domingo, 23 de abril de 2023

El Evangelio narra el encuentro de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35).

 

Index BackTopPrint
pdf

EN  - ES  - IT ]

PAPA FRANCISCO

REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
Domingo, 23 de abril de 2023

[Multimedia]

__________________________________

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este tercer domingo de Pascua, el Evangelio narra el encuentro de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35). Se trata de dos discípulos que, resignados ante la muerte del Maestro, el día de Pascua deciden abandonar Jerusalén y volver a casa. Quizá estaban un poco inquietos porque habían escuchado a las mujeres que venían del sepulcro y decían que lo habían encontrado vacío… Mientras caminan tristes hablando de lo sucedido, Jesús se les acerca, pero ellos no lo reconocen. Él les pregunta por qué están tan tristes, y ellos exclaman: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!» (v. 18). Y Jesús pregunta de nuevo: «¿Qué ha ocurrido?» (v. 19). Ellos le cuentan toda la historia, Jesús les hace contar lo sucedido. Luego, mientras caminan, les ayuda a releer los hechos de modo diverso, a la luz de las profecías, de la Palabra de Dios, de todo lo que había sido anunciado al pueblo de Israel. Releer: esto es lo que Jesús hace con ellos, ayudarles a releer. Detengámonos en este aspecto.

En efecto, también para nosotros es importante releer nuestra historia junto a Jesús: la historia de nuestra vida, de un cierto periodo, de nuestras jornadas, con las desilusiones y las esperanzas. También nosotros, como aquellos discípulos, podemos encontrarnos perdidos en medio de los acontecimientos, solos y sin certezas, con muchas preguntas y preocupaciones, con desilusiones, muchas cosas. El Evangelio de hoy nos invita a contarle todo a Jesús con sinceridad, sin temer molestarlo —Él nos escucha—, sin tener miedo de decir algo equivocado, sin avergonzarnos de lo que nos cuesta comprender. El Señor está contento cuando nos abrimos a Él; solo de este modo puede tomarnos de la mano, acompañarnos y hacer que vuela a arder nuestro corazón (cfr. v. 32). También nosotros, como los discípulos de Emaús, estamos llamados a dialogar con Jesús, para que, al atardecer, Él se quede con nosotros (cfr. v. 29).

Existe un buen modo para hacer esto, y hoy quisiera proponéroslo: consiste en dedicar un tiempo, cada noche, a un breve examen de conciencia. ¿Qué ha pasado hoy dentro de mí? Esta es la pregunta. Se trata de releer la jornada con Jesús: abrirle el corazón, llevarle las personas, las decisiones, los miedos, las caídas, las esperanzas,  todas las cosas que han sucedido; para aprender gradualmente a mirar las cosas con ojos diversos, con sus ojos y no solo con los nuestros. Así podremos revivir la experiencia de aquellos dos discípulos. Ante el amor de Cristo, incluso lo que nos parece fatigoso e inútil  puede aparecer bajo otra luz: una cruz difícil de abrazar, la elección de perdonar una ofensa, una victoria no alcanzada, el cansancio del trabajo, la sinceridad que cuesta, las pruebas de la vida familiar… nos aparecerán bajo una luz nueva, la luz del Crucificado Resucitado, que sabe transformar cada caída en un paso adelante. Pero para hacer esto es importante quitar las defensas: dejar tiempo y espacio a Jesús, no esconderle nada, llevarle las miserias, dejarse herir por su verdad, permitir que el corazón vibre con el aliento de su Palabra.

Podemos comenzar hoy dedicando esta noche un momento de oración durante el que preguntarnos: ¿Cómo ha sido mi jornada? ¿Cuáles han sido las alegrías, las tristezas, las cosas aburridas, cómo ha ido, qué ha pasado? ¿Cuáles han sido las perlas de la jornada, quizá escondidas, por las que dar gracias? ¿Ha habido un poco de amor en lo que he hecho? ¿Y cuáles son las caídas, las tristezas, las dudas y los miedos que he de llevar a Jesús para que me abra vías nuevas, me conforte y me anime?

Que María, Virgen sapiente, nos ayude a reconocer a Jesús que camina con nosotros y a releer —la palabra: re-leer— ante Él cada día de nuestra vida.


 

Después del Regina Caeli

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer, en París, fueron beatificados Enrique Planchat, sacerdote de la Congregación de San Vicente de Paúl; y Ladislao Radigue y tres compañeros sacerdotes de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María. Pastores animados por el celo apostólico, están unidos en el testimonio de la fe hasta el martirio, que padecieron en París en 1871 durante la llamada Comuna de París. ¡Un aplauso para los nuevos beatos!

Ayer se celebró la Jornada Mundial de la Tierra. Espero que el compromiso por el cuidado de la creación vaya siempre unido a una solidaridad efectiva con los más pobres.

La situación en Sudán sigue siendo grave, desgraciadamente; por eso, renuevo mi llamamiento para que cese cuanto antes la violencia y se retome la vía del diálogo. Invito a todos a rezar por nuestros hermanos y hermanas sudaneses.

Hoy se celebra la 99ª Jornada de la Universidad del Sacro Cuore, sobre el tema “Por amor al conocimiento. Los desafíos del nuevo humanismo”. Le deseo al mayor Ateneo católico italiano que afronte estos desafíos con el espíritu de los fundadores, en especial de la joven Armida Barelli, proclamada Beata hace un año.

El próximo viernes viajaré a Budapest, en Hungría, donde estaré tres días para completar el viaje que realicé en 2021 con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional. Será una oportunidad para volver a abrazar a una Iglesia y a un pueblo muy queridos. Será también un viaje al centro de Europa, sobre la que siguen soplando gélidos vientos de guerra, mientras que los desplazamientos de tantas personas ponen en el orden del día urgentes cuestiones humanitarias. Pero ahora deseo dirigirme con afecto a vosotros, hermanos y hermanas húngaros, a la espera de visitaros como peregrino, amigo y hermano de todos, y de saludar, entre otros, a vuestras autoridades, a los obispos, los sacerdotes, los consagrados, los jóvenes, los universitarios y los pobres. Sé que estáis preparando con mucho esfuerzo mi visita: os lo agradezco de corazón. Pido a todos que me acompañen con la oración en este viaje.

Y no olvidemos a nuestros hermanos y hermanas ucranianos, todavía afligidos por la guerra.

Os saludo cordialmente a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países —veo tantas banderas de tantos países—, especialmente a los de Salamanca y a los estudiantes de Albacete, así como a la agrupación Veneto-Trentina del Cuerpo de Socorro de la Orden de Malta.

Saludo a los fieles de Ferrara, Palermo y Grumello del Monte; a la comunidad de la Escuela Diocesana de Lodi; a los jóvenes de diversos pueblos de las diócesis de Alba, Bérgamo, Brescia, Como y Milán; a los jóvenes de Confirmación de muchas parroquias italianas; a los alumnos del Instituto Sagrado Corazón de Cadoneghe; a la cooperativa “Volœntieri” de Casoli y al grupo “Mototurismo” de Agna.

Os deseo a todos un feliz domingo; y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana

Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 11. Los testigos: los mártires

 

Index BackTopPrint
pdf

AR  - DE  - EN  - ES  - FR  - HR  - IT  - PL  - PT ]

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 19 de abril de 2023

[Multimedia]

_______________________________________


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hablando de la evangelización y hablando del celo apostólico, después de haber considerado el testimonio de san Pablo, verdadero “campeón” de celo apostólico, hoy nuestra mirada se dirige no a una única figura, sino a la constelación de los mártires, hombres y mujeres de todas las edades, lenguas y naciones que han dado la vida por Cristo, que han derramado la sangre por confesar a Cristo. Después de la generación de los Apóstoles, han sido ellos, por excelencia, los “testigos” del Evangelio. Los mártires: el primero fue el diácono san Esteban, lapidado fuera de las murallas de Jerusalén. La palabra “martirio” deriva del griego martyria, que significa precisamente testimonio.  Un mártir es un testigo, uno que da testimonio hasta derramar la sangre. Sin embargo, enseguida en la Iglesia se usó la palabra mártir para indicar a quien daba testimonio hasta el derramamiento de la sangre [1]. Es decir, en un principio la palabra mártir indicaba el testimonio dado todos los días, luego se utilizó para indicar al que da vida con el derramamiento.

Pero, los mártires no deben ser vistos como “héroes” que han actuado individualmente, como flores que han brotado en un desierto, sino como frutos maduros y excelentes de la viña del Señor, que es la Iglesia. En particular, los cristianos, participando asiduamente a la celebración de la Eucaristía, eran conducidos por el Espíritu a configurar su vida en la base de ese misterio de amor: es decir, sobre el hecho que el Señor Jesús había dado su vida por ellos y, por tanto, también ellos podían y debían dar la vida por Él y por los hermanos. Una gran generosidad, el camino de testimonio cristiano. San Agustín subraya a menudo esta dinámica de gratitud y de intercambio gratuito del don. Esto es, por ejemplo, lo que él predicaba con ocasión de la fiesta de san Lorenzo: «Ejercía el oficio de diácono. Allí administró la sagrada sangre de Cristo y allí derramó la suya por el nombre de Cristo. El misterio de esta cena lo expuso con toda claridad el bienaventurado apóstol Juan al decir: “Como Cristo entregó su vida por nosotros, así también nosotros debemos entregarla por nuestros hermanos” (1 Jn 3, 16) Esto, hermanos, lo entendió san Lorenzo; lo comprendió y lo realizó. En efecto, preparó cosas semejantes a las tomadas en aquella mesa. Amó a Cristo en su vida y le imitó en su muerte» (Sermón 304, 14; PL 38, 1395-1397). Así san Agustín explicaba el dinamismo espiritual que animaba a los mártires. Con estas palabras: los mártires aman a Cristo en su vida y lo imitan en su muerte.

Hoy, queridos hermanos y hermanas, recordamos a todos los mártires que han acompañado la vida de la Iglesia. Estos, como ya dije tantas veces, son más numerosos en nuestro tiempo que en los primeros siglos. Hoy hay muchos mártires en la Iglesia, muchos, porque por confesar la fe cristiana son expulsados de la sociedad o van a la cárcel… Son muchos. El Concilio Vaticano II nos recuerda que «el martirio, en el que el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la Iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor» (Const. Lumen gentium, 42). Los mártires, imitando a Jesús y con su gracia, convierten la violencia de quien rechaza el anuncio en una ocasión suprema de amor, que llega hasta el perdón de los propios verdugos. Interesante esto: los mártires perdonan siempre a los verdugos. Esteban, el primer mártir, murió rezando: “Señor, perdónales, no saben lo que hacen”. Los mártires rezan por los verdugos.

Si bien son solo algunos a los que se les pide el martirio, «todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle, por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia» (ibid., 42). Pero, ¿esto de las persecuciones es cosa de entonces? No, no: hoy. Hoy hay persecuciones contra los cristianos en el mundo, muchos, muchos. Son más los mártires de hoy que los de los primeros tiempos. Los mártires nos muestran que todo cristiano está llamado al testimonio de la vida, también cuando no llega al derramamiento de la sangre, haciendo de sí mismo un don a Dios y a los hermanos, imitando a Jesús.

Y quisiera concluir recordando el testimonio cristiano presente en cada rincón de la tierra. Pienso, por ejemplo, en Yemen, una tierra desde hace muchos años herida por una guerra terrible, olvidada, que ha dejado tantos muertos y que todavía hoy hace sufrir a tanta gente, especialmente a los niños. Precisamente en esta tierra ha habido testimonios luminosos de fe, como el de las hermanas Misioneras de la Caridad, que han dado la vida allí. Todavía hoy están presentes en Yemen, donde ofrecen asistencia a ancianos enfermos y a personas con discapacidad. Algunas de ellas han sufrido el martirio, pero las otras siguen, arriesgan la vida y van adelante. Acogen a todos, de cualquier religión, porque la caridad y la fraternidad no tiene confines. En julio de 1998 Sor Aletta, Sor Zelia y Sor Michael, mientras volvían a casa después de la misa fueron asesinadas por un fanático, porque eran cristianas. Más recientemente, poco después del inicio del conflicto todavía en curso, en marzo de 2016, Sor Anselm, Sor Marguerite, Sor Reginette y Sor Judith fueron asesinadas junto a algunos laicos que las ayudaban en la obra de la caridad entre los últimos. Son los mártires de nuestro tiempo. Entre estos laicos asesinados, además de cristianos había fieles musulmanes que trabajaban con las hermanas. Nos conmueve ver cómo el testimonio de sangre puede unir personas de religiones diferentes. Nunca se debe asesinar en nombre de Dios, porque para Él somos todos hermanos y hermanas. Pero juntos se puede dar la vida por los otros.

Recemos para que no nos cansemos de testimoniar el Evangelio también en tiempo de tribulación. Que todos los santos y las santas mártires sean semillas de paz y de reconciliación entre los pueblos por un mundo más humano y fraterno, esperando que se manifieste en plenitud el Reino de los cielos, cuando Dios será todo en todos (cfr. 1 Cor 15,28).


 


 

[1] Orígenes, In Johannem, II, 210: «Cualquiera que dé testimonio de la verdad, ya sea de palabra o de hecho, o actuando de cualquier modo en su favor, puede legítimamente ser llamado testigo. Pero el nombre de testigo ( martyres) en sentido propio, la comunidad de hermanos, sorprendida por la fortaleza de los que lucharon por la verdad o la virtud hasta la muerte, ha tomado la costumbre de reservarlo para los que han testificado el misterio de la verdadera religión con el derramamiento de sangre».


 

Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de los santos mártires, que proclamaron la fe hasta derramar su sangre, pidamos al Señor que no nos cansemos de ser sus testigos, sobre todo en los momentos de tribulación. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis reflexionamos sobre los mártires como testigos del Evangelio. La palabra martirio proviene del griego y significa dar testimonio. El primer mártir fue Esteban, que murió apedreado por confesar su fe en Cristo. Los mártires, por tanto, son hijos e hijas de la Iglesia —de diversas edades, lugares, lenguas, naciones— que han dado la vida por amor a Jesús.

Y este dinamismo espiritual que impulsaba a los mártires se va configurando en la celebración de la Eucaristía. Así como Cristo nos amó y se entregó por todos, quienes participan en la Misa sienten el deseo de responder gratuitamente a este amor con la oblación de la propia vida.

Quisiera recordar que también hoy, en diversas partes del mundo, sigue habiendo numerosos mártires que, a imitación de Jesús y con su gracia, aun en medio de la violencia y de la persecución, dan la mayor prueba de amor, ofreciendo su vida y llegando a perdonar a sus propios enemigos.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana

Domingo de la Divina Misericordia 16/4/2023

 

Index BackTopPrint
pdf

AR  - EN  - ES  - FR  - HR  - IT  - PL  - PT ]

PAPA FRANCISCO

REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
Domingo, 16 de abril de 2023

[Multimedia]

__________________________________

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, domingo de la Divina Misericordia, el Evangelio nos narra dos apariciones de Jesús resucitado a los discípulos y en particular a Tomás, el “apóstol incrédulo” (cfr. Jn 20,24-29).

Tomás, en realidad, no es el único al que le cuesta creer, es más, nos representa un poco a todos nosotros. De hecho, no siempre es fácil creer, especialmente cuando, como en su caso, se ha sufrido una gran decepción. Después de una gran decepción es difícil creer. Ha seguido a Jesús durante años, corriendo riesgos y soportando penalidades, pero el Maestro fue crucificado como un delincuente y nadie lo ha liberado, ¡nadie ha hecho nada! Ha muerto y todos tienen miedo. ¿Cómo fiarse todavía? ¿Cómo fiarse de la noticia que dice que está vivo? La duda está dentro de él.

Pero Tomás demuestra que tiene valentía: mientras los otros están encerrados en el cenáculo por el miedo, él sale, con el riesgo de que alguien pueda reconocerlo, denunciarlo y arrestarlo. Podríamos incluso pensar que, con su valentía, merecería más que los otros encontrar al Señor resucitado. Sin embargo, precisamente por haberse alejado, cuando Jesús se aparece por primera vez a los discípulos la noche de Pascua, Tomás no está y pierde la ocasión. Se había alejado de la comunidad. ¿Cómo podrá recuperarla? Solo volviendo con los otros, volviendo allí, en esa familia que ha dejado asustada y triste. Cuando lo hace, cuando vuelve, le dicen que Jesús ha venido, pero a él le cuesta creer; quisiera ver sus llagas. Y Jesús le complace: ocho días después, aparece de nuevo en medio de sus discípulos y le muestra sus llagas, las manos, los pies, esas llagas que son las pruebas de su amor, que son los canales siempre abiertos de su misericordia.

Reflexionemos sobre estos hechos. Para creer, Tomás quisiera una señal extraordinaria: tocar las llagas. Jesús se las muestra, pero de forma ordinaria, presentándose ante de todos, en la comunidad, no fuera. Como diciéndole: si tú quieres encontrarme no busques lejos, quédate en la comunidad, con los otros; y no te vayas, reza con ellos, parte con ellos el pan. Y nos lo dice a nosotros también. Es ahí que puedes encontrarme, es ahí que te mostraré, impresas en mi cuerpo, las señales de las llagas: las señales del Amor que vence el odio, del Perdón que desarma la venganza, las señales de la Vida que derrota la muerte. Es ahí, en la comunidad, que descubrirás mi rostro, mientras compartes con los hermanos momentos de oscuridad y de miedo, aferrándote aún más fuerte a ellos. Sin la comunidad es difícil encontrar a Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, la invitación hecha a Tomás es válida también para nosotros. Nosotros, ¿dónde buscamos al Resucitado? ¿En algún evento especial, en alguna manifestación religiosa espectacular o sorprendente, únicamente en nuestras emociones o sensaciones? ¿O en la comunidad, en la Iglesia, aceptando el desafío de quedarnos, aunque no sea perfecta? No obstante todos sus límites y sus caídas, que son nuestros límites y nuestras caídas, nuestra Madre Iglesia es el Cuerpo de Cristo; y es ahí, en el Cuerpo de Cristo, que se encuentran impresas, aún y para siempre, las señales más grandes de su amor. Pero, preguntémonos si, en nombre de este amor, en nombre de las llagas de Jesús, estamos dispuestos a abrir los brazos a quien está herido por la vida, sin excluir a nadie de la misericordia de Dios, sino acogiendo a todos; a cada uno como un hermano, como una hermana. Dios acoge a todos, Dios acoge a todos.

Que María, Madre de Misericordia, nos ayude a amar a la Iglesia y a hacer una casa acogedora para todos.


 
Después del Regina Caeli

Deseo expresar mi cercanía a todos los hermanos y las hermanas que, especialmente en oriente, celebran hoy la Pascua: ¡queridos hermanos, que el Señor resucitado esté con vosotros y os colme con su Espíritu Santo! ¡Buena Pascua a todos vosotros!

Y lamentablemente, en marcado contraste con el mensaje pascual, las guerras siguen, y siguen sembrando muerte en formas espeluznantes. ¡Aflijámonos por estas atrocidades y recemos por sus víctimas, pidiendo a Dios que el mundo ya no deba vivir más el espanto de la muerte violenta de la mano del hombre, sino el estupor de la vida que Él da y que renueva con su gracia!

Sigo con preocupación los acontecimientos que están teniendo lugar en Sudán. Estoy cerca del pueblo sudanés, ya tan probado, e invito a rezar para que se depongan las armas y prevalezca el diálogo, para retomar juntos el camino de la paz y de la concordia.

Y pienso también en nuestros hermanos y hermanas que en Rusia y en Ucrania hoy celebran la Pascua. ¡Que el Señor esté cerca de ellos y les ayude a hacer la paz!

¡Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos! En particular a los grupos de oración que cultivan la espiritualidad de la Divina Misericordia, reunidos hoy en el Santuario del Santo Espíritu en Sassia. Y, seguro de interpretar los sentimientos de los fieles de todo el mundo, dirijo un pensamiento agradecido a la memoria de san Juan Pablo II, en estos días objeto de insinuaciones ofensivas e infundadas.

Saludo a los grupos venidos de Francia, Brasil, España, Polonia, Lituania; los chicos del colegio Saint-Jean de Passy de París con educadores y familiares. Saludos a los fieles de Pescara, los alumnos de la escuela Santa María en Nives de Génova y a los chicos de Marcheno, Brescia.

Saludo a los bomberos de diferentes países europeos, reunidos en Roma para una gran manifestación abierta a los ciudadanos. ¡Gracias por vuestro servicio! Y os digo una cosa: cuando yo rezo por vosotros pido una gracia: ¡que no tengáis trabajo!

A todos os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana

sábado, 15 de abril de 2023

La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 10. Los testigos: San Pablo 2

 

Index BackTopPrint
pdf

AR  - DE  - EN  - ES  - FR  - HR  - IT  - PL  - PT ]

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 12 de abril de 2023

[Multimedia]

_______________________________________

Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 10. Los testigos: San Pablo 2

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber visto, hace dos semanas, el impulso personal de san Pablo por el Evangelio, podemos reflexionar hoy más profundamente sobre el celo evangélico, así como él mismo habla sobre ello y lo describe en algunas de sus cartas.

En virtud de su propia experiencia, Pablo no ignora el peligro de un celo distorsionado, orientado en una dirección equivocada; en este peligro había caído él mismo antes de su caída providencial en el camino de Damasco. A veces tenemos que lidiar con una preocupación mal orientada, obstinada en la observancia de normas puramente humanas y obsoletas para la comunidad cristiana. «El celo – escribe el Apóstol – que ésos muestran por vosotros no es bueno» (Gal 4,17).

No podemos ignorar la preocupación con la que algunos se dedican a ocupaciones equivocadas también en la misma comunidad cristiana; se puede presumir de un falso impulso evangélico mientras se está persiguiendo en realidad la vanagloria o las propias convicciones o un poco el amor de uno mismo.

Por esto nos preguntamos: ¿cuáles son las características del celo evangélico verdadero según Pablo? Para esto, me parece útil el texto que hemos escuchado al inicio, una lista de “armas” que el Apóstol indica para la batalla espiritual. Entre estas está la prontitud para propagar el Evangelio, traducida por algunos como “celo” —esta persona es un celante en el llevar adelante estas ideas, estas cosas—, e indicada como un “calzado”. ¿Por qué? ¿Por qué el impulso por el Evangelio está vinculado a lo que se pone en los pies? Esta metáfora hace referencia a un texto del profeta Isaías, que dice así: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: “Ya reina tu Dios”!» (52,7).

También aquí encontramos la referencia a los pies de un anunciador de buenas noticias. ¿Por qué? Porque quien va a anunciar debe moverse, ¡debe caminar! Pero notamos también que Pablo, en ese texto, habla del calzado como parte de una armadura, según la analogía del equipamiento de un soldado que va a la batalla: en los combates era fundamental tener estabilidad de apoyo, para evitar las insidias del terreno, porque a menudo el adversario llenaba de trampas en el campo de batalla, y para tener la fuerza necesaria para correr y moverse en la dirección adecuada.  Por esto, el calzado es para correr y evitar todas estas cosas del adversario.

El celo evangélico es el apoyo en el que se basa el anuncio, y los anunciadores son un poco como los pies del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. No hay anuncio sin movimiento, sin “salida”, sin iniciativa. Esto quiere decir que no hay cristiano si no en camino, no es un cristiano si el cristiano no sale de sí mismo para ponerse en camino y llevar un anuncio. No hay anuncio sin movimiento, sin camino. No se anuncia el Evangelio parados, encerrados en una oficina, en el escritorio o en el ordenador haciendo polémicas como “leones de teclado” y sustituyendo la creatividad del anuncio con el corta y pega de ideas cogidas aquí y allí. El Evangelio se anuncia moviéndose, caminando, yendo.

El término usado por Pablo, para indicar el calzado de quien lleva el Evangelio, es una palabra griega que denota prontitud, preparación, alacridad. Es lo contrario de la dejadez, incompatible con el amor. De hecho, en otra parte Pablo dice: «con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor» (Rm 12,11). Esta actitud era lo que se pedía en el Libro del Éxodo para celebrar el sacrificio de la liberación pascual: «Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis deprisa. Es Pascua de Yahveh. Yo pasaré esta noche» (12,11-12a).

Un anunciador está preparado para partir, y sabe que el Señor pasa de forma sorprendente; por tanto, debe estar libre de esquemas y predispuesto a una acción inesperada y nueva: preparado para las sorpresas. Quien anuncia el Evangelio no puede estar fosilizado en jaulas de plausibilidad o en el “siempre se ha hecho así”, sino que debe estar preparado para seguir una sabiduría que no es de este mundo, como dice Pablo hablando de sí mismo: «Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios» (1 Cor 2,4-5).

Pues bien, hermanos y hermanas, es importante tener esta prontitud a la novedad del Evangelio, esta actitud que es un impulso, un tomar la iniciativa, un ir el primero. Es un no dejarse escapar las ocasiones para promulgar el anuncio del Evangelio de paz, esa paz que Cristo sabe dar más y mejor de como la da el mundo.  Y por esto os exhorto a ser evangelizadores que se mueven, sin miedo, que van adelante, para llevar la belleza de Jesús, para llevar la novedad de Jesús que cambia todo. “Sí, Padre, cambia el calendario, porque ahora nosotros contamos los años antes de Jesús…” – “Pero también, cambia el corazón: ¿y tú estás dispuesto a dejar que Jesús te cambie el corazón? ¿O tú eres un cristiano tibio, que no se mueve? Piensa un poco: ¿tú eres un entusiasta de Jesús, vas adelante? Piensa un poco…


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Con la fuerza que nos da Cristo Resucitado, y teniendo en cuenta la experiencia de san Pablo, salgamos a anunciar a todos la Buena Noticia, que nos da alegría y paz. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.


LLAMAMIENTO

 

Ayer se celebraba el 60º aniversario de la Encíclica Pacem in terris, que san Juan XXIII dirigió a la Iglesia y al mundo en medio de la tensión entre los dos bloques enfrentados en la llamada Guerra Fría. El Papa abrió ante todos el horizonte amplio en el que se puede hablar de paz y construir la paz: el diseño de Dios sobre el mundo y sobre la familia humana. Esa Encíclica fue una verdadera bendición, como un atisbo de serenidad en medio de nubes oscuras. Su mensaje es muy actual. Basta por ejemplo este pasaje: «las relaciones internacionales, como las relaciones individuales, han de regirse no por la fuerza de las armas, sino por las normas de la recta razón, es decir, las normas de la verdad, de la justicia y de una activa solidaridad» (n. 114). Invito a los fieles y a los hombres y las mujeres de buena voluntad a leer la Pacem in terris, y rezo para que los jefes de las naciones se dejen inspirar por ella en los proyectos y en las decisiones.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy reflexionamos sobre el celo apostólico a la luz de los escritos de san Pablo. La experiencia del Apóstol nos demuestra que puede haber un celo distorsionado —quizás movido por la vanagloria o las propias ideas—, tal como le sucedió a él mismo antes de su encuentro con Cristo en el camino de Damasco. De hecho, las imágenes que utiliza en sus cartas pueden ayudarnos a definir las características de un verdadero celo apostólico, de un verdadero apóstol de Jesús.  

En el texto que hemos escuchado, Pablo dice a los efesios que “el calzado” para anunciar el Evangelio es “el celo”. Esta metáfora también nos recuerda al profeta Isaías, cuando habla de los pasos del que anuncia la buena noticia. ¿Qué significa esta referencia a “los pies” del apóstol? Significa que quienes anuncian a Jesús se tienen que mover, no se pueden quedar quietos. El celo evangélico es la base del anuncio, lo que impulsa a salir, a tener iniciativas, a tener creatividad; en definitiva, nos hace estar dispuestos a “modificar la agenda”, poniendo en primer lugar el anuncio de Jesús.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana

domingo, 9 de abril de 2023

 

Index BackTopPrint
pdf

AR  - DE  - ES  - FR  - IT  - PL  - PT ]

MENSAJE URBI ET ORBI
DEL SANTO PADRE FRANCISCO

PASCUA 2023

Balcón central de la Basílica Vaticana
Domingo, 9 de abril de 2023

[Multimedia]


Queridos hermanos y hermanas: ¡Cristo ha resucitado!

Hoy proclamamos que Él, el Señor de nuestra vida, es «la resurrección y la vida» del mundo (cf. Jn 11,25). Es Pascua, que significa “paso”, porque en Jesús se realizó el paso decisivo de la humanidad: de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, del miedo a la confianza, de la desolación a la comunión. En Él, Señor del tiempo y de la historia, quisiera decirles a todos, con alegría en el corazón: ¡feliz Pascua!

Que sea para cada uno de ustedes, queridos hermanos y hermanas —en particular para los enfermos y los pobres, para los ancianos y los que están atravesando momentos de prueba y dificultad—, un paso de la tribulación a la consolación. No estamos solos, Jesús, el Viviente, está con nosotros para siempre. Que la Iglesia y el mundo se alegren, porque hoy nuestra esperanza ya no se estrella contra el muro de la muerte; el Señor nos ha abierto un puente hacia la vida. Sí, hermanos y hermanas, en Pascua el destino del mundo cambió; y hoy, que coincide además con la fecha más probable de la resurrección de Cristo, podemos alegrarnos de celebrar, por pura gracia, el día más importante y hermoso de la historia.

Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado, como se proclama en las Iglesias de Oriente: Christòs anesti! Ese verdaderamente nos dice que la esperanza no es una ilusión, ¡es verdad! Y que, a partir de la Pascua, el camino de la humanidad, marcado por la esperanza, avanza veloz. Nos lo muestran con su ejemplo los primeros testigos de la Resurrección. Los Evangelios describen la prisa con la que el día de Pascua «las mujeres corrieron a dar la noticia a los discípulos» (Mt 28,8). Y, después que María Magdalena «corrió al encuentro de Simón Pedro» (Jn 20,2), Juan y el mismo Pedro “corrieron los dos juntos” (cf. v. 4) para llegar al lugar donde Jesús había sido sepultado. Y después, la tarde de Pascua, habiendo encontrado al Resucitado en el camino de Emaús, dos discípulos “partieron sin demora” (cf. Lc 24,33) y se apresuraron para recorrer muchos kilómetros en subida y a oscuras, movidos por la alegría incontenible de la Pascua que ardía en sus corazones (cf. v. 32). Es la misma alegría por la que Pedro, viendo a Jesús resucitado a orillas del lago de Galilea, no pudo quedarse en la barca con los demás, sino que se tiró al agua de inmediato para nadar rápidamente hacia Él (cf. Jn 21,7). En definitiva, en Pascua el andar se acelera y se vuelve una carrera, porque la humanidad ve la meta de su camino, el sentido de su destino, Jesucristo, y está llamada a ir de prisa hacia Él, esperanza del mundo.   

Apresurémonos también nosotros a crecer en un camino de confianza recíproca: confianza entre las personas, entre los pueblos y las naciones. Dejémonos sorprender por el gozoso anuncio de la Pascua, por la luz que ilumina las tinieblas y las oscuridades que se ciernen tantas veces sobre el mundo.

Apresurémonos a superar los conflictos y las divisiones, y a abrir nuestros corazones a quien más lo necesita. Apresurémonos a recorrer senderos de paz y de fraternidad. Alegrémonos por los signos concretos de esperanza que nos llegan de tantos países, empezando de aquellos que ofrecen asistencia y acogida a quienes huyen de la guerra y de la pobreza.

Pero a lo largo del camino todavía hay muchas piedras de tropiezo, que hacen arduo y fatigoso nuestro apresurarnos hacia el Resucitado. A Él dirijamos nuestra súplica: ¡ayúdanos a correr hacia Ti! ¡Ayúdanos a abrir nuestros corazones!

Ayuda al amado pueblo ucraniano en el camino hacia la paz e infunde la luz pascual sobre el pueblo ruso. Conforta a los heridos y a cuantos han perdido a sus seres queridos a causa de la guerra, y haz que los prisioneros puedan volver sanos y salvos con sus familias. Abre los corazones de toda la comunidad internacional para que se esfuerce por poner fin a esta guerra y a todos los conflictos que ensangrientan al mundo, comenzando por Siria, que aún espera la paz. Sostiene a cuantos han sido afectados por el violento terremoto en Turquía y en la misma Siria. Recemos por cuantos han perdido familiares y amigos, y se quedaron sin casa; que puedan recibir consuelo de Dios y ayuda de la familia de las naciones.

En este día te confiamos, Señor, la ciudad de Jerusalén, primer testigo de tu Resurrección. Expreso mi profunda preocupación por los ataques de estos últimos días, que amenazan el deseado clima de confianza y respeto recíproco, necesario para retomar el diálogo entre israelíes y palestinos, de modo que la paz reine en la Ciudad Santa y en toda la región.

Ayuda, Señor, al Líbano, todavía en busca de estabilidad y unidad, para que supere las divisiones y todos los ciudadanos trabajen juntos por el bien común del país.

No te olvides del querido pueblo de Túnez, en particular de los jóvenes y de aquellos que sufren a causa de los problemas sociales y económicos, para que no pierdan la esperanza y colaboren en la construcción de un futuro de paz y fraternidad.

Dirige tu mirada sobre Haití, que está sufriendo desde hace varios años una grave crisis sociopolítica y humanitaria, y sostiene el esfuerzo de los actores políticos y de la comunidad internacional en la búsqueda de una solución definitiva a los numerosos problemas que afligen a esa población tan atribulada.

Consolida los procesos de paz y reconciliación emprendidos en Etiopía y en Sudán del Sur, y haz que cese la violencia en la República Democrática del Congo.

Sostiene, Señor, a las comunidades cristianas que hoy celebran la Pascua en circunstancias particulares, como en Nicaragua y en Eritrea, y acuérdate de todos aquellos a quienes se les impide profesar libre y públicamente su fe. Concede consuelo a las víctimas del terrorismo internacional, especialmente en Burkina Faso, Malí, Mozambique y Nigeria.

Ayuda a Myanmar a recorrer caminos de paz e ilumina los corazones de los responsables para que los martirizados Rohinyá encuentren justicia.

Conforta a los refugiados, a los deportados, a los prisioneros políticos y a los migrantes, especialmente a los más vulnerables, así como a todos aquellos que sufren a causa del hambre, la pobreza y los nefastos efectos del narcotráfico, la trata de personas y toda forma de esclavitud. Inspira, Señor, a los responsables de las naciones, para que ningún hombre o mujer sea discriminado y pisoteado en su dignidad; para que en el pleno respeto de los derechos humanos y de la democracia se sanen esas heridas sociales, se busque siempre y solamente el bien común de los ciudadanos, se garantice la seguridad y las condiciones necesarias para el diálogo y la convivencia pacífica.

Hermanos, hermanas, encontremos también nosotros el gusto del camino, aceleremos el latido de la esperanza, saboreemos la belleza del cielo. Obtengamos hoy la fuerza para perseverar en el bien, hacia el encuentro del Bien que no defrauda. Y si, como escribió un Padre antiguo, «el mayor pecado es no creer en la fuerza de la Resurrección» (San Isaac de Nínive, Sermones ascéticos, I,5), hoy creemos y «sabemos que Cristo verdaderamente resucitó» (Secuencia de Pascua). Creemos en Ti, Señor Jesús, creemos que contigo la esperanza renace y el camino sigue. Tú, Señor de la vida, aliéntanos en nuestro caminar y repítenos, como a los discípulos la tarde de Pascua: «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,19.21).

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana

domingo, 2 de abril de 2023

Hermanos y hermanas, con esta celebración hemos entrado en la Semana Santa. Los invito a vivirla como nos enseña la tradición del Santo Pueblo Fiel de Dios, es decir, acompañando al Señor Jesús con fe y amor.

 

Index BackTopPrint
pdf

AR  - EN  - ES  - HR  - IT ]

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo de Ramos, 2 de abril de 2023

[Multimedia]

______________________________________

 

Queridos hermanos y hermanas:

Los saludo a todos, romanos y peregrinos, especialmente a los que han venido de lejos. Les doy las gracias por su participación y también por sus oraciones, que han intensificado en los últimos días. ¡Gracias, verdaderamente!

Dirijo una bendición especial a la Caravana de la paz que en estos días ha partido desde Italia hacia Ucrania, promovida por diversas Asociaciones: Papa Juan XXIII, FOCSIV, Pro Civitate Christiana, Pax Christi y otras. Junto con artículos de primera necesidad, llevan la cercanía del pueblo italiano al martirizado pueblo ucraniano, y hoy ofrecen ramos de olivo, símbolo de la paz de Cristo. Nos unimos a este gesto con la oración, que será más intensa en los días de Semana Santa.

Hermanos y hermanas, con esta celebración hemos entrado en la Semana Santa. Los invito a vivirla como nos enseña la tradición del Santo Pueblo Fiel de Dios, es decir, acompañando al Señor Jesús con fe y amor. Aprendamos de nuestra Madre, la Virgen María: ella siguió a su Hijo con la cercanía de su corazón, fue una sola alma con Él y, aun sin comprender todo, junto a Él se entregó plenamente a la voluntad de Dios Padre. Que la Virgen nos ayude a permanecer cerca de Jesús presente en las personas que sufren, descartadas, abandonadas. Que la Virgen nos lleve de la mano a Jesús presente en estas personas.

A todos, un buen camino hacia la Pascua.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana


________________

___________________________________________

Index BackTopPrint
pdf

AR  - DE  - EN  - ES  - FR  - HR  - IT  - PL  - PT ]

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 29 de marzo de 2023

[Multimedia]

_______________________________________

Catequesis. La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente 9.  Los testigos: san Pablo 1

¡Queridos hermanos y hermanas buenos días!

En el camino de catequesis sobre el celo apostólico, empezamos hoy a mirar a algunas figuras que, en formas y tiempos diferentes, han dado testimonio ejemplar de qué quiere decir pasión por el Evangelio. Y, naturalmente, el primer testigo es el apóstol Pablo. A él quisiera dedicar dos catequesis.

La historia de Pablo de Tarso es emblemática sobre este argumento. En el primer capítulo de la Carta los Gálatas, así como en la narración de los Hechos de los Apóstoles, podemos detectar que su celo por el Evangelio aparece después de su conversión, y toma el lugar de su precedente celo por el judaísmo. Era un hombre celante por la ley de Moisés, por el judaísmo y después de la conversión este celo continúa, pero para proclamar, para predicar a Jesucristo. Pablo era un enamorado de Jesús.  Saulo —el primer nombre de Pablo— ya era celante, pero Cristo convierte su celo: de la Ley al Evangelio. Su impulso primero quería destruir la Iglesia, después, en cambio, la construye. Nos podemos preguntar: ¿qué ha sucedido, que sucede de la destrucción a la construcción? ¿Qué ha cambiado en Pablo? ¿En qué sentido su celo, su impulso por la gloria de Dios ha sido transformado?

Santo Tomás de Aquino enseña que la pasión, desde el punto de vista moral, no es ni buena ni mala: su uso virtuoso la hace moralmente buena, el pecado la hace mala [1]. En el caso de Pablo, lo que le ha cambiado no es una simple idea o una convicción: ha sido el encuentro con el Señor resucitado —no olvidéis esto, lo que cambia una vida es el encuentro con el Señor—,  para Saulo ha sido el encuentro con el Señor resucitado lo que ha transformado todo su ser. La humanidad de Pablo, su pasión por Dios y su gloria no es aniquilada, sino transformada, “convertida” por el Espíritu Santo. El único que puede cambiar nuestros corazones es el Espíritu Santo. Y así para cada aspecto de su vida. Precisamente como sucede en la Eucaristía: el pan y el vino no desaparecen, sino que se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El celo de Pablo permanece, pero se convierte en celo de Cristo. Cambia el sentido, pero el celo es el mismo. Al Señor se le sirve con nuestra humanidad, con nuestras prerrogativas y nuestras características, pero lo que cambia todo no es una idea, sino la vida auténtica, como dice el mismo Pablo: «El que está en Cristo, es una nueva creación: pasó lo viejo, todo es nuevo» ( 2 Cor 5,17). El encuentro con Jesús te cambia desde dentro, te hace otra persona. Si uno está en Cristo es una nueva criatura, este es el sentido de ser una nueva criatura. Convertirse en cristiano no es un maquillaje que te cambia la cara, ¡no! Si tú eres cristiano te cambia el corazón, pero si tú eres cristiano de apariencia, esto no va bien… cristianos de maquillaje no está bien. El verdadero cambio es del corazón. Y esto le sucedió a Pablo.

La pasión por el Evangelio no es una cuestión de comprensión o de estudios, que también son necesarios pero no la generan; significa más bien recorrer esa misma experiencia de “caída y resurrección” que Saulo/Pablo vivió y que está en el origen de la transfiguración de su impulso apostólico. Tú puedes estudiar toda la teología que quieras, tú puedes estudiar la Biblia y todo eso y convertirte en ateo o mundano, no es una cuestión de estudios; ¡en la historia ha habido muchos teólogos ateos! Estudiar es necesario, pero no genera la nueva vida de gracia. De hecho, como dice san Ignacio de Loyola: «No el mucho saber harta y satisface al anima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» [2]. Se trata de las cosas que te cambian dentro, que te hacen saber otra cosa, gustar otra cosa. Cada uno de nosotros piense en esto: “¿Yo soy religioso?” – “De acuerdo” – “¿Yo rezo?” – “Sí” – “¿Yo trato de cumplir los mandamientos?” – “Sí” – “Pero ¿dónde está Jesús en mi vida?” – “Ah no, yo hago lo que manda la Iglesia”. Pero Jesús ¿dónde está? ¿Has encontrado a Jesús? ¿Has hablado con Jesús? ¿Lees el Evangelio o hablas con Jesús? ¿Te acuerdas de quién es Jesús? Y esto es algo que nos falta muchas veces. Cuando Jesús entra en tu vida, como entró en la vida de Pablo, Jesús entra, cambia todo. Muchas veces hemos escuchado comentarios sobre la gente: “Mira ese otro, que era un desgraciado y ahora es un hombre bueno, una mujer buena… ¿Quién lo ha cambiado? Jesús, ha encontrado a Jesús. Tu vida que es cristiana ¿ha cambiado?  “Eh, no, más o menos, sí…”. Si no ha entrado Jesús en tu vida no ha cambiado. Tú puedes ser cristiano por fuera solamente. No, debe entrar Jesús y esto te cambia y esto le sucedió a Pablo. Es necesario encontrar a Jesús y por esto Pablo decía que el amor de Cristo nos impulsa, lo que te lleva adelante. El mismo cambio les sucedió a todos los santos, que cuando encontraron a Jesús fueron adelante.

Podemos hacer una ulterior reflexión sobre el cambio que tiene lugar en Pablo, el cual de perseguidor se convirtió en apóstol de Cristo. Notemos que en él se verifica una especie de paradoja:  mientras se considera justo delante de Dios, se siente autorizado a perseguir, a arrestar, incluso a matar, como en el caso de Esteban; pero cuando iluminado por el Señor Resucitado descubre haber sido “un blasfemo y un violento” (cfr. 1 Tm 1, 13) —así dice de sí mismo: “yo he sido un blasfemador y un violento”—,  entonces empieza a ser realmente capaz de amar. Y este es el camino. Si uno de nosotros dice: “Ah, gracias Señor, porque soy una persona buena, yo hago cosas buenas, no hago pecados grandes…”. Este no es un buen camino, este es un camino de autosuficiencia, es un camino que no te justifica, te hace un católico elegante, pero un católico elegante no es un católico santo, es elegante. El verdadero católico, el verdadero cristiano es el que recibe a Jesús dentro, que cambia el corazón. Esta es la pregunta que os hago a todos vosotros hoy: ¿qué significa Jesús para mí? ¿Le he dejado entrar en mi corazón o solamente lo tengo a mano pero que no vaya muy dentro? ¿Me he dejado cambiar por Él? O Jesús es solamente una idea, una teología que va adelante… Y el celo es que cuando uno encuentra a Jesús siente el fuego y como Pablo debe predicar a Jesús, debe hablar de Jesús, debe ayudar a la gente, debe hacer cosas buenas. Cuando uno encuentra la idea de Jesús permanece un ideólogo del cristianismo y esto no salva, solamente Jesús nos salva, si tú lo has encontrado y le has abierto la puerta de tu corazón. ¡La idea de Jesús no te salva! Que el Señor nos ayude a encontrar a Jesús, a encontrarnos con Jesús, y que Jesús desde dentro nos cambie la vida y nos ayude a ayudar a los demás.


[1] Cfr.  Quaestio “De veritate” 24, 7.

[2]  Ejercicios espirituales, Anotaciones, 2, 4.

 


 

Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Recemos por los migrantes que fallecieron ayer en un trágico incendio en Ciudad Juárez, México, para que el Señor los reciba en su Reino y dé consuelo a sus familias. Recemos por ellos. Saludo también a los jóvenes de Teruel. Pidamos también al Señor que en este camino cuaresmal aumente en nosotros el “celo” por el Evangelio de Cristo, que nace de reconocernos “pecadores perdonados” y de acoger en nuestra vida la gracia del amor de Dios. Que Jesús los bendiga a todos y la Virgen los cuide. Muchas gracias.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En este ciclo de catequesis dedicadas al celo apostólico, hoy reflexionamos sobre la figura del apóstol san Pablo. Su ejemplo es emblemático en este tema. Recorriendo su vida, vemos que Saulo —que era el primer nombre de Pablo— siempre fue un apasionado, un apasionado de la Ley de Dios, la defendía con radicalidad. Este celo, este apasionamiento que lo caracterizaba no desapareció después de su conversión, sino que siguió siendo apasionado. Se transformó por la acción del Espíritu Santo: Pablo pasó de querer destruir la Iglesia a abrazar la causa del Evangelio, anunciando a Cristo en todos los lugares donde iba y formando nuevas comunidades cristianas.

Esto nos enseña que lo que origina la pasión por el Evangelio no es la personalidad o los estudios de una persona —que ciertamente pueden ayudar—, sino lo que lo define es el encuentro con Cristo. Como le sucedió a san Pablo, vemos que el auténtico celo apostólico surge de una experiencia de “caída y resurrección”, que nos lleva a reconocer la Vida verdadera.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana