lunes, 31 de mayo de 2021

Solemnidad de la Santísima Trinidad

 




PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Solemnidad de la Santísima Trinidad
Domingo, 30 de mayo de 2021 - Plaza de San Pedro

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta fiesta en la que celebramos a Dios: el misterio de un único Dios y este Dios es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Tres personas, pero Dios es uno! El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu es Dios. Pero no son tres dioses: es un solo Dios en tres Personas. Es un misterio que nos ha revelado Jesucristo: la Santa Trinidad. Hoy nos detenemos a celebrar este misterio, porque las Personas no son adjetivaciones de Dios: no. Son Personas, reales, distintas, diferentes; no son —como decía aquel filósofo— “emanaciones de Dios”: ¡no, no! Son Personas.

 Está el Padre, al que rezo con el Padrenuestro; está el Hijo que me ha dado la redención, la justificación; está el Espíritu Santo que habita en nosotros y habita en la Iglesia. Y este nos habla al corazón, porque lo encontramos encerrado en esa frase de san Juan que resume toda la revelación: «Dios es amor» (1Jn 4,8.16). El Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu Santo es amor. Y en cuanto es amor, Dios, aunque es uno y único, no es soledad sino comunión, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque el amor es esencialmente don de sí mismo, y en su realidad originaria e infinita es Padre que se da generando al Hijo, que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo, vínculo de su unidad. No es fácil entenderlo, pero se puede vivir este misterio; todos nosotros; se puede vivir tanto.

Este misterio de la Trinidad nos fue desvelado por el mismo Jesús. Él nos hizo conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso; se presentó a Sí mismo, verdadero hombre, como Hijo de Dios y Verbo del Padre, Salvador que da su vida por nosotros y habló del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, Espíritu de la Verdad, Espíritu Paráclito —el domingo pasado hablamos de esta palabra “paráclito”— es decir, Consolador y Abogado. Y cuando Jesús se apareció a los apóstoles después de la Resurrección, Jesús los mandó a evangelizar «a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).

La fiesta de hoy, pues, nos hace contemplar este maravilloso misterio de amor y luz del que procedemos y hacia el cual se orienta nuestro camino terrenal.

En el anuncio del Evangelio y en toda forma de la misión cristiana, no se puede prescindir de esta unidad a la que llama Jesús, entre nosotros, siguiendo la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: no se puede prescindir de esta unidad. La belleza del Evangelio requiere ser vivida —la unidad— y testimoniada en la concordia entre nosotros, que somos tan diferentes. Y esta unidad me atrevo a decir que es esencial para el cristiano: no es una actitud, una forma de decir: no, es esencial, porque es la unidad que nace del amor, de la misericordia de Dios, de la justificación de Jesucristo y de la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones.

María Santísima, en su sencillez y humildad, refleja la Belleza de Dios Uno y Trino, porque recibió plenamente a Jesús en su vida. Que ella sostenga nuestra fe; que nos haga adoradores de Dios y servidores de nuestros hermanos.

miércoles, 26 de mayo de 2021

La certeza de ser escuchados

 

Index 


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Patio de San Dámaso
Miércoles, 26 de mayo de 2021

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Catequesis 35.  La certeza de ser escuchados

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hay una contestación radical a la oración, que deriva de una observación que todos hacemos: nosotros rezamos, pedimos, sin embargo, a veces parece que nuestras oraciones no son escuchadas: lo que hemos pedido – para nosotros o para otros – no sucede. Nosotros tenemos esta experiencia, muchas veces. Si además el motivo por el que hemos rezado era noble (como puede ser la intercesión por la salud de un enfermo, o para que cese una guerra), el incumplimiento nos parece escandaloso. Por ejemplo, por las guerras: nosotros estamos rezando para que terminen las guerras, estas guerras en tantas partes del mundo, pensemos en Yemen, pensemos en Siria, países que están en guerra desde hace años, ¡años! Países atormentados por las guerras, nosotros rezamos y no terminan. ¿Pero cómo puede ser esto? «Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada» (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2734) Pero si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? Él que ha asegurado que da cosas buenas a los hijos que se lo piden (cfr. Mt 7,10), ¿por qué no responde a nuestras peticiones? Todos nosotros tenemos experiencia de esto: hemos rezado, rezado, por la enfermedad de este amigo, de este papá, de esta mamá y después se han ido, Dios no nos ha escuchado. Es una experiencia de todos nosotros.

El Catecismo nos ofrece una buena síntesis sobre la cuestión. Nos advierte del riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una varita mágica: es un diálogo con el Señor. De hecho, cuando rezamos podemos caer en el riesgo de no ser nosotros quienes servimos a Dios, sino pretender que sea Él quien nos sirva a nosotros (cfr. n. 2735). He aquí, pues, una oración que siempre reclama, que quiere dirigir los sucesos según nuestro diseño, que no admite otros proyectos si no nuestros deseos. Jesús sin embargo tuvo una gran sabiduría poniendo en nuestros labios el “Padre nuestro”. Es una oración solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están todas del lado de Dios. Piden que se cumpla no nuestro proyecto, sino su voluntad en relación con el mundo. Mejor dejar hacer a Él: «Sea santificado tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad» (Mt 6,9-10).

Y el apóstol Pablo nos recuerda que nosotros no sabemos ni siquiera qué sea conveniente pedir (cfr. Rm 8,26). Nosotros pedimos por nuestras necesidades, las cosas que nosotros queremos, “¿pero esto es más conveniente o no?”. Pablo nos dice: nosotros ni siquiera sabemos qué es conveniente pedir.  Cuando rezamos debemos ser humildes: esta es la primera actitud para ir a rezar. Así como está la costumbre en muchos lugares que, para ir a rezar a la iglesia, las mujeres se ponen el velo o se toma el agua bendita para empezar a rezar, así debemos decirnos, antes de la oración, lo que sea más conveniente, que Dios me dé lo que sea más conveniente: Él sabe. Cuando rezamos tenemos que ser humildes, para que nuestras palabras sean efectivamente oraciones y no un vaniloquio que Dios rechaza. Se puede también rezar por motivos equivocados: por ejemplo, derrotar el enemigo en guerra, sin preguntarnos qué piensa Dios de esa guerra. Es fácil escribir en un estandarte “Dios está con nosotros”; muchos están ansiosos por asegurar que Dios está con ellos, pero pocos se preocupan por verificar si ellos están efectivamente con Dios. En la oración, es Dios quien nos debe convertir, no somos nosotros los que debemos convertir a Dios. Es la humildad. Yo voy a rezar pero Tú, Señor, convierte mi corazón para que pida lo que es conveniente, pida lo que sea mejor para mi salud espiritual.

Sin embargo, un escándalo permanece: cuando los hombres rezan con corazón sincero, cuando piden bienes que corresponden al Reino de Dios, cuando una madre reza por el hijo enfermo, ¿por qué a veces parece que Dios no escucha? Para responder a esta pregunta, es necesario meditar con calma los Evangelios. Los pasajes de la vida de Jesús están llenos de oraciones: muchas personas heridas en el cuerpo y en el espíritu le piden ser sanadas; está quien le pide por un amigo que ya no camina; hay padres y madres que le llevan hijos e hijas enfermos… Todas son oraciones impregnadas de sufrimiento. Es un coro inmenso que invoca: “¡Ten piedad de nosotros!”.

Vemos que a veces la respuesta de Jesús es inmediata, sin embargo, en otros casos esta se difiere en el tiempo: parece que Dios no responde. Pensemos en la mujer cananea que suplica a Jesús por la hija: esta mujer debe insistir mucho tiempo para ser escuchada (cfr. Mt 15,21-28). Tiene también la humildad de escuchar una palabra de Jesús que parece un poco ofensiva: no tenemos que tirar el pan a los perros, a los perritos. Pero a esta mujer no le importa la humillación: le importa la salud de la hija. Y va adelante: “Sí, también los perritos comen de lo que cae de la mesa”, y esto le gusta a Jesús. La valentía en la oración. O pensemos también en el paralítico llevado por sus cuatro amigos: inicialmente Jesús perdona sus pecados y tan solo en un segundo momento lo sana en el cuerpo (cfr. Mc 2,1-12). Por tanto, en alguna ocasión la solución del drama no es inmediata. También en nuestra vida, cada uno de nosotros tiene esta experiencia. Tenemos un poco de memoria: cuántas veces hemos pedido una gracia, un milagro, digámoslo así, y no ha sucedido nada. Después, con el tiempo, las cosas se han arreglado, pero según el modo de Dios, el modo divino, no según lo que nosotros queríamos en ese momento. El tiempo de Dios no es nuestro tiempo.

Desde este punto de vista, merece atención sobre todo la sanación de la hija de Jairo (cfr. Mc 5,21-33). Hay un padre que corre sin aliento: su hija está mal y por este motivo pide la ayuda de Jesús. El Maestro acepta enseguida, pero mientras van hacia la casa tiene lugar otra sanación, y después llega la noticia de que la niña está muerta. Parece el final, pero Jesús dice al padre: «No temas; solamente ten fe» (Mc 5,36). “Sigue teniendo fe”: porque la fe sostiene la oración. Y de hecho, Jesús despertará a esa niña del sueño de la muerte. Pero por un cierto tiempo, Jairo ha tenido que caminar a oscuras, con la única llama de la fe. ¡Señor, dame la fe! ¡Que mi fe crezca! Pedir esta gracia, de tener fe. Jesús, en el Evangelio, dice que la fe mueve montañas. Pero, tener la fe en serio. Jesús, delante de la fe de sus pobres, de sus hombres, cae vencido, siente una ternura especial, delante de esa fe. Y escucha.

También la oración que Jesús dirige al Padre en el Getsemaní parece permanecer sin ser escuchada: “Padre, si es posible, aleja de mí esto que me espera”. Parece que el Padre no lo ha escuchado. El Hijo tendrá que beber hasta el fondo el cáliz de la Pasión. Pero el Sábado Santo no es el capítulo final, porque al tercer día, es decir el domingo, está la resurrección. El mal es señor del penúltimo día: recordad bien esto. El mal nunca es un señor del último día, no: del penúltimo, el momento donde es más oscura la noche, precisamente antes de la aurora. Allí, en el penúltimo día está la tentación donde el mal nos hace entender que ha vencido: “¿has visto?, ¡he vencido yo!”. El mal es señor del penúltimo día: el último día está la resurrección. Pero el mal nunca es señor del último día: Dios es el Señor del último día. Porque ese pertenece solo a Dios, y es el día en el que se cumplirán todos los anhelos humanos de salvación. Aprendamos esta paciencia humilde de esperar la gracia del Señor, esperar el último día. Muchas veces, el penúltimo día es muy feo, porque los sufrimientos humanos son feos. Pero el Señor está y en el último día Él resuelve todo.

domingo, 23 de mayo de 2021

Es el tiempo del Paráclito

El Paráclito, nuestro Consolador y Abogado, dice a la Iglesia que hoy es el tiempo de la consolación, del gozoso anuncio del Evangelio, de llevar la alegría del Resucitado. Es el tiempo para derramar amor sobre el mundo; y es el tiempo de la misericordia. Homilía del Papa en la Solemnidad de Pentecostés.

Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-05/el-papa-en-la-misa-de-pentecostes-es-tiempo-del-paraclito.html

“Es el tiempo del Paráclito, el tiempo de la libertad de corazón en el Paráclito”: lo afirmó el Sucesor de Pedro hoy, 23 de mayo de 2021, al celebrar la Santa Misa en la Solemnidad de Pentecostés, en el Altar de la Confesión de la Basílica Vaticana.  El Sumo Pontífice comenzó su homilía con la promesa de la promesa de Jesús a sus discípulos citada en el Evangelio de San Juan, capítulo 15, versículo 26. 

Es el tiempo, dijo el Santo Padre, sí, del Paráclito, del Espíritu Santo “el don definitivo, el don de los dones” prometido por Jesús:

“Paráclito. Acojamos hoy esta palabra, que no es fácil de traducir porque encierra varios significados. Paráclito quiere decir esencialmente dos cosas: Consolador y Abogado.”

El Paráclito, nuestro Consolador y Abogado

“El Paráclito es el Consolador”, explicó el Santo Padre. Todos nosotros – dijo – especialmente en los momentos difíciles como el que estamos atravesando debido a la pandemia, buscamos consolaciones. Pero frecuentemente recurrimos sólo a las consolaciones terrenas, que desaparecen pronto, son consolaciones del momento. Jesús, en cambio, “nos ofrece hoy la consolación del cielo, el Espíritu, la «fuente del mayor consuelo».

La diferencia con las consolaciones de este mundo, es que estas últimas son como los analgésicos: “dan un alivio momentáneo, pero no curan el mal profundo que llevamos dentro”; “evaden, distraen, pero no curan de raíz”; “calman superficialmente, en el ámbito de los sentidos y difícilmente en del corazón”. Esto porque “sólo quien nos hace sentir amados tal y como somos da paz al corazón”. El Espíritu Santo, “ternura misma de Dios, que no nos deja solos”, dijo el Santo Padre, actúa así: «entra hasta el fondo del alma», pues como Espíritu obra en nuestro espíritu. Visita lo más íntimo del corazón como «dulce huésped del alma».

“Hermana, hermano, si adviertes la oscuridad de la soledad, si llevas dentro un peso que sofoca la esperanza, si tienes en el corazón una herida que quema, si no encuentras una salida, ábrete al Espíritu Santo.”

Tal como escribía san Buenaventura, recordó Pontífice, el Espíritu «lleva mayor consolación donde hay mayor tribulación, no como hace el mundo que en la prosperidad consuela y adula, y en la adversidad se burla y condena». “Eso hace el mundo”, señaló. Lo hace, sobre todo, el espíritu enemigo, es decir, “el diablo”, que “primero nos halaga y nos hace sentir invencibles”, haciendo “crecer la vanidad” y después “juega con nosotros”, echándonos por tierra y haciéndonos sentir “inadecuados”. Mientras el maligno “hace todo lo posible para que caigamos”, subrayó el Pontífice, el Espíritu del Resucitado “quiere realzarnos”. Por eso el Papa invitó a mirar a los Apóstoles, que en aquella mañana estaban solos y perdidos, y tenían las puertas cerradas por el miedo, que vivían en el temor y tenían ante sus ojos estaban todas sus debilidades y fracasos, sus pecados, puesto que “habían renegado a Jesucristo”. Sucede que “los años pasados con Jesús no los habían cambiado, seguían siendo los mismos”. Y así, tras haber recibido el Espíritu “todo cambió”, dijo el Santo Padre: “los problemas y los defectos siguieron siendo los mismos, pero, sin embargo, ya no los temían porque tampoco temían a quienes les querían hacer daño. Se sentían consolados interiormente y querían difundir la consolación de Dios”. 

“Los que antes estaban atemorizados, ahora sólo temen no dar testimonio del amor recibido.”

Por ese motivo, nosotros, discípulos de Jesús, también estamos llamados a dar testimonio del Espíritu Santo, a ser “paráclitos”, consoladores. Nos pide que “demos forma a su consolación”: no con grandes discursos, - afirmó Francisco – sino haciéndonos próximos. No con palabras de circunstancia, sino con la oración y la cercanía. Recordemos – pidió el Santo Padre – que la cercanía, la compasión y la ternura son el estilo de Dios, siempre.

“El Paráclito dice a la Iglesia que hoy es el tiempo de la consolación. Es el tiempo del gozoso anuncio del Evangelio más que de la lucha contra el paganismo. Es el tiempo de llevar la alegría del Resucitado, no de lamentarnos por el drama de la secularización. Es el tiempo para derramar amor sobre el mundo, sin amoldarse a la mundanidad. Es el tiempo de testimoniar la misericordia más que de inculcar reglas y normas. ¡Es el tiempo del Paráclito! Es el tiempo de la libertad del corazón, en el Paráclito.”

“El Paráclito, además, es el Abogado”, "nuestro" abogado, siguió explicando el Papa. En el contexto histórico de Jesús, - dIlucidó – el abogado no desarrollaba sus funciones como hoy, más que hablar en lugar del imputado, normalmente estaba junto a él y le sugería al oído los argumentos para defenderse. Y el Paráclito, “Espíritu de la Verdad” que no nos reemplaza, sino que nos defiende de las falsedades del mal inspirándonos pensamientos y sentimientos, lo hace así. Y lo hace, dijo el Santo Padre, “con delicadeza, sin forzarnos”: se propone, pero no se impone.

“El espíritu de la falsedad, el maligno, por el contrario, trata de obligarnos, quiere hacernos creer que siempre estamos obligados a ceder a las sugestiones malignas y a las pulsiones de los vicios.”

El Papa propuso, entonces, “acoger” tres sugerencias típicas del Paráclito, que son “antídotos básicos contra sendas tentaciones, hoy muy extendidas”. El primer consejo del Espíritu Santo, es “vive el presente”, no el pasado o el futuro, pues, el Paráclito afirma “la primacía del hoy contra la tentación de paralizarnos por las amarguras y las nostalgias del pasado, como también de concentrarnos en las incertidumbres del mañana y dejarnos obsesionar por los temores del porvenir”. Tal como nos recuerda del Espíritu, “no hay otro tiempo mejor para nosotros” que “la gracia del presente”: 

“Ahora, justo donde nos encontramos, es el momento único e irrepetible para hacer el bien, para hacer de la vida un don. ¡Vivamos el presente!”

El Paráclito también aconseja “buscar el todo”, no la parte, continuó diciendo el Papa. Esto porque “el Espíritu no plasma individuos cerrados, sino que nos constituye como Iglesia en la multiforme variedad de carismas, en una unidad que no es nunca uniformidad”. Él “afirma la primacía del conjunto”: es en el conjunto, en la comunidad, donde el Espíritu prefiere actuar y llevar la novedad”. De ahí que el Papa invitase una vez más a mirar a los apóstoles, muy distintos entre sí: estaba Mateo, publicano que había colaborado con los romanos, y Simón, llamado el Zelota, que se oponía a ellos. “Había ideas políticas opuestas, visiones del mundo muy diferentes. Pero cuando recibieron el Espíritu aprendieron a no dar la primacía a sus puntos de vista humanos, sino al todo de Dios”.  Por eso si “hoy” escuchamos al Espíritu, aseguró el Pontífice, “no nos centraremos en conservadores y progresistas, tradicionalistas e innovadores, derecha e izquierda”, pues “si estos son los criterios, quiere decir que en la Iglesia se olvida el Espíritu”.

“El Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y hermanas entre nosotros. ¡Busquemos el todo! El enemigo quiere que la diversidad se transforme en oposición, y por eso la convierte en ideologías. Hay que decir “no” a las ideologías y “sí” al todo.”

Finalmente, el tercer “gran consejo” del Paráclito es “Pon a Dios antes que tu yo”. Se trata, puntualizó Francisco, del “paso decisivo” de la vida espiritual, “que no es una serie de méritos y de obras nuestras, sino humilde acogida de Dios”. El Paráclito, dijo aún el Papa, “afirma el primado de la gracia”, y, por lo tanto, “sólo si nos vaciamos de nosotros mismos dejamos espacio al Señor; sólo si nos abandonamos en Él nos encontramos a nosotros mismos; sólo como pobres en el espíritu seremos ricos de Espíritu Santo”. Es una cosa que vale “también para la Iglesia”, añadió, recordando, una vez más, que “no salvamos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos con nuestras propias fuerzas”. Si ponemos en primer lugar nuestros proyectos, nuestras estructuras y nuestros planes de reforma – advirtió – caeremos en el pragmatismo, en el eficientismo, en el horizontalismo, y no daremos fruto. Los “ismos” – advirtió aún el Obispo de Roma – son ideologías que dividen, que separan.

“La Iglesia no es una organización humana ―es humana, pero no es sólo una organización humana―, la Iglesia es el templo del Espíritu Santo. Jesús ha traído el fuego del Espíritu a la tierra y la Iglesia se reforma con la unción, con la gratuidad de la unción de la gracia, con la fuerza de la oración, con la alegría de la misión, con la belleza cautivadora de la pobreza. ¡Pongamos a Dios en el primer lugar!”

Oración al Paráclito

Así, el Sucesor del Apóstol Pedro, concluyó la homilía con una oración, a recordar y custodiar, - sugiere quien escribe – cada discípulo del Señor: 

“Espíritu Santo, Espíritu Paráclito, consuela nuestros corazones. Haznos misioneros de tu consolación, paráclitos de misericordia para el mundo. Abogado nuestro, dulce consejero del alma, haznos testigos del hoy de Dios, profetas de unidad para la Iglesia y la humanidad, apóstoles fundados sobre tu gracia, que todo lo crea y todo lo renueva. Amén.”

viernes, 21 de mayo de 2021

XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos "Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión"

 https://es.aleteia.org/2021/05/21/el-papa-francisco-abre-nuevo-camino-para-un-sinodo-2021-2023/?utm_campaign=NL_es&utm_content=NL_es&utm_medium=mail&utm_source=daily_newsletter

sinodo

Antoine Mekary | ALETEIAAry Waldir Ramos Díaz - publicado el 21/05/21

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Después de los Sínodos sobre la familia, los jóvenes y la Amazonia, el papa Francisco ha convocado a un nuevo itinerario sinodal. 

La Santa Sede informó que el 24 de abril 2021, el Papa ha aprobado la organización de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, prevista inicialmente para el mes de octubre del 2022, con el tema: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión«. 

El Sínodo se articulará en tres fases, entre octubre del 2021 y el octubre del 2023, pasando por una fase diocesana y otra continental, que darán vida a dos Instrumentum Laboris (Documentos de trabajo) distintos, antes de la fase definitiva a nivel de Iglesia Universal.

“La articulación de las diferentes fases del proceso sinodal hará posible la escucha real del Pueblo de Dios y se garantizará la participación de todos en el proceso sinodal. No se trata solo de un evento, sino de un proceso que involucra en sinergia al Pueblo de Dios, al Colegio episcopal y al Obispo de Roma, cada uno según su propia función”.

©http://www.synod.va/

La Secretaría General del Sínodo de los Obispos informó del evento recordando que el Sínodo, citando al Papa, “es el punto de convergencia del dinamismo de escucha recíproca en el Espíritu Santo, conducido a todos los niveles de la Iglesia”. 

Los organizadores hablan de un proceso inédito. A continuación las pautas propuestas desde el Vaticano. 

El camino hacia la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, entonces, se realizará con el siguiente itinerario: 

– Apertura del Sínodo (octubre 2021) 

La apertura del Sínodo tendrá lugar en el Vaticano y en cada diócesis. Este camino será inaugurado por el Papa en el Vaticano el 9 y 10 de octubre.

El domingo 17 de octubre, con la misma modalidad, se abrirá en las diócesis bajo la presidencia del respectivo obispo. 

– Fase diocesana (octubre 2021 – abril 2022) 

El objetivo de esta fase es la consultación del Pueblo de Dios (cfr. Episcopalis Communio, 5,2) con la finalidad que el proceso sinodal se realice en la escucha de la totalidad de los bautizados, sujetos del sensu fidei infalible in credendo.

– Fase continental (septiembre 2022 – marzo 2023) 

La finalidad de esta fase es dialogar a nivel continental sobre el testo del primer Instrumentum Laboris, realizando un ulterior acto de discernimiento a la luz de las particularidades culturales específicas de cada continente. 

Secretaría General del Sínodo

La Secretaría General del Sínodo publicará y enviará el primer Instrumentum Laboris (en septiembre 2022). 

miércoles, 19 de mayo de 2021

Las dificultades en la oración: distracción, sequedad y acedia

 


En su 34ª catequesis dedicada a la oración, el Sumo Pontífice reflexionó sobre algunas de las dificultades que encontramos cuando oramos. En particular, siguiendo la pauta del Catecismo de la Iglesia Católica, se centró en la distracción, la sequedad y la acedia. Y recordó que “protestar ante Dios” es también “una forma de rezar”, pues es una manera del hijo de relacionarse con su padre.

El Papa Francisco presidió la Audiencia General de este miércoles 19 de mayo en el Patio de San Dámaso del Vaticano, y reflexionó sobre las distracciones, la sequedad y la acedia en la oración, siguiendo la pauta del Catecismo de la Iglesia Católica. 

La distracción y la vigilancia en la oración

Rezar no es fácil, comenzó diciendo el Papa, pues “hay muchas dificultades que surgen en la oración” y debemos conocerlas, individuarlas y superarlas. El primer problema que se le presenta a quien reza - señaló - es la distracción:

Empiezas a rezar y entonces tu mente da vueltas, da vueltas por todo el mundo; tu corazón está ahí, la mente está allí... la distracción de la oración. La oración convive a menudo con la distracción. De hecho, a la mente humana le cuesta detenerse durante mucho tiempo en un solo pensamiento. Todos experimentamos este constante torbellino de imágenes e ilusiones en continuo movimiento, que nos acompaña incluso durante el sueño. Y todos sabemos que no es bueno seguir esta inclinación desordenada. 

 

Hablando en italiano el Sumo Pontífice indicó que la lucha por conseguir y mantener la concentración no se limita a la oración, pues “si no se alcanza un grado de concentración suficiente, no se puede estudiar con provecho, ni se puede trabajar bien”. Y así puso el ejemplo de los deportistas, que “saben que las competiciones se ganan no sólo con el entrenamiento físico, sino también con la disciplina mental”, es decir, “sobre todo, con la capacidad de mantener la concentración y la atención”. Así, es necesario combatir las distracciones, y por ello en el patrimonio de nuestra fe hay una virtud “que a menudo se olvida”, y que se llama “vigilancia”: 

El Catecismo lo menciona explícitamente en su instrucción sobre la oración (cf. nº 2730). Jesús llama a menudo a los discípulos al deber de una vida sobria, guiados por el pensamiento de que tarde o temprano Él volverá, como un novio de una boda o un señor de un viaje. Sin embargo, al no conocer el día y la hora de Su regreso, todos los minutos de nuestra vida son preciosos y no deben desperdiciarse en distracciones. En un instante que desconocemos, resonará la voz de nuestro Señor: en ese día, bienaventurados los siervos que Él encuentre laboriosos, todavía centrados en lo que realmente importa.

En la oración, - dijo el Santo Padre en su resumen en español - cuando caemos en la cuenta de nuestras distracciones, lo que nos ayuda a combatirlas es ofrecer con humildad el corazón al Señor para que lo purifique y lo vuelva a centrar en Él. 

La sequedad y el corazón abierto al Señor

Otra dificultad es la sequedad, que puede depender de nosotros mismos, o también de Dios, que permite ciertas situaciones exteriores o interiores. Incluso “un dolor de cabeza o una dolencia hepática" impide entrar en la oración, y a menudo "no sabemos realmente la razón". Pero la sequedad “nos hace pensar en el Viernes Santo, en la noche y en el Sábado Santo", cuando "Jesús no está, está en el sepulcro; Jesús está muerto", y "estamos solos”: este es “el tiempo de la desolación y de la fe más pura, - afirmó Francisco -porque se mantiene firme junto a Jesús”. 

Los maestros espirituales describen la experiencia de la fe como una continua alternancia de tiempos de consuelo y de desolación; tiempos en los que todo es fácil, mientras que otros están marcados por una gran pesadez. Muchas veces, cuando encontramos un amigo, decimos: "¿Cómo estás?" - "Hoy estoy de bajón". Muchas veces estamos "decaídos", es decir, no tenemos sentimientos, no tenemos consolaciones, no podemos más. Son esos días grises... ¡y hay tantos en la vida! Pero el peligro es "tener" un corazón gris: cuando este "estar decaído" llega al corazón y lo enferma... y hay personas que viven con el corazón gris. Esto es terrible: ¡no se puede rezar, no se puede sentir consuelo con el corazón gris!

Para que entre la luz del Señor, “el corazón debe estar abierto y luminoso”, indicó entonces el Santo Padre, animando a esperar esa luz “con esperanza” y sin “encerrarla en lo gris”. 

La acedia y la humilde perseverancia

La acedia es la tercera dificultad que encontramos en la oración: es un “defecto”, dijo el Santo Padre, “otro vicio”, y constituye “una verdadera tentación” contra la oración y contra la vida cristiana.  Se trata, tal como enseña el Catecismo, de “una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón”. Es uno de los siete “vicios capitales” porque, alimentado por la presunción, puede conducir a la muerte del alma, aseguró el Papa Francisco. 

Entonces, ¿qué debemos hacer en esta sucesión de entusiasmos y desalientos? Hay que aprender a caminar siempre. El verdadero progreso de la vida espiritual no consiste en multiplicar los éxtasis, sino en ser capaces de perseverar en los tiempos difíciles: camina, camina, camina... Y si estás cansado, detente un rato y vuelve a caminar. Pero con perseverancia. 

Recordemos la parábola de San Francisco sobre la perfecta alegría: no es en las infinitas fortunas llovidas del Cielo donde se mide la capacidad de un fraile, sino en caminar con constancia, incluso cuando no se es reconocidos, incluso cuando se es maltratados, incluso cuando todo ha perdido el sabor de sus comienzos. (…) Debemos aprender a decir: "Aunque Tú, mi Dios, parezcas hacer todo lo posible para que deje de creer en Ti, yo sigo rezándote". ¡Los creyentes nunca apagan la oración!

El valor del “¿por qué?”

Aunque nuestra oración a veces "pueda parecerse a la de Job, que no acepta que Dios le trate injustamente, protesta y le llama a juicio”, el Papa puntualizó que, sin embargo, “muchas veces, protestar ante Dios es también una forma de rezar”: esto porque “porque muchas veces el hijo se enfada con su padre”, pues es “una manera de relacionarse con su padre”:

Sabemos que al final, al término de este tiempo de desolación, en el que hemos elevado al cielo gritos mudos y muchos "¿por qué?", Dios nos responderá. No olvidar la oración del "¿por qué?": es la oración que hacen los niños cuando empiezan a no comprender las cosas, y los psicólogos la llaman "la edad del por qué", porque el niño pregunta a su padre: "Papá, ¿por qué...? Papá, ¿por qué...? Papá, ¿por qué...?". Pero estemos atentos: él no escucha la respuesta del papá. El papá comienza a responder y él sale con otro por qué. Sólo quiere atraer la mirada de su padre hacia él; y cuando nos enfadamos un poco con Dios y empezamos a decir los "por qué", estamos atrayendo el corazón de nuestro Padre hacia nuestra miseria, hacia nuestra dificultad, hacia nuestra vida.

De ahí que el Pontífice concluyese su catequesis animando a tener el valor de decirle a Dios: “pero, ¿por qué?”. Porque – afirmó él – a veces, enfadarse un poco es bueno, porque nos hace despertar esa relación de hijo a Padre, de hija a Padre, que debemos tener con Dios. 

“Incluso nuestras expresiones más duras y amargas, Él las recogerá con el amor de un padre, y las considerará como un acto de fe, como una oración. Gracias.”

Durante sus saludos a los fieles, el Papa Francisco dirigió un pensamiento particular a los de lengua francófona: "A la espera de Pentecostés, como los Apóstoles reunidos en el Cenáculo con la Virgen María pidamos fervientemente al Señor el Espíritu de consuelo y de paz para los pueblos martirizados", dijo. Y saludando a los fieles de lengua española, animó a que en estos días de preparación a la Solemnidad de Pentecostés, pidamos al Señor "que nos envíe los dones del Espíritu Santo para poder perseverar en nuestra vida de oración con humildad y alegría, superando las dificultades con sabiduría y constancia".

lunes, 17 de mayo de 2021

La conclusión del Evangelio de Marcos— nos presenta el último encuentro del Resucitado con los discípulos antes de subir a la derecha del Padre.

 

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PAPA FRANCISCO

REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
Domingo, 16 de mayo de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor. La página evangélica (Mc 16,15-20) —la conclusión del Evangelio de Marcos— nos presenta el último encuentro del Resucitado con los discípulos antes de subir a la derecha del Padre. Normalmente, lo sabemos, las escenas de despedidas son tristes, causan en quien se queda un sentimiento de pérdida, de abandono; sin embargo esto no les sucede a los discípulos. No obstante la separación del Señor, no se muestran desconsolados, es más, están alegres y preparados para partir como misioneros en el mundo.

¿Por qué los discípulos no están tristes? ¿Por qué nosotros también debemos alegrarnos al ver a Jesús que asciende al cielo?

La ascensión completa la misión de Jesús en medio de nosotros. De hecho, si es por nosotros que Jesús bajó del cielo, también es por nosotros que asciende. Después de haber descendido en nuestra humanidad y haberla redimido —Dios, el Hijo de Dios, desciende y se hace hombre, toma nuestra humanidad y la redime— ahora asciende al cielo llevando consigo nuestra carne. Es el primer hombre que entra en el cielo, porque Jesús es hombre, verdadero hombre, es Dios, verdadero Dios; nuestra carne está en el cielo y esto nos da alegría. A la derecha del Padre se sienta ya un cuerpo humano, por primera vez, el cuerpo de Jesús, y en este misterio cada uno de nosotros contempla el propio destino futuro. No se trata de un abandono, Jesús permanece para siempre con los discípulos, con nosotros.

Permanece en la oración, porque Él, como hombre, reza al Padre, y como Dios, hombre y Dios, le hace ver las llagas, las llagas con las cuales nos ha redimido. La oración de Jesús está ahí, con nuestra carne: es uno de nosotros, Dios hombre, y reza por nosotros. Y esto nos debe dar una seguridad, es más, una alegría, ¡una gran alegría! Y el segundo motivo de alegría es la promesa de Jesús. Él nos ha dicho: “Os enviaré el Espíritu Santo”. Y ahí, con el Espíritu Santo, se hace ese mandamiento que Él da precisamente en la despedida: “Id por el mundo, anunciad el Evangelio”. Y será la fuerza del Espíritu Santo que nos lleva allá en el mundo, a llevar el Evangelio. Es el Espíritu Santo de ese día, que Jesús ha prometido, y entonces nueve días después vendrá en la fiesta de Pentecostés. Precisamente es el Espíritu Santo que ha hecho posible que todos nosotros seamos hoy así. ¡Una gran alegría! Jesús se ha ido al cielo: el primer hombre ante el Padre. Se fue con sus llagas, que han sido el precio de nuestra salvación, y reza por nosotros. Y después nos envía el Espíritu Santo, nos promete el Espíritu Santo, para ir a evangelizar. Por esto la alegría de hoy, por esto la alegría de este día de la Ascensión.

Hermanos y hermanas, en esta fiesta de la Ascensión, mientras contemplamos el Cielo, donde Cristo ha ascendido y se sienta a la derecha del Padre, pidamos a María, Reina del Cielo, que nos ayude a ser en el mundo testigos valientes del Resucitado en las situaciones concretas de la vida.

miércoles, 12 de mayo de 2021

El combate de la oración

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Patio de San Dámaso
Miércoles, 12 de mayo de 2021

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Catequesis 32. El combate de la oración

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Estoy contento de retomar este encuentro cara a cara, porque os digo algo: no es bonito hablar delante de la nada, de una cámara. No es bonito. Y ahora, después de tantos meses, gracias a la valentía de monseñor Sapienza —que ha dicho: “¡No, lo hacemos allí!”—  estamos aquí reunidos. ¡Es bueno monseñor Sapienza! Y encontrar la gente, y encontraros a vosotros, cada uno con su propia historia, gente que viene de todas las partes, de Italia, de Estados Unidos, de Colombia, después ese pequeño equipo de fútbol de cuarto hermanos suizos —creo— que están allí… cuatro. Falta la hermana, esperemos que llegue… Y veros a cada uno de vosotros a mí me alegra, porque somos todos hermanos en el Señor y mirarnos nos ayuda a rezar el uno por el otro. También la gente que está lejos pero siempre se hace cercana. La hermana sor Geneviève, que no puede faltar, que viene del Lunapark, gente que trabaja: son muchos y están aquí todos. Gracias por vuestra presencia y vuestra visita. Llevad el mensaje del Papa a todos. El mensaje del Papa es que yo rezo por todos, y pido rezar por mí unidos en la oración.

Y hablando de la oración, la oración cristiana, como toda la vida cristiana, no es “como dar un paseo”. Ninguno de los grandes orantes que encontramos en la Biblia y en la historia de la Iglesia ha tenido una oración “cómoda”. Sí, se puede rezar como los loros —bla, bla, bla, bla, bla— pero esto no es oración. La oración ciertamente dona una gran paz, pero a través de un combate interior, a veces duro, que puede acompañar también periodos largos de la vida. Rezar no es algo fácil y por eso nosotros escapamos de la oración. Cada vez que queremos hacerlo, enseguida nos vienen a la mente muchas otras actividades, que en ese momento parecen más importantes y más urgentes. Esto me sucede también a mí: voy a rezar un poco… Y no, debo hacer esto y lo otro… Nosotros huimos de la oración, no sé por qué, pero es así. Casi siempre, después de haber pospuesto la oración, nos damos cuenta de que esas cosas no eran en absoluto esenciales, y que quizá hemos perdido el tiempo. El Enemigo nos engaña así.

Todos los hombres y las mujeres de Dios mencionan no solamente la alegría de la oración, sino también la molestia y la fatiga que puede causar: en algunos momentos es una dura lucha mantener la fe en los tiempos y en las formas de la oración. Algún santo la ha llevado adelante durante años sin sentir ningún gusto, sin percibir la utilidad. El silencio, la oración, la concentración son ejercicios difíciles, y alguna vez la naturaleza humana se rebela. Preferiríamos estar en cualquier otra parte del mundo, pero no ahí, en ese banco de la iglesia rezando. Quien quiere rezar debe recordar que la fe no es fácil, y alguna vez procede en una oscuridad casi total, sin puntos de referencia.  Hay momentos de la vida de fe que son oscuros y por esto algún santo los llama: “La noche oscura”, porque no se siente nada. Pero yo sigo rezando.

El Catecismo enumera una larga serie de enemigos de la oración, los que hacen difícil rezar, que ponen dificultades (cfr. nn. 2726-2728). Algunos dudan de que esta pueda alcanzar verdaderamente al Omnipotente: ¿pero por qué está Dios en silencio? Si Dios es Omnipotente, podría decir dos palabras y terminar la historia. Ante lo inaprensible de lo divino, otros sospechan que la oración sea una mera operación psicológica; algo que quizá es útil, pero no verdadera ni necesaria: y se podría incluso ser practicantes sin ser creyentes. Y así sucesivamente, muchas explicaciones.

Los peores enemigos de la oración están dentro de nosotros. El Catecismo los llama así: «desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos “muchos bienes”, decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, difícil aceptación de la gratuidad de la oración, etc.» (n. 2728). Se trata claramente de una lista resumida, que podría ser ampliada.

¿Qué hacer en el tiempo de la tentación, cuando todo parece vacilar? Si exploramos la historia de la espiritualidad, notamos enseguida cómo los maestros del alma tenían bien clara la situación que hemos descrito. Para superarla, cada uno de ellos ofreció alguna contribución: una palabra de sabiduría, o una sugerencia para afrontar los tiempos llenos de dificultad. No se trata de teorías elaboradas en la mesa, no, sino consejos nacidos de la experiencia, que muestran la importancia de resistir y de perseverar en la oración.

Sería interesante repasar al menos algunos de estos consejos, porque cada uno merece ser profundizado. Por ejemplo, los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola son un libro de gran sabiduría, que enseña a poner en orden la propia vida. Hace entender que la vocación cristiana es militancia, es decisión de estar bajo la bandera de Jesucristo y no bajo la del diablo, tratando de hacer el bien también cuando se vuelve difícil.

En los tiempos de prueba está bien recordar que no estamos solos, que alguien vela a nuestro lado y nos protege. También San Antonio abad, el fundador del monacato cristiano, en Egipto, afrontó momentos terribles, en los que la oración se transformaba en dura lucha. Su biógrafo San Atanasio, obispo de Alejandría, narra que uno de los peores episodios le sucedió al Santo ermitaño en torno a los treinta y cinco años, mediana edad que para muchos conlleva una crisis. Antonio fue turbado por esa prueba, pero resistió. Cuando finalmente volvió a la serenidad, se dirigió a su Señor con un tono casi de reproche: «¿Dónde estabas? ¿Por qué no viniste enseguida a poner fin a mis sufrimientos?». Y Jesús respondió: «Antonio, yo estaba allí. Pero esperaba verte combatir» (Vida de Antonio, 10).

Combatir en la oración. Y muchas veces la oración es un combate. Me viene a la memoria una cosa que viví de cerca, cuando estaba en la otra diócesis. Había una pareja que tenía una hija de nueve años, con una enfermedad que los médicos no sabían lo que era. Y al final, en el hospital, el médico dijo a la madre: “Señora, llame a su marido”. Y el marido estaba en el trabajo; eran obreros, trabajando todos los días. Y dijo al padre: “La niña no pasará de esta noche. Es una infección, no podemos hacer nada”. Ese hombre, quizá no iba todos los domingos a misa, pero tenía una fe grande. Salió llorando, dejó a la mujer allí con la niña en el hospital, tomó el tren e hizo los setenta kilómetros de distancia hacia la Basílica de la Virgen de Luján, la patrona de Argentina. Y allí —la basílica estaba ya cerrada, eran casi las diez de la noche— él se aferró a las rejas de la Basílica y toda la noche rezando a la Virgen, combatiendo por la salud de la hija. Esta no es una fantasía, ¡yo lo he visto! Lo he vivido yo. Combatiendo ese hombre allí. Al final, a las seis de la mañana, se abrió la iglesia y él entró a saludar a la Virgen: toda la noche “combatiendo”, y después volvió a casa. Cuando llegó, buscó a su mujer, pero no la encontró y pensó: “Se ha ido. No, la Virgen no puede hacerme esto”. Después la encontró, sonriente que decía: “No sé qué ha pasado; los médicos dicen que ha cambiado así y que ahora está curada”. Ese hombre luchando con la oración ha obtenido la gracia de la Virgen. La Virgen le ha escuchado. Y esto lo he visto yo: la oración hace milagros, porque la oración va precisamente al centro de la ternura de Dios que nos ama como un padre. Y cuando no se cumple la gracia, hará otra que después veremos con el tiempo. Pero siempre es necesario el combate en la oración para pedir la gracia. Sí, a veces nosotros pedimos una gracia que necesitamos, pero la pedimos así, sin ganas, sin combatir, pero no se piden así las cosas serias. La oración es un combate y el Señor siempre está con nosotros.

Si en un momento de ceguera no logramos ver su presencia, lo lograremos en un futuro. Nos sucederá también a nosotros repetir la misma frase que dijo un día el patriarca Jacob: «¡Así pues, está Yahveh en este lugar y yo no lo sabía!» (Gen 28,16). Al final de nuestra vida, mirando hacia atrás, también nosotros podremos decir: “Pensaba que estaba solo, pero no, no lo estaba: Jesús estaba conmigo”. Todos podremos decir esto.

domingo, 9 de mayo de 2021

Permanecer en el amor de Jesús.

 

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PAPA FRANCISCO

REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
Domingo, 9 de mayo de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de este domingo (Jn 15,9-17), Jesús, después de haberse comparado a Sí mismo con la vid y a nosotros con los sarmientos, explica cuál es el fruto que dan quienes permanecen unidos a Él: este fruto es el amor. Retoma una vez más el verbo clave: permanecer. Nos invita a permanecer en su amor para que su alegría esté en nosotros y nuestra alegría sea plena (vv. 9-11). Permanecer en el amor de Jesús.

Nos preguntamos: ¿cuál es este amor en el que Jesús nos dice que permanezcamos para tener su alegría? ¿Cuál es este amor? Es el amor que tiene origen en el Padre, porque «Dios es amor» (1Jn 4,8). Este amor de Dios, del Padre, fluye como un río en el Hijo Jesús, y a través de Él llega a nosotros, sus criaturas. De hecho, Él dice: «Como el Padre me ama, así os amo yo a vosotros» (Jn 15,9). El amor que Jesús nos dona es el mismo con el que el Padre lo ama a Él: amor puro, incondicionado, amor gratuito. No se puede comprar, es gratuito. Donándonoslo, Jesús nos trata como amigos —con este amor—, dándonos a conocer al Padre, y nos involucra en su misma misión por la vida del mundo.

Y además, podemos preguntarnos: ¿qué hemos de hacer para permanecer en este amor? Dice Jesús: «Si cumplís mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (v. 10). Jesús resumió sus mandamientos en uno solo, este: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (v. 12). Amar como ama Jesús significa ponerse al servicio, al servicio de los hermanos, tal como hizo Él al lavar los pies de los discípulos. Significa también salir de uno mismo, desprenderse de las propias seguridades humanas, de las comodidades mundanas, para abrirse a los demás, especialmente a quienes tienen más necesidad. Significa ponerse a disposición con lo que somos y lo que tenemos. Esto quiere decir amar no de palabra, sino con obras.

Amar como Cristo significa decir no a otros “amores” que el mundo nos propone: amor al dinero —quien ama el dinero no ama como ama Jesús—, amor al éxito, a la vanidad, al poder… Estos caminos engañosos de “amor” nos alejan del amor al Señor y nos llevan a ser cada vez más egoístas, narcisistas, prepotentes. La prepotencia conduce a una degeneración del amor, a abusar de los demás, a hacer sufrir a la persona amada. Pienso en el amor enfermo que se transforma en violencia —¡y cuántas mujeres son víctimas de la violencia hoy en día!—. Esto no es amor. Amar como ama el Señor quiere decir apreciar a la persona que está a nuestro lado y respetar su libertad, amarla como es, no como nosotros queremos que sea, como es,  gratuitamente. En definitiva, Jesús nos pide que permanezcamos en su amor, que habitemos en su amor, no en nuestras ideas, no en el culto a nosotros mismos. Quien habita en el culto de sí mismo, habita en el espejo: siempre está mirándose. Jesús nos pide que abandonemos la pretensión de dirigir y controlar a los demás. No debemos controlarlos, sino servirlos. Abrir el corazón a los demás: esto es amor, donarnos a ellos.

Queridos hermanos y hermanas, ¿a dónde conduce este permanecer en el amor del Señor? ¿A dónde nos conduce? Nos lo ha dicho Jesús: «Para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena» (v. 11). El Señor quiere que la alegría que Él posee, porque está en comunión total con el Padre, esté también en nosotros en cuanto unidos a Él. La alegría de sabernos amados por Dios a pesar de nuestras infidelidades nos hace afrontar con fe las pruebas de la vida, nos hace atravesar las crisis para salir de ellas siendo mejores. Ser verdaderos testigos consiste en vivir esta alegría, porque la alegría es el signo característico del verdadero cristiano. El verdadero cristiano no es triste, tiene siempre esa alegría dentro, incluso en los malos momentos.

Que la Virgen María nos ayude a permanecer en el amor de Jesús y a crecer en el amor hacia todos testimoniando la alegría del Señor resucitado.