miércoles, 28 de agosto de 2019

Obedecer a Dios antes que a los hombres


“Yo obedezco a Dios antes que a los hombres” es la “gran respuesta cristiana” según el Papa Francisco. Esto significa "escuchar a Dios sin reservas, sin reenvíos, sin cálculos" y por eso hay que pedirle al Espíritu Santo “que nos de la fuerza de no asustarnos ante quien nos manda a callar, nos calumnia e incluso atenta contra nuestra vida. Catequesis del Papa

Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano
Pedirle al Espíritu Santo la fuerza de no asustarnos frente a quien nos manda a callar, nos calumnia e incluso atenta contra nuestra vida; pedirle que nos fortalezca interiormente para estar seguros de la presencia amorosa y consoladora del Señor a nuestro lado: fue la recomendación del Papa Francisco en su catequesis en el miércoles 28 de agosto, dedicada a los Hechos de los Apóstoles. La figura de Pedro, que lleno del Espíritu del Señor pasa entre los enfermos caminando, y sin que él haga nada, su sombra se convierte en caricia sanadora “efusión de la ternura del Resucitado”, fue el tema a partir del cual el Santo Padre desarrolló su reflexión.

Los enfermos son privilegiados para la Iglesia

El Pontífice se refirió a la comunidad eclesial que se describe en el libro de los Hechos, que vive “de tanta riqueza que el Señor pone a su disposición”, y que experimenta “un crecimiento numérico y un gran fermento, a pesar de los ataques externos”. La vitalidad de la primera comunidad eclesial, es demostrada por el Apóstol Lucas en lugares significativos, como por ejemplo el Pórtico de Salomón, en donde se encontraban los creyentes:
En el capítulo 5 de los Hechos la Iglesia naciente se muestra como un “hospital de campaña” que acoge a los más débiles, es decir, a los enfermos. Su sufrimiento atrae a los Apóstoles, que no poseen “ni plata ni oro”, sino que son fuertes en el nombre de Jesús. A sus ojos, como a los ojos de los cristianos de todos los tiempos, los enfermos son destinatarios privilegiados del feliz anuncio del Reino, son hermanos en los que Cristo está presente de modo especial, para dejarse buscar y encontrar por todos nosotros. Los enfermos son privilegiados para la Iglesia, para el corazón sacerdotal, para todos los fieles. No son para descartar: al contrario. Se deben curar, acudir. Son objeto de la preocupación cristiana.

El testigo es aquel que permite que Cristo se manifieste

El Papa indicó que entre los apóstoles emerge Pedro, quien tiene preeminencia en el grupo apostólico por la primacía y la misión recibida del Resucitado: él pasa entre los enfermos, haciendo "lo mismo" que Jesús, "asumiendo en sí las enfermedades y dolencias”. Pero Pedro, advierte el Pontífce, “permite que otro se manifieste", es decir, permite que "el Cristo vivo y operante" se manifieste a través de él. Esto porque el testigo, de hecho, “es aquel que manifiesta a Cristo, tanto con las palabras como con la presencia corpórea, lo que le permite relacionarse y ser una extensión del Verbo hecho carne en la historia”.
Pedro lleno del Espíritu del Señor, pasaba caminando y, sin que él hiciera nada, su sombra se convertía en caricia sanadora, efusión de la ternura del Resucitado que se inclina sobre enfermos y restituye dignidad, vida y salvación. De este modo, Dios manifiesta su cercanía y hace que las llagas de sus hijos se conviertan en lugar teológico de la ternura divina. Así se puede decir que todo en Pedro, incluso su sombra, irradia la vida del Resucitado: los enfermos recobran la salud y el mundo proclama la gloria del Padre. Y puesto que el primer apóstol es figura de la Iglesia, su sombra evoca la de la Iglesia, que sobre la tierra pone en pie a sus hijos y los destina a los bienes del Cielo, sin temer obedecer a Dios antes que a los hombres.

Obedecer a Dios antes que a los hombres

El Papa recordó asimismo que la acción sanadora de Pedro despierta el odio de los saduceos, que encarcelan a los apóstoles y les prohíben enseñar. He aquí que Pedro "responde entonces ofreciendo una clave de la vida cristiana", a saber, “obedecer a Dios en vez de a los hombres”:
“Yo obedezco a Dios antes que a los hombres: es la gran respuesta cristiana. Esto significa escuchar a Dios sin reservas, sin reenvíos, sin cálculos; adherirse a Él para ser capaces de una alianza con Él y con aquellos con los que nos encontramos en nuestro camino”.

Dejarse inspirar por la santidad y la doctrina de San Agustín

Al final de la catequesis, durante sus saludos a los fieles, el Papa Francisco dedicó un pensamiento especial – como es habitual -  a los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los recién casados. Recordando la fiesta de San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia a quien  celebramos hoy, invitó a dejarse inspirar por su santidad y su doctrina. “Junto a él – dijo  - redescubran la vía de la interioridad que conduce a Dios y al prójimo más necesitado”. A los fieles de lengua española, invitó a pedir, de forma constante, la fuerza del Espíritu Santo para llevar a todos la presencia amorosa y consoladora del Señor que camina a nuestro lado.

Memoria del inicio de la Segunda Guerra Mundial

Al saludar a los peregrinos polacos, el Santo Padre recordó que el 1 de septiembre se cumple el 80º aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial, que comenzó con la agresión nazi alemana contra Polonia. "Todos rezaremos por la paz, para que los trágicos acontecimientos causados por el odio, que sólo trajo destrucción, sufrimiento y muerte, no se repitan más", aseguró, y exhortó a rezar a Dios "para que la paz reine en los corazones de los hombres, en las familias, en las sociedades y entre los pueblos".

domingo, 25 de agosto de 2019

“El amor es exigente siempre, requiere compromiso”

Ángelus, 25 agosto 2019. Captura de pantalla Youtube

Palabras del Papa antes del Ángelus 
(ZENIT – 25 agosto 2019).- 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy (cf. Lc 13, 22-30) nos presenta a Jesús, que pasa enseñando por ciudades y pueblos, en su camino hacia Jerusalén, donde sabe que debe morir en la cruz por la salvación de todos nosotros. En este contexto, se inserta la pregunta de tal persona, que se vuelve hacia él y le dice: “Señor, ¿son pocos los que son se salvan?” (v. 23).
La cuestión era debatida en aquel tiempo –cuantos se salvan, cuantos no…– y había diferentes maneras de interpretar las Escrituras al respecto, dependiendo de los textos que tomaran. Pero Jesús invierte la pregunta, –que se centra más en la cantidad, “¿son pocos?”– y en cambio, coloca la respuesta en el plano de la responsabilidad, invitándonos a hacer buen uso del tiempo presente. En efecto dice: Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque muchos intentarán entrar pero no lo conseguirán.
Con estas palabras, Jesús deja claro que no se trata de una cuestión de número, ¡no hay un “número cerrado” en el Paraíso! Se trata de cruzar el pasaje derecho ahora mismo, y este pasaje derecho es para todos, pero es estrecho. Ese es el problema. Jesús no quiere engañarnos, diciendo: “Sí, estad tranquilos, es fácil, hay una bonita autopista y una gran puerta en la parte inferior…”. No nos dice eso. Nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el pasaje es estrecho.
¿En qué sentido? En el sentido de que para salvarse, es necesario amar a Dios y al prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una “puerta estrecha” porque es exigente, el amor es exigente siempre, requiere compromiso, es decir, “esfuerzo”, es decir, la voluntad firme y decisiva para vivir según el Evangelio. San Pablo lo llama “la buena batalla de la fe” (1 Tim 6, 12). Se necesita el esfuerzo de todos los días, de cada día, para amar a Dios y al prójimo.
Y, para explicarse mejor, Jesús narra una parábola. Hay un casero que representa al Señor. Su casa simboliza la vida eterna, es decir, la salvación. Y aquí vuelve la imagen de la puerta. Jesús dice: “Cuando el casero se levante y cierre la puerta, vosotros, que os habéis quedado fuera, empezaran a llamar a la puerta diciendo: “Señor, ábrenos”. Pero él les contestará: “No sé de dónde son”. (v. 25). Estas personas tratarán de hacerse reconocer, recordando al casero: “Comí contigo, bebí contigo… Escuché tus consejos, tus enseñanzas en público…”. (ver v. 26); “Yo estaba allí cuando diste esa conferencia…”. Pero el señor repetirá que no los conoce, y los llama “operadores de injusticia”. ¡Ese es el problema! El Señor nos reconocerá, no por nuestros títulos – “Pero mira, Señor, que yo pertenecía a esa asociación, que era amigo del monseñor, del cardenal, del sacerdote…”. No, los títulos no cuentan, no cuentan. El Señor nos reconocerá sólo por una vida humilde y buena, una vida de fe que se traduce en las obras.
Para nosotros, los cristianos, esto significa que estamos llamados a instaurar una verdadera comunión con Jesús, orando, yendo a la Iglesia, acercándonos a los sacramentos, y alimentándonos con su Palabra. Esto nos mantiene en la fe, alimenta nuestra esperanza y reaviva la caridad y así con la gracia de Dios podemos y debemos gastar nuestra vida por el bien de nuestros hermanos, luchando contra toda forma de mal y de injusticia.
Que la Virgen María nos ayude. Ella pasó por la puerta estrecha, que es Jesús. Lo acogió con todo su corazón y lo siguió todos los días de su vida, aun cuando ella no comprendía, incluso cuando una espada atravesaba su alma. Por eso la invocamos como “Puerta del Cielo”: María, Puerta del Cielo; una puerta que sigue exactamente la forma de Jesús: la puerta del corazón de Dios, corazón exigente, pero abierto a todos nosotros.

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miércoles, 21 de agosto de 2019

“La comunión se vive venciendo la hipocresía con el amor”


«La comunión integral en la comunidad de creyentes y la unión fraterna», tema de la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General del miércoles 21 de agosto de 2019.

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“La comunidad cristiana nace de la efusión del Espíritu Santo y crece cuando comparte con los demás lo que posee. El término griego Koinonía, que significa ‘poner en común’, ‘compartir’, tiene una dimensión importante desde los orígenes de la Iglesia. De la participación en el Cuerpo y Sangre de Cristo, derivaba la unión fraterna que llevaba a compartir todo lo que tenían”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General del tercer miércoles de agosto de 2019, continuando con su ciclo de catequesis sobre la evangelización a partir del Libro de los Hechos de los Apóstoles, como preparación para el Mes Misionero Extraordinario del próximo mes de octubre.

Koinonia: unión fraterna

En su catequesis, el Santo Padre subrayó que, en la comunidad cristiana hay un dinamismo de solidaridad que construye la Iglesia como familia de Dios, donde la experiencia de la koinoníaes central. “En la Iglesia de los orígenes – reafirmó el Pontífice – la koinonía se refiere en primer lugar a la participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por esto, cuando comulgamos nosotros decimos ‘nos comunicamos’, entramos en comunión con Jesús y de esta comunión con Jesús llegamos a la comunión con los hermanos y hermanas. Y esta comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se da en la Santa Misa, se traduce en unión fraterna, y también a compartir los bienes y a recoger dinero para la colecta en favor de la Iglesia madre de Jerusalén”. El Pontífice dijo además que, si queremos ser buenos cristianos debemos dejar que la conversión llegue hasta nuestros bolsillos, allí donde se ve si somos generosos con los demás sin quedarse en las palabras, sino hacer gestos de una buena conversión.

Un solo corazón y una sola alma

Asimismo, el Papa Francisco recordó que, “la vida eucarística, las oraciones, la predicación de los Apóstoles y la experiencia de comunión hacen de los creyentes una multitud de personas que tienen ‘un solo corazón y una sola alma’ y que no consideran que lo que poseen es de su propiedad, sino que lo tienen todo en común. Por este motivo ‘ninguno de ellos tenía necesidad’, porque los que tenían campos o casas los vendían, traían el producto de lo que se había vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se repartía a cada uno según sus necesidades”. Refiriéndose al gesto de los cristianos que se despojan de sus bienes para dárselos a los más necesitados, el Obispo de Roma afirmó que, no se trata solo de cosas materiales, sino también del tiempo, el voluntariado, ya que compartir mi tiempo con los demás es comunión.

Koinonía, nueva forma de relación

De este modo, señaló el Santo Padre, la koinonía o comunión se convierte en la nueva forma de relación entre los discípulos del Señor, un nuevo modo de ser entre nosotros, es la modalidad del amor, pero no un amor de palabras, sino un amor concreto. “El vínculo con Cristo – precisó el Pontífice – establece un vínculo entre hermanos que también converge y se expresa en la comunión de bienes materiales. Ser miembros del Cuerpo de Cristo hace que los creyentes sean corresponsables los unos de los otros. Ser creyentes de Jesús nos hace a todos nosotros corresponsables los unos de los otros, no podemos ser indiferentes ante los problemas de los demás, debemos orar y ayudarlo, esto es ser cristiano. Por eso, los fuertes sostienen a los débiles y nadie experimenta la pobreza que humilla y desfigura la dignidad humana, porque ellos viven en esta comunidad: tener en común el corazón. Se aman. Esta es la señal: el amor concreto”.

Comunión y pobreza

De igual forma como hicieron los Apóstoles, que establecieron una manera común de evangelizar con la condición de no olvidarse de los pobres. Un cristiano, agregó el Papa, siempre parte de sí mismo, de su corazón y se acerca a Jesús y se acerca a nosotros. Esta es la primera comunidad cristiana. “Un ejemplo concreto del compartir y de la comunión de bienes nos viene del testimonio de Bernabé: posee un campo y lo vende para entregarlo a los Apóstoles. Pero junto a su ejemplo positivo hay otro tristemente negativo: Ananías y su esposa Safira, que vendieron un terreno, decidieron entregar sólo una parte a los Apóstoles y quedarse con el otro para sí mismos. Este engaño rompe la cadena de compartir libre, sereno y desinteresado y las consecuencias son trágicas, fatales. El apóstol Pedro desenmascara la impropiedad y el fraude de Ananías y le dice: ¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieras al Espíritu Santo y guardaras una parte de las ganancias del campo? No mentisteis a los hombres, sino a Dios. Podríamos decir que Ananías mintió a Dios por una conciencia aislada, hipócrita, es decir, por una pertenencia eclesial negociada, parcial, oportunista”. La hipocresía es el peor enemigo de una comunidad cristiana.
Catequesis del Papa Francisco

El cristiano es hermano y no turista

El disminuir de la sinceridad de compartir, de hecho señaló el Papa Francisco, el disminuir la sinceridad del amor, es cultivar la hipocresía, alejarse de la verdad, volverse egoísta, apagar el fuego de la comunión y destinarse al frío de la muerte interior. Los que se comportan así pasan por la Iglesia como turistas, haciendo creer que de ser cristianos y nosotros no debemos de ser turistas, sino hermanos los unos de los otros. Una vida basada únicamente en el aprovechamiento de las situaciones en detrimento de los demás, inevitablemente causa la muerte interior. Y cuantas personas dicen estar cerca de la Iglesia, ser amigos de los sacerdotes, de los Obispos mientras en el fondo solo buscan sus intereses. Estas son las hipocresías que destruyen a la Iglesia.

Vencer la hipocresía con obras concretas

Antes de concluir su catequesis, el Santo Padre saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. “Pido al Señor que nos conceda su Espíritu para vencer toda hipocresía y colocar al centro de nuestra vida la verdad, que alimenta la solidaridad cristiana, y está llamada a ofrecer a todos el amor de Dios con obras concretas”.
21 agosto 2019, 10:44

lunes, 19 de agosto de 2019

No se puede ser cristiano y atentar contra vida del prójimo

2019.08.18 Angelus2019.08.18 Angelus  (Vatican Media)
El Papa Francisco en la oración del Ángelus nos recuerda que la llegada de Jesús al mundo, coincide con el momento de las decisiones importantes: la opción por el Evangelio no puede posponerse
Ciudad del Vaticano
El Papa Francisco en la reflexión durante la oración del Ángelus retoma dos elementos presentes en la lectura de Lucas 12: 49-53. El primero: " He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! (v. 49) y el segundo: "¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. "(Lc 12,51).
El Papa explica que, para comprender mejor el llamado, Jesús usa la imagen del fuego que él mismo vino a traer a la tierra: " He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lucas 12:49). Y continúa: “Estas palabras tienen el propósito de ayudar a los discípulos a abandonar toda actitud de pereza, apatía, indiferencia y cerrarse a recibir el fuego del amor de Dios; ese amor que, como nos recuerda San Pablo, "ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo" (Rom 5: 5).

El deseo más ardiente de Jesús

Francisco nos anima a ver lo que Jesús revela a sus amigos: “Su deseo más ardiente: traer a la tierra el fuego del amor del Padre, que ilumina la vida y a través del cual el hombre se salva. Él nos llama a difundir este fuego en el mundo, gracias al cual seremos reconocidos como sus verdaderos discípulos”.
El fuego del amor, encendido por Cristo en el mundo a través del Espíritu Santo, es ilimitado, universal, afirma el Papa, por eso: “El testimonio del evangelio quema toda forma de particularismo y mantiene la caridad abierta a todos, con una sola preferencia: la de los más pobres y los excluidos”. Y añade: “La adhesión al fuego de amor que Jesús trajo a la tierra envuelve toda nuestra existencia y requiere la adoración de Dios y también la voluntad de servir a nuestro prójimo. Adoración a Dios y voluntad de servir al prójimo”.

Adoración a Dios y servicio al prójimo

Él servicio al prójimo es el resultado de la adhesión al fuego del amor que Jesús trajo a la tierra. En este momento, el Papa expresa: “Pienso con admiración en tantas comunidades y grupos de jóvenes que, incluso durante el verano, se dedican a este servicio en favor de los enfermos, los pobres y las personas con discapacidad”. Y añade: “Así, el Evangelio se manifiesta verdaderamente como el fuego que salva, que cambia el mundo a partir del cambio del corazón de cada uno”.
En la segunda afirmación, el Papa afirma: “Él vino a "separar con fuego" lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto”.

No se puede ser cristiano y atentar contra el prójimo

Luego explica: “En este sentido, llegó a "dividir", a poner en "crisis", pero de manera saludable, la vida de sus discípulos, rompiendo las ilusiones fáciles de aquellos que creen que pueden combinar la vida cristiana y compromisos de todo tipo, prácticas y actitudes religiosas contra el prójimo”.
El Papa puso el ejemplo: “¡cuántos, cuántos cristianos autodenominados van al adivino o la adivina para que les lean la mano! Y esto es superstición, no de Dios.  Se trata de no vivir hipócritamente, sino de estar dispuesto a pagar el precio por elecciones consistentes con el Evangelio”.
Para el Papa Francisco, el hecho de llamarnos cristianos tiene unas implicaciones concretas: “Es bueno llamarnos cristianos, pero sobre todo debemos ser cristianos en situaciones concretas, dando testimonio del Evangelio, que es esencialmente amor por Dios y por nuestros hermanos”. Finalizó su alocución pidiendo que María nos ayude a propagar el fuego que trajo Jesús “con nuestra vida, a través de decisiones decisivas y valientes”.
18 agosto 2019, 12:43

domingo, 11 de agosto de 2019

Dejémonos llevar por la mano de la Virgen

15/8/2019
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
El Papa en la Solemnidad de la Asunción de María, dijo que esta fiesta es una llamada para todos, especialmente para cuantos están afligidos por dudas y tristezas, y viven con la mirada dirigida hacia abajo.
“Miremos hacia arriba, el cielo está abierto; no despierta temor, ya no está distante, porque en el umbral del cielo hay una madre que nos espera”.

Ante mezquindades en la vida, una invitación de María

Ante los afligidos que viven con la mirada dirigida hacia abajo, “persiguiendo cosas de poca importancia: prejuicios, rencores, rivalidades, envidias, bienes materiales superfluos....”. Ante tantas mezquindades en la vida, el Papa recuerda que María invita a levantar la mirada a las "grandes cosas" que el Señor ha realizado en ella.
Y Francisco nos invita a dejarnos llevar por la mano de la Virgen. “Cada vez que tomamos el Rosario en nuestras manos y le rezamos, damos un paso adelante, dijo, hacia la gran meta de la vida”. “Dejémonos atraer por la verdadera belleza, no nos dejemos absorber por las pequeñas cosas de la vida, sino escojamos la grandeza del cielo. Que la Santa Virgen, Puerta al cielo, nos ayude a mirar cada día con confianza y alegría allá, donde está nuestra verdadera casa”.

María exulta a causa de Dios

Al reflexionar el Evangelio de hoy en el que se lee que la Santa Virgen reza diciendo: "Mi alma magnifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador", Francisco menciona los verbos de esta oración: magnifica y exulta, y al respecto recuerda que se exulta cuando sucede algo tan bello que no basta con regocijarse dentro, en el alma, sino que se quiere expresar la felicidad con todo el cuerpo: entonces se regocija. “María exulta a causa de Dios. Quién sabe si a nosotros también nos ha sucedido de exultar por el Señor: exultamos por un resultado obtenido, por una bella noticia recibida, pero hoy María nos enseña a exultar en Dios, porque Él hace "grandes cosas" (cf. v. 49)”.
A las grandes cosas se alude con el otro verbo: magnificar. En efecto, magnificar significa exaltar una realidad por su grandeza, por su belleza... “María exalta la grandeza del Señor, lo alaba diciendo que Él es verdaderamente grande”. Al respecto, el Santo Padre, dice que en la vida es importante buscar cosas grandes, de lo contrario uno se pierde detrás de tantas cosas pequeñas. María nos demuestra que, si queremos que nuestra vida sea feliz, en primer lugar, hay que poner a Dios, porque sólo Él es grande. Dios es alegría no aburrimiento, afirmó.

Son las "grandes cosas" que festejamos hoy

“María es asunta al cielo: pequeña y humilde, es la primera en recibir la más alta gloria. Ella, que es una criatura humana, una de nosotros, alcanza la eternidad en alma y cuerpo”. Y allí nos espera, dijo por último Francisco, allí nos espera como una madre espera que sus hijos vuelvan a casa. En efecto el pueblo de Dios la invoca como la "puerta al cielo".
“Nosotros estamos en camino, peregrinos a la casa de allá arriba. Hoy miramos a María y vemos la meta. Vemos que una criatura ha sido asumida a la gloria de Jesucristo resucitado, y esa criatura sólo podía ser ella, la Madre del Redentor”. En el paraíso, junto a Cristo, el nuevo Adán, está también ella, María, la nueva Eva, y esto, dijo, nos da consuelo y esperanza en nuestra peregrinación acá abajo.
La Virgen María, es la Reina del cielo, y es nuestra madre. Nos ama, nos sonríe y nos socorre con cuidado. Como toda madre, quiere lo mejor para sus hijos y nos dice: "Ustedes son preciosos a los ojos de Dios; no están hechos para las pequeñas satisfacciones del mundo, sino para las grandes alegrías del cielo". Sí, porque Dios es alegría, no aburrimiento.
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Allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón (11/8/2019)



Ángelus 11 agosto 2019 © Vatican Media
Ángelus 11 Agosto 2019 © Vatican Media 
Palabras del Papa antes de la oración mariana

(ZENIT 11 agosto 2019).- En este  XIX domingo del tiempo ordinario y festividad de Santa Clara de Asís, virgen y fundadora de las clarisas, el santo Padre se dirije a los peregrinos y visitantes reunidos en la Plaza De San Pedro en el rezo del Ángelus.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la página del Evangelio de hoy (cf. Lc 12, 32-48), Jesús llama a sus discípulos a la contínua vigilancia para captar el paso de Dios en su propia vida. E indica las formas de vivir bien esta vigilancia: “Estén preparados, con la cintura ceñida y las lámparas encendidas” (ver 35). En primer lugar “ceñida la cintura” una imagen que recuerda la actitud del peregrino, listo para emprender el camino. Se trata de no echar raíces en moradas confortables y tranquilizadoras, sino de abandonarse, estar abiertos con sencillez y confianza al paso de Dios en nuestra vida, a la voluntad de Dios, que nos guía hacia la próxima meta. Muchas veces el Señor nos acompaña de la mano para guiarnos, porque nosotros nos equivocamos en este camino tan difícil. En efecto, quien confía en Dios sabe bien que la vida de fe no es algo estático, sino dinámico. La vida de fe es una meta continua para dirigirse hacia etapas siempre nuevas, que el Señor mismo indica día tras día. Porque Él es el Señor de las sorpresas, el Señor de la novedad, de las verdaderas novedades.
Primero era “la cintura ceñida” y luego se nos pide que mantengamos “las lámparas encendidas”, para poder iluminar la oscuridad de la noche. Estamos invitados, es decir, a vivir una fe auténtica y madura, capaz de iluminar las muchas “noches” de la vida. Reconocemos que todos hemos tenido días que eran verdaderas noches espirituales. La lámpara de la fe requiere ser alimentada continuamente, con el encuentro de corazón a corazón con Jesús en la oración y en la escucha de su Palabra. Retomo algo que les he dicho muchas veces: lleven siempre un pequeño evangelio de bolsillo para leerlo, es un encuentro con Jesús, con la Palabra de Jesús. Esta lámpara nos ha sido confiada para el encuentro con Jesús con la oración y la Palabra, por lo tanto hace que nadie pueda retirarse íntimamente en la certeza de su propia salvación, desinteresándose de los demás. Es una fantasía creer que uno puede iluminarse dentro, no, es una fantasía. La verdadera fe abre el corazón al prójimo y lo estimula a la comunión concreta con sus hermanos, sobretodo con los mas necesitados.
Y Jesús, para hacerse comprender, para hacer comprender esta actitud, relata la parábola de los siervos que esperan el regreso del señor cuando vuelve de la boda (vv. 36-40), presentando así otro aspecto de la vigilancia: estar preparados para el encuentro final y definitivo con el Señor. Cada uno de nosotros se encontrará ese día en el día del encuentro, cada uno de nosotros tiene su propia fecha del encuentro definitivo. Dice el Señor:”Bienaventurados aquellos siervos a quienes el amo encontrará aún despiertos a su regreso; Y si, “viniendo en medio de la noche o antes del amanecer, los encuentra así, benditos son”. (vv. 37-38). Con estas palabras, el Señor nos recuerda que la vida es un camino hacia la eternidad; por lo tanto, somos llamado a hacer fructificar todos nuestros talentos, sin olvidar nunca que “no tenemos una ciudad estable aquí, sino que vamos en busca de la ciudad futura” (Heb 13, 14). En esta perspectiva, cada momento se vuelve precioso, por lo que es necesario vivir y actuar en esta tierra teniendo en tu corazón la nostalgia del cielo, los pies en la tierra, caminar sobre la tierra, trabajar en la tierra, hacer el bien en la tierra y con el corazón nostálgico del cielo.
Nosotros no podemos entender realmente en qué consiste esta alegría suprema, sin embargo Jesús hace que lo intuyamos con la similitud del Señor que encontrando todavía despiertos a los siervos a su regreso, dice Jesús: “se ceñirá sus vestiduras, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo”. (v. 37). La felicidad eterna del paraíso se manifiesta de la siguiente manera: la situación se invertirá, y ya no serán más los siervos, es decir, nosotros, los que sirvamos a Dios, sino que Dios mismo se pondrá a nuestro servicio y esto lo hace Jesús desde ahora. Jesús reza por nosotros, Jesús nos mira y ora al Padre por nosotros, Jesús nos sirve ahora, es nuestro servidor y esta será la felicidad eterna. El pensamiento del encuentro final con el Padre, rico en misericordia, nos llena de esperanza, y nos estimula a comprometernos constante en nuestra santificación y en la construcción de un mundo más justo y fraterno.
Que la Virgen María, por su intercesión maternal, sostenga este compromiso nuestro.

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