miércoles, 30 de junio de 2021

Francisco continuó meditando sobre textos de la Carta a los Gálatas y la forma como los cristianos deben vivir su fe.

 

Redacción (30/06/2021 08:58, Gaudium Press) Hoy en la Audiencia General, Francisco continuó meditando sobre textos de la Carta a los Gálatas y la forma como los cristianos deben vivir su fe.

San Pablo se dirige a esa comunidad, indicando que cada uno debe “reafirmar la novedad del Evangelio, que los Gálatas han recibido de su predicación, para construir la verdadera identidad sobre la que fundar la propia existencia”.

Cuando en una comunidad se presentan problemas, no hay que detenerse en la superficialidad de los mismos, sino que hay que profundizar en “la verdad del Evangelio”.

A los Gálatas, San Pablo “cuenta la historia de su vocación y conversión, que coincide con la aparición de Cristo Resucitado durante el viaje hacia Damasco (cfr Hch 9,1-9). «Encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres» (Gal 1,13-14)”.

Pensar en los encuentros con la gracia de Jesús

El contar su historia, es simplemente para que los Gálatas, y todos, vean la misericordia que Dios había usado con él, y que está dispuesto a usar con todos, haciendo que nos transformemos radicalmente.

“Dios, con su gracia, le había revelado a su Hijo muerto y resucitado, para que él se convirtiera en anunciador en medio de los paganos (cfr Gal 1,15-6)”, dijo el Papa.

“¡Los caminos del Señor son inescrutables! Lo tocamos con la mano cada día, pero sobre todo si pensamos en los momentos en los que el Señor nos ha llamado!”, afirmó.

“Tener fijo en el corazón y en la mente ese encuentro con la gracia, cuando Dios ha cambiado nuestra existencia. Cuántas veces, delante de las grandes obras del Señor, surge de forma espontánea la pregunta: ¿cómo es posible que Dios se sirva de un pecador, de una persona frágil y débil, para realizar su voluntad? Sin embargo, no hay nada casual, porque todo ha sido preparado en el diseño de Dios. Él teje nuestra historia y, si nosotros correspondemos con confianza a su plan de salvación, nos damos cuenta”.

El Papa finalizó su alocución señalando que la llamada del Creador conlleva siempre una misión a la que estamos destinados, misión a la que Dios nos envía y nos sostiene con su gracia: “Dejémonos conducir por esta conciencia: su gracia transforma la existencia y la hace digna de ser puesta al servicio del Evangelio”.

https://es.gaudiumpress.org/content/en-la-audiencia-general-el-papa-muestra-lo-que-dios-puede-hacer-con-su-gracia-basado-en-san-pablo/

martes, 29 de junio de 2021

"Solo una Iglesia libre es una Iglesia creíble".

 En su homilía en el marco de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, el Papa Francisco recordó que estos dos "gigantes de la fe", fueron liberados de las cadenas de sus vidas tras haberse encontrado con Cristo. Francisco invitó a seguir el ejemplo de estos apóstoles "siendo colaboradores de esta liberación, rompiendo cadenas en nuestras ciudades, nuestras sociedades, nuestro mundo", porque "solo una Iglesia libre es una Iglesia creíble".

Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano

El martes 29 de junio el Papa Francisco celebró la santa misa en la Basílica Vaticana con ocasión de la Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, mártires y patronos de Roma. 

En su homilía el Santo Padre invitó a "observar de cerca" a estos dos testigos de la fe, quienes pusieron al centro de sus historias, "no sus capacidades, sino el encuentro con Cristo que cambió sus vidas experimentando un amor que los sanó y los liberó".

"Pedro y Pablo son libres sólo porque fueron liberados", dijo Francisco deteniéndose en este punto central:

“Pedro, el pescador de Galilea, fue liberado ante todo del sentimiento de inadecuación y de la amargura del fracaso, y esto ocurrió gracias al amor incondicional de Jesús. Aunque era un pescador experto, varias veces experimentó, en plena noche, el amargo sabor de la derrota por no haber pescado nada y, ante las redes vacías, tuvo la tentación de abandonarlo todo. A pesar de ser fuerte e impetuoso, a menudo se dejó llevar por el miedo. Sin embargo, Jesús lo amó gratuitamente y apostó por él”

Pedro y Pablo fueron liberados por Jesús

En este sentido, el Papa destacó que pese a las debilidades de Pedro, el Hijo de Dios no lo abandona, más bien, "lo anima a no rendirse, a echar de nuevo las redes al mar, a caminar sobre las aguas, a mirar con valentía su propia debilidad, a seguirlo en el camino de la cruz. De este modo lo liberó del miedo, y lo llamó precisamente a él para que confirmara a sus hermanos en la fe".

Como hemos escuchado en el Evangelio -añadió Francisco- a él le dio las llaves para abrir las puertas que conducen al encuentro con el Señor y el poder de atar y desatar: atar los hermanos a Cristo y desatar los nudos y las cadenas de sus vidas.

Para el Pontífice, todo esto fue posible porque ―como nos dice la primera lectura de hoy― Pedro fue el primero en ser liberado: "Es una nueva historia de apertura, de liberación, de cadenas rotas, de salida del cautiverio que encierra. Pedro tuvo la experiencia de la Pascua: el Señor lo liberó".

Asimismo, Francisco recordó que también el apóstol Pablo experimentó la liberación de Cristo:

“Fue liberado de la esclavitud más opresiva, la de su ego. Y de Saulo, el nombre del primer rey de Israel, pasó a ser Pablo, que significa 'pequeño'. Fue librado del celo religioso que lo había hecho encarnizado defensor de las tradiciones que había recibido. Así, Pablo comprendió que «Dios eligió lo débil del mundo para confundir a los fuertes» (1 Co 1,27), que todo lo podemos en aquel que nos fortalece, que nada puede separarnos de su amor (cf. Rm 8,35-39). Por eso, al final de su vida ―como nos dice la segunda lectura― el apóstol pudo decir: «el Señor me asistió» y «me seguirá librando de toda obra mala». Pablo tuvo la experiencia de la Pascua: el Señor lo liberó”

En este contexto, el Santo Padre señaló que la Iglesia mira "a estos dos gigantes de la fe y ve a dos Apóstoles que liberaron la fuerza del Evangelio en el mundo, sólo porque antes fueron liberados por su encuentro con Cristo".

Seamos colaboradores de esta liberación en el mundo

Igualmente, Francisco recordó que nosotros, tocados por el Señor, también somos liberados, algo que resulta fundamental porque sólo una Iglesia libre es una Iglesia creíble.

“Como Pedro, estamos llamados a liberarnos de la sensación de derrota ante nuestra pesca, a veces infructuosa; a liberarnos del miedo que nos inmoviliza y nos hace temerosos, encerrándonos en nuestras seguridades y quitándonos la valentía de la profecía. Como Pablo, estamos llamados a ser libres de las hipocresías de la exterioridad, a ser libres de la tentación de imponernos con la fuerza del mundo en lugar de hacerlo con la debilidad que da cabida a Dios, libres de una observancia religiosa que nos vuelve rígidos e inflexibles, libres de vínculos ambiguos con el poder y del miedo a ser incomprendidos y atacados”

En su alocución, el Papa invitó a preguntarnos cuánta necesidad de liberación tienen nuestras ciudades, nuestras sociedades, nuestro mundo, y en consecuencia, exhortó a convertirnos en colaboradores de esta liberación, "pero sólo -puntualizó- si antes nos dejamos liberar por la novedad de Jesús y caminamos en la libertad del Espíritu Santo".

Saludo a la Delegación del Patriarcado Ecuménico

Haciendo alusión a los hermanos arzobispos que reciben el palio, Francisco hizo hincapié en que "este signo de unidad con Pedro recuerda la misión del pastor que da su vida por el rebaño. Dando su vida, el pastor, liberado de sí mismo, se convierte en instrumento de liberación para sus hermanos".

Antes de concluir, el Santo Padre saludó a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, presente en la santa misa y enviada para esta ocasión por Su Santidad Bartolomé I: "Vuestra grata presencia es un precioso signo de unidad en el camino de liberación de las distancias que dividen escandalosamente a los creyentes en Cristo", concluyó Francisco, rezando por toda por la Iglesia, "por todos nosotros para que, liberados por Cristo, seamos apóstoles de liberación en el mundo entero".

domingo, 27 de junio de 2021

Jesús se tropieza con nuestras dos situaciones más dramáticas, la muerte y la enfermedad.

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 27 de junio de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy en el Evangelio (cf. Mc 5,21-43) Jesús se tropieza con nuestras dos situaciones más dramáticas, la muerte y la enfermedad.  De ellas libera a dos personas: una niña, que muere justo cuando su padre ha ido a pedir ayuda a Jesús; y una mujer, que desde hace muchos años tiene flujo de sangre.  Jesús se deja tocar por nuestro dolor y nuestra muerte, y obra dos signos de curación para decirnos que ni el dolor ni la muerte tienen la última palabra. Nos dice que la muerte no es el final.  Vence a este enemigo, del que solos no podemos liberarnos.

Centrémonos, sin embargo, en este momento en que la enfermedad sigue ocupando las primeras páginas, en el otro signo, la curación de la mujer. Más que su salud, eran sus afectos los que estaban comprometidos, ¿por qué?: tenía flujos de sangre y, por lo tanto, según la mentalidad de la época, era considerada impura. Era una mujer marginada, no podía tener relaciones estables, no podía tener un marido, no podía tener una familia y no podía tener relaciones sociales normales porque era impura. Una enfermedad que la hacía impura. Vivía sola, con el corazón herido. ¿Cuál es la peor enfermedad de la vida? ¿El cáncer?, ¿la tuberculosis? ¿la pandemia? NoLa peor enfermedad de la vida es la falta de amor, es no poder amar. Esta pobre mujer estaba enferma, sí, de flujos de sangre, pero en consecuencia de falta de amor porque no podía hacer vida social con los demás. Y la curación que más importa es la de los afectos. Pero, ¿cómo encontrarla? Podemos pensar en nuestros afectos: ¿están enfermos o tienen buena salud? ¿Están enfermos? Jesús es capaz de curarlos.

La historia de esta mujer sin nombre —la llamamos así, “la mujer sin nombre”—, con la que todos podemos identificarnos, es ejemplar. El texto dice que había probado muchas curas, y «gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor» (v. 26). También nosotros, ¿cuántas veces nos arrojamos sobre remedios equivocados para saciar nuestra falta de amor? Pensamos que el éxito y el dinero nos hacen felices, pero el amor no se compra, es gratuito. Nos refugiamos en lo virtual, pero el amor es concreto. No nos aceptamos tal y como somos y nos escondemos detrás de los trucos del mundo exterior, pero el amor no es apariencia. Buscamos soluciones de magos y de gurús, sólo para encontrarnos sin dinero y sin paz, como aquella mujer. Ella, finalmente, elige a Jesús y se abalanza entre  la multitud para tocar el manto, el manto de Jesús. Es decir, esa mujer busca el contacto directo, el contacto físico con Jesús. En esta época, especialmente, hemos comprendido lo importantes que son el contacto y las relaciones. Lo mismo ocurre con Jesús: a veces nos contentamos con observar algún precepto y repetir oraciones —muchas veces como loros— pero el Señor espera que nos encontremos con Él, que le abramos el corazón, que toquemos su manto como la mujer para sanar. Porque, al entrar en intimidad con Jesús, se curan nuestros afectos.

Esto es lo que quiere Jesús. Leemos, en efecto, que, no obstante estuviera apretujado por la muchedumbre, miraba a su alrededor para buscar a quien le había tocado, estrechado; los discípulos decían: “Pero mira que la muchedumbre te apretuja...” No. “¿Quien me ha tocado?” Es la mirada de Jesús: hay tanta gente, pero Él va en busca de un rostro y de un corazón lleno de fe. Jesús no mira al conjunto, como nosotros, mira a la persona. No se detiene ante las heridas y los errores del pasado, va más allá de los pecados y los prejuicios. Todos tenemos una historia, y cada uno de nosotros en secreto conoce bien las cosas malas de la suya. Pero Jesús las mira para curarlas. En cambio a nosotros nos gusta mirar lo malo de los demás... Cuántas veces, cuando hablamos caemos en el cotilleo que es hablar mal de los demás, "despellejar" a los demás. Pero mira qué horizonte de vida es ese. No como Jesús que mira siempre el modo de salvarnos, mira el hoy, la buena voluntad y no la mala historia que tenemos. Jesús va más allá de los pecados. Jesús va más allá de los prejuicios. No se queda en las apariencias, Jesús llega al corazón. Y la cura precisamente a ella, a la que habían rechazado  todos. Con ternura la llama «hija» (v. 34) —el estilo de Jesús era la cercanía, la compasión y la ternura: “Hija...”— y alaba su fe, devolviéndole la confianza en sí misma.

Hermana, hermano, estás aquí, deja que Jesús mire y sane tu corazón. Yo también tengo que hacerlo: dejar que Jesús mire mi corazón y lo cure. Y si ya has sentido su mirada tierna sobre ti, imítalo, haz como Él. Mira a tu alrededor: verás que muchas personas que viven cerca de ti se sienten heridas y solas, necesitan sentirse amadas: da el paso. Jesús te pide una mirada que no se quede en las apariencias, sino  que llegue al corazón; que no juzgue —terminemos de juzgar a lo demás—, Jesús nos pide una mirada que no juzgue sino que acoja. Abramos nuestro corazón para acoger a los demás. Porque sólo el amor sana la vida, solo el amor sana la vida. Que la Virgen, Consuelo de los afligidos, nos ayude a llevar una caricia a los heridos, a los heridos en el corazón que encontremos en nuestro camino. Y a no juzgar, a no juzgar la realidad personal, social, de los demás. Dios ama a todos. No juzguéis, dejad vivir a los demás y tratad de acercaros con amor.

viernes, 25 de junio de 2021

VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

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 A LOS SERVIDORES DE LA NOCHE DE CARIDAD Y
DEL HOGAR DE NAZARETH DE LA DIÓCESIS DE MAR DEL PLATA

 [24 de junio de 2021]

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Quiero saludar de modo especial a los servidores de la Noche de Caridad y del Hogar de Nazareth de la diócesis de Mar del Plata por la atención a las personas en situación de calle. ¡Muchas gracias por lo que hacen! Especialmente, lo que me cuenta el Obispo Gabriel, que han alquilado dos hoteles para tener más lugar para todos en el crudo y húmedo invierno de la costa marplatense. Gracias a todos, laicos, laicas, pastores, benefactores de la Iglesia y todos los sectores, para atender a Cristo en el rostro de los hermanos más pobres y marginados. Ahí está Cristo. El centro del Evangelio son los pobres. ¡Gracias, gracias de corazón por lo que hacen!

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2021/documents/20210624-videomessaggio-diocesi-mardelaplata.html

miércoles, 23 de junio de 2021

Catequesis sobre la Carta a los Gálatas 1

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Patio de San Dámaso
Miércoles, 23 de junio de 2021

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Catequesis sobre la Carta a los Gálatas 1.  Introducción a la Carta a los Gálatas

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de un largo itinerario dedicado a la oración, hoy comenzamos un nuevo ciclo de catequesis. Espero que con este itinerario de la oración, hayamos conseguido rezar un poco mejor, rezar un poco más. Hoy deseo reflexionar sobre algunos temas que el apóstol Pablo propone en su Carta a los Gálatas. Es una Carta muy importante, diría incluso decisiva, no solo para conocer mejor al Apóstol, sino sobre todo para considerar algunos argumentos que él afronta en profundidad, mostrando la belleza del Evangelio. En esta Carta, Pablo cita varias referencias biográficas, que nos permiten conocer su conversión y la decisión de poner su vida al servicio de Jesucristo. Él afronta, además, algunas temáticas muy importantes para la fe, como las de la libertad, de la gracia y de la forma de vivir cristiana, que son extremadamente actuales porque tocan muchos aspectos de la vida de la Iglesia de nuestros días. Esta es una Carta muy actual. Parece escrita para nuestra época.

El primer rasgo que se desprende de esta Carta es la gran obra de evangelización realizada por el Apóstol, que al menos dos veces había visitado las comunidades de la Galacia durante sus viajes misioneros. Pablo se dirige a los cristianos de ese territorio. No sabemos exactamente a qué zona geográfica se refiere, ni podemos afirmar con certeza la fecha en la que escribe esta Carta. Sabemos que los Gálatas eran una antigua población celta que, a través de muchas peripecias, se habían asentado en esa extensa región de Anatolia que tenía su capital en la ciudad de Ancyra, hoy Ankara, la capital de Turquía. Pablo dice solo que, a causa de una enfermedad, se vio obligado a pararse en esa región (cfr. Gal 4,13). San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, encuentra sin embargo una motivación más espiritual. Dice que «atravesaron Frigia y la región de Galacia, pues el Espíritu Santo les había impedido predicar la Palabra en Asia» (16,6). Los dos hechos no son contradictorios: indican más bien que el camino de la evangelización no depende siempre de nuestra voluntad y de nuestros proyectos, sino que requiere la disponibilidad para dejarse moldear y seguir otros recorridos que no estaban previstos. Entre vosotros hay una familia que me ha saludado: dicen que tienen que aprender el letón, y no sé qué otra lengua, porque irán de misioneros a esas tierras. El Espíritu lleva también hoy muchos misioneros que dejan la patria y van a otra tierra a hacer la misión. Lo que verificamos, sin embargo, es que en su incansable obra evangelizadora el Apóstol había conseguido fundar varias pequeñas comunidades, dispersas en la región de la Galacia. Pablo, cuando llegaba a una ciudad, a una región, no hacía enseguida una catedral, no. Hacía las pequeñas comunidades que son la levadura de nuestra cultura cristiana de hoy. Empezaba haciendo pequeñas comunidades. Y estas pequeñas comunidades crecían, crecían e iban adelante. También hoy este método pastoral se hace en cada región misionera. La semana pasada recibí una carta de un misionero de Papúa Nueva Guinea, me decía que está predicando el Evangelio en la selva, a la gente que no sabe ni siquiera quién era Jesucristo. ¡Es bonito! Se empiezan a hacer pequeñas comunidades. También hoy este método es el método evangelizador de la primera evangelización.

Lo que nosotros debemos notar es la preocupación pastoral de Pablo que es todo fuego. Él, después de haber fundado estas Iglesias, se da cuenta de un gran peligro —el pastor es como el padre o la madre que en seguida se dan cuenta de los peligros para sus hijos— que corren para su crecimiento en la fe. Crecen y vienen los peligros. Como decía uno: “Vienen los buitres a masacrar la comunidad”. De hecho, se habían infiltrado algunos cristianos venidos del judaísmo, los cuales con astucia empezaron a sembrar teorías contrarias a la enseñanza del Apóstol, llegando incluso a denigrar su persona. Empiezan con la doctrina “esta no, esta sí”, después denigran al Apóstol. Es el camino de siempre: quitar la autoridad al Apóstol. Como se ve, esta es una práctica antigua, presentarse en algunas ocasiones como los únicos poseedores de la verdad —los puros— y pretender rebajar también con la calumnia el trabajo realizado por los otros. Esos adversarios de Pablo sostenían que también los paganos debían ser sometidos a la circuncisión y vivir según las reglas de la ley mosaica. Vuelven atrás a las observancias de antes, las cosas que han quedado traspasadas por el Evangelio. Por tanto, los Gálatas, habrían tenido que renunciar a su identidad cultural para someterse a normas, a prescripciones y costumbres típicas de los judíos. Y no solo eso. Esos adversarios sostenían que Pablo no era un verdadero apóstol y por tanto no tenía ninguna autoridad para predicar el Evangelio. Y muchas veces nosotros vemos esto. Pensemos en alguna comunidad cristiana o en alguna diócesis: empiezan las historias y después se termina por desacreditar al párroco, al obispo. Es precisamente el camino del maligno, de esta gente que divide, que no sabe construir. Y en esta Carta a los Gálatas vemos este procedimiento.

Los Gálatas se encontraban en una situación de crisis. ¿Qué tenían que hacer? ¿Escuchar y seguir lo que Pablo les había predicado, o escuchar a los nuevos predicadores que le acusaban? Es fácil imaginar el estado de incertidumbre que animaba sus corazones. Para ellos, haber conocido a Jesús y creído en la obra de salvación realizada con su muerte y resurrección, era realmente el inicio de una vida nueva, de una vida de libertad. Habían emprendido un recorrido que les permitía ser finalmente libres, no obstante su historia fuera tejida por muchas formas de violenta esclavitud, no menos importante la que les sometía al emperador de Roma. Por tanto, delante de las críticas de nuevos predicadores, se sentían perdidos y se sentían inciertos sobre cómo comportarse: “¿Pero quién tiene razón? ¿Este Pablo, o esta gente que viene ahora enseñando otras cosas? ¿A quién debo hacer caso? En resumen, ¡había mucho en juego!

Esta condición no está lejos de la experiencia que diversos cristianos viven en nuestros días. No faltan tampoco hoy, de hecho, predicadores que, sobre todo a través de los nuevos medios de comunicación, pueden enturbiar las comunidades. No se presentan en primer lugar para anunciar el Evangelio de Dios que ama al hombre en Jesús Crucificado y Resucitado, sino para reiterar con insistencia, como auténticos “custodios de la verdad” —así se llaman ellos— cuál es la mejor manera de ser cristianos. Y con fuerza afirman que el cristiano verdadero es al que ellos están vinculados, a menudo identificado con ciertas formas del pasado, y que la solución a las crisis actuales es volver atrás para no perder la genuinidad de la fe. También hoy, como entonces, está la tentación de encerrarse en algunas certezas adquiridas en tradiciones pasadas. ¿Pero cómo podemos reconocer a esta gente? Por ejemplo, uno de los rasgos de la forma de proceder es la rigidez. Ante la predicación del Evangelio que nos hace libres, nos hace alegres, estos son los rígidos. Siempre con la rigidez: se debe hacer esto, se debe hacer esto otro… La rigidez es propia de esta gente. Seguir la enseñanza del Apóstol Pablo en la Carta a los Gálatas nos hará bien para comprender qué camino seguir. El indicado por el Apóstol es el camino liberador y siempre nuevo de Jesús Crucificado y Resucitado; es el camino del anuncio, que se realiza a través de la humildad y la fraternidad; los nuevos predicadores no conocen qué es la humildad, qué es la fraternidad; es el camino de la confianza mansa y obediente, los nuevos predicadores no conocen la mansedumbre ni la obediencia. Y este camino manso y obediente va adelante en la certeza de que el Espíritu Santo obra en todos los tiempos de la Iglesia. En definitiva, la fe en el Espíritu Santo presente en la Iglesia, nos lleva adelante y nos salvará.

domingo, 20 de junio de 2021

El sueño de Jesús nos sorprende y pone a prueba

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-06/angelus-del-papa-el-sueno-de-jesus-nos-sorprende-y-pone-a-prueba.html

El Santo Padre al comentar el Evangelio de este domingo, y antes de rezar a la Madre de Dios con los fieles que se dieron cita este mediodía en la Plaza de San Pedro, dijo que al igual que los discípulos, “asaltados por las pruebas de la vida”, solemos sentirnos “asfixiados por el miedo” y “corremos el riesgo de perder de vista lo más importante”: Que en la barca, “aunque esté dormido, Jesús está allí”. Al final de la oración mariana, el llamamiento por la paz en Myanmar y un pensamiento por el Día Mundial del Refugiado

Vatican News

Antes de rezar el Ángelus dominical, el Papa Francisco comentó el Evangelio de este 20 de junio, en el que san Marcos relata el episodio de la tormenta que Jesús calmó ante la sorpresa de los discípulos llenos de miedo.

“Maestro, ¿no te importa que estemos perdidos?”

El Santo Padre dijo al respecto que muchas veces también nosotros, “asaltados por las pruebas de la vida”, le hemos gritado al Señor: "¿Por qué permaneces en silencio y no haces nada por mí?, especialmente cuando sentimos que nos hundimos, porque el amor o el proyecto en el que habíamos puesto grandes esperanzas se desvanece”.

Cuando nos faltan las fuerzas

Francisco dijo que lo mismo hacemos cuando estamos a merced de las “insistentes olas de la ansiedad”; o cuando “nos sentimos abrumados por los problemas o perdidos en medio del mar de la vida, sin rumbo y sin puerto”. E incluso  en los momentos en que nos faltan las fuerzas para seguir adelante porque nos falta el trabajo, o ante un “diagnóstico inesperado” que nos hace temer por nuestra salud o por la de un ser querido.

Corremos el riesgo de perder de vista lo más importante

En estas situaciones y en muchas otras – prosiguió  explicando el Papa –solemos sentirnos “asfixiados por el miedo” y, al igual que los discípulos, “corremos el riesgo de perder de vista lo más importante”, a saber: que en la barca, “aunque esté dormido, Jesús está allí”.

El sueño del Señor nos hace despertar

“Su sueño, si por un lado nos asombra, por otro nos pone a prueba. El Señor, de hecho, espera que lo involucremos, que lo invoquemos, que lo pongamos en el centro de lo que vivimos”

Después de afirmar que el sueño de Jesús “nos hace despertar”, porque, para ser discípulos de Jesús, “no basta con creer que Dios existe”, sino que “hay que implicarse con Él, hay que alzar también la voz con Él, clamarle a Él”, el Papa invitó a preguntarnos hoy:

“¿Cuáles son los vientos que soplan en mi vida, cuáles son las olas que dificultan mi navegación?”

Aferrarnos al Señor contra las olas de la vida

De ahí su consejo de contarle todo a Jesús, dado que Él así lo desea, y quiere que “nos aferremos a Él para encontrar refugio contra las olas de la vida”.

No nos bastamos a nosotros mismos

Al recordar que el Evangelio dice que los discípulos se acercaron a Jesús para despertarlo y hablarle, Francisco dijo que “éste es el principio de nuestra fe”:

“Reconocer que por nosotros mismos no somos capaces de mantenernos a flote, que necesitamos a Jesús como los marineros de las estrellas para encontrar nuestro rumbo”

A la vez que añadió que “la fe empieza por creer que no nos bastamos a nosotros mismos, por sentirnos necesitados de Dios”. De manera que cuando “superamos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos” y superamos esa “falsa religiosidad” que indica que no hay que “molestar a Dios”, en realidad, cuando clamamos a Él, “puede obrar maravillas en nosotros”.

“La fuerza mansa y extraordinaria de la oración realiza milagros”

Hacia el final de su alocución el Santo Padre dijo que el episodio de Jesús que, implorado por los discípulos, calma el viento y las olas, nos plantea otra pregunta: “¿Por qué están con tanto miedo? ¿Cómo no tienen fe? Los discípulos se habían dejado llevar por el miedo, porque se habían quedado mirando las olas en vez de mirar a Jesús”.

“También para nosotros es así: ¡cuántas veces nos quedamos mirando los problemas en vez de ir al Señor y dejarle a Él nuestras preocupaciones! ¡Cuántas veces dejamos al Señor en un rincón, en el fondo de la barca de la vida, para despertarlo sólo en el momento de la necesidad!”

Y concluyó sugiriendo pedir hoy “la gracia de una fe que no se canse de buscar al Señor, de llamar a la puerta de su Corazón”.

“Que la Virgen María, que en su vida nunca dejó de confiar en Dios, despierte en nosotros la necesidad vital de encomendarnos a Él cada día”

Llamamiento por Myanmar y Día Mundial del Refugiado

Al final de la oración mariana, Francisco unió su voz a la de los obispos de Myanmar, intérpretes del grito de dolor de una población  probada también por el hambre. "Que el corazón de Cristo -dijo- toque los corazones de todos, llevando la paz a Myanmar. A continuación, el pensamiento del Pontífice se dirigió a la Jornada Mundial del Refugiado, promovida por las Naciones Unidas. El Papa invitó a mirar a los que huyen de las guerras y la violencia y a "su valiente resiliencia" para hacer crecer "una comunidad más humana". Por último, el saludo a los fieles y, en particular, a la Asociación de Guías y Scouts Católicos Italianos; a la delegación de Madres educadoras de las escuelas italianas y a los jóvenes del Centro "Padre Nuestro" de Palermo, fundado por el Beato Don Puglisi.

miércoles, 16 de junio de 2021

La oración pascual de Jesús por nosotros

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Patio de San Dámaso
Miércoles, 16 de junio de 2021

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Catequesis 38.  La oración pascual de Jesús por nosotros

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta serie de catequesis hemos recordado en varias ocasiones cómo la oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús: Jesús rezaba, y rezaba mucho. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia.

Los Evangelios testimonian cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. Estos sucesos culminantes de su vida constituyen el núcleo central de la predicación cristiana: esas últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio no solo porque a esta narración los evangelistas reservan, en proporción, un espacio mayor, sino también porque el evento de la muerte y resurrección —como un rayo— arroja luz sobre todo el resto de la historia de Jesús. Él no fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y de las enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solamente bondad: hay algo más, está la salvación, y no una salvación episódica – la que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo – sino la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.

En los días de su última Pascua, encontramos por tanto a Jesús, plenamente inmerso en la oración.

Él reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní —lo hemos escuchado—, asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr. Mc 14,36). Esta palabra aramea —que era la lengua de Jesús— expresa intimidad, expresa confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad que lo rodea, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: Abbà, Papá.

Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios surge una vez más la palabra “Padre”. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los otros, reza por todos, también por aquellos que lo condenan, sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado. Todos estaban contra Él o indiferentes, solamente ese malhechor reconoce el poder. «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos, pronuncia las palabras trágicas del salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (v. 2): Él sentía el abandono y rezaba. En la cruz se cumple el don del Padre, que ofrece el amor, es decir se cumple nuestra salvación. Y también, una vez, lo llama “Dios mío”, “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”: es decir, todo, todo es oración, en las tres horas de la Cruz.

Por tanto, Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Y con la resurrección el Padre responderá a la oración. La oración de Jesús es intensa, la oración de Jesús es única y se convierte también en el modelo de nuestra oración. Jesús ha rezado por todos, ha rezado también por mí, por cada uno de vosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Jesús, en la cruz, ha rezado por mí”. Ha rezado. Jesús puede decir a cada uno de nosotros: “He rezado por ti, en la Última Cena y en el madero de la Cruz”. Incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La oración de Jesús está con nosotros. “Y ahora, padre, aquí, nosotros que estamos escuchando esto, ¿Jesús reza por nosotros?”. Sí, sigue rezando para que Su palabra nos ayude a ir adelante. Pero rezar y recordar que Él reza por nosotros.

Y esto me parece lo más bonito para recordar. Esta es la última catequesis de este ciclo sobre la oración: recordar la gracia de que nosotros no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, ya somos acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo. Jesús reza por mí: cada uno de nosotros puede poner esto en el corazón, no hay que olvidarlo. También en los peores momentos. Somos ya acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre en la comunión del Espíritu Santo. Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte y resurrección todo ha sido ofrecido por nosotros. Y entonces, con la oración y con la vida, no nos queda más que tener valentía, esperanza y con esta valentía y esperanza sentir fuerte la oración de Jesús e ir adelante: que nuestra vida sea un dar gloria a Dios conscientes de que Él reza por mí al Padre, que Jesús reza por mí.

domingo, 13 de junio de 2021

Jesús nos infunde confianza, el bien crece en silencio


 https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-06/papa-francisco-angelus-xi-domingo-ordinario-parabola-confianza.html

Este domingo, 13 de junio, en su alocución antes de rezar a la Madre de Dios, el Santo Padre invitó a los fieles a cultivar la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, a esforzarnos todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia, para así salir bien de la pandemia.

Renato Martinez - Ciudad del Vaticano

“Que María Santísima, la humilde sierva del Señor, nos enseñe a ver la grandeza de Dios que obra en las cosas pequeñas, y a vencer la tentación del desánimo fiándonos de Él cada día”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus, de este XI Domingo del Tiempo Ordinario.

Buscar y hallar a Dios en todas las cosas

El Santo Padre señaló que, el Evangelio de este domingo, 13 de junio, en el que retomamos el tiempo litúrgico “Ordinario”, nos presenta dos parábolas que se inspiran precisamente en la vida ordinaria, y revelan la mirada atenta y profunda de Jesús, que observa la realidad y, mediante pequeñas imágenes cotidianas, abre ventanas hacia el misterio de Dios y la historia humana. “Así, nos enseña que incluso las cosas de cada día – precisó el Pontífice – esas que a veces parecen todas iguales y que llevamos adelante con distracción o cansancio, están habitadas por la presencia escondida de Dios”. Por tanto, necesitamos ojos atentos para saber “buscar y hallar a Dios en todas las cosas”, como le gustaba decir a San Ignacio de Loyola.

El bien crece de modo humilde, a menudo invisible

Con estas parábolas, afirmó el Papa Francisco, Jesús compara el Reino de Dios, su presencia que habita el corazón de las cosas y del mundo, con el grano de mostaza, la semilla más pequeña que hay. “A veces, el fragor del mundo y las muchas actividades que llenan nuestras jornadas nos impiden detenernos y vislumbrar en qué modo el Señor conduce la historia. Y, sin embargo – asegura el Evangelio – Dios está obrando, como una pequeña semilla buena que silenciosa y lentamente germina. Y, poco a poco, se convierte en un árbol frondoso que da vida y reparo a todos”. También la semilla de nuestras buenas obras puede parecer poca cosa; mas todo lo que es bueno pertenece a Dios y, por tanto, humilde y lentamente, da fruto. El bien – recordémoslo – crece siempre de modo humilde, escondido, a menudo invisible.

Dios actúa siempre en el terreno de nuestra vida

Con esta parábola, ratificó el Pontífice, Jesús quiere infundirnos confianza. De hecho, en muchas situaciones de la vida puede suceder que nos desanimemos al ver la debilidad del bien respecto a la fuerza aparente del mal. “Y podemos dejar que el desánimo nos paralice cuando constatamos que nos hemos esforzado, pero no hemos obtenido resultados y parece que las cosas nunca cambian”. El Evangelio – señaló el Papa – nos pide una mirada nueva sobre nosotros mismos y sobre la realidad; pide que tengamos ojos grandes que saben ver más allá, especialmente más allá de las apariencias, para descubrir la presencia de Dios que, como amor humilde, está siempre operando en el terreno de nuestra vida y en el de la historia.

“Y esta es nuestra confianza, es esto lo que nos da fuerzas para seguir adelante cada día con paciencia, sembrando el bien que dará fruto. ¡Qué importante es esta actitud para salir bien de la pandemia! Cultivar la confianza de estar en las manos de Dios y, al mismo tiempo, esforzarnos todos por reconstruir y recomenzar, con paciencia y constancia”

Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes

Finalmente, el Papa Francisco explicó la segunda parábola que nos presenta el Evangelio de hoy y dijo que, también en la Iglesia puede arraigar la cizaña del desánimo, sobre todo cuando asistimos a la crisis de la fe y al fracaso de varios proyectos e iniciativas. Pero no olvidemos nunca – afirmó el Papa – que los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios. A nosotros nos toca sembrar con amor, esfuerzo, paciencia. Pero la fuerza de la semilla es divina. Con Dios siempre hay esperanza de nuevos brotes, incluso en los terrenos más áridos

miércoles, 9 de junio de 2021

Perseverar en el amor

 

Index 

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Patio de San Dámaso
Miércoles, 9 de junio de 2021

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Catequesis 37.  Perseverar en el amor 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta penúltima catequesis sobre la oración hablamos de la perseverancia al rezar. Es una invitación, es más, un mandamiento que nos viene de la Sagrada Escritura. El itinerario espiritual del Peregrino ruso empieza cuando se encuentra con una frase de san Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses: «Orad constantemente. En todo dad gracias» (5,17-18). La palabra del Apóstol toca a ese hombre y él se pregunta cómo es posible rezar sin interrupción, dado que nuestra vida está fragmentada en muchos momentos diferentes, que no siempre hacen posible la concentración. De este interrogante empieza su búsqueda, que lo conducirá a descubrir la llamada oración del corazón. Esta consiste en repetir con fe: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador!”. Una oración sencilla, pero muy bonita. Una oración que, poco a poco, se adapta al ritmo de la respiración y se extiende a toda la jornada. De hecho, la respiración no cesa nunca, ni siquiera mientras dormimos; y la oración es la respiración de la vida.

¿Cómo es posible custodiar siempre un estado de oración? El Catecismo nos ofrece citas bellísimas, tomadas de la historia de la espiritualidad, que insisten en la necesidad de una oración continua, que sea el fulcro de la existencia cristiana. Cito algunas de ellas.

Afirma el monje Evagrio Póntico: «No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar constantemente —no, esto no se nos ha pedido— pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar» (n. 2742). El corazón en oración. Hay por tanto un ardor en la vida cristiana, que nunca debe faltar. Es un poco como ese fuego sagrado que se custodiaba en los templos antiguos, que ardía sin interrupción y que los sacerdotes tenían la tarea de mantener alimentado. Así es: debe haber un fuego sagrado también en nosotros, que arda en continuación y que nada pueda apagar. Y no es fácil, pero debe ser así.

San Juan Crisóstomo, otro pastor atento a la vida concreta, predicaba así: «Conviene que el hombre ore atentamente, bien estando en la plaza o mientras da un paseo: igualmente el que está sentado ante su mesa de trabajo o el que dedica su tiempo a otras labores, que levante su alma a Dios: conviene también que el siervo alborotador o que anda yendo de un lado para otro, o el que se encuentra sirviendo en la cocina» (n. 2743). Pequeñas oraciones: “Señor, ten piedad de nosotros”, “Señor, ayúdame”. Por tanto, la oración es una especie de pentagrama musical, donde nosotros colocamos la melodía de nuestra vida. No es contraria a la laboriosidad cotidiana, no entra en contradicción con las muchas pequeñas obligaciones y encuentros, si acaso es el lugar donde toda acción encuentra su sentido, su porqué y su paz.

Cierto, poner en práctica estos principios no es fácil. Un padre y una madre, ocupados con mil cometidos, pueden sentir nostalgia por un periodo de su vida en el que era fácil encontrar tiempos cadenciosos y espacios de oración. Después, los hijos, el trabajo, los quehaceres de la vida familiar, los padres que se vuelven ancianos… Se tiene la impresión de no conseguir nunca llegar a la cima de todo. Entonces hace bien pensar que Dios, nuestro Padre, que debe ocuparse de todo el universo, se acuerda siempre de cada uno de nosotros. Por tanto, ¡también nosotros debemos acordarnos de Él!

Podemos recordar que en el monaquismo cristiano siempre se ha tenido en gran estima el trabajo, no solo por el deber moral de proveerse a sí mismo y a los demás, sino también por una especie de equilibrio, un equilibrio interior: es arriesgado para el hombre cultivar un interés tan abstracto que se pierda el contacto con la realidad. El trabajo nos ayuda a permanecer en contacto con la realidad. Las manos entrelazadas del monje llevan los callos de quien empuña pala y azada. Cuando, en el Evangelio de Lucas (cfr. 10,38-42), Jesús dice a santa Marta que lo único verdaderamente necesario es escuchar a Dios, no quiere en absoluto despreciar los muchos servicios que ella estaba realizando con tanto empeño.

En el ser humano todo es “binario”: nuestro cuerpo es simétrico, tenemos dos brazos, dos ojos, dos manos… Así también el trabajo y la oración son complementarios. La oración – que es la “respiración” de todo – permanece como el fondo vital del trabajo, también en los momentos en los que no está explicitada. Es deshumano estar tan absortos por el trabajo como para no encontrar más el tiempo para la oración.

Al mismo tiempo, no es sana una oración que sea ajena de la vida. Una oración que nos enajena de lo concreto de la vida se convierte en espiritualismo, o, peor, ritualismo. Recordemos que Jesús, después de haber mostrado a los discípulos su gloria en el monte Tabor, no quiere alargar ese momento de éxtasis, sino que baja con ellos del monte y retoma el camino cotidiano. Porque esa experiencia tenía que permanecer en los corazones como luz y fuerza de su fe; también una luz y fuerza para los días venideros: los de la Pasión. Así, los tiempos dedicados a estar con Dios avivan la fe, la cual nos ayuda en la concreción de la vida, y la fe, a su vez, alimenta la oración, sin interrupción. En esta circularidad entre fe, vida y oración, se mantiene encendido ese fuego del amor cristiano que Dios se espera de nosotros.

Y repetimos la oración sencilla que es tan bonito repetir durante el día, todos juntos: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí pecador”.