miércoles, 27 de abril de 2022

La alianza entre las generaciones que abre al futuro

 

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AR  - DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PL  - PT ]

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 27 de abril de 2022

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Catequesis sobre la vejez 7. Noemí, la alianza entre las generaciones que abre al futuro

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Hoy seguimos reflexionando sobre los ancianos, sobre los abuelos, sobre la vejez, parece fea la palabra, pero no, ¡los acianos son geniales, son bellos! Y hoy nos dejaremos inspirar por el espléndido libro de Rut, una joya de la Biblia. La parábola de Rut ilumina la belleza de los vínculos familiares: generados por la relación de pareja, pero que van más allá del vínculo de pareja. Vínculos de amor capaces de ser igualmente fuertes, en los cuales se irradia la perfección de ese poliedro de los afectos fundamentales que forman la gramática familiar del amor. Esta gramática lleva savia vital y sabiduría generativa en el conjunto de las relaciones que edifican la comunidad. Respecto al Cantar de los Cantares, el libro de Rut es como la otra cara del díptico del amor nupcial. Igualmente importante, igualmente esencial, celebra el poder y la poesía que deben habitar los vínculos de generación, parentesco, entrega, fidelidad que envuelven a toda la constelación familiar. Y que se vuelven incluso capaces, en las coyunturas dramáticas de la vida de pareja, de llevar una fuerza de amor inimaginable, capaz de relanzar la esperanza y el futuro.

Sabemos que los lugares comunes sobre vínculos de parentela creados por el matrimonio, sobre todo el de la suegra, ese vínculo entre suegra y nuera, hablan contra esta perspectiva. Pero, precisamente por esto, la palabra de Dios se vuelve valiosa. La inspiración de la fe sabe abrir un horizonte de testimonio contra los prejuicios más comunes, un horizonte valioso para toda la comunidad humana. ¡Os invito a redescubrir el libro de Rut! Especialmente en la meditación sobre el amor y en la catequesis sobre la familia.

Este pequeño libro contiene también una valiosa enseñanza sobre la alianza de las generaciones: donde la juventud se revela capaz de dar de nuevo entusiasmo a la edad madura —esto es esencial: cuando la juventud da de nuevo entusiasmo a los ancianos—, donde la vejez se descubre capaz de reabrir el futuro para la juventud herida. En un primer momento, la anciana Noemí, si bien conmovida por el afecto de las nueras, que quedan viudas de sus dos hijos, se muestra pesimista sobre su destino dentro de un pueblo que no es el de ellas. Por eso anima afectuosamente a las jóvenes mujeres a volver a sus familias para rehacerse una vida —eran jóvenes estas mujeres viudas—. Dice: “No puedo hacer nada por vosotras”. Ya esto se muestra como un acto de amor: la mujer anciana, sin marido y ya sin hijos, insiste para que las nueras la abandonen. Pero también es una especie de resignación: no hay futuro posible para las viudas extranjeras, privadas de la protección del marido. Rut sabe esto y resiste a esta oferta generosa, no quiere volver a su casa. El vínculo que se ha establecido entre suegra y nuera ha sido bendecido por Dios: Noemí no puede pedir que la abandone. En un primer momento, Noemí aparece más resignada que feliz de esta oferta: quizá piensa que este extraño vínculo agravará el riesgo para ambas. En ciertos casos, la tendencia de los ancianos al pesimismo necesita ser contrarrestada por la presión afectuosa de los jóvenes.

De hecho, Noemí, conmovida por la entrega de Rut, saldrá de su pesimismo e incluso tomará la iniciativa, abriendo para Rut un nuevo futuro. Instruye y anima a Rut, viuda de su hijo, a conquistar un nuevo marido en Israel. Booz, el candidato, muestra su nobleza, defendiendo a Rut de los hombres que trabajan para él. Lamentablemente, es un riesgo que se verifica también hoy.

El nuevo matrimonio de Rut se celebra y los mundos son de nuevo pacificados. Las mujeres de Israel dicen a Noemí que Rut, la extranjera, vale “más que siete hijos” y que ese matrimonio será una “bendición del Señor”. Noemí, que estaba llena de amargura y decía también que su nombre es amargura, en su vejez conocerá la alegría de tener una parte en la generación de un nuevo nacimiento. ¡Mirad cuántos “milagros” acompañan la conversión de esta anciana mujer! Ella se convierte al compromiso de volverse disponible, con amor, por el futuro de una generación herida por la pérdida y con el riesgo de abandono. Los frentes de la recomposición son los mismos que, en base a las probabilidades trazadas por los prejuicios del sentido común, deberían generar fracturas insuperables. Sin embargo, la fe y el amor consienten superarlos: la suegra supera los celos por el propio hijo, amando el nuevo vínculo de Rut; las mujeres de Israel superan la desconfianza por el extranjero (y si lo hacen las mujeres, todos lo harán); la vulnerabilidad de la mujer sola, frente al poder del hombre, es reconciliada con un vínculo lleno de amor y de respeto.

Y todo ello porque la joven Rut se ha empeñado en ser fiel a un vínculo expuesto al prejuicio étnico y religioso. Y retomo lo que he dicho al principio, hoy la suegra es un personaje mítico, la suegra no digo que la pensamos como el diablo pero siempre se piensa en ella como una figura mala. Pero la suegra es la madre de tu marido, es la madre de tu mujer. Pensemos hoy en este sentimiento un poco difundido de que la suegra cuanto más lejos mejor. ¡No! Es madre, es anciana. Una de las cosas más bonitas de las abuelas es ver a los nietos, cuando los hijos tienen hijos, reviven. Mirad bien la relación que vosotros tenéis con vuestras suegras: a veces son un poco especiales, pero te han dado la maternidad del cónyuge, te han dado todo. Al menos hay que hacerlas felices, para que lleven adelante su vejez con felicidad. Y si tienen algún defecto hay que ayudarlas a corregirse. También a vosotras suegras os digo: estad atentas a la lengua, porque la lengua es uno de los pecados más malos de las suegras, estad atentas. Y Rut en este libro acepta a la suegra y la hace revivir y la anciana Noemí asume la iniciativa de reabrir el futuro para Rut, en lugar de limitarse a disfrutar de su apoyo. Si los jóvenes se abren a la gratitud por lo recibido y los ancianos toman la iniciativa de relanzar su futuro, ¡nada podrá detener el florecimiento de las bendiciones de Dios entre los pueblos! Por favor, que los jóvenes hablen con los abuelos, que los jóvenes hablen con los ancianos, que los ancianos hablen con los jóvenes. Este puente debemos restablecerlo fuerte, hay ahí una corriente de salvación, de felicidad. Que el Señor nos ayude, haciendo esto, a crecer en armonía en las familias, esa armonía constructiva que va de los ancianos a los más jóvenes, ese bonito puente que nosotros debemos custodiar y cuidar.


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los animo a ver los milagros que se producen en este breve episodio y a intentar sacar una lección para nuestra vida. Aprendamos de Noemí a recuperar el ánimo y a estar disponibles para recomponer las heridas de los jóvenes que necesitan nuestro apoyo. De ese modo, superaremos las barreras de la desconfianza y reconstruiremos vínculos de amor y respeto en la sociedad. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy encontramos inspiración para nuestra catequesis sobre los ancianos en el libro de Rut y en la enseñanza que nos da sobre la alianza entre las generaciones. En él, la joven Rut demuestra ser capaz de volver a entusiasmar a la anciana Noemí, y esta recupera la fuerza para hacer que en la joven renazca una nueva esperanza de futuro.

Noemí, cuando mueren sus hijos, se siente incapaz de aportar algo a las jóvenes nueras que han quedado viudas y, de forma generosa y altruista, las invita a volver a sus hogares para rehacer sus vidas con los suyos. Pero Rut se niega a abandonarla. De ese modo, el inicial pesimismo de Noemí es vencido por la fidelidad de Rut, hasta el punto de que Noemí toma la iniciativa y la anima a encontrar marido en Israel.

En esta historia vemos muchos elementos de conflicto que se van pacificando: el hecho de ser mujeres y estar solas, además de su condición de extranjeras las hace vulnerables, pero el amor y el valor que se dan recíprocamente supera las dificultades. Y es así que Noemí, cuando nace el hijo de Rut y Booz, puede ver el futuro con esperanza.



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domingo, 24 de abril de 2022

La alegría de Cristo se fortalece al darla, se multiplica al compartirla.

 

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PAPA FRANCISCO

REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
Lunes del Ángel, 18 de abril de 2022

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Los días de la Octava de Pascua son como una sola jornada en la que se prolonga la alegría de la Resurrección. Así, el Evangelio de la liturgia de hoy sigue hablándonos del Resucitado, de su aparición a las mujeres que habían ido al sepulcro (cf. Mt 28,8-15). Jesús sale a su encuentro, las saluda; luego les dice dos cosas, que también a nosotros nos vendrá bien recibir como regalo de Pascua, dos consejos del Señor. Un regalo de Pascua.

En primer lugar, las tranquiliza con dos simples palabras: «No tengáis miedo» (v. 10). No tengas miedo. El Señor sabe que los miedos son nuestros enemigos cotidianos. También sabe que nuestros miedos nacen del gran miedo, el miedo a la muerte: miedo a desvanecerse, a perder a los seres queridos, a enfermar, a no poder más... Pero en la Pascua Jesús venció a la muerte. Por tanto, nadie puede decirnos de forma más convincente: "No temas”, “no tengas miedo”. El Señor lo dice allí mismo, junto al sepulcro del que salió victorioso. Así nos invita a salir de las tumbas de nuestros miedos. Pongamos atención: salir de las tumbas de nuestros miedos, porque nuestros miedos son como tumbas, nos entierran dentro. Él sabe que el miedo está siempre agazapado a la puerta de nuestro corazón y que necesitamos que nos repitan no temas, no tengas miedo, no temas: en la mañana de Pascua como en la mañana de cada día escuchar: “No temas”. Ten valor. Hermano, hermana, que crees en Cristo, no tengas miedo. “Yo —te dice Jesús—he probado la muerte por ti, he cargado sobre mí tu mal. Ahora he resucitado para decírtelo: estoy aquí, contigo, para siempre. ¡No temas!". No tengan miedo.

Pero, ¿qué hacer para combatir el miedo? Nos ayuda la segunda cosa que Jesús dice a las mujeres: «Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10). Id a proclamar. El miedo siempre nos encierra en nosotros mismos; Jesús, en cambio, nos deja salir y nos envía a los demás. Aquí está el remedio.  Pero yo —podemos decir— ¡no soy capaz!  Pero piensen, aquellas mujeres no eran ciertamente las más idóneas ni las más preparadas para anunciar al Resucitado, pero al Señor no le importa. A Él le importa que vayan y lo anuncien. Salir y anunciar, “salir y anunciar”. Porque la alegría de la Pascua no es para guardarla para uno mismo. La alegría de Cristo se fortalece al darla, se multiplica al compartirla. Si nos abrimos y llevamos el Evangelio, nuestro corazón se expande y supera el miedo. Este es el secreto: anunciar para vencer el miedo.

El texto de hoy, nos dice que el anuncio puede encontrar un obstáculo: la falsedad. De hecho, el Evangelio narra “un contra-anuncio”. ¿Cuál es? El de los soldados que habían custodiado el sepulcro de Jesús. Se les paga —dice el Evangelio— «una buena suma de dinero» (v. 12), una buena propina, y reciben estas instrucciones: «Decid que sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras vosotros dormíais» (v. 13). ¿Vosotros dormíais? ¿Habéis visto en el sueño cómo robaban el cuerpo? Ahí hay una contradicción, pero una contradicción que todo el mundo cree, porque hay dinero de por medio. Es el poder del dinero, ese otro señor al que Jesús dice que nunca hay que servir. Hay dos señores: Dios y el dinero. No sirváis nunca al dinero. Aquí está la falsedad, la lógica de la ocultación, que se opone a la proclamación de la verdad. Es una advertencia también para nosotros: la falsedad —en las palabras y en la vida— contamina el anuncio, corrompe por dentro, conduce de nuevo al sepulcro. Las falsedades nos llevan hacia atrás, nos llevan directamente a la muerte, al sepulcro. El Resucitado, en cambio, quiere sacarnos de las tumbas de las falsedades y de las dependencias. Ante el Señor resucitado, este este otro “dios”: el dios del dinero, que lo ensucia todo, lo arruina todo, cierra las puertas de la salvación. Y esto está en todas partes: adorar a este dios dinero es una tentación en la vida cotidiana.

Queridos hermanos y hermanas, nosotros nos escandalizamos con razón cuando, a través de la información, descubrimos engaños y mentiras en la vida de las personas y en la sociedad. ¡Pero pongamos también nombre a la falsedad que llevamos dentro! Y pongamos nuestra opacidad, nuestras falsedades ante la luz de Jesús resucitado. Él quiere sacar a la luz las cosas ocultas, hacernos testigos transparentes y luminosos de la alegría del Evangelio, de la verdad que nos hace libres (cf. Jn 8,32).

Que María, la Madre del Resucitado, nos ayude a superar nuestros miedos y nos conceda la pasión por la verdad.

 

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Después del Regina Caeli

¡Queridos hermanos y hermanas!

Una vez más, ¡felices Pascuas a todos, romanos y peregrinos de varios países!

Que la gracia del Señor Resucitado dé consuelo y esperanza a todos los que sufren: ¡que nadie sea abandonado! Que las contiendas, guerras y disputas den paso al entendimiento y la reconciliación. Subrayemos siempre esta palabra: reconciliación, porque lo que hizo Jesús en el Calvario y con su resurrección es reconciliarnos a todos con el Padre, con Dios y entre nosotros. ¡Reconciliación!

Dios ha ganado la batalla decisiva contra el espíritu del mal: ¡dejemos que venza Él! Renunciemos a nuestros planes humanos, convirtámonos a sus designios de paz y justicia.

Agradezco a todos los que me han enviado, en estos días, expresiones de buenos deseos. Estoy especialmente agradecido por las oraciones. Pido a Dios, por intercesión de la Virgen María, que recompense a cada uno con sus dones.

Esta tarde, aquí en la Plaza, me encontraré con más de cincuenta mil adolescentes de toda Italia. ¡Un hermoso signo de esperanza! ¡Ya hay algunos! Por eso la plaza está preparada así.

Deseo que todos vivan estos días de Pascua en la paz y la alegría que vienen de Cristo Resucitado. Por favor, sigan rezando por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

La plaza: ¡Viva el Papa!

El Papa responde: ¡Eh! ¡Qué bien los chicos de la Inmaculada!



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jueves, 21 de abril de 2022

Catequesis sobre la vejez 6. “Honra a tu padre y a tu madre”: el amor por la vida vivida

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 20 de abril de 2022

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 “Honra a tu padre y a tu madre”

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, con la ayuda de la Palabra de Dios que hemos escuchado, abrimos un pasaje a través de la fragilidad de la edad anciana, marcada de forma especial por las experiencias del desconcierto y del desánimo, de la pérdida y del abandono, de la desilusión y la duda. Naturalmente, las experiencias de nuestra fragilidad, frente a las situaciones dramáticas —a veces trágicas— de la vida, pueden suceder en todo tiempo de la existencia. Sin embargo, en la edad anciana estas pueden suscitar menos impresión e inducir en los otros una especie de hábito, incluso de molestia.  Cuántas veces hemos escuchado o hemos pensando: “Los ancianos molestan”; lo hemos dicho, lo hemos pensando… Las heridas más graves de la infancia y de la juventud provocan, justamente, un sentido de injusticia y de rebelión, una fuerza de reacción y de lucha. En cambio, las heridas, también graves, de la edad anciana están acompañadas, inevitablemente, por la sensación de que, sea como sea, la vida no se contradice, porque ya ha sido vivida. Y así los ancianos son un poco alejados también de nuestra experiencia: queremos alejarlos.

En la común experiencia humana, el amor  —como se dice—  es descendiente: no vuelve sobre la vida que está detrás de las espaldas con la misma fuerza con la que se derrama sobre la vida que está todavía delante. La gratuidad del amor aparece también en esto: los padres lo saben desde siempre, los ancianos lo aprenden pronto. A pesar de eso, la revelación abre un camino para una restitución diferente del amor: es el camino de honrar a quien nos ha precedido. El camino de honrar a las personas que nos han precedido empieza aquí: honrar a los ancianos.

Este amor especial que se abre el camino en la forma del honor  —es decir, ternura y respeto al mismo tiempo— destinado a la edad anciana está sellado por el mandamiento de Dios. «Honrar al padre y a la madre» es un compromiso solemne, el primero de la “segunda tabla” de los diez mandamientos. No se trata solamente del propio padre y de la propia madre. Se trata de la generación y de las generaciones que preceden, cuya despedida también puede ser lenta y prolongada, creando un tiempo y un espacio de convivencia de larga duración con las otras edades de la vida. En otras palabras, se trata de la vejez de la vida.

Honor es una buena palabra para enmarcar este ámbito de restitución del amor que concierne a la edad anciana. Es decir, nosotros hemos recibido el amor de los padres, de los abuelos y ahora nosotros les devolvemos este amor a ellos, a los ancianos, a los abuelos. Nosotros hoy hemos descubierto el término “dignidad”, para indicar el valor del respeto y del cuidado de la vida de todos. Dignidad, aquí, equivale sustancialmente al honor: honrar al padre y a la madre, honrar a los ancianos y reconocer la dignidad que tienen.

Pensemos bien en esta bonita declinación del amor que es el honor. El cuidado mismo del enfermo, el apoyo a quien no es autosuficiente, la garantía del sustento, pueden carecer de honor. El honor desaparece cuando el exceso de confianza, en vez de declinarse como delicadeza y afecto, ternura y respeto, se convierte en rudeza y prevaricación. Cuando la debilidad es reprochada, e incluso castigada, como si fuera una culpa. Cuando el desconcierto y la confusión se convierten en un resquicio para la burla y la agresividad. Puede suceder incluso entre las paredes domésticas, en las residencias, como también en las oficinas o en los espacios abiertos de la ciudad. Fomentar en los jóvenes, también indirectamente, una actitud de suficiencia —e incluso de desprecio—  hacia la edad anciana, sus debilidades y su precariedad, produce cosas horribles. Abre el camino a excesos inimaginables. Los chicos que queman la manta de un “vagabundo”  —lo hemos visto—, porque lo ven como un desecho humano, son la punta del iceberg, es decir, del desprecio por una vida que, lejos de las atracciones y de las pulsiones de la juventud, aparece ya como una vida de descarte. Muchas veces pensamos que los ancianos son el descarte o los ponemos nosotros en el descarte; se desprecia a los ancianos y se descartan de la vida, dejándoles de lado.

Este desprecio, que deshonra al anciano, en realidad nos deshonra a todos nosotros. Si yo deshonro al anciano me deshonro a mí mismo. El pasaje del Libro del Eclesiástico, escuchado al inicio, es justamente duro en relación con este deshonor, que clama venganza a los ojos de Dios. Existe un pasaje, en la historia de Noé, muy expresivo en relación con esto. El viejo Noé, héroe del diluvio y todavía gran trabajador, yace descompuesto después de haber bebido algún vaso de más.  Ya es anciano, pero ha bebido demasiado. Los hijos, por no hacerle despertar en la vergüenza, lo cubren con delicadeza, con la mirada baja, con gran respeto. Este texto es muy bonito y dice todo del honor debido al anciano; cubrir las debilidades del anciano, para no avergonzarlo, es un texto que nos ayuda mucho.  

No obstante todas las providencias materiales que las sociedades más ricas y organizadas ponen a disposición de la vejez  —de las cuales podemos ciertamente estar orgullosos—, la lucha por la restitución de esa forma especial de amor que es el honor, me parece todavía frágil e inmadura. Debemos hacer de todo, sostenerla y animarla, ofreciendo mejor apoyo social y cultural a aquellos que son sensibles a esta decisiva forma de “civilización del amor”. Y sobre esto, me permito aconsejar a los padres: por favor, acercad a los hijos, a los niños, a los hijos jóvenes a los ancianos, acercarles siempre. Y cuando el anciano está enfermo, un poco fuera de sí, acercarles siempre: que sepan que esta es nuestra carne, que esto es lo que ha hecho que nosotros estemos aquí ahora. Por favor, no alejar a los ancianos. Y si no hay otra posibilidad que enviarlos a una residencia, por favor, id a visitarlos y llevad a los niños a verlos: son el honor de nuestra civilización, los ancianos que han abierto las puertas. Y muchas veces, los hijos se olvidan de esto. Os digo una cosa personal: a mí me gustaba en Buenos Aires, visitar las residencias de ancianos. Iba a menudo y visitaba a cada uno. Recuerdo una vez que pregunté a una señora: “¿Usted cuántos hijos tiene?” — “Tengo cuatro, todos casados, con nietos”. Y empezó a hablarme de la familia. “¿Y ellos vienen?” — “¡Sí, vienen siempre!”. Cuando salí de la habitación la enfermera, que había escuchado, me dijo: “Padre, ha dicho una mentira para cubrir a sus hijos. ¡Desde hace seis meses no viene nadie!”. Esto es descartar a los ancianos, es pensar que los ancianos son material de descarte. Por favor, es un pecado grave. Este es el primer gran mandamiento, y el único que indica el premio: “Honra al padre y a la madre y tendrás vida larga en la tierra”. Este mandamiento de honrar a los ancianos nos da una bendición, que se manifiesta de esta manera: “Tendrás larga vida”. Por favor, custodiad a los ancianos. Y si pierden la cabeza, custodiadlos también porque son la presencia de la historia, la presencia de mi familia, y gracias a ellos yo estoy aquí, lo podemos decir todos: gracias a ti, abuelo y abuela, yo estoy vivo. Por favor, no los dejéis solos. Y esto, de custodiar a los ancianos, no es una cuestión de cosméticos ni de cirugía plástica, no. Más bien es una cuestión de honor, que debe transformar la educación de los jóvenes respecto a la vida y a sus fases. El amor por lo humano que nos es común, e incluye el honor por la vida vivida, no es una cuestión de ancianos. Más bien, es una ambición que iluminará a la juventud que hereda sus mejores cualidades. La sabiduría del Espíritu de Dios nos conceda abrir el horizonte de esta auténtica revolución cultural con la energía necesaria.


 

Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. En estos días de Pascua, pidamos a Cristo resucitado que nos conceda delicadeza y paciencia para tratar con las personas que nos rodean, especialmente con quienes están atravesando la etapa de la ancianidad. ¡Felices Pascuas de Resurrección! Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Retomamos hoy nuestras catequesis sobre la ancianidad y, con la ayuda de la Palabra de Dios, reflexionamos sobre lo que significa “honra a tu padre y a tu madre”. Este mandamiento no se refiere solamente a los padres biológicos, sino al respeto y el cuidado que se debe procurar a las generaciones que nos preceden, es decir, a todas las personas mayores. Además, consideremos que no se trata sólo de “honrar” a los ancianos cubriendo sus necesidades materiales sino, sobre todo, de “honrarlos” —de “dignificarlos”— con el amor, con la cercanía y con la escucha.

Muchas veces, lamentablemente, los ancianos son objeto de burlas, incomprensiones y desprecios. Incluso, llegan a ser víctimas de la violencia, pues se los considera material de descarte. Por eso, es importante que transmitamos a las jóvenes generaciones que el amor a la vida hay que manifestarlo siempre, en todas sus etapas, desde la concepción hasta su fin natural, e incluye de modo especial honrar la vida vivida por nuestros mayores y honrarla con ternura y con respeto.



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domingo, 17 de abril de 2022

Urbi et Orbi: ¡Dejémonos vencer por la paz de Cristo! La paz es posible

 

Dirigiéndose al mundo entero en su tradicional Mensaje de Pascua, Francisco recordó la guerra en Ucrania, a los países atormentados por largos conflictos y violencia y afectados por tensiones sociales y dramáticas crisis humanitarias. "Que Cristo resucitado acompañe y asista a los pueblos de América Latina que han visto empeorar sus condiciones sociales"

Cecilia Mutual – Ciudad del Vaticano

“Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Pascua! Jesús, el Crucificado, ha resucitado”. Fue el saludo del Papa Francisco a los fieles del mundo entero y a los presentes congregados en una soleada plaza de San Pedro, que participaron hoy en la Misa de Resurrección.

Francisco presidió la celebración ante unos 100 mil fieles presentes, tras una pausa de dos años debido a la pandemia, en una coloreada plaza de San Pedro decorada con cientos de arreglos florales y adornos. Finalizada la Santa Misa, dirigió el Mensaje Urbi et Orbi (a la ciudad de Roma y al mundo entero) e impartió su Bendición Apostólica desde el Balcón central de la Basílica Vaticana.

«¡La paz esté con ustedes!»

El Obispo de Roma, remitiéndose al Evangelio de Juan, repitió las palabras pronunciadas por Jesús al presentarse ante “las miradas incrédulas” de los discípulos que lloraban por él y evidenció:

“También nuestras miradas son incrédulas en esta Pascua de guerra. Hemos visto demasiada sangre, demasiada violencia. También nuestros corazones se llenaron de miedo y angustia, mientras tantos de nuestros hermanos y hermanas tuvieron que esconderse para defenderse de las bombas”

También a nosotros, afirmó Francisco, “nos cuesta creer que Jesús verdaderamente haya resucitado, que verdaderamente haya vencido a la muerte. ¿Será tal vez una ilusión, un fruto de nuestra imaginación? No, no es una ilusión”. “¡Cristo ha resucitado!”, afirmó.

“Hoy más que nunca tenemos necesidad de Él, al final de una Cuaresma que parece no querer terminar. Parecía que había llegado el momento de salir juntos del túnel, tomados de la mano, reuniendo fuerzas y recursos. Y en cambio, estamos demostrando que tenemos todavía en nosotros el espíritu de Caín, que mira a Abel no como a un hermano, sino como a un rival, y piensa en cómo eliminarlo”

La paz se logra con las armas del amor de Jesús

Para creer en la victoria del amor y en la reconciliación, necesitamos a Jesús Resucitado, añadió el Papa.  “Sólo Él puede hacerlo. Sólo Él tiene hoy el derecho de anunciarnos la paz. Sólo Jesús, porque lleva las heridas, nuestras heridas”. Y explicó:

“Las heridas en el Cuerpo de Jesús resucitado son el signo de la lucha que Él combatió y venció por nosotros con las armas del amor, para que nosotros pudiéramos tener paz, estar en paz, vivir en paz. Mirando sus llagas gloriosas, nuestros ojos incrédulos se abren, nuestros corazones endurecidos se liberan y dejan entrar el anuncio pascual: «¡La paz esté con ustedes!»”

Que se elija la paz de Cristo

“¡Dejemos entrar la paz de Cristo en nuestras vidas, en nuestras casas y en nuestros países!” exhortó el Santo Padre, dirigiendo, como de costumbre, su mirada a todas las realidades del mundo necesitadas de esta paz de Jesús. En primer lugar, Francisco recordó a la “martirizada Ucrania”, tan duramente probada por la violencia y la destrucción de la “guerra cruel e insensata”, dirigiendo un fuerte llamamiento a los responsables de las naciones para que escuchen el grito de paz de la gente:

“Que se elija la paz. Que se dejen de hacer demostraciones de fuerza mientras la gente sufre. Por favor, no nos acostumbremos a la guerra, comprometámonos todos a pedir la paz con voz potente, desde los balcones y en las calles. Que los responsables de las naciones escuchen el grito de paz de la gente, que escuchen esa inquietante pregunta que se hicieron los científicos hace casi sesenta años: «¿Vamos a poner fin a la raza humana; o deberá renunciar la humanidad a la guerra?»”

“Llevo en el corazón a las numerosas víctimas ucranianas” aseguró el Santo Padre, “los millones de refugiados y desplazados internos, a las familias divididas, a los ancianos que se han quedado solos, a las vidas destrozadas y a las ciudades arrasadas”.  Y mencionando el sufrimiento de los niños ucranianos que “se quedaron huérfanos y huyen de la guerra” el Papa recordó también de manera especial a muchos otros que mueren de hambre o por falta de atención médica, son víctimas de abusos y violencia, “y aquellos a los que se les ha negado el derecho a nacer”.

 

Los signos esperanzadores no obstante la guerra

A pesar del dolor de la guerra, Francisco evidenció que no faltan “signos esperanzadores, como las puertas abiertas de tantas familias y comunidades que acogen a migrantes y refugiados en toda Europa”.

“Que estos numerosos actos de caridad sean una bendición para nuestras sociedades, a menudo degradadas por tanto egoísmo e individualismo, y ayuden a hacerlas acogedoras para todos.”

No olvidar otras situaciones de sufrimiento

El Papa pidió que haya paz en Oriente Medio, “lacerado desde hace años por divisiones y conflictos”, en particular, entre israelíes y palestinos, en el Líbano, Siria e Irak. Pidió también paz para Libia y Yemen, Myanmar y Afganistán. Paz para todo el continente africano, especialmente en la zona del Sahel, en Etiopía y en la República Democrática del Congo. Y que no falten la oración y la solidaridad para los habitantes de la parte oriental de Sudáfrica afectados por graves inundaciones.

Dirigiendo su mirada al continente americano, el Pontífice pidió que “Cristo resucitado acompañe y asista a los pueblos de América Latina que, en estos difíciles tiempos de pandemia, han visto empeorar, en algunos casos, sus condiciones sociales, agravadas también por casos de criminalidad, violencia, corrupción y narcotráfico”.  También recordó a Canadá, pidiendo al Señor Resucitado que “acompañe el camino de reconciliación que está siguiendo la Iglesia Católica canadiense con los pueblos indígenas”.

Finalmente, recordó que “toda guerra trae consigo consecuencias que afectan a la humanidad entera: desde los lutos y el drama de los refugiados, a la crisis económica y alimentaria de la que ya se están viendo señales”. Sin embargo, subrayó el Papa, ante los signos persistentes de la guerra, Cristo, “vencedor del pecado, del miedo y de la muerte”, nos exhorta a no rendirnos frente al mal y a la violencia” y exhortó:

“¡Dejémonos vencer por la paz de Cristo! ¡La paz es posible, la paz es necesaria, la paz es la principal responsabilidad de todos!”

sábado, 16 de abril de 2022

Vigilia Pascual. El Papa: Cristo está vivo y pasa, transforma y libera

 

La Noche Santa de este sábado, 16 de abril, el Santo Padre presidió en la Basílica de San Pedro, la celebración de la Vigilia Pascual en la cual después de bendecir el fuego nuevo, proclamar la Palabra, bautizar a un grupo de catecúmenos, recordó a toda la Iglesia que, “un cristianismo que busca al Señor entre los vestigios del pasado y lo encierra en el sepulcro de la costumbre es un cristianismo sin Pascua”.

Renato Martinez - Ciudad del Vaticano

“¡Celebremos la Pascua con Cristo! Él está vivo y también hoy pasa, transforma y libera”. Con Él, el mal no tiene más poder, el fracaso no puede impedir que empecemos de nuevo, la muerte se convierte en un paso para el inicio de una nueva vida”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía en la Vigilia Pascual en la Noche Santa, en la Basílica de San Pedro, este sábado 16 de abril de 2022.

Con estas tres acciones entremos en la Pascua del Señor

El Santo Padre inició su homilía recordando que, muchos escritores han evocado “la belleza de las noches, iluminadas por las estrellas”, en cambio, hoy, dijo el Papa, “las noches de guerras están surcadas por luminosas estelas de muerte”. Por ello, en esta noche, el Pontífice invitó a dejarnos “tomar de la mano por las mujeres del Evangelio, para descubrir con ellas la manifestación de la luz de Dios que brilla en las tinieblas del mundo”. Esas mujeres, señaló el Santo Padre, mientras la noche se disipaba y las primeras luces del alba despuntaban sin clamores, se dirigieron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús y allí vivieron una experiencia desconcertante que se puede resumir en tres acciones: ven, escuchan, anuncian.

“Allí vivieron una experiencia desconcertante: primero descubrieron que la tumba estaba vacía; después vieron dos figuras con vestiduras resplandecientes, que les dijeron que Jesús había resucitado; y rápidamente corrieron a anunciar la noticia a los demás discípulos (cf. Lc 24,1-10)”

viernes, 15 de abril de 2022

Francisco, Vía Crucis: "Donde haya odio, florezca la concordia"

 

En un ambiente de profundo recogimiento, el Santo Padre presidió el pío ejercicio del Vía Crucis en el Coliseo de Roma. En una Semana Santa especial, de “vuelta a la normalidad”, el evento regresó a su lugar tradicional, luego de la emergencia sanitaria del Coronavirus. Un “abrazo de paz” en tiempos de guerra.

Sebastián Sansón Ferrari – Vatican News

Una noche que quedará sellada en la memoria y el corazón de todos. Casi dos años después de aquel 19 de abril de 2019, este Viernes Santo, 15 de abril de 2022, el Vía Crucis volvió a celebrarse en el Coliseo de Roma. En 2020 y 2021, años signados por la pandemia del COVID-19, la célebre cita del segundo día del Triduo Pascual debió trasladarse a la Plaza de San Pedro y realizarse sin presencia de fieles a causa de las medidas restrictivas.

Cerca de 10.000 fieles y peregrinos -según la Questura de Roma- se congregaron en el Coliseo para acompañar al Papa Francisco en el conmovedor momento de oración y otros tantos se conectaron a la transmisión en directo a través de los medios y las redes sociales.

En el Año de la Familia “Amoris Laetitia” las meditaciones fueron confiadas por el Santo Padre a familias que han vivido experiencias distintas, estas narran escenas de la vida cotidiana, con sus dificultades, alegrías, esperanzas. Teniendo en cuenta la dolorosa situación en Ucrania, las reflexiones también cuentan las dificultades de los inmigrantes en los países de acogida.

Los textos fueron escritos por un joven matrimonio (estación I), una familia en misión (estación II), una pareja de ancianos sin hijos (estación III), una familia numerosa (estación IV), una familia con un hijo discapacitado (estación V), una familia que dirige un hogar- familia (estación VI), una familia con un padre enfermo (VII), una pareja de abuelos (VIII), una familia adoptiva (IX), una viuda con hijos (X), una familia con un hijo consagrado (XI), una familia que ha perdido una hija (XII), una familia ucraniana y otra rusa (XIII) y una familia de emigrantes (XIV).

“El dolor nos ha cambiado”

En la VI estación, preparada por una familia que coordina un centro de acogida, se da cuenta que su casa “es grande, no solo en términos de espacio, sino sobre todo por la riqueza humana que allí habita”.

Nunca, desde el comienzo del matrimonio -relatan- fuimos solo dos. Confiesan que su vocación de acoger el dolor “fue y sigue siendo aún ahora -con 42 años de matrimonio, tres hijos naturales, nueve nietos y cinco hijos adoptivos no autosuficientes y con graves dificultades psíquicas- todo lo contrario a triste”.

No merecemos -dicen- que la vida nos bendiga tanto. “Para el que cree que no es humano dejar solo al que sufre, el Espíritu Santo mueve en el interior la voluntad de actuar y de no permanecer indiferentes, ajenos”, indican.

El dolor los ha hecho volver a lo esencial, “ordena las prioridades de la vida y devuelve la sencillez de la dignidad humana en cuanto tal”. Para esta pareja, “en la ‘vía dolorosa’ de tantos flagelos y crucificados, junto a ellos, bajo el peso de sus cruces, descubrimos que el verdadero rey es aquel que se entrega y se da como alimento, en alma y cuerpo”.

Oración en silencio por la paz en el mundo

En la meditación de las XIII Estación del Vía Crucis se realizó una pausa de silencio orante por la paz en el mundo: "Ante la muerte, el silencio es más elocuente que las palabras. Hagamos, pues, una pausa en el silencio orante y recemos cada en nuestro corazón por la paz en el mundo".

“Tómanos de la mano como un Padre”

Al final, el Papa Francisco pronunció una potente oración, que compartimos a continuación:

Padre misericordioso,
que haces salir el sol sobre buenos y malos,
no abandones la obra de tus manos,
por la que no dudaste
en entregar a tu único Hijo,
que nació de la Virgen,
fue crucificado bajo Poncio Pilato,
murió y fue sepultado en las entrañas de la tierra,
resucitó de entre los muertos al tercer día,
se apareció a María Magdalena,
a Pedro, a los demás apóstoles y discípulos,
y siempre está vivo en la santa Iglesia,
que es su Cuerpo viviente en el mundo.

Mantén encendida en nuestras familias
la lámpara del Evangelio,
que ilumina alegrías y dolores,
cansancios y esperanzas;
que cada casa refleje el rostro de la Iglesia,
cuya ley suprema es el amor.
Por la efusión de tu Espíritu,
ayúdanos a despojarnos del hombre viejo,
corrompido por pasiones engañosas,
 y revístenos del hombre nuevo,
creado según la justicia y la santidad.

Tómanos de la mano, como un Padre,
para que no nos alejemos de Ti;
convierte nuestros corazones rebeldes a tu corazón,
para que aprendamos a seguir proyectos de paz;
haz que los adversarios se den la mano,
para que gusten del perdón recíproco;
desarma la mano alzada del hermano contra el hermano,
para que donde haya odio florezca la concordia.

Haz que no nos comportemos como enemigos de la cruz de Cristo,
para que participemos en la gloria de su resurrección.
Él, que vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Amén.

jueves, 14 de abril de 2022

El Papa en la Misa Crismal

 

https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2022-04/papa-francisco-misa-crismal-jueves-santo-sacerdotes.html

El Papa presidió en la mañana del Jueves Santo la Misa Crismal en la Basílica de San Pedro. En su homilía, Francisco señaló tres espacios de idolatría escondida en los que el Maligno utiliza sus ídolos para depotenciar la vocación de pastores: la mundanidad, el pragmatismo y el funcionalismo.

Cecilia Mutual - Ciudad del Vaticano

 “Ser sacerdotes es, queridos hermanos, una gracia, una gracia muy grande que no es en primer lugar una gracia para nosotros, sino para la gente”, lo afirmó el Papa Francisco en su homilía al presidir esta mañana, en la Basílica de San Pedro, la concelebración de la Misa Crismal con los patriarcas, cardenales, arzobispos, obispos y presbíteros presentes en Roma. Una celebración en la que el Pontífice bendice el óleo de los catecúmenos y de los enfermos, consagra el Crisma y los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales.

Iniciando su homilía, el Papa se refiere a la lectura del profeta Isaías leída durante la celebración y recuerda que es el Señor mismo quien paga el salario del sacerdote, su recompensa, es decir, “su Amor y el perdón incondicional de nuestros pecados a precio de su sangre derramada en la Cruz”.

No hay salario mayor que la amistad con Jesús. No hay paz más grande que su perdón. No hay precio más costoso que el de su Sangre preciosa, que no debemos permitir que se desprecie con una conducta que no sea digna.

Es decir, subraya a continuación el Obispo de Roma, “estas son invitaciones del Señor a que le seamos fieles, a ser fieles a su Alianza, a dejarnos amar, a dejarnos perdonar; no sólo son invitaciones para nosotros mismos, sino también para poder así servir, con una conciencia limpia, al santo pueblo fiel de Dios”.

“Fijar los ojos en Jesús es una gracia que, como sacerdotes, debemos cultivar”

“Al terminar el día – es el consejo del Papa – hace bien mirar al Señor y que Él nos mire el corazón, junto con el corazón de la gente con la que nos encontramos. No se trata de contabilizar los pecados, sino de una contemplación amorosa en la que miramos nuestra jornada con la mirada de Jesús y vemos así las gracias del día, los dones y todo lo que ha hecho por nosotros, para agradecer. Y le mostramos también nuestras tentaciones, para discernirlas y rechazarlas”.

"Se trata de entender qué le agrada al Señor y qué desea de nosotros aquí y ahora, en nuestra historia actual, añade Francisco, y dejar que el Señor mire nuestros ídolos escondidos nos hace fuertes frente a ellos y les quita su poder”.