miércoles, 7 de diciembre de 2016

Nuevo ciclo de Catequesis del Papa Francisco: “La esperanza cristiana”







Audiencia General del Papa Francisco en el Aula Pablo VI del Vaticano. - REUTERS
07/12/2016 11:20
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Texto completo y audio de la catequesis del Papa Francisco
 
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy iniciamos una nueva serie de catequesis, sobre el tema de la esperanza cristiana. Es muy importante, porque la esperanza no defrauda. ¡El optimismo defrauda, la esperanza no! ¿Entendido? Tenemos tanta necesidad, en estos tiempos que parecen oscuros, en el cual a veces nos sentimos perdidos ante el mal y la violencia que nos circunda, ante el dolor de tantos hermanos nuestros. ¡Se necesita la esperanza! Nos sentimos perdidos y también un poco desanimados, porque nos encontramos impotentes y nos parece que esta oscuridad no tiene cuando acabar.
Pero, no es necesario dejar que la esperanza nos abandone, porque Dios con su amor camina con nosotros. Yo espero, porque Dios está junto a mí. Y esto podemos decirlo todos nosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina conmigo!”. Camina y me lleva de la mano. ¡Dios no nos deja solos! El Señor Jesús ha vencido el mal y nos ha abierto el camino de la vida.
Y entonces, en particular en este tiempo de Adviento, que es el tiempo de la espera, en el cual nos preparamos para acoger una vez más el misterio consolador de la Encarnación y la luz de la Navidad, es importante reflexionar sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor que cosa quiere decir esperar. Escuchemos pues las palabras de la Sagrada Escritura, iniciando con el profeta Isaías, el gran profeta del Adviento, el gran mensajero de la esperanza.
En la segunda parte de su libro, Isaías se dirige al pueblo con un anuncio de consolación: «¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está paga […]».Una voz proclama: «¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies! Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor» (40,1-2.3-5). Esto es aquello que dice el profeta Isaías.
Dios Padre consuela suscitando consoladores, a quienes pide confortar al pueblo, a sus hijos, anunciando que ha terminado la tribulación, ha terminado el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo que sana el corazón afligido y atemorizado. Por eso, el profeta pide preparar el camino del Señor, abriéndose a sus dones y a su salvación.
La consolación, para el pueblo, comienza con la posibilidad de caminar en la vía de Dios, un camino nuevo, justo y accesible, un camino para preparar en el desierto, así para poderlo atravesar y regresar a la patria. Porque el pueblo al cual el profeta se dirige estaba viviendo, en aquel tiempo, la tragedia del exilio en Babilonia, y ahora en cambio escucha que podrá regresar a su tierra, a través de un camino grato y extenso, sin valles y montañas que hacen cansado el camino, un sendero llano en el desierto. Preparar este camino quiere decir, preparar un camino de salvación, un camino de liberación de todo obstáculo y dificultad.
El exilio del pueblo de Israel había sido un momento dramático en la historia, cuando el pueblo había perdido todo. El pueblo había perdido la patria, la libertad, la dignidad, y también la confianza en Dios. Se sentía abandonado y sin esperanza. En cambio, ahí está la llamada del profeta que abre nuevamente el corazón a la fe. El desierto es un lugar en el cual es difícil vivir, pero justamente ahí ahora se podrá caminar para regresar no solo a la patria, sino regresar a Dios, y volver a esperar y sonreír. Cuando nosotros estamos en la oscuridad, en las dificultades no sonreímos. Es justamente la esperanza que nos enseña a sonreír en aquel camino para encontrar a Dios. Una de las cosas, de las primeras cosas, que suceden a las personas que se alejan de Dios es que son personas sin sonrisa. Tal vez son capaces de dar una gran carcajada, una detrás de otra; un chiste, una carcajada… ¡Pero falta la sonrisa! La sonrisa solamente lo da la esperanza. ¿Han entendido esto? Es la sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios.
La vida muchas veces es un desierto, es difícil caminar dentro de la vida, pero si confiamos en Dios puede convertirse en bello y amplio como una autopista. Basta no perder jamás la esperanza, basta continuar creyendo, siempre, no obstante todo. Cuando nos encontramos ante un niño, tal vez podemos tener tantos problemas, tantas dificultades, pero cuando nos encontramos ante un niño nos surge dentro una sonrisa, la simplicidad, porque nos encontramos ante la esperanza: ¡un niño es la esperanza! Y así debemos ver en la vida, en este camino, la esperanza de encontrar a Dios, Dios se ha hecho Niño. Y nos hará sonreír, nos dará todo.
Justamente estas palabras de Isaías son usadas después por Juan el Bautista en su predicación que invita a la conversión. Decía así: «Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Mt 3,3). Una voz que grita donde parece que nadie puede escuchar, pero ¿Quién puede escuchar en el desierto? Los lobos… Y que grita en el desconcierto debido a la crisis de fe. Nosotros no podemos negar que el mundo de hoy está en crisis de fe. Si, luego decimos: “Yo creo en Dios, soy cristiano” – “Yo soy de esta religión…” Pero tu vida está lejos del ser cristiano; está lejos de Dios. La religión, la fe ha quedado en una palabra: “¿Yo creo?” – “Si”. Pero no, aquí se trata de regresar a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por este camino para encontrarlo. Él nos espera. Esta es la predicación de Juan el Bautista: preparar. Preparar el encuentro con este Niño que nos devolverá la sonrisa. Los Israelitas, cuando el Bautista anuncia la llegada de Jesús, es como si todavía estuvieran en exilio, porque están bajo la dominación romana, que los hace extranjeros en su misma patria, gobernados por los poderosos ocupantes que deciden sobre sus vidas. Pero la verdadera historia no es aquella hecha por los poderosos, sino aquella hecha por Dios junto con sus pequeños. La verdadera historia – aquella que quedará en la eternidad – es aquella que escribe Dios con sus pequeños: Dios con María, Dios con Jesús, Dios con José, Dios con los pequeños. Aquellos pequeños y simples que encontramos alrededor de Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la esterilidad; María, joven muchacha virgen prometida como esposa a José; los pastores, que eran despreciados y no contaban nada. Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. Y la esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza; no saben qué cosa es.
Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús los que transforman el desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino llano sobre el cual caminar para ir al encuentro de la gloria del Señor. Y llegamos a la conclusión: dejémonos enseñar la esperanza. ¡Dejémonos enseñar la esperanza! Esperemos confiados la llegada del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas y cada uno sabe en qué desierto camina, cualquiera sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín florido. ¡La esperanza no defrauda! Lo decimos otra vez: “¡La esperanza no defrauda!”. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)


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El Papa en Sta. Marta: Dios no viene a condenar sino a salvar

En la homilía de este martes, el Santo Padre presenta la historia de Judas como la oveja perdida

El Papa en Santa Marta - © Osservatore Romano
El Papa en Santa Marta - © Osservatore Romano
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha explicado en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta que quien no conoce la ternura de Dios no conoce la doctrina cristiana. En el centro de la predicación del Papa ha estado el Evangelio de la oveja perdida con la alegría por el consuelo del Señor que no deja de buscarnos. Él viene como un juez –explica Francisco– pero un juez que acaricia, un juez que está lleno de ternura: hace de todo para salvarnos. No viene “a condenar sino a salvar”, busca a cada persona, nos ama personalmente, “no ama a la masa indistinta” sino que “nos ama por nombre, nos ama como somos”.
El papa Francisco ha explicado que la oveja perdida no se ha perdido porque no tenía una brújula en la mano, conocía bien el camino. “Se ha perdido porque tenía el corazón enfermo” cegado por una “disociación interior” y huye “para alejarse del Señor, para saciar esa oscuridad interior que la lleva a la doble vida”: estar en el rebaño y escapar en la oscuridad. Así, el Santo Padre ha recordado que el Señor conoce estas cosas y va a buscarla. “La figura que más me hace entender la actitud del Señor con la oveja perdida es la actitud del Señor con Judas”, ha reconocido.
La oveja perdida más perfecta en el Evangelio es Judas: “un hombre que siempre, siempre tenía algo de amargura en el corazón, algo para criticar a los otros, siempre”. No sabía –ha explicado el Pontífice– la dulzura de la gratuidad de vivir con todos los demás. Y como no está satisfecha esta oveja “escapaba”. Es la doble vida de muchos cristianos, ha advertido el Santo Padre. “La doble vida de muchos cristianos, también, con dolor, podemos decir sacerdotes, obispos…”. Y Judas era obispo, era uno de los primeros obispos, ha observado el Papa.
En esta línea, el Obispo de Roma ha invitado a entender a las ovejas perdidas. “También nosotros tenemos siempre alguna cosita, pequeña o no tan pequeña, de las ovejas perdidas”, ha reconocido. Lo que hace la oveja perdida –ha especificado– no es tanto un error sino una enfermedad que está en el corazón y que el diablo se aprovecha. De este modo, Judas, con su “corazón dividido, disociado”, es “el icono de la oveja perdida” y que el pastor va a buscar.
Pero Judas no entiende y al final cuando vio “eso que la propia doble vida hizo en la comunidad”, “el mal que sembró”, “con su oscuridad interior”, que lo llevaba a “escapar siempre”, buscando luces que no eran la luz del Señor sino luces como “decoraciones de Navidad”, “luces artificiales”, se desesperó.
Por otro lado, el Pontífice ha señalado que hay una palabra en la Biblia que dice que Judas se ha ahorcado, ahorcado y “arrepentido”. Yo creo –ha asegurado– que el Señor tomará esa palabra y la llevará consigo, no lo sé, puede ser, pero esa palabra nos hace dudar. Esa palabra significa, ha indicado el Papa, que hasta el final el amor de Dios trabajaba en ese alma, hasta el momento de la desesperación. Y esta es “la actitud del buen pastor con las ovejas perdidas”.
Este es el anuncio, “el feliz anuncio que nos trae la Navidad y que nos pide esta sincera alegría que cambia el corazón, que nos lleva a dejarnos consolar por el Señor y no por los consuelos que buscamos para desahogarnos, para huir de la realidad, huir de la tortura interior, de la división interior”.
Jesús cuando encuentra la oveja perdida no la insulta, aunque haya hecho  mucho mal. De este modo, el Santo Padre ha recordado que en el huerto de los olivos llama a Judas “amigo”. Así, ha explicado que “quien no conoce las caricias del Señor no conoce la doctrina cristiana”, “quien no se deja acariciar por el Señor está perdido”.
Finalmente, el Papa ha pedido que el Señor nos dé esta gracia de “esperar la Navidad con nuestras heridas, con nuestros pecados, sinceramente reconocidos, esperar el poder de este Dios que viene a consolarnos, que viene con poder pero su poder es la ternura, las caricias que han nacido de su corazón, su corazón tan bueno que ha dado la vida por nosotros”. 



TEXTO: Entrevista al Papa Francisco en el semanario católico belga "Tertio"



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Imagen referencial. Foto: Lucía Ballester / ACI Prensa
Imagen referencial. Foto: Lucía Ballester / ACI Prensa
VATICANO, 07 Dic. 16 / 03:38 am (ACI).- El Papa ha concedido una nueva entrevista, en español, al semanal católico de Bélgica “Tertio” que le fue realizada hace dos semanas con motivo del fin del Jubileo de la Misericordia. En ella, el Pontífice habla de la laicidad, el Concilio Vaticano II, de las guerras, los jóvenes o los medios de comunicación. El texto fue difundido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
A continuación, el texto completo de la entrevista:
(Interlocutor) Representante de los obispos para los medios de comunicación…
(Papa Francisco) Usted me trajo ya una vez unos chicos que hicieron buenas preguntas…
(Interlocutor) Hay un papa que da buenas respuestas…
(Papa Francisco) Yo espero un poquitito… quiero ver las preguntas, que no las he visto…
PREGUNTA - En nuestro país estamos viviendo un periodo en el cual la política nacional quiere separar la religión de la vida pública, por ejemplo en el currículo educacional. Es opinión que, en tiempos de secularización, la religión tiene que ser reservada a la vida privada. ¿Cómo podemos ser al mismo tiempo Iglesia misionera, saliendo hacia la sociedad, y vivir la tensión creada por esta opinión pública?
PAPA - Bueno, yo no quiero ofender a nadie pero esta postura es una postura anticuada. Esta es la herencia que nos dejó la Ilustración -¿no es cierto?- donde todo hecho religioso es una subcultura. Es la diferencia entre laicismo y laicidad. Esto lo he hablado con los franceses. El Vaticano II nos habla de la autonomía de las cosas o de los procesos o de las instituciones. Hay una sana laicidad, por ejemplo, la laicidad del estado. En general, el estado laico es bueno. Es mejor que un estado confesional, porque los estados confesionales terminan mal.
Pero una cosa es laicidad y otra cosa es laicismo. Y el laicismo cierra las puertas a la trascendencia: a la doble trascendencia, tanto la trascendencia hacia los demás como, sobre todo, la trascendencia hacia Dios. O hacia lo que está Más Allá. Y la apertura a la trascendencia forma parte de la esencia humana. Es parte del hombre. No estoy hablando de religión, estoy hablando de apertura a la trascendencia.
Entonces, una cultura o un sistema político que no respete la apertura a la trascendencia de la persona humana, poda, corta a la persona humana. O sea, no respeta a la persona humana. Esto es más o menos lo que pienso yo. Entonces, mandar a la sacristía cualquier acto de trascendencia es una asepsia. Que no dice con la naturaleza humana, se le corta a la naturaleza humana buena parte de la vida, que es la apertura.
PREGUNTA - Usted se preocupa de la relación interreligiosa. En nuestros tiempos convivimos con el terrorismo, con la guerra. A veces se comenta que la raíz de las guerras actuales está en la diferencia entre religiones. ¿Qué decir sobre esto?
PAPA - Creo que sí, el comentario está. Pero ninguna religión como tal puede fomentar la guerra. Porque está en ese caso proclamando un dios de destrucción, un dios de odio. No se puede hacer la guerra en nombre de Dios o en nombre de una postura religiosa. No se puede hacer la guerra. En ninguna religión. Y, por lo tanto, el terrorismo, la guerra, no están relacionados con la religión. Se usan deformaciones religiosas para justificarla. Eso sí. Ustedes son testigos de eso, lo han vivido en su patria. Pero son deformaciones religiosas que no hacen a la esencia de lo religioso.
Lo religioso más bien es amor, unidad, respeto, diálogo, todas esas cosas, pero no en ese aspecto. O sea, que en eso hay que ser taxativo. O sea, ninguna religión por el hecho religioso proclama la guerra. Deformaciones religiosas, sí. Por ejemplo, todas la religiones tienen grupos fundamentalistas. Todas. Nosotros también. Y desde ahí, destruyen desde su fundamentalismo. Pero esos grupitos religiosos que deformó, “enfermó” la propia religión, y de ahí pelea, o hace la guerra, o hace la división en la comunidad, que es una forma de guerra. Pero esos son los grupos fundamentalistas que tenemos todas las religiones. Siempre hay un grupito…
PREGUNTA - Otra cuestión de guerra. Conmemoramos los 100 años de la Primera Guerra mundial. ¿Qué diría usted al continente europeo de la consigna postguerra “Nunca más la guerra”? 
PAPA - Al continente europeo le he hablado tres veces: dos en Estrasburgo y una el año pasado o este año –no recuerdo- cuando el premio Calomagno [6 de mayo de 2016]. Creo que ese “Nunca más la guerra” no fue tomado en serio, porque después de la primera vino la segunda, y después de la segunda está esta tercera que estamos viviendo ahora a pezzeti, a pedacitos. Estamos en guerra. El mundo está haciendo la tercera guerra mundial: Ucrania, Medio Oriente, África, Yemen…
Es muy serio. Entonces, “nunca más la guerra” de la boca para fuera, pero mientras tanto fabricamos armas, y las vamos vendiendo, y las vamos vendiendo a los mismos contrincantes. Porque un mismo fabricante de armas le vende a este y a este, que están en guerra entre ellos. Es verdad. Hay una teoría económica que yo nunca traté de constatar, pero la he leído en varios libros: que en la historia de la humanidad, cuando un Estado encontraba que sus balances no andaban, hacían una guerra y ponían en equilibrio sus balances. Es decir, es una de las formas de hacer riqueza más fáciles. Claro, el precio es muy caro: sangre.
Ese “Nunca más la guerra” creo que es algo que Europa lo dijo sinceramente, lo dijo sinceramente. Schumann, De Gasperi, Adenauer… lo dijeron sinceramente. Pero después… Hoy día hacen falta líderes; Europa necesita líderes, líderes que vayan adelante… Bueno, no voy a repetir lo que dije en los tres discursos
PREGUNTA - ¿Hay alguna posibilidad de que usted venga a Bélgica por esta conmemoración?
PAPA - No, no está previsto, no. No está previsto. Bélgica, yo iba cada año y medio cuando era [superior] provincial, porque ahí había una asociación de Amigos de la Universidad Católica de Córdoba. Yo era canciller… Entonces iba allí a hablarles. Ellos hacían sus Ejercicios [espirituales]. E iba a agradecerles. Y le tomé cariño a Bélgica. Para mí la ciudad más linda de Bélgica no es la suya sino Brujas… [ríe]
[Entrevistador: Tengo que decirle que mi hermano es jesuita.
Papa: ¿Ah, sí? ¡No lo sabía!
Entrevistador: Por eso, a pesar de ser jesuita es buena gente.
Papa: Le iba a preguntar si era católico… (ríe y ríen)]
PREGUNTA - Estamos terminando el Año de la Misericordia. ¿Puede decir cómo ha vivido el año y qué espera cuando el año ha terminado?
PAPA - El Año de la Misericordia no fue una idea que se me ocurrió a mí de golpe. Viene desde el beato Pablo VI. Ya Pablo VI había hecho algunos pasos para redescubrir la misericordia de Dios. Después, San Juan Pablo II asentó mucho esto con tres hechos: la encíclica Dives in Misericordia, la canonización de Santa Faustina; y la fiesta de la Divina Misericordia en la Octava de Pascua; y él muere en una víspera de esta fiesta.
Y ya ahí como que encaminó a la iglesia en ese camino. Y yo sentí que el Señor quería esto. Fue, fue… No sé cómo se formó la idea en mi corazón, que un buen día le dije a Monseñor Fisichella, que vino por asuntos de su dicasterio. Le dije: “Cómo me gustaría hacer un Jubileo, un Año Jubilar de la Misericordia.” Y él me dijo: “¿Y por qué no?”.
Y así comenzó el Año de la Misericordia. Es la mejor garantía de que no fue una ocurrencia humana sino que viene de arriba. Creo que el Señor la inspiró. Y evidentemente se hizo mucho bien. Por otro lado, el hecho de que el Jubileo no fuera solo en Roma, sino en todo el mundo, en todas las diócesis, y dentro de cada diócesis, como que movió, movió, y la gente se movilizó mucho. Se movilizó mucho y se sintió llamada a reconciliarse con Dios, a reencontrar al Señor, a sentir la caricia del Padre.
PREGUNTA - El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer hizo la distinción entre la gracia barata y la preciosa. ¿Qué significa para usted la misericordia barata o preciosa?
PAPA - La misericordia es preciosa y barata. No sé cómo es el texto de Bonhoeffer, no lo conozco cuando explica esto. Pero… Es barata porque no hay que pagar nada: no hay que comprar indulgencias, es puro regalo, puro don; y es preciosa porque es el don más precioso. Hay un libro que se hizo en base a una entrevista que me hicieron, cuyo título es “El nombre de Dios es Misericordia”, y es preciosa porque es el nombre de Dios: Dios es Misericordia.
Me hace recordar a ese padre que tenía en Buenos Aires -que sigue celebrando misa y trabaja, ¡y tiene 92 años!- y al comenzar la Misa siempre da unos avisos. Es muy enérgico. 92 años, predica muy bien, la gente lo va a escuchar. “Por favor, apaguen los teléfonos”… y estaba la misa, y comenzaba el ofertorio, y un teléfono. Se paró, y dijo: “Por favor, apaguen el teléfono”. Y el monaguillo que estaba al lado, le dijo: “Padre, es el suyo”. Y entonces él se lo sacó, y dijo: “Aló” (Ríen)
PREGUNTA - A nosotros nos parece que usted está indicando el Vaticano II en los tiempos de hoy. Nos va indicando caminos de renovación en la Iglesia. La Iglesia sinodal… En el sínodo explicó su visión la Iglesia del futuro. ¿Podría explicarlo para nuestros lectores?
PAPA - La “Iglesia sinodal”. Tomo esta palabra. La Iglesia nace de las comunidades, nace de la base, de la comunidad, nace del bautismo, y se organiza en torno a un obispo que la convoca, le da fuerza. El obispo que es sucesor de los apóstoles. Esta es la Iglesia. Pero en todo el mundo hay muchos obispos, muchas iglesias organizadas, y está Pedro.
Entonces, o hay una Iglesia piramidal, donde lo que dice Pedro se hace, o hay una Iglesia sinodal, donde Pedro es Pedro, pero acompaña a la Iglesia y la hace crecer, la escucha; más aún, él aprende de eso, y va como armonizando, discerniendo lo que viene de las iglesias, y lo devuelve. La esperiencia más rica de esto fueron los dos últimos sínodos. Ahí se escuchó a todos los obispos del mundo, con la preparación; a todas las iglesias del mundo: las diócesis, trabajaron. Todo ese material vino.
Después volvió. Y volvió una segunda vez al segundo sínodo para completar esto. De ahí salió Amoris Laetitia. Es curioso la riqueza de la diferencia de matices. Es propio de la iglesia. Es unidad en la diferencia. Eso es sinodalidad. No bajar de arriba a abajo, sino escuchar a la iglesias, armonizarlas, discernir. Entonces, hay una exhortación postsinodal, que es Amoris Laetitia, que es el resultado de dos sínodos, donde trabajó toda la Iglesia, y que el Papa hizo suya. Lo expresa de una manera armónica.
Es curioso: todo lo que está ahí [en Amoris Laetitia] en el sínodo fue aprobado por más de dos tercios de los padres. Lo cual es una garantía. Una iglesia sinodal significa que se da este movimiento de arriba a abajo, de arriba a abajo. En las diócesis lo mismo. Pero hay una fórmula latina que dice que las iglesias siempre están cum Petro e sub Petro (con Pedro y bajo Pedro).
Pedro es el garante de la unidad de la Iglesia, el garante. Así que… ese es el sentido. Y hay que progresar en la sinodalidad. Que es una de las cosas que los ortodoxos han conservado. Y las iglesias católicas orientales también. Es una riqueza de ellos. Yo lo reconozco en la encíclica.
PREGUNTA - A mí me parecía que el pasaje que ha hecho el sínodo segundo del método de “ver, juzgar y actuar” hacia “escuchar, comprender y acompañar”. Es muy distinto. Son las cosas que yo digo a la gente constantemente. El pasaje que da el sínodo es de “ver, juzgar y actuar”, hacia escuchar la realidad de la gente, comprenderla bien y después acompañar a la gente en su camino.
PAPA - Porque cada uno dijo lo que pensaba, sin miedo a sentirse juzgado. Y todos estaban en actitud de escuchar, sin condenar. Después se discutía como hermanos en los grupos. Pero una cosa es como hermanos y otra es condenar a priori. Una libertad de expresión hubo ahí muy grande. Y eso es lindo.
PREGUNTA - En Cracovia usted ofreció a los jóvenes impulsos preciosos. ¿Cuál sería un mensaje particular para los jóvenes de nuestro país?
PAPA - Que no tengan miedo, que no tengan vergüenza de la fe, que no tengan vergüenza de buscar caminos nuevos. Hay jóvenes que no son creyentes: no te preocupes, buscá el sentido a la vida. A un joven yo le daría dos consejos: “buscar horizontes” y “no te jubiles a los 20 años”. Es muy triste ver un joven jubilado a los 20-25 años. Buscá horizontes, seguí adelante y seguí trabajando en esta tarea humana.
PREGUNTA - Una última pregunta, Santo Padre, una opinión sobre los medios de comunicación.
PAPA - Los medios de comunicación tienen una responsabilidad muy grande. Hoy en día, en sus manos está la posibilidad y la capacidad de formar opinión. Pueden formar una buena o mala opinión. Los medios de comunicación son constructores de una sociedad. Por sí mismos, son para construir. Para intercambiar. Para fraternizar, para hacer pensar, para educar.
En sí mismos son positivos. Por supuesto que, como todos somos pecadores, también los medios pueden caer –los que hacemos medios, yo estoy acá usando un medio de comunicación- en hacer daño. Y los medios de comunicación tienen sus tentaciones. Pueden ser tentados de calumnia (entonces, usados para calumniar y ensuciar a la gente), sobre todo en el mundo de la política; pueden ser usados como difamación (toda persona tiene derecho a la buena fama, pero por ahí en su vida anterior, o en su vida pasada, o hace diez años tuvo un problema con la justicia, o un problema en su vida familiar… entonces, sacar a la luz hoy eso es grave, hace daño, se anula a una persona).
En la calumnia se dice  una mentira de una persona. En la difamación se saca una carpeta –como decimos en Argentina, se hace un carpetazo-, y te sacan algo que es verdad pero que ya pasó. Y quizás ya pagó con la cárcel, o con la multa, o con lo que sea, ese delito. No hay derecho a eso. Eso es pecado y hace mal. Y una cosa que puede hacer mucho daño en los medios de comunicación es la desinformación. Es decir, frente a cualquier situación decir una parte de la verdad y no la otra. ¡No! Eso es desinformar.
Porque vos, al televidente, le das la mitad de la verdad. Y por tanto no puede hacer un juicio serio sobre la verdad completa. La desinformación es probablemente el daño más grande que puede hacer un medio. Porque orienta la opinión en una dirección, quitando la otra parte de la verdad. Y después, los medios yo creo que tienen que ser muy limpios, muy limpios y muy transparentes.
Y no caer –sin ofender, por favor- en la enfermedad de la coprofilia: que es buscar siempre comunicar el escándalo, comunicar las cosas feas, aunque sean verdad. Y como la gente tiene la tendencia a la coprofagia, se puede hacer mucho daño. Así que yo diría esas cuatro tentaciones. Pero son constructores de opinión y pueden edificar, y hacer un bien inmenso, inmenso.
PREGUNTA - Terminando, una palabra solo para los sacerdotes. No un discurso, porque me están diciendo que tengo que terminar… ¿Cuál es lo más importante para un sacerdote?
PAPA - Es una respuesta un poco salesiana. Me sale del corazón: “Acordate que tenés madre que te quiere. No dejés de amar a tu madre la Virgen”. Segundo: dejate mirar por Jesús. Tercero: buscá la carne sufriente de Jesús en los hermanos. Ahí te vas a encontrar con Jesús. Eso como base. De ahí sale todo.
Si vos sos un sacerdote huérfano, que te olvidaste que tenés madre; si vos sos un sacerdote que te desenganchás de quien te llamó, que es Jesús, nunca vas a poder llevar el Evangelio. ¿Cuál es el camino? La ternura. Tengan ternura. No tengan vergüenza los curas de tener ternura. Acaricien la sangre sufriente de Jesús. Hoy hace falta una revolución de la ternura en este mundo que padece la enfermedad de la cardio-esclerosis.
PREGUNTA - ¿La cardio…?
PAPA - La cardioesclerosis.

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