miércoles, 30 de marzo de 2022

Necesitamos una vejez dotada de sentidos espirituales vivos y capaz de reconocer los signos de Dios, es más, el Signo de Dios, que es Jesús.

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 30 de marzo de 2022

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Catequesis sobre la vejez 5. La fidelidad a la visita de Dios para la generación que viene

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario de catequesis sobre el tema de la vejez, hoy miramos al tierno cuadro pintado por el evangelista san Lucas, que llama a escena a dos figuras de ancianos, Simeón y Ana. Su razón de vida, antes de despedirse de este mundo, es la espera de la visita de Dios. Esperaban que Dios viniera a visitarles, es decir Jesús. Simeón sabe, por una premonición del Espíritu Santo, que no morirá antes de haber visto al Mesías. Ana iba cada día al templo dedicándose a su servicio. Ambos reconocen la presencia del Señor en el niño Jesús, que colma de consuelo su larga espera y serena su despedida de la vida. Esta es una escena de encuentro con Jesús, y de despedida.

¿Qué podemos aprender de estas dos figuras de ancianos llenos de vitalidad espiritual?

Primero, aprendemos que la fidelidad de la espera afina los sentidos. Por otro lado, lo sabemos, el Espíritu Santo hace precisamente esto: ilumina los sentidos. En el antiguo himno Veni Creator Spiritus, con el que invocamos todavía hoy al Espíritu Santo, decimos: «Accende lumen sensibus», enciende una luz para los sentidos, ilumina nuestros sentidos. El Espíritu es capaz de hacer esto: agudiza los sentidos del alma, no obstante los límites y las heridas de los sentidos del cuerpo. La vejez debilita, de una manera u otra, la sensibilidad del cuerpo: uno es más ciego, otro más sordo… Sin embargo, una vejez que se ha ejercitado en la espera de la visita de Dios no perderá su paso: es más, estará también más preparada a acogerla, tendrá más sensibilidad para acoger al Señor cuando pasa. Recordemos que una actitud del cristiano es estar atento a las visitas del Señor, porque el Señor pasa en nuestra vida con las inspiraciones, con la invitación a ser mejores. Y san Agustín decía: “Tengo miedo de Dios cuando pasa” – “¿Pero por qué tienes miedo? – “Sí, tengo miedo de no darme cuenta y dejarlo pasar”. Es el Espíritu Santo que prepara los sentidos para entender cuándo el Señor nos está visitando, como hizo con Simeón y Ana.

Hoy más que nunca necesitamos esto: necesitamos una vejez dotada de sentidos espirituales vivos y capaz de reconocer los signos de Dios, es más, el Signo de Dios, que es Jesús. Un signo que nos pone en crisis, siempre: Jesús nos pone en crisis porque es «señal de contradicción» (Lc 2,34), pero que nos llena de alegría. Porque la crisis no te lleva a la tristeza necesariamente, no: estar en crisis, sirviendo al Señor, muchas veces te da paz y alegría. La anestesia de los sentidos espirituales —y esto es feo— la anestesia de los sentidos espirituales, en la excitación y en el entumecimiento de los corporales, es un síndrome generalizado en una sociedad que cultiva la ilusión de la eterna juventud, y su rasgo más peligroso está en el hecho de que esta es mayoritariamente inconsciente. No nos damos cuenta de estar anestesiados. Y esto sucede: siempre ha sucedido y sucede en nuestra época. Los sentidos anestesiados, sin entender qué sucede; los sentidos interiores, los sentidos del espíritu para entender la presencia de Dios o la presencia del mal, anestesiados, no distinguen.

Cuando pierdes la sensibilidad del tacto o del gusto, te das cuenta enseguida. Sin embargo, la del alma, esa sensibilidad del alma puedes ignorarla durante mucho tiempo, vivir sin darte cuenta de que has perdido la sensibilidad del alma. Esta no se refiere simplemente al pensamiento de Dios o de la religión. La insensibilidad de los sentidos espirituales se refiere a la compasión y la piedad, la vergüenza y el remordimiento, la fidelidad y la entrega, la ternura y el honor, la responsabilidad propia y el dolor ajeno. Es curioso: la insensibilidad no te hace entender la compasión, no te hace entender la piedad, no te hace sentir vergüenza o remordimiento por haber hecho algo malo. Es así: los sentidos espirituales anestesiados confunden todo y uno no siente, espiritualmente, cosas del estilo. Y la vejez se convierte, por así decir, en la primera pérdida, la primera víctima de esta pérdida de sensibilidad. En una sociedad que ejerce principalmente la sensibilidad por el disfrute, disminuye la atención a los frágiles y prevalece la competencia de los vencedores. Y así se pierde la sensibilidad. Ciertamente, la retórica de la inclusión es la fórmula de rito de todo discurso políticamente correcto. Pero todavía no trae una real corrección en las prácticas de la convivencia normal: cuesta que crezca una cultura de la ternura social. No: el espíritu de la fraternidad humana —que me ha parecido necesario reiterar con fuerza— es como un vestido en desuso, para admirar, sí, pero… en un museo. Se pierde la sensibilidad humana, se pierden estos movimientos del espíritu que nos hacen humanos.

Es verdad, en la vida real podemos observar, con gratitud conmovida, muchos jóvenes capaces de honrar hasta al fondo esta fraternidad. Pero precisamente aquí está el problema: existe un descarte, un descarte culpable, entre el testimonio de esta savia vital de la ternura social y el conformismo que impone a la juventud definirse de una forma completamente diferente. ¿Qué podemos hacer para colmar este descarte?

De la historia de Simeón y Ana, pero también de otras historias bíblicas de la edad anciana sensible al Espíritu, viene una indicación escondida que merece ser llevada a primer plano. ¿En qué consiste, concretamente, la revelación que enciende la sensibilidad de Simeón y Ana? Consiste en el reconocer en un niño, que ellos no han generado y que ven por primera vez, el signo seguro de la visita de Dios. Ellos aceptan no ser protagonistas, sino solo testigos. Y cuando un individuo acepta no ser protagonista, sino que se involucra como testigo, la cosa va bien: ese hombre o esa mujer está madurando bien. Pero si tiene siempre ganas de ser protagonista no madurará nunca este camino hacia la plenitud de la vejez. La visita de Dios no se encarna en su vida, de los que quieren ser protagonistas y nunca testigos, no los lleva a la escena como salvadores: Dios no se hace carne en su generación, sino en la generación que debe venir. Pierden el espíritu, pierden las ganas de vivir con madurez y, como se dice normalmente, se vive con superficialidad. Es la gran generación de los superficiales, que no se permiten sentir las cosas con la sensibilidad del espíritu. ¿Pero por qué no se lo permiten? En parte por pereza, y en parte porque ya no pueden: la han perdido. Es feo cuando una civilización pierde la sensibilidad del espíritu. Sin embargo, es muy bonito cuando encontramos ancianos como Simeón y Ana que conservan esta sensibilidad del espíritu y son capaces de entender las diferentes situaciones, como estos dos entendieron que esta situación que estaba ante ellos era la manifestación del Mesías. Ningún resentimiento y ninguna recriminación por esto, cuando estoy en este estado de quietud. Sin embargo, gran conmoción y gran consolación cuando los sentidos espirituales están todavía vivos. La conmoción y la consolación de poder ver y anunciar que la historia de su generación no se ha perdido o malgastado, precisamente gracias a un evento que se hace carne y se manifiesta en la generación que sigue. Y esto es lo que siente un anciano cuando los nietos van a hablar con él: se siente reavivar. “Ah, mi vida está todavía aquí”. Es muy importante ir donde los ancianos, es muy importante escucharlos. Es muy importante hablar con ellos, porque tiene lugar este intercambio de civilización, este intercambio de madurez entre jóvenes y ancianos. Y así, nuestra civilización va hacia delante de forma madura.

Solo la vejez espiritual puede dar este testimonio, humilde y deslumbrante, haciéndola autorizada y ejemplar para todos. La vejez que ha cultivado la sensibilidad del alma apaga toda envidia entre las generaciones, todo resentimiento, toda recriminación por una venida de Dios en la generación venidera, que llega junto con la despedida de la propia. Y esto es lo que sucede a un anciano abierto con un joven abierto: se despide de la vida, pero entregando —entre comillas— la propia vida a la nueva generación. Y esta es la despedida de Simeón y Ana: “Ahora puedo ir en paz”.

La sensibilidad espiritual de la edad anciana es capaz de abatir la competición y el conflicto entre las generaciones de forma creíble y definitiva. Supera, esta sensibilidad: los ancianos, con esta sensibilidad, superan el conflicto, van más allá, van a la unidad, no al conflicto. Esto ciertamente es imposible para los hombres, pero es posible para Dios. ¡Y hoy necesitamos mucho de la sensibilidad del espíritu, de la madurez del espíritu, necesitamos ancianos sabios, maduros en el espíritu que nos den una esperanza para la vida!

domingo, 27 de marzo de 2022

Dios perdona siempre

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 27 de marzo de 2022

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Queridos hermanos y hermanas, feliz domingo, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de este domingo narra la parábola llamada del hijo pródigo (cfr Lc 15,11-32). Esta nos lleva al corazón de Dios, que siempre perdona con compasión y ternura, siempre. Dios perdona siempre, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón, pero Él perdona siempre. Nos dice que Dios es Padre, que no solo acoge de nuevo, sino que se alegra y hace fiesta por su hijo, que ha vuelto a casa después de haber derrochado todos sus bienes. Nosotros somos ese hijo, y conmueve pensar en cuánto nos ama y espera siempre el Padre.

Pero en la misma parábola está también el hijo mayor, que entra en crisis frente a este Padre. Y que puede ponernos en crisis también a nosotros. De hecho, dentro de nosotros está también este hijo mayor y, al menos en parte, tenemos la tentación de darle la razón: siempre había hecho su deber, no se había ido de casa, por eso se indigna al ver al Padre abrazar de nuevo al hermano que se ha portado mal. Protesta y dice: «Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya», sin embargo, por «ese hijo tuyo» ¡incluso celebras una fiesta! (vv. 29-30). “No te entiendo”. Es la indignación del hermano mayor.

De estas palabras emerge el problema del hijo mayor. En la relación con el Padre él basa todo en el puro cumplimiento de los mandamientos, en el sentido del deber. Puede ser también nuestro problema, nuestro problema entre nosotros y con Dios: perder de vista que es Padre y vivir una religión distante, hecha de prohibiciones y deberes. Y la consecuencia de esta distancia es la rigidez hacia el prójimo, que ya no se ve como hermano. De hecho, en la parábola el hijo mayor no dice al Padre mi hermano, no, dice tu hijo, como diciendo: no es mi hermano. Y al final precisamente él corre el riesgo de quedar fuera de casa. De hecho – dice el texto - «no quería entrar» (v. 28). Porque estaba el otro.

Viendo esto, el Padre sale a suplicarlo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo» (v. 31). Trata de hacerle entender que para él cada hijo es toda su vida. Lo saben bien los padres, que se acercan mucho al sentir de Dios. Es bonito lo que dice un padre en una novela: «Cuando me convertí en padre, entendí a Dios» (H. de Balzac, El padre Goriot, Milán 2004, 112). En este momento de la parábola, el Padre abre el corazón al hijo mayor y le expresa dos necesidades, que no son mandamientos, sino necesidad del corazón: «Convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida» (v. 32). Veamos si también nosotros tenemos en el corazón dos necesidades del Padre: celebrar una fiesta y alegrarse.

En primer lugar, celebrar una fiesta, es decir manifestar nuestra cercanía a quien se arrepiente o está en camino, a quien está en crisis o alejado.  ¿Por qué hay que hacer así? Porque esto ayudará a superar el miedo y el desánimo, que pueden venir al recordar los propios pecados. Quien se ha equivocado, a menudo se siente reprendido por su propio corazón; distancia, indiferencia y palabras hirientes no ayudan. Por eso, según el Padre, es necesario ofrecerles una acogida cálida, que aliente para ir adelante. “¡Pero padre este ha hecho muchas cosas!”: cálida acogida. Y nosotros, ¿hacemos esto? ¿Buscamos a quien está lejos, deseamos celebrar fiesta con él? ¡Cuánto bien puede hacer un corazón abierto, una escucha verdadera, una sonrisa transparente; celebrar fiesta, no hacer sentir incómodo! El padre podría decir: está bien hijo, vuelve a casa, vuelve a trabajar, vete a tu habitación, prepárate y ¡al trabajo! Y este habría sido un buen perdón. ¡Pero no! ¡Dios no sabe perdonar sin hacer fiesta! Y el padre hace fiesta, por la alegría que tiene porque ha vuelto el hijo.

Y después, según el Padre, es necesario alegrarse. Quien tiene un corazón sintonizado con Dios, cuando ve el arrepentimiento de una persona, por graves que hayan sido sus errores, se alegra. No se queda quieto sobre los errores, no señala con el dedo el mal, sino que se alegra por el bien, ¡porque el bien del otro es también el mío! Y nosotros, ¿sabemos ver a los otros así?

Me permito contar una historia, inventada, pero que hace ver el corazón del padre. Está esta obra pop, hace tres o cuatro años, sobre el argumento del hijo pródigo, con toda la historia. Y al final, cuando el hijo decide volver a casa del padre, habla con un amigo y le dice: “Sabes, tengo miedo de que mi padre me rechace, que no me perdone”. Y el amigo le aconseja: “Manda una carta a tu padre y dile: ‘Padre, estoy arrepentido, quiero volver a casa, pero no estoy seguro si tú estarás contento. Si quieres recibirme, por favor, pon un pañuelo blanco en la ventana’”. Y después empezó el camino. Y cuando estaba cerca de casa, donde el camino hacía la última curva, tuvo de frente su casa. ¿Y qué vio? No un pañuelo: estaba llena de pañuelos blancos, las ventanas, ¡todo! El Padre nos recibe así, con plenitud, con alegría. ¡Este es nuestro padre!

¿Sabemos alegrarnos por los otros? La Virgen María nos enseñe a acoger la misericordia de Dios, para que se vuelva la luz en la que mirar a nuestro prójimo.

Acabar con la guerra antes que la guerra acabe con la humanidad, exhortó el Papa

 27 DE MARZO, 2022

  • CIUDAD DEL VATICANO (AICA)
Más de un mes después del inicio del conflicto "cruel y sin sentido" en Ucrania, Francisco renovó su llamado a "silenciar las armas y negociar seriamente la paz".Acabar con la guerra antes que la guerra acabe con la humanidad, exhortó el Papa

A más de un mes del inicio de “la invasión de Ucrania, esta guerra cruel y sin sentido”, es necesario convertir “la indignación de hoy en el compromiso de mañana”, dijo el papa Francisco, este domingo 27 de marzo, dirigiéndose a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro para la cita dominical con el rezo del Ángelus.

“Cada guerra - dijo Francisco - representa una derrota para todos nosotros. Hay que repudiar la guerra, lugar de muerte donde los padres y las madres entierran a sus hijos, donde los hombres matan a sus hermanos sin siquiera haberlos visto, donde los poderosos deciden y los pobres mueren”. 

El Papa citó los datos según los cuales uno de cada dos niños en Ucrania hoy es desplazado, el pontífice comentó que “esto significa destruir el futuro, causando un trauma dramático en los más pequeños e inocentes de nosotros. Esta es la bestialidad de la guerra, un acto bárbaro y sacrílego”.

“La guerra -prosiguió el Papa- no puede ser algo inevitable. No tenemos que acostumbrarnos a la guerra. En cambio, debemos convertir la indignación de hoy en el compromiso de mañana. Porque si de esta historia salimos como antes, todos seremos culpables de alguna manera. Ante el peligro de la autodestrucción de la humanidad, comprendamos que ha llegado el momento de abolir la guerra, de borrarla de la historia humana antes de que sea ella la que borre al hombre de la historia”.

De ahí la invitación a los líderes políticos a “reflexionar sobre esto, comprometerse con esto. Y mirando a la atormentada Ucrania para entender que cada día de guerra la situación empeora para todos. Por eso -advirtió Francisco- renuevo mi llamamiento: basta, paren, cállense, tratemos seriamente por la paz”.

Una invitación a los fieles a "volver a orar sin cansarse a la Reina de la Paz a la que hemos consagrado la humanidad, en particular Ucrania y Rusia, con una gran e intensa participación por la que les agradezco a todos".+

miércoles, 23 de marzo de 2022

"Transmitir la fe es contar nuestra historia vivida con Dios"

 

En la Audiencia General de este 23 de marzo, el Papa Francisco continuó su catequesis sobre la vejez proponiendo el ejemplo de Moisés que, al final de sus días, "proclamó el nombre del Señor transmitiendo a las nuevas generaciones el legado de su historia vivida con Dios", sin perder su fe y su vitalidad.

Sofía Lobos - Ciudad del Vaticano

La mañana del miércoles 23 de marzo, el Papa celebró su habitual Audiencia General en el Aula Pablo VI del Vaticano. Continuando con su ciclo de catequesis sobre la memoria y el testimonio que aportan los ancianos, el Santo Padre propuso como ejemplo la particular historia de Moisés:


"En los días previos a su muerte, Moisés pronunció su testamento espiritual, que es una hermosa confesión de fe. Sus palabras no sólo testimonian el amor y la fidelidad de Dios, sino también las infidelidades de su pueblo", dijo Francisco recordando que esta transmisión de la fe y del sentido de la vida, "que se hace a partir de las propias experiencias, sin ocultar las luces y las sombras", constituye la tradición, que pasa de generación en generación.

En alusión al gran testimonio de fe de Moisés a pesar de su edad (la narración relata que tenía ciento veinte años cuando pronuncia esta confesión de fe está en el umbral de la tierra prometida); el Pontífice subrayó que cuando el profeta se despide de la vida «no se había apagado su ojo» (Dt 34,7), es decir, conservaba la vitalidad de su mirada, la cual es un don valioso: "esto le consiente -dijo el Papa- transmitir la herencia de su larga experiencia de vida y de fe, con la lucidez necesaria".

La lucidez de la vejez es un don para los jóvenes

En este sentido, el Obispo de Roma destacó que una vejez a la cual le es concedida esta lucidez es también un don valioso para la próxima generación:

“La escucha personal y directa del pasaje de la historia de fe vivida, con todos sus altibajos, es insustituible. Leerla en los libros, verla en las películas, consultarla en internet, aunque sea útil, nunca será lo mismo. A las nuevas generaciones les falta mucho hoy, y cada vez más, esta transmisión, ¡que es la auténtica tradición! La narración directa, de persona a persona, tiene tonos y modos de comunicación que ningún otro medio puede sustituir”

Asimismo, el Papa invitó a los presentes a plantearse si como sociedad "¿somos capaces de reconocer y de honrar este don?", y si "¿la transmisión de la fe – y del sentido de la vida – sigue hoy este camino?".

«En nuestra cultura, tan “políticamente correcta” -añadió Francisco- este camino resulta obstaculizado de varias formas: en la familia, en la sociedad, en la misma comunidad cristiana. Alguno impone incluso abolir la enseñanza de la historia, como una información superflua sobre mundos que ya no son actuales, que quita recursos al conocimiento del presente».

Transmitir con pasión la "historia de fe vivida"

Igualmente, el Santo Padre hizo hincapié en la importancia de transmitir con pasión la propia historia de fe vivida con Dios:

“Este es el don de la memoria que los 'ancianos' de la Iglesia transmiten, desde el inicio, pasándolo 'de mano en mano' a la próxima generación. Nos hará bien preguntarnos: ¿cuánto valoramos esta forma de transmitir la fe, de pasar el testigo entre los ancianos de la comunidad y los jóvenes que se abren al futuro?”

Antes de finalizar su alocución, el Pontífice reflexionó sobre una extraña anomalía que se da en la Iglesia: 

"El catecismo de la iniciación cristiana hoy hace referencia generosamente a la Palabra de Dios y transmite información precisa sobre los dogmas, sobre la moral de la fe y los sacramentos", aseveró Francisco puntualizando que sin embargo, a menudo falta un conocimiento de la Iglesia que nazca de la escucha y del testimonio de la historia real de la fe y de la vida de la comunidad eclesial, desde el inicio hasta nuestros días:

«De niños se aprende la Palabra de Dios en las aulas del catecismo; pero la Iglesia se "aprende”, de jóvenes, en las aulas escolares y en los medios de comunicación de la información global».

Ucrania, nueva conversación telefónica entre el Papa y Zelensky


Recordar nuestras bendiciones y también nuestras faltas

Para el Papa, la narración de la historia de fe debería ser como el Cántico de Moisés, como el testimonio de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles: una historia capaz de recordar con emoción la bendición de Dios y con lealtad nuestras faltas.

"Sería bonito que desde el principio en los itinerarios de catequesis existiera también la costumbre de escuchar, de la experiencia vivida de los ancianos, la lúcida confesión de las bendiciones recibidas por Dios, que debemos custodiar, y el leal testimonio de nuestras faltas de fidelidad, que debemos reparar y corregir", concluyó Francisco, señalando que los ancianos entran en la tierra prometida, que Dios desea para toda generación, "cuando ofrecen a los jóvenes la bella iniciación de su testimonio".

domingo, 20 de marzo de 2022

Abrámonos a la lógica del Evangelio: ¡porque donde reinan el amor y la fraternidad, el mal ya no tiene poder!

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 20 de marzo de 2022

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buen domingo!

Estamos a mitad del camino cuaresmal, y hoy el Evangelio inicialmente presenta a Jesús que comenta algunos sucesos. Cuando aún seguía vivo el recuerdo de dieciocho personas muertas a causa del derrumbamiento de una torre, le cuentan que Pilato había ordenado matar a algunos galileos (cfr. Lc 13,1). Y se plantea una pregunta que parece acompañar estas trágicas noticias: ¿quién tiene la culpa de estos hechos terribles? ¿Quizás aquellas personas eran más culpables que otras y Dios las ha castigado? Estos son interrogantes siempre actuales; cuando las noticias negativas nos oprimen y nos sentimos impotentes ante el mal, a menudo se nos ocurre preguntarnos: ¿se trata de un castigo de Dios? ¿Es Él quien envía una guerra o una pandemia para castigarnos por nuestros pecados? ¿Y por qué el Señor no interviene?

Hemos de estar atentos: cuando el mal nos oprime, corremos el riesgo de perder lucidez, y para encontrar una respuesta fácil a cuanto no logramos explicarnos, terminamos por echarle la culpa a Dios. Y muchas veces la costumbre fea y mala de las blasfemias viene de ahí. ¡Cuántas veces le atribuimos nuestras desgracias y las desventuras del mundo a Él que, en cambio, nos deja siempre libres y, por tanto, no interviene nunca imponiéndose, tan solo proponiéndose; a Él, que nunca usa la violencia, sino que, por el contrario, ¡sufre por nosotros y con nosotros! De hecho, Jesús rechaza y contesta con fuerza la idea de imputar a Dios nuestros males: aquellas personas que Pilato mandó matar y las que murieron bajo la torre no eran más culpables que otras y no fueron víctimas de un Dios despiadado y vengativo, que no existe. De Dios no puede venir nunca el mal, porque Él «no nos trata según nuestros pecados» (Sal 103,10), sino conforme a su misericordia. Es el estilo de Dios. No puede tratarnos de otro modo. Siempre nos trata con misericordia.

En vez de culpar a Dios, dice Jesús, tenemos que mirar nuestro interior: es el pecado el que produce la muerte; son nuestros egoísmos los que laceran las relaciones; son nuestras decisiones equivocadas y violentas las que desencadenan el mal. En este punto, el Señor ofrece la verdadera solución. ¿Cuál es? La conversión: «Si no os convertís -dice- pereceréis todos del mismo modo» (Lc 13,5). Se trata de una invitación apremiante, especialmente en este tiempo de Cuaresma. Acojámosla con el corazón abierto. Convirtámonos del mal, renunciemos a aquel pecado que nos seduce, abrámonos a la lógica del Evangelio: ¡porque donde reinan el amor y la fraternidad, el mal ya no tiene poder!

Jesús sabe que convertirse no es fácil, y quiere ayudarnos. Sabe que muchas veces volvemos a caer en los mismos errores y en los mismos pecados; que nos desanimamos y, quizá, nos parece que nuestro esfuerzo por el bien es inútil en un mundo donde el mal parece reinar. Y entonces, después de su llamado, nos anima con una parábola que ilustra la paciencia que Dios. Debemos pensar en la paciencia de Dios, la paciencia que Dios tiene con nosotros. Jesús nos ofrece la consoladora imagen de una higuera que no da frutos en el periodo establecido, pero cuyo dueño no la corta: le concede más tiempo, le da otra posibilidad. Me gusta pensar que un hermoso nombre de Dios sería “el Dios que da otra posibilidad”: siempre nos da otra oportunidad, siempre, siempre. Así es su misericordia. Así hace el Señor con nosotros: no nos aleja de su amor, no se desanima, no se cansa de darnos confianza con ternura. Hermanos y hermanas, ¡Dios cree en nosotros! Dios se fía de nosotros y nos acompaña con paciencia, la paciencia de Dios con nosotros. No se desanima, sino que pone siempre esperanza en nosotros. Dios es Padre y te mira como un padre: como el mejor de los papás, no ve los resultados que aún no has alcanzado, sino los frutos que puedes dar; no lleva la cuenta de tus faltas, sino que realza tus posibilidades; no se detiene en tu pasado, sino que apuesta con confianza por tu futuro. Porque Dios está cerca, está a nuestro lado. Es el estilo de Dios, no lo olvidemos: cercanía; Él está cerca con misericordia y ternura. Así nos acompaña Dios, es cercano, misericordioso y tierno.

Pidamos, por tanto, a la Virgen María que nos infunda esperanza y valor, y que encienda en nosotros el deseo de conversión.           


 

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

No se detiene, lamentablemente, la violenta agresión contra Ucrania, una masacre insensata en la que todos los días se repiten estragos y atrocidades. ¡No existe justificación para esto! Suplico a todos los actores de la comunidad internacional que se esfuercen de verdad para hacer que cese esta guerra repugnante.

También esta semana, misiles y bombas se han abatido sobre civiles, ancianos, niños y madres embarazadas. He ido a visitar a los niños heridos que están aquí en Roma: a uno le falta un brazo, otro está herido en la cabeza… Niños inocentes. Pienso en los millones de refugiados ucranios que deben huir dejando atrás todo, y siento un gran dolor por cuantos no tienen ni siquiera la posibilidad de escapar. Muchos abuelos, enfermos y pobres, separados de sus familiares, tantos niños y personas frágiles deben quedarse y morir bajo las bombas sin poder recibir ayuda y sin encontrar seguridad ni siquiera en los refugios antiaéreos. ¡Todo esto es inhumano! Aún más, ¡es también sacrílego, porque va contra la sacralidad de la vida humana, sobre todo contra la vida humana indefensa, que ha de ser respetada y protegida, no eliminada, y que está por encima de cualquier estrategia! No lo olvidemos: ¡es una crueldad inhumana y sacrílega! Oremos en silencio por todos los que sufren.

Me consuela saber que a la población que se ha quedado bajo las bombas no le falta la cercanía de los Pastores, que en estos días trágicos están viviendo el Evangelio de la caridad y de la fraternidad. Estos días he hablado por teléfono con algunos de ellos: ¡qué cerca están del pueblo de Dios! ¡Gracias, queridos hermanos, queridas hermanas, por este testimonio y por la ayuda concreta que estáis ofreciendo con valentía a tanta gente desesperada! Pienso en el Nuncio Apostólico, recién nombrado, Mons. Visvaldas Kulbokas, que desde el inicio de la guerra se ha quedado en Kiev junto con sus colaboradores, y que con su presencia cada día me hace estar cerca del martirizado pueblo ucranio. Permanezcamos junto este pueblo, abracémoslo con afecto, con el compromiso concreto y con la oración. Y, por favor, ¡no nos acostumbremos a la guerra y a la violencia! No nos cansemos de acoger con generosidad, como ya se está haciendo: no solo ahora, en la emergencia, sino también en las semanas y los meses que vendrán. Porque vosotros sabéis que en el primer momento todos nos esforzamos por acoger, pero luego la costumbre nos enfría un poco el corazón y nos olvidamos. Pensemos en estas mujeres, en estos niños, que, con el tiempo, sin trabajo, separadas de sus maridos, serán asediadas por los “buitres” de la sociedad. Protejámoslas, por favor.

Invito a todas las comunidades y a todos los fieles a que se unan a mí el viernes 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación, en un solemne Acto de consagración de la humanidad, especialmente de Rusia y Ucrania, al Corazón Inmaculado de María, para que ella, la Reina de la Paz, obtenga la paz para el mundo.

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos venidos de Italia y de diversos países. En especial, saludo a los fieles de Madrid, al grupo internacional “Ágora de los habitantes de la Tierra”, a los médicos y los equipos de rescate del Servicio de Emergencia 118, a la Renovación Carismática Católica “Charis” —que es el único movimiento oficialmente reconocido, “Charis”, no otros—, y a los miembros del movimiento de los Focolares. Saludo al Pequeño Coro del Antoniano de Bolonia con la banda de la Policía de Estado, al Coro “Ensemble Vox Cordis” de Fornovo San Giovanni, al Coro “San Vincenzo Grossi” de Pizzighettone, a los chicos de la profesión de fe de Angera, Sesto Calende y Ternate, a los peregrinos de la diócesis de Asti y a los fieles de Venecia y Sassari.

Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!



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sábado, 19 de marzo de 2022

Catequesis sobre san José 8. San José padre en la ternura

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 19 de enero de 2022

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Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis reflexionamos sobre san José como padre en la ternura. Los evangelios no dan detalles del modo en que José ejerció su paternidad, pero podemos intuir que el hecho de haber sido un hombre “justo” influyó en la educación que le dio a Jesús, al que vio crecer «en sabiduría, en estatura y en gracia» (Lc 2,52), como dice el Evangelio. Por otra parte, Jesús usaba con frecuencia la palabra “padre” para hablar de Dios y de la ternura con que nos ama. Y es hermoso pensar que el primero en transmitir a Jesús esta realidad haya sido José, que lo amó con corazón de padre.

En la parábola del Padre misericordioso, Jesús hace referencia a la paternidad de Dios que, sin detenerse en los errores de su hijo, lo acoge con ternura y con alegría, con una actitud desbordante y gratuita de amor y de perdón que supera toda lógica humana. Podemos preguntarnos si dejamos a Dios que nos ame con esa misma ternura para que, llenos de su amor, seamos capaces de amar así a los demás.

Concluyó la Audiencia General con esta oración:

San José, padre en la ternura,
enséñanos a aceptar ser amados precisamente en lo que en nosotros es más débil.
Haz que no pongamos ningún impedimento
entre nuestra pobreza y la grandeza del amor de Dios.
Suscita en nosotros el deseo de acercarnos a la reconciliación,
para ser perdonados y también capaces de amar con ternura
a nuestros hermanos y a nuestras hermanas en su pobreza.
Está cerca de aquellos que se han equivocado y por esto pagan un precio;
ayúdales a encontrar, junto a la justicia, también la ternura para poder volver a empezar.
Y enséñales que la primera forma de volver a empezar
es pedir perdón sinceramente, para sentir la caricia del Padre.
 



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miércoles, 16 de marzo de 2022

La vejez, recurso para la juventud despreocupada. Llamamiento y oración por Ucrania

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 16 de marzo de 2022

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Catequesis del Santo Padre

Llamamiento y oración por Ucrania

 

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CATEQUESIS DEL SANTO PADRE

 

Catequesis sobre la vejez 3. La vejez, recurso para la juventud despreocupada

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El pasaje bíblico —con el lenguaje simbólico de la época en la que fue escrito— nos dice algo impresionante: Dios estaba tan amargado por la difundida maldad de los hombres, que se había convertido en una forma de vida normal, que pensó que se había equivocado al crearlos y decidió eliminarlos. Una solución radical. Incluso podría tener un giro paradójico de misericordia. No más humanos, no más historia, no más juicio, no más condena. Y muchas víctimas predestinadas de la corrupción, de la violencia, de la injusticia serían perdonadas para siempre.

¿No nos sucede a veces también a nosotros —abrumados por el sentido de impotencia contra el mal o desmoralizados por los “profetas de desventuras”— pensar que era mejor no haber nacido? ¿Debemos dar crédito a ciertas teorías recientes, que denuncian la especie humana como un daño evolutivo para la vida en nuestro planeta? ¿Todo negativo? No.

De hecho, estamos bajo presión, expuestos a tensiones opuestas que nos confunden. Por un lado, tenemos el optimismo de una juventud eterna, iluminado por los progresos extraordinarios de la técnica, que pinta un futuro lleno de máquinas más eficientes y más inteligentes que nosotros, que curarán nuestros males y pensarán para nosotros las mejores soluciones para no morir: el mundo del robot. Por otro lado, nuestra fantasía parece cada vez más concentrada en la representación de una catástrofe final que nos extinguirá. Lo que sucede con una eventual guerra atómica. El “día después” de esto —si estaremos todavía, días y seres humanos— se deberá empezar de cero. Destruir todo para volver a empezar de cero. No quiero hacer banal el tema del progreso, naturalmente. Pero parece que el símbolo del diluvio esté ganando terreno en nuestro inconsciente. La pandemia actual, además, hipoteca gravemente nuestra representación despreocupada de las cosas que importan, para la vida y para su destino.

En el pasaje bíblico, cuando se trata de poner a salvo de la corrupción y del diluvio la vida de la tierra, Dios encomienda el trabajo a la fidelidad del más anciano de todos, al “justo” Noé. ¿La vejez salvará el mundo, me pregunto? ¿En qué sentido? ¿Y cómo salvará el mundo la vejez? ¿Y cuál es el horizonte? ¿La vida más allá de la muerte o solamente la supervivencia hasta el diluvio?

Una palabra de Jesús, que evoca “los días de Noé”, nos ayuda a profundizar el sentido de la página bíblica que hemos escuchado. Jesús, hablando de los últimos tiempos, dice: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos» (Lc 17,26-27). De hecho, comer y beber, tomar mujer o marido, son cosas muy normales y no parecen ejemplos de corrupción. ¿Dónde está la corrupción? ¿Dónde estaba la corrupción, allí? En realidad, Jesús destaca el hecho de que los seres humanos, cuando se limitan a disfrutar de la vida, pierden incluso la percepción de la corrupción, que mortifica la dignidad y envenena el sentido. Cuando se pierde la percepción de la corrupción, y la corrupción se vuelve una cosa normal: todo tiene su precio, ¡todo! Se compra, se vende, opiniones, actos de justicia… Esto, en el mundo de los negocios, en el mundo de muchas profesiones, es común. Y viven sin preocupación también la corrupción, como si fuera parte de la normalidad del bienestar humano. Cuando tú vas a hacer algo y es lento, el proceso para hacerlo es un poco lento, cuántas veces se escucha decir: “Pero, si me das una propina yo acelero esto”. Muchas veces. “Dame algo y yo voy más adelante”. Lo sabemos bien, todos nosotros. El mundo de la corrupción parece parte de la normalidad del ser humano; y esto es feo. Esta mañana he hablado con un señor que me contaba de este problema en su tierra. Los bienes de la vida son consumidos y disfrutados sin preocupación por la calidad espiritual de la vida, sin cuidado por el hábitat de la casa común. Todo se explota, sin preocuparse de la mortificación y del abatimiento que muchos sufren, y tampoco del mal que envenena la comunidad. Mientras la vida normal pueda estar llena de “bienestar”, no queremos pensar en lo que la vacía de justicia y amor. “Pero, ¡yo estoy bien! ¿Por qué debo pensar en los problemas, en las guerras, en la miseria humana, en cuánta pobreza, en cuánta maldad? No, yo estoy bien. No me importan los demás”. Este es el pensamiento inconsciente que nos lleva adelante a vivir un estado de corrupción.

Me pregunto, ¿puede volverse normalidad la corrupción? Hermanos y hermanas, lamentablemente sí. Se puede respirar el aire de la corrupción como se respira el oxígeno. “Pero es normal; si usted quiere que yo haga esto rápido, ¿cuánto me da?”. ¡Es normal! ¡Es normal, pero es algo feo, no es bueno! ¿Qué es lo que abre el camino? Una cosa: la despreocupación que se dirige solo al cuidado de sí mismos: este es el pasaje que abre la puerta a la corrupción que hunde la vida de todos. La corrupción obtiene gran ventaja de esta despreocupación que no es buena. Cuando a una persona le parece todo bien y no le importan los demás: esta despreocupación ablanda nuestras defensas, ofusca la conciencia y nos hace —incluso involuntariamente—cómplices. Porque la corrupción nunca va sola: una persona siempre tiene cómplices. Y la corrupción siempre se amplía, se amplía.

La vejez está en condiciones de captar el engaño de esta normalización de una vida obsesionada por el disfrute y vacía de interioridad: vida sin pensamiento, sin sacrificio, sin interioridad, sin belleza, sin verdad, sin justicia, sin amor: esto es todo corrupción. La sensibilidad especial de nosotros ancianos, de la edad anciana por las atenciones, los pensamientos y los afectos que nos hacen más humanos, debería volver a ser una vocación para muchos. Y será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones. Seremos nosotros quien demos la alarma, el alerta: “Estad atentos, que esto es la corrupción, no te lleva a nada”. La sabiduría de los ancianos es muy necesaria, hoy, para ir contra la corrupción. Las nuevas generaciones esperan de nosotros los mayores, de nosotros ancianos una palabra que sea profecía, que abra las puertas a nuevas perspectivas fuera de este mundo despreocupado de la corrupción, de la costumbre de las cosas corruptas. La bendición de Dios elige la vejez, por este carisma tan humano y humanizador. ¿Qué sentido tiene mi vejez? Cada uno de nosotros ancianos podemos preguntarnos. El sentido es este: ser profeta de la corrupción y decir a los otros: “¡Deteneos, yo he hecho ese camino y no te lleva a nada! Ahora yo te cuento mi experiencia”. Nosotros ancianos debemos ser profetas contra la corrupción, como Noé fue el profeta contra la corrupción de su tiempo, porque era el único del que Dios se fio. Yo os pregunto a todos vosotros, y también me pregunto a mí: ¿ está abierto mi corazón a ser profeta contra la corrupción de hoy? Hay algo feo, cuando los ancianos no han madurado y se vuelven mayores con las mismas costumbres corruptas de los jóvenes. Pensemos en el pasaje bíblico de los jueces de Susana: son el ejemplo de una vejez corrupta. Y nosotros, con una vejez así no seremos capaces de ser profetas para las jóvenes generaciones.

Y Noé es el ejemplo de esta vejez generativa: no es corrupta, es generativa. Noé no hace predicaciones, no se lamenta, no recrimina, pero cuida del futuro de la generación que está en peligro. Nosotros ancianos debemos cuidar de los jóvenes, de los niños que están en peligro. Construye el arca de la acogida y hace entrar hombres y animales. En el cuidado por la vida, en todas sus formas, Noé cumple el mandamiento de Dios repitiendo el gesto tierno y generoso de la creación, que en realidad es el pensamiento mismo que inspira el mandamiento de Dios: una bendición, una nueva creación (cf. Gen 8,15-9,17). La vocación de Noé permanece siempre actual. El santo patriarca debe interceder todavía por nosotros. Y nosotros, mujeres y hombres de una cierta edad —por no decir mayores, porque algunos se ofenden— no olvidemos que tenemos la posibilidad de la sabiduría, de decir a los otros: “Mira, este camino de corrupción no lleva a nada”. Nosotros debemos ser como el buen vino que al final envejecido puede dar un mensaje bueno y no malo.

Hago un llamamiento, hoy, a todas las personas que tienen una cierta edad, por no decir ancianos. Estad atentos: vosotros tenéis la responsabilidad de denunciar la corrupción humana en la que se vive y en la que va adelante este modo de vivir de relativismo, totalmente relativo, como si todo fuera lícito. Vamos adelante. El mundo lo necesita, necesita jóvenes fuertes, que vayan adelante, y ancianos sabios. Pidamos al Señor la gracia de la sabiduría.


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Veo que hay mexicanos aquí. Pidamos al Señor que, como Noé, sepamos acoger, valorar y proteger el don de la vida en todas sus manifestaciones. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


 

LLAMAMIENTO Y ORACIÓN POR UCRANIA

Queridos hermanos y hermanas, en el dolor de esta guerra hacemos una oración todos juntos, pidiendo al Señor el perdón y pidiendo la paz. Rezaremos una oración escrita por un obispo italiano.

Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten misericordia de nosotros pecadores.
Señor Jesús, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, muerto en brazos de la madre en un bunker de Járkov, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, enviado veinteañero al frente, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, que ves todavía las manos armadas en la sombra de tu cruz, ¡ten piedad de nosotros!

Perdónanos Señor,
perdónanos, si no contentos con los clavos con los que atravesamos tu mano, seguimos bebiendo la sangre de los muertos desgarrados por las armas.
Perdónanos, si estas manos que habías creado para custodiar, se han transformado en instrumentos de muerte.
Perdónanos, Señor, si seguimos matando a nuestros hermanos, perdónanos si seguimos como Caín quitando las piedras de nuestro campo para matar a Abel.
Perdónanos, si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestras acciones.
Perdónanos la guerra, Señor. Perdónanos la guerra, Señor.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ¡te imploramos! ¡Detén la mano de Caín!
Ilumina nuestra conciencia,
no se haga nuestra voluntad,
¡no nos abandones a nuestras acciones!
¡Detennos, Señor, detennos!
Y cuando hayas parado la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano.
Oh Señor, ¡pon un freno a la violencia!
¡Detennos, Señor!

Amén.


 

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