domingo, 19 de mayo de 2024

Solemnidad de Pentecostés

 

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SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

PAPA FRANCISCO

REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
Domingo, 19 de mayo de 2024

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Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz fiesta de Pentecostés, buenos días!

Hoy, Solemnidad de Pentecostés, celebramos el descenso del Espíritu Santo sobre María y sobre los apóstoles. En el Evangelio de la liturgia, Jesús habla del Espíritu Santo, y dice que Él nos enseña “todo lo que ha oído” (cfr. Jn 16,13). Pero, ¿qué significa esta expresión? ¿Qué ha escuchado el Espíritu Santo? ¿De qué nos habla?

Nos habla con palabras que expresan sentimientos maravillosos, como el afecto, la gratitud, la confianza, la misericordia. Palabras que nos permiten conocer una relación bella, luminosa, concreta y duradera, como es el Amor eterno de Dios: las palabras que el Padre y el Hijo se dicen. Son precisamente las palabras transformadoras del amor las que el Espíritu Santo repite en nuestro interior, y las que nos hace bien escuchar, porque estas palabras hacen nacer y crecer en nuestro corazón los mismos sentimientos y los mismos propósitos: son palabras fecundas.  

Por eso, es importante que nos nutramos todos los días de las Palabras de Dios, de las Palabras de Jesús, inspiradas por el Espíritu. Y muchas veces digo: tengamos un Evangelio pequeño, de bolsillo, llevémoslo con nosotros y leamos un pasaje del Evangelio aprovechando los momentos favorables.

El sacerdote y poeta Clemente Rebora, hablando de su conversión, escribía en el diario: «¡Y la Palabra acalló mi palabrerío!» (Curriculum vitae). La Palabra de Dios silencia nuestra palabrería superficial y nos hace decir palabras serias, palabras bellas, palabras alegres. «¡Y la Palabra acalló mi palabrerío!». Escuchar la Palabra de Dios silencia el palabrerío. He aquí cómo dar espacio en nosotros a la voz del Espíritu Santo. Y, además, mediante la Adoración -no olvidemos la oración de adoración en silencio-, especialmente si es sencilla y silenciosa. Y allí, digamos dentro de nosotros palabras buenas, digámoslas al corazón, para poder decirlas luego a los demás, los unos a los otros; de este modo se ve que provienen de la voz del Espíritu que consuela.

Queridos hermanos y hermanas, leer y meditar el Evangelio, rezar en silencio, decir palabras buenas, no son cosas difíciles, no,  todos podemos hacerlo. Es más fácil que insultar, enfadarse… Por eso, preguntémonos: ¿qué lugar tienen estas palabras en mi vida? ¿Cómo puedo cultivarlas, a fin de ponerme a escuchar mejor al Espíritu Santo y ser su eco para los demás?

Que María, presente en Pentecostés con los apóstoles, nos haga dóciles a la voz del Espíritu Santo.

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Después del Regina Caeli

Queridos hermanos y hermanas,

El Espíritu Santo es Aquel que crea la armonía: la armonía. Y la crea a partir de realidades diferentes, a veces conflictivas. Hoy, solemnidad de Pentecostés, oremos al Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, para que cree armonía en los corazones, armonía en las familias, armonía en la sociedad, armonía en el mundo entero. Que el Espíritu haga crecer la comunión y la fraternidad entre los cristianos de las distintas confesiones; y done a los gobernantes la valentía de realizar gestos de diálogo que lleven a poner fin a las guerras, las muchas guerras de hoy. Pensemos en Ucrania: mi pensamiento se dirige en especial a la ciudad de Kharkiv, que sufrió un ataque hace dos días. Pensemos en Tierra Santa, en Palestina, en Israel. Pensemos en tantos lugares donde hay guerra: que el Espíritu lleve a los responsables de las naciones y a todos nosotros a abrir puertas de paz.

Deseo expresar mi gratitud por la acogida y el afecto de los veroneses, en mi visita de ayer: ¡los veroneses lo han hecho muy bien! Gracias, gracias. Pienso de modo especial en la cárcel de Verona, pienso en las detenidas, en los detenidos, que me han testimoniado, una vez más, que detrás de los muros de una cárcel palpitan la vida, la humanidad, la esperanza. A todo el personal del penitenciario y, en particular, a la directora, la dra. Francesca Gioieni, va mi sincero agradecimiento.

Saludo a todos ustedes, peregrinos de Roma y de distintos lugares de Italia y del mundo. Saludo especialmente a los de Timor-Leste: ¡iré a verlos pronto!; a los de Letonia y Uruguay; así como a la comunidad paraguaya de Roma, que festeja a la Virgen de Caacupé; y a la Misión católica portuguesa de Lucerna.

Saludo a los jóvenes de la Inmaculada; saludo a las monjas que están allí, ¡muy bien! Saludo a los fieles de Benevento, Porto Azzurro y Terracina; y al Instituto “Caterina di Santa Rosa” de Roma.

Deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

 



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La caridad

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 15 de mayo de 2024

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[El siguiente texto también incorpora partes no leídas que se consideran pronunciadas]
 

Catequesis. Vicios y virtudes. 19. La caridad

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy vamos a hablar de la tercera virtud teologal, la caridad. Las otras dos, recordamos, eran la fe y la esperanza: hoy hablaremos de la tercera, la caridad. Es el culmen de todo el itinerario que hemos recorrido con las catequesis sobre las virtudes. Pensar en la caridad ensancha inmediatamente el corazón, la mente corre hacia las inspiradas palabras de San Pablo en la Primera Carta a los Corintios. Como conclusión de ese maravilloso himno, San Pablo cita la tríada de las virtudes teologales y exclama: “En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor” (1 Co 13,13). Pablo dirige estas palabras a una comunidad que distaba mucho de ser perfecta en el amor fraterno: los cristianos de Corinto eran más bien pendencieros, había divisiones internas, había quienes pretendían tener siempre la razón y no escuchaban a los demás, considerándolos inferiores. A ellos Pablo les recuerda que la ciencia engríe, mientras que la caridad edifica (cf. 1 Co 8,1). A continuación, el Apóstol recoge un escándalo que afecta incluso al momento de mayor unidad de una comunidad cristiana, a saber, la "Cena del Señor", la celebración de la Eucaristía: incluso allí hay divisiones, y hay quien aprovecha para comer y beber excluyendo a los que no tienen nada (cf. 1 Co 11,18-22). Frente a esto, Pablo pronuncia un juicio severo: "Así pues, cuando se reúnen, lo suyo ya no es comer la cena del Señor" (v. 20): ustedes tienen otro ritual, que es pagano. No es la cena del Señor.   

Quién sabe, tal vez nadie en la comunidad de Corinto pensara que había pecado y aquellas duras palabras del Apóstol sonaban un poco incomprensibles para ellos. Probablemente todos estaban convencidos de que eran buenas personas y, al ser interrogados sobre el amor, habrían respondido que el amor era, sin duda, un valor muy importante para ellos, al igual que la amistad y la familia. Incluso hoy en día, el amor está en boca de muchos, está en la boca de muchos; en la boca de muchos "influencers" y en los estribillos de muchas canciones. Se habla tanto del amor, pero ¿qué cosa es el amor?

"¿Pero el otro amor?", parece preguntar Pablo a sus cristianos de Corinto. No el amor que sube, sino el que baja; no el que quita, sino el que da; no el que aparece, sino el que está oculto. A Pablo le preocupa que en Corinto -como también entre nosotros hoy- haya confusión y que, de la virtud teologal del amor, la que viene solo de Dios, en realidad no haya ni rastro. Y si incluso de palabra todos aseguran que son buenas personas, que aman a su familia y a sus amigos, en realidad saben muy poco del amor de Dios. 

Los cristianos de la antigüedad tenían varias palabras griegas para definir el amor. Finalmente, surgió la palabra "ágape", que normalmente traducimos por "caridad". Porque, en realidad, los cristianos son capaces de todos los amores del mundo: también ellos se enamoran, más o menos como le ocurre a todo el mundo. También experimentan la bondad de la amistad. Asimismo, experimentan el amor a la patria y el amor universal a toda la humanidad. Pero hay un amor más grande, un amor que viene de Dios y se dirige a Dios, que nos empuja a amar a Dios, a convertirnos en sus amigos, y nos impulsa a amar al prójimo como Dios lo ama, con el deseo de compartir la amistad con Dios. Este amor, por causa de Cristo, nos lleva a donde humanamente no iríamos: es amor por los pobres, por lo que no es amable, por los que no nos quieren y no son agradecidos. Es amor por lo que nadie amaría; incluso por el enemigo. Incluso por el enemigo. Esto es "teologal", esto viene de Dios, es obra del Espíritu Santo en nosotros. 

Jesús predica, en el Sermón de la Montaña: “Si aman a los que los aman, ¿qué mérito tienen? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacen bien solo a los que les hacen bien, ¿qué mérito tienen? También los pecadores hacen lo mismo” (Lc 6,32-33). Y concluye: "Por el contrario, amen a sus enemigos - nosotros estamos acostumbrados a hablar mal de los enemigos- hagan el bien y presten sin esperar nada, con generosidad, y será grande su recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos” (v. 35). Recordemos esto: “amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada”. No lo olvidemos.

En estas palabras, el amor se revela como una virtud teologal y toma el nombre de "caridad". El amor es caridad. Enseguida nos damos cuenta de que es un amor difícil, incluso imposible de practicar si no se vive en Dios. Nuestra naturaleza humana nos hace amar espontáneamente lo que es bueno y bello. En nombre de un ideal o de un gran afecto podemos incluso ser generosos y realizar actos heroicos. Pero el amor de Dios va más allá de estos criterios. El amor cristiano abraza lo que no es amable, ofrece el perdón- cuan difícil es perdonar: cuanto amor hace falta para perdonar: El amor cristiano bendice a los que maldicen, y estamos acostumbrados ante un insulto, una maldición, a responder con otro insulto, con otra maldición. Es un amor tan audaz que parece casi imposible, y sin embargo es lo único que quedará de nosotros. El amor es la “puerta estrecha” por la que debemos pasar para entrar en el Reino de Dios. Porque al atardecer de la vida no seremos juzgados por el amor genérico, sino juzgados precisamente por la caridad, por el amor que hemos dado concretamente. Y Jesús nos dice esto tan bello: "En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron" (Mt 25,40). Esta es la cosa bella, la cosa grande del amor. ¡Adelante y ánimo!

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que aumente nuestra caridad y nos conceda un corazón abierto, un corazón generoso para no ser indiferentes ante las necesidades de los demás. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

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Resumen leído por el Santo Padre en español 

Queridos hermanos y hermanas:

Nuestra reflexión de hoy es sobre la caridad, tercera virtud teologal; es decir: la fe, la esperanza y la caridad son virtudes teologales. Y con esto completamos nuestras catequesis sobre las virtudes. La caridad proviene de Dios, nos encamina hacia Él; la caridad nos permite amarlo, llegar a ser sus amigos, a la vez que nos capacita para amar al prójimo como Dios lo ama.

La caridad de Cristo, como nos lo recuerda en las bienaventuranzas, nos apremia a ocuparnos de los hermanos más pequeños, más relegados. Se trata de un amor concreto, de un amor intrépido, que abraza incluso lo que no es amable; un amor que perdona, olvida, bendice y se entrega sin medida.

Esta virtud es la “puerta estrecha” que nos permitirá llegar al cielo; será el único criterio de juicio, pues “al atardecer de nuestra vida seremos examinados en el amor”. Como lo sabemos, al final sólo permanecerá la caridad.



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domingo, 12 de mayo de 2024

Solemnidad de la Ascensión del Señor.

 

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PAPA FRANCISCO

REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
VII Domingo de Pascua, 12 de mayo de 2024

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Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Y ahora, quiero desear un feliz domingo a los muchachos de Génova.

Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Solemnidad de la Ascensión del Señor. El Evangelio de la Misa afirma que Jesús, después de haber encomendado a los apóstoles la tarea de continuar su obra, «fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios» (Mc 16,19). Así dice el Evangelio: «fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios».

El regreso de Jesús al Padre se nos presenta no como un alejamiento de nosotros, sino sobre todo como un modo de precedernos hacia la meta, que es el cielo. Como cuando en la montaña se sube hacia la cima: se camina, con fatiga, y finalmente, en un recodo del sendero, el horizonte se abre y se ve el panorama. Entonces todo el cuerpo vuelve a encontrar la fuerza para afrontar la última subida. Todo el cuerpo – brazos, piernas y todos los músculos – se tensa para llegar a la cumbre.

Y nosotros, la Iglesia, somos precisamente ese cuerpo que Jesús, ascendido al Cielo, arrastra consigo como una “soga”. Es Él quien nos desvela y nos comunica, con su Palabra y con la gracia de los Sacramentos, la belleza de la Patria hacia la que nos encaminamos. Del mismo modo también nosotros, sus miembros, – somos nosotros miembros de Jesús – subimos con alegría junto a Él, la cabeza, sabiendo que el paso de uno es un paso para todos, y que nadie debe perderse ni quedar atrás porque somos un cuerpo solo.  (cf. Col 1,18; 1 Cor 12,12-27).

Escuchemos bien: Paso a paso, peldaño a peldaño, Jesús nos muestra el camino. ¿Cuáles son esos pasos a dar? El Evangelio hoy dice: “Anunciar el Evangelio, bautizar, expulsar a los demonios, enfrentar a las serpientes, sanar a los enfermos” (cf. Mc 16,16-18); en resumen, llevar a cabo las obras del amor: dar la vida, llevar la esperanza, mantenerse alejado de todo mal y mezquindad, responder al mal con el bien, estar cerca de quien sufre. Esto es el “paso a paso”. Y cuanto más hacemos esto, más nos dejamos transformar por el Espíritu, más seguimos su ejemplo y más, como en la montaña, sentimos que el aire en torno a nosotros se vuelve ligero y limpio, el horizonte amplio y la meta cerca, las palabras y los gestos se convierten en buenos, la mente y el corazón se agrandan, respiran.

Entonces podemos preguntarnos: ¿Está vivo en mí el deseo de Dios, el deseo de su amor infinito, de su vida que es vida eterna? ¿O estoy un poco aplanado y anclado a las cosas pasajeras, o al dinero, o al éxito, o a los placeres? Y mi deseo del Cielo, ¿me aísla, me cierra o me lleva a amar a los hermanos con ánimo grande y desinteresado, a sentirlos compañeros de camino hacia el Paraíso?

Que María nos ayude, ella que ya llegó a la meta, a caminar juntos con alegría hacia la gloria del Cielo.

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Después del Regina Caeli

Queridos hermanos y hermanas:

Mientras celebramos la Ascensión del Señor Resucitado, que nos hace libres y nos quiere libres, renuevo mi llamamiento en favor de un intercambio general de todos los prisioneros entre Rusia y Ucrania, asegurando la disponibilidad de la Santa Sede para favorecer cualquier esfuerzo en ese sentido, sobre todo por los que están gravemente heridos y enfermos. Y continuemos rezando por la paz en Ucrania, en Palestina, en Israel, en Myanmar... Recemos por la paz.

Se celebra hoy la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, sobre el tema «Inteligencia artificial y sabiduría del corazón». Solo recuperando una sabiduría del corazón podemos interpretar las exigencias de nuestro tiempo y redescubrir el camino hacia una comunicación plenamente humana. ¡Nuestro agradecimiento a todos los operadores de la comunicación por su trabajo!

Hoy en muchos países se celebra la fiesta de la madre; pensemos con reconocimiento en todas las madres, y recemos también por las madres que se han ido al Cielo. Y confiemos a las madres a la protección de María, nuestra madre celestial. ¡Y para todas las madres un gran aplauso!

Saludo a los peregrinos de Roma y de diversas partes de Italia y del mundo, en particular a los procedentes de Hungría y de Malta; a los estudiantes del Colégio de São Tomás de Lisboa; a las bandas musicales de Austria y Alemania, que rinden homenaje a la memoria del Papa Benedicto XVI. ¡Tocan bien! Saludo, además, a los fieles de Pesaro, Cagliari, Giulianova Lido, y a los de Ponti sul Mincio que han venido en bicicleta; a los donantes de sangre AVIS, a la Asociación “Giovane Montagna” de Turín, a los muchachos de la Confirmación de Génova y a las personas afectadas de fibromialgia, en el Día dedicado a esta patología.

Agradezco a quienes han organizado la exposición fotográfica “Changes”, “Cambios”, instalada bajo la Columnata de la Plaza de San Pedro. Fotógrafos de todo el mundo relatan la belleza de nuestra casa común, un regalo del creador que estamos llamados a custodiar. ¡Os invito a visitar esta exposición!

Os saludo a todos vosotros, y a los muchachos de la Inmaculada. Os deseo a todos un feliz domingo y a los genoveses, ¡buen viaje! Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!



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VICIOS Y VIRTUDES . LA ESPERANZA

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 8 de mayo de 2024

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[El siguiente texto también incorpora partes no leídas que se consideran pronunciadas]

Catequesis. Vicios y virtudes. 18. La esperanza

Queridos hermanos y hermanas,

En la última catequesis empezamos a reflexionar sobre las virtudes teologales. Son tres: la fe, la esperanza y la caridad. La vez pasada reflexionamos sobre la fe, hoy es el turno de la esperanza.

«La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1817). Estas palabras nos confirman que la esperanza es la respuesta que se ofrece a nuestro corazón cuando surge en nosotros la pregunta absoluta: «¿Qué será de mí? ¿Cuál es la meta del viaje? ¿Cuál es el destino del mundo?».

Todos nos damos cuenta de que una respuesta negativa a estas preguntas produce tristeza. Si  el viaje de la vida no tiene sentido, si no hay nada ni al principio ni al final, entonces nos preguntamos por qué tenemos que caminar: de ahí surge la desesperación humana, la sensación de la inutilidad de todo. Y muchos podrían rebelarse: me he esforzado por ser virtuoso, por ser prudente, justo, fuerte, templado. También he sido un hombre o una mujer de fe.... ¿De qué ha servido mi lucha si todo se acaba aquí? Si falta la esperanza, todas las demás virtudes corren el riesgo de desmoronarse y acabar en cenizas. Si no hubiera un mañana fiable, un horizonte luminoso, solamente podríamos concluir que la virtud es un esfuerzo inútil. «Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente.», decía Benedicto XVI, (Carta encíclica Spe salvi, 2).

El cristiano tiene esperanza no por mérito propio. Si cree en el futuro, es porque Cristo murió, resucitó y nos dio su Espíritu. «Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente» (ibid., 1). En este sentido, una vez más, decimos que la esperanza es una virtud teologal: no emana de nosotros, no es una obstinación de la que queremos convencernos, sino que es un don que viene directamente de Dios.

A muchos cristianos dubitativos, que no habían renacido del todo a la esperanza, el apóstol Pablo les presenta la nueva lógica de la experiencia cristiana: «Si Cristo no resucitó, vana es la fe de ustedes y ustedes siguen en sus pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!» (1 Cor 15,17-19). Es como si dijera: si crees en la resurrección de Cristo, entonces sabes con certeza que no hay derrota ni muerte para siempre. Pero si no crees en la resurrección de Cristo, entonces todo se vuelve vacío, incluso la predicación de los Apóstoles.

La esperanza es una virtud contra la que pecamos a menudo: en nuestras nostalgias malas, en nuestras melancolías, cuando pensamos que las felicidades pasadas están enterradas para siempre. Pecamos contra la esperanza cuando nos abatimos ante nuestros pecados, olvidando que Dios es misericordioso y más grande que nuestros corazones. No lo olvidemos, hermanos y hermanas: Dios perdona todo, Dios perdona siempre. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pero no olvidemos esta verdad: Dios lo perdona todo, Dios perdona siempre. Pecamos contra la esperanza cuando nos abatimos ante nuestros pecados; pecamos contra la esperanza cuando en nosotros el otoño anula la primavera; cuando el amor de Dios deja de ser para nosotros un fuego eterno y nos falta la valentía de tomar decisiones que nos comprometen para toda la vida.

¡El mundo de hoy tiene tanta necesidad de esta virtud cristiana! El mundo necesita esperanza, como también necesita tanto la paciencia, virtud que camina de la mano de la esperanza. Los seres humanos pacientes son tejedores de bien. Desean obstinadamente la paz, y aunque algunos tienen prisa y quisieran todo y todo ya, la paciencia tiene capacidad de espera. Incluso cuando muchos a su alrededor han sucumbido a la desilusión, quien está animado por la esperanza y es paciente es capaz de atravesar las noches más oscuras. La esperanza y la paciencia van juntas.

La esperanza es la virtud de quien tiene un corazón joven; y aquí, la edad no cuenta. Porque existen también ancianos con los ojos llenos de luz, que viven una tensión permanente hacia el futuro. Pensemos en aquellos dos grandes ancianos del Evangelio, Simeón y Ana: nunca se cansaron de esperar, y vieron el último tramo de su camino bendecido por el encuentro con el Mesías, a quien reconocieron en Jesús, llevado al Templo por sus padres. ¡Qué gracia si fuera así para todos nosotros! Si, después de una larga peregrinación, al dejar las alforjas y el bastón, nuestro corazón se llenara de una alegría que nunca antes habíamos sentido, y nosotros también pudiéramos exclamar:

«Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2,29-32).

Hermanos y hermanas, sigamos adelante y pidamos la gracia de tener esperanza, la esperanza con la paciencia. Mirar siempre hacia ese encuentro definitivo; pensar siempre que el Señor está cerca de nosotros, que nunca, ¡nunca la muerte será victoriosa! Sigamos adelante y pidamos al Señor que nos dé esta gran virtud de la esperanza, acompañada por la paciencia. Gracias.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Que el Señor acrezca nuestra esperanza y nuestra paciencia, para ser artesanos de paz y de bien en el mundo que tiene mucha necesidad de la virtud. Hoy en mi patria, en Argentina, se celebra la solemnidad de Nuestra Señora de Luján, cuya imagen está aquí presente. Pidamos por Argentina, para que el Señor la ayude en su camino. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.VICIOS

domingo, 5 de mayo de 2024

Jesús dijo a los Apóstoles: «Ya no los llamo siervos, sino amigos» (cf. Jn 15,15). ¿Qué significa esto?

 

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PAPA FRANCISCO

REGINA CAELI

Plaza de San Pedro
VI Domingo de Pascua, 5 de mayo de 2024

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio nos cuenta que Jesús dijo a los Apóstoles: «Ya no los llamo siervos, sino amigos» (cf. Jn 15,15). ¿Qué significa esto?

En la Biblia, los «siervos» de Dios son personas especiales, a las que Dios confía misiones importantes, como Moisés (cf. Ex 14,31), el rey David (cf. 2 Sam 7,8), el profeta Elías (cf. 1 Re 18,36), hasta la Virgen María (cf. Lc 1,38). Son personas en cuyas manos Dios pone sus tesoros (cf. Mt 25,21). Pero todo esto, según Jesús, no basta para decir quiénes somos para Él, esto no basta, se necesita algo más, algo más grande, que va más allá de los bienes y de los planes mismos: se necesita la amistad.

Ya desde niños aprendemos lo hermosa que es esta experiencia: a los amigos les ofrecemos nuestros juguetes y los regalos más hermosos; luego, al crecer, como adolescentes, les confiamos nuestros primeros secretos; como jóvenes les ofrecemos lealtad; como adultos compartimos satisfacciones y preocupaciones; como ancianos compartimos los recuerdos, las consideraciones y los silencios de largos días. La Palabra de Dios, en el Libro de los Proverbios, nos dice que «el perfume y el incienso alegran el corazón, y la dulzura de un amigo consuela el alma» (27,9). Pensemos por un momento en nuestros amigos, en nuestras amigas, ¡y demos gracias al Señor! Un espacio para pensar en ellos…

La amistad no es fruto del cálculo, ni de constricción: nace espontáneamente cuando reconocemos algo de nosotros mismos en la otra persona. Y, si es verdadera, la amistad es tan fuerte que no decae ni siquiera ante la traición. «El amigo ama en toda ocasión» (Pr 17,17) -dice el Libro de los Proverbios-, como nos muestra Jesús cuando a Judas, que lo traiciona con un beso, le dice: «¡Amigo, para eso estás aquí!» (Mt 26,50). Un verdadero amigo no te abandona, ni siquiera cuando cometes un error: te corrige, puede reprenderte, pero te perdona y no te abandona.

Y hoy Jesús, en el Evangelio, nos dice que para Él somos precisamente eso, amigos: personas queridas más allá de todo mérito y expectativa, a las que Él tiende la mano y ofrece su amor, su Gracia, su Palabra; con las que – con nosotros, sus amigos - comparte lo que le es más querido, todo lo que ha escuchado del Padre (cf. Jn 15,15). Hasta el punto de hacerse frágil para nosotros, hasta ponerse en nuestras manos sin defensa ni pretensiones, porque nos ama. El Señor nos quiere, y como amigo quiere nuestro bien y quiere que participemos del suyo.

Preguntémonos, entonces: ¿qué rostro tiene el Señor para mí? ¿El rostro de un amigo o el de un extraño? ¿Me siento amado por Él como un ser querido? ¿Y cuál es el rostro de Jesús que testimonio a los demás, especialmente a los que cometen errores y necesitan perdón?

Que María nos ayude a crecer en la amistad con su Hijo y a difundirla a nuestro alrededor.
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Después del Regina Caeli

¡Queridos hermanos y hermanas!

Con mucho cariño envío mis mejores deseos a los hermanos y hermanas de las Iglesias ortodoxas y de algunas Iglesias católicas orientales que hoy, según el calendario juliano, celebran la santa Pascua. Que el Señor resucitado llene de alegría y de paz a todas las comunidades, y conforte a los que están en la prueba. A ellos, ¡Feliz Pascua!

Aseguro mis oraciones por el pueblo del Estado de Rio Grande do Sul, Brasil, afectado por grandes inundaciones. Que el Señor acoja a los difuntos y conforte a sus familias y a quienes han tenido que abandonar sus hogares.

Saludo a los fieles de Roma y de diversas partes de Italia y del mundo, en particular a los peregrinos procedentes de Texas, de la arquidiócesis de Chicago y de Berlín; a los estudiantes del colegio Saint-Jean de Passy de París y al grupo Human Life International. Saludo a los jóvenes de Certaldo y Lainate; a los fieles de Ancona y Rossano Cariati; a los chicos de confirmación de Cassano D'Adda, de la Unidad pastoral de Tesino y de la parroquia de S. Maria del Rosario de Roma. Y saludo y agradezco mucho a las bandas musicales de varias partes de Italia: gracias a ustedes, que tocaron tan bien, y espero que sigan tocando un poco más. ¡Gracias! Saludo al grupo «Francigeni Monteviale»; así como a los ciudadanos de Livorno y Collesalvetti, que desde hace tiempo esperan la recuperación de las zonas más contaminadas, recemos por ellos.

Saludo cordialmente a los nuevos Guardias Suizos y a sus familias, con ocasión de la celebración de este histórico y benemérito Cuerpo. ¡Un aplauso para los Guardias Suizos!

Doy la bienvenida a la Asociación «Meter», comprometida en la lucha contra todas las formas de abuso de menores. ¡Gracias, gracias por su compromiso! Y, por favor, continúen con valentía su importante labor.

Y, por favor, sigan rezando por la atormentada Ucrania - ¡sufre tanto! - y también por Palestina e Israel, para que haya paz, para que el diálogo se fortalezca y dé buenos frutos. ¡No a la guerra, sí al diálogo!     

Deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Saludo a los chicos de la Inmaculada, tan buenos. Buen almuerzo y ¡hasta la vista!



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Catequesis. Vicios y virtudes. 17. La fe 1 de mayo de 2024

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 1 de mayo de 2024

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Catequesis. Vicios y virtudes. 17. La fe

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera hablarles de la virtud de la fe. Como la caridad y la esperanza, esta virtud se llama "teologal". Las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad. ¿Por qué son teologales? porque sólo podemos vivirlas gracias al don de Dios. Las tres virtudes teologales son los grandes dones que Dios hace a nuestra capacidad moral. Sin ellas, podríamos ser prudentes, justos, fuertes y templados, pero no tendríamos ojos que ven incluso en la oscuridad, no tendríamos un corazón que ama incluso cuando no es amado, no tendríamos una esperanza que osa contra toda esperanza.

¿Qué es la fe? El Catecismo de la Iglesia Católica, nos explica que la fe es el acto por el cual el ser humano se entrega libremente a Dios (n. 1814). En esta fe, Abraham fue nuestro gran padre. Cuando aceptó dejar la tierra de sus antepasados para dirigirse a la tierra que Dios le mostraría, probablemente se le juzgó loco: ¿por qué dejar lo conocido por lo desconocido, lo seguro por lo incierto? Pero, ¿por qué hacerlo? ¿Está loco? Pero Abraham se pone en camino, como si viera lo invisible. Esto es lo que la Biblia dice de Abraham: "Se puso en camino como si viera lo invisible". Esto es hermoso. Y seguirá siendo lo invisible lo que le hace subir al monte con su hijo Isaac, el único hijo de la promesa, que sólo en el último momento se librará del sacrificio. Con esta fe, Abraham se convierte en el padre de una larga estirpe de hijos. La fe le hizo fecundo.

Hombre de fe fue también Moisés, que, aceptando la voz de Dios incluso cuando más de una duda podía asaltarlo, permaneció firme confiando en el Señor, e incluso defendió al pueblo que tantas veces carecía de fe.

Mujer de fe será la Virgen María, quien, al recibir el anuncio del Ángel, que muchos habrían desechado por demasiado exigente y arriesgado, responde: "He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Y con el corazón lleno de fe, con el corazón lleno de confianza en Dios, María emprende un camino del que no conoce ni la ruta ni los peligros.

La fe es la virtud que hace al cristiano. Porque ser cristiano no es ante todo aceptar una cultura, con los valores que la acompañan, sino que ser cristiano es acoger y custodiar un vínculo, un vínculo con Dios: Dios y yo; mi persona y el rostro amable de Jesús. Este vínculo es lo que nos hace cristianos.

A propósito de la fe, me viene a la mente un episodio del Evangelio. Los discípulos de Jesús están cruzando el lago y se ven sorprendidos por una tormenta. Creen que podrán salir adelante con la fuerza de sus brazos, con los recursos de su experiencia, pero la barca comienza a llenarse de agua y les entra el pánico (cfr. Mc 4,35-41). No se dan cuenta de que tienen ante sus ojos la solución: Jesús está allí con ellos, en la barca, en medio de la tormenta, y Jesús duerme, dice el Evangelio. Cuando por fin lo despiertan, asustados e incluso enfadados porque creen que Él les deja morir, Jesús les reprende: "¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?" (Mc 4,40).

He aquí, pues, el gran enemigo de la fe: no es la inteligencia, no es la razón, como por desgracia algunos siguen repitiendo obsesivamente, sino que el gran enemigo de la fe es el miedo. Por eso, la fe es el primer don que hay que acoger en la vida cristiana: un don que es preciso acoger y pedir cada día, para que se renueve en nosotros. Aparentemente es un don pequeño, pero es el esencial. Cuando nuestros padres nos llevaron a la pila bautismal, anunciaron el nombre que habían elegido para nosotros, - esto sucedió en nuestro bautismo -: y luego el sacerdote les preguntó:  "¿Qué le piden a la Iglesia de Dios?". Y nuestros padres respondieron: "¡La fe, el bautismo!".

Para un padre cristiano, consciente de la gracia que se le ha concedido, es ése el don que debe pedir también para su hijo: la fe. Con ella, un padre sabe que, incluso en medio de las pruebas de la vida, su hijo no se ahogará en el miedo. He aquí el enemigo es el miedo. Él sabe también que, cuando deje de tener un padre en esta tierra, seguirá teniendo a Dios Padre en el cielo, que nunca le abandonará. Nuestro amor es frágil, y sólo el amor de Dios vence la muerte.

Por supuesto, como dice el Apóstol, la fe no es de todos (cfr. 2 Ts 3,2), e incluso nosotros, que somos creyentes, a menudo nos damos cuenta de que solo tenemos una pequeña reserva. Jesús podría reprendernos con frecuencia, como a sus discípulos, por ser "hombres de poca fe". Pero es el don más feliz, la única virtud que nos está permitido envidiar. Porque quien tiene fe está habitado por una fuerza que no es sólo humana; en efecto, la fe "suscita" en nosotros la gracia y abre la mente al misterio de Dios. Como dijo una vez Jesús: «Si tuvieran un poco de fe como un granito de mostaza, podrían decir a esa morera:" Arráncate y plántate en el mar", y les obedecería.» (Lc 17, 6). Por eso también nosotros, como los discípulos, repetimos: Señor, ¡aumenta nuestra fe! (cfr. Lc 17,5) ¡Es una hermosa oración! ¿La decimos todos juntos? "Señor, aumenta nuestra fe". La decimos juntos: [todos] "Señor, aumenta nuestra fe". Demasiado débil, un poco más alto: [todos] "¡Señor, aumenta nuestra fe!". Gracias.

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Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a la Federación Regnum Christi, a los Legionarios de Cristo que han recibido en estos días la ordenación sacerdotal y a sus familiares, así como a los formadores y alumnos de los diferentes Centros de Estudios. Que el Señor, por intercesión de san José obrero, padre en la obediencia, nos aumente el don de la fe y nos permita abrir la mente a su misterio divino. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

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Resumen leído en español

Queridos hermanos y hermanas:

La catequesis de hoy hace referencia a la primera de las virtudes teologales, la virtud de la fe. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que por la fe creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado. Es también el acto con el que el ser humano se entrega libremente a Dios.

En la Sagrada Escritura encontramos algunos ejemplos de la fe, ejemplos basilares: fijémonos en la figura de nuestro padre Abraham, que estuvo dispuesto a abandonar su tierra y, por su total confianza en Dios, no negó ofrecerle en sacrificio a su único hijo, Isaac. También la fe de Moisés nos anima, ya que, aun en medio de pruebas y dudas, siguió confiando en el Señor, mientras guiaba a su pueblo por el desierto. Y veamos por último la fe de la Virgen María, la cual ante el anuncio del Ángel respondió generosamente con un corazón totalmente disponible, abandonándose plenamente a la voluntad de Dios.



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