miércoles, 28 de febrero de 2018

Papa Francisco: "El primer altar cristiano fue el de la cruz"




'El centro de la misa es el altar, y el altar es Cristo', subrayó el pontífice

Papa Francisco: "El primer altar cristiano fue el de la cruz"




Papa Francisco
miércoles, 28 de febrero de 2018 · 10:01Diario El INTRA.com.ar
VATICANO - El papa Francisco dedicó la catequesis de hoy en la audiencia general a la liturgia eucarística y en particular la presentación de los dones. "Fue el primer altar cristiano el de la cruz. Y cuando nos acercamos al altar en el momento de la misa, nuestra memoria va al altar de la cruz, donde se hizo el primer sacrificio", explicó.
"El centro de la misa es el altar, y el altar es Cristo", subrayó el pontífice, recordando que en la liturgia eucarística "a través de los santos signos la Iglesia hace continuamente presente el Sacrificio de la nueva alianza sellada por Jesús sobre el altar de la cruz".

El sacerdote, "que en la misa representa a Cristo, cumple aquello que el Señor mismo hizo y confió a los discípulos en la Ultima Cena: tomó el pan y el cáliz, dio gracias, lo dio a los discípulos diciendo: 'Tomen, coman y beban, este es mi cuerpo y este es el cáliz de mi sangre. Hagan esto en memoria mía'". "Obediente al comando de Jesús, la Iglesia dispuso la Liturgia eucarística en momentos que corresponden a las palabra sy gestos realizados por El la víspera de su Pasión. Así, en la preparación de los dones son llevados al altar el pan y el vino, es decir los elementos que Cristo tomó en sus manos", explicó Francisco."Nos pide poco el Señor y nos da tanto. 

Nos pide poco en la vida ordinaria: buena voluntad, nos pide corazón abierto, nos pide la voluntad de ser mejores. Y esto está representado en estas ofrendas simbólicas que luego se convertirán en el cuerpo y la sangre", agregó.
 "En la plegaria eucarística damos gracias a Dios por la obra de la redención y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo -prosiguió-. Siguen la división del Pan y la Comunión, mediante la cual revivimos la experiencia de los apóstoles que recibieron los dones eucarísticos de las manos del propio Cristo".

Al primer de Jesús -"tomó el pan y el cáliz del vino"- corresponde por lo tanto la preparación de los dones. "En los signos del pan y el vino -recordó Francisco- el pueblo fiel pone su propia ofrenda en manos del sacerdote, quien la coloca sobre el altar o la mesa del Señor, 'que es el centro de toda la Liturgia eucarística'". "Y no olvidar que el altar es Cristo, pero en referencia al primer altar que es la cruz -agregó-. Sobre el altar nosotros nos llevamos los pocos dones, que son el pan y el vino, que se transforman en mucho, es decir en Cristo".

"Cierto, es poca cosa nuestra oferta, pero Cristo necesita de este poco -como ocurrió en la multiplicación de los panes- para transformarlo en el don eucarístico que a todos alimenta y hermana en su Cuerpo que es la Iglesia", dijo el papa. "Que la espiritualidad del don de sí, que este momento de la misa nos enseña -concluyó- pueda iluminar nuestras jornadas, las relaciones con los otros, las cosas que hacemos, los sufrimientos que encontramos, ayudándonos a construir la ciudad terrena a la luz del Evangelio".

Finalmente, al dirigir su "cordial saludo a las personas de lengua árabe, en particular las procedentes de Siria, Tierra Santa y Medio Oriente", Francisco agregó: "Una tierra martirizada, debemos rezar por estos hermanos que están en guerra y por los cristianos perseguidos, que quieren expulsar de aquella tierra. Recemos por estos hermanos y hermanas nuestros".

lunes, 26 de febrero de 2018

¿Cómo salir de las pruebas de la vida? Papa Francisco responde


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“Sepan que en la vida hay momentos buenos y malos", dice a los chicos y chicas de una parroquia romana

¿Cómo salimos de los momentos difíciles y de la frustración en la vida cotidiana? El Papa indicó el camino seguro de “escuchar a Jesús” -como pidió Dios a los apóstoles- y hacer todo lo que Él pide -como indicó la Virgen María- para seguir adelante en las tormentas cotidianas.
El Pontífice confirmó que la “gloria” y el “cielo” son fuente de belleza para el cristiano. “Jesús nos prepara siempre para las pruebas” y “nunca estamos solos”, destacó. La voz de Jesús llega a todos a través del Evangelio y de la Misa. “Jesús triunfa a través de la humillación de la cruz”. 
Francisco visitó la parroquia romana de San Gelasio, en el sur de la capital italiana en la zona de Ponte Mammolo este domingo 25 de febrero de 2018.
Allí, antes de presidir la misa y pronunciar la homilía, se encontró en privado con los niños de la parroquia. El Papa comparó la vida con una tarde de lluvia y nubes grises, pero que también tiene momentos de sol.
Sepan que en la vida hay momentos buenos y malos. ¿Qué debería hacer un cristiano? Avanzar con coraje, en los buenos y malos momentos”. “Habrá tormentas en la vida … ¡Adelante! Jesús nos guía. Habrá días brillantes … ¡Adelante! Jesús nos guía”.
“Y si me equivoco en la vida, ¿se va Jesús? [respuesta: “¡No!”] …si cometo un error, ¿será feliz? [respuesta: “¡No!”] ¡No! Él está triste, pero no se va. Él siempre nos acompaña”, dijo a los más chicos de la parroquia.
“Recuerda esto: en los peores momentos, incluso en los momentos en que hacemos las cosas más feas, Jesús se queda allí porque nos ama mucho”.
Luego encontró a los ancianos y los enfermos de la parroquia, asimismo tuvo un coloquio con los pobres asistidos por la Caritas.
El camino de Jesús es otro, triunfa en la humillación 
En la homilía insistió: “Jesús se presenta a los apóstoles como es en el cielo: resplandecientetriunfadorvencedor”. Así lo hace para preparar a los apóstoles a su Pasión, al “escándalo de la Cruz porque ellos no podían entender que Jesús muriera como un criminal”.
“El camino de Jesús es otro”, contrario a la mentalidad del mundo, indicó Francisco, pues en la mente de los apóstoles Jesús era “un liberador, como son los liberadores de esta tierra, los que vecen en la batalla, los que triunfan siempre”.
“Jesús triunfa a través de la humillación de la cruz”. Los discípulos estaban escandalizados. Por eso, “Jesús les hace ver lo que sucederá después de la cruz y lo que nos sucederá a todos nosotros”.
El Papa habla de la “gloria” y del “cielo”, fuente de belleza para el cristiano. “Escuchen bien: Jesús siempre de una manera u otra nos prepara para la prueba”.

Jesús no nos deja solos nunca

El mensaje de Jesús siempre prepara a las personas a lo que vendrá. “Nos da la fuerza para seguir adelante en el momento de la prueba y ganar”. Jesús “nos ayuda”,  así como preparó a los discípulos haciéndoles ver su gloria y a “soportar el peso de la humillación”.
“Jesús nos prepara siempre a las pruebas y en las pruebas está con nosotros”, dijo el Papa para señalar que es la enseñanza que da la Iglesia hoy.

Escuchen a Jesús 

En segundo lugar, citó las palabras de Dios: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. Y explicó que este es el mensaje del Padre a los apóstoles y el mensaje de Jesús es prepararlos haciéndoles ver su gloria. Y reiteró: “Escúchenlo”. Esto “en los mejores momentos” y en los “malos momentos”. Detenerse y escuchar a Jesús: “Él nos dirá que hacer siempre”.
En el contexto de la Cuaresma invitó a observar la “gloria de Jesús, lo que siempre nos espera porque Jesús está ahí para darnos gloria”.
Para el papa Francisco es fundamental escuchar a Jesús en el Evangelio, en la liturgia donde siempre “nos habla” a cada uno.
E instó en preguntarse a sí mismo cuando hayan problemas y dificultades en la vida cotidiana: “¿Qué es lo que me dice Jesús hoy? Escuchar siempre la voz de Jesús”.
De esta manera, se sigue el consejo del Padre: “escuchar a Jesús”.
Y citó el segundo consejo dado por la Virgen María (Madre de Jesús) en Caná cuando ocurrió el milagro del agua y del vino: “Hagan todo lo que Él les diga”. Entonces, “escuchar a Jesús es hacer todo lo que Él les diga”.   

domingo, 18 de febrero de 2018

«Afrontar al Maligno en oración para vencerlo con la ayuda de Dios en nuestra vida cotidiana»

Caminocatolico.org 18/2/2018 Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este primer  domingo de Cuaresma, el Evangelio recuerda los temas de la tentación, la conversión y la Buena nueva, tres temas.
El evangelista Marcos escribe, “el Espíritu empujó a Jesús al desierto y permaneció en el desierto durante 40 días, tentado por Satanás” (Mc 1,12-13). Jesús va al desierto a prepararse para su misión en el mundo. Él no necesita conversión, pero, como hombre, debe pasar por esta prueba, tanto para él mismo, obedecer la voluntad del Padre, como para nosotros, para darnos la gracia de vencer la tentación.
Esta preparación consiste en luchar contra el Espíritu del mal, contra el diablo. También para nosotros, la Cuaresma es un tiempo de “agonía” espiritual, estamos llamados a afrontar al Maligno mediante la oración, para ser capaces, con la ayuda de Dios, de vencerlo en nuestra vida cotidiana. Desafortunadamente el mal obra en nuestra existencia y en nuestro entorno, donde se manifiesta la violencia, el rechazo del otro, el encierro de uno mismo, las guerras, las injusticias.
Inmediatamente después de las tentaciones en el desierto, Jesús comienza a predicar el Evangelio, es decir, la Buena Nueva,– segunda palabra-. La primera era “tentación” la segunda “Buena nueva”. Y esta Buena nueva exige del hombre conversión-tercera palabray fe. Él anuncia, “el tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca”; luego él dirige esta exhortación: “Convertíos y creed en el Evangelio” (v. 15). Es decir, creed esta Buena nueva Creer en esta Buena Nueva que el reino de Dios está cerca.
Nosotros también tenemos necesidad de conversión en nuestra vida diaria-¡todos los días!-, y la Iglesia nos hace orar por esto. De hecho, nunca estamos suficientemente orientados hacia Dios y debemos dirigir constantemente nuestra mente y nuestro corazón hacia Él.
Para ello, debemos tener el coraje de rechazar todo lo que nos aleja del camino: los falsos valores que nos engañan y atraen nuestro egoísmo de manera solapada. Al contrario, debemos tener confianza en el Señor, en su bondad, y en su proyecto de amor para cada uno de nosotros.
La Cuaresma es un tiempo de penitencia, sí, pero no es un tiempo ¡triste!. Es un tiempo de penitencia, pero no un tiempo triste, de duelo. Es un compromiso gozoso y serio para despojarnos de nuestro egoísmo, de nuestro hombre viejo, y para renovarnos según la gracia de nuestro bautismo.
Solo Dios nos puede dar la verdadera felicidad: es inútil perder nuestro tiempo en buscarla fuera: en las riquezas, en los placeres, en el poder, en la carrera… El Reino de Dios, es la realización de todas nuestras aspiraciones, porque es, al mismo tiempo, salvación del hombre y gloria de Dios. En este primer domingo de Cuaresma, estamos llamados a escuchar con atención y a acoger esta llamada de Jesús a convertirnos y a creer en el Evangelio. Se nos exhorta a comenzar con compromiso el camino hacia la Pascua, para acoger cada vez más la gracia de Dios que quiere transformar el mundo en un Reino de justicia, de paz, y de fraternidad.
Que la Virgen María nos ayude a vivir esta Cuaresma en la fidelidad a la Palabra de Dios, y con oración continua, como lo hizo Jesús en el desierto. ¡No es imposible! Se trata de vivir los días con el deseo de recibir el amor que proviene de Dios y que quiere transformar nuestra vida y el mundo entero.
(Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:)
Queridos hermanos y hermanas:
En un mes, del 19 al 24 de marzo, cerca de 300 jóvenes de todo el mundo vendrán a Roma para una reunión preparatoria del Sínodo de octubre. Sin embargo, deseo ardientemente que todos los jóvenes puedan ser protagonistas de esta preparación. Deseo fuertemente que todos los jóvenes puedan ser protagonistas de esta preparación. Por lo tanto, podrán intervenir “on líne” a través de grupos lingüísticos moderados por otros jóvenes. La contribución de los "grupos de la red" se unirá a las de la reunión de Roma. Queridos jóvenes, pueden encontrar información en el sitio web de la Secretaría del Sínodo de los Obispos. ¡Os agradezco vuestra contribución para caminar juntos!
Los saludo a ustedes, a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a todos los peregrinos que vinieron de Italia y de diferentes países. Saludo a los fieles de Murcia, Vannes, Varsovia y Wroclaw; así como los de Erba, Vignole, Fontaneto d'Agogna, Silvi y Troina. Saludo a los muchachos del decanato de Baggio (Milán) y los de Melito Porto Salvo.
Al comienzo de la Cuaresma, que -como dije- es un viaje de conversión y lucha contra el mal, deseo dirigir un saludo especial a los detenidos: queridos hermanos y hermanas que están en prisión, los aliento a cada uno de ustedes a vivir el período de Cuaresma, como una oportunidad para la reconciliación y la renovación de la propia vida bajo la mirada misericordiosa del Señor. Él nunca se cansa de perdonar.
Pido a todos que se acuerden de rezar por mí y por los colaboradores de la Curia Romana, que esta noche comenzaremos la semana de Ejercicios Espirituales.
A todos les deseo un buen domingo.  Os ruego, no os olvides de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto!

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miércoles, 14 de febrero de 2018

"Hay un nexo vital entre la escucha y la fe"





El Papa ríe con unos niños en la Audiencia General © Vatican Media
El Papa Ríe Con Unos Niños En La Audiencia General © Vatican Media
(ZENIT – 14 feb. 2018).
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Buenos días, aunque el día no sea muy bueno. Pero si el alma está contenta el día es siempre bueno. Así que ¡buenos días! Hoy la audiencia se hará en dos sitios: un pequeño grupo de enfermos está en el Aula, a causa del mal tiempo y nosotros estamos aquí. Pero ellos nos ven y nosotros los vemos en la pantalla gigante. Los saludamos con un aplauso.
Continuamos con la catequesis sobre la misa. La escucha de las lecturas bíblicas, que se prolonga en la homilía, ¿a qué responde? Responde a un derecho: el derecho espiritual del pueblo de Dios a recibir abundantemente el tesoro de la Palabra de Dios (véase la Introducción al Leccionario, 45). Cada uno de nosotros cuando va a misa tiene el derecho de recibir con abundancia la Palabra de Dios, bien leída, bien dicha y luego, bien explicada en la homilía. ¡Es un derecho! Y cuando la Palabra de Dios no se lee bien, no se predica con fervor por el diácono, por el sacerdote o por el obispo se falta a un derecho de los fieles. Nosotros tenemos el derecho de escuchar la Palabra de Dios. El Señor habla para todos, pastores y fieles. Llama al corazón de los que participan en la misa, cada uno en su condición de vida, edad, situación. El Señor consuela, llama, despierta brotes de vida nueva y reconciliada. Y esto, por medio de su Palabra. Su Palabra llama al corazón y cambia los corazones.
Por lo tanto, después de la homilía, un tiempo de silencio permite que la semilla recibida se sedimente en el alma, para que nazcan propósitos de adhesión a lo que el Espíritu ha sugerido a cada uno. El silencio después de la homilía. Hay que guardar un hermoso silencio y cada uno tiene que pensar en lo que ha escuchado.
Después de este silencio, ¿cómo continúa la misa? La respuesta personal de fe se injerta en la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el “Credo”. Todos nosotros rezamos el Credo en la misaRezado por toda la asamblea, el Símbolo manifiesta la respuesta común a lo que se ha escuchado en la Palabra de Dios (véase Catecismo de la Iglesia Católica, 185-197). Hay un nexo vital entre la escucha y la fe. Están unidos. Esta, -la fe-  efectivamente, no nace de las fantasías de mentes humanas sino que, como recuerda San Pablo, “viene de la predicación y la predicación por la Palabra de Cristo” (Rom. 10:17). La fe se alimenta, por lo tanto, de  la escucha  y conduce al Sacramento . Por lo tanto, el rezo del “Credo “ hace que la asamblea litúrgica “recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía. ” (Instrucción General del Misal Romano, 67). El Símbolo de fe  vincula la Eucaristía al Bautismo recibido “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, y nos recuerda que los sacramentos son comprensibles a la luz de la fe de la Iglesia.
La respuesta a la Palabra de Dios recibida con  fe se expresa a continuación, en la súplica común, llamada Oración universal,porque abraza las necesidades de la Iglesia y del mundo (ver IGMR, 69-71; Introducción al Leccionario, 30-31). También se llama Oración de los Fieles.
Los Padres del Vaticano II quisieron restaurar esta oración después del Evangelio y de la homilía, especialmente  los domingos y días festivos, para que ” con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero. “(Const. Sacrosanctum Concilium,53, ver 1 Tim 2: 1-2). Por lo tanto, bajo la dirección del sacerdote que  introduce y concluye, ” el pueblo ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos. ” (IGMR, 69). Y después de las intenciones individuales, propuestas por el diácono o por un lector, la asamblea une su voz invocando: “Escúchanos, Señor”.
Recordemos, en efecto, lo que el Señor Jesús nos dijo: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis” (Jn. 15, 7). “Pero nosotros no creemos en esto porque tenemos poca fe”. Pero si tuviéramos una fe –dice Jesús- como un grano de mostaza, habríamos recibido todo. “Pedid lo que queráis y se os dará”. Y, este momento de la oración universal, después del Credo, es el momento de pedir al Señor las cosas más importantes en la misa, las cosas que necesitamos, lo que queremos. “Se os dará”; de una forma o de otra, pero “se os dará”. “Todo es posible para el que cree”, ha dicho el Señor. ¿Qué respondió el hombre  al que el Señor se dirigió para decir esta frase: “Todo es posible para el que cree”? Dijo : “Creo, Señor. Ayuda a mi poca fe”. Y la oración hay que hacerla con este espíritu de fe. “Creo, Señor, ayuda a mi poca fe”. Las pretensiones de la lógica mundana, en cambio, no despegan hacia el Cielo, así como permanecen sin respuesta las peticiones autorreferenciales (véase St. 4,2-3). Las intenciones por las cuales los fieles son invitados a rezar deben dar voz a las necesidades concretas de la comunidad eclesial y del mundo, evitando el uso de fórmulas convencionales y miopes. La oración “universal”, que concluye la liturgia de la Palabra, nos exhorta a hacer nuestra la mirada de Dios, que cuida de todos sus hijos.
© Librería Editorial Vaticano

domingo, 11 de febrero de 2018

Un instante de silencio para decir a Jesús: “Si quieres, puedes purificarme”

Una persona enferma puede estar todavía más unida a Dios (Traducción completa)

Ángelus /11/02/2018, Captura, Vatican Media
Ángelus /11/02/2018, Captura, Vatican Media
ZENIT – 11 febrero 2018
Esta es nuestra traducción de las palabras que el Papa  ha pronunciado en la introducción del Ángelus.
Palabras del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este domingo, el Evangelio, según San Marcos, nos muestra a Jesús sanando todo tipo de enfermos. En este contexto, se sitúa la Jornada Mundial del enfermo, que se celebra hoy 11 de febrero, memoria de la Santa Virgen María de Lourdes. Por lo tanto, con el corazón vuelto a la gruta de Massabielle, contemplamos a Jesús como verdadero médico del cuerpo y del alma, que Dios Padre ha enviado al mundo para curar a la humanidad, marcada por el pecado y sus consecuencias.
El pasaje del Evangelio de hoy (cf. Mc 1,40-45) nos presenta la curación de un hombre enfermo de lepra, patología que en el Antiguo Testamento era considerada como una grave impureza y comportaba la separación del leproso de la comunidad: vivían solos. Su condición era verdaderamente penosa, porque la mentalidad de la época los hacía sentirse impuro no solo delante de los hombres sino también ante Dios, por eso el leproso del Evangelio suplica a Jesús con estas palabras: “Si quieres, puedes purificarme” (v. 40).
Al oír esto Jesús siente compasión (v. 41). Es muy importante fijar la atención sobre esta resonancia interior de Jesús, como hemos hecho a lo largo del Jubileo de la Misericordia. No se entiende la obra de Jesús, no se entiende a Cristo mismo, sino se entra en su corazón lleno de compasión y de misericordia. Esto es lo que le impulsa a extender la mano hacía aquel hombre enfermo de lepra, a tocarlo y decirle: “¡Quiero, queda purificado!” (v. 40). El hecho más sorprendente, es que Jesús toca al leproso, porque esto estaba absolutamente prohibido por la ley de Moisés. Tocar a un leproso significaba ser contagiado también dentro, en el espíritu, es decir, hacerse impuro. Pero en este caso el influjo no va del leproso a Jesús para transmitir el contagio, sino de Jesús al leproso para darle la purificación.
En esta curación, nosotros admiramos más allá de la compasión y de la misericordia, también la audacia de Jesús, que no se preocupa ni del contagio ni de las prescripciones, sino que está motivado por la voluntad de liberar a este hombre de la maldición que lo oprime.
Ninguna enfermedad es causa de impureza; la enfermedad ciertamente involucra a toda la persona, pero en ningún modo impide o prohíbe su relación con Dios. Al contrario, una persona enferma puede estar más unida a Dios. En cambio el pecado, esto sí nos hace impuros, el egoísmo, la soberbia, el entrar en el mundo de la corrupción, estas son enfermedades del corazón del cual se necesita ser purificado, dirigiéndonos a Jesús como el leproso: “¡Si quieres, puedes purificarme!”.
Y ahora, hagamos un momento de silencio y cada uno de nosotros –  vosotros, todos, yo –  podemos pensar y ver en su corazón, ver dentro de sí y ver las propias impurezas, los propios pecados, cada uno de nosotros, en silencio,  con la voz del corazón, decir a Jesús: “¡Si quieres, puedes purificarme!”. Hagámoslo todos en silencio.
“¡Si quieres, puedes purificarme!”
“¡Si quieres, puedes purificarme!”
Y cada vez que nos dirigimos al sacramento de la Reconciliación con el corazón arrepentido, el Señor nos repite también a nosotros: “¡Quiero, queda purificado!”. Así la lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial con Dios y somos admitidos plenamente en la comunidad.
Por intercesión de la Virgen María, nuestra Madre Inmaculada, pidamos al Señor, que ha traído a los enfermos la salud, sanar también nuestras heridas interiores con su infinita misericordia, para darnos así la esperanza y la paz del corazón.
© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

jueves, 8 de febrero de 2018

LA LITURGIA DE LA PALABRA EN LA MISA

Catequesis del Papa Francisco   (7/2/2018) Diario zenit
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre la santa misa. Habíamos llegado a las lecturas.
El diálogo entre Dios y su pueblo, desarrollado en la Liturgia de la Palabra en la misa, llega al culmen en la proclamación del Evangelio. Lo precede el canto del Aleluya – o, en Cuaresma, otra aclamación – con el cual “la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor quién le hablará en el Evangelio”. Como los misterios de Cristo iluminan toda la revelación bíblica, así, en la Liturgia de la Palabra, el Evangelio es la luz para entender el significado de los textos bíblicos que lo preceden, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Efectivamente “Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura, y también de toda celebración litúrgica”. Jesucristo está siempre en el centro, siempre.
Por lo tanto, la misma liturgia distingue el Evangelio de las otras lecturas y lo rodea de un honor y una veneración particular. En efecto, sólo el ministro ordenado puede leerlo y cuando termina besa el libro; hay que ponerse en pie para escucharlo y hacemos la señal de la cruz sobre la frente, la boca y el pecho; las velas y el incienso honran a Cristo que, mediante la lectura evangélica, hace resonar su palabra eficaz. A través de estos signos, la asamblea reconoce la presencia de Cristo que le anuncia la “buena noticia” que convierte y transforma. Es un diálogo directo, como atestiguan las aclamaciones con las que se responde a la proclamación, “Gloria a Ti, Señor”, o “Alabado seas, Cristo”. Nos levantamos para escuchar el Evangelio: es Cristo que nos habla, allí. Y por eso prestamos atención, porque es un coloquio directo. Es el Señor el que nos habla.
Así, en la misa no leemos el Evangelio para saber cómo han ido las cosas, sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de que lo que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Por eso escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva. San Agustín escribe que “la boca de Cristo es el Evangelio”.Él reina en el cielo, pero no deja de hablar en la tierra”. Si es verdad que en la liturgia “Cristo sigue anunciando el Evangelio” , se deduce que, al participar en la misa, debemos darle una respuesta. Nosotros escuchamos el Evangelio y tenemos que responder con nuestra vida.
Para que su mensaje llegue, Cristo también se sirve de la palabra del sacerdote que, después del Evangelio, pronuncia la homilía. Vivamente recomendada por el Concilio Vaticano II como parte de la misma liturgia, la homilía no es un discurso de circunstancias, – ni tampoco una catequesis como la que estoy haciendo ahora- ni una conferencia, ni tampoco  una lección: la homilía es otra cosa. ¿Qué es la homilía? Es “un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo”, para que encuentre su cumplimiento en la vida. ¡La auténtica exégesis del Evangelio es nuestra vida santa! La palabra del Señor termina su carrera haciéndose carne en nosotros, traduciéndose en obras, como sucedió en María y en los santos. Acordaos de lo que dije la última vez, la Palabra del Señor entra por los oídos, llega al corazón y va a las manos, a las buenas obras. Y también la homilía sigue a la Palabra del Señor y hace este recorrido para ayudarnos a que la Palabra del Señor llegue a las manos pasando por el corazón.
Ya he tratado el tema de la homilía  en la Exhortación Evangelii gaudium,donde recordé que el contexto litúrgico “exige que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida. 
El que pronuncia la homilía deben cumplir bien su ministerio – el que predica, el sacerdote, el diácono o el obispo- ofreciendo un verdadero servicio a todos los que participan en la misa, pero también quienes lo escuchan deben hacer su parte. En primer lugar, prestando la debida atención, es decir, asumiendo la justa disposición interior,  sin pretensiones subjetivas, sabiendo que cada predicador tiene  sus méritos y sus límites. Si a veces hay motivos para aburrirse por la homilía larga, no centrada o incomprensible, otras veces es el prejuicio el que constituye un obstáculo. Y el que pronuncia la homilía debe ser consciente de que no está diciendo algo suyo, está  predicando, dando voz a Jesús, está predicando la Palabra de Jesús. Y la homilía tiene que estar bien preparada, tiene que ser breve ¡breve!. Me decía un sacerdote que una vez había ido a otra ciudad donde vivían sus padres y su papá le había dicho: “¿Sabes? Estoy contento porque mis amigos y yo hemos encontrado una iglesia donde si dice misa sin homilía”. Y cuántas veces vemos que durante la homilía algunos se duermen, otros charlan o salen a fumarse un cigarrillo… Por eso, por favor, que la homilía sea breve, pero esté bien preparada. Y ¿cómo se prepara una homilía, queridos sacerdotes, diáconos, obispos? ¿Cómo se prepara? Con la oración, con el estudio de la Palabra de Dios y haciendo una síntesis clara y breve; no tiene que durar más de diez minutos, por favor.
En conclusión, podemos decir que en la Liturgia de la Palabra, a través del Evangelio y la homilía, Dios dialoga con  su pueblo, que lo escucha con atención y veneración y, al mismo tiempo, lo  reconoce presente y activo. Si, por lo tanto, escuchamos la “buena noticia”, ella nos convertirá  y transformará  y así podremos cambiarnos a nosotros mismos y al mundo. ¿Por qué? Porque la Buena Noticia, la Palabra de Dios entra por los oídos, va al corazón y llega a las manos para hacer buenas obras.
© Librería Editorial Vaticano

domingo, 4 de febrero de 2018

La misión de la Iglesia no es estática, siempre está en movimiento








Ángelus del 04/02/2018 © Captura Vatican Media
Ángelus del 04/02/2018 © Captura Vatican Media
(ZENIT – 4 febrero 2018).-
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo continúa la descripción de una jornada de Jesús en Cafarnaúm, un sábado, fiesta semanal para los judíos (cf. Mc 1,21-39). Esta vez el evangelista Marcos pone de relieve la relación entre la actividad taumatúrgica de Jesús y el despertar de la fe en las personas que encuentra. En efecto, con los signos de curación que cumple en los enfermos de todo tipo, el Señor quiere suscitar como respuesta la fe.
La jornada de Jesús en Cafarnaúm comienza por la curación de la suegra de Pedro y termina con la escena de toda la ciudad que se agolpa delante de la casa donde él se alojaba, para llevarle a todos los enfermos (cf. V. 33). La gente, marcada por sufrimientos físicos y miserias espirituales, constituye, por así decir, “el ambiente vital” en el que se cumple la misión de Jesús, hechos de palabras y de gestos que sanan y consuelan. Jesús no ha venido a traer la salvación en un laboratorio; no predica en un laboratorio, separado de la gente: ¡está en medio de la multitud en medio del pueblo! Pensad que la mayor parte de la vida pública de Jesús la ha pasado en el camino, para estar con  la gente, para predicar el Evangelio, para curar las heridas físicas y espirituales. Es una humanidad marcada por los sufrimientos,  que Jesús quiere acercar a esa pobre humanidad la acción poderosa, liberadora, y renovadora de Jesús está dirigida hacia esta pobre humanidad. Así, en medio de la gente hasta el anochecer, se concluye ese sábado. ¿Y qué hace Jesús después?.
Antes del alba del día siguiente, sale de incógnito por la puerta de la ciudad y se retira a un lugar apartado para orar. Jesús ora. De esta manera, aleja su persona y su misión a una visión triunfalista, que malinterpreta el sentido de los milagros y de su poder carismático. Los milagros, en efecto, son “signos” que invitan a la respuesta de la fe; signos que están siempre acompañados por la palabra, que les ilumina; y juntos, signos y palabras, provocan la fe y la conversión por la fuerza divina de la gracia de Dios.
La conclusión del pasaje evangélico de hoy (vv.35-39) indica que el anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús encuentra su lugar propio en el camino. A los discípulos que le buscan para llevarle a la ciudad – los discípulos han ido a buscarle al lugar donde oraba, querían llevarle a la ciudad – ¿qué responde Jesús? “Vamos a otra parte a las aldeas cercanas para que también allí yo proclame el Evangelio” (v. 38). Este ha sido el camino del Hijo de Dios y este será el camino de sus discípulos. Y este deberá ser el camino de todo cristiano. El camino, como lugar del anuncio gozoso del Evangelio, coloca la misión de la Iglesia bajo el signo del “ír”,  la Iglesia en camino, bajo el signo de “movimiento” y nunca de la inmovilidad.
Que la Virgen María nos ayude a estar abiertos a la voz del Espíritu Santo, que impulsa a la Iglesia a dirigir siempre más su tienda en medio de la gente, para llevar a todos la palabra de curación de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos.
 © Traducción para ZENIT, Raquel Anillo

jueves, 1 de febrero de 2018

Palabra de Dios: “La escuchamos con los oídos y pasa al corazón”

Francisco invita a los niños a subir al papamóvil © Vatican Media
Francisco Invita A Los Niños A Subir Al Papamóvil © Vatican Media
(ZENIT – 31 enero 2018).
La catequesis completa del Santo Padre, pronunciada esta mañana en italiano, en la Audiencia General, y traducida al español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy continuamos con las catequesis sobre la santa misa. Después de hablar sobre los ritos de introducción consideramos ahora la Liturgia de la Palabra, que es una parte constitutiva porque nos reunimos para escuchar lo que Dios ha hecho y todavía tiene la intención de hacer por nosotros. Es una experiencia que tiene lugar “en vivo” y no de oídas, porque “cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio.” (Instrucción General del  Misal Romano, 29, ver Const. Sacrosanctum Concilium, 7; 33). Y cuántas veces mientras se lee la Palabra de Dios, se charla: “Mira ése, mira ésa, mira el sombrero que se ha puesto aquella: es ridículo”. Y se empieza a comentar. ¿No es verdad? ¿Hay que hacer comentarios mientras se lee la Palabra de Dios? (responden: “¡No!). No, porque si charlas con la gente no escuchas la Palabra de Dios. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia –la primera lectura, la segunda, el salmo responsorial y el evangelio- tenemos que escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo quien nos habla y no tenemos que pensar en otras cosas o decir otras cosas ¿De acuerdo? Os explicaré que pasa en esta Liturgia de la Palabra.
Las páginas de la Biblia dejan de ser un escrito para convertirse en palabra viva, pronunciada por Dios. Es Dios que, a través de la persona que lee, nos habla y nos interpela a nosotros, que lo escuchamos con fe. El Espíritu, “que habló a través de los profetas” (Credo) e inspiró a los autores sagrados, hace que “la Palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los oídos” (Leccionario, Introd., 9). Pero para escuchar la Palabra de Dios también hay que tener el corazón abierto para recibir la palabra en el corazón. Dios habla y nosotros lo escuchamos, para después poner en práctica lo que hemos escuchado. Es muy importante escuchar. A veces, quizás, no entendemos del todo porque hay algunas lecturas un poco difíciles. Pero Dios nos habla igual de otra manera. (Hay que estar) en silencio y escuchar la Palabra de Dios. No lo olvidéis. En misa, cuando empiezan las lecturas, escuchamos la Palabra de Dios.
¡Necesitamos escucharlo! Es, efectivamente, una cuestión de vida, como bien recuerda la certera frase  “no solo de pan vive el hombre, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4). La vida que nos da la Palabra de Dios. En este sentido, hablamos de la Liturgia de la Palabra como de la “mesa” que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. La mesa litúrgica es una mesa abundante, servida en gran parte con los tesoros de la Biblia (véase SC, 51), tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento porque en ellos  la Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo (véase Leccionario, Introd., 5). Pensemos en la riqueza de las lecturas bíblicas presentes en los tres ciclos dominicales que, a la luz de los Evangelios sinópticos, nos acompañan durante el año litúrgico: una gran riqueza. Aquí también deseo recordar la importancia del Salmo responsorial, cuya función es favorecer la meditación sobre lo que se ha escuchado en la lectura que lo precede. Es bueno que el salmo se valorice cantando  al menos en la respuesta (véase OGMR, 61; Leccionario, Introd., 19-22).
La proclamación litúrgica de dichas lecturas, con los cantos procedentes de la Sagrada Escritura, expresa y fomenta la comunión eclesial, acompañando el camino de todos y cada uno de nosotros.  Así se entiende porqué algunas decisiones subjetivas, como la omisión de las lecturas o su sustitución por textos no bíblicos, estén prohibidas. He oído que alguno, si hay una noticia, lee el periódico porque es la noticia del día. ¡No! ¡La Palabra de Dios es la Palabra de Dios!. El periódico se puede leer después. Pero allí se lee la Palabra de Dios. Es el Señor quien nos habla. Sustituir esa Palabra con otras cosas  empobrece y compromete el diálogo entre Dios y su pueblo en oración. Por el contrario,  (se requiere) la dignidad del ambón y el uso del Leccionario, la disponibilidad de buenos lectores y salmistas. Pero hay que buscar buenos lectores, que sepan leer, no esos que leen (tragándose las palabras) y no se entiende nada. Es así. Buenos lectores. Tienen que ensayar antes de misa para leer bien. Y así se crea un clima de silencio receptivo.
Sabemos que la palabra del Señor es una ayuda indispensable para no perdernos, como reconoce el salmista que, dirigiéndose  al Señor, confiesa: «Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino» (Sal 119,105). ¿Cómo podríamos enfrentar nuestra peregrinación terrena, con sus fatigas  y sus pruebas, sin ser nutridos e iluminados regularmente por la Palabra de Dios que resuena en la liturgia?
Ciertamente, no es suficiente escuchar con los oídos, sin recibir la semilla de la Palabra divina en el corazón, para que dé fruto. Recordemos la parábola del sembrador y los diferentes resultados según los diferentes tipos de terreno (véase Mc 4, 14-20). La acción del Espíritu, que hace eficaz la respuesta, necesita corazones que se dejen cultivar y trabajar, para que lo que se escucha en la misa pase a la vida cotidiana, según la admonición del apóstol Santiago: “Poned por obra la Palabra y no os contentéis solo con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). La Palabra de Dios se abre camino dentro de nosotros. La escuchamos con los oídos y pasa al corazón; no se queda en los oídos; tiene que llegar al corazón y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras. Este es el recorrido de la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las manos. Aprendamos estas cosas. ¡Gracias!
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