domingo, 28 de noviembre de 2021

“Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación” (Lc 21,28).

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 28 de noviembre de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy, primer domingo de Adviento, es decir, el primer domingo de preparación para Navidad, nos habla de la venida del Señor al final de los tiempos. Jesús anuncia acontecimientos desoladores y tribulaciones, pero precisamente en este punto nos invita a no tener miedo. ¿Por qué? ¿Porque todo irá bien? No, sino porque Él vendrá. Jesús regresará, Jesús vendrá, lo ha prometido. Dice así: “Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación” (Lc 21,28). Es bueno escuchar esta palabra de aliento: animarse y alzar la cabeza, porque precisamente en los momentos en que todo parece acabado, el Señor viene a salvarnos; esperarlo con alegría incluso en medio de las tribulaciones, en las crisis de la vida y en los dramas de la historia. Esperar al Señor. Pero, ¿cómo levantar la cabeza, cómo no dejarse absorber por las dificultades, los sufrimientos y las derrotas? Jesús nos muestra el camino con una fuerte llamada: "Estén atentos para que sus corazones no se agobien [...]. Estén atentos orando en todo momento" (vv. 34, 36).

“Estén atentos”, la vigilancia. Detengámonos en este importante aspecto de la vida cristiana. De las palabras de Cristo observamos que la vigilancia está ligada a la atención: estén atentos, vigilen, no se distraigan, es decir, ¡estén despiertos! La vigilancia significa esto: no permitas que tu corazón se vuelva perezoso y que tu vida espiritual se ablande en la mediocridad. Ten cuidado porque se puede ser "cristiano adormecido" —y nosotros lo sabemos: hay tantos cristianos adormecidos, cristianos anestesiados por la mundanidad espiritual— cristianos sin ímpetu espiritual, sin ardor en la oración, que rezan como papagayos, sin entusiasmo por la misión, sin pasión por el Evangelio. Cristianos que miran siempre hacia adentro, incapaces de mirar el horizonte. Y esto nos lleva a "dormitar": a seguir con las cosas por inercia, a caer en la apatía, indiferentes a todo menos a lo que nos resulta cómodo. Y esta es una vida triste, andar así… no hay felicidad allí.

Necesitamos estar atentos para no arrastrar nuestros días a la costumbre, para no ser agobiados —dice Jesús— por las cargas de la vida (cf. v. 34). Los afanes de la vida nos pesan. Hoy, pues, es una buena oportunidad para preguntarnos: ¿qué pesa en mi corazón? ¿Qué es lo que pesa en mi espíritu? ¿Qué me hace sentarme en el sillón de la pereza? Es triste ver cristianos “en el sillón”. ¿Cuáles son las mediocridades que me paralizan, los vicios, cuáles son los vicios que me aplastan contra el suelo y me impiden levantar la cabeza? Y con respecto a las cargas que pesan sobre los hombros de los hermanos, ¿estoy atento o soy indiferente? Estas preguntas nos hacen bien, porque ayudan a guardar el corazón de la acedia. Pero, padre, ¿qué es la acedia? Es un gran enemigo de la vida espiritual, también de la vida cristiana. La acedia es esa pereza que nos sumeque nos hace resbalar, en la tristeza, que nos quita la alegría de vivir y las ganas de hacer. Es un espíritu negativo, es un espíritu maligno que ata al alma en el letargo, robándole la alegría. Se comienza con aquella tristeza, se resbala, se resbala, y nada de alegría. El Libro de los Proverbios dice: "Guarda tu corazón, porque de él mana la vida" (Pr 4,23). Guarda tu corazón: ¡eso significa estar atento, vigilar, estar atento! Estén atentos, guarda tu corazón.

Y añadamos un ingrediente esencial: el secreto para ser vigilantes es la oración. Porque Jesús dice: "Estén atentos orando en todo momento" (Lc 21,36). Es la oración la que mantiene encendida la lámpara del corazón. Especialmente cuando sentimos que nuestro entusiasmo se enfría, la oración lo reaviva, porque nos devuelve a Dios, al centro de las cosas. La oración despierta el alma del sueño y la centra en lo que importa, en el propósito de la existencia. Incluso en los días más ajetreados, no descuidemos la oración. Ahora estaba viendo, en el programa “A su imagen”, una bella reflexión sobre la oración: nos ayudará verla, nos hará bien. La oración del corazón puede ayudarnos, repitiendo a menudo breves invocaciones. En Adviento, acostumbrémonos a decir, por ejemplo: "Ven, Señor Jesús". Solo eso, pero decirle: “Ven, Señor Jesús”. Este tiempo de preparación para Navidad es hermoso: pensemos en el pesebre, pensemos en la Navidad, y digamos con el corazón: “Ven, Señor Jesús, ven”Repitamos esta oración a lo largo del día y el ánimo permanecerá vigilante. “Ven, Señor Jesús”: es una oración que podemos repetirla tres veces, todos juntos. “Ven, Señor Jesús”, “Ven, Señor Jesús”, “Ven, Señor Jesús”.

Y ahora recemos a la Virgen: ella, que esperó al Señor con un corazón vigilante, nos acompañe en el camino del Adviento.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

San José “custodio” de la Sagrada Familia y de la Iglesia

Resumen de las palabras del Santo Padre en español

  
      
San José “custodio” de la Sagrada Familia y de la Iglesia
Audiencia general, 24 nov. 2021 © Vatican Media
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El Papa Francisco ha resaltado que san José “no sólo es el ‘custodio’ de la Sagrada Familia, sino que también lo es de la Iglesia”.

Durante la audiencia general de hoy, miércoles 24 de noviembre de 2021, el Santo Padre ha continuado con un nuevo ciclo de catequesis centrando su meditación en este santo, sobre el tema: “San José en la historia de la salvación” (cf: Mt 1,12-16).

San José, padre de Jesús de pleno derecho

Francisco explicó cómo en los evangelios, aun cuando dejan claro que José no es el padre biológico de Jesús, “afirman que es su padre a pleno título”. De este modo, su figura, a través de las dos genealogías que recogen los evangelistas Mateo y Lucas, “evidencia cómo Jesús se hace presente en la historia, y de ese modo da cumplimiento a la alianza de Dios con el linaje de Abrahán y a la salvación de la humanidad”.

Además “de este valor teológico”, el Pontífice destaca cómo san José “se muestra como esa presencia cotidiana, discreta y escondida que sostiene a Jesús y María” y añade, cómo en ambas imágenes “nos enseña que nuestras vidas, como la de Jesús, están sostenidas por personas comunes, que nos preceden y nos acompañan, tejiendo con nosotros la historia de nuestra vida”.

San José, ‘custodio de la Iglesia’

El Sucesor de Pedro resalta que la figura de san José no es sólo la de ser “custodio” de la Sagrada Familia, sino que también “lo es de la Iglesia, prolongación del Cuerpo de Cristo” y podemos encontrar “en él el sostén, la intercesión y la guía en los momentos de dificultad”.

domingo, 21 de noviembre de 2021

«Mi reino —dice a Pilato— no es de este mundo» (Jn 18,36). Él no viene para dominar, sino para servir.

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 21 de noviembre de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy, último domingo del Año Litúrgico, culmina en una afirmación de Jesús, que dice: «Sí, como dices, soy Rey» (Jn 18,37). Él pronunciaba estas palabras delante de Pilato, mientras que la multitud grita para que le condenen a muerte. Él dice: “Soy rey”, y la multitud grita para condenarlo a muerte: ¡gran contraste! Ha llegado la hora crucial. Antes, parece que Jesús no quisiera que la gente lo aclamase como rey: recordamos esa vez después de la multiplicación de los panes y de los peces, cuando se retiró solo a rezar (cf. Jn 6,14-15).

El hecho es que la realeza de Jesús es muy diferente de la mundana. «Mi reino —dice a Pilato— no es de este mundo» (Jn 18,36). Él no viene para dominar, sino para servir. No llega con los signos de poder, sino con el poder de los signos. No se ha revestido de insignias valiosas, sino que está desnudo en la cruz. Y es precisamente en la inscripción puesta en la cruz que Jesús es definido como “rey” (cf. Jn 19,19). ¡Su realeza está realmente más allá de los parámetros humanos! Podríamos decir que no es rey como los otros, sino que es Rey para los otros. Pensemos de nuevo en esto: Cristo, delante de Pilato, dice que es el rey en el momento en el que la multitud está en su contra, mientras que cuando le seguían y le aclamaban había tomado distancia de esta aclamación. Jesús se demuestra, así, soberanamente libre del deseo de la fama y de la gloria terrena. Y nosotros, preguntémonos, ¿sabemos imitarle en esto? ¿Sabemos cómo gobernar sobre nuestra tendencia a ser continuamente buscados y aprobados, o hacemos todo para ser estimados por parte de los otros? En lo que hacemos, en particular en nuestro compromiso cristiano, me pregunto, ¿qué cuenta? ¿Cuentan los aplausos o cuenta el servicio?

Jesús no solo evita toda búsqueda de grandeza terrenal, sino que también hace libre y soberano el corazón de quien le sigue. Él, queridos hermanos y hermanas, nos libera del sometimiento del mal. Su Reino es liberador, no tiene nada de opresivo. Él trata a cada discípulo como amigo, no como súbdito.  Cristo, aun estando por encima de todos los soberanos, no traza líneas de separación entre sí y los demás; desea más bien hermanos con los que compartir su alegría (cf. Jn 15,11). Siguiéndolo no se pierde, no se pierde nada, sino que se adquiere dignidad. Porque Cristo no quiere en torno a sí servilismo, sino gente libre. Y, preguntémonos ahora, ¿de dónde nace la libertad de Jesús? Lo descubrimos volviendo a su afirmación frente a Pilato: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37).

La libertad de Jesús viene de la verdad. Es su verdad la que nos hace libres (cf. Jn 8,32). Pero la verdad de Jesús no es una idea, algo abstracto: la verdad de Jesús es una realidad, es Él mismo que hace la verdad dentro de nosotros, nos libera de las ficciones, de las falsedades que tenemos dentro, del doble lenguaje. Estando con Jesús, nos volvemos verdaderos. La vida del cristiano no es una actuación donde se puede llevar la máscara que más conviene. Porque cuando Jesús reina en el corazón, lo libera de la hipocresía, lo libera de las escapatorias, de las dobleces. La mejor prueba de que Cristo es nuestro rey es el desapego de lo que contamina la vida, haciéndola ambigua, opaca, triste. Cuando la vida es ambigua, un poco de aquí, un poco de allá, es triste, es muy triste. Cierto, debemos lidiar siempre con los límites y los defectos: todos somos pecadores. Pero cuando se vive bajo el señorío de Jesús, uno no se vuelve corrupto, no se vuelve falso, con la inclinación a cubrir la verdad. No se lleva doble vida. Recordad bien: pecadores sí, lo somos todos, corruptos, ¡nunca! Que la Virgen nos ayude a buscar cada día la verdad de Jesús, Rey del Universo, que nos libera de las esclavitudes terrenas y nos enseña a gobernar nuestros vicios.

domingo, 14 de noviembre de 2021

El amor permanece para siempre, quien hace el bien invierte para la eternidad

 


En el Ángelus, Francisco recordó que las cosas terrenales como el dinero, el éxito, la apariencia y el bienestar físico no están destinadas a durar. En cambio, sólo quedará el amor "porque el bien nunca se pierde".

Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano

Hay cosas que pasan y otras que permanecen para siempre. “Las Palabras del Señor no pasan”. En esta diferencia entre lo limitado y lo eterno resuenan las palabras de Jesús con las que se abre el Evangelio de este domingo: "El sol se oscurecerá, la luna ya no dará su luz, las estrellas caerán del cielo" (Mc 13,24-25)". Esto no es "catastrofismo". Jesús quiere que entendamos, dijo Francisco en el Ángelus, que "todo en este mundo, tarde o temprano, pasa". "Incluso el sol, la luna y las estrellas que forman el 'firmamento' -palabra que indica 'firmeza', 'estabilidad'- están destinados a pasar". Pero al final, añade el Pontífice, Jesús dice "lo que no pasa": "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Por tanto, lo que no pasa es el horizonte hacia el que tender y orientar la vida. Por eso Francisco recomienda que en caso de elecciones importantes se imagine, antes de decidir, "estar delante de Jesús". Estar, "como al final de la vida, ante Aquel que es el amor".

Y pensando allí, en su presencia, en el umbral de la eternidad, tomamos la decisión para el hoy. Así es como debemos decidir: mirando siempre a la eternidad, mirando a Jesús. Puede que no sea la más fácil, puede que no sea la más inmediata, pero será la buena (cf. San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 187), eso es seguro.

Sólo quedará el amor

Mirar a Jesús, "en el umbral de la eternidad", puede ayudar también a responder a preguntas esenciales: "nosotros -se pregunta el Papa- ¿en qué estamos invirtiendo la vida? ¿En las cosas que pasan, como el dinero, el éxito, la apariencia, el bienestar físico? ¿Estamos apegados a las cosas terrenales, como si fuéramos a vivir aquí para siempre?". Cuando llegue la hora de la despedida – añadió – debemos dejarlo todo. 

La Palabra de Dios nos advierte hoy: la escena de este mundo pasa. Y sólo quedará el amor. Basar la vida en la Palabra de Dios, por tanto, no es evadir de la historia, es sumergirse en las realidades terrenales para hacerlas firmes, para transformarlas con el amor, imprimiendo en ellas el signo de la eternidad, el signo de Dios.

Las palabras del Señor requieren paciencia

El Papa subraya entonces que Jesús "establece una distinción entre las cosas penúltimas, que pasan, y las últimas, que permanecen". ¿En qué – pregunta aún Francisco - conviene invertir la vida? ¿En lo que es transitorio o en las palabras del Señor, que permanecen para siempre?":

Evidentemente en estas. Pero no es fácil. De hecho, las cosas que caen bajo nuestros sentidos y nos dan una satisfacción inmediata nos atraen, mientras que las palabras del Señor, aunque bellas, van más allá de lo inmediato y requieren paciencia.

"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (del Evangelio de Mateo)".

No construir la vida sobre la arena

En el camino de la vida, lo que es tangible no es realmente esencial.  "Tenemos la tentación -dice el Papa- de aferrarnos a lo que vemos y tocamos y nos parece más seguro”. Es “humano”, pero es "un engaño", advierte Francisco, porque "el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Esta, explica el Pontífice, es por tanto la invitación:

No construir la vida sobre la arena. Cuando se construye una casa, se cava profundamente y se ponen unos cimientos sólidos. Sólo un insensato diría que es dinero desperdiciado en algo que no se puede ver. El discípulo fiel, para Jesús, es el que funda su vida en la roca, que es su Palabra.

Construir el cielo en la tierra

Por último, el Papa plantea otras cuestiones fundamentales antes de indicar lo que nunca se perderá. "¿Cuál es el centro, el corazón palpitante de la Palabra de Dios? En definitiva, ¿qué es lo que da solidez a la vida y no se acaba nunca?".

El centro es, precisamente, el corazón que late, lo que da solidez, es la caridad. "La caridad no tendrá fin" (1 Cor 13,8), dice San Pablo, es decir, el amor. Quien hace el bien invierte para la eternidad. Cuando vemos a una persona generosa y servicial, mansa, paciente, que no es envidiosa, que no parlotea, que no se jacta, que no se hincha de orgullo, que no falta al respeto (cf. 1 Cor 13,4-7), ésta es una persona que construye el Cielo en la tierra. Puede que no tenga visibilidad ni carrera, pero lo que haga no se perderá. Porque el bien nunca se pierde, permanece para siempre.

Cristo está presente en los pobres

Tras el rezo de la oración mariana, el Papa recordó que hoy se celebra la V Jornada Mundial de los Pobres, "nacida como fruto del Jubileo de la Misericordia". "En el pobre", dijo, "Cristo está presente. "El grito de los pobres, unido al grito de la Tierra -añadió Francisco, que presidió esta mañana la misa de este día-, resonó en los últimos días en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático Cop 26, en Glasgow. Animo a todos los que tienen responsabilidades políticas y económicas a que actúen ahora con valor y visión de futuro". El Pontífice también recordó que hoy, Jornada Mundial de los Pobres, "se abre la inscripción para la plataforma Laudato si', que promueve la ecología integral". 

Día Mundial de la Diabetes

Por último, Francisco recordó que hoy se celebra "el Día Mundial de la Diabetes, una enfermedad crónica que afecta a muchas personas, incluidos los jóvenes y los niños." "Rezo por todos ellos y por los que comparten su fatiga cada día, así como por los trabajadores sanitarios y los voluntarios que los asisten".

miércoles, 10 de noviembre de 2021

No nos dejemos vencer por el cansancio

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 10 de noviembre de 2021

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Catequesis 15. No nos dejemos vencer por el cansancio

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos llegado al final de las catequesis sobre la Carta a los Gálatas. ¡Sobre cuántos otros contenidos, presentes en este escrito de san Pablo, se habría podido reflexionar! La Palabra de Dios es una fuente inagotable. Y el Apóstol en esta Carta nos ha hablado como evangelizador, como teólogo y como pastor.

El santo obispo Ignacio de Antioquía tiene una bonita expresión, cuando escribe: «No hay, pues, más que un solo maestro, aquél que “ha hablado y todo ha sido hecho” y las cosas que ha hecho en el silencio son dignas de su Padre. Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede entender también su silencio» (Ad Ephesios, 15,1-2). Podemos decir que el apóstol Pablo ha sido capaz de dar voz a este silencio de Dios. Sus intuiciones más originales nos ayudan a descubrir la impactante novedad encerrada en la revelación de Jesucristo. Ha sido un verdadero teólogo, que ha contemplado el misterio de Cristo y lo ha transmitido con su inteligencia creativa. Y también fue capaz de ejercer su misión pastoral hacia una comunidad perdida y confundida. Lo hizo con métodos diferentes: una veces con la ironía, otras con el rigor, o con la mansedumbre… Reclamó su propia autoridad de apóstol, pero al mismo tiempo no escondió la debilidad de su carácter. La fuerza del Espíritu escavó realmente en su corazón: el encuentro con Cristo Resucitado conquistó y transformó toda su vida, y la dedicó íntegramente al servicio del Evangelio.

Pablo nunca pensó en un cristianismo de rasgos irénicos, desprovisto de empuje y de energía, al contrario. Defendió la libertad traída por Cristo con una pasión que todavía hoy conmueve, sobre todo si pensamos en los sufrimientos y la soledad que tuvo que sufrir. Estaba convencido de haber recibido una llamada a la que solo él podía responder; y quiso explicar a los gálatas que también ellos estaban llamados a esa libertad, que les liberaba de toda forma de esclavitud, porque les hacía herederos de la promesa antigua y, en Cristo, hijos de Dios. Y consciente de los riesgos que esta concepción de la libertad traía, nunca minimizó las consecuencias. Él era consciente de los riesgos que conlleva la libertad cristiana, pero no minimizó las consecuencias. Reiteró a los creyentes con parresia, es decir con valentía, que la libertad no equivale en absoluto a libertinaje, ni conduce a formas de presuntuosa autosuficiencia. Al contrario, Pablo puso la libertad a la sombra del amor y estableció su coherente ejercicio en el servicio de la caridad. Toda esta visión fue puesta en el horizonte de la vida según el Espíritu Santo, que lleva a cumplimiento la Ley donada por Dios a Israel e impide recaer bajo la esclavitud del pecado. La tentación es siempre la de volver atrás. Una definición de los cristianos, que está en la Escritura, dice que nosotros cristianos no somos gente que va hacia atrás, que vuelve atrás. Una bonita definición. Y la tentación es esta de ir atrás para estar más seguros; volver solamente a la Ley, descuidando la vida nueva del Espíritu. Esto es lo que Pablo nos enseña: la verdadera Ley tiene su plenitud en esta vida del Espíritu que Jesús nos ha dado. Y esta vida del Espíritu puede ser vivida solamente en la libertad, la libertad cristiana. Y esta es una de las cosas más bellas.

Al finalizar este itinerario de catequesis, me parece que puede nacer en nosotros una doble actitud. Por un lado, la enseñanza del Apóstol genera en nosotros entusiasmo; nos sentimos impulsados a seguir en seguida el camino de la libertad, a “caminar según el Espíritu”. Caminar siempre según el Espíritu: nos hace libres. Por otro lado, somos conscientes de nuestros límites, porque tocamos con la mano cada día lo difícil que es ser dóciles al Espíritu, apoyar su acción benéfica. Entonces puede surgir el cansancio que frena el entusiasmo. Nos sentimos desanimados, débiles, a veces marginados respecto al estilo de vida según la mentalidad mundana. San Agustín nos sugiere cómo reaccionar en esta situación, refiriéndose al episodio evangélico de la tormenta en el lago. Dice así: «La fe en Cristo en tu corazón es como Cristo presente en la nave. Escuchas insultos, te fatigas, te turbas: Cristo está dormido. ¡Despierta a Cristo, despierta tu fe! Algo puedes hacer, al menos cuando estés turbado: ¡despierta tu fe! Despierte Cristo y te diga… Despierta, pues, a Cristo…  Cree lo dicho y se producirá en tu corazón una gran bonanza» (Sermones 163/B 6). En los momentos de dificultad estamos —dice san Agustín aquí— como en la barca en el momento de la tormenta. ¿Y qué hicieron los apóstoles? Despertaron a Cristo que durante la tormenta; pero Él estaba presente. Lo único que podemos hacer en los malos momentos es “despertar” a Cristo que está dentro de nosotros, pero “duerme” como en la barca. Es precisamente así. Debemos despertar a Cristo en nuestro corazón y solo entonces podremos contemplar las cosas con su mirada, porque Él ve más allá de la tormenta. A través de esa mirada serena, podemos ver un panorama que, solos, ni siquiera es concebible vislumbrar.

En este camino exigente pero fascinante, el Apóstol nos recuerda que no podemos permitirnos ningún cansancio en el hacer el bien. No os canséis de hacer el bien. Debemos confiar que el Espíritu siempre viene a ayudar en nuestra debilidad y nos concede el apoyo que necesitamos. ¡Por tanto, aprendamos a invocar más a menudo al Espíritu Santo! Alguno puede decir: “¿Y cómo se invoca al Espíritu Santo? Porque yo sé rezar al Padre, con el Padre Nuestro; sé rezar a la Virgen con el Ave María; sé rezar a Jesús con la Oración de las Llagas, ¿pero al Espíritu? ¿Cuál es la oración del Espíritu Santo?”. La oración al Espíritu Santo es espontánea: debe nacer de tu corazón. Tú debes decir en los momentos de dificultad: “Espíritu Santo, ven”. La palabra clave es esta: “ven”. Pero tienes que decirlo tú con tu lenguaje, con tus palabras. Ven, porque estoy en dificultad, ven porque estoy en la oscuridad, en la penumbra; ven porque no sé qué hacer; ven porque voy a caer. Ven. Ven. Es la palabra del Espíritu para llamar al Espíritu Santo. Aprendamos a invocar más a menudo al Espíritu Santo. Podemos hacerlo con palabras sencillas, en los diferentes momentos del día. Y podemos llevar con nosotros, quizá dentro de nuestro Evangelio de bolsillo, la bonita oración que la Iglesia recita en Pentecostés: «Ven Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido. Luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo…». Ven. Y así prosigue, es una oración bellísima. El núcleo de la oración es “ven”, así la Virgen y los apóstoles rezaban después de que Jesús subió al Cielo; estaban solos en el Cenáculo e invocaban al Espíritu. Nos hará bien rezar a menudo: Ven, Espíritu Santo. Y con la presencia del Espíritu nosotros salvaguardamos la libertad. Seremos libres, cristianos libres, no apegados al pasado en el sentido negativo de la palabra, no encadenados a prácticas, sino libres de libertad cristiana, la que nos hace madurar. Esta oración nos ayudará a caminar en el Espíritu, en la libertad y en la alegría, porque cuando viene el Espíritu Santo viene la alegría, la verdadera alegría. El Señor os bendiga.

martes, 9 de noviembre de 2021

Vivir la fe con un humilde amor a Dios, entregándolo todo a Dios

 


Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano

El Papa Francisco, en su alocución antes del rezo mariano del Ángelus, retomando el Evangelio del día, afirmó que la Liturgia de hoy nos “pone delante de un sorprendente contraste”: los ricos, que dan lo superfluo para hacerse ver, y una pobre mujer que, sin aparentar, ofrece lo poco que tiene.

“Jesús mira dos escenas. Y es precisamente este verbo –“mirar”- que resume su enseñanza: a quien vive la fe con duplicidad, a esos escribas, “debemos mirar” para no convertirnos como ellos; mientras que a la viuda debemos “mirarla” para tomarla como modelo. Detengámonos en esto: tener cuidado con los hipócritas y mirar a la pobre viuda”. 

“No ser hipócritas, viviendo de la apariencia”

Francisco nos alertó sobre todo, a no seguir el modelo hipócrita de los escribas, que “cubrían, con el nombre de Dios, la propia vanagloria y, aún peor, usaban la religión para atender sus negocios, abusando de su autoridad y explotando a los pobres”. El Papa nos pide que no sigamos el modelo de los hipócritas, que basan su vida en el culto de la “apariencia, de la exterioridad, sobre el cuidado exagerado de la propia imagen. Y, sobre todo, estar atentos a no doblegar la fe a nuestros intereses”.

Una advertencia, la de Francisco, actual, hoy y siempre, actual para cada uno de nosotros, para la Iglesia y la sociedad. Y se ve tanto en muchos lugares, dijo, es el clericalismo. Pidió que no nos aprovechemos nunca de nuestro papel, de nuestro cargo, para “aplastar a los demás, ¡nunca ganar sobre la piel de los más débiles! Y estar alerta, para no caer en la vanidad, para no obsesionarnos con las apariencias, perdiendo la sustancia y viviendo en la superficialidad”.

Nos invita a cuestionarnos en nuestras acciones y en lo que pregonamos, hacer ese examen de conciencia, preguntarnos si deseamos ser apreciados y gratificados o damos un servicio a Dios y al prójimo, especialmente a los más débiles.

El Pontífice nos alertó en esta alocución sobre las falsedades del corazón, sobre la hipocresía, ¡que es una enfermedad peligrosa del alma! Señaló. La hipocresia afirmó, es un juzgar por debajo, aparecer de un modo y por debajo tener otro pensamiento,  personas con el alma doble.

Sanar de la hipocresía siguiendo el modelo de la viuda

Tras alertarnos para que no caigamos en la falsedad, en la hipocresía, abusando de los más débiles, Jesús, dijo el Papa, nos invita a seguir el modelo de la pobre viuda, a mirar a la pobre viuda, para sanar de la enfermedad de la hipocresía.

“El Señor denuncia la explotación hacia esta mujer, que para dar la ofrenda, debe volver a casa sin siquiera lo poco que tiene para vivir. ¡Qué importante es liberar lo sagrado de las ataduras con el dinero! Pero, al mismo tiempo, Jesús alaba el hecho de que esta viuda da al Tesoro todo lo que tiene. No le queda nada, pero encuentra en Dios su todo. No teme perder lo poco que tiene, porque tiene la confianza en el tanto de Dios, que multiplica la alegría de quien dona”.

En su alocución, Francisco nos recordó que Jesús propone la viuda, como maestra de fe:

“Ella no frecuenta el Templo para tener la conciencia tranquila, no reza para hacerse ver, no hace alarde de su fe, sino que dona con el corazón, con generosidad y gratuidad. Sus monedas tienen un sonido más bonito que las grandes ofrendas de los ricos, porque expresan una vida dedicada a Dios con sinceridad, una fe que no vive de apariencias sino de confianza incondicional”.

Francisco nos alertó de no ser hipócritas, una enfermedad peligrosa, que la podemos curar, aprendiendo del ejemplo de la viuda, con su fe “sin adornos externos, sino sincera interiormente; con su fe hecha de humilde amor a Dios y a los hermanos”.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Caminar según el Espíritu

 


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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 3 de noviembre de 2021

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Catequesis 14. Caminar según el Espíritu

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el pasaje de la Carta a los Gálatas que acabamos de escuchar, san Pablo exhorta a los cristianos a caminar según el Espíritu Santo (cfr. 5,16.25). Hay un estilo: caminar según el Espíritu Santo. De hecho, creer en Jesús significa seguirlo, ir detrás de Él en su camino, como hicieron los primeros discípulos. Y significa al mismo tiempo evitar el camino opuesto, el del egoísmo, el de buscar el propio interés, que el Apóstol llama «apetencias de la carne» (v. 16). El Espíritu es la guía de este camino sobre la vía de Cristo, un camino maravilloso pero también fatigoso, que empieza en el Bautismo y dura toda la vida. Pensemos en una larga excursión a la alta montaña: es fascinante, la meta nos atrae, pero requiere mucho esfuerzo y tenacidad.

Esta imagen puede ser útil para analizar las palabras del Apóstol: “caminar según el Espíritu”, “dejarse guiar” por Él. Son expresiones que indican una acción, un movimiento, un dinamismo que impide detenerse en las primeras dificultades, pero que estimula a confiar en la «fuerza que viene del alto» (Pastor de Hermas, 43, 21). Recorriendo este camino, el cristiano adquiere una visión positiva de la vida. Esto no significa que el mal presente en el mundo haya desaparecido, o que hayan desaparecido los impulsos negativos del egoísmo y el orgullo; más bien quiere decir que creer en Dios es siempre más fuerte que nuestras resistencias y más grande que nuestros pecados. ¡Y esto es importante!

Mientras exhorta a los Gálatas a recorrer este camino, el Apóstol se pone a su nivel. Abandona el verbo imperativo —«caminad» (v. 16)— y usa el “nosotros” del indicativo: «obremos también según el Espíritu» (v. 25). Como diciendo: pongámonos a lo largo de la misma línea y dejémonos guiar por el Espíritu Santo. Es una exhortación, una forma exhortativa. Esta exhortación san Pablo la siente necesaria también para sí mismo. Incluso sabiendo que Cristo vive en él (cfr. 2,20), también está convencido de no haber alcanzado todavía la meta, la cima de la montaña (cfr. Fil 3,12). El Apóstol no se pone por encima de su comunidad, no dice: “Yo soy el jefe, vosotros sois los otros; y he llegado a lo alto de la montaña y vosotros estáis en camino” —no dice esto—, sino que se coloca en medio del camino de todos, para dar ejemplo concreto de lo necesario que es obedecer a Dios, correspondiendo cada vez más y siempre mejor a la guía del Espíritu. Y qué bonito cuando nosotros encontramos pastores que caminan con su pueblo y que no se separan de él. Es muy bonito esto, hace bien al alma.

Este “caminar según el Espíritu” no es solo una acción individual: también afecta a la comunidad en su conjunto. De hecho, construir la comunidad siguiendo el camino indicado por el Apóstol es emocionante, pero arduo. Las “apetencias de la carne”, “las tentaciones” —digamos así—, que todos nosotros tenemos, es decir las envidias, los prejuicios, las hipocresías, los rencores, se siguen sintiendo, y recurrir a una rigidez preceptiva puede ser una tentación fácil, pero al hacerlo uno se saldría del camino de la libertad y, en lugar de subir a la cima, volvería hacia abajo. Recorrer el camino del Espíritu requiere en primer lugar dar espacio a la gracia y a la caridad. Hacer espacio a la gracia de Dios, no tener miedo. Pablo, después de haber hecho sentir de forma severa su voz, invita a los Gálatas a hacerse cargo cada uno de las dificultades del otro, y si alguno se equivoca, usar la mansedumbre (cfr. 5,22). Escuchemos sus palabras: «Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate a ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas» (6,1-2). Una actitud muy diferente a la del chismorreo; no, esto no es según el Espíritu. Según el Espíritu es tener esta dulzura con el hermano al corregirlo y vigilar sobre nosotros mismos con humildad para no caer nosotros en esos pecados.

De hecho, cuando tenemos la tentación de juzgar mal a los otros, como sucede a menudo, debemos sobre todo reflexionar sobre nuestra fragilidad. ¡Qué fácil es criticar a los otros! Pero hay gente que parece tener una licenciatura en chismorreo. Todos los días critican a los demás. ¡Pero mírate a ti mismo!  Está bien preguntarnos qué nos impulsa a corregir a un hermano o a una hermana, y si no somos de alguna manera corresponsables de su error. El Espíritu Santo, además de donarnos la mansedumbre, nos invita a la solidaridad, a llevar los pesos de los otros. ¡Cuántos pesos están presentes en la vida de una persona: la enfermedad, la falta de trabajo, la soledad, el dolor…! ¡Y cuántas otras pruebas que requieren la cercanía y el amor de los hermanos! Nos pueden ayudar también las palabras de san Agustín cuando comenta este mismo pasaje: «Por lo tanto, hermanos, si un hombre está implicado en alguna falta, […], instruidle con espíritu de mansedumbre. Y si levantas la voz, haya amor interiormente. Si exhortas, si acaricias, si corriges, si te muestras duro: ama y haz lo que quieres» (Sermones 163/B 3). Ama siempre. La regla suprema de la corrección fraterna es el amor: querer el bien de nuestros hermanos y de nuestras hermanas. Se trata de tolerar los problemas de los otros, los defectos de los otros en silencio en la oración, para después encontrar el camino adecuado para ayudarlo a corregirse. Y esto no es fácil. El camino más fácil es el del chismorreo. Despellejar al otro como si yo fuera perfecto. Y esto no se debe hacer. Mansedumbre. Paciencia. Oración. Cercanía.

Caminemos con alegría y con paciencia en este camino, dejándonos guiar por el Espíritu Santo.

martes, 2 de noviembre de 2021

En el Cementerio Militar Francés de Roma, Francisco rezó por el fin de las guerras

A

AICA

El Papa presidió hoy la misa de la conmemoración de los Fieles Difuntos en este cementerio, donde se encuentran las tumbas de soldados que lucharon en las Guerras Mundiales.

 

 

“Todos daremos el último paso, y lo importante es que nos encuentre en camino”, dijo el papa Francisco durante la misa que ofició por los fieles difuntos en el Cementerio Militar Francés de Roma, donde dedicó una homilía improvisada a las víctimas de la guerra.

"Esta gente murió en la guerra porque fue llamada a defender la patria, a defender valores e ideales, y tantas otras veces a defender situaciones políticas tristes y lamentables", expresaba el Santo Padre en referencia a las tumbas de militares caídos en ese camposanto.

"Son víctimas, las víctimas de la guerra, que devora a los hijos de la patria", añadió el pontífice, que pidió el final de los conflictos bélicos en el mundo.

Momentos antes, Francisco había paseado por el cementerio y depositado algunas flores en algunas tumbas y relató durante la homilía que se detuvo unos minutos frente a una de ellas, en la que se podía leer la frase "Desconocido, muerto por Francia", antes de criticar el hecho de que no se sepa su nombre: "Esta es la tragedia de la guerra", apuntó.

"Estoy seguro de que estas personas que fueron llamadas a la guerra para defender la patria, están con el Señor. Debemos esforzarnos para que no haya guerras, para que las economías de los países no refuercen las industrias de las armas", subrayó durante la homilía y apuntó también que las tumbas son "un grito de paz" dirigido a las sociedades, para que pongan fin a los conflictos, pero también a la industria armamentística: "Fabricantes de armas, deténganse", exhortó.

El terreno del Cementerio Militar Francés en Roma, fue cedido en 1945 por el gobierno italiano como homenaje a las tropas francesas que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial para liberar a Italia del nazismo. Cada 11 de noviembre se celebra una ceremonia conmemorativa.

De los 1.888 soldados enterrados hoy en el cementerio militar francés de Roma, 1.142 son musulmanes. 

El cementerio contiene las tumbas del Cuerpo Expedicionario Francés en Italia, un grupo de cuatro divisiones militares dirigidas por el general Alphonse Juin, que se distinguió especialmente durante la batalla de Montecasino

 

lunes, 1 de noviembre de 2021

"NO HAY SANTIDAD SIN ALEGRÍA"

 

 https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2021-11/fiesta-todos-santos-papa-angelus-no-santidad-sin-alegria.html

No hay santidad “sin alegría”, pero tampoco “sin profecía”. Son “dos aspectos del estilo de la vida de los santos”, que muestran el “camino que lleva al Reino de Dios y a la felicidad”. La alegría, porque de otro modo la fe se convierte “en un ejercicio riguroso y opresivo, y corre el riesgo de enfermarse de tristeza”. Mientras que el mensaje “contracorriente de Jesús”, nos dice que la “verdadera plenitud de la vida se alcanza siguiéndole”: vaciándose de uno mismo para "dejar espacio a Dios".

La alegría del cristiano “no es la emoción de un momento o simple optimismo humano”, sino “la certeza de poder afrontar cada situación bajo la mirada amorosa de Dios, con la valentía y la fuerza que proceden de Él”: lo aseguró el Papa Francisco antes de rezar el Ángelus en el día en que la Iglesia celebra a Todos los Santos.

Ser santos es recorrer el camino de las Bienaventuranzas

El Santo Padre se centró en dos aspectos del estilo de vida de los santos: la alegría y la profecía. Antes de ello, el puntapié inicial de la reflexión del Pontífice fue hacer presente el “mensaje programático de Jesús” que resuena en la Liturgia de hoy, a saber, “las Bienaventuranzas”, que nos muestran “el camino que lleva al Reino de Dios y a la felicidad:

“El camino de la humildad, de la compasión, de la mansedumbre, de la justicia y de la paz. Ser santos es recorrer este camino”.

“Somos santos porque Dios viene a habitar nuestra vida”

Hablando en primer lugar de la alegría, el Santo Padre señaló que Jesús comienza con la palabra «Bienaventurados» (Mt 5, 3). Se trata del “anuncio principal, el de una felicidad inaudita”, pues “la santidad no es un programa de vida hecho solo de esfuerzos y renuncias, sino que es ante todo el gozoso descubrimiento de ser hijos amados por Dios”.  Es la vivencia de los santos que, “incluso en medio de muchas tribulaciones, vivieron esa alegría y la testimoniaron”:

No es una conquista humana, es un don que recibimos: somos santos porque Dios, que es el Santo, viene a habitar nuestra vida. ¡Por eso somos bienaventurados! La alegría del cristiano, por tanto, no es la emoción de un momento o simple optimismo humano, sino la certeza de poder afrontar cada situación bajo la mirada amorosa de Dios, con la valentía y la fuerza que proceden de Él. 

"¡No hay santidad sin alegría!"

Sucede que, tal como explicó en Santo Padre, “sin alegría, la fe se convierte en un ejercicio riguroso y opresivo, y corre el riesgo de enfermarse de tristeza”. “Un padre del desierto – recordó – decía que la tristeza es ‘un gusano del corazón’, que corroe la vida”. 

Interroguémonos sobre esto: ¿somos cristianos alegres? ¿Transmitimos alegría o somos personas aburridas y tristes con cara de funeral? Recordemos: ¡no hay santidad sin alegría!

Un mensaje "a contracorriente"

Pasando al aspecto de la profecía, el Sumo Pontífice reiteró que “las Bienaventuranzas están dirigidas a los pobres, a los afligidos, a los hambrientos de justicia”. “Es un mensaje a contracorriente”, afirmó.  

El mundo, de hecho, dice que para ser feliz tienes que ser rico, poderoso, siempre joven y fuerte, tener fama y éxito. Jesús abate estos criterios y hace un anuncio profético: la verdadera plenitud de vida se alcanza siguiéndole, practicando su Palabra. Y esto significa ser pobres por dentro, vaciarse de uno mismo para dejar espacio a Dios. 

La profecía de una humanidad nueva

Lo apenas dicho porque, “quien se cree rico, exitoso y seguro, lo basa todo en sí mismo y se cierra a Dios y a sus hermanos”; mientras que “quien es consciente de ser pobre y de no bastarse a sí mismo permanece abierto a Dios y al prójimo”; y así, este último, “encuentra la alegría”: 

Las Bienaventuranzas, pues, son la profecía de una humanidad nueva, de un modo nuevo de vivir: hacerse pequeño y encomendarse a Dios, en lugar de destacar sobre los demás; ser manso, en vez de tratar de imponerse; practicar la misericordia, antes que pensar solo en sí mismo; trabajar por la justicia y por la paz, en vez de alimentar, incluso con la connivencia, injusticias y desigualdades. 

María nos de el “ánimo bienaventurado” que ha magnificado al Señor

De este modo la “santidad”, es “acoger y poner en práctica, con la ayuda de Dios, esta profecía que revoluciona el mundo”, subrayó Francisco, que inmediatamente invitó a hacernos una serie de preguntas: 

¿Doy testimonio de la profecía de Jesús? ¿Manifiesto el espíritu profético que recibí en el Bautismo? ¿O me adapto a las comodidades de la vida y a mi pereza, pensando que todo va bien si me va bien a mí? ¿Llevo al mundo la alegre novedad de la profecía de Jesús o las habituales quejas por lo que no va bien?

Que la Santísima Virgen – concluyó el Papa antes del rezo mariano – nos dé algo de su ánimo, de ese ánimo bienaventurado que ha magnificado con alegría al Señor, que “derriba a los potentados de sus tornos y exalta a los humildes” (cf. Lc 1,52).