miércoles, 28 de octubre de 2020

Jesús, hombre de oración

http://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20201028_udienza-generale.html

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en esta audiencia, como hemos hecho en las audiencias precedentes, permaneceré aquí. A mí me gustaría mucho bajar, saludar a cada uno, pero tenemos que mantener las distancias, porque si yo bajo se hace una aglomeración para saludar, y esto está contra los cuidados, las precauciones que debemos tener delante de esta “señora” que se llama Covid y que nos hace tanto daño. Por eso, perdonadme si yo no bajo a saludaros: os saludo desde aquí pero os llevo a todos en el corazón. Y vosotros, llevadme a mí en el corazón y rezad por mí. A distancia, se puede rezar uno por otro; gracias por la comprensión.

En nuestro itinerario de catequesis sobre la oración, después de haber recorrido el Antiguo Testamento, llegamos ahora a Jesús. Y Jesús rezaba. El inicio de su misión pública tiene lugar con el bautismo en el río Jordán. Los evangelistas coinciden al atribuir importancia fundamental a este episodio. Narran que todo el pueblo se había recogido en oración, y especifican que este reunirse tuvo un claro carácter penitencial (cfr. Mc 1, 5; Mt 3, 8). El pueblo iba donde Juan para bautizarse para el perdón de los pecados: hay un carácter penitencial, de conversión.

El primer acto público de Jesús es por tanto la participación en una oración coral del pueblo, una oración del pueblo que va a bautizarse, una oración penitencial, donde todos se reconocían pecadores. Por esto el Bautista quiso oponerse, y dice: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?» (Mt 3, 14). El Bautista entiende quién era Jesús. Pero Jesús insiste: el suyo es un acto que obedece a la voluntad del Padre (v. 15), un acto de solidaridad con nuestra condición humana. Él reza con los pecadores del pueblo de Dios. Metamos esto en la cabeza: Jesús es el Justo, no es pecador. Pero Él ha querido descender hasta nosotros, pecadores, y Él reza con nosotros, y cuando nosotros rezamos Él está con nosotros rezando; Él está con nosotros porque está en el cielo rezando por nosotros. Jesús siempre reza con su pueblo, siempre reza con nosotros: siempre. Nunca rezamos solos, siempre rezamos con Jesús. No se queda en la orilla opuesta del río —“Yo soy justo, vosotros pecadores”— para marcar su diversidad y distancia del pueblo desobediente, sino que sumerge sus pies en las mismas aguas de purificación. Se hace como un pecador. Y esta es la grandeza de Dios que envió a su Hijo que se aniquiló a sí mismo y apareció como un pecador.

Jesús no es un Dios lejano, y no puede serlo. La encarnación lo reveló de una manera completa y humanamente impensable. Así, inaugurando su misión, Jesús se pone a la cabeza de un pueblo de penitentes, como encargándose de abrir una brecha a través de la cual todos nosotros, después de Él, debemos tener la valentía de pasar. Pero la vía, el camino, es difícil; pero Él va, abriendo el camino. El Catecismo de la Iglesia Católica explica que esta es la novedad de la plenitud de los tiempos. Dice: «La oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con los hombres y en favor de ellos» (n. 2599). Jesús reza con nosotros. Metamos esto en la cabeza y en el corazón: Jesús reza con nosotros.

Ese día, a orillas del río Jordán, está por tanto toda la humanidad, con sus anhelos inexpresados de oración. Está sobre todo el pueblo de los pecadores: esos que pensaban que no podían ser amados por Dios, los que no osaban ir más allá del umbral del templo, los que no rezaban porque no se sentían dignos. Jesús ha venido por todos, también por ellos, y empieza precisamente uniéndose a ellos, a la cabeza.

Sobre todo el Evangelio de Lucas destaca el clima de oración en el que tuvo lugar el bautismo de Jesús: «Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo» (3, 21). Rezando, Jesús abre la puerta de los cielos, y de esa brecha desciende el Espíritu Santo. Y desde lo alto una voz proclama la verdad maravillosa: «Tú eres mi Hijo; yo hoy te he engendrado» (v. 22). Esta sencilla frase encierra un inmenso tesoro: nos hace intuir algo del misterio de Jesús y de su corazón siempre dirigido al Padre. En el torbellino de la vida y el mundo que llegará a condenarlo, incluso en las experiencias más duras y tristes que tendrá que soportar, incluso cuando experimenta que no tiene dónde recostar la cabeza (cfr. Mt 8, 20), también cuando el odio y la persecución se desatan a su alrededor, Jesús no se queda nunca sin el refugio de un hogar: habita eternamente en el Padre.

Esta es la grandeza única de la oración de Jesús: el Espíritu Santo toma posesión de su persona y la voz del Padre atestigua que Él es el amado, el Hijo en el que Él se refleja plenamente.

Esta oración de Jesús, que a orillas del río Jordán es totalmente personal –  y así será durante toda su vida terrena –, en Pentecostés se convertirá por gracia en la oración de todos los bautizados en Cristo. Él mismo obtuvo este don para nosotros, y nos invita a rezar como Él rezaba.

Por esto, si en una noche de oración nos sentimos débiles y vacíos, si nos parece que la vida haya sido completamente inútil, en ese instante debemos suplicar que la oración de Jesús se haga nuestra. “Yo no puedo rezar hoy, no sé qué hacer: no me siento capaz, soy indigno, indigna”. En ese momento, es necesario encomendarse a Él para que rece por nosotros. Él en este momento está delante del Padre rezando por nosotros, es el intercesor; hace ver al Padre las llagas, por nosotros. ¡Tenemos confianza en esto! Si nosotros tenemos confianza, escucharemos entonces una voz del cielo, más fuerte que la que sube de los bajos fondos de nosotros mismos, y escucharemos esta voz susurrando palabras de ternura: “Tú eres el amado de Dios, tú eres hijo, tú eres la alegría del Padre de los cielos”. Precisamente por nosotros, para cada uno de nosotros hace eco la palabra del Padre: aunque fuéramos rechazados por todos, pecadores de la peor especie. Jesús no bajó a las aguas del Jordán por sí mismo, sino por todos nosotros. Era todo el pueblo de Dios que se acercaba al Jordán para rezar, para pedir perdón, para hacer ese bautismo de penitencia. Y como dice ese teólogo, se acercaban al Jordán “desnuda el alma y desnudos los pies”. Así es la humildad. Para rezar es necesario humildad. Ha abierto los cielos, como Moisés había abierto las aguas del mar Rojo, para que todos pudiéramos pasar detrás de Él. Jesús nos ha regalado su propia oración, que es su diálogo de amor con el Padre. Nos lo dio como una semilla de la Trinidad, que quiere echar raíces en nuestro corazón. ¡Acojámoslo! Acojamos este don, el don de la oración. Siempre con Él. Y no nos equivocaremos.

domingo, 25 de octubre de 2020

Francisco: se ama a Dios si se ama al prójimo

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-10/angelus-papa-francisco-amor-dios-si-hay-amor-projimo.html

Ciudad del Vaticano

El Papa Francisco ha rezado la oración mariana del Ángelus junto a cientos de fieles en la Plaza de San Pedro. En el contexto de un día de otoño, soleado, se ha referido al texto de Mateo 22,34-40, relato que nos presenta a un doctor de la Ley que le pregunta a Jesús ¿cuál es “el mandamiento mayor” (v. 36), es decir, el mandamiento principal de la Ley divina?

Francisco nos recuerda la respuesta de Jesús: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”» (v. 37). Y a continuación añade: «El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39).

En este contexto, el Papa explica que esta es “una de las principales novedades de la enseñanza de Jesús” en la que “establece dos fundamentos esenciales para los creyentes de todos los tiempos: El primero es que la vida moral y religiosa no puede reducirse a una obediencia ansiosa y forzada, sino que debe tener como principio el amor. El segundo es que el amor debe tender juntos e inseparablemente hacia Dios y hacia el prójimo”.

El Papa continúa afirmando: “Jesús concluye su respuesta con estas palabras: «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (v. 40). Esto significa que todos los preceptos que el Señor ha dado a su pueblo deben ser puestos en relación con el amor de Dios y del prójimo”, y subraya: “De hecho, todos los mandamientos sirven para realizar y expresar ese doble amor indivisible”.

Francisco cita al apóstol Juan, quien afirma: «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4, 20), y utiliza este planteamiento para concretizar cómo se realiza y expresa el mandamiento del amor: “El amor por Dios se expresa sobre todo en la oración, en particular en la adoración. Y el amor por el prójimo, que se llama también caridad fraterna, está hecho de cercanía, de escucha, de compartir, de cuidado del otro”. El Papa puntualizó que una falta para con el amor es el hecho de que “a veces no tenemos tiempo para consolar al otro, pero sí tenemos tiempo para comentar, para chismear sobre él”.

El Obispo de Roma nos muestra cómo “Jesús nos ayuda a ir a la fuente viva y que brota del amor. Tal fuente es Dios mismo, para ser amado totalmente en una comunión que nada ni nadie puede romper”. Esta comunión es frágil y hay que fortalecerla para que “no se deje esclavizar por los ídolos de este mundo”, insiste el Papa.

“Mientras haya un hermano o una hermana a la que cerremos nuestro corazón, estaremos todavía lejos del ser discípulos como Jesús nos pide”

El amor al prójimo es la manera de verificar la eficacia de nuestro camino de conversión, afirma Francisco: “Mientras haya un hermano o una hermana a la que cerremos nuestro corazón, estaremos todavía lejos del ser discípulos como Jesús nos pide. Pero su divina misericordia no nos permite desanimarnos, es más nos llama a empezar de nuevo cada día para vivir coherentemente el Evangelio”.

Al finalizar su reflexión, el Papa pidió la intercesión de María para que “nos abra el corazón para acoger el “mayor mandamiento”, el doble mandamiento del amor, que resume toda la ley de Dios y de la que depende nuestra salvación”.

sábado, 24 de octubre de 2020

Francisco al Marianum de Roma: el mundo sin madres no tiene futuro

 

2020.10.24 Audiencia con la Pontificia Facultad Teológica Marianum de Roma2020.10.24 Audiencia con la Pontificia Facultad Teológica Marianum de Roma  (Vatican Media)

Ciudad del vaticano

El 24 de octubre, el Papa Francisco encontró en el aula Pablo VI a los docentes y estudiantes de la Pontificia Facultad de Teología Marianum de Roma. Después de saludar a la concurrencia expresó el deseo de “que cada uno de ustedes viva su servicio siguiendo el ejemplo de María, "la esclava del Señor" (Lc 1, 38). Un estilo mariano, un estilo que será de gran beneficio para la teología y para la Iglesia”.

¿Sirve la mariología a la Iglesia y al mundo de hoy?

El Papa comenzó su alocución preguntándose: “¿Sirve la mariología a la Iglesia y al mundo de hoy?” Su respuesta fue afirmativa: “Ir a la escuela de María es ir a una escuela de fe y vida. Ella, maestra porque es discípula, enseña bien el alfabeto de la vida humana y cristiana”.

Seguidamente recordó la importancia que el Concilio Vaticano II dio a la Mariología, particularmente el capítulo VIII de Lumen Gentium y subrayó: “Así como el Concilio sacó a la luz la belleza de la Iglesia volviendo a las fuentes y removiendo el polvo que se había asentado a lo largo de los siglos, así las maravillas de María pueden ser mejor redescubiertas yendo al corazón de su misterio. Allí surgen dos elementos, bien destacados por la Escritura: ella es madre y mujer”.

María, madre y mujer

El Papa cita el Evangelio de Juan 19:27 cuando “Jesús, en aquella hora salvadora, nos daba su vida y su Espíritu; y no dejó que su obra se realizara sin darnos a la Virgen, porque quiere que caminemos en la vida con una madre, más aún, con la mejor de las madres (cf. Exhortación apostólica Evangellii gaudium, 285)”.

En este sentido, el Obispo de Roma subraya el hecho de que “La Iglesia necesita redescubrir su corazón maternal, que late por la unidad; pero también necesita que nuestra Tierra se convierta en el hogar de todos sus hijos. La Virgen lo desea, "quiere dar a luz un mundo nuevo, donde todos seamos hermanos y hermanas, donde haya lugar para cada persona descartada en nuestras sociedades" (Lett. enc. Fratelli tutti, 278). Necesitamos la maternidad, la que genera y regenera la vida con ternura, porque sólo el regalo, el cuidado y el compartir mantienen unida a la familia humana”.

Seguidamente, el Papa contrasta lo que sería un mundo sin madres y declara: “El mundo, sin madres, no tiene futuro: las ganancias y los beneficios por sí solos no dan un futuro; por el contrario, a veces aumentan las desigualdades y las injusticias. Las madres, en cambio, hacen que todos los niños se sientan como en casa y dan esperanza”.

A continuación, invitó al Marianum a “ser una institución fraterna (…) abierta a nuevas posibilidades de colaboración con otras instituciones (…) como una gran familia en la que se reúnen diferentes tradiciones teológicas y espirituales y que contribuyan al diálogo ecuménico e interreligioso”.

María es mujer, afirma Francisco, “la nueva Eva, que desde Caná hasta el Calvario interviene para nuestra salvación (cf. Jn 2,4; 19,26). Finalmente, es la mujer vestida de sol la que se ocupa de los descendientes de Jesús (cf. Apocalipsis 12:17). Así como la madre hace de la Iglesia una familia, la mujer nos hace un pueblo”.

El Papa invitó al Marianum a impulsar los estudios mariológicos y que tenga una mirada atenta sobre la piedad popular para que la “promueva y a veces, la purifique, prestando siempre atención a los "signos de los tiempos marianos" que están pasando por nuestro tiempo”.

Entre los signos de los tiempos, afirma Francisco, “está precisamente el papel de la mujer: esencial para la historia de la salvación, sólo puede ser esencial para la Iglesia y el mundo. ¡Pero cuántas mujeres no reciben la dignidad que les corresponde!” A este cuestionamiento, añadió el Papa, “La mujer, que trajo a Dios al mundo, debe ser capaz de traer sus dones a la historia. Se necesita su ingenio y estilo. La teología lo necesita, para que no sea abstracta y conceptual, sino delicada, narrativa, vital. La mariología, en particular, puede ayudar a llevar a la cultura, también a través del arte y la poesía, la belleza que humaniza e infunde esperanza. Y está llamada a buscar espacios más dignos para las mujeres en la Iglesia, empezando por la común dignidad bautismal”.

miércoles, 21 de octubre de 2020

No al ateísmo cotidiano: "amo a Dios pero no a mi hermano"

 


Existe una oración falsa, en la que se busca ser admirados, cubrir las propias necesidades o encontrar consuelo. Esa oración, en la que el hermano no está presente, no es una oración cristiana: lo afirmó el Papa en la última catequesis sobre los salmos, en la que partió de la figura del “impío”, es decir, de aquella persona que vive como si Dios no existiera, y en la que habló del “ateísmo” que practica quien reza, pero no reconoce la persona humana como imagen de Dios, y que es “la peor ofensa que se puede llevar al templo y al altar”.

Ciudad del Vaticano

El “sagrado temor de Dios” es lo que nos hace plenamente humanos: el Papa Francisco realizó esta afirmación en su catequesis durante la Audiencia General, con la que completó la serie sobre la oración de los Salmos. A partir de la figura del “impío”, es decir de aquel que “vive como si Dios no existiera”, que “no teme juicios sobre lo que piensa y lo que hace” Francisco explicó que el Libro de los Salmos “presenta la oración como la realidad fundamental de la vida”, pues ella es “la salvación del ser humano”.

La referencia al absoluto y al trascendente - que los maestros de ascética llaman el “sagrado temor de Dios” - es lo que nos hace plenamente humanos, es el límite que nos salva de nosotros mismos, impidiendo que nos abalancemos sobre esta vida de forma rapaz y voraz. La oración es la salvación del ser humano.

La oración responsabiliza, no es un calmante para aliviar ansiedades

El Papa se refirió luego a la “oración falsa”, es decir, aquella “sólo para ser admirados por los otros”, contraponiéndola con aquella sincera, que “hace contemplar la realidad con los ojos mismos de Dios”:

Existe por desgracia una oración falsa, en la que se busca ser admirados, cubrir las propias necesidades o encontrar consuelo. Esa oración, en la que el hermano no está presente, no es una oración cristiana. Como vemos en el Padrenuestro, el otro se hace importante y nosotros responsables.

“Quienes van a misa sólo para hacer ver que van a misa, que son católicos o para mostrar el último modelo que han comprado... para hacer una buena figura social. Van a una oración falsa.”

Las puertas de las iglesias no son barreras, sino “membranas” permeables

La oración, dijo en la catequesis en italiano “no es un calmante para aliviar las ansiedades de la vida”. La oración “responsabiliza”. Para “aprender” esta forma de rezar, el Salterio “es una gran escuela”: todas estas oraciones han sido usadas antes en el Templo de Jerusalén y después en las sinagogas.

Por eso, hallamos en los salmos tanto oraciones íntimas, como comunitarias, de modo que la plegaria personal se alimenta de la litúrgica y viceversa. Ambas se convierten en patrimonio de todos.

La oración puede comenzar en la tenue luz de una nave, pero luego termina su recorrido por las calles de la ciudad. Y viceversa, puede brotar durante las ocupaciones diarias y encontrar cumplimiento en la liturgia. Las puertas de las iglesias no son barreras, sino “membranas” permeables, listas para recoger el grito de todos.

Se reza con el corazón

Cuando se reza, dijo también Francisco, todo adquiere "espesor", adquiere peso, “como si Dios la tomara en sus manos y la transformara”. Y el “peor servicio” que se puede prestar a Dios, y también al hombre, es rezar cansadamente, como costumbre:

“Rezar como loros, bla, bla, bla... ¡No! Se reza con el corazón.”

El ateísmo cotidiano: amo a Dios, pero no amo a mi hermano

“En la oración del Salterio el mundo está siempre presente”. En resumen, - dijo el Papa - donde está Dios, también debe estar el hombre. La Sagrada Escritura es categórica: «Nosotros amemos, porque él nos amó primero». Por eso Francisco concluyó la catequesis con ejemplos prácticos:

Si alguno dice “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4, 19-21).


Si rezas muchos rosarios al día, pero luego hablas mal de los demás, y guardas rencor en tu interior, si sientes odio hacia los demás, eso es puro artificio, no es verdad. […]Dios no sostiene el “ateísmo” de quien niega la imagen divina que está impresa en todo ser humano. […]Creo en Dios, pero con los demás, "distancia", y me permito odiar a los demás. Esto es ateísmo práctico. No reconocer la persona humana como imagen de Dios es un sacrilegio, es una abominación, es la peor ofensa que se puede llevar al templo y al altar.

Por todo lo explicado, el Sumo Pontífice concluyó sus reflexiones sobre el Salterio con la esperanza de que la oración de los salmos nos ayude a no caer en la tentación de la “impiedad”, es decir de vivir, y quizá también de rezar, como si Dios no existiera, y como si los pobres no existieran.

martes, 20 de octubre de 2020

"NADIE SE SALVA SOLO - PAZ Y FRATERNIDAD"

 

ENCUENTRO INTERNACIONAL DE ORACIÓN POR LA PAZ:

ORGANIZADO POR LA COMUNIDAD DE SANT'EGIDIO

Basílica de Santa María de Aracoeli - Plaza del Campidoglio
Martes, 20 de octubre de 2020


DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Plaza del Campidoglio

 

Queridos hermanos y hermanas:

Es motivo de alegría y gratitud a Dios poder encontrar aquí en el Campidoglio, en el corazón de Roma, ilustres líderes religiosos, distinguidas Autoridades y numerosos amigos de la paz. Hemos rezado unos por otros por la paz. Saludo al señor Presidente de la República Italiana, honorable Sergio Mattarella. Y me alegra encontrarme de nuevo con mi hermano, Su Santidad el Patriarca Ecuménico Bartolomé. Realmente aprecio que, a pesar de las dificultades del viaje, él y otras personalidades hayan deseado participar en este momento de oración. En el espíritu del encuentro de Asís, convocado por san Juan Pablo II en 1986, la Comunidad de San Egidio celebra anualmente, de ciudad en ciudad, este evento de oración y diálogo por la paz entre creyentes de diversas religiones.

En esa visión de paz había una semilla profética que, paso a paso, gracias a Dios ha ido madurando con encuentros inéditos, acciones de pacificación y nuevas ideas de fraternidad. De hecho, mirando hacia atrás, aunque lamentablemente nos encontramos en los últimos años con acontecimientos dolorosos, como conflictos, terrorismo o radicalismo, a veces en nombre de la religión, debemos reconocer los pasos fructuosos en el diálogo entre las religiones. Es un signo de esperanza que nos anima a trabajar juntos como hermanos:como hermanos. Así hemos llegado al importante Documento sobre la Fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, que firmé con el Gran Imán de al-Azhar, Ahmed al-Tayyeb, en el año 2019.

De hecho, «el mandamiento de la paz está inscrito en lo profundo de las tradiciones religiosas» (Carta enc. Fratelli tutti, 284). Los creyentes han entendido que la diversidad de religiones no justifica la indiferencia o la enemistad. En efecto, partiendo de la fe religiosa, uno puede convertirse en artesano de la paz y no en espectador inerte del mal de la guerra y del odio. Las religiones están al servicio de la paz y la fraternidad. Por eso, el presente encuentro también impulsa a los líderes religiosos y a todos los creyentes a rezar con insistencia por la paz, a no resignarse nunca a la guerra, a actuar con la fuerza apacible de la fe para poner fin a los conflictos.

¡Necesitamos la paz! ¡Más paz! «No podemos permanecer indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz. En muchos países se sufre por las guerras, con frecuencia olvidadas, pero que son siempre causa de sufrimiento y de pobreza» (Discurso en la Jornada Mundial de Oración por la Paz, Asís, 20 septiembre 2016). El mundo, la política, la opinión pública corren el riesgo de acostumbrarse al mal de la guerra, como compañero natural en la historia de los pueblos. «No nos quedemos en discusiones teóricas, tomemos contacto con las heridas, toquemos la carne de los perjudicados. […] Prestemos atención a los prófugos, a los que sufrieron radiación atómica y los ataques químicos, a las mujeres que perdieron sus hijos, a los niños mutilados o privados de su infancia» (FT, 261). En la actualidad, los dolores de la guerra también se ven agravados por la pandemia del coronavirus y la imposibilidad, en muchos países, de acceder a los tratamientos necesarios.

Mientras tanto, los conflictos continúan, y con ellos el dolor y la muerte. Poner fin a la guerra es el deber impostergable de todos los líderes políticos ante Dios. La paz es la prioridad de cualquier política. Dios le pedirá cuentas a quienes no han buscado la paz o han fomentado las tensiones y los conflictos durante tantos días, meses y años de guerra que han pasado y que han golpeado a los pueblos.

La palabra del Señor Jesús se impone por su sabiduría profunda: «Envaina la espada —Él dice—: que todos los que empuñan espada, a espada morirán» (Mt 26,52). Aquellos que acometen con la espada, quizás creyendo que resolverán rápidamente situaciones difíciles, experimentarán la muerte que viene de la espada sobre sí mismos, sobre sus seres queridos, sobre sus países. «¡Basta!» (Lc 22,38), dice Jesús cuando los discípulos le mostraron dos espadas, antes de la Pasión. «¡Basta!»: es una respuesta inequívoca a toda violencia. Ese «¡basta!» de Jesús supera los siglos y llega con su fuerza hasta nosotros hoy: ¡basta de espadas, de armas, de violencia, de guerra!

San Pablo VI repitió este llamamiento a las Naciones Unidas en 1965, afirmando: «¡Nunca jamás guerra!». Esta es la súplica de todos nosotros, hombres y mujeres de buena voluntad. Es el sueño de todos los artesanos y buscadores de la paz, conscientes de que «toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado» (FT, 261).

¿Cómo salir de conflictos estancados y gangrenosos? ¿Cómo desatar los nudos enredados de tantas luchas armadas? ¿Cómo prevenir conflictos? ¿Cómo pacificar a los señores de la guerra o a los que confían en la fuerza de las armas? Ningún pueblo, ningún grupo social puede por sí solo lograr la paz, el bien, la seguridad y la felicidad. Ninguno. La lección de la reciente pandemia, si deseamos ser honestos, es «la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos» (FT, 32).

La fraternidad, que nace de la conciencia de ser una sola humanidad, debe penetrar en la vida de los pueblos, en las comunidades, entre los gobernantes, en los foros internacionales. De esta manera, aumentará la conciencia de que sólo podemos salvarnos juntos encontrándonos, tratándonos, evitando las peleas, reconciliándonos, moderando el lenguaje de la política y de la propaganda, desarrollando caminos concretos para la paz (cf. FT, 231).

Estamos juntos esta tarde, como personas de diferentes tradiciones religiosas, para comunicar un mensaje de paz. Esto muestra claramente que las religiones no quieren la guerra, al contrario, desenmascaran a quienes sacralizan la violencia, piden a todos que recen por la reconciliación y que actúen para que la fraternidad abra nuevos caminos de esperanza. De hecho, con la ayuda de Dios, es posible construir un mundo de paz y así, hermanos y hermanas, salvarnos juntos. Muchas gracias.


 

LLAMAMIENTO A LA PAZ

Congregados en Roma en el «espíritu de Asís», espiritualmente unidos a los creyentes de todo el mundo y a las mujeres y a los hombres de buena voluntad, hemos rezado todos juntos para implorar el don de la paz en nuestra tierra. Hemos recordado las heridas de la humanidad, tenemos en el corazón la oración silenciosa de tantas personas que sufren, frecuentemente sin nombre y sin voz. Por esto nos comprometemos a vivir y a proponer solemnemente a los responsables de los Estados y a los ciudadanos del mundo este llamamiento a la paz.

En esta plaza del Campidoglio, poco después del mayor conflicto bélico que la historia recuerde, las naciones que se habían enfrentado estipularon un pacto, fundado sobre un sueño de unidad, que posteriormente se llevó a cabo: la Europa unida. Hoy, en este tiempo de desorientación, golpeados por las consecuencias de la pandemia de Covid-19, que amenaza la paz aumentando las desigualdades y los miedos, decimos con fuerza: nadie puede salvarse solo, ningún pueblo, nadie.

Las guerras y la paz, las pandemias y el cuidado de la salud, el hambre y el acceso al alimento, el calentamiento global y la sostenibilidad del desarrollo, los desplazamientos de las poblaciones, la eliminación del peligro nuclear y la reducción de las desigualdades no afectan únicamente a cada nación. Lo entendemos mejor hoy, en un mundo lleno de conexiones, pero que frecuentemente pierde el sentido de la fraternidad. Somos hermanas y hermanos, ¡todos! Recemos al Altísimo que, después de este tiempo de prueba, no haya más un “los otros”, sino un gran “nosotros” rico de diversidad. Es tiempo de soñar de nuevo, con valentía, que la paz es posible, que la paz es necesaria, que un mundo sin guerras no es una utopía. Por eso queremos decir una vez más: «¡Nunca más la guerra!».

Desgraciadamente, la guerra ha vuelto a parecerle a muchos un camino posible para la solución de las controversias internacionales. No es así. Antes de que sea demasiado tarde, queremos recordar a todos que la guerra deja siempre el mundo peor de como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad.

Requerimos a los gobernantes que rechacen el lenguaje de la división, que está sostenida frecuentemente por sentimientos de miedo y de desconfianza, y para que no se emprendan caminos de vuelta atrás. Miremos juntos a las víctimas. Hay muchos, demasiados conflictos todavía abiertos.

A los responsables de los Estados les decimos: trabajemos juntos por una nueva arquitectura de la paz. Unamos las fuerzas por la vida, la salud, la educación y la paz. Ha llegado el momento de utilizar los recursos empleados en producir armas cada vez más destructivas, promotoras de muerte, para elegir la vida, curar la humanidad y nuestra casa común. ¡No perdamos el tiempo! Comencemos por objetivos alcanzables: unamos desde hoy los esfuerzos para contener la difusión del virus hasta que tengamos una vacuna que sea idónea e accesible a todos. Esta pandemia nos está recordando que somos hermanas y hermanos de sangre.

A todos los creyentes, a las mujeres y a los hombres de buena voluntad, les decimos: seamos con creatividad artesanos de la paz, construyamos amistad social, hagamos nuestra la cultura del diálogo. El diálogo leal, perseverante y valiente es el antídoto contra la desconfianza, la división y la violencia. El diálogo disuelve desde la raíz las razones de las guerras, que destruyen el proyecto de fraternidad inscrito en la vocación de la familia humana.

Nadie puede sentirse que debe lavarse las manos. Somos todos corresponsables. Todos necesitamos perdonar y ser perdonados. Las injusticias del mundo y de la historia se sanan no con el odio y la venganza, sino con el diálogo y el perdón.

Que Dios inspire estos ideales en todos nosotros y este camino que hacemos juntos, plasmando los corazones de cada uno y haciéndonos mensajeros de paz.

Roma, Campidoglio, 20 de octubre de 2020.

 

 



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domingo, 18 de octubre de 2020

Jesús enseña a huir de la hipocresía y ser ciudadanos honestos

Comentando el Evangelio dominical que relata la sabia respuesta de Jesús a la insidiosa pregunta de sus adversarios «¿Es lícito pagar tributo al César, o no?»(v. 17), el Papa Francisco explica que con sus palabras, el Maestro nos enseña a ser ciudadanos honestos y se sitúa por encima de la polémica: "Por una parte, reconoce que se debe pagar el tributo al César, porque la imagen sobre la moneda es la suya; pero, sobre todo, recuerda que cada persona lleva en sí otra imagen, la de Dios, y por tanto es a Él, y solo a Él, a quien cada uno debe la propia existencia".

Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano

El domingo 18 de octubre, vigésimo noveno del tiempo ordinario, el Papa Francisco rezó la oración mariana del Ángelus asomado desde la ventana del Palacio Apostólico del Vaticano.


 

Francisco ofreció su habitual comentario del Evangelio dominical (cfr. Mt 22,15-21) que en esta ocasión relata cómo Jesús afronta la hipocresía de sus adversarios respondiendo sabiamente a la pregunta insidiosa que le habían lanzado para ponerlo en una situación difícil y desacreditarlo ante el pueblo.

«¿Es lícito pagar tributo al César, o no?» (v. 17).

Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios

"En aquel tiempo, en Palestina, el dominio del imperio romano era mal tolerado, también por motivos religiosos", explicó el Papa haciendo hincapié en que para la población, el culto al emperador, "subrayado incluso por su imagen en las monedas, era una injuria al Dios de Israel".

“Los interlocutores de Jesús están convencidos de que no existen más respuestas a su pregunta: o «sí» o «no». Pero Él conoce su malicia y se libra de la trampa. Les pide que le muestren la moneda del tributo, la toma en sus manos y pregunta de quién es la imagen impresa. Ellos responden que es del César, es decir, del emperador. Entonces Jesús replica: Pues dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”

Asimismo, el Santo Padre indicó que con esta respuesta, Jesús se sitúa por encima de la polémica: "Por una parte, reconoce que se debe pagar el tributo al César, porque la imagen sobre la moneda es la suya; pero, sobre todo, recuerda que cada persona lleva en sí otra imagen, la de Dios, y por tanto es a Él, y solo a Él, a quien cada uno debe la propia existencia".

Edificar la civilización del amor

En este punto, Francisco destacó que de esta sentencia de Jesús, "no solo se encuentra el criterio para la distinción entre la esfera política y la religiosa, sino que de ella también emergen orientaciones claras para la misión de los creyentes de todos los tiempos, incluidos nosotros hoy".

“Pagar los impuestos es un deber de los ciudadanos, así como cumplir las leyes justas del Estado. Al mismo tiempo, es necesario afirmar la primacía de Dios en la vida humana y en la historia, respetando el derecho de Dios sobre todo lo que le pertenece”

Al respecto, el Papa aseveró que de aquí deriva la misión de la Iglesia y de los cristianos: "hablar de Dios y testimoniarlo a los hombres y a las mujeres del propio tiempo. Se trata de esforzarse con humildad y con valor, dando la propia contribución a la edificación de la civilización del amor, en la que reinan la justicia y la fraternidad".

En la dignidad humana está impresa la imagen de Dios

Antes de despedirse, el Santo Padre pidió a María Santísima que nos ayude a huir de cualquier hipocresía, a ser ciudadanos honestos y constructivos.

"Y que nos sostenga a nosotros, discípulos de Cristo, en la misión de testimoniar que Dios es el centro y el sentido de la vida", concluyó Francisco deseando a todos los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro un buen almuerzo e impartiendo su bendición apostólica.

viernes, 16 de octubre de 2020

PAPA FRANCISCO Pacto Educativo Global para "humanizar el mundo".

 


Papa Pacto Educativo

El Papa Saluda A Un Grupo De Niños En Yangon, Myanmar © L'Osservatore Romano

“Mirar todos juntos hacia delante”

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(zenit – 15 oct. 2020)-. En la tarde de hoy, 15 de octubre de 2020, en un evento de la Pontificia Universidad de Letrán de Roma, se emitió un mensaje en vídeo del Papa Francisco en el que llama a un Pacto Educativo Mundial.

En mayo de 2020 se iba a llevar a cabo el evento sobre el Pacto Educativo Global, promovido por el Papa Francisco para generar, a través de la educación, “un cambio de mentalidad a escala planetaria”, indica un comunicado de la Congregación para la Educación Católica difundido el 24 de septiembre de 2020.

Debido a la pandemia de COVID-19, el evento en el Vaticano, tuvo que ser cancelado. No obstante, su planificación no se ha interrumpido y hoy se han retomado las iniciativas con este acto en la Universidad Lateranense promovido por la Congregación para la Educación Católica,

“Catástrofe educativa”

Durante el evento de hoy, transmitido en directo por streaming, el Santo Padre ha subrayado que, en este camino de preparación de un Pacto Educativo Global, la COVID-19 “ha acelerado y amplificado muchas de las urgencias y emergencias que habíamos constatado, y ha manifestado muchas otras” y “los sistemas educativos de todo el mundo han sufrido la pandemia tanto a nivel escolar como académico”.

Según algunos datos recientes de organismos internacionales, se habla de una “catástrofe educativa”, ante aproximadamente diez millones de niños “que podrían verse obligados a abandonar la escuela a causa de la crisis económica generada por el coronavirus, aumentando una brecha educativa ya alarmante —con más de 250 millones de niños en edad escolar excluidos de cualquier actividad educativa—”, indica Francisco.

La educación como antídoto

Esta situación “ha hecho incrementar la conciencia de que se debe realizar un cambio en el modelo de desarrollo” y, en este sentido, el Papa resalta “el poder transformador de la educación”, pues “educar es apostar y dar al presente la esperanza que rompe los determinismos y fatalismos”.

“Creemos que la educación es una de las formas más efectivas de humanizar el mundo y la historia. La educación es ante todo una cuestión de amor y responsabilidad que se transmite en el tiempo de generación en generación”, continúa.

miércoles, 14 de octubre de 2020

“Los Salmos, experiencia del diálogo con Dios”

 


Continuando con su ciclo de catequesis sobre “La Oración”, el Santo Padre reflexionó este miércoles, 14 de octubre, sobre el Libro de los Salmos, un texto bíblico que está compuesto sólo de oraciones y que nos “enseña a rezar” a través de la experiencia del diálogo con Dios.

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano

“Los salmos no son textos nacidos en la mesa, sino invocaciones, a menudo dramáticas, que  brotan de la vida, de la existencia. Para rezarles basta ser lo que somos”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles, 14 de octubre, en la que continuó reflexionando sobre “La Oración”, y esta vez centro su catequesis en el Libro de los Salmos.

Saber rezar a través de la experiencia del diálogo con Dios

En la catequesis, que pronunció en el Aula Pablo VI del Vaticano, el Santo Padre señaló que, en la Biblia encontramos oraciones de distinto tipo. “Pero encontramos también un libro compuesto solo de oraciones, libro que se ha convertido en patria, lugar de entrenamiento y casa de innumerables orantes. Se trata del Libro de los Salmos”. Este texto, afirmó el Papa, forma parte de los libros sapienciales, porque comunica el “saber rezar” a través de la experiencia del diálogo con Dios. En los salmos encontramos todos los sentimientos humanos: las alegrías, los dolores, las dudas, las esperanzas, las amarguras que colorean nuestra vida. Por ello, el Pontífice dijo que, “leyendo y releyendo los salmos, nosotros aprendemos el lenguaje de la oración. Dios Padre, de hecho, con su Espíritu los ha inspirado en el corazón del rey David y de otros orantes, para enseñar a cada hombre y mujer cómo alabarle, darle gracias, suplicarle, cómo invocarle en la alegría y en el dolor, cómo contar las maravillas de sus obras y de su Ley. En síntesis, los salmos son la palabra de Dios que nosotros humanos usamos para hablar con Él”.

“El Catecismo afirma que cada salmo «es de una sobriedad tal que verdaderamente pueden orar con él los hombres de toda condición y de todo tiempo» (CIC, 2588)”

Los Salmos brotan de la vida, de la existencia

En este libro, precisó el Papa Francisco, no encontramos personas abstractas, gente que confunde la oración con la experiencia estética o alienante. Los salmos no son textos nacidos en la mesa, sino invocaciones, a menudo dramáticas, que brotan de la vida, de la existencia. Para rezarles basta ser lo que somos. En ellos escuchamos las voces de orantes de carne y hueso, cuya vida, como la de todos, está plagada de problemas, de fatigas, de incertidumbres. El salmista no responde de forma radical a este sufrimiento: sabe que pertenece a la vida. Sin embargo, en los salmos el sufrimiento se transforma en pregunta: “¿Hasta cuándo?”. Cada dolor reclama una liberación, cada lágrima pide invoca un consuelo, cada herida espera una curación, cada calumnia una sentencia absolutoria.

“Planteando continuamente preguntas de este tipo, los salmos nos enseñan a no volvernos adictos al dolor, y nos recuerdan que la vida no es salvada si no es sanada. La existencia del hombre es un soplo, su historia es fugaz, pero el orante sabe que es valioso a los ojos de Dios, por eso tiene sentido gritar”

La oración, en sí misma, es camino de salvación

Es por ello, que la oración de Los Salmos, subrayo el Santo Padre, es el testimonio de este grito: un grito múltiple, porque en la vida el dolor asume mil formas, y toma el nombre de enfermedad, odio, guerra, persecución, desconfianza… Hasta el “escándalo” supremo, el de la muerte. La muerte aparece en el Salterio como la más irracional enemiga del hombre: ¿qué delito merece un castigo tan cruel, que conlleva la aniquilación y el final?  El orante de los salmos pide a Dios intervenir donde todos los esfuerzos humanos son vanos. Por esto la oración, ya en sí misma, es camino de salvación e inicio de salvación.


En el Salterio el dolor se convierte en relación

Asimismo, el Papa Francisco evidenció que, todos sufren en este mundo: tanto quien cree en Dios, como quien lo rechaza. Pero en el Salterio el dolor se convierte en relación: grito de ayuda que espera interceptar un oído que escuche. No puede permanecer sin sentido, sin objetivo. También los dolores que sufrimos no pueden ser solo casos específicos de una ley universal: son siempre “mis” lágrimas, que nadie ha derramado nunca antes que yo. Todos los dolores de los hombres para Dios son sagrados. Así reza el orante del salmo 56: «Tú has anotado los pasos de mi destierro; recoge mis lágrimas en tu odre: ¿acaso no está todo registrado en tu Libro?» (v. 9). Delante de Dios no somos desconocidos, o números. Somos rostros y corazones, conocidos uno a uno, por nombre.

“En los salmos, el creyente encuentra una respuesta. Él sabe que, incluso si todas las puertas humanas estuvieran cerradas, la puerta de Dios está abierta. Si incluso todo el mundo hubiera emitido un veredicto de condena, en Dios hay salvación”

La oración nos salva del sufrir en el abandono

En este sentido, el Santo Padre afirmó que, “El Señor escucha”: a veces en la oración basta saber esto. No siempre los problemas se resuelven. Quien reza no es un iluso: sabe que muchas cuestiones de la vida de aquí abajo se quedan sin resolver, sin salida; el sufrimiento nos acompañará y, superada la batalla, habrá otras que nos esperan. Pero, si somos escuchados, todo se vuelve más soportable. “Lo peor que puede suceder – concluyó el Papa – es sufrir en el abandono, sin ser recordados. De esto nos salva la oración. Porque puede suceder, y también a menudo, que no entendamos los diseños de Dios. Pero nuestros gritos no se estancan aquí abajo: suben hasta Él, que tiene corazón de Padre, y que llora Él mismo por cada hijo e hija que sufre y que muere. Si nos quedamos en la relación con Él, la vida no nos ahorra los sufrimientos, pero se abre un gran horizonte de bien y se encamina hacia su realización”.