miércoles, 30 de octubre de 2019

“Que el Espíritu Santo nos dé un corazón abierto”


Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Queridos hermanos, el libro de los Hechos de los Apóstoles narra la llegada de Pablo a la ciudad de Filipos, colonia romana de la Macedonia, y por tanto la entrada del Evangelio en Europa”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General del último miércoles de octubre de 2019, continuando con su ciclo de catequesis sobre la evangelización a partir del Libro de los Hechos de los Apóstoles.

El Espíritu Santo, protagonista de la misión de la Iglesia

Explicando este pasaje de los Hechos de los Apóstoles (16,9), el Santo Padre precisó cómo el Espíritu Santo es el protagonista de la misión de la Iglesia: es Él quien guía el camino de los evangelizadores mostrándoles el camino a seguir. “Esto lo vemos claramente en el momento en que el Apóstol Pablo, habiendo llegado a Troade, recibe una visión. Un macedonio le suplica: “¡Ven a Macedonia y ayúdanos!”. Y el pueblo de Macedonia del Norte se siente tan orgulloso de esto, se siente orgulloso de haber llamado al Apóstol Pablo a anunciar a Jesucristo. Recuerdo mucho a ese bello pueblo que me acogió con tanto calor – señaló el Papa – que conserven esta fe que Paolo les ha predicado”.

La fuerza del Evangelio se dirige a las mujeres

Hay tres acontecimientos que caracterizan este episodio, tres acontecimientos importantes que se dieron en esos tres días en Filipos. “En primer lugar, el bautismo de Lidia, una mujer creyente a la que el Señor por obra del Espíritu le abrió el corazón para que aceptara la enseñanza de Pablo. Una vez que el corazón de Lidia se abrió, pudo acoger a Cristo mediante el bautismo, junto a toda su familia, y abrió su casa a los demás Apóstoles”. Tenemos aquí, afirmó el Pontífice, el testimonio de la llegada del cristianismo a Europa: el inicio de un proceso de inculturación que dura hasta hoy. El cristianismo, subrayó el Papa, ha entrado por Macedonia.

La desolación de la cárcel

En segundo lugar, Pablo y Silas fueron denunciados por los dueños de una esclava que tenía un espíritu de adivinación y les procuraba muchos beneficios, y a la que los Apóstoles liberaron con un exorcismo. En la cárcel, en vez de lamentarse, alababan a Dios y Él los salvó mediante un terremoto que sacudió la prisión y rompió las cadenas que los ataban. Hablando espontáneamente, el Santo Padre explicó que la mujer que habían liberado en nombre de Jesús, una esclava, que tenía un espíritu de predicción, con el cual sus dueños ganaban dinero, leía las manos y predecía el futuro. También hoy, dijo el Papa, la gente paga por esto. Y sus padrones, los dueños de la esclava, en represalia, denunciaron a Paolo y llevaron a los Apóstoles ante los magistrados con la acusa de desorden público.

La oración produce efectos prodigiosos

Sin embargo, durante su encarcelamiento se produce un hecho sorprendente. Es en la desolación que en vez de quejarse, Pablo y Silas cantan alabanzas a Dios y esta alabanza libera una fuerza que los libera: durante la oración un terremoto sacude los cimientos de la prisión, se abren las puertas y se cayeron las cadenas de todos. Como la oración de Pentecostés, la oración hecha en la cárcel también produce efectos prodigiosos.
Y, por último, la conversión y el bautismo del carcelero y de toda su familia. En medio de la noche, él creyó en el Señor Jesús, junto a toda su familia, acogió a los apóstoles en su casa, les lavó las heridas y recibió el Bautismo. Después, lleno de alegría por haber creído en Dios preparó la mesa y celebraron una fiesta.  En medio de la noche, para el carcelero y su familia brilló la luz de Cristo, se rompieron las cadenas del corazón y experimentaron una alegría indescriptible. Es así como el Espíritu Santo está haciendo la misión – agregó el Papa Francisco – desde el inicio, desde Pentecostés en adelante es Él el protagonista de la misión. Y nos lleva adelante, es necesario ser fieles a la vocación que el Espíritu nos mueve a realizar. Para llevar el Evangelio.

Pidamos un corazón abierto a Dios

Antes de concluir su catequesis, el Papa Francisco saludó cordialmente a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. “Pidamos al Espíritu Santo que nos dé un corazón abierto a Dios y acogedor con los demás, con una fe audaz capaz de romper las cadenas que nos oprimen a nosotros y a los demás”.

domingo, 27 de octubre de 2019

El Papa invita a “pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres”

Homilía en la Misa de clausura del Sínodo

(ZENIT – 27 oct. 2019)   Homilía completa del Papa Francisco en la Eucaristía de clausura del Sínodo Amazónico:
***
La Palabra de Dios nos ayuda hoy a rezar mediante tres personajes: en la parábola de Jesús rezan el fariseo y el publicano, en la primera lectura se habla de la oración del pobre.
1. La oración del fariseo comienza así: «Oh Dios, te agradezco». Es un buen inicio, porque la mejor oración es la de acción de gracias y alabanza. Pero enseguida vemos el motivo de ese agradecimiento: «porque no soy como los demás hombres» (Lc 18,11). Y, además, explica el motivo: porque ayuna dos veces a la semana, cuando entonces la obligación era una vez al año; paga el diezmo de todo lo que tiene, cuando lo establecido era sólo en base a los productos más importantes (cf. Dt 14,22 ss.). En definitiva, presume porque cumple unos preceptos particulares de manera óptima. Pero olvida el más grande: amar a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,36-40). Satisfecho de su propia seguridad, de su propia capacidad de observar los mandamientos, de los propios méritos y virtudes, sólo está centrado en sí mismo. No tiene amor. Pero, como dice san Pablo, incluso lo mejor, sin amor, no sirve de nada (cf. 1 Co 13). Y sin amor, ¿cuál es el resultado? Que al final, más que rezar, se elogia a sí mismo. De hecho, no le pide nada al Señor, porque no siente que tiene necesidad o que debe algo, sino que, más bien, se le debe a él. Está en el templo de Dios, pero practica otra religión, la religión del yo. Y muchos grupos ilustrados, cristianos, católicos, van por este camino.
Y además de olvidar a Dios, olvida al prójimo, es más, lo desprecia. Es decir, para él no tiene un precio, no tiene un valor. Se considera mejor que los demás, a quienes llama, literalmente, “los demás, el resto” (“loipoi”Lc 18,11). Son “el resto”, los descartados de quienes hay que mantenerse a distancia. ¡Cuántas veces vemos que se cumple esta dinámica en la vida y en la historia!
Cuántas veces quien está delante, como el fariseo respecto al publicano, levanta muros para aumentar las distancias, haciendo que los demás estén más descartados aún. O también considerándolos inferiores y de poco valor, desprecia sus tradiciones, borra su historia, ocupa sus territorios, usurpa sus bienes. ¡Cuánta presunta superioridad que, también hoy se convierte en opresión y explotación! Lo hemos visto en el Sínodo, cuando hablábamos de la explotación de la Creación, de la gente, de los habitantes, de la Amazonía, la trata de personas, el comercio de las personas.
Los errores del pasado no han bastado para dejar de expoliar y causar heridas a nuestros hermanos y a nuestra hermana tierra: lo hemos visto en el rostro desfigurado de la Amazonía. La religión del yo sigue, hipócrita con sus ritos y “oraciones”, –y muchos de ellos son católicos, y se confiesan católicos, pero se han olvidado de ser cristianos y hombres–, olvidándose de que el verdadero culto a Dios pasa a través del amor al prójimo. También los cristianos que rezan y van a Misa el domingo están sujetos a esta religión del yo.
Podemos mirarnos dentro y ver si también nosotros consideramos a alguien inferior, descartable, aunque sólo sea con palabras. Recemos para pedir la gracia de no considerarnos superiores, de creer que tenemos todo en orden, de no convertirnos en cínicos y burlones. Pidamos a Jesús que nos cure del hablar mal y lamentarnos de los demás, de despreciar a nadie: son cosas que no agradan a Dios y providencialmente hoy nos acompañan en esta Misa no solamente los indígenas de la Amazonía, sino también los más pobres de la sociedad desarrollada, hermanos y hermanas enfermas, están con nosotros, aquí en primer lugar. (Aplauso)
2. La oración del publicano, en cambio, nos ayuda a comprender qué es lo que agrada a Dios. Él no comienza por sus méritos, sino por sus faltas; ni por sus riquezas, sino por su pobreza. No se trata de una pobreza económica —los publicanos eran ricos e incluso ganaban injustamente, a costa de sus connacionales— sino de una pobreza de vida, porque en el pecado nunca se vive bien. Ese hombre se reconoce pobre ante Dios y el Señor escucha su oración, hecha sólo de siete palabras, pero también de actitudes verdaderas.
En efecto, mientras el fariseo está delante en pie (cf. v. 11), el publicano permanece a distancia y “no se atreve ni a levantar los ojos al cielo”, porque cree que el cielo existe y es grande, mientras que él se siente pequeño. Y “se golpea el pecho” (cf. v. 13), porque en el pecho está el corazón. Su oración nace del corazón, es transparente; pone delante de Dios el corazón, no las apariencias. Rezar es dejar que Dios nos mire por dentro sin fingimientos, sin excusas, sin justificaciones. Porque del diablo vienen la opacidad y la falsedad, de Dios la luz y la verdad. Queridos Padres y Hermanos sinodales: Ha sido hermoso y les estoy agradecido, por haber dialogado durante estas semanas con el corazón, con sinceridad y franqueza, exponiendo ante Dios y los hermanos las dificultades y las esperanzas.
Hoy, mirando al publicano, descubrimos de nuevo de dónde tenemos que volver a partir: del sentirnos necesitados de salvación, todos. Es el primer paso de la religión de Dios, que es misericordia hacia quien se reconoce miserable. En cambio, la raíz de todo error espiritual, como enseñaban los monjes antiguos, es creerse justos. Considerarse justos es dejar a Dios, el único justo, fuera de casa.
Es tan importante esta actitud de partida que Jesús nos lo muestra con una comparación paradójica, poniendo juntos en la parábola a la persona más piadosa y devota de aquel tiempo, el fariseo, y al pecador público por excelencia, el publicano. Y el juicio se invierte: el que es bueno pero presuntuoso fracasa; a quien es desastroso pero humilde Dios lo exalta. Si nos miramos por dentro con sinceridad, vemos en nosotros a los dos, al publicano y al fariseo. Somos un poco publicanos, por pecadores, y un poco fariseos, por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente. Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no.
Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. También para eso nos hace bien estar a menudo con los pobres, para recordarnos que somos pobres, para recordarnos que sólo en un clima de pobreza interior actúa la salvación de Dios.
3. Llegamos así a la oración del pobre, de la Primera Lectura. Esta, dice el Eclesiástico, «atraviesa las nubes» (35,17). Mientras la oración de quien presume ser justo se queda en la tierra, aplastada por la fuerza de gravedad del egoísmo, la del pobre sube directamente hacia Dios. El sentido de la fe del Pueblo de Dios ha visto en los pobres “los porteros del cielo”. Ese sensus fidei que hace falta en la declaración final. Ellos son los que nos abrirán, o no, las puertas de la vida eterna; precisamente ellos que no se han considerado como dueños en esta vida, que no se han puesto a sí mismos antes que a los demás, que han puesto sólo en Dios su propia riqueza. Ellos son iconos vivos de la profecía cristiana.
En este Sínodo hemos tenido la gracia de escuchar las voces de los pobres y de reflexionar sobre la precariedad de sus vidas, amenazadas por modelos de desarrollo depredadores. Y, sin embargo, aun en esta situación, muchos nos han testimoniado que es posible mirar la realidad de otro modo, acogiéndola con las manos abiertas como un don, habitando la creación no como un medio para explotar sino como una casa que se debe proteger, confiando en Dios. Él es Padre y, dice también el Eclesiástico, «escucha la oración del oprimido» (v. 16).
Cuántas veces, también en la Iglesia, las voces de los pobres no se escuchan, e incluso son objeto de burlas o son silenciadas por incómodas. Recemos para pedir la gracia de saber escuchar el grito de los pobres: es el grito de esperanza de la Iglesia. Haciendo nuestro su grito, también nuestra oración atravesará las nubes.
© Librería Editorial Vaticano

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Francisco encomienda a la Virgen "el camino que vendrá" tras el Sínodo

Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano
El domingo 27 de octubre, tras haber celebrado la misa de clausura de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica en la Basílica vaticana, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus junto a miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

Haciendo alusión a la primera lectura de la liturgia, del Libro del Sirácides, en la que se nos recuerda que "Dios escucha la oración de los oprimidos" (Eclo 35,21.16), el Pontífice subrayó que en esta ocasión "el grito de los pobres, junto con el de la tierra, vino a nosotros desde el Amazonas".
Un grito que nos empuja a "no permanecer indiferentes". Asimismo, el Obispo de Roma quiso profundizar sobre cuál ha sido el sentido del Sínodo.

Un caminar juntos mirándonos y escuchándonos

"Ha sido, como dice la palabra, un caminar juntos, confortados por el coraje y los consuelos que vienen del Señor. Caminamos mirándonos a los ojos y escuchándonos, sinceramente, sin ocultar dificultades, experimentando la belleza de seguir adelante juntos, para servir", afirmó Francisco invitando a cada uno a preguntarse tras esta experiencia sinodal:  "Yo, ¿qué cosa puedo hacer por el bien del Evangelio?"

Abrir nuevos caminos al anuncio de la Buena Nueva

"En el Sínodo nos hemos hecho esta pregunta, deseando abrir nuevos caminos al anuncio de la Buena Nueva. Y, en primer lugar, hemos sentido la necesidad, como el publicano en el Evangelio de hoy (cf. Lc 18, 13-14) de ponernos ante el Señor, de ponerlo a Él de nuevo en el centro, tanto a nivel personal y como Iglesia", añadió el Papa haciendo hincapié en que solo se proclama lo que se vive y que para vivir por Jesús, "para vivir por el Evangelio", uno debe salir de sí mismo.

Salir al mar, dejar las cómodas orillas



En este contexto, el Santo Padre aseveró que tras el Sínodo, "nos sentimos impulsados a salir al mar, a dejar las cómodas orillas de nuestros puertos seguros para entrar en aguas profundas: no en las aguas pantanosas de las ideologías, sino en las  del mar abierto donde el Espíritu Santo invita a echar las redes". 

La intercesión de la Reina de la Amazonía

Antes de finalizar, el Papa encomendó "el camino que vendrá", a la Virgen María, "venerada y amada como Reina de la Amazonía". Ella que es Reina no por conquista- concluyó Francisco- sino por "inculturación":
"Con el humilde coraje de madre se convirtió en la protectora de sus hijos, en la defensora de los oprimidos. A Ella, que en la pobre casa de Nazaret cuidaba de Jesús, confiamos a los niños más pobres y a nuestra casa común. Que como mujer de esperanza, interceda para que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros, que con su dulce creatividad hace nuevas todas las cosas".

El Papa denunció la “religión del yo” y creerse supriores a los otros

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“Y tantos ilustres grupos cristianos, católicos, van por esta senda”, sostuvo en una contundente homilía de cierre del Sínodo Amazónico realizado en el Vaticano (6-27 de octubre). 

El Papa Francisco lamentó que en la “religión del yo”, vivan tantos llamados cristianos, católicos, quienes consideran a otros hermanos o hermanas “inferiores y de poco valor”. Pues, esa persona, como el fariseo “desprecia sus tradiciones, borra su historia, ocupa sus territorios, usurpa sus bienes. ¡Cuánta presunta superioridad que, también hoy se convierte en opresión y explotación!”. 
Para decir esta palabras, Francisco ha querido que estuvieran en primera fila los representantes de las pueblos originarios y los enfermos asistidos en la comunidad de Arché. La misa sirvió de cierre del Sínodo de Amazonia en la Basílica de San Pedro. Una celebración que dijo fue “también por los más pobres de la sociedad desarrollada… Ellos están con nosotros en primer plano”, expresó entre aplausos. 
Antoine Mekary | ALETEIA

La religión del yo

“Los errores del pasado no han bastado para dejar de expoliar y causar heridas a nuestros hermanos y a nuestra hermana tierralo hemos visto en el rostro desfigurado de la Amazonia. La religión del yo sigue, hipócrita con sus ritos y “oraciones”, pero tantos son católicos, tantos se confiesan católicos, se olvidaron de ser cristianos y humanos, olvidando que el verdadero culto a Dios pasa a través del amor al prójimo”.
En su homilía del domingo invitó a reflexionar sobre tres personajes del Evangelio de hoy (Lc 18,11): “en la parábola de Jesús rezan el fariseo y el publicano, en la primera lectura se habla de la oración del pobre”.
También los cristianos que rezan y van a Misa el domingo están sujetos a esta religión del yoPodemos mirarnos dentro y ver si también nosotros consideramos a alguien inferior, descartable, aunque sólo sea con palabras. Recemos para pedir la gracia de no considerarnos superiores, de creer que tenemos todo en orden, de no convertirnos en cínicos y burlones. Pidamos a Jesús que nos cure de hablar mal y lamentarnos de los demás, de despreciar a nadie: son cosas que no agradan a Dios”, sostuvo. 
El Papa que recibió las ofrendas en la misa por parte de un hombre indígena que llevaba en la cabeza un bordado tradicional de plumas de aves amazónicas hasta la cintura, cabe recordar que en la primera misa de apertura del Sínodo el pasado 6 de octubre había repetido el mismo gesto y pidió perdón el lunes siguiente por las burlas de algunas personas a ese ‘pío hombre’. 
Antoine Mekary | ALETEIA

Despreciar al prójimo 

Así, recordó que el fariseo se olvida de Dios, porque “se olvida el prójimo, es más, lo desprecia. Es decir, para él no tiene un precio, no tiene un valor”. Entonces, “se considera mejor que los demás, a quienes llama, literalmente, “los demás, el resto” (“loipoi”Lc 18,11). Son “el resto”, los descartados de quienes hay que mantenerse a distancia”. 
Francisco invitó a reflexionar sobre esa religión del yo, que descarta a los otros. Pues, considera a los demás inferiores. “También lo hemos visto hoy en el Sínodo cuando hablábamos de la explotación de la creación, de los habitantes de la Amazonia, el tráfico de personas, del comercio de personas”. 

 Tantos ilustres grupos cristianos, católicos, van por esta senda 

¿El drama del fariseos? No tiene amor, dijo el Papa. “Pero, como dice san Pablo, incluso lo mejor, sin amor, no sirve de nada (cf. 1 Co 13). Y sin amor, ¿cuál es el resultado? Que al final, más que rezar, se elogia a sí mismo”. 
De hecho,  afirmó el fariseo, “no le pide nada al Señor, porque no siente que tiene necesidad o que debe algo, sino que, más bien, se le debe a él. Está en el templo de Dios, pero practica la religión del yoY tantos ilustres grupos cristianos, católicos, van por esta senda”. 
Antoine Mekary | ALETEIA

La oración del corazón 

En contraste con la oración del fariseo, Francisco expone que en la oración del publicano, en cambio, se puede “comprender qué es lo que agrada a Dios”. “Él no comienza por sus méritos, sino por sus faltas; ni por sus riquezas, sino por su pobreza. No se trata de una pobreza económica —los publicanos eran ricos e incluso ganaban injustamente, a costa de sus connacionales— sino de una pobreza de vida, porque en el pecado nunca se vive bien”. 
“Ese hombre se reconoce pobre ante Dios y el Señor escucha su oración, hecha sólo de siete palabras, pero también de actitudes verdaderas. En efecto, mientras el fariseo está delante en pie (cf. v. 11), el publicano permanece a distancia y “no se atreve ni a levantar los ojos al cielo”, porque cree que el cielo existe y es grande, mientras que él se siente pequeño”. 

Auto canonización 

En su amplia homilía, describe que la oración que agrada a Dios es con el corazón. El publicano “se golpea el pecho” (cf. v. 13), porque en el pecho está el corazón. Su oración nace del corazónes transparente; pone delante de Dios el corazón, no las aparienciasRezar es dejar que Dios nos mire por dentro sin fingimientos, sin excusas, sin justificaciones. Cuántas veces, nos hace reír los arrepentimientos llenos de justificaciones, que más que un arrepentimiento, parecería una causa de auto canonización”. 

Del diablo viene la falsedad 

Porque del diablo vienen la opacidad y la falsedad, de Dios la luz y la verdad”, afirmó. En este sentido, agradeció a los 184 padres sinodales “por haber dialogado durante estas semanas con el corazón, con sinceridad y franqueza, exponiendo ante Dios y los hermanos las dificultades y las esperanzas”. 

Sentirse necesitados de salvación

“Hoy, mirando al publicano, descubrimos de nuevo de dónde tenemos que volver a partir: del sentirnos necesitados de salvación, todos. Es el primer paso de la religión de Dios, que es misericordia hacia quien se reconoce miserable”. 
En cambio, sostuvo, “la raíz de todo error espiritual, como enseñaban los monjes antiguos, es creerse justos. Considerarse justos es dejar a Dios, el único justo, fuera de casa”. 
Es tan importante esta actitud de partida que Jesús nos lo muestra con una comparación paradójica, poniendo juntos en la parábola a la persona más piadosa y devota de aquel tiempo, el fariseo, y al pecador público por excelencia, el publicano”. 
Antoine Mekary | ALETEIA

El presuntuoso fracasa siempre 

El Papa indicó que el juicio se invierte: “el que es bueno pero presuntuoso fracasa; a quien es desastroso pero humilde Dios lo exalta. Si nos miramos por dentro con sinceridad, vemos en nosotros a los dos, al publicano y al fariseo”. 

Todos somos un poco publicanos, y un poco fariseos 

Somos un poco publicanos, por pecadores, y un poco fariseos, por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente. Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no. 
Con Dios el truco no funciona. Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. También para eso nos hace bien estar a menudo con los pobres, para recordarnos que somos pobres, para recordarnos que sólo en un clima de pobreza interior actúa la salvación de Dios”, expresó. 
Antoine Mekary | ALETEIA

Orar como el pobre

Por último, el Papa reflexionó sobre la oración del pobre. Esta, dice el Eclesiástico, «atraviesa las nubes» (35,17). Mientras la oración de quien presume ser justo se queda en la tierra, aplastada por la fuerza de gravedad del egoísmo, la del pobre sube directamente hacia Dios. El sentido de la fe del Pueblo de Dios ha visto en los pobres “los porteros del cielo”. 
“Ellos son los que nos abrirán, o no, las puertas de la vida eterna; precisamente ellos que no se han considerado como dueños en esta vida, que no se han puesto a sí mismos antes que a los demás, que han puesto sólo en Dios su propia riqueza. Ellos son iconos vivos de la profecía cristiana”. 

Sínodo fue para escuchar a los pobres  

En este Sínodo hemos tenido la gracia de escuchar las voces de los pobres y de reflexionar sobre la precariedad de sus vidas, amenazadas por modelos de desarrollo depredadores”, abundó. 
Así invitó abrazar el testimonio que proviene de Amazonia “acogiéndola con las manos abiertas como un don, habitando la creación no como un medio para explotar sino como una casa que se debe proteger, confiando en Dios”.

No burlarse de los pobres 

“Él es Padre y, dice también el Eclesiástico, «escucha la oración del oprimido» (v. 16). Cuántas veces, también en la Iglesia, las voces de los pobres no se escuchan, e incluso son objeto de burlas o son silenciadas por incómodas. Recemos para pedir la gracia de saber escuchar el grito de los pobres: es el grito de esperanza de la Iglesia. Haciendo nuestro su grito, también nuestra oración atravesará las nubes”, concluyó.