miércoles, 31 de marzo de 2021

El Triduo Pascual

 


 AUDIENCIA GENERAL

Miércoles, 31 de marzo de 2021

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Ya inmersos en el clima espiritual de la Semana Santa, estamos en la vigilia del Triduo pascual. Desde mañana y hasta el domingo viviremos los días centrales del Año litúrgico, celebrando el misterio de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección del Señor. Y este misterio lo vivimos cada vez que celebramos la Eucaristía. Cuando nosotros vamos a Misa, no vamos solo a rezar, no: vamos a renovar, a hacer de nuevo, este misterio, el misterio pascual. Es importante no olvidar esto. Es como si nosotros fuéramos al Calvario —es lo mismo— para renovar, para hacer de nuevo el misterio pascual.

La tarde del Jueves Santo, entrando en el Triduo pascual, reviviremos la Misa que se llama in Coena Domini, es decir la Misa donde se conmemora la Última cena, lo que sucedió allí, en ese momento. Es la tarde en la que Cristo dejó a sus discípulos el testamento de su amor en la Eucaristía, pero no como recuerdo, sino como memorial, como su presencia perenne. Cada vez que se celebra la Eucaristía, como dije al principio, se renueva este misterio de la redención. En este Sacramento, Jesús sustituyó la víctima del sacrificio —el cordero pascual— consigo mismo: su Cuerpo y su Sangre nos donan la salvación de la esclavitud del pecado y de la muerte. La salvación de toda esclavitud está ahí. Es la tarde en la que Él nos pide que nos amemos haciéndonos siervos los unos de los otros, como hizo Él lavando los pies a los discípulos. Un gesto que anticipa la cruenta oblación en la cruz. Y de hecho el Maestro y Señor morirá el día después para limpiar no los pies, sino los corazones y toda la vida de sus discípulos. Ha sido una oblación de servicio a todos nosotros, porque con ese servicio de su sacrificio nos ha redimido a todos.

El Viernes Santo es día de penitencia, de ayuno y de oración. A través de los textos de la Sagrada Escritura y las oraciones litúrgicas, estaremos como reunidos en el Calvario para conmemorar la Pasión y la Muerte redentora de Jesucristo. En la intensidad del rito de la Acción litúrgica se nos presentará el Crucificado para adorar. Adorando la Cruz, reviviremos el camino del Cordero inocente inmolado por nuestra salvación. Llevaremos en la mente y en el corazón los sufrimientos de los enfermos, de los pobres, de los descartados de este mundo; recordaremos a los “corderos inmolados” víctimas inocentes de las guerras, de las dictaduras, de las violencias cotidianas, de los abortos… Delante de la imagen de Dios crucificado llevaremos, en la oración, los muchos, demasiados crucificados de hoy, que solo desde Él pueden recibir el consuelo y el sentido de su sufrimiento. Y hoy hay muchos: no olvidar a los crucificados de hoy, que son la imagen del Jesús Crucificado, y en ellos está Jesús.

Desde que Jesús tomó sobre sí las llagas de la humanidad y la misma muerte, el amor de Dios ha regado nuestros desiertos, ha iluminado nuestras tinieblas. Por que el mundo está en las tinieblas. Hagamos una lista de todas las guerras que se están combatiendo en este momento; de todos los niños que mueren de hambre; de los niños que no tienen educación; de pueblos enteros destruidos por las guerras, el terrorismo. De tanta, tanta gente que para sentirse un poco mejor necesita de la droga, de la industria de la droga que mata… ¡Es una calamidad, es un desierto! Hay pequeñas “islas” del pueblo de Dios, tanto cristiano como de cualquier otra fe, que conservan en el corazón las ganas de ser mejores. Pero digámonos la realidad: en este Calvario de muerte, es Jesús quien sufre en sus discípulos. Durante su ministerio, el Hijo de Dios había derramado generosamente la vida, sanando, perdonando, resucitando… Ahora, en la hora del supremo Sacrificio en la cruz, lleva a cumplimiento la obra encomendada por el Padre: entra en el abismo del sufrimiento, entra en estas calamidades de este mundo, para redimir y transformar. Y también para liberarnos a cada uno de nosotros del poder de las tinieblas, de la soberbia, de la resistencia a ser amados por Dios. Y esto, solo el amor de Dios puede hacerlo. Por sus llagas hemos sido sanados (cf. 1 P 2,24), dice el apóstol Pedro, de su muerte hemos sido regenerados, todos nosotros. Y gracias a Él, abandonado en la cruz, nunca nadie está solo en la oscuridad de la muerte. Nunca, Él está siempre al lado: solo hay que abrir el corazón y dejarse mirar por Él.

El Sábado Santo es el día del silencio: hay un gran silencio sobre toda la Tierra; un silencio vivido en el llanto y en el desconcierto de los primeros discípulos, conmocionados por la muerte ignominiosa de Jesús. Mientras el Verbo calla, mientras la Vida está en el sepulcro, aquellos que habían esperado en Él son sometidos a dura prueba, se sienten huérfanos, quizá también huérfanos de Dios. Este sábado es también el día de María: también ella lo vive en el llanto, pero su corazón está lleno de fe, lleno de esperanza, lleno de amor. La Madre de Jesús había seguido al Hijo a lo largo de la vía dolorosa y se había quedado a los pies de la cruz, con el alma traspasada. Pero cuando todo parece haber terminado, ella vela, vela a la espera manteniendo la esperanza en la promesa de Dios que resucita a los muertos. Así, en la hora más oscura del mundo, se ha convertido en Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia y signo de la esperanza. Su testimonio y su intercesión nos sostienen cuando el peso de la cruz se vuelve demasiado pesado para cada uno de nosotros.

En las tinieblas del Sábado Santo irrumpirán la alegría y la luz con los ritos de la Vigilia pascual, tarde por la noche, y el canto festivo del Aleluya. Será el encuentro en la fe con Cristo resucitado y la alegría pascual se prolongará durante los cincuenta días que seguirán, hasta la venida del Espíritu Santo. ¡Aquel que había sido crucificado ha resucitado! Todas las preguntas y las incertidumbres, las vacilaciones y los miedos son disipados por esta revelación. El Resucitado nos da la certeza de que el bien triunfa siempre sobre el mal, que la vida vence siempre a la muerte y nuestro final no es bajar cada vez más abajo, de tristeza en tristeza, sino subir a lo alto. El Resucitado es la confirmación de que Jesús tiene razón en todo: en el prometernos la vida más allá de la muerte y el perdón más allá de los pecados. Los discípulos dudaban, no creían. La primera en creer y ver fue María Magdalena, fue la apóstola de la resurrección que fue a contar que había visto a Jesús, que la había llamado por su nombre. Y después, todos los discípulos le han visto. Pero, yo quisiera detenerme sobre esto: los guardias, los soldados, que estaban en el sepulcro para no dejar que vinieran los discípulos y llevarse el cuerpo, le han visto: le han visto vivo y resucitado. Los enemigos le han visto, y después han fingido que no le habían visto. ¿Por qué? Porque fueron pagados. Aquí está el verdadero misterio de lo que Jesús dijo una vez: “Hay dos señores en el mundo, dos, no más: dos. Dios y el dinero. Quien sirve al dinero está contra Dios”. Y aquí está el dinero que hizo cambiar la realidad. Habían visto la maravilla de la resurrección, pero fueron pagados para callar. Pensemos en las muchas veces que hombres y mujeres cristianos han sido pagados para no reconocer en la práctica la resurrección de Cristo, y no han hecho lo que el Cristo nos ha pedido que hagamos, como cristianos.

Queridos hermanos y hermanas, también este año viviremos las celebraciones pascuales en el contexto de la pandemia. En muchas situaciones de sufrimiento, especialmente cuando quienes las sufren son personas, familias y poblaciones ya probadas por la pobreza, calamidades o conflictos, la Cruz de Cristo es como un faro que indica el puerto a las naves todavía en el mar tempestuoso. La Cruz de Cristo es el signo de la esperanza que no decepciona; y nos dice que ni siquiera una lágrima, ni siquiera un lamento se pierden en el diseño de salvación de Dios. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de servirle y de reconocerle y de no dejarnos pagar para olvidarle.

domingo, 28 de marzo de 2021

El Papa en el Domingo de Ramos: pidamos la gracia del estupor

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-03/papa-domingo-ramos-pidamos-la-gracia-del-estupor.html

Volver a comenzar desde el asombro, mirando al Crucificado: es a lo que anima el Papa Francisco en su homilía de la Misa en el Domingo de Ramos, que conmemora la entrada del Señor Jesús a Jerusalén. Dejarse sorprender por Jesús, dice el Santo Padre, "para volver a vivir", porque la grandeza de la vida no está en el tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados por Dios.

En este día “pidamos la gracia del estupor”. Fue la exhortación del Papa Francisco en su homilía en la Misa de la Conmemoración del ingreso del Señor Jesús a Jerusalén, en el Domingo de Ramos. La liturgia de hoy, comenzó diciendo el Papa, “suscita cada año en nosotros un sentimiento de asombro”, pues “pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén, al dolor de verlo condenado a muerte”. Se trata de un sentimiento “que nos acompañará toda la Semana Santa”. 

Es necesario pasar de la admiración al asombro

Recordando el ingreso de Jesús a Jerusalén, en un humilde burrito, mientras en cambio la gente esperaba con solemnidad para la Pascua “al libertador poderoso” y celebrar la victoria sobre los romanos “con la espada”, Francisco planteó un interrogante: “¿Qué le sucedió a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar ‘crucifícalo’?” Y explicó: 

En realidad, aquellas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la simple admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y las expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad. 

El Papa señaló que también hoy hay muchos que admiran a Jesús, pero que, sin embargo “sus vidas no cambian”. Esto porque “admirar a Jesús no es suficiente”, sino que es necesario “seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro”. Lo que más sorprende del Señor y de su Pascua, afirma el Sumo Pontífice, es “el hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación”.

Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. […] Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. 

Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento

El Señor se humilló por nosotros, “para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal”, explicó Francisco. Subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento, probando nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentando en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas las redimió y las transformó: 

Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas. 

Levantemos nuestra mirada a la Cruz

La vida cristiana, aseguró el Papa, “sin asombro, es monótona”, pues, si la fe "pierde su capacidad de sorprenderse se queda sorda”: no siente la maravilla de la gracia, ni experimenta el gusto del Pan de vida y de la Palabra, y no percibe la belleza de los hermanos y el don de la creación, y no tiene otra vía que refugiarse en legalismos, clericalismos y todas esas cosas que Jesús condena en el capítulo 23 de Mateo. De ahí la invitación del Santo Padre a que, en esta Semana Santa, “levantemos nuestra mirada hacia la cruz para recibir la gracia del estupor”.

San Francisco de Asís, mirando al Crucificado, se asombraba de que sus frailes no llorasen. Y nosotros, ¿somos capaces todavía de dejarnos conmover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él? Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la costumbre. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras frustraciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos incluso fracasados. Pero detrás de todos estos “tal vez” está el hecho de que no nos hemos abierto al don del Espíritu, que es Aquel que nos da la gracia del estupor. 

Abrirse al don del Espíritu que nos da la gracia del estupor y “volver a comenzar desde el asombro", es, pues, la exhortación del Santo Padre: mirar al Crucificado y decirle “Señor, ¡cuánto me amas! ¡qué valioso soy para Ti!”. Dejarse sorprender por Jesús “para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados". "La grandeza de la vida está precisamente en la belleza del amor".

En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un despojo. Y con la gracia del estupor entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está en los últimos, en los rechazados, en aquellos que nuestra cultura farisea condena. 

Ante la cruz no hay lugar a malas interpretaciones

El Sumo Pontífice concluyó su homilía refiriéndose a la escena “más hermosa” del estupor que el Evangelio de hoy nos muestra: la del centurión que, al ver expirar a Jesús exclama: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”. El centurión, dijo el Papa, se dejó asombrar por el amor: vio morir a Jesús “amando” y eso lo asombró. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando. 

Esto es el estupor ante Dios, quien sabe llenar de amor incluso el momento de la muerte. En este amor gratuito y sin precedentes, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este hombre era Hijo de Dios! Su frase ratifica la Pasión. 

Muchos otros antes del centurión, habían reconocido a Jesús como Hijo de Dios. Pero, sin embargo, “Cristo mismo los había mandado callar, porque existía el riesgo de quedarse en la admiración mundana, en la idea de un Dios que había que adorar y temer en cuanto potente y terrible”. Ahora, ante la cruz “no hay lugar a malas interpretaciones”, pues “Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor”. De ahí la exhortación final del Sumo Pontífice que, haciendo presente que Dios “continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón”, anima a que dejemos que "el estupor nos invada”: 

“Miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: “Realmente eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios”.

miércoles, 24 de marzo de 2021

Rezar en comunión con María




AUDIENCIA GENERAL

Biblioteca del Palacio Apostólico
Miércoles, 24 de marzo de 2021

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Catequesis 27. Rezar en comunión con María

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy la catequesis está dedicada a la oración en comunión con María, y tiene lugar precisamente en la vigilia de la solemnidad de la Anunciación. Sabemos que el camino principal de la oración cristiana es la humanidad de Jesús. De hecho, la confianza típica de la oración cristiana no tendría significado si el Verbo no se hubiera encarnado, donándonos en el Espíritu su relación filial con el Padre. Hemos escuchado, en la lectura, de esa reunión de los discípulos, a las mujeres pías y María, rezando, después de la Ascensión de Jesús: es la primera comunidad cristiana que espera el don de Jesús, la promesa de Jesús.

Cristo es el Mediador, el puente que atravesamos para dirigirnos al Padre (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2674).  Es el único Redentor: no hay co-redentores con Cristo. Es el Mediador por excelencia, es el Mediador. Cada oración que elevamos a Dios es por Cristo, con Cristo y en Cristo y se realiza gracias a su intercesión. El Espíritu Santo extiende la mediación de Cristo a todo tiempo y todo lugar: no hay otro nombre en el que podamos ser salvados (cf. Hch 4,12). Jesucristo: el único Mediador entre Dios y los hombres.

De la única mediación de Cristo toman sentido y valor las otras referencias que el cristianismo encuentra para su oración y su devoción, en primer lugar a la Virgen María, la Madre de Jesús.

Ella ocupa en la vida y, por tanto, también en la oración del cristiano un lugar privilegiado, porque es la Madre de Jesús. Las Iglesias de Oriente la han representado a menudo como la Odighitria, aquella que “indica el camino”, es decir el Hijo Jesucristo. Me viene a la mente ese bonito cuadro antiguo de la Odighitria en la catedral de Bari, sencillo: la Virgen que muestra a Jesús, desnudo. Después le pusieron una camisa para cubrir esa desnudez, pero la verdad es que Jesús está retratado desnudo, a indicar que él, hombre nacido de María, es el Mediador. Y ella señala al Mediador: ella es la Odighitria. En la iconografía cristiana su presencia está en todas partes, y a veces con gran protagonismo, pero siempre en relación al Hijo y en función de Él. Sus manos, sus ojos, su actitud son un “catecismo” viviente y siempre apuntan al fundamento, el centro: Jesús. María está totalmente dirigida a Él (cf. CCE, 2674). Hasta el punto que podemos decir que es más discípula que Madre. Esa indicación, en las bodas de Caná: María dice “haced lo que Él os diga”. Siempre señala a Cristo; es la primera discípula.

Este es el rol que María ha ocupado durante toda su vida terrena y que conserva para siempre: ser humilde sierva del Señor, nada más. A un cierto punto, en los Evangelios, ella parece casi desaparecer; pero vuelve en los momentos cruciales, como en Caná, cuando el Hijo, gracias a su intervención atenta, realizó la primera “señal” (cf. Jn 2,1-12), y después en el Gólgota, a los pies de la cruz.

Jesús extendió la maternidad de María a toda la Iglesia cuando se la encomendó al discípulo amado, poco antes de morir en la cruz. Desde ese momento, todos nosotros estamos colocados bajo su manto, como se ve en ciertos frescos y cuadros medievales. También la primera antífona latina — Sub tuum praesidium confugimus, sancta Dei Genitrix: la Virgen que, como Madre a la cual Jesús nos ha encomendado, envuelve a todos nosotros; pero como Madre, no como diosa, no como corredentora: como Madre. Es verdad que la piedad cristiana siempre le da bonitos títulos, como un hijo a la madre: ¡cuántas cosas bonitas dice un hijo a la madre a la que quiere! Pero estemos atentos: las cosas bonitas que la Iglesia y los Santos dicen de María no quita nada a la unicidad redentora de Cristo. Él es el único Redentor. Son expresiones de amor como la de un hijo a su madre —algunas veces exageradas—. Pero el amor, nosotros lo sabemos, siempre nos hace hacer cosas exageradas, pero con amor.

Y así empezamos a rezarla con algunas expresiones dirigidas a ella, presentes en los Evangelios: “llena de gracia”, “bendita entre las mujeres” (cf. CCE, 2676s.). En la oración del Ave María pronto llegaría el título “Theotokos”, “Madre de Dios”, ratificado por el Concilio de Éfeso. Y, análogamente y como sucede en el Padre Nuestro, después de la alabanza añadimos la súplica: pedimos a la Madre que ruegue por nosotros pecadores, para que interceda con su ternura, “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Ahora, en las situaciones concretas de la vida, y en el momento final, para que nos acompañe —como Madre, como primera discípula— en el paso a la vida eterna.

María está siempre presente en la cabecera de sus hijos que dejan este mundo. Si alguno se encuentra solo y abandonado, ella es Madre, está allí cerca, como estaba junto a su Hijo cuando todos le habían abandonado.

María ha estado presente en los días de pandemia, cerca de las personas que lamentablemente han concluido su camino terreno en una condición de aislamiento, sin el consuelo de la cercanía de sus seres queridos. María está siempre allí, junto a nosotros, con su ternura materna.

Las oraciones dirigidas a ella no son vanas. Mujer del “sí”, que ha acogido con prontitud la invitación del Ángel, responde también a nuestras súplicas, escucha nuestras voces, también las que permanecen cerradas en el corazón, que no tienen la fuerza de salir pero que Dios conoce mejor que nosotros mismos. Las escucha como Madre. Como y más que toda buena madre, María nos defiende en los peligros, se preocupa por nosotros, también cuando nosotros estamos atrapados por nuestras cosas y perdemos el sentido del camino, y ponemos en peligro no solo nuestra salud sino nuestra salvación. María está allí, rezando por nosotros, rezando por quien no reza. Rezando con nosotros. ¿Por qué? Porque ella es nuestra Madre.

https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20210324_udienza-generale.html

domingo, 21 de marzo de 2021



ÁNGELUS

Biblioteca del Palacio Apostólico
Domingo, 21 de marzo de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia de este quinto domingo de Cuaresma proclama el Evangelio en el que san Juan relata un episodio que ocurrió en los últimos días de vida de Cristo, poco antes de la Pasión (cf. Jn 12,20-33). Mientras Jesús estaba en Jerusalén para la fiesta de pascua, algunos griegos, llenos de curiosidad por lo que estaba haciendo, expresaron su deseo de verlo. Se acercaron al apóstol Felipe y le dijeron: «Queremos ver a Jesús» (v.21). «Queremos ver a Jesús», recordemos este deseo: «Queremos ver a Jesús». Felipe se lo dice a Andrés y luego juntos van a decírselo al Maestro. En la petición de aquellos griegos podemos ver la súplica que muchos hombres y mujeres,  en todo lugar y tiempo, dirigen a la Iglesia y también a cada uno de nosotros: “Queremos ver a Jesús”.

¿Cómo responde Jesús a esta petición? De un modo que lleva a reflexionar. Dice así: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre […] Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (vv. 23.24). Estas palabras no parecen responder a la petición que habían hecho aquellos griegos. En realidad, van más allá. De hecho, Jesús revela que Él, para todo hombre que quiera buscarlo, es la semilla escondida dispuesta a morir para dar mucho fruto.  Como diciendo: si queréis conocerme, si queréis comprenderme, mirad el grano de trigo que muere en la tierra, es decir, mirad la cruz

Cabe pensar en el signo de la cruz, que a lo largo de los siglos se ha convertido en el emblema por excelencia de los cristianos. Quien también hoy quiere “ver a Jesús”, tal vez proveniente de países y culturas donde el cristianismo es poco conocido, ¿qué ve en primer lugar? ¿Cuál es el signo más común que encuentra? El crucifijo, la cruz. En las iglesias, en los hogares de los cristianos, incluso colgado en el pecho. Lo importante es que el signo sea coherente con el Evangelio: la cruz no puede sino expresar amor, servicio, entrega sin reservas: sólo así es verdaderamente el “árbol de la vida”, de la vida sobreabundante.

También hoy mucha gente, a menudo sin decirlo implícitamente, quisiera “ver a Jesús”, encontrarlo, conocerlo. Esto nos hace comprender la gran responsabilidad de los cristianos y de nuestras comunidades. Nosotros también debemos responder con el testimonio de una vida que se entrega en el servicio, de una vida que toma sobre sí el estilo de Dios —cercanía, compasión y ternura— y se entrega en el servicio. Se trata de sembrar semillas de amor no con palabras que se lleva el viento, sino con ejemplos concretos, sencillos y valientes, no con condenas teóricas, sino con gestos de amor. Entonces el Señor, con su gracia, nos hace fructificar, incluso cuando el terreno es árido por incomprensiones, dificultades o persecuciones, o pretensiones de legalismos o moralismos clericales. Esto es terreno árido. Precisamente entonces, en la prueba y en la soledad, mientras muere la semilla, es el momento en que brota la vida, para dar fruto maduro en su momento. Es en esta trama de muerte y de vida que podemos experimentar la alegría y la verdadera fecundidad del amor, que siempre, repito, se da en el estilo de Dios: cercanía, compasión, ternura.

Que la Virgen María nos ayude a seguir a Jesús, a caminar fuertes y felices por el camino del servicio, para que el amor de Cristo brille en todas nuestras actitudes y se convierta cada vez más en el estilo de nuestra vida diaria.

http://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2021/documents/papa-francesco_angelus_20210321.html


 


viernes, 19 de marzo de 2021

Amoris laetitia y San José: un vínculo particular

-En la solemnidad de San José y en el Año dedicado al Patrono de la Iglesia Universal, comienza el Año de la Familia Amoris laetitia, 5 años después de la publicación de la Exhortación postsinodal del Papa Francisco. Dos importantes aniversarios que se entrecruzan con sorprendente continuidad.

Benedetta Capelli - Ciudad del Vaticano

San José y la familia. Un vínculo de ternura que encaja inmediatamente en la mente como la más natural de las asociaciones. "Un hombre justo y sabio", lo definió el Papa Francisco en la audiencia del pasado miércoles; "un padre entrañable acogedor y en la sombra, un padre del coraje creativo", se lee en Patris Corde, la Carta Apostólica con la que el Pontífice proclamó el Año de San José el pasado 8 de diciembre de 2020. Un año que se solapa con el Año de la Familia que comienza el 19 de marzo, en la solemnidad del esposo de María, y 5 años después de la publicación de Amoris laetitia.

Francisco -otra importante asociación- firmó la Exhortación Apostólica precisamente el 19 de marzo de 2016 en pleno Jubileo de la Misericordia y bajo la protección de San José. En la conclusión de Amoris laetitia se vuelven a anudar los múltiples hilos de este lienzo, tejido de amor a la Iglesia y a sus hijos.

Oración a la Sagrada Familia

"Jesús, María y José, en vosotros contemplamos el esplendor del verdadero amor, a vosotros, confiadamente, nos encomendamos,

Hacer de nuestras familias lugares de comunión y cenáculos de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas Iglesias domésticas,

Que nunca más haya violencia, cerrazón y división en las familias; que quien haya sido herido o escandalizado sea prontamente consolado y curado,hacernos conscientes del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el plan de Dios".

El Año de la Familia Amoris laetitia

Fue en la fiesta de la Sagrada Familia, el 27 de diciembre de 2020, cuando el Papa Francisco anunció durante el Ángelus, un Año dedicado a la Familia Amoris laetitia. El comienzo es el 19 de marzo de 2021, cinco años después de la publicación de la Exhortación Apostólica y la conclusión está fijada para el 26 de junio de 2022 con motivo del décimo Encuentro Mundial de las Familias en Roma.

 

"Un año de reflexión -explicó el Pontífice al dar este anuncio- una oportunidad para profundizar en los contenidos del documento". El encargado de coordinar las iniciativas pastorales, espirituales y culturales es el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida que, en su página web en 5 idiomas, www.amorislaetitia.va, ha puesto a disposición ayudas y ha anunciado conferencias y estudios en profundidad sobre el documento pontificio. 

Además, fue el mismo Papa quien especificó, en el punto número 5 del texto, la importancia de Amoris laetitia:

Esta Exhortación adquiere un significado especial en el contexto de este Año Jubilar de la Misericordia. En primer lugar, porque lo entiendo como una propuesta para las familias cristianas, animándolas a apreciar los dones del matrimonio y la familia, y a mantener un amor fuerte y lleno de valores como la generosidad, el compromiso, la fidelidad y la paciencia. En segundo lugar, porque se propone animar a todos a ser signos de misericordia y cercanía allí donde la vida familiar no se cumple perfectamente o no se desarrolla con paz y alegría.

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-03/amoris-laetitia-y-san-jose-un-vinculo-particular-papa-francisco.html

miércoles, 17 de marzo de 2021

Con el Espíritu Santo hay amor y alegría

 


En su catequesis de la audiencia general Francisco se refirió al Espíritu, "primer don de toda existencia cristiana". Y recordó que todos son iguales “por dignidad, pero también únicos en la belleza que el Espíritu ha querido que se liberase en cada uno de los que la misericordia de Dios ha hecho sus hijos ". Además el Papa hizo dos llamamientos, uno por Paraguay y el otro por Myanmar

Vatican News

Al reanudar su catequesis sobre la oración, también en esta ocasión desde la Biblioteca del Palacio Apostólico, el Santo Padre Francisco reflexionó acerca de la oración y la Trinidad. A modo de introducción se leyó un pasaje de Juan (14,15-17.25-26) sobre la promesa del Espíritu Santo:

“Si me aman, guarden mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni lo conoce; pero ustedes lo conocen, porque mora con ustedes, y estará en ustedes. Les he dicho estas cosas estando con ustedes. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho”.

La oración como relación con la Santísima Trinidad

Tal como explicó el Papa, en esta catequesis deseaba continuar reflexionando sobre la oración “como relación con la Santísima Trinidad”, y en particular con el Espíritu Santo. Del Espíritu Santo el Pontífice dijo que “es el don fundamental de la vida cristiana”. Y añadió que “si podemos invocar a Dios llamándolo ‘Abbá – Papá’ es porque el Espíritu Santo habita en nosotros”.

“Sin Él no es posible relacionarnos con Cristo y con el Padre”

El Santo Padre también explicó que así como Abrahán, “que dando hospitalidad a tres viajeros, encontró a Dios, Trinidad de amor, también nosotros estamos llamados a abrirnos a su presencia y a acogerlo en nuestra vida”.

“El Espíritu Santo nos transforma y nos hace experimentar la alegría de sabernos amados y habitados por Dios. Es la experiencia que vivieron los discípulos de Jesús, y que nos relata el Evangelio. Y es también la experiencia que vivieron tantos orantes, hombres y mujeres que el Espíritu Santo formó a la medida del Corazón de Cristo”

Los orantes no son sólo los monjes o los eremitas

Además, el Pontífice invitó a no pensar “que los orantes son sólo los monjes o los eremitas”. Y destacó: “Cuántas personas comunes han encontrado a Dios en el Evangelio, en la Eucaristía y en los hermanos, y cada día dan testimonio humilde de misericordia, de servicio y de oración”. Y concluyó diciendo:

“Nuestra misión como cristianos es mantener vivo el fuego que Jesús trajo a la tierra, es decir, el amor de Dios. Sin este fuego del Espíritu la tristeza reemplaza a la alegría, el servicio se convierte en esclavitud y la rutina sustituye al amor”

Al saludar cordialmente a los fieles de lengua española, el Papa Francisco, antes de bendecirlos, les dejó una invitación:

“Pidamos al Señor que inflame con el fuego del Espíritu Santo nuestros corazones. Que nuestra vida sea como la lámpara encendida junto al sagrario, que se consuma en la alabanza a Dios y el servicio a los hermanos, siendo testigos alegres de su presencia en medio del mundo”

Año de la Familia Amoris Laetitia

A los fieles polacos el Santo Padre les recordó que con el llamamiento mariano especial de mañana, y con la Eucaristía celebrada en Jasna Gòra en la solemnidad de San José, comenzarán las celebraciones del Año de la Familia Amoris Laetitia. Y formuló su deseo de que María, “Reina de Polonia, obtenga para las familias la visión evangélica del matrimonio, en la comprensión mutua y en el respeto por la vida humana”. Mientras al bendecir de corazón a todos ellos su intención fue de modo especial a cuantos participarán en las iniciativas emprendidas con motivo de las celebraciones del mencionado Año.

Llamamiento por Paraguay

Antes de rezar el Padrenuestro y de impartir su bendición apostólica a cuantos participaron en esta audiencia general a través de los medios de comunicación, el Papa dijo:

“Durante esta semana me han preocupado las noticias que llegan desde Paraguay. Por intercesión de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé, pido al Señor Jesús, Príncipe de la Paz, que se pueda encontrar un camino de diálogo sincero para hallar soluciones adecuadas a las actuales dificultades, y así construir juntos la paz tan añorada. Recordemos que la violencia siempre es autodestructiva. Con ella no se gana nada, sino que se pierde mucho”

Llamamiento por Myanmar

A continuación, el Papa dijo: “Una vez más y con gran tristeza siento la urgencia de evocar la dramática situación de Myanmar, donde tantas personas, especialmente jóvenes, están perdiendo la vida para ofrecer esperanza a su país”.

“Yo también me arrodillo en las calles de Myanmar y digo: ¡que cese la violencia! También yo extiendo mis brazos y digo: ¡que prevalezca el diálogo!”

San José hombre justo y sabio

Mientras al saludo a los fieles de lengua italiana el Santo Padre recordó que pasado mañana celebraremos la solemnidad de San José. Por esta razón el Papa señaló el ejemplo de este gran Santo a quienes invitó a confiarle su existencia.

“Sean sabios como él, dispuestos a comprender y a poner en práctica el Evangelio”

Por último, el pensamiento del Papa si dirigió a los ancianos, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados con las siguientes palabras:

En la vida, en el trabajo, en la familia, en los momentos de alegría y de dolor, San José buscó y amó constantemente al Señor, ganándose el elogio de la Escritura como hombre justo y sabio. Invóquenlo siempre, especialmente en los momentos difíciles que puedan encontrar. ¡A todos mi bendición!

domingo, 14 de marzo de 2021

"En Cuaresma, acojamos la luz en nuestra conciencia"

 


Profundizando sobre el Evangelio dominical el Papa Francisco recordó que en esta Cuaresma, estamos llamados a "acoger la luz en nuestra conciencia", en particular en el Sacramento de la Reconciliación, "para abrir nuestros corazones al amor infinito de Dios, a su misericordia llena de ternura y bondad". Además, el Pontífice exhortó a no tener miedo de dejarnos "poner en crisis" por Jesús ya que, "la suya es una crisis saludable", que nos cura y hace que nuestra alegría sea plena.

Ciudad del Vaticano

El 14 de marzo, cuarto domingo de Cuaresma conocido como domingo "Laetare", es decir, "Alégrate"; el Papa Francisco reflexionó sobre la liturgia eucarística que comienza con esta invitación: "Alégrate, Jerusalén...". (cf. I66,10).

La alegría proviene del amor de Dios

En este contexto, el Santo Padre explicó que la fuente de esta alegría proviene del amor de Dios: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn. 3,16).

 

Y precisamente este mensaje gozoso es el corazón de la fe cristiana -dijo el Pontífice- indicando que el amor de Dios "ha encontrado la cima en el don del Hijo a una humanidad débil y pecadora".

La esencia de estas palabras se desprende del diálogo nocturno entre Jesús y Nicodemo, una parte del cual está descrita en la misma página evangélica (cf. Jn 3,14-21) y sobre la cual Francisco profundiza:

“Nicodemo, como todo miembro del pueblo de Israel, esperaba al Mesías, identificándolo como un hombre fuerte que juzgaría al mundo con poder. Jesús pone en crisis esta expectativa presentándose bajo tres aspectos: el del Hijo del hombre exaltado en la cruz; el del Hijo de Dios enviado al mundo para la salvación; y el de la luz que distingue a los que siguen la verdad de los que siguen la mentira”

En cuanto a estos tres aspectos, el Obispo de Roma hizo hincapié en que Jesús se presenta en primer lugar como el Hijo del Hombre:

“El texto alude al relato de la serpiente de bronce (cf. Números 21:4-9), que, por voluntad de Dios, fue levantada por Moisés en el desierto cuando el pueblo fue atacado por serpientes venenosas; quien había sido mordido y miraba la serpiente de bronce se curaba. Del mismo modo, Jesús fue levantado en la cruz y los que creen en Él son curados del pecado y viven”

El segundo aspecto es el del Hijo de Dios:

“Dios Padre ama a los hombres hasta el punto de "dar" a su Hijo: lo dio en la Encarnación y lo dio al entregarlo a la muerte. El propósito del don de Dios es la vida eterna de los hombres: en efecto, Dios envía a su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por medio de Jesús. La misión de Jesús es misión de salvación, para todos”

El tercer nombre que Jesús se atribuye es "luz":

“El Evangelio dice: "Vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz (v. 19). La venida de Jesús al mundo provoca una elección: quien elige las tinieblas va al encuentro de un juicio de condenación, quien elige la luz tendrá un juicio de salvación. El juicio es la consecuencia de la libre elección de cada uno: quien practica el mal busca las tinieblas, quien hace la verdad, es decir, practica el bien, llega a la luz. Quien camina en la luz, quien se acerca a la luz, hace buenas obras”

En Cuaresma, abrirnos a la misericordia de Dios

En este sentido, el Papa recordó que estamos llamados a vivir plenamente estos aspectos durante la Cuaresma: "acoger la luz en nuestra conciencia, en particular en el Sacramento de la Reconciliación, para abrir nuestros corazones al amor infinito de Dios, a su misericordia llena de ternura y bondad".

"Así encontraremos el gozo verdadero y podremos alegrarnos del perdón de Dios que regenera y da vida", concluyó Francisco pidiendo a María Santísima que nos ayude a no tener miedo de dejarnos "poner en crisis" por Jesús 

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-03/papa-francisco-comentario-evangelio-domingo-laetare-alegrate.html