jueves, 29 de diciembre de 2016

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco en la última audiencia general de 2016

 Miércoles 28 de diciembre
 Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
San Pablo, en la carta a los Romanos, nos recuerda la gran figura de Abrahán, para indicarnos la vía de la fe y de la esperanza. De él el apóstol escribe: “Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones” (Rom 4,18); “esperando contra toda esperanza”: es duro esto, ¿eh? Esto es fuerte: no hay esperanza, pero yo espero. Y así nuestro padre Abrahán.
San Pablo se está refiriendo a la fe con la cual Abrahán creyó en la palabra de Dios que le prometía un hijo. Pero de verdad era confiarse esperando “contra toda esperanza”, era tan imposible aquello que el Señor le estaba anunciando, porque él era anciano – tenia casi cien años – y su mujer era estéril. No lo ha logrado. Pero lo ha dicho Dios, y él creyó. No había esperanza humana porque él era anciano y su mujer estéril: y él cree.
Confiando en esta promesa, Abrahán se pone en camino, acepta dejar su tierra y hacerse extranjero, esperando en este “imposible” hijo que Dios habría debido donarle no obstante el vientre de Sara fuese como si estuviera muerto. Abrahán cree, su fe se abre a una esperanza aparentemente irracional; esta es la capacidad de ir más allá de los razonamientos humanos, de la sabiduría y de la prudencia del mundo, más allá de lo que es normalmente considerado sentido común, para creer en lo imposible. La esperanza abre nuevos horizontes, hace capaz de soñar lo que no es ni siquiera imaginable. La esperanza hace entrar en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. Es bella la virtud de la esperanza; nos da tanta fuerza para ir en la vida.
Pero es un camino difícil. Y llega el momento, también para Abrahán, de la crisis de desaliento. Ha confiado, ha dejado su casa, su tierra y sus amigos. Todo. Y ha salido, ha llegado al país que Dios le había indicado, el tiempo ha pasado. En aquel tiempo hacer un viaje así no era como ahora, con los aviones – en 12 o 15 horas se hace –; se necesitaban meses, años. El tiempo ha pasado, pero el hijo no llega, el vientre de Sara permanece cerrado en su esterilidad.
Y Abrahán, no digo que pierde la paciencia, sino se queja ante el Señor. Y esto aprendemos de nuestro padre Abrahán: quejarnos ante el Señor es un modo de orar. A veces yo escucho, cuando confieso: “Me he quejado con el Señor…” y yo respondo: “No te quejes Él es Padre”.
Y este es un modo de orar: quejarme ante el Señor, esto es bueno. Se queja ante el Señor y Abrahán dice así: «Señor, respondió Abram, […] yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco (Eliezer era quien gobernaba todas las cosas). Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero”. Entonces el Señor le dirigió esta palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abram creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación» (Gen 15,2-6).
La escena se desarrolla de noche, afuera esta oscuro, pero también en el corazón de Abrahán esta la oscuridad de la desilusión, del desánimo, de la dificultad de continuar esperando en algo imposible. Ahora el patriarca es demasiado avanzado en los años, parece que no hay más tiempo para un hijo, y será un siervo el que entrará a heredar todo.
Abrahán se está dirigiendo al Señor, pero Dios, aunque este ahí presente y habla con él, es como si se hubiera alejado, como si no hubiese cumplido su palabra. Abrahán se siente solo, esta viejo y cansado, la muerte se acerca. ¿Cómo continuar confiando?
Y además, ya este reclamo suyo es una forma de fe, es una oración. A pesar de todo, Abrahán continúa creyendo en Dios y esperando en algo que todavía podría suceder. Al contrario, ¿para qué interpelar al Señor, quejándose ante Él, reclamando sus promesas?
La fe no es solo silencio que acepta todo sin reclamar, la esperanza no es la certeza que te da seguridad ante las dudas y las perplejidades. Pero muchas veces, la esperanza es oscura; pero está ahí, la esperanza… que te lleva adelante. Fe es también luchar con Dios, mostrarle nuestra amargura, sin “pías” apariencias.
“Me he molestado con Dios y le he dicho esto, esto, esto” Pero Él es Padre, Él te ha entendido: ve en paz. ¡Tengamos esta valentía! Y esto es la esperanza. Y la esperanza es también no tener miedo de ver la realidad por aquello que es y aceptar las contradicciones.
Abrahán pues, en la fe, se dirige a Dios para que lo ayude a continuar esperando. Es curioso, no pide un hijo. Pide: “Ayúdame a continuar esperando”, la oración de tener esperanza. Y el Señor responde insistiendo con su improbable promesa: no será un siervo el heredero, sino un hijo, nacido de Abrahán, generado por él. Nada ha cambiado, por parte de Dios. Él continúa afirmando aquello que había dicho, y no ofrece puntos de apoyo a Abrahán, para sentirse seguro. Su única seguridad es confiar en la palabra del Señor y continuar esperando.
Y aquel signo que Dios dona a Abrahán es una invocación a continuar creyendo y esperando: «Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas […] Así será tu descendencia» (Gen 15,5). Es todavía una promesa, es todavía algo de esperar para el futuro. Dios saca afuera de la carpa a Abrahán, en realidad de sus visiones restringidas, y le muestra las estrellas. Para creer, es necesario saber ver con los ojos de la fe; no solo estrellas, que todos podemos ver, sino para Abrahán deben convertirse en el signo de la fidelidad de Dios.
Es esta la fe, este el camino de la esperanza que cada uno de nosotros debe recorrer. Si también a nosotros nos queda como única posibilidad mirar las estrellas, entonces es tiempo de confiar en Dios. No hay una cosa más bella. La esperanza no defrauda. Gracias.
Traducción del italiano, Renato Martinez 
Artículo publicado originalmente por Radio Vaticano

martes, 27 de diciembre de 2016

El Papa a los jóvenes europeos: Crezcan en la confianza en Jesús


39º Encuentro ecuménico de los jóvenes, organizado por la Comunidad de Taizé - RV
27/12/2016 13:24

(RV).- Del 28 de diciembre y hasta el 1º de enero del nuevo año 2017 tendrá lugar en Riga, Letonia, el 39º Encuentro ecuménico de los jóvenes, organizado por la Comunidad de Taizé. Decenas de miles de jóvenes se reunirán para celebrar una etapa más de la llamada “peregrinación de confianza a través de la tierra”, que comenzó el hermano Roger a finales de los años 70.
Es la primera vez que un Estado Báltico acoge este Encuentro Europeo. En efecto, la ciudad de Riga tiene una larga tradición luterana, mientras Letonia es también un país en el que existen relaciones profundas entre los cristianos de las diversas iglesias. Y, de hecho, los líderes de la Iglesia Católica, junto a la Ortodoxa, Luterana y las Iglesias Bautistas han firmado conjuntamente la carta de invitación a este nuevo Encuentro, en una ciudad en la que viven muchos creyentes ortodoxos.
“Manifestar con las palabras y con las acciones que el mal no tiene la última palabra de nuestra historia”. Es la invitación que el Papa Francisco dirige en un mensaje a los jóvenes de toda Europa que participarán en Riga, en este Encuentro organizado por la Comunidad ecuménica de Taizé. De este modo, miles de chicos y chicas transcurrirán el fin de año en la capital de Letonia rezando y meditando juntos “para abrir caminos de esperanza”.
“En nuestros días – escribe el Papa Bergoglio – muchas personas se sienten asoladas, desanimadas por la violencia, las injusticias, los sufrimientos y las divisiones. Tienen la impresión de que el mal es más fuerte que todo”. Sin embargo, el Santo Padre les repite a los jóvenes lo que él mismo escribió al término del Jubileo Extraordinario, en su Carta Apostólica “Misericordia et Misera”, del 20 de noviembre pasado: “Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de su ternura”.
El Obispo de Roma manifiesta asimismo su especial cercanía a estos jóvenes que han elegido “dejar los divanes para vivir esta peregrinación de la confianza”. Y escribe textualmente: “Jóvenes cristianos, ortodoxos, protestantes y católicos, con estas jornadas vividas bajo el signo de una fraternidad real, ustedes expresan el deseo de ser protagonistas de la historia, de no dejar que sean los demás quienes decidan su futuro”.
De aquí el deseo del Papa Francisco que les expresa con estas palabras: “Que estas jornadas los ayuden a no tener miedo de sus límites, sino a crecer en la confianza en Jesús, Cristo y Señor, que cree y espera en ustedes. Que en la sencillez que el hermano Roger ha sabido testimoniar, ustedes puedan construir puentes de fraternidad y hacer visible el amor con el que Dios nos ama”.

(María Fernanda Bernasconi - RV).

domingo, 25 de diciembre de 2016

En el Niño que se nos ha dado se nos hace concreto el amor de Dios por nosotros, expresó el Papa en la misa de Noche Buena



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TEXTO COMPLETO DE LA HOMILIA DE PAPA FRANCISCO EN LA MISA DE NOCHE BUENA

«Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11). Las palabras del apóstol Pablo manifiestan el misterio de esta noche santa: ha aparecido la gracia de Dios, su regalo gratuito; en el Niño que se nos ha dado se hace concreto el amor de Dios para con nosotros.
Es una noche de gloria, esa gloria proclamada por los ángeles en Belén y también por nosotros hoy en todo el mundo. Es una noche de alegría, porque desde hoy y para siempre Dios, el Eterno, el Infinito, es Dios con nosotros: no está lejos, no debemos buscarlo en las órbitas celestes o en una idea mística; es cercano, se ha hecho hombre y no se cansará jamás de nuestra humanidad, que ha hecho suya. Es una noche de luz: esa luz que, según la profecía de Isaías (cf. 9,1), iluminará a quien camina en tierras de tiniebla, ha aparecido y ha envuelto a los pastores de Belén (cf. Lc 2,9).
Los pastores descubren sencillamente que «un niño nos ha nacido» (Is 9,5) y comprenden que toda esta gloria, toda esta alegría, toda esta luz se concentra en un único punto, en ese signo que el ángel les ha indicado: «Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Este es el signo de siempre para encontrar a Jesús. No sólo entonces, sino también hoy. Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios.
Con este signo, el Evangelio nos revela una paradoja: habla del emperador, del gobernador, de los grandes de aquel tiempo, pero Dios no se hace presente allí; no aparece en la sala noble de un palacio real, sino en la pobreza de un establo; no en los fastos de la apariencia, sino en la sencillez de la vida; no en el poder, sino en una pequeñez que sorprende. Y para encontrarlo hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño. El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios la paz, la alegría, el sentido de la vida.
Dejémonos interpelar por el Niño en el pesebre, pero dejémonos interpelar también por los niños que, hoy, no están recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de una madre ni de un padre, sino que yacen en los escuálidos «pesebres donde se devora su dignidad»: en el refugio subterráneo para escapar de los bombardeos, sobre las aceras de una gran ciudad, en el fondo de una barcaza repleta de emigrantes. Dejémonos interpelar por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas.
El misterio de la Navidad, que es luz y alegría, interpela y golpea, porque es al mismo tiempo un misterio de esperanza y de tristeza. Lleva consigo un sabor de tristeza, porque el amor no ha sido acogido, la vida es descartada. Así sucedió a José y a María, que encontraron las puertas cerradas y pusieron a Jesús en un pesebre, «porque no tenían [para ellos] sitio en la posada» (v. 7): Jesús nace rechazado por algunos y en la indiferencia de la mayoría. También hoy puede darse la misma indiferencia, cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado.
Pero la Navidad tiene sobre todo un sabor de esperanza porque, a pesar de nuestras tinieblas, la luz de Dios resplandece. Su luz suave no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno más. Nace en Belén, que significa «casa del pan». Parece que nos quiere decir que nace como pan para nosotros; viene a la vida para darnos su vida; viene a nuestro mundo para traernos su amor. No viene a devorar y a mandar, sino a nutrir y servir. De este modo hay una línea directa que une el pesebre y la cruz, donde Jesús será pan partido: es la línea directa del amor que se da y nos salva, que da luz a nuestra vida, paz a nuestros corazones.
Lo entendieron, en esa noche, los pastores, que estaban entre los marginados de entonces. Pero ninguno está marginado a los ojos de Dios y fueron justamente ellos los invitados a la Navidad. Quien estaba seguro de sí mismo, autosuficiente se quedó en casa entre sus cosas; los pastores en cambio «fueron corriendo de prisa» (cf. Lc 2,16). También nosotros dejémonos interpelar y convocar en esta noche por Jesús, vayamos a él con confianza, desde aquello en lo que nos sentimos marginados, desde nuestros límites. Dejémonos tocar por la ternura que salva. Acerquémonos a Dios que se hace cercano, detengámonos a mirar el belén, imaginemos el nacimiento de Jesús: la luz y la paz, la pobreza absoluta y el rechazo. Entremos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por Dios. Con María y José quedémonos ante el pesebre, ante Jesús que nace como pan para mi vida. Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle gracias: gracias, porque has hecho todo esto por mí. (jesuita Guillermo Ortiz - RADIO VATICANA)

viernes, 23 de diciembre de 2016

El Papa asiste a la cuarta y última predicación de Adviento

. - ANSA
23/12/2016 14:33
 
(RV).- También el penúltimo viernes de diciembre a las 9.00 el Santo Padre asistió a la cuarta y última Predicación de Adviento del Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano. El tema conclusivo de la predicación fue: “Encarnado por obra del Espíritu Santo en María Virgen”.
Ante todo el Predicador recordó que en el momento del nacimiento de Jesús, el mundo no estaba menos agitado que hoy, si bien todo sucedía en un círculo más estrecho. Y, de entre los grandes personajes de aquella época, entre los cuales César Augusto y Herodes, sólo dos personas, María y José, tenían conocimiento del evento extraordinario no sólo del momento si no de todos los tiempos.
“La situación se renueva espiritualmente en cada Navidad. Las noticias de hechos de terrorismo, de guerras, de muchedumbres constreñidas, como entonces, a dejar sus propias casas y para las cuales, como para María y José, “no hay lugar en el hotel”, se superponen y nos alcanzan en tiempo real. Sólo quien por una hora, o por un instante, será capaz de acallar todo, fuera y dentro de sí y, con la gracia del Espíritu Santo, toma conciencia de lo que recordamos en este día, sólo podrá decir que ‘ha hecho’ Navidad. Sucede como cuando, saliendo del caos ensordecedor de la ciudad, uno cruza el umbral de la propia casa o del propio convento y tiene la impresión de entrar en otro mundo”.
Con el deseo de que la media hora empleada para esta última predicación sirva también a los presentes para acrecentar su deseo de vivir este instante del que hablaba anteriormente, el Padre Raniero Cantalamessa articuló su reflexión a lo largo de cuatro puntos, titulados: “Navidad, misterio ‘para nosotros’”; “Por obra del Espíritu Santo”; “Theotokos, ¡Madre de Dios! y “El tercer nacimiento de Jesús”.
Refiriéndose al primer punto, el Predicador de la Casa Pontificia afirmó: “Siguiendo la línea del tema elegido para estas meditaciones de Adviento, nos disponemos a obtener esta gracia meditando sobre la presencia y la obra del Espíritu Santo en la encarnación. En el Credo decimos: ‘Por nosotros hombres y por nuestra salvación descendió del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre”.
El Padre Cantalamessa recordó que la Navidad no es la celebración de un aniversario, puesto que, como sabemos, la elección de la fecha del 25 de diciembre no se debe a razones históricas, sino simbólicas y de contenido y añadió que se trata de una celebración “a modo de misterio”, que exige, que se comprenda en su significado para nosotros.
Sucesivamente meditó acerca del papel de cada uno de los dos protagonistas, en el punto titulado “Por obra del Espíritu Santo”. Y dijo que María vivió la encarnación como un evento carismático en el más alto grado que la convirtió en modelo del alma ferviente en el Espíritu”.
Mientras recorriendo rápidamente el camino histórico a través  del cual la Iglesia ha llegado a contemplar, en su plena luz, esta verdad inaudita que enuncia que María ¡es Madre de Dios!, en este tercer punto de su reflexión el Predicador de la Casa Pontificia explicó que desde entonces el uso propio de este título conduce a la Iglesia al descubrimiento de la maternidad divina más profunda, que podríamos llamar metafísica, en cuanto atinente a la persona del Verbo.
Por último, en el punto titulado “El tercer nacimiento de Jesús”, el Padre Cantalamessa invitó a tratar de ver lo que este misterio, por obra del Espíritu Santo en María, significa para nosotros. Y citando a San Ambrosio recordó que Cristo nace, en el sentido más profundo, en el propio corazón y en la propia alma.
“Por tanto, el Espíritu Santo nos invita a ‘regresar al corazón’, para celebrar  en él una Navidad más íntima y más verdadera, que también haga ‘verdadera’ la Navidad que celebramos exteriormente, en los ritos y en las tradiciones”.
El Predicador de la Casa Pontificia concluyó volviendo al pensamiento inicial de esta meditación. Y antes de desear feliz Navidad al Santo Padre y a los venerables Padres, hermanos y hermanas presentes en la capilla Redemptoris Mater invitó a rezar todos juntos una oración encontrada en un papiro griego con toda probabilidad del III siglo de nuestra era cristiana, en la que la Virgen María es invocada precisamente con el título de TheotokosDei genitrix, Madre de  Dios.
(María Fernanda Bernasconi - RV).

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Catequesis del Papa: “Jesús, semilla de esperanza, tú puedes salvarme”



Ciclo de catequesis del Papa Francisco sobre la virtud de los pequeños, de los pobres y de los humildes, es decir, sobre “la esperanza cristiana”. - ANSA
21/12/2016 11:03
(RV).- .
Texto completo y audio de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos iniciado hace poco un camino de catequesis sobre el tema de la esperanza, muy apropiado para el tiempo del Adviento. A guiarnos hasta ahora ha sido el profeta Isaías. Hoy, a pocos días de la Navidad, quisiera reflexionar de modo más específico sobre el momento en el cual, por así decir, la esperanza ha entrado en el mundo, con la encarnación del Hijo de Dios. El mismo profeta Isaías había preanunciado el nacimiento del Mesías en algunos pasajes: «Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel» (7,14); y también – en otro pasaje – «Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces» (11,1). En estos pasajes se entre ve el sentido de la Navidad: Dios cumple la promesa haciéndose hombre; no abandona a su pueblo, se acerca hasta despojarse de su divinidad. De este modo Dios demuestra su fidelidad e inaugura un Reino nuevo, que dona una nueva esperanza a la humanidad. Y ¿cuál es esta esperanza? La vida eterna.





Cuando se habla de la esperanza, muchas veces se refiere a lo que no está en el poder del hombre y que no es visible. De hecho, lo que esperamos va más allá de nuestras fuerzas y nuestra mirada. Pero el Nacimiento de Cristo, inaugurando la redención, nos habla de una esperanza distinta, una esperanza segura, visible y comprensible, porque está fundada en Dios. Él entra en el mundo y nos dona la fuerza para caminar con Él – Dios camina con nosotros en Jesús –, caminar con Él hacia la plenitud de la vida; nos da la fuerza para estar de una manera nueva en el presente, a pesar de ser difícil. Entonces, esperar para el cristiano significa la certeza de estar en camino con Cristo hacia el Padre que nos espera.



 La esperanza jamás está detenida, la esperanza siempre está en camino y nos hace caminar. Esta esperanza, que el Niño de Belén nos dona, ofrece una meta, un destino bueno en el presente, la salvación para la humanidad, la bienaventuranza para quien se encomienda a Dios misericordioso. San Pablo resume todo esto con la expresión: «Solamente en la esperanza hemos sido salvados» (Rom 8,24). Es decir, caminando de este modo, con esperanza, somos salvados. Y aquí podemos hacernos una pregunta, cada uno de nosotros: ¿yo camino con esperanza o mi vida interior está detenida, cerrada? ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza que me hace caminar? No solo, con Jesús. Una buena pregunta por hacernos.



En las casas de los cristianos, durante el tiempo de Adviento, se prepara el pesebre, según la tradición que se remonta a San Francisco de Asís. En su simplicidad, el pesebre transmite esperanza; cada uno de los personajes está inmerso en esta atmósfera de esperanza.
Antes que nada notamos el lugar en el cual nace Jesús: Belén. Un pequeño pueblo de Judea donde mil años antes había nacido David, el pastor elegido por Dios como rey de Israel. Belén no es una capital, y por esto es preferida por la providencia divina, que ama actuar a través de los pequeños y los humildes. En aquel lugar nace el “hijo de David” tan esperado, Jesús, en el cual la esperanza de Dios y la esperanza del hombre se encuentran.




Luego, miramos a María, Madre de la esperanza. Con su “si” ha abierto a Dios la puerta de nuestro mundo: su corazón de joven estaba lleno de esperanza, completamente animada por la fe; y así Dios la ha elegido y ella ha creído en su palabra. Ella que por nueve meses ha sido el arca de la nueva y eterna Alianza, en la gruta contempla al Niño y ve en Él el amor de Dios, que viene a salvar a su pueblo y a la entera humanidad. Junto a María estaba José, descendiente de Jesé y de David; también él ha creído en las palabras del ángel, y mirando a Jesús en el pesebre, piensa que aquel Niño viene del Espíritu Santo, y que Dios mismo le ha ordenado de llamarlo así, “Jesús”. En este nombre está la esperanza para todo hombre, porque mediante este hijo de mujer, Dios salvará a la humanidad de la muerte y del pecado. Por esto es importante mirar el pesebre: detenerse un poco y mirar y ver cuanta esperanza hay en esta gente.





Y también en el pesebre están los pastores, que representan a los humildes y a los pobres que esperaban al Mesías, el «consuelo de Israel» (Lc 2,25) y la «redención de Jerusalén» (Lc 2,38). En aquel Niño ven la realización de las promesas y esperan que la salvación de Dios llegue finalmente para cada uno de ellos. Quien confía en sus propias seguridades, sobre todo materiales, no espera la salvación de Dios. Pero fijemos esto en la cabeza: nuestras propias seguridades no nos salvaran. Las propias seguridades no nos salvaran, solamente la seguridad que nos salva es aquella de la esperanza en Dios, aquella que nos salva, aquella fuerte. Y aquella que nos hace caminar en la vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con las ganas de ser felices para toda la eternidad.





 Los pequeños, los pastores, en cambio confían en Dios, esperan en Él y se alegran cuando reconocen en este Niño el signo indicado por los ángeles (Cfr. Lc 2,12).
Y justamente ahí está el coro de los ángeles que anuncia desde lo alto el gran designio que aquel Niño realiza: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él» (Lc 2,14). La esperanza cristiana se expresa en la alabanza y en el agradecimiento a Dios, que ha inaugurado su Reino de amor, de justicia y de paz.



Queridos hermanos y hermanas, en estos días, contemplando el pesebre, nos preparamos para el Nacimiento del Señor. Será verdaderamente una fiesta si acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios siembra en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria. Cada “si” a Jesús que viene es un germen de esperanza. Tengamos confianza en este germen de esperanza, en este sí: “Si Jesús, tú puedes salvarme, tú puedes salvarme”. ¡Feliz Navidad de esperanza para todos!
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

viernes, 16 de diciembre de 2016

El Papa Francisco asiste a la tercera predicación de Adviento



Texto de la meditación del Predicador de la Casa Pontificia traducido por la agencia Zenit:
1. Dos tipos de ebriedad
El lunes después de Pentecostés de 1975, en ocasión de la clausura del Primer Congreso mundial de la Renovación Carismática Católica, el beato Pablo VI dirigió a los diez mil participantes reunidos en la basílica de San Pedro un discurso en el que la definió como “una oportunidad para la Iglesia”.
Una vez concluida la lectura del discurso oficial el Papa añadió, improvisando, las siguientes palabras:
“En el himno que leemos esta mañana en el breviario y que se remonta a san Ambrosio, en el IV siglo, se encuentra esta frase difícil de traducir aunque sea muy simple: Laeti, que significa con alegría; bibamus, que significa bebamos; sobriam, que significa bien definida y moderada; profusionem Spiritus, o sea la abundancia del Espíritu. ‘Laeti bibamus sobriam profusionem Spiritus’. Podría ser el lema de vuestro movimiento: un programa y un reconocimiento del movimiento mismo”.
La cosa importante que debemos notar enseguida es que aquellas palabras del himno no fueron escritas en el origen para la Renovación carismática. Ellas siempre fueron parte de la liturgia de las horas de la Iglesia universal; son por lo tanto una exhortación dirigida a todos los cristianos y como tal quiero nuevamente proponerla, en esta meditación que quiere ser también un pequeño homenaje al Santo Padre por su 80º aniversario.
En verdad en el texto original de san Ambrosio, en el lugar de “profusionem Spiritus”, la abundancia del Espíritu, está “ebrietatem Spiritus”, o sea la ebriedad del Espíritu
[1]. La tradición sucesiva había considerado a esta última expresión demasiado audaz y la había sustituido con una más blanda y aceptable. Entretanto de esta manera se había perdido el sentido de una metáfora antigua como el mismo cristianismo. Justamente por lo tanto, en la traducción italiana del breviario se ha recuperado el sentido original de la frase ambrosiana. Una estrofa del himno de Laudes, de la cuarta semana del salterio, en idioma italiano de hecho dice:
Sea Cristo nuestro alimento,
sea Cristo el agua viva:
en Él gustamos sobrios
la ebriedad del Espíritu.
Lo que empujó a los Padres a retomar el tema de la “sobria ebriedad”, ya desarrollado por Filón Alejandrino[2], fue el texto en el cual el Apóstol exhorta a los cristianos de Éfeso diciendo:
“No se emborrachen de vino, el cual produce desenfreno, sino sean colmados por el Espíritu, entreteniéndose juntos con salmos, himnos, cantos espirituales, cantando y alabando al Señor con todo vuestro corazón” (Ef 5,18-19).
A partir de Orígenes son incontables los textos de los Padres que ilustran este tema, jugando a veces sobre la analogía, otras sobre el contraste contradicción entre la ebriedad material y la ebriedad espiritual. La analogía consiste en el hecho que ambas ebriedades infunden alegría, hacen olvidar los esfuerzos y hacen salir de uno mismo.
La contraposición consiste en el hecho de que mientras la ebriedad material (alcohol, droga, sexo, éxito) vuelve vacilantes e inseguros, la espiritual nos vuelve estables en el bien; la primera hace salir de sí mismos para vivir por debajo del propio nivel racional, la segunda hace salir de sí mismos para vivir por encima de la propia razón. Para ambas se usa la palabra “éxtasis” (¡nombre dado recientemente a una droga tremenda!), pero uno es un éxtasis hacia el bajo y lo otro un éxtasis hacia lo alto.
Aquellos que en Pentecostés confundieron a los apóstoles por ebrios tenían razón, escribe san Cirilo de Jerusalén; se equivocaban solamente en atribuir la ebriedad al vino ordinario, cuando en cambio se trataba del “vino nuevo”, elaborado de la “viña verdadera” que es Cristo; los apóstoles estaban sí ebrios, pero de aquella sobria ebriedad que da la muerte al pecado y da vida al corazón
[3].
Tomando inspiración en el episodio del agua que fluye de la roca en el desierto (Es 17, 1-7), y del comentario que hace san Pablo en la Carta a los Corintios (“Todos bebieron de la misma bebida espiritual... Todos hemos bebido de un solo Espíritu). (1 Cor 10,4; 12,13), el mismo san Ambrosio escribía:
“El Señor Jesús hace surgir agua de la roca y todos bebieron de ella. Los que la bebieron en la figura quedaron saciados; aquellos que la bebieron en la verdad quedaron incluso ebrios. Buena es la ebriedad que infunde alegría. Buena es la ebriedad que afirma los pasos de la mente sobria... Bebe a Cristo que es la vid; bebe a Cristo que es la roca de la cual brota el agua; bebe a Cristo para beber su sus palabras... La Escritura divina se bebe, la Escritura divina se devora cuando la medula de la palabra eterna baja en las venas de la mente y en las energías del alma”. [4]
2. De la ebriedad a la sobriedad
¿Qué nos dice hoy a nosotros este sugestivo oxímoron de la sobria ebriedad del Espíritu? ¿Cómo hacer para retomar este ideal se la sobria ebriedad y encarnarlo en la actual situación histórica y eclesiástica? ¿Dónde está escrito de hecho que un modo así “fuerte” de sentir al Espíritu era una exclusividad de los Padres y de los primeros días de la Iglesia, pero que no lo es más para nosotros? El don de Cristo no se limita a una época particular, pero se ofrece en cada época. Hay bastante para todos en el tesoro de su redención. Es justamente el rol del Espíritu el que vuelve universal la redención de Cristo, disponible para cada persona, en cada punto del tiempo y del espacio.
En el pasado el orden que se inculcaba era, generalmente, el que va de la sobriedad a la ebriedad. En otras palabras, el camino para obtener la ebriedad espiritual o el fervor, se pensaba, es la sobriedad, o sea la abstinencia de las cosas de la carne, el ayunar del mundo y de sí mismo, en una palabra la mortificación. En este sentido el concepto de sobriedad ha sido profundizado en particular por la espiritualidad monástica ortodoxa, relacionada a la llamada 'oración de Jesús'. En esa la sobriedad indica “un método espiritual” hecho de “vigilante atención” para librarse de los pensamientos pasionales y de las palabras malas, substrayendo a la mente cualquier satisfacción carnal y dejándole, como única actividad la compunción por el pecado y la oración.
[5]
Con nombres distintos (desvestirse, purificación, mortificación), es la misma doctrina ascética que se encuentra en los santos y en los maestros latinos. San Juan de la Cruz habla de un “despojarse y desnudarse por el Señor de todo lo que no es del Señor”[6]. Estamos en los períodos de la vida espiritual llamados purgativo e iluminativo. En estos el alma se libera con fatiga de sus hábitos naturales, para prepararse a la unión con Dios y a sus comunicaciones de gracia. Estas cosas caracterizan el tercer nivel, la “vida unitiva” que los autores griegos llaman “divinización”.
Nosotros somos herederos de una espiritualidad que concebía el camino de perfección de acuerdo a esta sucesión: antes es necesario vivir largo tiempo en el nivel purgativo, antes de acceder a aquel unitivo; es necesario ejercitarse largamente en la sobriedad, antes de sentir la ebriedad. Cada fervor que se manifestara antes de aquel momento había que considerarlo sospechoso. La ebriedad espiritual, con todo lo que eso significa, está colocada por lo tanto al final, reservado a los “perfectos”. Los otros, “los proficientes”, tienen que ocuparse sobre todo de la mortificación, sin pretender, hasta que están luchando aún con los propios defectos, de tener una experiencia fuerte y directa de Dios y de su Espíritu.
Hay una gran sabiduría y experiencia en la base de todo esto, y pobre de aquel que considere estas cosas como superadas. Es necesario entretanto decir que un esquema así rígido indica también un lento y progresivo desplazamiento del acento de la gracia al esfuerzo del hombre, de la fe a las obras, hasta resentir a veces de pelagianismo. De acuerdo al Nuevo Testamento, hay una circularidad y una simultaneidad entre las dos cosas: la sobriedad es necesaria para llegar a la ebriedad del Espíritu, y la ebriedad del Espíritu es necesaria para llegar a practicar la sobriedad.
Una ascesis tomada sin un fuerte empuje del Espíritu sería esfuerzo muerto y no produciría otra cosa que “presunción de la carne”. Para san Pablo es “con la ayuda del Espíritu” que nosotros debemos “hacer morir las obras de la carne”(cfr. Rm 8,13). El Espíritu nos ha sido dado para que estemos en grado de mortificarnos, antes aún que como premio para habernos mortificado.
Una vida cristiana llena de esfuerzos acéticos y de mortificación, pero sin el toque vivificante del Espíritu, se asemejaría -decía un antiguo Padre- a una misa en la que se leyeran tantas lecturas, se cumplieran todos los ritos y se llevaran tantas ofrendas, pero en la cual no se realizara la consagración de las especies por parte del sacerdote. Todo quedaría aquello que era antes: pan y vino.
“Así -concluía aquel Padre- sucede también con el cristiano. Aunque él haya cumplido perfectamente el ayuno y la vigilia, la salmodia y toda la ascesis y cada virtud, pero no se ha cumplido por la gracia, en el altar de su corazón la mística operación del Espíritu Santo, todo este proceso ascético está inconcluso y es casi vano, porque él no tiene la exultación del Espíritu místicamente operante en el corazón”. [7]
Esta segunda vía -que va de la ebriedad a la sobriedad- fue la que Jesús le hizo seguir a  sus apóstoles. Si bien tuvieron como maestro y director espiritual al mismo Jesús, antes de Pentecostés ellos no fueron capaces de poner en práctica casi ninguno de los preceptos evangélicos. Pero cuando en Pentecostés fueron bautizados con el Espíritu Santo, entonces se los ve transformados, con la capacidad de soportar por Cristo molestias de todo tipo y hasta el mismo martirio. El Espíritu Santo fue la causa de su fervor, más que el efecto de ese.
Hay otro motivo que nos lleva a redescubrir este camino que va de la ebriedad a la sobriedad. La vida cristiana no es solamente una cuestión de crecimiento personal en la santidad; es también ministerio, servicio, anuncio, y para cumplir estas tareas tenemos necesidad de la “potencia que viene desde lo alto”, de los carismas; en una palabra, de una experiencia fuerte, pentecostal, del Espíritu Santo.
Nosotros tenemos necesidad de la sobria ebriedad del Espíritu, más aún de lo que tuvieron los Padres. El mundo se ha vuelto refractario al Evangelio, tan seguro de sí que solo el “vino fuerte” del Espíritu puede prevalecer a su incredulidad y quitarlo fuera de su sobriedad toda humana y racionalista que se hace pasar por “objetividad científica”.
Solamente las armas espirituales, dice el Apóstol, “tienen de Dios la potencia para abatir las fortalezas, destruyendo los raciocinios y toda arrogancia que se levanta contra el conocimiento de Dios, y sometiendo cada intelecto a la obediencia de Cristo. (2Cor 10, 4-5).
3. El bautismo en el Espíritu     
¿Cuáles son los “lugares en donde el Espíritu actúa hoy de este modo pentecostal? Escuchemos nuevamente la voz de san Ambrosio que fue el cantor por excelencia entre los Padres latinos, de la sobria ebriedad del Espíritu. Después de haber recordado los dos “lugares” clásicos en donde encontrar el Espíritu -la Eucaristía y las Escrituras-, él indica una tercera posibilidad. Dice:
“Hay también otra ebriedad que se realiza a través de aquella penetrante lluvia del Espíritu Santo. Fue así que en los Actos de los Apóstoles, aquellos que hablaban en idiomas diversos aparecían a los oyentes como si estuvieran llenos de vino”. [8]
Después de haber recordado los medios “ordinarios” san Ambrosio, con estas palabras indica un medio diverso, “extraordinario”, en el sentido de que no ha sido fijado antes y no es algo instituido. Consiste en revivir la experiencia que los apóstoles hicieron en día de Pentecostés. Ambrosio no entendía seguramente señalar esta tercera posibilidad para decir al público que esta estaba excluida para ellos, siendo reservada solamente a los apóstoles y a las primeras generaciones de los cristianos. Al contrario, él entendía animar a sus fieles a hacer como la primera generación de los cristianos. Él anima a sus fieles a hacer experiencia de aquella “lluvia penetrante del Espíritu” que se verificó en Pentecostés.
Queda por lo tanto abierta también para nosotros la posibilidad de contactar al Espíritu por esta vía nueva, personal, que depende únicamente de la soberana y libre iniciativa de Dios. No debemos caer en el error de los fariseos y de los escribas que a Jesús le decían: “Existen nada menos que seis días para trabajar, ¿por qué entonces sanar y hacer milagros en día de Sábato? Nosotros podríamos ser tentados de decir o pensar en nuestro corazones: hay siete sacramentos para santificar y donar el Espíritu, ¿por qué actuar fuera de ellos en manera nueva y desconocida?”.
Uno de los modos en que se manifiesta hoy esto actuar del Espíritu fuera de los canales institucionales de la gracia es precisamente la Renovación carismática. El teólogo Yves Congar en su informe al Congreso Internacional de Pneumatología que se realizó en 1981 en el Vaticano, en ocasión del XVI centenario del Concilio Ecuménico de Constantinopla, hablando de los signos del despertar del Espíritu Santo en nuestra época dijo:
“¿Cómo no situar aquí la corriente carismática, mejor llamada Renovación en el Espíritu? Esto se ha difundido como fuego que corre sobre los pajares. Es algo muy diverso de una moda... Por un aspecto, sobre todo, esto se asemeja a un movimiento de despertar: por el carácter público y verificable de su acción que cambia la vida de las personas... Es como una juventud, una frescura y nuevas posibilidades en el seno de la vieja Iglesia, nuestra madre. Salvo excepciones muy raras, la Renovación se coloca en la Iglesia y lejos de poner en discusión las instituciones clásicas, las reanima” [9].
El instrumento principal con el cual la Renovación en el Espíritu “cambia la vida de las personas es el bautismo en el Espíritu. Hablo sobre ello sin ninguna intención de proselitismo, sino solamente porque pienso sea justo que se conozca en el corazón de la Iglesia una realidad que involucra a millones de católicos. Se trata de un rito que no tiene nada de esotérico, sino que es hecho más bien de gestos de gran simplicidad, calma y alegría, acompañados por actitudes de humildad, de arrepentimiento, de disponibilidad de volverse niños, que es la condición para entrar en el Reino.
Es una renovación y una actualización no solo del bautismo y de la confirmación, sino de toda la vida cristiana: para los casados, del sacramento del matrimonio, para los sacerdotes, de su ordenación, para los consagrados, de su profesión religiosa. El interesado se preparara, además que con una buena confesión, participando a encuentros de catequesis en los cuales viene puesto en un contacto vivo y alegre con las principales verdades y realidades de la fe: el amor de Dios, el pecado, la salvación, la vida nueva, la transformación en Cristo, los carismas, los frutos del Espíritu. El fruto mas común y hermoso es que ayuda a realizar un encuentro  personal con Jesús resucitado y vivo. En la comprensión de la Iglesia católica el bautismo en el Espíritu no es un punto de llegada sino un punto de salida hacia la madurez cristiana y el servicio de la Iglesia.
Una década después que llegó la Renovación carismática en la Iglesia católica, Karl Rahner escribía:
“No podemos negar que el hombre pueda hacer aquí abajo experiencias de gracia, que le dan un sentido de liberación, le abren horizontes enteramente nuevos, se imprimen profundamente en él, lo transforman, plasmando también por largo tiempo su actitud cristiana más íntima. Nada prohíbe llamar a tales experiencias bautismo del Espíritu[10].
¿Es justo esperarse que todos pasen por esta experiencia? ¿Es este el único modo posible para sentir la gracia de Pentecostés? Si por bautismo en el Espíritu entendemos un cierto rito, en un determinado contexto, debemos responder no; no es el único modo para tener una experiencia fuerte en el Espíritu. Hubo y hay incontables cristianos que han hecho una experiencia análoga, sin saber nada del bautismo en el Espíritu, recibiendo una efusión espontánea del Espíritu, a continuación de un retiro, de un encuentro, de una lectura, o –come dice san Tomas de Aquino – en el momento en qué una persona está llamada a un compromiso nuevo y más exigente en la Iglesia[11].
Es necesario decir entretanto que el “bautismo en el Espíritu” se ha revelado un medio simple y potente para renovar la vida de millones de creyentes en todas las Iglesias cristianas.  También un curso de ejercicios espirituales puede muy bien concluirse con una especial invocación del Espíritu Santo, si quien lo guía ha hecho experiencia y los participantes lo desean.
He tenido una experiencia de esto el año pasado. El obispo de una diócesis del sur de Londres convocó, por iniciativa suya, a un retiro carismático abierto también al clero de otras diócesis. Estaban presentes un centenar entre sacerdotes y diáconos permanentes y al final todos  recibieron la efusión del Espíritu, con el apoyo de un grupo de laicos de Renovación que vinieron para la ocasión. Si los frutos del Espíritu son “amor, alegría y paz”, al final estos se podían tocar con las manos, entre los presentes.
No se trata de adherir a uno más bien que a otros movimientos actuales en la Iglesia. No se trata ni siquiera, propiamente hablando de un “movimiento”, sino de una “corriente de gracia” abierta a todos, destinada a perderse en la Iglesia como una descarga eléctrica que se dispersa en la masa, para después desaparecer come realidad independiente,  una vez que se cumplió esta tarea.
Concluimos entonces con las palabras del himno litúrgico recordado en el inicio:
Sea Cristo nuestro alimento,
sea Cristo el agua viva:
en él saboreamos sobrios
la ebriedad del Espíritu.
 

[1] S. Ambrosio, himno “Splendor paternae gloriae”, en Sancti Ambrosii, Opera, 22: Hymni, Inscriptiones, Fragmenta, Milano, Roma 1994, p. 38.
[2] Filone Alejandrino, Legum allegoriae, I, 84 (ed. Claude Mondesert, Paris, u Cerf 1962, p. 88 (methē nefalios).
[3] S. Cirilo de G., Cat. XVII, 18-19 (PG 33, 989).
[4] S. Ambrosio, Comm. al Sal 1, 33.

[5] Cfr. Esichio, Carta a Teodulo, in Filocalia, I, Torino 1982, p. 230ss).
[6] S. Juan de la Cruz, La subida del monte Carmelo 5, 7; en Opere, Roma 1979, p. 82)
[7] Macario Egipcio, in Filocalia, 3, Torino 1985, p. 325).
[8] S. Ambrosio, Comm. al Sal 35, 19.
[9] Y. Congar, Actualité de la Pneumatologie, in Credo in Spiritum Sanctum, Libreria Editrice Vaticana, 1983, I, p. 17ss.
[10] K. Rahner, Erfahrung des Geistes. Meditation auf Pfingsten, Herder, Friburgo  i. Br. 1977.
[11] S. Tomas de Aquino, S. Th. I, q. 43, a.6, ad 2.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Catequesis del Papa: “Seamos mensajeros de paz para un mundo que tiene hambre y sed de justicia”





Audiencia General del Papa Francisco en el segundo miércoles de diciembre. - AP
14/12/2016 10:59
Texto completo y audio de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nos estamos acercando a la Navidad, y el profeta Isaías una vez más nos ayuda a abrirnos a la esperanza acogiendo la Buena Noticia de la llegada de la salvación.
El capítulo 52 de Isaías inicia con la invitación dirigida a Jerusalén para que se despierte, se quite de encima el polvo y las cadenas y se revista con los vestidos más bellos, porque el Señor ha venido a liberar a su pueblo (vv. 1-3). Y agrega: «Mi Pueblo conocerá mi Nombre en ese día, porque yo soy aquel que dice: ¡Aquí estoy!» (v. 6).
A este, “aquí estoy” dicho por Dios, que resume toda su voluntad de salvación y de acercarse a nosotros, responde el canto de alegría de Jerusalén, según la invitación del profeta. Es un momento histórico muy importante. Es el fin del exilio en Babilonia, es la posibilidad para Israel de encontrar a Dios y, en la fe – en la fe – encontrase a sí mismo. El Señor está cerca, y el “pequeño resto”, es decir, el pequeño pueblo que ha quedado después del exilio, el “pequeño resto” que en el exilio ha resistido en la fe, que ha atravesado la crisis y ha continuado creyendo y esperando incluso en medio de la oscuridad, aquel “pequeño resto” podrá ver las maravillas de Dios.
A este punto el profeta introduce un canto de júbilo: «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: ¡Tu Dios reina!. […] ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén!, – las ruinas deben cantar porque llega la liberación, viene la reconstrucción – ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén! El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios» (Is 52,7.9-10).
Hasta aquí, Isaías. Estas palabras de Isaías, sobre las cuales queremos detenernos un poco, hacen referencia al milagro de la paz, y lo hacen de un modo muy particular, poniendo la mirada no sobre el mensajero, sino sobre sus pies que corren veloz: «¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia…».
Parece el esposo del Cantar de los Cantares que corre hacia su amada: «Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas» (Cant 2,8). También así, el mensajero de la paz corre, llevando la buena noticia de liberación, de salvación, y proclamando que Dios reina.
Dios no ha abandonado a su pueblo y no se ha dejado derrotar por el mal, porque Él es fiel, y su gracias es más grande que el pecado. Esto debemos aprenderlo, ¿eh? ¡Porque nosotros somos testarudos! Y no aprendemos esto. Pero yo les haré una pregunta: ¿Quién es más grande, Dios o el pecado? ¿Quién? … Ah, no están convencidos. No se escucha bien. Y ¿Quién vence al final? ¿Dios o el pecado? Y ¿Dios es capaz de vencer el pecado más grave? También ¿el pecado más vergonzoso? ¿Incluso el pecado que es terrible, el peor de los pecados, es capaz de vencerlo? Sí. Y esta pregunta no es fácil, veamos si entre ustedes hay un teólogo o una teóloga para responder: ¿Con qué armas vence Dios el pecado? Con el amor. Bien, tantos buenos teólogos. Y esto – que Dios vence el pecado – quiere decir que “Dios reina”; son estas las palabras de la fe en un Señor cuya potencia se inclina hacia la humanidad, se abaja, para ofrecer misericordia y liberar al hombre de lo que desfigura en él la imagen bella de Dios, porque cuando estamos en el pecado la imagen de Dios se desfigura. Y el cumplimiento de tanto amor será justamente el Reino instaurado por Jesús, aquel Reino de perdón y de paz que nosotros celebramos con la Navidad y que se realiza definitivamente en la Pascua. Y la alegría más bella de la Navidad es aquella alegría interior de paz: el Señor ha cancelado mis pecados, el Señor me ha perdonado, el Señor ha tenido misericordia de mí, ha venido a salvarme. Esta es la alegría de la Navidad.
Son estos, hermanos y hermanas, los motivos de nuestra esperanza. Cuando todo parece terminar, cuando, ante tantas realidades negativas, la fe se hace difícil y viene la tentación de decir que nada más tiene sentido, ahí está en cambio la bella noticia traída por esos pies veloces: Dios está viniendo a realizar algo nuevo, a instaurar un reino de paz; Dios ha “desnudado su brazo” y viene a traer libertad y consolación. El mal no triunfará por siempre, existe un final para el dolor. La desesperación ha sido vencida porque Dios está entre nosotros.
Y también nosotros estamos llamados a despertarnos un poco, como Jerusalén, según la invitación que le dirige el profeta; estamos llamados a convertirnos en hombre y mujeres de esperanza, colaborando con la llegada de este Reino hecho de luz y destinado a todos, hombres y mujeres de esperanza. Pero cuanto es feo cuando encontramos un cristiano que ha perdido la esperanza: “Yo no espero nada, todo ha terminado para mí”, un cristiano que no es capaz de mirar el horizonte con esperanza y ante su corazón solo hay un muro. Pero ¡Dios destruye estos muros con el perdón! Y por esto, nuestra oración, para que Dios nos de cada día la esperanza y la dé a todos, aquella esperanza que nace cuando vemos a Dios en el pesebre en Belén. El mensaje de la Buena Noticia que nos es confiado es urgente, debemos también nosotros correr como el mensajero sobre los montes, porque el mundo no puede esperar, la humanidad tiene hambre y sed de justicia, de verdad, de paz.
Y viendo al pequeño Niño de Belén, los pequeños del mundo sabrán que la promesa se ha cumplido, el mensaje se ha realizado. En un niño apenas nacido, necesitado de todo, envuelto en pañales y puesto en un pesebre, está contenida toda la potencia del Dios que salva. Se necesita abrir el corazón – la Navidad es un día para abrir el corazón – se necesita abrir el corazón a tanta pequeñez que está ahí, en aquel niño, y tanta maravilla que está ahí. Es la maravilla de la Navidad, a la cual nos estamos preparando, con esperanza, en este tiempo de Adviento. Es la sorpresa de un Dios niño, de un Dios pobre, de un Dios débil, de un Dios que abandona su grandeza para hacerse cercano a cada uno de nosotros. Gracias.

(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

martes, 13 de diciembre de 2016

La hermosa oración que Jorge Bergoglio escribió antes de ser ordenado sacerdote




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El P. Jorge Mario Bergoglio celebrando Misa
El P. Jorge Mario Bergoglio celebrando Misa
ROMA, 13 Dic. 16 / 02:01 am (ACI).- En el 2013 el diario italiano Avvenire publicó para el día de aniversario de la ordenación sacerdotal del ahora Papa Francisco, una hermosa oración escrita por el joven jesuita poco antes de ser presbítero para siempre.
Reproducimos el texto publicado por Avvenire:

“Quiero creer en Dios Padre, que me ama como un hijo, y en Jesús, el Señor, que me infundió su Espíritu en mi vida para hacerme sonreír y llevarme así al Reino eterno de vida.
Creo en la Iglesia.
Creo que en la historia, que fue traspasada por la mirada de amor de Dios y en el día de la primavera, 21 de septiembre, me salió al encuentro para invitarme a seguirle.
Creo en mi dolor, infecundo por el egoísmo, en el que me refugio.
Creo en la mezquindad de mi alma que buscar tragar sin dar…, sin dar.
Creo que los demás son buenos y que debo amarlos sin temor y sin traicionarlos nunca buscando una seguridad para mí.
Creo en la vida religiosa.
Creo que quiero amar mucho.
Creo en la muerte cotidiana, quemante, a la que huyo, pero que me sonríe invitándome a aceptarla.
Creo en la paciencia de Dios, acogedora, buena, como una noche de verano.
Creo que papá está en el cielo, junto al Señor.
Creo que el Padre Duarte está también allí, intercediendo por mi sacerdocio.
Creo en María, mi Madre, que ama y nunca me dejará solo.
Y espero en la sorpresa de cada día en que se manifestará el amor, la fuerza, la traición y el pecado, que me acompañarán siempre hasta ese encuentro definitivo con ese rostro maravilloso que no sé cómo es, que le escapo continuamente, pero quiero conocer y amar. Amén”.

lunes, 12 de diciembre de 2016

El Papa Francisco pone como ejemplo a Luther King y a Gandhi


  • El Papa Francisco ha propuesto para el año 2017 hacer de la "no violencia activa" un estilo de vida y aplicarla tanto en lo cotidiano como en la política.
  • También ha pedido erradicar la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños.
El Papa Francisco ha propuesto para el año 2017 hacer de la "no violencia activa" un estilo de vida y aplicarla tanto en lo cotidiano como en la política, desde el ámbito local hasta el mundial. Así lo desea en su Mensaje para la 50 Jornada Mundial de la Paz.
"Que la no violencia se transforme, desde el nivel local y cotidiano hasta el orden mundial, en el estilo característico de nuestras decisiones, de nuestras relaciones, de nuestras acciones y de la política en todas sus formas", reclama en el documento, publicado este lunes 12 de diciembre por la Santa Sede.
El Papa Francisco pone como ejemplo de este estilo de no violencia activa a Mahatma Gandhi y Khan Abdul Ghaffar Khan, por su éxito en la liberación de la India, y a Martin Luther King Jr. por su lucha contra la discriminación racial.
También indica que, en especial, las mujeres son frecuentemente líderes de la no violencia, como, por ejemplo, la Madre Teresa, o Leymah Gbowee y miles de mujeres liberianas que han organizado encuentros de oración y protesta no violenta obteniendo negociaciones de alto nivel para la conclusión de la segunda guerra civil en Liberia.
Francisco recuerda el primer mensaje por la paz enviado hace 50 años por el Papa Pablo VI en el que señalaba que "la paz es la línea única y verdadera del progreso humano, no las tensiones de nacionalismos ambiciosos, ni las conquistas violentas, ni las represiones portadoras de un falso orden civil" y se muestra "impresionado" por la "actualidad" de estas palabras "que hoy son igualmente importantes y urgentes".
En este momento, según precisa el Pontífice, el mundo sufre "guerras en diferentes países y continentes; terrorismo, criminalidad y ataques armados impredecibles; abusos contra los emigrantes y las víctimas de la trata; devastación del medio ambiente", lo que ya ha denominado en otras ocasiones como "guerra mundial por partes".
Sin embargo, se pregunta si la violencia permite alcanzar objetivos de valor duradero o, por el contrario, todo lo que obtiene se reduce a "desencadenar represalias y espirales de conflicto letales que benefician sólo a algunos señores de la guerra".
Francisco responde que la violencia "no es la solución" y advierte de que responder a esta con más violencia solo genera, en el mejor de los casos, emigración forzada, "ya que las grandes cantidades de recursos que se destinan a fines militares son sustraídas de las necesidades cotidianas"; y en el peor de los casos, la muerte.
Por ello, sugiere aceptar la propuesta de Jesucristo de la no violencia y cita al Papa emérito, Benedicto XVI, al apuntar que esta violencia solo se puede contrarrestar con "un plus de amor y bondad".
Asimismo, defiende que tanto la Iglesia católica como otras tradiciones religiosas se han comprometido en el desarrollo de estrategias no violentas para la promoción de la paz en muchos países e insiste en que "ninguna religión es terrorista" y en que "la violencia es una profanación del nombre de Dios".

Erradicar la violencia de género

En cualquier caso, puntualiza que el camino de la no violencia ha de empezar a recorrerse en el seno de la familia y suplica "con urgencia" que se detenga la violencia doméstica y los abusos a mujeres y niños. También realiza, como en ocasiones anteriores, un llamamiento a favor del desarme y de la prohibición y abolición de las armas nucleares.
Como programa para la paz, Francisco propone a los líderes políticos y religiosos, responsables de instituciones internacionales, dirigentes de empresas, medios de comunicación y, en general, a todas las personas, el "manual" de las ocho bienaventuranzas --bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que buscan la paz, los perseguidos--.
Finalmente, el Papa asegura que la Iglesia católica acompañará todo intento de construcción de la paz con la no violencia activa y creativa. En esta línea, el 1 de enero de 2017 comenzará a funcionar el nuevo Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, que se ocupará de las cuestiones que se refieren a las migraciones, los necesitados, los enfermos y los excluidos, los marginados y las víctimas de los conflictos armados y de las catástrofes naturales, los presos, los desempleados y las víctimas de cualquier forma de esclavitud y de tortura.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Texto completo del papa Francisco en el ángelus del 11 de diciembre de 2016

El papa Francisco hace un nuevo llamamiento por la paz en Siria
El Papa en el Ángelus del domingo
El Papa en el Ángelus del domingo
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, como cada domingo, ha rezado el ángelus desde la ventana del Palacio Apostólico, acompañado por los fieles reunidos en la plaza de San Pedro, en este tercer domingo de adviento.
Estas son las palabras del Papa para introducir la oración mariana:  
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos el tercer domingo de adviento, caracterizado por la invitación de san Pablo: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. El Señor está cerca” (Fil 4, 4-5). No es una alegría superficial o puramente emotiva a la que nos exhorta el apóstol. Y tampoco esa mundana o esa alegría del consumismo, no no es esa. Se trata de una alegría más auténtica, de la que estamos llamados a redescubrir el sabor, el sabor de la verdadera alegría. Es una alegría que toca la intimidad de nuestro ser, mientras que esperamos a Jesús, que ya ha venido a traer la salvación al mundo, el Mesías prometido, nacido en Belén de la Virgen María. 


La liturgia de la Palabra nos ofrece el contexto adecuado para comprender y vivir esta alegría. Isaías habla de desierto, de tierra árida, de estepa (cfr 35,1); el profeta tiene delante de sí manos débiles, rodillas vacilante, corazones perdidos, ciegos, sordos y mudos (cfr vv. 3-6). Es el cuadro de una situación de desolación, de un destino inexorable sin Dios.
Pero finalmente la salvación es anunciada: “Sed fuertes, no temáis –dice el prófeta–.  Mirad a vuestro Dios, […] os salvará” (cfr Is 35,4). Y enseguida todo se transforma: el desierto florece, la consolación y la alegría impregnan  los corazones (cfr vv. 5-6). Estos signos anunciados por Isaías como reveladores de la salvación ya presente, se realizan en Jesús. Él mismo lo afirma respondiendo a los mensajeros enviados por Juan Bautista. ¿Qué dice Jesús a estos mensajeros? “Los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan” (Mt 11,5). 


No son palabras, son hechos que demuestran cómo la salvación traída por Jesús, aferra a todo el ser humano y lo regenera. Dios ha entrado en la historia para liberar de la esclavitud del pecado; ha puesto su tienda en medio de nosotros para compartir nuestra existencia, sanar nuestras llagas, vendar nuestras heridas y donarnos la vida nueva. La alegría es el fruto de esta intervención de salvación y de amor de Dios.
Estamos llamados a participar del sentimiento de júbilo, este júbilo, esta alegría. Pero un cristisno que no está alegre, algo le falta a este cristiano, o no es cristiano. La alegría del corazón, la alegría dentro que nos lleva adelante y da el valor. El Señor viene, viene a nuestra vida como liberador, viene a liberarnos de todas las esclavitudes interiores y exteriores. Es Él quien nos indica el camino de la fidelidad, de la paciencia y de la perseverancia porque, a su llegada, nuestra alegría será plena.


La Navidad está cerca, los signos de su aproximarse son evidentes en nuestras calles y en nuestras casas; también aquí en la Plaza se ha puesto el pesebre y al lado el árbol. Estos signos externos nos invitan a acoger al Señor que siempre viene y llama a nuestra puerta; llama a nuestro corazón para acercarse. Nos invitan a reconocer sus pasos entre los de los hermanos que pasan a nuestro lado, especialmente los más débiles y necesitados.
Hoy somos invitados a alegrarnos por la venida inminente de nuestro Redentor; y estamos llamados a compartir esta alegría con los otros, donando consuelo y esperanza a los pobres, a los enfermos, a las personas solas e infelices. La Virgen María, la “sierva del Señor”, nos ayude a escuchar la voz de Dios en la oración y a servirlo con compasión en los hermanos, para alcanzar preparados el encuentro con la Navidad, preparando nuestro corazón a acoger a Jesús.  


Después del ángelus, el Santo Padre ha añadido:
Queridos hermanos y hermanas,
Cada día estoy cerca, sobre todo en la oración, de la gente de Alepo. No debemos olvidar que Alepo es una ciudad, que allí hay gente: familias, niños, ancianos, personas enfermas… Lamentablemente ya nos hemos acostumbrado a la guerra, a la destrucción, pero no debemos olvidar que Siria es un país lleno de historia, de cultura, de fe. No podemos aceptar que esto sea negado por la guerra, que es un cúmulo de abuso de poder y falsedad. Hago un llamamiento al compromiso de todos, para que se haga una elección de civilización: no a la destrucción, sí a la paz, sí a la gente de Alepo y de Siria.



Y rezamos también por las víctimas  de algunos brutales ataques terroristas que en las últimas horas han golpeado varios países. Son varios los lugares pero lamentablemente única es la violencia que siembra muerte y destrucción. Y única es también la respuesta: fe en Dios y unidad en los valores humanos y civiles.
Quisera expresar una cercanía especial a mi querido hermano papa Tawadros II y a su comunidad, rezando por los muertos y los heridos.
Hoy, en Vientiane, en Laos, son proclamados beatos Mario Borzaga, sacerdote de los misioneros oblatos de María Inmaculada; Paolo Thoj Xyooj, fiel laico catequista  y catorce compañeros asesinados por odio a la fe. Su heroica fidelidad a Cristo pueda ser de aliento y de ejemplo a los misioneros y especialmente a los catequistas, que en las tierras de misión desarrollan una preciosa e insustituible obra apostólica, por la cual toda la Iglesia les está agradecida. Pensemos en nuestros catequistas, mucho trabajo hacen, buen trabajo, ser catequistas es algo bellísimo, es llevar el mensaje del Señor para que crezca en nostros. ¡Un aplauso a los catequistas, a todos!


Os saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos procedentes de distintos países. Hoy el primer saludo está reservado a los niños y chicos de Roma, venidos para la tradicional bendición de las figuras del “Niño Jesús” organizada por los oratorios parroquiales y las escuelas católicas romanas. Queridos niños, cuando recéis delante de vuestro pesebre con vuestros padres, pedid al Niño Jesús que nos ayude a todos a amar a Dios y al prójimo. Y recordad rezar también por mí, como yo me acuerdo de vosotros. Gracias
Saludo a los profesores de la Univerdad Católica de Sydney, la coral de Mosteiro de Grijó en Portugal, los fieles de Barbianello y Campobasso.
Os deseo a todos un feliz domingo. Y no os olvidéis de rezar por mí. Y una cosa quisiera decir a los niños y y chicos, queremos escuchar un canción vuestra ¡Buen almuerzo y hasta pronto! Cantad

viernes, 9 de diciembre de 2016

El Papa Francisco asiste a la Segunda predicación de Adviento




(RV).- El segundo viernes de diciembre a las 9.00 el Papa Francisco asistió a la segunda Predicación de Adviento del Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico. Como todos los años, participan en estas predicaciones los Cardenales, Arzobispos y Obispos, junto a los Secretarios de las Congregaciones, los Prelados de la Curia Romana y del Vicariato de Roma, así como los Superiores Generales y los Procuradores de las Órdenes Religiosas que forman parte de la Capilla Pontificia.
En esta ocasión, prosiguiendo sus reflexiones sobre la obra del Espíritu Santo en la vida del cristiano, el tema de la predicación del Padre Cantalamessa fue: “El Espíritu Santo y el carisma del discernimiento”.
“Para el evangelista Juan – afirmó el Predicador –  el discernimiento consiste en “poner a prueba las inspiraciones para saber si provienen realmente de Dios”. Mientras para Pablo el criterio fundamental de discernimiento es confesar a Cristo como “Señor”; a la vez que destacó que para Juan es la confesión que Jesús “vino en la carne”, o sea la Encarnación. De modo que ya con él el discernimiento inicia a ser utilizado en función teológica como criterio para discernir las verdaderas de las falsas doctrinas, o sea la ortodoxia de la herejía.
En el primer punto, titulado “el discernimiento en la vida eclesiástica”, el Predicador recordó que existen dos campos en los que se debe ejercer este don del discernimiento de la voz del Espíritu, a saber: el eclesial y el personal. A la vez que destacó que en ámbito eclesiástico el discernimiento lo ejerce con autoridad el Magisterio, que debe tener en cuenta, entre otros criterios, también el del “sentido de los fieles”, es decir el llamado “sensus fidelium”.
En el segundo punto de su predicación el Padre Cantalamessa se refirió al “discernimiento en la vida personal”, en cuya base, según San Ignacio de Loyola está la doctrina de la “santa indiferencia”, que consiste en ponerse en un estado de total disponibilidad para aceptar la voluntad de Dios, renunciando, desde el comienzo, a toda preferencia personal.
Del tercer y último punto, titulado “dejarse guiar por el Espíritu Santo”, el Predicador presentó el ejemplo luminoso de la vida misma de Jesús, quien siempre inicia todo con el Espíritu Santo. De hecho – dijo – con el Espíritu Santo anduvo por el desierto, con el poder del Espíritu Santo volvió e inició su predicación, “en el Espíritu Santo” eligió a sus Apóstoles y “en el Espíritu Santo” rezó y se ofreció él mismo al Padre.
Antes de concluir invitando a los presentes a pedir al Espíritu Santo que dirija sus mentes y sus vidas con las palabras de una oración del Oficio de Pentecostés de las Iglesias del rito sirio – que reza entre otras cosas: “Danos el don de vivir para ti, de consentirte y de adorarte,  tú el Puro, el Santo, Dios Espíritu Paráclito” – el Padre Cantalamessa afirmó textualmente:
“Debemos abandonarnos al Espíritu Santo como las cuerdas del arpa a los dedos de quien las mueve. Como buenos actores tener el oído abierto a la voz del sugeridor escondido, para recitar fielmente nuestra parte en la escena de la vida. Es más fácil de lo que se piensa, porque nuestro sugeridor nos habla desde dentro, nos enseña cada cosa, nos instruye en todo. Es suficiente, a veces, una simple ojeada interior, un movimiento del corazón, una oración”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).




Primera predicación de Adviento: “Creo en el Espíritu Santo”


El Papa asiste a la Primera predicación de Adviento - ANSA
02/12/2016 12:05
Bebamos, sobrios, la embriaguez del Espíritu

(RV).- El primer viernes de diciembre a las 9.00 el Papa Francisco asistió a la primera Predicación de Adviento del Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico. Como todos los años, asisten a estas predicaciones los Cardenales, Arzobispos y Obispos, junto a los Secretarios de las Congregaciones, los Prelados de la Curia Romana y del Vicariato de Roma, así como los Superiores Generales y los Procuradores de las Órdenes Religiosas que forman parte de la Capilla Pontificia.
El tema de esta predicación fue: “Creo en el Espíritu Santo”. Partiendo de la novedad del post Concilio, en la teología y en la vida de la Iglesia, el Predicador se refirió a este nombre precioso que es el Espíritu Santo. Y glosó un párrafo de la homilía de la Misa crismal del Jueves Santo de 2012 de Benedicto XVI en que afirmaba:
“Mirando a la historia de la época postconciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en movimientos llenos de vida y que hacen casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del Espíritu Santo”.
Después de recordar que la renovada experiencia del Espíritu Santo ha estimulado la reflexión teológica, el Padre Cantalamessa – en el punto que denominó “el Credo leído desde abajo” –  explicó que “en el orden de la creación y del ser, todo parte del Padre, pasa por el Hijo y llega a nosotros en el Espíritu”; mientras “en el orden de la redención y del conocimiento, todo comienza con el Espíritu Santo, pasa por el Hijo Jesucristo y vuelve al Padre”. Lo que, sin embargo –  agregó – no significa que el Credo de la Iglesia no sea perfecto o que deba ser reformado.
En el tercer punto de su meditación, el Predicador ofreció un comentario sobre el llamado “tercer artículo”, es decir, el artículo del Credo sobre el Espíritu Santo, que desembocó en la actual corriente denominada, precisamente, “Teología del tercer artículo”, que no pretende sustituir a la teología tradicional, sino más bien estar a su lado y vivificarla.
El Padre Cantalamessa abordó en su cuarto y último punto – titulado “un artículo que es necesario completar” –  la finalidad de este enunciado que no es decir todo sobre un dato de la fe, sino trazar un perímetro dentro del cual se debe colocar cada afirmación, a la vez que explicó que ninguna afirmación se puede contradecir.
Tras destacar que no contamos sólo con las pocas palabras del Credo sobre el Paráclito, el Predicador de la Casa Pontificia reafirmó que la teología, la liturgia y la piedad cristiana, tanto en Occidente como en Oriente, han revestido de “carne y sangre” las descarnadas afirmaciones del Símbolo de la fe. A la vez que en la secuencia de Pentecostés la íntima y personal relación del Espíritu Santo con cada alma ha sido expresada con títulos como “Padre de los pobres”, “Luz de los corazones”, “Dulce huésped del alma” y “Dulcísimo alivio”.
La misma secuencia – concluyó diciendo el Padre Raniero Cantalamessa – dirige al Espíritu Santo una serie de oraciones bellas y necesarias, que proclamó junto a los presentes para individuar entre ellas la que cada uno sienta más necesaria:
Lava lo que está sucio,
riega lo que está árido,
sana lo que sangra.

Dobla lo que está rígido,
calienta lo que está gélido,
endereza lo que está desviado.
(María Fernanda Bernasconi - RV).

Texto de la meditación del Predicador de la Casa Pontificia traducido por la agencia Zenit
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
Primera predicación de Adviento 2016
“Creo en el Espíritu Santo”
1. La novedad del post Concilio
Con la celebración del 50º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II se concluyó la primera fase del “después del Concilio” y se abre otra. Si la primera fase ha estado caracterizada por los problemas relativos a la “recepción” del Concilio, esta nueva se caracterizará, creo, por el completar e integrar el Concilio; en otras palabras, el releer el Concilio a la luz de los frutos producidos, dando luz también a lo que falta, o que estaba presente solo en la fase seminal.
La mayor novedad del post Concilio, en la teología y en la vida de la Iglesia, tiene un nombre precioso: el Espíritu Santo. El Concilio no había ignorado su acción en la Iglesia, pero había hablado casi siempre en passant, mencionándolo a menudo, pero sin dar luz al rol central, ni tampoco en la constitución sobre la Liturgia. En una conversación, en el tiempo en el que estábamos juntos en la Comisión Teológica Internacional, recuerdo que el padre Yves Congar usó una imagen fuerte respecto a esto; habló de un Espíritu Santo, esparcido aquí y allí en los textos, como se hace con el azúcar sobre los dulces que, sin embargo, no entra a formar parte de la composición de la masa.
El deshielo sin embargo había comenzado. Podemos decir que la esperanza de san Juan XXIII del concilio como de “un nuevo Pentecostés para la Iglesia” ha encontrado su actuación solo después, con el concilio concluido, como ha sucedido a menudo, por otro lado, en la historia de los concilios.
En el año entrante se celebra el 50º aniversario del inicio, en la Iglesia católica, de la Renovación Carismática. Es uno de los muchos signos -el más evidente por la vastedad del fenómeno- del despertar del Espíritu y de los carismas en la Iglesia. El Concilio había allanado el camino a su acogida, hablando, en la Lumen gentium, de la dimensión carismática de la Iglesia, junto a esa institucional y jerárquica, e insistiendo en la importancia de los carismas[1]. En la homilía de la misa crismal del Jueves Santo de 2012, Benedicto XVI afirmó:
“Mirando a la historia de la época post-conciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en movimientos llenos de vida y que hacen casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del Espíritu Santo”.
Contemporáneamente, la renovada experiencia del Espíritu Santo ha estimulado la reflexión teológica[2]. Después del concilio se han multiplicado los tratados sobre el Espíritu Santo: entre los católicos, el del mismo Congar[3], de K. Rahner[4], de H. Mühlen[5] y de von Balthasar[6]; entre los luteranos el de J. Moltmann[7] y de M. Welker[8], y de muchos otros. Por parte del magisterio ha estado la encíclica de san Juan Pablo II “Dominum et vivificantem”. Con ocasión del XVI centenario del concilio de Constantinopla del 381, el mismo Sumo Pontífice promovió un congreso internacional de Pneumatología en el Vaticano, cuyos actos fueron publicados por la Librería Editrice Vaticana, en dos grandes volúmenes titulados “Credo in Spiritum Sanctum” [9].
En los últimos años estamos asistiendo a un paso decidido hacia delante en esta dirección. Hacia el final de su carrera, Karl Barth hizo una afirmación provocadora que era, en parte, también una autocrítica. Dijo que en un futuro se desarrollaría una teología diferente, la “teología del tercer artículo”. En el mismo sentido se expresó Karl Rahner. Por “tercer artículo” se entiende, naturalmente, el artículo del credo sobre el Espíritu Santo. La sugerencia no cayó en el vacío. De aquí se inició la actual corriente denominada, precisamente, “Teología del tercer artículo”.
No creo que tal corriente quiera sustituir a la teología tradicional (sería un error si lo pretendiera), sino más bien estar a su lado y vivificarla. Esta se propone hacer del Espíritu Santo no solo el objeto del tratado que a él se refiere, la Pneumatología, sino por así decir la atmósfera en la que se desarrolla toda la vida de la Iglesia y cada búsqueda teológica, la “luz de los dogmas”, como un antiguo Padre de la Iglesia definía al Espíritu Santo.
La exposición más completa de esta reciente corriente teológica es el volumen de ensayos que apareció en inglés el pasado octubre, con el título “Teología del tercer artículo. Para una dogmática pneumatológica”[10]. En él, partiendo de la doctrina trinitaria de la gran tradición, teólogos de diferentes Iglesias cristianas ofrecen su contribución, como premisa a una teología sistemática más abierta al Espíritu y que responde más a las exigencias actuales. Se me ha pedido también a mí, como católico, contribuir con un ensayo sobre “Cristología y pneumatología en los primeros siglos de la Chiesa”.
2. El Credo leído desde abajo
Las razones que justifican esta nueva orientación teológica no son solamente de orden dogmático, sino también histórico. En otras palabras, se entiende mejor qué es, y qué se propone, la teología del tercer artículo si se tienen en cuenta cómo se ha formado el símbolo actual Niceno-Constantinopolitano. De esta historia emerge clara la utilidad de leer una vez tal símbolo “a la inversa”, es decir, empezando por el final en vez de que desde el principio.
Trato de explicar qué pretendo decir. El símbolo Niceno-Constantinopolitano refleja la fe cristiana en su fase final, después de todas las declaraciones y las definiciones conciliares, terminadas en el siglo V. Refleja el orden alcanzado al final del proceso de formulación del dogma, pero no refleja el proceso mismo. No corresponde, en otras palabras, al proceso con el que de hecho la fe de la Iglesia se ha formado históricamente, y tampoco corresponde al proceso con el que se añade hoy a la fe, entendida con fe viva en un Dios vivo.
En el credo actual, se parte de Dios Padre y creador, de Él se pasa al Hijo y a su obra redentora, y finalmente al Espíritu Santo operante en la Iglesia. En la realidad, la fe siguió el camino inverso. Fue la experiencia pentecostal del Espíritu que llevó a la Iglesia a descubrir quién era verdaderamente Jesús y cuál había sido su enseñanza. Con Pablo y sobre todo con Juan, se llega a subir de Jesús al Padre. Es el Paráclito que, según la promesa de Jesús, conduce a los discípulos a la “plena vedad” sobre Él y el Padre (Jn 16, 13).
San Basilio de Cesárea resume en estos términos el desarrollo de la revelación y de la historia de la salvación:

“El camino del conocimiento de Dios procede del único Espíritu, a través el único Hijo, hasta el único Padre; inversamente la bondad natural, la santificación según la naturaleza, la dignidad real se difunden desde el Padre, por medio del Unigénito, hasta el Espíritu”[11].
En otras palabras, en el orden de la creación y del ser, todo parte del Padre, pasa por el Hijo y llega a nosotros en el Espíritu; en el orden de la redención y del conocimiento, todo comienza con el Espíritu Santo, pasa por el Hijo Jesucristo y vuelve al Padre. ¡Podemos decir que san Basilio es el verdadero iniciador de la teología del tercer artículo! En la tradición occidental todo esto está expresado sintéticamente en la estrofa final del himno del Veni creator. Dirigiéndose al Espíritu Santo, en esta la Iglesia reza diciendo:
Per te sciamus da Patrem,                             
noscamus atque Filium,
te utriusque Spiritum
credamus omni tempore.                                                                  
Haz que por ti conozcamos al Padre
y sabemos también quién es el Hijo
y que en ti, Espíritu de ambos,
creamos ahora y eternamente.
Esto no significa mínimamente que el credo de la Iglesia no sea perfecto o que deba ser reformado. Es la manera de leerlo que de vez en cuando es útil cambiar, para rehacer el camino con el que se ha formado. Entre las dos formas de utilizar el credo – como producto cumplido, o en su mismo hacerse – está la misma diferencia que hacer personalmente, de buena mañana, la escalada del Monte Sinaí partiendo del monasterio de Santa Caterina, o leer el relato de uno que ha hecho la escalada antes que nosotros.
3. Un comentario sobre el “tercer artículo”
Intentaré por lo tanto, en las tres meditaciones de Adviento, proponer reflexiones sobre algunos aspectos de la acción del Espíritu Santo, partiendo justamente del tercer artículo del credo que se refiere a esto. Esto comprende tres grandes afirmaciones: partamos de la primera:
a. “Creo en el Espíritu Santo que es Señor y da la vida”.
El credo no dice que el Espíritu Santo es “el” Señor (un poco antes, en el credo se proclama: “creo en un solo Señor Jesucristo”. Señor (en el texto original, to kyrion, ¡neutro!) indica aquí la naturaleza, no la persona; dice qué cosa es, no quién es el Espíritu Santo. “Señor” quiere decir que el Espíritu Santo comparte la Señoría de Dios, que está de la parte del Creador, no de las criaturas; en otras palabras que es de naturaleza divina.
A esta certeza la Iglesia había llegado basándose no solamente en la Escritura, pero también en la propia experiencia de salvación. El Espíritu, escribía ya san Atanasio, no puede ser una creatura porque cuando somos tocados por él (en los sacramentos, en la Palabra, en la oración) sentimos la experiencia de entrar en contacto con Dios en persona, no con un intermediario suyo. Si nos diviniza, quiere decir que es el mismo Dios[12].
¿No se podía, en el símbolo de la fe, decir la misma cosa de una manera más explícita, definiendo al Espíritu Santo pura y simplemente “Dios y consustancial con el Padre”, como se había hecho con el Hijo en el concilio de Nicea?  Seguramente y fue justamente esta la crítica hecha por algunos obispos, entre los cuales san Gregorio Nacianceno, a la definición. Por motivos de oportunidad y de paz, se prefirió decir la misma cosa con expresiones equivalentes, atribuyendo al Espíritu, además que el título de Señor, también la isotimia, o sea la igualdad con el Padre y el Hijo en la adoración y en la glorificación de la Iglesia.
La expresión sucesiva, según la cual el Espíritu Santo “da la vita”, es traída de diversos pasajes del Nuevo Testamento: “Es el Espíritu que da la vida” (Jn 6, 63); “La ley del Espíritu da la vida en Cristo Jesús” (Rm 8, 2); “El último Adán se volvió espíritu dador de vida” (1 Cor 15, 45); “La letra mata, el Espíritu vivifica” (2 Cor 3, 6).
Nos ponemos tres preguntas. Primero, ¿qué vida da el Espíritu Santo? Respuesta: da la vida divina, la vida de Cristo. Una vida sobre-natural, no una súper-vida natural; crea al hombre nuevo, no al superhombre de Nietzsche “inflado de vida”. Segundo, ¿dónde nos da tal vida? Respuesta: en el bautismo, que es presentado de hecho como un “renacer del Espíritu” (Jn 3, 5), en los sacramentos, en la palabra de Dios, en la oración, en la fe, en el sufrimiento aceptado en unión con Cristo. Tercero, ¿cómo nos da la vida, el Espíritu? Respuesta: haciendo morir las obras de la carne. “Si con la ayuda del Espíritu hacen morir las obras de la carne vivirán” dice san Pablo en Romanos 8,13.
b. “… y procede del Padre (y del Hijo) y con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado”.
Pasemos ahora a la segunda afirmación del credo sobre el Espíritu Santo. Hasta ahora el símbolo de fe nos ha hablado de la naturaleza del Espíritu, no aún de la persona; nos ha dicho que es, no quien es el Espíritu, nos ha hablado de lo que acomuna al Espíritu Santo al Padre y al Hijo – el hecho de ser Dios y de dar la vida. Con la presente afirmación se pasa a lo que distingue al Espíritu Santo del Padre y del Hijo. Lo que lo distingue del Padre es que procede de él (otro es aquel que procede, otro aquel del que procede); lo que lo distingue del Hijo es que procede del Padre no por generación, pero por espiración, para expresarnos en términos simbólicos, no como el concepto (logos) que procede de la mente, pero como el soplo procede de la boca.
Es el elemento central del artículo del credo, aquello con lo que se entendía definir el lugar que el Paráclito ocupa en la Trinidad. Esta parte del símbolo es conocida sobre todo por el problema del Filioque, que fue por un milenio el objeto principal del desacuerdo entre Oriente y Occidente. No me detengo sobre este problema que fue incluso demasiado discutido, también porque yo mismo he hablado de él en esta sede, abordando el tema de la comunión de fe entre Oriente y Occidente, en la cuaresma del año pasado.
Me limito a poner en claro aquello que podemos recoger de esta parte del símbolo y que enriquece nuestra fe común, dejando de lado las disputas teológicas. Esto nos dice que el Espíritu Santo no es un pariente pobre de la Trinidad. No es un simple “modo de actuar” de Dios, una energía o un fluido que atraviesa el universo como pensaban los estoicos; es una “relación subsistente”, por lo tanto una persona.
No tanto la “tercera persona singular”, sino más bien “la primera persona plural”. El “Nosotros” del Padre y del Hijo[13]. Cuando, para expresarnos de manera humana, el Padre y el Hijo hablan del Espíritu Santo, no dicen “él”, sino “nosotros”, porque él es la unidad del Padre y del Hijo. Aquí se ve la fecundidad extraordinaria de la intuición de san Agustín para quien el Padre es quien ama, el Hijo el amado y el Espíritu el amor que los une, el don intercambiado. Sobre esto se basa la creencia de la Iglesia occidental, según la cual el Espíritu Santo procede “del Padre y del Hijo”.
El Espíritu Santo, a pesar de todo, quedará siempre el Dios escondido, también si logramos conocer los efectos. Él es como el viento: no se sabe de dónde viene y adónde va, pero se ven los efectos cuando pasa. Es como la luz que ilumina todo lo que está delante, quedando esa escondida. Por esto es la persona menos conocida y amada de los Tres, a pesar de que sea el Amor en persona. Nos resulta más fácil pensar en el Padre y en el Hijo como “personas”, pero es más difícil para el Espíritu.
No existen categorías humanas que puedan ayudarnos a entender este misterio. Para hablar de Dios Padre nos ayuda la filosofía que se ocupa de la causa primera (el “Dios de los filósofos”); para hablar del Hijo tenemos la analogía humana de la relación padre – hijo y tenemos también la historia, porque el Verbo se hizo carne. Para hablar del Espíritu no tenemos sino la revelación y la experiencia. La misma Escritura nos habla de él sirviéndose casi siempre de símbolos naturales: la luz, el fuego, el viento, el agua, el perfume, la paloma.
Comprenderemos plenamente quién es el Espíritu Santo solamente en el paraíso. Más aun lo viviremos en una vida que no tendrá fin, en una profundidad que nos dará inmensa alegría. Será como un fuego dulcísimo que inundará nuestra alma y la colmará de gozo, como cuando el amor arrolla el corazón de una persona y esta se siente feliz.
c. “… y ha hablado por medio de los profetas”
Estamos en la tercera y última gran afirmación sobre el Espíritu Santo. Después de haber profesado nuestra fe en la acción vivificadora y santificadora del Espíritu Santo en la primera parte del artículo (el Espíritu que es Señor y da la vida), ahora se indica también su acción carismática. De ella se nombra un carisma para todos, aquel que Pablo considera el primero por importancia, o sea la profecía. (cf. 1 Cor 14).
También del carisma profético se menciona solamente una etapa: el Espíritu que “ha hablado por medio de los profetas”, o sea en el Antiguo Testamento. La afirmación se basa sobre diversos textos de la Escritura, y en particular en 2 Pedro 21: “Movidos por el Espíritu Santo, hablaron algunos hombres de parte de Dios”.
4. Un artículo que es necesario completar
La Carta a los Hebreos dice que “después de haber hablado un tiempo por medio de los profetas, en los últimos tiempos Dios nos ha hablado en el Hijo” (cf. Eb 1,1-2). El Espíritu no ha dejado por lo tanto de hablar por medio de los profetas; lo ha hecho con Jesús y lo hace también hoy en la Iglesia. Esta y otras lagunas del símbolo fueron colmadas poco a poco en la práctica de la Iglesia, sin necesidad, por esto, de cambiar el texto del credo (como sucedió lamentablemente en el mundo latino con el añadido del Filioque). Tenemos un ejemplo en la epiclesi de la liturgia ortodoxa llamada de San Jacobo, que dice así:
“Manda tu santísimo Espíritu, Señor y vivificador, que está sentado contigo, Dios y Padre, y con tu Hijo unigénito; que reina, consustancial y coeterno. Él ha hablado en la Ley, en los profetas del Nuevo Testamento; ha bajado en forma de paloma sobre Nuestro Señor Jesucristo en el río Jordán, reposando sobre él, y bajó sobre los santos apóstoles el día de la santa Pentecostés”. [14]
Uno quedaría desilusionado por lo tanto si quisiera encontrar en el artículo sobre el Espíritu Santo todo o también solamente lo mejor de la revelación bíblica sobre él. Esto pone en evidencia la naturaleza y el límite de cada definición dogmática. Su finalidad no es decir todo sobre un dato de la fe, sino trazar un perímetro dentro del cual se debe colocar cada afirmación y que ninguna afirmación puede contradecir. A esto se añade en nuestro caso, el hecho que el artículo fue compuesto en un momento en el cual la reflexión sobre el Paráclito había apenas iniciado y, por añadidura, razones históricas contingentes (el deseo de paz del emperador) imponía un compromiso entre las partes.
Pero nosotros no tenemos solamente las pocas palabras del credo sobre el Paráclito. La teología, la liturgia y la piedad cristiana, sea en Occidente que en Oriente, han revestido de “carne y sangre” las escarzas afirmaciones del símbolo de la fe. En la secuencia de Pentecostés la íntima relación y personal del Espíritu Santo con cada alma - una dimensión completamente ausente en el símbolo - ha sido expresada con títulos como padre de los pobres, luz de los corazones, dulce huésped del alma, dulcísimo alivio.
La misma secuencia dirige al Espíritu Santo una serie de oraciones que sentimos particularmente bellas y necesarias. Concluimos proclamándolas juntas, buscando de individuar entre ellas aquella que sentimos más necesaria para nosotros:
Lava quod ests órdidum,
Riga quod est áridum,
sana quod est sáucium.

Flecte quod est rígidum,
fove quod est frígidum,
rege quod est dévium.
Lava lo que está sucio,
riega lo que está árido,
sana lo que sangra.

Dobla lo que está rígido,
calienta lo que está gélido,
endereza lo que está desviado.

 

[1] Lumen gentium 12.
[2]Cf. La riscoperta dello Spirito. Esperienza e teologia dello Spirito Santo, a cura di Claus Hartmann e Heribert Muhlen, Milano 1975 (ed. originale, Erfahrung und TheolgiedesHeiligenGeistes, München 1974).
[3] Y. Congar, Credo nello Spirito Santo,2,  Brescia 1982, pp. 157-224
[4] K. Rahner, Erfahrung des Geistes. Meditation auf Pfingsten, Herder, Friburgo  i. Br. 1977.
[5] H. Mühlen ,Der Heilige Geist als Person. Ich - Du - Wir, Münster in W., 1963
[6] U. von Balthasar, Spiritus Creator, Brescia 1972, p. 109
[7] J. Moltmann, Lo Spirito della vita, , Brescia 1994, pp. 102-108.
[8] M. Welker, Lo Spirito di Dio. Teologia dello Spirito Santo, Brescia 1995, p.62.
[9] Editi da Libreria Editrice Vaticana nel 1983.
[10]Third Article Theology: A PneumatologicalDogmatics, a cura di MykHabets, Fortress Press, Settembre 2016.
[11] Basilio di Cesarea, De  SpirituSancto XVIII, 47 (PG 32 , 153).
[12] S. Atanasio, Cartas a Serapiòn, I, 24 (PG 26, 585).

[13]Cf H. Mühlen, Der Heilige Geist als Person. Ich - Du - Wir, Aschendorff, Münster in W. 1963. Il primo a definire lo Spirito Santo il «divino Noi» è stato S. Kierkegaard, Diario II A 731 (23 aprile 1838).
[14] In A. Hänggi - I. Pahl, PrexEucharistica, Fribourg, Suisse, 1968, p. 250.