domingo, 11 de agosto de 2019

Dejémonos llevar por la mano de la Virgen

15/8/2019
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
El Papa en la Solemnidad de la Asunción de María, dijo que esta fiesta es una llamada para todos, especialmente para cuantos están afligidos por dudas y tristezas, y viven con la mirada dirigida hacia abajo.
“Miremos hacia arriba, el cielo está abierto; no despierta temor, ya no está distante, porque en el umbral del cielo hay una madre que nos espera”.

Ante mezquindades en la vida, una invitación de María

Ante los afligidos que viven con la mirada dirigida hacia abajo, “persiguiendo cosas de poca importancia: prejuicios, rencores, rivalidades, envidias, bienes materiales superfluos....”. Ante tantas mezquindades en la vida, el Papa recuerda que María invita a levantar la mirada a las "grandes cosas" que el Señor ha realizado en ella.
Y Francisco nos invita a dejarnos llevar por la mano de la Virgen. “Cada vez que tomamos el Rosario en nuestras manos y le rezamos, damos un paso adelante, dijo, hacia la gran meta de la vida”. “Dejémonos atraer por la verdadera belleza, no nos dejemos absorber por las pequeñas cosas de la vida, sino escojamos la grandeza del cielo. Que la Santa Virgen, Puerta al cielo, nos ayude a mirar cada día con confianza y alegría allá, donde está nuestra verdadera casa”.

María exulta a causa de Dios

Al reflexionar el Evangelio de hoy en el que se lee que la Santa Virgen reza diciendo: "Mi alma magnifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador", Francisco menciona los verbos de esta oración: magnifica y exulta, y al respecto recuerda que se exulta cuando sucede algo tan bello que no basta con regocijarse dentro, en el alma, sino que se quiere expresar la felicidad con todo el cuerpo: entonces se regocija. “María exulta a causa de Dios. Quién sabe si a nosotros también nos ha sucedido de exultar por el Señor: exultamos por un resultado obtenido, por una bella noticia recibida, pero hoy María nos enseña a exultar en Dios, porque Él hace "grandes cosas" (cf. v. 49)”.
A las grandes cosas se alude con el otro verbo: magnificar. En efecto, magnificar significa exaltar una realidad por su grandeza, por su belleza... “María exalta la grandeza del Señor, lo alaba diciendo que Él es verdaderamente grande”. Al respecto, el Santo Padre, dice que en la vida es importante buscar cosas grandes, de lo contrario uno se pierde detrás de tantas cosas pequeñas. María nos demuestra que, si queremos que nuestra vida sea feliz, en primer lugar, hay que poner a Dios, porque sólo Él es grande. Dios es alegría no aburrimiento, afirmó.

Son las "grandes cosas" que festejamos hoy

“María es asunta al cielo: pequeña y humilde, es la primera en recibir la más alta gloria. Ella, que es una criatura humana, una de nosotros, alcanza la eternidad en alma y cuerpo”. Y allí nos espera, dijo por último Francisco, allí nos espera como una madre espera que sus hijos vuelvan a casa. En efecto el pueblo de Dios la invoca como la "puerta al cielo".
“Nosotros estamos en camino, peregrinos a la casa de allá arriba. Hoy miramos a María y vemos la meta. Vemos que una criatura ha sido asumida a la gloria de Jesucristo resucitado, y esa criatura sólo podía ser ella, la Madre del Redentor”. En el paraíso, junto a Cristo, el nuevo Adán, está también ella, María, la nueva Eva, y esto, dijo, nos da consuelo y esperanza en nuestra peregrinación acá abajo.
La Virgen María, es la Reina del cielo, y es nuestra madre. Nos ama, nos sonríe y nos socorre con cuidado. Como toda madre, quiere lo mejor para sus hijos y nos dice: "Ustedes son preciosos a los ojos de Dios; no están hechos para las pequeñas satisfacciones del mundo, sino para las grandes alegrías del cielo". Sí, porque Dios es alegría, no aburrimiento.
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Allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón (11/8/2019)



Ángelus 11 agosto 2019 © Vatican Media
Ángelus 11 Agosto 2019 © Vatican Media 
Palabras del Papa antes de la oración mariana

(ZENIT 11 agosto 2019).- En este  XIX domingo del tiempo ordinario y festividad de Santa Clara de Asís, virgen y fundadora de las clarisas, el santo Padre se dirije a los peregrinos y visitantes reunidos en la Plaza De San Pedro en el rezo del Ángelus.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la página del Evangelio de hoy (cf. Lc 12, 32-48), Jesús llama a sus discípulos a la contínua vigilancia para captar el paso de Dios en su propia vida. E indica las formas de vivir bien esta vigilancia: “Estén preparados, con la cintura ceñida y las lámparas encendidas” (ver 35). En primer lugar “ceñida la cintura” una imagen que recuerda la actitud del peregrino, listo para emprender el camino. Se trata de no echar raíces en moradas confortables y tranquilizadoras, sino de abandonarse, estar abiertos con sencillez y confianza al paso de Dios en nuestra vida, a la voluntad de Dios, que nos guía hacia la próxima meta. Muchas veces el Señor nos acompaña de la mano para guiarnos, porque nosotros nos equivocamos en este camino tan difícil. En efecto, quien confía en Dios sabe bien que la vida de fe no es algo estático, sino dinámico. La vida de fe es una meta continua para dirigirse hacia etapas siempre nuevas, que el Señor mismo indica día tras día. Porque Él es el Señor de las sorpresas, el Señor de la novedad, de las verdaderas novedades.
Primero era “la cintura ceñida” y luego se nos pide que mantengamos “las lámparas encendidas”, para poder iluminar la oscuridad de la noche. Estamos invitados, es decir, a vivir una fe auténtica y madura, capaz de iluminar las muchas “noches” de la vida. Reconocemos que todos hemos tenido días que eran verdaderas noches espirituales. La lámpara de la fe requiere ser alimentada continuamente, con el encuentro de corazón a corazón con Jesús en la oración y en la escucha de su Palabra. Retomo algo que les he dicho muchas veces: lleven siempre un pequeño evangelio de bolsillo para leerlo, es un encuentro con Jesús, con la Palabra de Jesús. Esta lámpara nos ha sido confiada para el encuentro con Jesús con la oración y la Palabra, por lo tanto hace que nadie pueda retirarse íntimamente en la certeza de su propia salvación, desinteresándose de los demás. Es una fantasía creer que uno puede iluminarse dentro, no, es una fantasía. La verdadera fe abre el corazón al prójimo y lo estimula a la comunión concreta con sus hermanos, sobretodo con los mas necesitados.
Y Jesús, para hacerse comprender, para hacer comprender esta actitud, relata la parábola de los siervos que esperan el regreso del señor cuando vuelve de la boda (vv. 36-40), presentando así otro aspecto de la vigilancia: estar preparados para el encuentro final y definitivo con el Señor. Cada uno de nosotros se encontrará ese día en el día del encuentro, cada uno de nosotros tiene su propia fecha del encuentro definitivo. Dice el Señor:”Bienaventurados aquellos siervos a quienes el amo encontrará aún despiertos a su regreso; Y si, “viniendo en medio de la noche o antes del amanecer, los encuentra así, benditos son”. (vv. 37-38). Con estas palabras, el Señor nos recuerda que la vida es un camino hacia la eternidad; por lo tanto, somos llamado a hacer fructificar todos nuestros talentos, sin olvidar nunca que “no tenemos una ciudad estable aquí, sino que vamos en busca de la ciudad futura” (Heb 13, 14). En esta perspectiva, cada momento se vuelve precioso, por lo que es necesario vivir y actuar en esta tierra teniendo en tu corazón la nostalgia del cielo, los pies en la tierra, caminar sobre la tierra, trabajar en la tierra, hacer el bien en la tierra y con el corazón nostálgico del cielo.
Nosotros no podemos entender realmente en qué consiste esta alegría suprema, sin embargo Jesús hace que lo intuyamos con la similitud del Señor que encontrando todavía despiertos a los siervos a su regreso, dice Jesús: “se ceñirá sus vestiduras, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo”. (v. 37). La felicidad eterna del paraíso se manifiesta de la siguiente manera: la situación se invertirá, y ya no serán más los siervos, es decir, nosotros, los que sirvamos a Dios, sino que Dios mismo se pondrá a nuestro servicio y esto lo hace Jesús desde ahora. Jesús reza por nosotros, Jesús nos mira y ora al Padre por nosotros, Jesús nos sirve ahora, es nuestro servidor y esta será la felicidad eterna. El pensamiento del encuentro final con el Padre, rico en misericordia, nos llena de esperanza, y nos estimula a comprometernos constante en nuestra santificación y en la construcción de un mundo más justo y fraterno.
Que la Virgen María, por su intercesión maternal, sostenga este compromiso nuestro.

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