miércoles, 28 de abril de 2021

La meditación

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 28 de abril de 2021

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Catequesis 31. La meditación

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy hablamos de esa forma de oración que es la meditación. Para un cristiano “meditar” es buscar una síntesis: significa ponerse delante de la gran página de la Revelación para intentar hacerla nuestra, asumiéndola completamente. Y el cristiano, después de haber acogido la Palabra de Dios, no la tiene cerrada dentro de sí, porque esa Palabra debe encontrarse con «otro libro», que el Catecismo llama «el de la vida» (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2706). Es lo que intentamos hacer cada vez que meditamos la Palabra.

La práctica de la meditación ha recibido en estos años una gran atención. De esta no hablan solamente los cristianos: existe una práctica meditativa en casi todas las religiones del mundo. Pero se trata de una actividad difundida también entre personas que no tienen una visión religiosa de la vida. Todos necesitamos meditar, reflexionar, reencontrarnos a nosotros mismos, es una dinámica humana. Sobre todo, en el voraz mundo occidental se busca la meditación porque esta representa un alto terraplén contra el estrés cotidiano y el vacío que se esparce por todos lados. Ahí está, por tanto, la imagen de jóvenes y adultos sentados en recogimiento, en silencio, con los ojos medio cerrados… Pero podemos preguntarnos: ¿qué hacen estas personas? Meditan. Es un fenómeno que hay que mirar con buenos ojos: de hecho nosotros no estamos hechos para correr en continuación, poseemos una vida interior que no puede ser siempre pisoteada. Meditar es por tanto una necesidad de todos. Meditar, por así decir, se parecería a detenerse y respirar hondo en la vida.

Pero nos damos cuenta que esta palabra, una vez acogida en un contexto cristiano, asume una especificidad que no debe ser cancelada. Meditar es una dimensión humana necesaria, pero meditar en el contexto cristiano va más allá: es una dimensión que no debe ser cancelada. La gran puerta a través de la cual pasa la oración de un bautizado —lo recordamos una vez más— es Jesucristo. Para el cristiano la meditación entra por la puerta de Jesucristo. También la práctica de la meditación sigue este sendero. Y el cristiano, cuando reza, no aspira a la plena transparencia de sí, no se pone en búsqueda del núcleo más profundo de su yo. Esto es lícito, pero el cristiano busca otra cosa. La oración del cristiano es sobre todo encuentro con el Otro, con el Otro pero con la O mayúscula: el encuentro trascendente con Dios. Si una experiencia de oración nos dona la paz interior, o el dominio de nosotros mismos, o la lucidez sobre el camino que emprender, estos resultados son, por así decir, efectos colaterales de la gracia de la oración cristiana que es el encuentro con Jesús, es decir meditar es ir al encuentro con Jesús, guiados por una frase o una palabra de la Sagrada Escritura.  

El término “meditación” a lo largo de la historia ha tenido significados diferentes. También dentro del cristianismo se refiere a experiencias espirituales diferentes. Sin embargo, se pueden trazar algunas líneas comunes, y en esto nos ayuda también el Catecismo, que dice así: «Los métodos de meditación son tan diversos como diversos son los maestros espirituales. […] Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús» (n. 2707). Y aquí se señala un compañero de camino, uno que nos guía: el Espíritu Santo. No es posible la meditación cristiana sin el Espíritu Santo. Es Él quien nos guía al encuentro con Jesús. Jesús nos había dicho: “Os enviaré el Espíritu Santo. Él os enseñará y os explicará. Os enseñará y os explicará”. Y también en la meditación, el Espíritu Santo es la guía para ir adelante en el encuentro con Jesucristo.

Por tanto, son muchos los métodos de meditación cristiana: algunos muy sobrios, otros más articulados; algunos acentúan la dimensión intelectual de la persona, otros más bien la afectiva y emotiva. Son métodos. Todos son importantes y todos son dignos de ser practicados, en cuanto que pueden ayudar a la experiencia de la fe a convertirse en un acto total de la persona: no reza solo la mente, reza todo el hombre, la totalidad de la persona, como no reza solo el sentimiento. En la antigüedad se solía decir que el órgano de la oración es el corazón, y así explicaban que es todo el hombre, a partir de su centro, del corazón, que entra en relación con Dios, y no solamente algunas facultades suyas. Por eso se debe recordar siempre que el método es un camino, no una meta: cualquier método de oración, si quiere ser cristiano, forma parte de esa sequela Christi que es la esencia de nuestra fe. Los métodos de meditación son caminos a recorrer para llegar al encuentro con Jesús, pero si tú te detienes en el camino y miras solamente el camino, no encontrarás nunca a Jesús. Harás del camino un dios, pero el camino es un medio para llevarte a Jesús. El Catecismo precisa: «La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de Cristo”» (n. 2708).

Esta es por tanto la gracia de la oración cristiana: Cristo no está lejos, sino que está siempre en relación con nosotros. No hay aspecto de su persona divino-humana que no pueda convertirse para nosotros en lugar de salvación y de felicidad. Cada momento de la vida terrena de Jesús, a través de la gracia de la oración, se puede convertir para nosotros en contemporáneo, gracias al Espíritu Santo, la guía. Pero vosotros sabéis que no se puede rezar sin la guía del Espíritu Santo. ¡Es Él quien nos guía! Y gracias al Espíritu Santo, también nosotros estamos presentes en el río Jordán, cuando Jesús se sumerge en él para recibir el bautismo. También nosotros somos comensales de las bodas de Caná, cuando Jesús dona el vino más bueno para la felicidad de los esposos, es decir, es el Espíritu Santo quien nos une con estos misterios de la vida de Cristo porque en la contemplación de Jesús hacemos experiencia de la oración para unirnos más a Él. También nosotros asistimos asombrados a las muchas sanaciones realizadas por el Maestro. Tomamos el Evangelio, hacemos la meditación de esos misterios del Evangelio y el Espíritu nos guía para estar presentes ahí. Y en la oración —cuando rezamos— todos nosotros somos como el leproso purificado, el ciego Bartimeo que recupera la vista, Lázaro que sale del sepulcro… También nosotros somos sanados en la oración como fue sanado el ciego Bartimeo, ese otro, el leproso... También nosotros hemos resucitado, como resucitó Lázaro, porque la oración de meditación guiada por el Espíritu Santo, nos lleva a revivir estos misterios de la vida de Cristo y a encontrarnos con Cristo y a decir, con el ciego: “Señor, ¡ten piedad de mí! Ten piedad de mí” — “¿Y qué quieres?” — “Ver, entrar en ese diálogo”. Y la meditación cristiana, guiada por el Espíritu nos lleva este diálogo con Jesús. No hay página del Evangelio en la que no haya lugar para nosotros. Meditar, para nosotros cristianos, es una forma de encontrar a Jesús. Y así, solo así, reencontrarnos con nosotros mismos. Y esto no es un encerrarnos en nosotros mismos, no: ir a Jesús y en Jesús encontrarnos a nosotros mismos, sanados, resucitados, fuertes por la gracia de Jesús. Y encontrar a Jesús salvador de todos, también mío. Y esto gracias a la guía del Espíritu Santo.




 




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domingo, 25 de abril de 2021

"Jesús es el Buen Pastor que nos salva con su Palabra"

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-04/papa-francisco-regina-coeli-25-de-abril-jesus-buen-pastor.html

Comentando el Evangelio del día según san Juan (Jn 10,11-18) que presenta a Jesús como "el verdadero pastor, que defiende, conoce y ama a sus ovejas", el Santo Padre destacó dos aspectos del estilo de cercanía que aplica el Hijo de Dios para cuidar su "rebaño": su autenticidad y su bondad.

Ciudad del Vaticano

En este cuarto domingo de Pascua, llamado domingo del Buen Pastor, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Regina Coeli asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano tras haber celebrado en la Basílica Vaticana una Misa en la que ordenó a nueve sacerdotes para la Diócesis de Roma.

Comentando el Evangelio del día según san Juan (Jn 10,11-18) que presenta a Jesús como "el verdadero pastor, que defiende, conoce y ama a sus ovejas", el Santo Padre destacó dos aspectos del estilo de cercanía con el que se relaciona el Hijo de Dios con su "rebaño".

Jesús: Pastor verdadero y bueno

En primer lugar, "Él se opone al pastor asalariado a quien no le importan las ovejas, porque no son suyas y que hace este trabajo solo por la paga: no se preocupa por defenderlas y cuando llega el lobo huye abandonándolas (cfr vv. 12-13)".

En cambio Jesús es un pastor verdadero - continuó explicando el Pontífice- "nos defiende y nos salva en muchas situaciones difíciles, peligrosas, mediante la luz de su palabra y la fuerza de su presencia, que experimentamos especialmente en los Sacramentos".

El segundo aspecto que subrayó Francisco es la bondad de Jesús "pastor bueno, conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a Él".

“Para Él no somos masa ni multitud. Somos personas únicas, cada uno con la propia historia, cada uno con el propio valor, tanto como criatura como redimido por Cristo. Cada uno de nosotros puede decir: ¡Jesús me conoce! Es verdad, es así: Él nos conoce como nadie más. Solo Él sabe qué hay en nuestro corazón, las intenciones, los sentimientos más escondidos. Jesús conoce nuestras fortalezas y nuestras debilidades, y está siempre listo para cuidar de nosotros, para sanar las llagas de nuestros errores con la abundancia de su gracia. En Él se realiza plenamente la imagen del pastor del pueblo de Dios delineada por los profetas: se preocupa por sus ovejas, las reúne, venda la que está herida, cura la que está enferma”

El amor de Cristo abraza a todos

En este contexto, el Papa puntualizó que Jesús Buen Pastor "defiende, conoce, y sobre todo ama a sus ovejas" y precisamente el amor por sus ovejas, es decir por cada uno de nosotros, "lo lleva a morir en la cruz, porque esta es la voluntad del Padre, que nadie se pierda".

Asimismo, Francisco hizo hincapié en que el amor de Cristo no es selectivo sino que abraza a todos.

“Así nos lo recuerda Él mismo en el Evangelio de hoy, cuando dice: «También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10,16). Estas palabras dan fe de su inquietud universal: Jesús quiere que todos puedan recibir el amor del Padre y tener la vida”

El Santo Padre finalizó su alocución indicando que la Iglesia está llamada a llevar adelante esta misión universal de Cristo ya que Jesús ha dado la vida por toda la humanidad (no solo por los que frecuentan las comunidades o parroquias) y por ello los cristianos tenemos que testimoniar su amor, con actitud humilde y fraterna a todos y cada uno, sin exclusión.

 

 

"Hermanos y hermanas, Jesús defiende, conoce y ama a cada una de sus ovejas. María Santísima nos ayude a acoger y seguir nosotros los primeros al Buen Pastor, para cooperar con alegría a su misión", concluyó Francisco.

jueves, 22 de abril de 2021

El Papa en el Día de la Tierra: "¡Es el momento de actuar, estamos al límite!"

 


"Cuando se desencadena la destrucción de la naturaleza es muy difícil detenerla", afirma el Santo Padre en un video mensaje enviado con ocasión del Día de la Tierra que se celebra mundialmente cada 22 de abril. Asimismo, el Pontífice recuerda que es "el momento de actuar" ya que "estamos al límite" y "seremos más resilientes si trabajamos juntos en lugar de hacerlo solos".

Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano

El Papa Francisco ha publicado un video mensaje para sumarse a la conmemoración del Día de la Tierra: una fecha establecida por las Naciones Unidas con el fin de consolidar una conciencia mundial sobre la relación de interdependencia entre los seres humanos, los seres vivos y el medioambiente que los rodea.

En su video, el Santo Padre señala que desde hace tiempo la humanidad está tomando más conciencia de que la naturaleza "merece ser protegida", aunque sea "por el hecho de que las interacciones humanas con la biodiversidad que Dios nos ha dado, deben hacerse con el máximo cuidado y con respeto".

Crear un planeta ambientalmente seguro

Asimismo, el Pontífice hace hincapié en la importancia de cuidar la biodiversidad y la naturaleza, algo que en esta pandemia hemos aprendido mucho más:

“Esta pandemia nos ha mostrado lo que ocurre cuando el mundo se detiene, se pausa, aunque sea por unos meses. Y el impacto que esto tiene en la naturaleza y el cambio climático, con una fuerza tristemente positiva ¿no? En otras palabras, duele”

Igualmente, Francisco indica que la llegada del Covid-19  "que nos afecta a todos aunque de forma múltiple y diversa", también nos muestra "que la naturaleza global necesita nuestras vidas en este planeta, a la vez que nos enseña más sobre lo que tenemos que hacer para crear un planeta justo, equitativo y ambientalmente seguro".

Dos catástrofes globales: la pandemia y la crisis climática

El Santo Padre recalca que este nuevo desafío global que supone la actual crisis sanitaria, nos enseña el valor de la interdependencia, "este compartir el planeta".

Para el Papa, ambas catástrofes globales, la pandemia y la climática, "demuestran que no tenemos más tiempo para esperar. Que el tiempo apremia y que, como nos enseñó el Covid-19, sí tenemos los medios para afrontar el reto. Tenemos los medios. Ahora es el momento de actuar, estamos al límite".

 

Antes de finalizar el video, el Pontífice cita un viejo dicho español: "Dios siempre perdona, los seres humanos perdonamos de vez en cuando, la naturaleza nunca".

"Cuando se desencadena esta destrucción de la naturaleza es muy difícil detenerla", explica Francisco recordando con esperanza que aún estamos a tiempo y "seremos más resilientes si trabajamos juntos en lugar de hacerlo solos".

“La adversidad que estamos viviendo con la pandemia, y que ya sentimos en el cambio climático, debe espolearnos, debe empujarnos a la innovación, a la invención, a buscar nuevos caminos. No se sale igual de una crisis, se sale mejor o peor. Este es el reto, y si no salimos mejor parados, vamos por el camino de la autodestrucción”

Líderes del mundo: "¡Actúen con valentía!"

El Papa concluye pidiendo a todos (incluido él mismo) que se unan para lanzar un llamamiento a los líderes del mundo con el fin de que "actúen con valentía, con justicia y para que digan siempre la verdad al pueblo, que la gente sepa cómo protegerse de la destrucción del planeta y cómo proteger el planeta de la destrucción que muy a menudo provocamos".

Día Mundial de la Tierra

Cada 22 de abril se conmemora el Día Mundial de la Tierra. Una fecha de encuentro, establecida por las Naciones Unidas, para reflexionar sobre el impacto del ser humano en el planeta. Un hecho apremiante teniendo en cuenta el actual contexto de la pandemia del coronavirus que representa un gran desafío para la salud pública y la economía global pero también para la diversidad biológica


https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-04/video-mensaje-papa-francisco-conmemoracion-dia-de-la-tierra-2021.html

miércoles, 21 de abril de 2021

La oración vocal

 

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AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 21 de abril de 2021

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Catequesis 30. La oración vocal

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La oración es diálogo con Dios; y toda criatura, en un cierto sentido, “dialoga” con Dios. En el ser humano, la oración se convierte en palabra, invocación, canto, poesía… La Palabra divina se ha hecho carne, y en la carne de cada hombre la palabra vuelve a Dios en la oración.

Las palabras son nuestras criaturas, pero son también nuestras madres, y de alguna manera nos modelan. Las palabras de una oración nos hacen atravesar sin peligro un valle oscuro, nos dirigen hacia prados verdes y ricos de aguas, haciéndonos festejar bajo los ojos de un enemigo, como nos enseña a recitar el salmo (cfr. Sal 23). Las palabras esconden sentimientos, pero existe también el camino inverso: ese en el que las palabras modelan los sentimientos. La Biblia educa al hombre para que todo salga a la luz de la palabra, que nada humano sea excluido, censurado. Sobre todo, el dolor es peligroso si permanece cubierto, cerrado dentro de nosotros… Un dolor cerrado dentro de nosotros, que no puede expresarse o desahogarse, puede envenenar el alma; es mortal.

Por esta razón la Sagrada Escritura nos enseña a rezar también con palabras a veces audaces. Los escritores sagrados no quieren engañarnos sobre el hombre: saben que en su corazón albergan también sentimientos poco edificantes, incluso el odio. Ninguno de nosotros nace santo, y cuando estos sentimientos malos llaman a la puerta de nuestro corazón es necesario ser capaces de desactivarlos con la oración y con las palabras de Dios. En los salmos encontramos también expresiones muy duras contra los enemigos —expresiones que los maestros espirituales nos enseñan para referirnos al diablo y a nuestros pecados—; y también son palabras que pertenecen a la realidad humana y que han terminado en el cauce de las Sagradas Escrituras. Están ahí para testimoniarnos que, si delante de la violencia no existieran las palabras, para hacer inofensivos los malos sentimientos, para canalizarlos para que no dañen, el mundo estaría completamente hundido.

La primera oración humana es siempre una recitación vocal. En primer lugar, se mueven siempre los labios. Aunque como todos sabemos rezar no significa repetir palabras, sin embargo, la oración vocal es la más segura y siempre es posible ejercerla. Los sentimientos, sin embargo, aunque sean nobles, son siempre inciertos: van y vienen, nos abandonan y regresan. No solo eso, también las gracias de la oración son imprevisibles: en algún momento las consolaciones abundan, pero en los días más oscuros parecen evaporarse del todo. La oración del corazón es misteriosa y en ciertos momentos se ausenta. La oración de los labios, la que se susurra o se recita en coro, sin embargo, está siempre disponible, y es necesaria como el trabajo manual. El Catecismo afirma: «La oración vocal es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el “Padre Nuestro”» (n. 2701). “Enséñanos a rezar”, piden los discípulos a Jesús, y Jesús enseña una oración vocal: el Padre Nuestro. Y en esa oración está todo.

Todos deberíamos tener la humildad de ciertos ancianos que, en la iglesia, quizá porque su oído ya no está bien, recitan a media voz las oraciones que aprendieron de niños, llenando el pasillo de susurros. Esa oración no molesta el silencio, sino que testimonia la fidelidad al deber de la oración, practicada durante toda la vida, sin fallar nunca. Estos orantes de la oración humilde son a menudo los grandes intercesores de las parroquias: son los robles que cada año extienden sus ramas, para dar sombra al mayor número de personas. Solo Dios sabe cuánto y cuándo su corazón está unido a esas oraciones recitadas: seguramente también estas personas han tenido que afrontar noches y momentos de vacío. Pero a la oración vocal se puede permanecer siempre fiel. Es como un ancla: aferrarse a la cuerda para quedarse ahí, fiel, suceda lo que suceda.

Todos tenemos que aprender de la constancia de ese peregrino ruso, del que habla una célebre obra de espiritualidad, el cual aprendió el arte de la oración repitiendo infinitas veces la misma invocación: “¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de nosotros, pecadores!” (cfr. CIC26162667). Repetía solo esto. Si llegan gracias en su vida, si la oración se hace un día suficientemente caliente como para percibir la presencia del Reino aquí en medio de nosotros, si su mirada se transforma hasta ser como la de un niño, es porque ha insistido en la recitación de una sencilla jaculatoria cristiana. Al final, esta se convierte en parte de su respiración. Es bonita la historia del peregrino ruso: es un libro para todos. Os aconsejo leerlo: os ayudará a entender qué es la oración vocal.

Por tanto, no debemos despreciar la oración vocal. Alguno dice: “Es cosa de niños, para la gente ignorante; yo estoy buscando la oración mental, la meditación, el vacío interior para que venga Dios”. Por favor, no es necesario caer en la soberbia de despreciar la oración vocal. Es la oración de los sencillos, la que nos ha enseñado Jesús: Padre nuestro, que está en los cielos… Las palabras que pronunciamos nos toman de la mano; en algunos momentos devuelven el sabor, despiertan hasta el corazón más adormecido; despiertan sentimientos de los que habíamos perdido la memoria, y nos llevan de la mano hacia la experiencia de Dios. Y sobre todo son las únicas, de forma segura, que dirigen a Dios las preguntas que Él quiere escuchar. Jesús no nos ha dejado en la niebla. Nos ha dicho: “¡Vosotros, cuando recéis, decid así!”. Y ha enseñado la oración del Padre Nuestro (cfr. Mt 6,9).

domingo, 18 de abril de 2021

El encuentro con Dios siempre te lleva al asombro: va más allá del entusiasmo, más allá de la alegría, es otra experiencia.

 

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REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
Domingo, 18 de abril de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este tercer domingo de Pascua, volvemos a Jerusalén, al Cenáculo, como guiados por los dos discípulos de Emaús, que habían escuchado con gran emoción las palabras de Jesús en el camino y luego lo reconocieron «al partir el pan» (Lc 24, 35). Ahora, en el Cenáculo, Cristo resucitado se presenta en medio del grupo de discípulos y los saluda: «¡La paz con vosotros!» (v. 36). Pero estaban asustados y creían «ver un espíritu », así dice el Evangelio (v. 37). Entonces Jesús les muestra las llagas de su cuerpo y dice: «Mirad mis manos y mis pies —las llagas—; soy yo mismo. Palpadme» (v. 39). Y para convencerlos, les pide comida y la come ante su mirada atónita (cf. vv. 41-42).

Hay un detalle aquí en esta descripción. El Evangelio dice que los apóstoles “por la gran alegría no acababan de creerlo”. Tal era la alegría que tenían que no podían creer que fuera verdad. Y un segundo detalle: estaban atónitos, asombrados, asombrados porque el encuentro con Dios siempre te lleva al asombro: va más allá del entusiasmo, más allá de la alegría, es otra experiencia. Y estos estaban alegres, pero una alegría que les hacía pensar: pero no, ¡esto no puede ser verdad!.... Es el asombro de la presencia de Dios. No olvidéis esto estado de ánimo, que es tan hermoso.

Este pasaje evangélico se caracteriza por tres verbos muy concretos, que en cierto sentido reflejan nuestra vida personal y comunitaria: mirartocar y comer. Tres acciones que pueden dar la alegría de un verdadero encuentro con Jesús vivo.

Mirar. “Mirad mis manos y mis pies” —dice Jesús. Mirar no es solo ver, es más, también implica intención, voluntad. Por eso es uno de los verbos del amor. La madre y el padre miran a su hijo, los enamorados se miran recíprocamente; el buen médico mira atentamente al paciente... Mirar es un primer paso contra la indiferencia, contra la tentación de volver la cara hacia otro lado ante las dificultades y sufrimientos ajenos. Mirar. Y yo, ¿veo o miro a Jesús?

El segundo verbo es tocar. Al invitar a los discípulos a palparle, para que constaten que no es un espíritu —¡palpadme! —, Jesús les indica a ellos y a nosotros que la relación con él y con nuestros hermanos no puede ser “a distancia”, no existe un cristianismo a distancia, no existe un cristianismo solo a nivel de la mirada. El amor pide mirar y también pide cercanía, pide el contacto, compartir la vida. El buen samaritano no solo miró al hombre que encontró medio muerto en el camino: se detuvo, se inclinó, curó sus heridas, lo tocó, lo subió a su montura y lo llevó a la posada. Y lo mismo ocurre con Jesús: amarlo significa entrar en una comunión de vida, una comunión con él.

Y pasamos al tercer verbo, comer, que expresa bien nuestra humanidad en su indigencia más natural, es decir, la necesidad de nutrirnos para vivir. Pero comer, cuando lo hacemos juntos, en familia o con amigos, también se convierte en expresión de amor, expresión de comunión, de fiesta... ¡Cuántas veces los Evangelios nos muestran a Jesús que vive esta dimensión convival! Incluso como Resucitado, con sus discípulos. Hasta el punto de que el banquete eucarístico se ha convertido en el signo emblemático de la comunidad cristiana. Comer juntos el cuerpo de Cristo: este es el centro de la vida cristiana.

Hermanos y hermanas, este pasaje del Evangelio nos dice que Jesús no es un “espíritu”, sino una Persona viva; que Jesús cuando se acerca a nosotros nos llena de alegría, hasta el punto de no creer, y nos deja asombrados, con ese asombro que solo da la presencia de Dios, porque Jesús es una Persona viva. Ser cristianos no es ante todo una doctrina o un ideal moral, es una relación viva con él, con el Señor Resucitado: lo miramos, lo tocamos, nos alimentamos de él y, transformados por su amor, miramos, tocamos y nutrimos a los demás como hermanos y hermanas. Que la Virgen María nos ayude a vivir esta experiencia de gracia

https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2021/documents/papa-francesco_regina-caeli_20210418.html

miércoles, 14 de abril de 2021

La Iglesia, maestra de oración



 PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 14 de abril de 2021

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Catequesis 29. La Iglesia, maestra de oración

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La Iglesia es una gran escuela de oración. Muchos de nosotros han aprendido a silabear las primeras oraciones estando sobre las rodillas de los padres o los abuelos. Quizá custodiamos el recuerdo de la madre y del padre que nos enseñaban a recitar las oraciones antes de ir a dormir. Esos momentos de recogimiento son a menudo aquellos en los que los padres escuchan de los hijos alguna confidencia íntima y pueden dar su consejo inspirado en el Evangelio. Después, en el camino del crecimiento, se hacen otros encuentros, con otros testigos y maestros de oración (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2686-2687). Hace bien recordarlos.

La vida de una parroquia y de toda comunidad cristiana está marcada por los tiempos de la liturgia y de la oración comunitaria. Ese don que en la infancia hemos recibido con sencillez, nos damos cuenta de que es un patrimonio grande, un patrimonio muy rico, y que la experiencia de la oración merece ser profundizada cada vez más (cfr. ibíd., 2688). El hábito de la fe no es almidonado, se desarrolla con nosotros; no es rígido, crece, también a través de momentos de crisis y resurrecciones; es más, no se puede crecer sin momentos de crisis, porque la crisis te hace crecer: entrar en crisis es un modo necesario para crecer. Y la respiración de la fe es la oración: crecemos en la fe tanto como aprendemos a rezar. Después de ciertos pasajes de la vida, nos damos cuenta de que sin la fe no hubiéramos podido lograrlo y que la oración ha sido nuestra fuerza. No solo la oración personal, sino también la de los hermanos y de las hermanas, y de la comunidad que nos ha acompañado y sostenido, de la gente que nos conoce, de la gente a la cual pedimos rezar por nosotros.

También por esto en la Iglesia florecen continuamente comunidades y grupos dedicados a la oración. Algún cristiano siente incluso la llamada a hacer de la oración la acción principal de sus jornadas. En la Iglesia hay monasterios, hay conventos, ermitas, donde viven personas consagradas a Dios y que a menudo se convierten en centros de irradiación espiritual. Son comunidades de oración que irradian espiritualidad. Son pequeños oasis en los que se comparte una oración intensa y se construye día a día la comunión fraterna. Son células vitales, no solo para el tejido eclesial sino para la sociedad misma. Pensemos, por ejemplo, en el rol que tuvo el monacato para el nacimiento y el crecimiento de la civilización europea, y también en otras culturas. Rezar y trabajar en comunidad lleva adelante el mundo. Es un motor.

Todo en la Iglesia nace en la oración, y todo crece gracias a la oración. Cuando el Enemigo, el Maligno, quiere combatir la Iglesia, lo hace primero tratando de secar sus fuentes, impidiéndole rezar. Por ejemplo, lo vemos en ciertos grupos que se ponen de acuerdo para llevar adelante reformas eclesiales, cambios en la vida de la Iglesia… Están todas las organizaciones, están los medios de comunicación que informan a todos… Pero la oración no se ve, no se reza. “Tenemos que cambiar esto, tenemos que tomar esta decisión que es un poco fuerte…”. Es interesante la propuesta, es interesante, solo con la discusión, solo con los medios de comunicación, pero ¿dónde está la oración? La oración es la que abre la puerta al Espíritu Santo, que es quien inspira para ir adelante. Los cambios en la Iglesia sin oración no son cambios de Iglesia, son cambios de grupo. Y cuando el Enemigo —como he dicho— quiere combatir la Iglesia, lo hace en primer lugar tratando de secar sus fuentes, impidiéndole rezar, e [induciéndola a] hacer estas otras propuestas. Si cesa la oración, por un momento parece que todo pueda ir adelante como siempre —por inercia—, pero poco después la Iglesia se da cuenta de haberse convertido en un envoltorio vacío, de haber perdido el eje de apoyo, de no poseer más la fuente del calor y del amor.

Las mujeres y los hombres santos no tienen una vida más fácil que los otros, es más, ellos también tienen sus problemas que afrontar y, además, a menudo son objeto de oposiciones. Pero su fuerza es la oración, que sacan siempre del “pozo” inagotable de la madre Iglesia. Con la oración alimentan la llama de su fe, como se hacía con el aceite de las lámparas. Y así van adelante caminando en la fe y en la esperanza. Los santos, que a menudo a los ojos del mundo cuentan poco, en realidad son los que lo sostienen, no con las armas del dinero y del poder, de los medios de comunicación, etc., sino con las armas de la oración.

En el Evangelio de Lucas, Jesús plantea una pregunta dramática que siempre nos hace reflexionar: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Lc 18,8), ¿o encontrará solamente organizaciones, como un grupo de “empresarios de la fe”, todos bien organizados, que hacen beneficencia, muchas cosas…, o encontrará fe? «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?». Esta pregunta está al final de una parábola que muestra la necesidad de rezar con perseverancia, sin cansarse (cfr. vv. 1-8). Por tanto, podemos concluir que la lámpara de la fe estará siempre encendida sobre la tierra mientras esté el aceite de la oración. La lámpara de la verdadera fe de la Iglesia estará siempre encendida en la tierra mientras esté el aceite de la oración. Es eso que lleva adelante la fe y lleva adelante nuestra pobre vida, débil, pecadora, pero la oración la lleva adelante con seguridad. Es una pregunta que nosotros cristianos tenemos que hacernos: ¿rezo? ¿Rezamos? ¿Cómo rezo? ¿Cómo los loros o rezo con el corazón? ¿Cómo rezo? ¿Rezo seguro de que estoy en la Iglesia y rezo con la Iglesia, o rezo un poco según mis ideas y hago que mis ideas se conviertan en oración? Esta es una oración pagana, no cristiana. Repito: podemos concluir que la lámpara de fe estará siempre encendida en la tierra mientras esté el aceite de la oración.

Y esta es una tarea esencial de la Iglesia: rezar y educar a rezar. Transmitir de generación en generación la lámpara de la fe con el aceite de la oración. La lámpara de la fe que ilumina, que organiza las cosas realmente cómo son, pero que puede ir adelante solo con el aceite de la oración. De lo contrario se apaga. Sin la luz de esta lámpara, no podremos ver el camino para evangelizar, es más, no podremos ver el camino para creer bien; no podremos ver los rostros de los hermanos a los que acercarse y servir; no podremos iluminar la habitación donde encontrarnos en comunidad… Sin la fe, todo se derrumba; y sin la oración, la fe se apaga. Fe y oración, juntas. No hay otro camino. Por esto la Iglesia, que es casa y escuela de comunión, es casa y escuela de fe y de oración. 




 

domingo, 11 de abril de 2021

SANTA MISA DE LA DIVINA MISERICORDIA HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO



Iglesia de Santo Spirito in Sassia, Roma
II Domingo de Pascua, 11 de abril de 2021

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Jesús resucitado se aparece a los discípulos varias veces. Consuela con paciencia sus corazones desanimados. De este modo realiza, después de su resurrección, la “resurrección de los discípulos”. Y ellos, reanimados por Jesús, cambian de vida. Antes, tantas palabras y tantos ejemplos del Señor no habían logrado transformarlos. Ahora, en Pascua, sucede algo nuevo. Y se lleva a cabo en el signo de la misericordia. Jesús los vuelve a levantar con la misericordia ―los vuelve a levantar con la misericordia― y ellos, misericordiados, se vuelven misericordiosos. Es muy difícil ser misericordioso si uno de se da cuenta de ser miseridocordiado.

1. Ante todo, son misericordiados por medio de tres dones: primero Jesús les ofrece la paz, después el Espíritu, y finalmente las llagas. En primer lugar, les da la paz. Los discípulos estaban angustiados. Se habían encerrado en casa por temor, por miedo a ser arrestados y correr la misma suerte del Maestro. Pero no sólo estaban encerrados en casa, también estaban encerrados en sus remordimientos. Habían abandonado y negado a Jesús. Se sentían incapaces, buenos para nada, inadecuados. Jesús llega y les repite dos veces: «¡La paz esté con ustedes!». No da una paz que quita los problemas del medio, sino una paz que infunde confianza dentro. No es una paz exterior, sino la paz del corazón. Dice: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes» (Jn 20,21). Es como si dijera: “Los mando porque creo en ustedes”. Aquellos discípulos desalentados son reconciliados consigo mismos. La paz de Jesús los hace pasar del remordimiento a la misión. En efecto, la paz de Jesús suscita la misión. No es tranquilidad, no es comodidad, es salir de sí mismo. La paz de Jesús libera de las cerrazones que paralizan, rompe las cadenas que aprisionan el corazón. Y los discípulos se sienten misericordiados: sienten que Dios no los condena, no los humilla, sino que cree en ellos. Sí, cree en nosotros más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos. “Nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos” (cf. S. J.H. Newman, Meditaciones y devociones, III,12,2). Para Dios ninguno es un incompetente, ninguno es inútil, ninguno está excluido. Jesús hoy repite una vez más: “Paz a ti, que eres valioso a mis ojos. Paz a ti, que tienes una misión. Nadie puede realizarla en tu lugar. Eres insustituible. Y Yo creo en ti”.

En segundo lugar, Jesús misericordia a los discípulos dándoles el Espíritu Santo. Lo otorga para la remisión de los pecados (cf. vv. 22-23). Los discípulos eran culpables, habían huido abandonando al Maestro. Y el pecado atormenta, el mal tiene su precio. Siempre tenemos presente nuestro pecado, dice el Salmo (cf. 51,5). Solos no podemos borrarlo. Sólo Dios lo quita, sólo Él con su misericordia nos hace salir de nuestras miserias más profundas. Como aquellos discípulos, necesitamos dejarnos perdonar, decir desde lo profundo del corazón: “Perdón Señor”. Abrir el corazón para dejarse perdonar. El perdón en el Espíritu Santo es el don pascual para resurgir interiormente. Pidamos la gracia de acogerlo, de abrazar el Sacramento del perdón. Y de comprender que en el centro de la Confesión no estamos nosotros con nuestros pecados, sino Dios con su misericordia. No nos confesamos para hundirnos, sino para dejarnos levantar. Lo necesitamos mucho, todos. Lo necesitamos, así como los niños pequeños, todas las veces que caen, necesitan que el papá los vuelva a levantar. También nosotros caemos con frecuencia. Y la mano del Padre está lista para volver a ponernos en pie y hacer que sigamos adelante. Esta mano segura y confiable es la Confesión. Es el Sacramento que vuelve a levantarnos, que no nos deja tirados, llorando contra el duro suelo de nuestras caídas. Es el Sacramento de la resurrección, es misericordia pura. Y el que recibe las confesiones debe hacer sentir la dulzura de la misericordia. Este es el camino de los sacerdotes que reciben las confesiones de la gente: hacerles sentir la dulzura de la misericordia de Jesús que perdona todo. Dios perdona todo.

Después de la paz que rehabilita y el perdón que realza, el tercer don con el que Jesús misericordia a los discípulos es ofrecerles sus llagas. Esas llagas nos han curado (cf. 1 P 2,24; Is 53,5). Pero, ¿cómo puede curarnos una herida? Con la misericordia. En esas llagas, como Tomás, experimentamos que Dios nos ama hasta el extremo, que ha hecho suyas nuestras heridas, que ha cargado en su cuerpo nuestras fragilidades. Las llagas son canales abiertos entre Él y nosotros, que derraman misericordia sobre nuestras miserias. Las llagas son los caminos que Dios ha abierto completamente para que entremos en su ternura y experimentemos quién es Él, y no dudemos más de su misericordia. Adorando, besando sus llagas descubrimos que cada una de nuestras debilidades es acogida en su ternura. Esto sucede en cada Misa, donde Jesús nos ofrece su cuerpo llagado y resucitado; lo tocamos y Él toca nuestra vida. Y hace descender el Cielo en nosotros. El resplandor de sus llagas disipa la oscuridad que nosotros llevamos dentro. Y nosotros, como Tomás, encontramos a Dios, lo descubrimos íntimo y cercano, y conmovidos le decimos: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). Y todo nace aquí, en la gracia de ser misericordiados. Aquí comienza el camino cristiano. En cambio, si nos apoyamos en nuestras capacidades, en la eficacia de nuestras estructuras y proyectos, no iremos lejos. Sólo si acogemos el amor de Dios podremos dar algo nuevo al mundo.

2. Así, misericordiados, los discípulos se volvieron misericordiosos. Lo vemos en la primera Lectura. Los Hechos de los Apóstoles relatan que «nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común» (4,32). No es comunismo, es cristianismo en estado puro. Y es mucho más sorprendente si pensamos que esos mismos discípulos poco tiempo antes habían discutido sobre recompensas y honores, sobre quién era el más grande entre ellos (cf. Mc 10,37; Lc 22,24). Ahora comparten todo, tienen «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). ¿Cómo cambiaron tanto? Vieron en los demás la misma misericordia que había transformado sus vidas. Descubrieron que tenían en común la misión, que tenían en común el perdón y el Cuerpo de Jesús; compartir los bienes terrenos resultó una consecuencia natural. El texto dice después que «no había ningún necesitado entre ellos» (v. 34). Sus temores se habían desvanecido tocando las llagas del Señor, ahora no tienen miedo de curar las llagas de los necesitados. Porque allí ven a Jesús. Porque allí está Jesús, en las llagas de los necesitados.

Hermana, hermano, ¿quieres una prueba de que Dios ha tocado tu vida? Comprueba si te inclinas ante las heridas de los demás. Hoy es el día para preguntarnos: “Yo, que tantas veces recibí la paz de Dios, que tantas veces recibí su perdón y su misericordia, ¿soy misericordioso con los demás? Yo, que tantas veces me he alimentado con el Cuerpo de Jesús, ¿qué hago para dar de comer al pobre?”. No permanezcamos indiferentes. No vivamos una fe a medias, que recibe pero no da, que acoge el don pero no se hace don. Hemos sido misericordiados, seamos misericordiosos. Porque si el amor termina en nosotros mismos, la fe se seca en un intimismo estéril. Sin los otros se vuelve desencarnada. Sin las obras de misericordia muere (cf. St 2,17). Hermanos, hermanas, dejémonos resucitar por la paz, el perdón y las llagas de Jesús misericordioso. Y pidamos la gracia de convertirnos en testigos de misericordia. Sólo así la fe estará viva. Y la vida será unificada. Sólo así anunciaremos el Evangelio de Dios, que es Evangelio de misericordia.



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