentos en que las palabras y las acciones a menudo son falsas o engañosas.
Las Preferencias Apostólicas Universales que propuso la Compañía de Jesús dejan claro que el acompañamiento de los jóvenes es una realidad importante en todo el mundo, y que todas las instituciones ignacianas deben fomentar ese acompañamiento. Como lo demuestra el Sínodo sobre los jóvenes y sus documentos, la Iglesia universal también mira con esperanza e interés a los jóvenes de todo el mundo. Vuestra Universidad en su conjunto debe centrarse en los jóvenes, que no sólo han de ser receptores de una educación preparada, sino también parte de esa educación, ofreciendo sus ideas y compartiendo su visión y esperanzas para el futuro. Que vuestra Universidad sea conocida por ese modelo de intercambio y por el enriquecimiento y vitalidad que esto genera.
La tradición cristiana y humanista de Sophia está totalmente en consonancia con otra de las preferencias que mencioné, la de caminar con los pobres y los marginados de nuestro mundo. La Universidad, enfocada en su misión, deberá estar abierta siempre a crear un archipiélago capaz de interconectar lo que social y culturalmente puede llegar a concebirse como separado. Los marginados serán creativamente involucrados e incorporados en el currículo universitario, buscando posibilitar las condiciones para que esto se traduzca en la promoción de un estilo educativo capaz de achicar brechas y distancias. El estudio universitario de calidad, más que considerarlo el privilegio de unos pocos, tiene que ir acompañado por la conciencia de saberse servidores de la justicia y del bien común; servicio a implementarse en el área que a cada uno le toque desarrollar. Una causa que nos compete a todos; el consejo de Pedro a Pablo sigue siendo cierto hoy: no olvidemos a los pobres (cf. Ga 2,10).
Queridos jóvenes, profesores, y todo el personal de la Sophia University: Que estas reflexiones y nuestro encuentro de hoy den fruto en sus vidas y en la vida de esta comunidad académica. El Señor y su Iglesia cuentan con ustedes para que participen en la misión de buscar, hallar y expandir la Sabiduría divina y ofrecer alegría y esperanza a la sociedad actual. Por favor, no se olviden también de rezar por mí y por todos los que más necesitan de nuestra ayuda.
Ahora, mientras me dispongo a dejar Japón, les agradezco, y a través de ustedes a todo el pueblo japonés, por la amable acogida y bienvenida que me han brindado durante esta visita. Los aseguro que los tendré presentes en mi corazón y en mi oración.
© Librería Editorial Vaticano

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lunes, 25 de noviembre de 2019

Japón: “Proteger toda vida”, abrazarla y recibirla “como se presenta”

Misa En Tokio, 25 Nov. 2019 © Vatican Media

Homilía del Santo Padre en Tokio

(ZENIT – 25 nov. 2019).- Frente a la realidad actual, como cristianos, el Santo Padre indicó que “somos invitados a proteger toda vida y testimoniar con sabiduría y coraje un estilo marcado por la gratuidad y la compasión, la generosidad y la escucha simple, capaz de abrazar y recibir la vida como se presenta ‘con toda su fragilidad y pequeñez’ (…)”.

A continuación sigue la homilía completa del Papa Francisco
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Homilía del Santo Padre
El evangelio que hemos escuchado es parte del primer gran sermón de Jesús; lo conocemos como el “Sermón de la montaña” y nos describe la belleza del camino que estamos invitados a transitar. Según la Biblia, la montaña es el lugar donde Dios se manifiesta y se da a conocer: «Sube hacia mí», le dijo a Moisés (cf. Ex 24,1). Una montaña donde la cima no se alcanza con voluntarismo ni “carrerismo” sino tan sólo con la atenta, paciente y delicada escucha del Maestro en medio de las encrucijadas del camino. La cima se hace llanura para regalarnos una perspectiva siempre nueva de todo lo que nos rodea, centrada en la compasión del Padre. En Jesús encontramos la cima de lo que significa ser humanos y nos muestra el camino que nos conduce a la plenitud capaz de desbordar todos los cálculos conocidos; en Él encontramos una vida nueva donde experimentar la libertad de sabernos hijos amados.
Pero somos conscientes de que, en el camino, esa libertad de hijos puede verse asfixiada y debilitada cuando quedamos encerrados en el círculo vicioso de la ansiedad y la competitividad, o cuando concentramos toda nuestra atención y mejores energías en la búsqueda sofocante y frenética de productividad y consumismo como único criterio para medir y convalidar nuestras opciones o definir quiénes somos y cuánto valemos. Una medida que poco a poco nos vuelve impermeables o insensibles a lo importante impulsando el corazón a latir con lo superfluo o pasajero. ¡Cuánto oprime y encadena al alma el afán de creer que todo puede ser producido, todo conquistado y todo controlado!
Aquí en Japón, en una sociedad con la economía altamente desarrollada, me hacían notar los jóvenes esta mañana en el encuentro que tuve con ellos, que no son pocas las personas que están socialmente aisladas, que permanecen al margen, incapaces de comprender el significado de la vida y de su propia existencia. El hogar, la escuela y la comunidad, destinados a ser lugares donde cada uno apoya y ayuda a los demás, están siendo cada vez más deteriorados por la competición excesiva en la búsqueda de la ganancia y la eficiencia. Muchas personas se sienten confundidas e intranquilas, están abrumadas por demasiadas exigencias y preocupaciones que les quitan la paz y el equilibrio.
Como bálsamo reparador suenan las palabras del Señor a no inquietarnos, a confiar. Tres veces con insistencia nos dice: No se inquieten por su vida… por el día de mañana (cf. Mt 6,25.31.34). Esto no significa una invitación a desentendernos de lo que pasa a nuestro alrededor o volvernos irresponsables de nuestras ocupaciones y responsabilidades diarias; sino, por lo contrario, es una provocación a abrir nuestras prioridades a un horizonte más amplio de sentido y generar así espacio para mirar en su misma dirección: «Busquen primero el Reino de los cielos y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6,33).
El Señor no nos dice que las necesidades básicas, como la comida y la ropa, no sean importantes; nos invita, más bien, a reconsiderar nuestras opciones cotidianas para no quedar atrapados o aislados en la búsqueda del éxito a cualquier costo, incluso de la propia vida. Las actitudes mundanas que buscan y persiguen sólo el propio rédito o beneficio en este mundo, y el egoísmo que pretende la felicidad individual, en realidad sólo nos hacen sutilmente infelices y esclavos, además de obstaculizar el desarrollo de una sociedad verdaderamente armoniosa y humana.
Lo contrario al yo aislado, encerrado y hasta sofocado sólo puede ser un nosotros compartido, celebrado y comunicado (cf. Audiencia general, 13 febrero 2019). Esta invitación del Señor nos recuerda que «necesitamos “consentir jubilosamente que nuestra realidad sea dádiva, y aceptar aun nuestra libertad como gracia. Esto es lo difícil hoy en un mundo que cree tener algo por sí mismo, fruto de su propia originalidad o de su libertad”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 55). De ahí que, en la primera lectura, la Biblia nos recuerda cómo nuestro mundo, lleno de vida y belleza, es ante todo un regalo maravilloso del Creador que nos precede: «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno» (Gn 1,31); belleza y bondad ofrecida para que también podamos compartirla y ofrecérsela a los demás, no como dueños o propietarios sino como partícipes de un mismo sueño creador. «El auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la fidelidad a los demás» (Carta enc. Laudato si’, 70).
Frente a esta realidad, como comunidad cristiana somos invitados a proteger toda vida y testimoniar con sabiduría y coraje un estilo marcado por la gratuidad y la compasión, la generosidad y la escucha simple, un estilo capaz de abrazar y recibir la vida como se presenta «con toda su fragilidad y pequeñez, y hasta muchas veces con toda sus contradicciones e insignificancias» (Jornada Mundial de la Juventud, Panamá, Vigilia, 26 enero 2019). Se nos invita a ser una comunidad que pueda desarrollar esa pedagogía capaz de darle la «bienvenida a todo lo que no es perfecto, puro o destilado, pero no por eso menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor?, ¿alguien, por ser extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión, no es digno de amor? Así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego, al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e inclusive abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando» (ibíd.).
El anuncio del Evangelio de la Vida nos impulsa y exige, como comunidad, que nos convirtamos en un hospital de campaña, preparado para curar las heridas y ofrecer siempre un camino de reconciliación y de perdón. Porque para el cristiano la única medida posible con la cual juzgar cada persona y situación es la de la compasión del Padre por todos sus hijos.
Unidos al Señor, cooperando y dialogando siempre con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y también con los de convicciones religiosas diferentes, podemos transformarnos en levadura profética de una sociedad que proteja y se haga cargo cada vez más de toda vida.
© Librería Editorial Vaticana

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domingo, 24 de noviembre de 2019

Francisco Celebra La Misa En Nagasaki © Vatican Media

Misa del Papa en Nagasaki: “Cristo está vivo y actúa en medio nuestro”

Homilía del Pontífice
(ZENIT – 24 nov. 2019).- “Nuestra fe es en el Dios de los Vivientes. Cristo está vivo y actúa en medio nuestro, conduciéndonos a todos hacia la plenitud de vida”, así ha exhortado el Papa Francisco a más 35.000 personas que han asistido a la Misa en Nagasaki, Japón.
“Él está vivo y nos quiere vivos, es nuestra esperanza”, ha asegurado el Pontífice, en el marco de la visita a Japón, cuyo lema es Proteger toda vida. “Lo imploramos cada día: venga a nosotros tu Reino, Señor”.

A continuación sigue la homilía:
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Homilía del Papa Francisco
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23,42).
En este último domingo del año litúrgico unimos nuestras voces a la del malhechor que, crucificado junto con Jesús, lo reconoció y lo proclamó rey. Allí, en el momento menos triunfal y glorioso, bajo los gritos de burlas y humillación, el bandido fue capaz de alzar la voz y realizar su profesión de fe. Son las últimas palabras que Jesús escucha y, a su vez, son las últimas palabras que Él dirige antes de entregarse a su Padre: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43). El pasado tortuoso del ladrón parece, por un instante, cobrar un nuevo sentido: acompañar de cerca el suplicio del Señor; y este instante no hace más que corroborar la vida del Señor: ofrecer siempre y en todas partes la salvación. El calvario, lugar de desconcierto e injusticia, donde la impotencia y la incomprensión se encuentran acompañadas por el murmullo y cuchicheo indiferente y justificador de los burlones de turno ante la muerte del inocente, se transforma, gracias a la actitud del buen ladrón, en una palabra de esperanza para toda la humanidad. Las burlas y los gritos de ¡sálvate a ti mismo! frente al inocente sufriente no serán la última palabra; es más, despertarán la voz de aquellos que se dejen tocar el corazón y se decidan por la compasión como auténtica forma para construir la historia.
Hoy aquí queremos renovar nuestra fe y nuestro compromiso; conocemos bien la historia de nuestras faltas, pecados y limitaciones, al igual que el buen ladrón, pero no queremos que eso sea lo que determine o defina nuestro presente y futuro. Sabemos que no son pocas las veces que podemos caer en la atmósfera comodona del grito fácil e indiferente del “sálvate a ti mismo”, y perder la memoria de lo que significa cargar con el sufrimiento de tantos inocentes. Estas tierras experimentaron, como pocas, la capacidad destructora a la que puede llegar el ser humano. Por eso, como el buen ladrón, queremos vivir ese instante donde poder levantar nuestras voces y profesar nuestra fe en la defensa y el servicio del Señor, el Inocente sufriente. Queremos acompañar su suplicio, sostener su soledad y abandono, y escuchar, una vez más, que la salvación es la palabra que el Padre nos quiere ofrecer a todos: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Salvación y certeza que testimoniaron valientemente con su vida san Pablo Miki y sus compañeros, así como los miles de mártires que jalonan vuestro patrimonio espiritual. Sobre sus huellas queremos caminar, sobre sus pasos queremos andar para profesar con valentía que el amor dado, entregado y celebrado por Cristo en la cruz, es capaz de vencer sobre todo tipo de odio, egoísmo, burla o evasión; es capaz de vencer sobre todo pesimismo inoperante o bienestar narcotizante, que termina por paralizar cualquier buena acción y elección. Nos lo recordaba el Concilio Vaticano II, lejos están de la verdad quienes sabiendo que nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura, piensan que por ello podemos descuidar nuestros deberes terrenos, no advirtiendo que, precisamente, por esa misma fe profesada estamos obligados a realizarlos de una manera tal que den cuenta y transparenten la nobleza de la vocación con la que hemos sido llamados (cf. Const. past. Gaudium et spes, 43).
Nuestra fe es en el Dios de los Vivientes. Cristo está vivo y actúa en medio nuestro, conduciéndonos a todos hacia la plenitud de vida. Él está vivo y nos quiere vivos, es nuestra esperanza (cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 1). Lo imploramos cada día: venga a nosotros tu Reino, Señor. Y al hacerlo queremos también que nuestra vida y nuestras acciones se vuelvan una alabanza. Si nuestra misión como discípulos misioneros es la de ser testigos y heraldos de lo que vendrá, no podemos resignarnos ante el mal y los males, sino que nos impulsa a ser levadura de su Reino dondequiera que estemos: familia, trabajo, sociedad; ser una pequeña abertura en la que el Espíritu siga soplando esperanza entre los pueblos. El Reino de los cielos es nuestra meta común, una meta que no puede ser sólo para el mañana, sino que la imploramos y la comenzamos a vivir hoy, al lado de la indiferencia que rodea y silencia tantas veces a nuestros enfermos y discapacitados, a los ancianos y abandonados, a los refugiados y trabajadores extranjeros: todos ellos sacramento vivo de Cristo, nuestro Rey (cf. Mt 25,31-46); porque «si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse» (S. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 49).
En el Calvario, muchas voces callaban, tantas otras se burlaban, tan sólo la del ladrón fue capaz de alzarse y defender al inocente sufriente; toda una valiente profesión de fe. Está en cada uno de nosotros la decisión de callar, burlar o profetizar. Queridos hermanos: Nagasaki lleva en su alma una herida difícil de curar, signo del sufrimiento inexplicable de tantos inocentes; víctimas atropelladas por las guerras de ayer pero que siguen sufriendo hoy en esta tercera guerra mundial a pedazos. Alcemos nuestras voces aquí en una plegaria común por todos aquellos que hoy están sufriendo en su carne este pecado que clama al cielo, y para que cada vez sean más los que, como el buen ladrón, sean capaces de no callar ni burlarse, sino con su voz profetizar un reino de verdad y justicia, de santidad y gracia, de amor y de paz1.
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  • Misal Romano, Prefacio de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.

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Nagasaki: Francisco pide una respuesta “colectiva y concertada” a la amenaza de las armas nuleares

Mensaje del Papa sobre las armas nucleares en Nagasaki © Vatican Media
Mensaje Del Papa Sobre Las Armas Nucleares En Nagasaki © Vatican Media

Mensaje desde el epicentro de la bomba atómica

(ZENIT – 24 nov. 2019).- “Nuestra respuesta a la amenaza de las armas nucleares debe ser colectiva y concertada, basada en la construcción ardua pero constante de una confianza mutua que rompa la dinámica de desconfianza actualmente prevaleciente”, ha reiterado el Papa Francisco desde Nagasaki, frente al lugar donde cayó la bomba atómica en 1945, que mató a 40.000 personas.

Publicamos a continuación el mensaje sobre Armas Nucleares que el Papa ha leído en el Parque del Epicentro de la Bomba Atómica, en Nagasaki:
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Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
Este lugar nos hace más conscientes del dolor y del horror que los seres humanos somos capaces de infringirnos. La cruz bombardeada y la estatua de Nuestra Señora, recientemente descubiertas en la Catedral de Nagasaki, nos recuerdan una vez más el indescriptible horror sufrido en su propia carne por las víctimas y sus familias.
Uno de los anhelos más profundos del corazón humano es el deseo de paz y estabilidad. La posesión de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva no son la respuesta más acertada a este deseo; es más, parecen continuamente ponerlo a prueba. Nuestro mundo vive la perversa dicotomía de querer defender y garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza, que termina por envenenar las relaciones entre pueblos e impedir todo posible diálogo.
La paz y la estabilidad internacional son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total; sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana de hoy y de mañana.
Aquí, en esta ciudad, que es testigo de las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales de un ataque nuclear, serán siempre pocos todos los intentos de alzar nuestra voz contra la carrera armamentista. Esta desperdicia recursos valiosos que podrían, en cambio, utilizarse en beneficio del desarrollo integral de los pueblos y para la protección del ambiente natural. En el mundo de hoy, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo.
Un mundo en paz, libre de armas nucleares, es la aspiración de millones de hombres y mujeres en todas partes. Convertir este ideal en realidad requiere la participación de todos: las personas, las comunidades religiosas, la sociedad civil, los Estados que poseen armas nucleares y aquellos que no las poseen, los sectores militares y privados, y las organizaciones internacionales. Nuestra respuesta a la amenaza de las armas nucleares debe ser colectiva y concertada, basada en la construcción ardua pero constante de una confianza mutua que rompa la dinámica de desconfianza actualmente prevaleciente. En 1963, el Papa san Juan XXIII en la Encíclica Pacem in terris, solicitando también la prohibición de las armas atómicas (cf. n. 112), afirmó que «una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas militares, sino únicamente en la confianza recíproca» (n. 113).
Es necesario romper la dinámica de desconfianza que prevale actualmente, y que hace correr el riesgo de conducir al desmantelamiento de la arquitectura internacional de control de las armas. Estamos presenciando una erosión del multilateralismo, aún más grave ante el desarrollo de las nuevas tecnologías de armas; este enfoque parece bastante incongruente en el contexto actual marcado por la interconexión, y constituye una situación que reclama una urgente atención por parte de todos los líderes, así como dedicación.
La Iglesia Católica, por su parte, está irrevocablemente comprometida con la decisión de promover la paz entre los pueblos y las naciones. Es un deber al que se siente obligada ante Dios y ante todos los hombres y mujeres de esta tierra. Nunca podemos cansarnos de trabajar e insistir con celeridad en apoyo a los principales instrumentos jurídicos internacionales de desarme y no proliferación nuclear, incluido el Tratado sobre la prohibición de armas nucleares. En julio pasado, los obispos de Japón lanzaron un llamado para la abolición de las armas nucleares, y cada agosto la Iglesia nipona celebra un encuentro de oración de diez días por la paz. Que la oración, la búsqueda infatigable en la promoción de acuerdos, la insistencia en el diálogo, sean las “armas” en las que pongamos nuestra confianza y también la fuente de inspiración de los esfuerzos para construir un mundo de justicia y solidaridad que brinde garantías reales para la paz.
Con el convencimiento de que un mundo sin armas nucleares es posible y necesario, pido a los líderes políticos que no se olviden de que las mismas no nos defienden de las amenazas a la seguridad nacional e internacional de nuestro tiempo. Es necesario considerar el impacto catastrófico de un uso desde el punto de vista humanitario y ambiental, renunciando al fortalecimiento de un clima de miedo, desconfianza y hostilidad, impulsado por doctrinas nucleares. El estado actual de nuestro planeta reclama, por su parte, una reflexión seria sobre cómo todos esos recursos podrían ser utilizados, con referencia a la compleja y difícil implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, y alcanzar así objetivos como el desarrollo humano integral. Así lo sugirió ya, en 1964, el Papa san Pablo VI, cuando propuso ayudar a los más desheredados a través de un Fondo Mundial, alimentado con una parte de los gastos militares (cf. Discurso a los periodistas, Bombay, 4 diciembre 1964; Carta enc. Populorum progressio, 26 marzo 1967, 51).
Por todo esto, resulta crucial crear herramientas que aseguren la confianza y el desarrollo mutuo, y contar con líderes que estén a la altura de las circunstancias. Tarea que, a su vez, nos involucra y reclama a todos. Nadie puede ser indiferente ante el dolor sufriente de millones de hombres y mujeres que hoy siguen golpeando a nuestras conciencias; nadie puede ser sordo ante el grito del hermano que desde su herida llama; nadie puede ser ciego ante las ruinas de una cultura incapaz de dialogar.
Les pido unirnos en oraciones cada día por la conversión de las conciencias y por el triunfo de una cultura de la vida, de la reconciliación y de la fraternidad. Una fraternidad que sepa reconocer y garantizar las diferencias en la búsqueda de un destino común.
Sé que algunos de los aquí presentes no son católicos, pero estoy seguro de que todos podemos hacer nuestra la oración por la paz atribuida a san Francisco de Asís:
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz:
donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.

En este lugar de memoria, que nos sobrecoge y no puede dejarnos indiferentes, es aún más significativo confiar en Dios, para que nos enseñe a ser instrumentos efectivos de paz y a trabajar también para no cometer los mismos errores del pasado.
Que ustedes y sus familias, y toda la nación, puedan experimentar las bendiciones de la prosperidad y la armonía social.

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viernes, 22 de noviembre de 2019

Tailandia: “No le tengan miedo al futuro ni se dejen achicar”, alienta el Papa a los jóvenes

El Papa Llama A Los Jóvenes Tailandeses A Salir Al Encuentro Del Señor © Vatican Media

Homilía en la catedral de Bangkok

(ZENIT – 22 nov. 2019).- El Papa ha alentado a los jóvenes tailandeses a “salir al encuentro de Cristo, el Señor que viene”. En la Eucaristía celebrada con ellos en la Catedral católica de Bangkok, les ha dicho: “No le tengan miedo al futuro ni se dejen achicar; por el contrario, sepan que ahí el Señor los está esperando para preparar y celebrar la fiesta de su Reino”.

A continuación, ofrecemos la homilía del Santo Padre:
***
Homilía del Papa Francisco
El evangelio que acabamos de escuchar nos invita a ponernos en movimiento y mirar al futuro para encontrarnos con lo más hermoso que nos quiere regalar: la venida definitiva de Cristo a nuestras vidas y a nuestro mundo. ¡Démosle la bienvenida en medio nuestro con inmensa alegría y amor, como sólo ustedes jóvenes lo pueden hacer! Antes que nosotros salgamos a buscarlo, sabemos que el Señor nos busca, viene a nuestro encuentro y nos llama desde la necesidad de una historia por hacer, por crear e inventar. Vamos hacia adelante con alegría porque sabemos que allí nos espera.
El Señor sabe que, por medio de ustedes, jóvenes, entra el futuro en estas tierras y en el mundo, y con ustedes cuenta para llevar adelante su misión hoy (cf. Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 174). Así como Dios tenía un plan para el pueblo elegido, también tiene un plan para cada uno de ustedes. Él es el primero en soñar con invitarnos a todos a un banquete que tenemos que preparar juntos, Él y nosotros, como comunidad: el banquete de su Reino en el que nadie podría quedar afuera.
El evangelio de hoy nos habla de diez jóvenes invitadas a mirar el futuro y formar parte de la fiesta del Señor. El problema fue que algunas de ellas no estaban preparadas para recibirlo; no porque se hayan quedado dormidas sino porque les faltó el aceite necesario, el combustible interior para mantener encendido el fuego del amor. Tenían un gran impulso y motivación, querían participar del llamado y la convocatoria del Maestro, pero con el tiempo se fueron apagando, se les fueron agotando las fuerzas y las ganas, y llegaron tarde. Una parábola de lo que nos puede suceder a todos los cristianos cuando, llenos de impulsos y de ganas, sentimos el llamado del Señor a tomar parte en su Reino y a compartir su alegría con los demás. Es frecuente que, frente a los problemas y obstáculos, –que muchas veces son tantos, como cada uno de ustedes en su corazón lo sabe muy bien–; frente al sufrimiento de personas queridas, o a la impotencia de experimentar situaciones que parecen imposibles de ser cambiadas, entonces la incredulidad y la amargura pueden ganar espacio e infiltrarse silenciosamente en nuestros sueños, haciendo que se enfríe nuestro corazón, se pierda la alegría y que lleguemos tarde.
Por eso, me gustaría preguntarles: ¿Quieren mantener vivo el fuego capaz de iluminarlos en medio de la noche y en medio de las dificultades?, ¿quieren prepararse para responder al llamado del Señor?, ¿quieren estar listos para hacer su voluntad? ¿Cómo procurarse el aceite que los va a mantener en movimiento y los impulsa a buscar al Señor en cada situación?
Ustedes son herederos de una hermosa historia de evangelización que les fue transmitida como un tesoro sagrado. Esta hermosa catedral es testigo de la fe en Jesucristo que tuvieron sus antepasados: su fidelidad, profundamente arraigada, los impulsó a hacer buenas obras, a construir ese otro templo más hermoso todavía, compuesto de piedras vivas para poder llevar el amor misericordioso de Dios a todas las personas de su tiempo. Pudieron hacer esto porque estaban convencidos de lo que el profeta Oseas proclamó en la primera lectura de hoy: Dios les había hablado con ternura, los había abrazado con firme amor para siempre (cf. Os 2,16.21).
Queridos amigos, para que el fuego del Espíritu Santo no se apague, y puedan mantener viva la mirada y el corazón, es necesario estar bien arraigados en la fe de nuestros mayores: padres, abuelos y maestros. No para quedarse presos del pasado, sino para aprender a tener ese coraje capaz de ayudarnos a responder a las nuevas situaciones históricas. La de ellos fue una vida que resistió muchas pruebas y mucho sufrimiento. Pero en el camino, descubrieron que el secreto de un corazón feliz es la seguridad que encontramos cuando estamos anclados, enraizados en Jesús: enraizados en la vida de Jesús, en sus palabras, en su muerte y resurrección.
«A veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus ramas al cielo buscando siempre más, y parecían un canto de esperanza. Más adelante, después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida. Porque tenían pocas raíces, habían desplegado sus ramas sin arraigarse bien en la tierra, y así sucumbieron ante los embates de la naturaleza. Por eso me duele ver que algunos les propongan a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el mundo comenzara ahora. Porque es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra». Chicas y chicos: «Es muy fácil “volarse” cuando no hay desde donde agarrarse, de donde sujetarse» (Exhort. ap. postsin.Christus vivit, 179).
Sin este firme sentido de arraigo, podemos quedar desconcertados por las “voces” de este mundo que compiten por nuestra atención. Muchas de estas voces son atractivas, propuestas bien maquilladas que al inicio parecen bellas e intensas, aunque con el tiempo solamente terminan dejando el vacío, el cansancio, la soledad y la desgana (cf. ibíd., 277), y van apagando esa chispa de vida que el Señor encendió un día en cada uno.
Queridos jóvenes: Ustedes son una nueva generación, con nuevas esperanzas, nuevos sueños y nuevas preguntas; seguramente también con algunas dudas, pero, arraigados en Cristo, los invito a mantener viva la alegría y a no tener miedo de mirar el futuro con confianza. Arraigados en Cristo, miren con alegría y miren con confianza. Esta situación nace de saberse buscados, encontrados y amados infinitamente por el Señor. La amistad cultivada con Jesucristo es el aceite necesario para iluminar el camino, vuestro camino, pero también el de todos los que los rodean: amigos, vecinos, compañeros de estudio y de trabajo, incluso el de aquellos que están en total desacuerdo con ustedes.
¡Salgamos al encuentro de Cristo el Señor que viene! No le tengan miedo al futuro ni se dejen achicar; por el contrario, sepan que ahí en el futuro el Señor los está esperando para preparar y celebrar la fiesta de su Reino.
© Librería Editorial Vaticano

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