domingo, 25 de diciembre de 2022

Francisco en Navidad: Jesús, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe

 

El Papa presidió la Misa de Nochebuena en la Basílica de San Pedro. Su homilía fue una oportunidad para meditar sobre el significado del pesebre en el que Cristo nació en Belén, deteniéndose en tres palabras esenciales: la cercanía, la pobreza y lo concreto.

Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano

Son las siete y veinte de la tarde en Roma del sábado 24 de diciembre y la Basílica de San Pedro está engalanada con flores rosas y blancas para la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor, presidida por el Santo Padre. Son llevadas en procesión por 12 niños de Italia, India, Filipinas, México, El Salvador, Corea y Congo hasta el pesebre colocado en el templo. Por primera vez después de los dos años de pandemia, la capital del catolicismo recibe a peregrinos de todas partes sin restricciones sanitarias. Además de la Basílica (7.000 personas), en la Plaza unos 3.000 fieles siguen la ceremonia a través de las pantallas gigantes, en una noche serena y adornada con el árbol y el belén inaugurados el 3 de diciembre pasado.

Un grupo de niños presenta una ofrenda floral a los pies del Niño Dios.
Un grupo de niños presenta una ofrenda floral a los pies del Niño Dios.

“¿Qué es lo que le sigue diciendo esta noche a nuestras vidas?”. A partir de esta interrogante el Papa articula su homilía, en la que recuerda que, “después de dos milenios del nacimiento de Jesús, después de muchas Navidades festejadas entre adornos y regalos, después de todo el consumismo que ha envuelto el misterio que celebramos, hay un riesgo: sabemos muchas cosas sobre la Navidad, pero nos olvidamos del significado”.

Luego, se pregunta cómo encontrar de nuevo el sentido de la Navidad, dónde buscarlo y dice que “el Evangelio del nacimiento de Jesús parece estar escrito precisamente para esto, para tomarnos de la mano y llevarnos allí donde Dios quiere”.

En efecto, explica el Pontífice, “comienza con una situación parecida a la nuestra”, en un mar de ocupaciones, “disponiendo la realización de un importante evento, el gran censo, que exigía muchos preparativos”. En este sentido, insiste que “el clima de entonces era semejante al que rodea hoy la Navidad”. Pero acota que “la narración evangélica toma distancia de aquel escenario mundano; se separa de esa imagen para ir a encuadrar otra realidad, sobre la que insiste”. Es decir, “fija su atención en un pequeño objeto, aparentemente insignificante, que menciona tres veces y en el que convergen los protagonistas de la narración”: el pesebre.

Hay que volver al pesebre

Para redescubrir el sentido de la Navidad, “hay que mirar allí, al pesebre”, afirma el Obispo de Roma, quien reflexiona sobre la relevancia de este elemento. “Es el signo —no casual—, asegura el Papa, con el que Cristo entra en la escena del mundo. Es el manifiesto con el que se presenta, el modo con el que Dios nace en la historia para hacer renacer la historia”.

Para ilustrar el mensaje del belén en el siglo XXI, Francisco selecciona tres aspectos: la cercanía, la pobreza y lo concreto.

La cercanía

"El pesebre sirve para llevar la comida cerca de la boca y consumirla más rápido. Puede así simbolizar un aspecto de la humanidad: la voracidad en el consumir”, según el Papa. “Mientras los animales en el establo consumen la comida, los hombres en el mundo, hambrientos de poder y de dinero, devoran de igual modo a sus vecinos, a sus hermanos”, añade.

Una vez más, como profeta de paz, Francisco exclama: “¡Cuántas guerras! Y en tantos lugares, todavía hoy, la dignidad y la libertad se pisotean”. “Y las principales víctimas de la voracidad humana siempre son los frágiles, los débiles”, subraya. Hoy como ayer, como le sucedió a Jesús, una “humanidad insaciable de dinero, poder y placer tampoco le hace sitio a los más pequeños, a tantos niños por nacer, a los pobres, a los olvidados”. Su mirada se dirige, en especial, a los niños devorados por las guerras, la pobreza y la injusticia.

“Pero Jesús llega precisamente allí, un niño en el pesebre del descarte y del rechazo. En Él, niño de Belén, está cada niño. Y está la invitación a mirar la vida, la política y la historia con los ojos de los niños”.

El Pontífice: "Te vemos tan cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor".
El Pontífice: "Te vemos tan cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor".

Precisamente, “en el pesebre del rechazo y de la incomodidad, Dios se acomoda, llega allí, porque allí está el problema de la humanidad, la indiferencia generada por la prisa voraz de poseer y consumir”.

“Cristo nace allí y en ese pesebre lo descubrimos cercano. Llega donde se devora la comida para hacerse nuestro alimento. Dios no es un padre que devora a sus hijos, sino el Padre que en Jesús nos hace sus hijos y nos nutre de ternura. Llega para tocarnos el corazón y decirnos que la única fuerza que cambia el curso de la historia es el amor. No permanece distante y potente, sino que se hace próximo y humilde; Él, que estaba sentado en el cielo, se deja recostar en un pesebre”.

Hablando al corazón de cada hombre y mujer del Santo Pueblo Fiel de Dios, el Sucesor de Pedro nos dice:

“Esta noche Dios se acerca a ti porque para Él eres importante. Desde el pesebre, como alimento para tu vida, te dice: “Si sientes que los acontecimientos te superan, si tu sentido de culpa y tu incapacidad te devoran, si tienes hambre de justicia, yo, Dios, estoy contigo. Sé lo que vives, lo he experimentado en el pesebre. Conozco tus miserias y tu historia. He nacido para decirte que estoy y estaré siempre cerca de ti”.

“El pesebre de Navidad, primer mensaje de un Dios niño, nos dice que Él está con nosotros, nos ama, nos busca”, sostiene el Papa, animándonos a no dejarnos vencer por el miedo, la resignación o el desánimo. Porque “Dios nace en un pesebre para hacerte renacer precisamente allí, donde pensabas que habías tocado fondo. No hay mal, no hay pecado del que Jesús no quiera y no pueda salvarte. Navidad quiere decir que Dios es cercano”. “¡Que renazca la confianza!”, pide.

El Obispo de Roma llama a renacer la caridad en Navidad.
El Obispo de Roma llama a renacer la caridad en Navidad.

La pobreza  

Desglosando la segunda clave de lectura del belén, el Papa describe su austera composición, sin muchas cosas a su alrededor: maleza, algún animal y poco más. “María, José y los pastores; todos eran pobres, unidos por el afecto y por el asombro; no por riquezas y grandes posibilidades”, asevera Bergoglio, quien reivindica que el humilde pesebre “saca a relucir las verdaderas riquezas de la vida: no el dinero y el poder, sino las relaciones y las personas”.

Y la primera persona, la primera riqueza, es Jesús. Sin embargo, “¿queremos estar a su lado? ¿Nos acercamos a Él, amamos su pobreza, o preferimos quedarnos cómodos en nuestros intereses? Sobre todo, ¿lo visitamos donde Él se encuentra, es decir, en los pobres pesebres de nuestro mundo?”, nos interpela el Pontífice. En los pobres Él está presente, deja claro el Papa, y nos recuerda que estamos llamados a ser una Iglesia que adora a Jesús pobre y sirve a Jesús en los pobres.

En su alocución, Francisco retoma el mensaje pastoral de Año Nuevo de San Óscar Arnulfo Romero, del 1º de enero de 1980: “La Iglesia apoya y bendice los esfuerzos por transformar estas estructuras de injusticia y solo pone una condición: que las transformaciones sociales, económicas y políticas redunden en verdadero beneficio de los pobres”. El Santo Padre reconoce que “no es fácil dejar la tibia calidez de la mundanidad para abrazar la belleza agreste de la gruta de Belén, pero recordemos que no es verdaderamente Navidad sin los pobres”. “Sin ellos se festeja la Navidad, pero no la de Jesús. Hermanos, hermanas, en Navidad, Dios es pobre. ¡Que renazca la caridad!”, prosigue.

Santa misa de Nochebuena en la Basílica de San Pedro.
Santa misa de Nochebuena en la Basílica de San Pedro.

Lo concreto

Un niño en un pesebre representa, para el Pontífice argentino, “una escena que impacta, hasta el punto de ser cruda”.

“Nos recuerda que Dios se ha hecho verdaderamente carne. De manera que, respecto a Él, no son suficientes las teorías, los pensamientos hermosos y los sentimientos piadosos”.

El Salvador, que nació pobre, “vivirá pobre y morirá pobre”, “no hizo muchos discursos sobre la pobreza, sino la vivió hasta las últimas consecuencias por nosotros”, expresa el Papa.

“Desde el pesebre hasta la cruz, su amor por nosotros fue tangible, concreto: desde su nacimiento hasta su muerte, el hijo del carpintero abrazó la aspereza del leño, la rudeza de nuestra existencia. No nos amó con palabras, no nos amó en broma”.

Jesucristo “no se conforma con apariencias”, aclara Su Santidad. Por el contrario, remarca que “busca una fe concreta, hecha de adoración y de caridad, no de palabrería y exterioridad”; “nos pide verdad, que vayamos a la verdad desnuda de las cosas, que depositemos a los pies del pesebre las excusas, las justificaciones y las hipocresías”. También, “quiere que nos revistamos de amor”.

El Sucesor de Pedro en la Misa de Nochebuena dice que, en nombre de Jesús, hagamos renacer un poco de esperanza a quien la ha perdido.
El Sucesor de Pedro en la Misa de Nochebuena dice que, en nombre de Jesús, hagamos renacer un poco de esperanza a quien la ha perdido.

Los tres pedidos del Papa

Francisco exhorta a no dejar pasar esta Navidad sin hacer algo de bueno. Ya que es la fiesta, el cumpleaños del Mesías, "hagámosle a Él regalos que le agraden", sugiere. "En Navidad, Dios es concreto, en su nombre hagamos renacer un poco de esperanza a quien la ha perdido", aconseja.

La oración al final de la homilía

"Jesús, te miramos, acurrucado en el pesebre. Te vemos tan cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor. Te contemplamos pobre, enseñándonos que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en las personas, sobre todo en los pobres. Perdónanos, si no te hemos reconocido y servido en ellos. Te vemos concreto, porque concreto es tu amor por nosotros, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe. Amén".

Por la erradicación de la violencia 

En las cinco oraciones de los fieles, junto a las de chino, francés, portugués y malayalam, destaca la invocación, en árabe, al "Padre de todos, que ama y da la paz, para que conceda a quienes tienen responsabilidades políticas, sociales y económicas el valor de rechazar la violencia y construir la amistad entre los pueblos". 

sábado, 17 de diciembre de 2022

Catequesis sobre el discernimiento 12. La vigilancia

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 14 de diciembre de 2022

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Catequesis sobre el discernimiento 12. La vigilancia

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Entramos en la fase final de este recorrido de catequesis sobre el discernimiento. Iniciamos por el ejemplo de san Ignacio de Loyola; después consideramos los elementos del discernimiento —es decir, la oraciónel conocerse a uno mismoel deseo y el “libro de la vida”—; nos detuvimos en la desolación y la consolación, que forman la “materia”, y así hemos llegado a la confirmación de la decisión tomada.

Considero necesario incluir en este punto la referencia a una actitud esencial para que no se pierda todo el trabajo realizado para discernir lo mejor y tomar la decisión correcta, y esta sería la actitud de la vigilancia. Nosotros hemos hecho el discernimiento, consolación y desolación; hemos elegido una cosa… todo va bien, pero ahora vigilar: la actitud de la vigilancia. Porque de hecho hay un riesgo, como hemos escuchado en el pasaje del Evangelio que se ha leído. El riesgo es que el “aguafiestas”, es decir, el Maligno, puede arruinarlo todo, haciéndonos volver al punto de partida, es más, a una condición aún peor. Y esto sucede, por eso es necesario estar atentos y vigilar. Por eso es indispensable estar vigilantes. Por tanto, hoy me ha parecido oportuno destacar esta actitud, que todos necesitamos para que el proceso de discernimiento llegue a buen término y permanezca ahí.

En efecto, Jesús en su predicación insiste mucho en el hecho de que el buen discípulo está vigilante, no se duerme, no se deja llevar por la excesiva seguridad cuando las cosas van bien, sino que permanece atento y preparado para hacer el propio deber.

Por ejemplo, en el Evangelio de Lucas, Jesús dice: «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos» (12,35-37).

Vigilar para custodiar nuestro corazón y entender qué sucede dentro. Se trata de la disposición del alma de los cristianos que esperan la venida final del Señor; pero se puede entender también como la actitud ordinaria que hay que tener en la conducta de vida, de forma que nuestras buenas decisiones, realizadas a veces después de un arduo discernimiento, puedan proseguir de forma perseverante y coherente y dar fruto.

Si falta la vigilancia, es muy fuerte, como decíamos, el riesgo de que se pierda todo. No se trata de un peligro de tipo psicológico, sino de tipo espiritual, una verdadera insidia del espíritu malo. Este, de hecho, espera precisamente el momento en el que estamos demasiado seguros de nosotros mismos, ahí está el peligro: “Estoy seguro de mí mismo, he ganado, ahora estoy bien…” este es el momento que el espíritu malo espera, cuando todo va bien, cuando las cosas van “como la seda” y tenemos, como se dice, “el viento en popa”. De hecho, en la pequeña parábola evangélica que hemos escuchado, se dice que el espíritu impuro, cuando vuelve a la casa de la que había salido, «la encuentra desocupada, barrida y en orden» (Mt 12,44). Todo está bien, todo está en orden, pero ¿el dueño de la casa dónde está? No está. No hay nadie que la vigile y que la custodie. Este es el problema. El dueño de la casa no está, ha salido, se ha distraído; o está en casa, pero dormido, y por tanto es como si no estuviera. No está vigilante, no está atento, porque está demasiado seguro de sí y ha perdido la humildad de custodiar el propio corazón. Debemos custodiar siempre nuestra casa, nuestro corazón y no estar distraídos… porque aquí está el problema, como decía la parábola.

Entonces, el espíritu malo puede aprovecharse y volver a esa casa. Pero el Evangelio dice que no vuelve solo, sino junto a otros «siete espíritus peores que él» (v. 45). Una mala compañía, una banda de delincuentes. Pero —nos preguntamos— ¿cómo es posible que puedan entrar tranquilos? ¿Por qué el dueño no se da cuenta? ¿No había sido tan bueno al hacer el discernimiento y a expulsarlos? ¿No había recibido también las felicitaciones de sus amigos y de los vecinos por esa casa tan hermosa y elegante, tan ordenada y limpia? Sí, pero quizá precisamente por esto se había enamorado demasiado de la casa, es decir, de sí mismo, y había dejado de esperar al Señor, de esperar la venida del Esposo; quizá por miedo a arruinar ese orden ya no acogía a nadie, no invitaba a los pobres, a los sin techo, esos que molestan… Una cosa es cierta: aquí se trata del orgullo malo, la presunción de ser justos, de ser buenos, de ser correctos. Muchas veces oímos decir: “Sí, yo era malo antes, me convertí y ahora, ahora la casa está en orden gracias a Dios, y estás tranquilo por esto…”. Cuando confiamos demasiado en nosotros mismos y no en la gracia de Dios, entonces el Maligno encuentra la puerta abierta. Entonces organiza la expedición y toma posesión de esa casa. Y Jesús concluye: «Y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio» (v. 45).

¿Pero el dueño no se da cuenta? No, porque estos son los demonios educados: entran sin que tú te des cuenta, llaman a la puerta, son corteses. “No va bien, venga, venga, entra…” y después al final mandan ellos en tu alma. Estad atentos a estos diablillos, a estos demonios: el diablo es educado, cuando finge ser un gran señor. Porque entra con la nuestra para salirse con la suya. Es necesario custodiar la casa de este engaño de los demonios educados. Y la mundanidad espiritual va por este camino, siempre.

Queridos hermanos y hermanas, parece imposible, pero es así. Muchas veces perdemos, somos vencidos en las batallas, por esta falta de vigilancia. Muchas veces, quizá, el Señor ha dado muchas gracias y al final no somos capaces de perseverar en esta gracia y lo perdemos todo, porque nos falta la vigilancia: no hemos custodiado las puertas. Y además hemos sido engañados por alguien que viene, educadamente se mete dentro y adiós… el diablo tiene estas cosas. Cada uno puede también verificarlo pensando en la propia historia personal. No basta con hacer un buen discernimiento y tomar una buena decisión. No, no basta: es necesario permanecer vigilantes, custodiar esta gracia que Dios nos ha dado, pero vigilar, porque tú puedes decirme: “Pero cuando yo veo algún desorden, me doy cuenta enseguida que es el diablo, que es una tentación…” sí, pero esta vez viene disfrazada de ángel: el demonio sabe disfrazarse de ángel, entra con palabras corteses, y te convence y al final es peor que al principio… Es necesario permanecer vigilantes, vigilar el corazón. Si yo preguntara a cada uno de nosotros y también a mí mismo: “¿qué está sucediendo en tu corazón?”. Quizá no sabríamos decir todo: diremos una cosa o dos cosas, pero no todo. Vigilar el corazón, porque la vigilancia es signo de sabiduría, es signo sobre todo de humildad, porque tenemos miedo de caer y la humildad es el camino maestro de la vida cristiana.


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a María, Virgen de la Dulce Espera, que nos enseñe a “velar y orar” para no distraernos en el seguimiento de su Hijo, y para descubrir su presencia salvadora en los acontecimientos de nuestra vida cotidiana. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Estamos llegando al final del ciclo de catequesis sobre el discernimiento. Una actitud esencial para que el proceso de discernimiento llegue a buen término es la vigilancia, saber lo que pasa dentro de nosotros. Jesús insiste mucho en que los discípulos permanezcan vigilantes, que no se duerman ni estén demasiado seguros de sí mismos, sino que estén atentos, porque el mal espíritu —como acabamos de escuchar en la lectura del evangelio— siempre aprovecha las ocasiones para “entrar en nuestra casa”, para meterse dentro del corazón y alejarnos del Señor.

Podríamos preguntarnos, ¿cuándo le dejamos la puerta abierta al mal espíritu? Por ejemplo, cuando confiamos más en nosotros mismos que en la gracia de Dios, o cuando nos distraemos y nos olvidamos de esperar al Señor. También cuando nos acomodamos y dejamos de ayudar a las personas que nos necesitan. Por eso, no basta hacer un buen discernimiento y tomar buenas decisiones. Es necesario estar atentos, como el centinela de la mañana. Vigilar qué pasa dentro de nosotros, porque vigilar es signo de sabiduría y, sobre todo, de humildad, que es el gran camino de la vida cristiana



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domingo, 11 de diciembre de 2022

El Papa en el Ángelus: Adviento, tiempo para salir de ciertos esquemas y prejuicios

 

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2022-12/papa-francisco-alocucion-angelus-tercer-domingo-adviento-2022.html

Este III Domingo de Adviento, en su alocución antes de rezar la oración del Ángelus, el Santo Padre invitó a los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro que, “la Virgen nos tome de la mano en estos días de preparación a la Navidad y nos ayude a reconocer en la pequeñez del Niño la grandeza de Dios que viene”.

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano

“Adviento es un tiempo en el que, preparando el pesebre para el Niño Jesús, aprendemos de nuevo quién es nuestro Señor; un tiempo en el que salir de ciertos esquemas y prejuicios hacia Dios y los hermanos”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus, de este 11 de diciembre, III Domingo de Adviento, ante los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para rezar a la Madre de Dios.

«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?»

Al comentar el Evangelio que la liturgia presenta este III Domingo de Adviento, el Santo Padre señaló que, el evangelista Mateo nos habla de Juan Bautista y de la crisis que atraviesa sobre la figura del Mesías, mientras estaba en la cárcel; por ello, manda a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?».

“De hecho, Juan, al oír hablar de las obras de Jesús, le asalta la duda de si realmente es Él el Mesías o no. Efectivamente, él pensaba en un Mesías severo que, al llegar, haría justica con poder castigando a los pecadores. Ahora, sin embargo, Jesús tiene palabras y gestos de compasión hacia todos, en el centro de su acción está la misericordia, por lo que «los ciegos ven y los cojos caminan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva»”.

No encerrar a Dios en nuestros esquemas

El Papa Francisco además indicó que, el Evangelio subraya que Juan se encuentra en la cárcel, y con ellos hace pensar no sólo al lugar físico, sino también a la situación interior que está viviendo: “en la cárcel hay la oscuridad, falta la posibilidad de ver claro y ver más allá”. De hecho, El Bautista ya no logra reconocer en Jesús al Mesías esperado y, asaltado por la duda, envía a los discípulos a verificar.

“Pero esto significa que también el creyente más grande atraviesa el túnel de la duda. Y no es un mal, es más, a veces es esencial para el crecimiento espiritual: nos ayuda a entender que Dios es siempre más grande de como lo imaginamos; las obras que realiza son sorprendentes respecto a nuestros cálculos; su acción es diferente, supera nuestras necesidades y nuestras expectativas; y por eso no debemos dejar nunca de buscarlo y de convertirnos a su verdadero rostro”.

Y citando a Henri de Lubac, el Pontífice afirmó que, a Dios «es necesario redescubrirlo a etapas… a veces creyendo perderlo». Así hace El Bautista: ante la duda, le busca una vez más, le interroga, “discute” con Él y finalmente le descubre.

“Juan, definido por Jesús el mayor entre los nacidos de mujer (cfr Mt 11,11), nos enseña a no encerrar a Dios en nuestros esquemas”

Incapaces de reconocer la novedad del Señor

En ese sentido, el Santo Padre indicó que también nosotros a veces podemos encontrarnos en la misma situación del Bautista, es decir, en una cárcel interior, incapaces de reconocer la novedad del Señor, que quizá tenemos prisionero de la presunción de saber ya mucho sobre Él.

“Quizá tenemos en la cabeza un Dios poderoso que hace lo que quiere, en vez del Dios de humilde mansedumbre, de la misericordia y del amor, que interviene siempre respetando nuestra libertad y nuestras elecciones. Quizá nos surge también a nosotros decirle: ‘¿Eres realmente Tú, tan humilde, el Dios que viene a salvarnos?’. Y puede sucedernos algo parecido también con los hermanos: tenemos nuestras ideas, nuestros prejuicios y ponemos a los demás -especialmente a quien sentimos diferente de nosotros– etiquetas rígidas”.

“Existe siempre el peligro, la tentación: de hacernos un Dios a nuestra medida, un Dios para usarlo. Y Dios es otra cosa ...”

Un tiempo para sorprendernos por la misericordia de Dios

Antes de concluir su alocución, el Papa Francisco recordó que, el Adviento, es un tiempo de inversión de perspectivas, un tiempo donde podemos dejarnos sorprender por la grandeza de la misericordia de Dios.

“Un tiempo en el que, preparando el pesebre para el Niño Jesús, aprendemos de nuevo quién es nuestro Señor; un tiempo en el que salir de ciertos esquemas y prejuicios hacia Dios y los hermanos; un tiempo en el que, en vez de pensar en regalos para nosotros, podemos donar palabras y gestos de consolación a quién está herido, como hizo Jesús con los ciegos, los sordos y los cojos”.

Y a los miles de fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro, y a todos aquellos que seguían el Ángelus a través de los medios de comunicación, el Santo Padre los invitó a dejarse guiar en este tiempo de Adviento por la Madre de Jesús. “La Virgen nos tome de la mano en estos días de preparación a la Navidad y nos ayude a reconocer en la pequeñez del Niño la grandeza de Dios que viene”.

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PAPA FRANCiSCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 7 de diciembre de 2022

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Catequesis sobre el discernimiento 11. La confirmación de la buena decisión

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el proceso del discernimiento, es importante permanecer atentos también a la fase que sigue inmediatamente a la decisión tomada, para captar los signos que la confirman o los que la desmienten.  Debo tomar una decisión, hago el discernimiento, pro o contra, sentimientos, rezo… después termina este proceso y tomo la decisión y después viene esa parte en la que debemos estar atentos, ver. Porque en la vida hay decisiones que no son buenas y hay signos que la desmienten, mientras que para las buenas hay signos que la confirman.

Hemos visto de hecho cómo el tiempo es un criterio fundamental para reconocer la voz de Dios en medio de otras muchas voces. Solo Él es Señor del tiempo: esto es una marca de garantía de su originalidad, que lo diferencia de las imitaciones que hablan en su nombre sin lograrlo. Uno de los signos distintivos del espíritu bueno es el hecho de que comunica una paz que dura en el tiempo. Si tú haces una profundización, después tomas la decisión y esto te da una paz que dura en el tiempo, esto es una buena señal e indica que el camino ha sido bueno. Una paz que trae armonía, unidad, fervor, celo. Tú sales del proceso de profundización mejor de cómo has entrado.

Por ejemplo, si tomo la decisión de dedicar media hora más a la oración, y después me doy cuenta de que vivo mejor los otros momentos del día, estoy más sereno, menos ansioso, desempeño con más cuidado y gusto el trabajo, incluso las relaciones con algunas personas difíciles se vuelven más fáciles…: todos estos son signos importantes que sostienen la bondad de la decisión tomada. La vida espiritual es circular: la bondad de una elección es beneficiosa para todos los ámbitos de nuestra vida. Porque es participación en la creatividad de Dios.

Podemos reconocer algunos aspectos importantes que ayudan a leer el tiempo sucesivo a la decisión como posible confirmación de su bondad, porque el tiempo sucesivo confirma la bondad de la decisión. Estos aspectos importantes ya los hemos visto, de alguna manera, a lo largo de estas catequesis, pero ahora encuentran una aplicación ulterior.

Un primer aspecto es si la decisión es considerada como un posible signo de respuesta al amor y a la generosidad que el Señor tiene hacia mí. No nace del miedo, no nace de un chantaje afectivo o de una obligación, sino que nace de la gratitud por el bien recibido, que mueve el corazón a vivir con liberalidad la relación con el Señor.

Otro elemento importante es la conciencia de sentirse en el propio lugar en la vida —esa tranquilidad: “Estoy en mi lugar”— y sentirse parte de un diseño más grande, al que se desea ofrecer la propia contribución. En la plaza de San Pedro hay dos puntos precisos —los focos de la elipse— desde donde se ven las columnas de Bernini perfectamente alineadas. De forma análoga, el hombre puede reconocer que ha encontrado lo que está buscando cuando su jornada se vuelve más ordenada, advierte una creciente integración entre sus múltiples intereses, establece una correcta jerarquía de importancia y logra vivir todo con facilidad, afrontando con renovada energía y fuerza de ánimo las dificultades que se presentan. Estas son las señales de que has tomado una buena decisión.

Otro buen signo, por ejemplo, de confirmación es el hecho de permanecer libres respecto a lo decidido, dispuestos a volver a cuestionarlo, también a renunciar frente a posibles desmentidos, tratando de encontrar en ellos una posible enseñanza del Señor. Esto no porque Él quiera privarnos de lo que más queremos, sino para vivirlo con libertad, sin apego. Solo Dios sabe qué es verdaderamente bueno para nosotros. Ser posesivo es enemigo del bien y mata el afecto, estad atentos a esto, ser posesivo es enemigo del bien, mata el afecto: los muchos casos de violencia en ámbito doméstico, de los que lamentablemente tenemos noticias frecuentes, nacen casi siempre de la pretensión de poseer el afecto del otro, de la búsqueda de una seguridad absoluta que mata la libertad y sofoca la vida, haciéndola un infierno.

Podemos amar solo en la libertad, por esto el Señor nos ha creado libres, libres también de decirle no. Ofrecerle a Él lo que más queremos está en nuestro interés, nos consiente vivirlo de la mejor manera posible y en la verdad, como un don que nos ha hecho, como un signo de su bondad gratuita, sabiendo que nuestra vida, así como la historia entera, está en sus manos benévolas. Es lo que la Biblia llama el temor de Dios, es decir, el respeto de Dios, no que Dios me asuste, no, sino un respeto, una condición indispensable para acoger el don de la Sabiduría (cfr. Sir 1,1-18). Es el temor que expulsa cualquier otro temor, porque está orientado a Aquel que es Señor de todas las cosas. Frente a Él nada puede inquietarnos. Es la experiencia asombrada de san Pablo, que decía así: «Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre: a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Fil 4,12-13). Este es el hombre libre, que bendice al Señor tanto cuando vienen las cosas buenas como cuando vienen las cosas no tan buenas: ¡bendecido sea y vamos adelante!

Reconocer esto es fundamental para una buena decisión, y tranquiliza sobre lo que no podemos controlar o prever: la salud, el futuro, las personas queridas, nuestros proyectos. Lo que cuenta es que nuestra confianza esté puesta en el Señor del universo, que nos ama inmensamente y sabe que podemos construir con Él algo maravilloso, algo eterno. Las vidas de los santos nos lo muestran de la forma más hermosa. Vayamos siempre adelante tratando de tomar las decisiones así, en oración y sintiendo qué sucede en nuestro corazón e ir adelante lentamente, ¡ánimo!


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Mañana celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Pidamos a nuestra Madre que nos ayude a tomar buenas decisiones y a cumplirlas, para mayor gloria de Dios y bien de nuestro prójimo. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Seguimos avanzando en el tema del discernimiento. Cuando tomamos una decisión, hay algunos signos que nos permiten ver si Dios confirma que vamos por el buen camino. Uno de los signos es la paz, una paz que dura con el paso del tiempo y nos da armonía y nos da fervor, aun en la cruz. Otro signo es la gratitud que experimentamos por los bienes recibidos de Dios, lo que nos lleva a vivir con más generosidad la relación con Él. También es importante cuando sentimos que hemos encontrado nuestro lugar en la vida, y eso nos permite afrontar con fortaleza los momentos difíciles que lleguen.

El hecho de sentirnos libres frente a una decisión tomada, es decir, estar abiertos para cambiar o renunciar a ello sin apegos, también es un buen signo. Sólo Dios sabe lo que es bueno para nosotros, por eso, reconociendo su presencia providente en nuestra vida, le ofrecemos lo que somos y tenemos, sabiendo que todo es un don suyo. Esta confianza en Dios es indispensable para poder tomar siempre una buena decisión.



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domingo, 4 de diciembre de 2022

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 4 de diciembre de 2022

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, feliz domingo!

Hoy, segundo domingo de Adviento, el Evangelio de la Liturgia nos presenta la figura de Juan Bautista. El texto dice que «llevaba un vestido de piel de camello», que «se alimentaba de saltamontes y miel, miel, silvestre» (Mt 3,4) y que invitaba a todos a la conversión y decía así: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» (v. 2) y predicaba la cercanía del Reino. En suma, un hombre austero y radical, que a primera vista puede parecernos un poco duro y que infunde cierto temor. Pero entonces nos preguntamos: ¿Por qué la Iglesia lo propone cada año como el principal compañero de viaje durante el tiempo de Adviento, durante este tiempo de Adviento? ¿Qué se esconde detrás de su severidad, detrás de su aparente dureza? ¿Cuál es el secreto de Juan? ¿Cuál es el mensaje que la Iglesia nos da hoy con Juan?

En realidad, el Bautista, más que un hombre duro es un hombre alérgico a la falsedad, escuchad bien esto: alérgico a la falsedad. Por ejemplo, cuando se acercaron a él los fariseos y los saduceos, conocidos por su hipocresía, su “reacción alérgica” fue muy fuerte. Algunos de ellos, de hecho, probablemente iban a él por curiosidad o por oportunismo, porque Juan se había vuelto muy popular. Aquellos fariseos y saduceos se sentían satisfechos y frente al llamamiento cortante del Bautista, se justificaban diciendo: «Tenemos por padre a Abrahán» (v. 9). Así, entre falsedades y conjeturas, no aprovecharon la ocasión de la gracia, la oportunidad de comenzar una vida nueva: estaban cerrados en la presunción de ser justos. Por ello, Juan les dice: «Dad el fruto que pide la conversión» (v. 8). Es un grito de amor, como el de un padre que ve a su hijo arruinarse y le dice: “¡No desperdicies tu vida!” De hecho, queridos hermanos y hermanas, la hipocresía es el peligro más grave, porque puede arruinar también las realidades más sagradas. La hipocresía es un peligro grave. Por eso el Bautista – como después también Jesús – es duro con los hipócritas – podemos leer, por ejemplo, el capítulo 23 de Mateo donde Jesús habla a los hipócritas del tiempo, tan fuerte – y, ¿por qué hace así el Bautista y también Jesús? Para sacudirlos. En cambio, aquellos que se sentían pecadores «acudían a él […] confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán» (v. 5). Es así, es así: para acoger a Dios no importa la destreza, sino la humildad; este es el camino para acoger a Dios, no la destreza: “somos fuertes, somos un pueblo grande…”, no, la humildad: “soy un pecador”; pero no en abstracto, no: “porque esto, esto, esto”, cada uno de nosotros debe confesarse a sí mismo, primero los propios pecados, las propias faltas, las propias hipocresías; hay que bajar del pedestal y sumergirse en el agua del arrepentimiento.

Queridos hermanos y hermanas, Juan, con sus “reacciones alérgicas”, nos hace reflexionar. ¿No somos también nosotros, a veces, un poco como aquellos fariseos? Tal vez miramos a los demás por encima del hombro, pensando que somos mejores que ellos, que tenemos las riendas de nuestra vida, que no necesitamos cada día a Dios, a la Iglesia, a los hermanos y olvidamos que solamente en un caso es lícito mirar a otro desde arriba hacia abajo: cuando es necesario ayudarlo a levantarse, el único caso, los demás casos de mirar desde arriba hacia abajo no son lícitos. Tal vez pensamos que somos mejores que los demás, que no necesitamos cada día a la Iglesia. El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos nuestras máscaras – cada uno de nosotros tiene una – y ponernos a la fila con los humildes;  para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. Y la vía es una sola, la de la humildad: purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo y de la hipocresía, para ver en los demás a hermanos y a hermanas, a pecadores como nosotros y en Jesús ver al Salvador que viene para nosotros, no para los demás, para nosotros; así como somos, con nuestras pobrezas, miserias y defectos, sobre todo con nuestra necesidad de ser levantados, perdonados y salvados.

Y recordemos de nuevo una cosa: con Jesús la posibilidad de volver a comenzar siempre existe. Nunca es demasiado tarde, siempre está la posibilidad de volver a comenzar, tened valor, Él está cerca de nosotros en este tiempo de conversión. Cada uno puede pensar: “Tengo esta situación dentro, este problema que me avergüenza…” Pero Jesús está cerca de ti, vuelve a comenzar, siempre existe la posibilidad de dar un paso más. Él nos espera y no se cansa nunca de nosotros. ¡Nunca se cansa! Y nosotros somos tediosos pero nunca se cansa. Escuchemos el llamamiento de Juan Bautista para volver a Dios y no dejemos pasar este Adviento como los días del calendario porque este es un tiempo de gracia, de gracia también para nosotros, ahora, aquí. Que María, la humilde sierva del Señor nos ayude a encontrarle a Él, a Jesús y a los hermanos en el sendero de la humildad, que es el único que nos hará avanzar.

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 30 de noviembre de 2022

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Catequesis sobre el discernimiento 10.  La consolación verdadera

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Prosiguiendo nuestra reflexión sobre el discernimiento, y en particular sobre la experiencia espiritual llamada “consolación”, de la cual hablamos el pasado miércoles, nos preguntamos: ¿cómo reconocer la verdadera consolación? Es una pregunta muy importante para un buen discernimiento, para no ser engañados en la búsqueda de nuestro verdadero bien.

Podemos encontrar algunos criterios en un pasaje de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. «Debemos mucho  advertir el discurso de los pensamientos —dice san Ignacio—; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; mas si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distractiva, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna» (n. 333). Porque es verdad: hay una verdadera consolación, pero también hay consolaciones que no son verdaderas. Y por esto es necesario entender bien el recorrido de la consolación: ¿cómo va y dónde me lleva? Si me lleva a algo que no va bien, que no es bueno, la consolación no es verdadera, es “falsa”, digamos así.

Y estas son indicaciones valiosas, que merecen un breve comentario. ¿Qué significa que el principio está orientado al bien, cómo dice san Ignacio de una buena consolación? Por ejemplo, tengo el pensamiento de rezar, y noto que se acompaña del afecto hacia el Señor y el prójimo, invita a realizar gestos de generosidad, de caridad: es un principio bueno. Sin embargo, puede suceder que ese pensamiento surja para evitar un trabajo o un encargo que se me ha encomendado: cada vez que debo lavar los platos o limpiar la casa, ¡tengo un gran deseo de ponerme a rezar! Esto sucede en los conventos. Pero la oración no es una fuga de las propias tareas, al contrario, es una ayuda para realizar ese bien que estamos llamados a realizar, aquí y ahora. Esto respecto al principio.

Está también el medio: san Ignacio decía que el principio, el medio y el fin deben ser buenos. El principio es esto: yo tengo ganas de rezar para no lavar los platos: ve, lava los platos y después ve a rezar. Después está el medio, es decir, lo que viene después, lo que sigue a ese pensamiento. Quedándonos en el ejemplo precedente, si empiezo a rezar y, como hace el fariseo de la parábola (cfr. Lc 18,9-14), tiendo a complacerme de mí mismo y a despreciar a los otros, quizá con ánimo resentido y ácido, entonces estos son signos de que el mal espíritu ha usado ese pensamiento como llave de acceso para entrar en mi corazón y transmitirme sus sentimientos. Si yo voy a rezar y me viene a la mente eso del fariseo famoso —“te doy gracias, Señor, porque yo rezo, no soy como otra gente que no te busca, no reza”—, esa oración termina mal. Esa consolación de rezar es para sentirse un pavo real delante de Dios. Y este es el medio que no va bien.

Y después está el fin: el principio, el medio y el fin. El fin es un aspecto que ya hemos encontrado, es decir: ¿dónde me lleva un pensamiento? Por ejemplo, dónde me lleva el pensamiento de rezar. Aquí puede suceder que trabaje duro por una obra hermosa y digna, pero esto me empuja a no rezar más, porque estoy muy ocupado por muchas cosas, me encuentro cada vez más agresivo y enfurecido, considero que todo depende de mí, hasta perder la confianza en Dios. Aquí evidentemente está la acción del mal espíritu. Yo me pongo a rezar, después en la oración me siento omnipotente, que todo debe estar en mis manos porque yo soy el único, la única que sabe llevar adelante las cosas: evidentemente no está el buen espíritu ahí. Es necesario examinar bien el recorrido de nuestros sentimientos y el recorrido de los buenos sentimientos, de la consolación, en el momento en el que yo quiero hacer algo. Cómo es el principio, como es el medio y cómo es el fin.

El estilo del enemigo —cuando hablamos del enemigo, hablamos del diablo, porque el demonio existe, ¡está!— su estilo, lo sabemos, es presentarse de forma astuta, disfrazada: parte de lo que está más cerca de nuestro corazón y después nos atrae a sí, poco a poco: el mal entra a escondidas, sin que la persona se dé cuenta. Y con el tiempo la suavidad se convierte en dureza: ese pensamiento se revela por cómo es realmente.

De aquí la importancia de este paciente, pero indispensable examen del origen y de la verdad de los propios pensamientos; es una invitación a aprender de las experiencias, de lo que nos sucede, para no seguir repitiendo los mismos errores. Cuanto más nos conocemos a nosotros mismos, más nos damos cuenta de dónde entra el mal espíritu, sus “contraseñas”, sus puertas de entrada a nuestro corazón, que son los puntos en los que somos más sensibles, para poner atención para el futuro. Cada uno de nosotros tiene puntos más sensibles, puntos más débiles en su propia personalidad: y por ahí entra el mal espíritu y nos lleva por el camino que no es justo, o nos quita del verdadero camino justo. Voy a rezar pero me quita de la oración.

Los ejemplos podrían multiplicarse como se desee, reflexionando sobre nuestros días. Por esto es tan importante el examen de conciencia cotidiano: antes de terminar el día, pararse un poco. ¿Qué ha pasado? No en los periódicos, no en la vida: ¿qué ha pasado en mi corazón? ¿Mi corazón ha estado atento? ¿Ha crecido? ¿Ha sido un camino por el que ha pasado todo, sin mi conocimiento? ¿Qué ha pasado en mi corazón? Y este examen es importante, es la fatiga valiosa de releer lo vivido bajo un punto de vista particular. Darse cuenta de lo que sucede es importante, es signo de que la gracia de Dios está trabajando en nosotros, ayudándonos a crecer en libertad y conciencia. No estamos solos: es el Espíritu Santo que está con nosotros. Vemos cómo han ido las cosas.

La auténtica consolación es una especie de confirmación del hecho de que estamos realizando lo que Dios quiere de nosotros, que caminamos en sus caminos, es decir, en los caminos de la vida, de la alegría, de la paz. El discernimiento, de hecho, no se centra simplemente en el bien o en el máximo bien posible, sino en lo que es bueno para mí aquí y ahora: sobre esto estoy llamado a crecer, poniendo límites a otras propuestas, atractivas pero irreales, para no ser engañado en la búsqueda del verdadero bien.

Hermanos y hermanas, es necesario entender, ir adelante en la comprensión de lo que sucede en mi corazón. Y para esto hace falta el examen de conciencia, para ver qué ha sucedido hoy. “Hoy me he enfadado, no he hecho eso…”: pero ¿por qué? Ir más allá del porqué es buscar la raíz de estos errores. “Pero, hoy he sido feliz, estaba molesto porque tenía que ayudar a esa gente, pero al final me he sentido pleno, plena por esa ayuda”: y está el Espíritu Santo. Aprender a leer en el libro de nuestro corazón qué ha sucedido durante la jornada. Hacedlo, solo dos minutos, pero os hará bien, os lo aseguro.