miércoles, 27 de septiembre de 2017

El Papa Exhorta a no dejarse robar la esperanza, porque ella mantiene en pié la vida

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 27 Sept. 2017).- El papa Francisco en la audiencia de este miércoles retomó la catequesis sobre el tema de la esperanza cristiana, exhortando a no dejársela robar, porque la esperanza mantiene en pié la vida.
A continuación el texto completo de la catequesis:
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En este tiempo nosotros estamos hablando de la esperanza; pero hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre los enemigos de la esperanza, porque la esperanza tiene sus enemigos. Como cada bien en este mundo, tiene sus enemigos.
Y me ha venido a la mente el antiguo mito del vaso de Pandora: la apertura del vaso desencadena tantas desgracias para la historia del mundo. Pocos, pero, recordando la última parte de la historia, que abre una rendija de luz: después de que todos los males han salido de la boca del vaso, un minúsculo don parece tomarse la revancha ante todo ese mal que se difunde. Pandora, la mujer que tenía en custodia el vaso, lo entrevé al final: los griegos lo llaman elpìs, que quiere decir esperanza.

Este mito nos narra porque es tan importante para la humanidad la esperanza. No es verdad que ‘hasta que hay vida, hay esperanza’, como se suele decir. Más bien es lo contrario: es la esperanza que tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubieran cultivado la esperanza, si no se hubieran sostenido en esta virtud, no habrían salido jamás de las cavernas,y no habrían dejado huellas en la historia del mundo. Es lo que más divino pueda existir en el corazón del hombre.

Un profeta francés -Charles Péguy- nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza (Cfr. El pórtico del misterio de la segunda virtud). Él dice poéticamente que Dios no se maravilla tanto por la fe de los seres humanos y mucho menos por su caridad; en cambilo lo que verdaderamente lo llena de maravilla y emoción es la esperanza de la gente. ‘Que esos pobres hijos -escribe- vean como van las cosas y que crean que irá mejor mañana’. La imagen del poeta evoca los rostros de tanta gente que ha transitado por este mundo -campesinos, pobres obreros, emigrantes en busca de un futuro mejor- que han luchado tenazmente no obstante la amargura de un hoy difícil, colmado de tantas pruebas, animado pero por la confianza que los hijos tendrían una vida más justa y más serena. Luchaban por sus hijos, luchaban en la esperanza.

La esperanza es el impulso en el corazón de quien parte dejando la casa, la tierra, a veces familiares y parientes -pienso en los migrantes- para buscar una vida mejor, más digna para sí y para sus seres queridos. Y es también el impulso en el corazón de quien los acoge: el deseo de encontrarse, de conocerse, de dialogar…
La esperanza es el impulso a ‘compartir el viaje’, porque el viaje se hace de a dos: los que vienen a nuestra tierra, y nosotros que vamos hacia sus corazones, para entenderlos, para entender su cultura, su lengua. Es un viaje de a dos, pero sin esperanza ese viaje no se puede hacer.

 La esperanza es el impulso a compartir el viaje de la vida, como nos recuerda la Campaña de Caritas que hoy inauguramos. (Aplausos: sí para la Cáritas) ¡Hermanos, no tengamos miedo de compartir el viaje! ¡No tengamos miedo! ¡No tengamos miedo de compartir la esperanza!
La esperanza no es una virtud para gente con el estómago lleno. Por esto desde siempre, los pobres son los primeros portadores de la esperanza. Y en este sentido podemos decir que los pobres, también los mendigos, son los protagonistas de la Historia.

Para entrar en el mundo, Dios ha necesitado de ellos: de José y de María, de los pastores de Belén. En la noche de la primera Navidad había un mundo que dormía, recostado en tantas certezas adquiridas. Pero los humildes preparaban escondidamente la revolución de la bondad. Eran pobres de todo, alguno emergía un poco sobre el umbral de la supervivencia, pero eran ricos del bien más precioso que existe en el mundo, es decir, el deseo del cambio.

A veces, haber tenido todo de la vida es una desgracia. Piensen en un joven al cual no le han enseñado la virtud de la espera y de la paciencia, que no ha tenido que sudar para nada, que ha quemado las etapas y a veinte años ya sabe cómo va el mundo; la ha sido destinada la peor condena: aquella de no desear más nada. Es esta la peor condena: cerrar la puerta a los deseos, a los sueños. Parece un joven, en cambio ha bajado el otoño sobre su corazón. Son los jóvenes del otoño.
Tener un alma vacía es el peor obstáculo a la esperanza. Es un riesgo al cual nadie puede estar excluido; porque ser tentados contra la esperanza puede suceder también cuando se recorre el camino de la vida cristiana.

Los monjes de la antigüedad habían denunciado uno de los peores enemigos del fervor. Decían así: ese ‘demonio del mediodía’ que va juntarse a una vida de empeño, justamente cuando en lo alto arde el sol. Esta tentación nos sorprende cuando menos lo esperamos: las jornadas se vuelven monótonas y aburridas, ningún valor más parece merecer la fatiga. Esta actitud se llama desidia y corroe la vida desde dentro hasta dejarla como un contenedor vacío.
Cuando esto sucede, el cristiano sabe que esa condición debe ser combatida, jamás aceptada pasivamente. Dios nos ha creado para la alegría y para la felicidad, y no para complacernos en pensamientos melancólicos. Es por esto que es importante cuidar el propio corazón, oponiéndonos a las tentaciones de infelicidad, que seguramente no provienen de Dios.

Y allí donde nuestras fuerzas parecieran débiles y la batalla contra la angustia particularmente dura, podemos siempre recurrir al nombre de Jesús. Podemos repetir esa oración simple, de la cual encontramos huellas también en los Evangelios y que se ha convertido en el fundamento de tantas tradiciones espirituales cristianas: “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. ¡Bella oración! “¡Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, ten piedad de mi pecador!”. Esta es una oración de esperanza, porque me dirijo a Aquel que puede abrir de par en par las puertas y resolver los problemas y hacerme ver el horizonte, el horizonte de la esperanza.

Entretanto hermanos y hermanas, no estamos solos a combatir contra la desesperación. Si Jesús ha vencido al mundo, es capaz de vencer en nosotros todo lo que se opone al bien. Si Dios está con nosotros, nadie nos robará esa virtud de la cual tenemos absolutamente necesidad para vivir. Nadie nos robará la esperanza. ¡Vayamos adelante!».

domingo, 24 de septiembre de 2017

La lógica del amor del Padre, gratuito y generoso


Comentario de la parábola de la onceava hora


Angelus 24/09/2017 CTV
Angelus 24/09/2017 CTV

(ZENIT – Roma, 24 de septiembre de 2017).
Palabras del Papa Francisco antes del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En la página del evangelio de hoy (Mt 20, 16-16), encontramos la parábola de los obreros llamados cada día, que Jesús cuenta para comunicar dos aspectos del Reino de Dios: el primero, que Dios quiere llamar a todos a trabajar en su Reino; y segundo, que al final quiere dar a todos la misma recompensa es decir la salvación, la vida eterna.
El patrón de una viña, que representa a Dios, sale al alba y recluta a un grupo de trabajadores, acordando con ellos el salario de un denario para toda la jornada – era un salario justo – y después vuelve a salir en las siguientes horas, cinco veces en ese día, hasta la tarde, para reclutar a otros obreros que los ve desocupadas. 

Al final de la jornada, el patrón ordena que se pague un denario a cada uno, incluso a aquellos que habían trabajado pocas horas. Naturalmente, los jornaleros contratados a primera hora se lamentan, porque se ven pagados de la misma manera que aquellos que han trabajado menos. Pero el patrón les recuerda que han recibido lo que habían acordado, si después él quiere ser generoso con los demás, ellos no tienen por qué ser envidiosos.
En realidad, esta “injusticia”-entre comillas- del patrón, sirve para provocar, en quien escucha la parábola, un salto de nivel, porque aquí, Jesús no quiere hablar del problema del trabajo y del salario justo, no, quiere hablar del ¡Reino de Dios! 

Y el mensaje es el siguiente: en el Reino de Dios, no existen desocupados, todos están llamados a hacer su parte y para todos al final habrá una recompensa que viene de la justicia divina, no humana – para nuestra suerte – es decir la salvación que Jesucristo nos ha adquirido con su muerte y resurrección. Una salvación que no es merecida, sino regalada, la salvación es gratuita, de manera que “los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos” (Mt 20.16).
Con esta parábola, Jesús quiere abrir nuestros corazones a la lógica del amor del Padre, que es, gratuito y generoso. Se trata de dejarse maravillar y fascinar por los “pensamientos” y por “los caminos” de Dios que, como nos recuerda el profeta Isaías, no son nuestros pensamientos, no son nuestros caminos Is 55, 8. 

Los pensamientos humanos a menudo están marcados por egoísmos y por intereses personales, y nuestros senderos estrechos y tortuosos no son comparables con los caminos amplios y rectos del Señor. Él usa misericordia, no os olvidéis, usa misericordia, perdona largamente, ampliamente, está lleno de generosidad y de bondad, que vuelca sobre cada uno de nosotros, abre a todos el territorio ilimitado de su amor y de su gracia, que solo pueden dar al corazón humano la plenitud de la alegría.
Jesús quiere hacernos contemplar la mirada de este patrón: la mirada con la cual ve a cada uno de los obreros en espera del trabajo y los llama a ir a su viña. 

Es una mirada llena de atención, de benevolencia; es una mirada que llama, que invita a levantarse, a ponerse en marcha, porque él quiere la vida para cada uno de nosotros, quiere una vida plena, comprometida, salvada del vacío y de la inercia. Dios que no excluye a nadie y quiere que cada uno alcance su plenitud
Este es el amor de nuestro Dios, de nuestro Dios que es Padre.
Que la Santísima Virgen María nos ayude a acoger en nuestra vida la lógica del amor que nos libera de la presunción de merecer la recompensa de Dios y del juicio negativo de los otros.

© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

viernes, 22 de septiembre de 2017

Francisco: contra los abusos “hemos llegado atrasados”. Y pide “tolerancia cero”


Deja de lado su discurso y explica que los casos quedan en “Doctrina de la Fe”
La cúpula de San Pedro vista desde un patio interno de los jardines del Vaticano (Foto ZENIT cc)
La cúpula de San Pedro vista desde un patio interno de los jardines del Vaticano (Foto ZENIT cc)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 21 Sept. 2017).- El papa Francisco recibió hoy en audiencia en el Vaticano a los miembros de la Comisión Pontificia para la Tutela de los Menores, en ocasión de su asamblea plenaria, presidida por su presidente, el cardenal Sean Patrick O’Malley.
Junto a ellos, el Santo Padre dejó de lado el discurso preparado, si bien pidió que sea publicado. Un discurso en el que reitera que “la Iglesia irrevocablemente y a todos los niveles pretende aplicar contra el abuso sexual de menores el principio de “tolerancia cero”.
En sus palabras improvisadas, el Santo Padre lamentó que con la Comisión “Hemos llegado tarde”, y consideró ineficiente la “vieja práctica de cambiar a la gente de lugar”. Y dirigiéndose al cardenal O’Malley, el Pontífice señaló que la providencia “suscitó hombres proféticos en la iglesia, como el cardenal que inició este trabajo de traer el problema a la superficie y verlo en la cara”.
“¿Cuál es el camino para proseguir con nuestro trabajo?”, se interrogó Francisco, “porque no es solo la Comisión, es la Santa Sede y el Papa” quienes están involucrados.
Y señaló: “Por ahora es competencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe”. Precisó que se trata de “una cosa práctica que la Iglesia siempre ha hecho”, ante estas “problemáticas nuevas”. La Doctrina de la Fe las toma como en los casos de reducción laical después del Concilio.
“Después cuando se sistematizó bien”, el caso de las reducciones laicales, esta materia “pasó a la Congregación del Clero”. Precisó que explica esto porque “algunos piden que los casos de abusos vayan directamente a la Rota o tribunales del Vaticano”.
“El problema –aseguró el Papa– es grave porque hay algunos que no han tomado conciencia del problema” y por ello los casos “deben permanecer en la Doctrina de la Fe”.
“Es verdad que hay muchos casos allí que no avanzan”, reconoció el Pontífice, si bien aseguró que “con el nuevo secretario, se está tratando de volver más rápidos los trabajos para los procesos”. Y aseguró que “este es el primer problema” que se está enfrentando.
Segundo paso
Indicó un Segundo paso: “Sobre las quejas porque los procesos no avanzaban”. Señaló que “se creo una comisión para los recursos, la que tienen que ser mejorada con la ayuda de algún obispo diocesano que conozca los problemas en el lugar”.
Es una comisión presidida por el arzobispo de Malta, Mons. Charles Scicluna, “quien tiene una conciencia muy clara del problema de la pedofilia”. Si bien indicó que “esta comisión tiene un problema, porque la mayoría son canonistas y examinan si todo el proceso está bien” y porque además “existe la tentación del bajar la pena”.
Por lo tanto, indicó el Sucesor de Pedro, “he decidido balancear un poco esta comisión y decir que un abuso probado es suficiente para no poder hacer apelo. Si están las pruebas, es definitivo”. Reiteró que “quien hace esto, hombre o mujer, está enfermo, es una enfermedad. Hoy se arrepiente y después de dos años recae”.
“El tercer paso es el pedido de gracia al Papa”, dijo. Cuando el tribunal llamado ‘Feria cuarta’ da su sentencia, está la Comisión para el apelo. “Quien es condenado en los dos, puede pedir la gracia al Papa” dijo, si bien aseguró: “Yo no la firmaré jamás”.
Señaló que apenas fue elevado a Pontífice, le llegó una solicitud de gracia, en la que se podía “perder de las funciones pero no el estado clerical”. Indicó que “Yo era nuevo, no sabía mucho y di la más benévola. Pero recayó”. Y subrayó: “Yo he aprendido de esto: es una fea enfermedad”.
Añadió que es una vieja enfermedad, “como se puede ver en una carta de san Francisco Javier a unos monjes budistas, en los que condenaba este vicio”.
El Papa concluyó que es necesario “ir adelante con confianza”y les agradeció por el trabajo que hacen y por traer a flote este problema.

 Texto completo de la catequesis del papa Francisco – Audiencia del 20 de septiembre de 2017

El Santo Padre prosiguió con el tema de la esperanza cristiana

El Papa en la Audiencia general celebrada el 20 de septiembre de 2017 © L´Osservatore Romano
El Papa en la Audiencia general celebrada el 20 de septiembre de 2017 © L´Osservatore Romano
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 20 Sept. 2017).- El papa Francisco ofreció este miércoles una nueva audiencia en la plaza de San Pedro, donde le aguardaban miles de peregrinos. El Santo Padre prosiguió con la serie de las catequesis sobre la esperanza cristiana, en particular sobre la necesidad de educar a la esperanza.
A continuación el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis de hoy tiene por tema: “educar a la esperanza”. Y por esto yo la voy a dirigir directamente, con el “tú”, imaginando hablar como educador, como un padre a un joven, o a alguna persona abierta a aprender.
Piensa, ahí donde Dios te ha sembrado, ¡ten esperanza! Siempre ten esperanza.
No te rindas a la noche: recuerda que el primer enemigo por derrotar no está fuera de ti, está dentro. Por lo tanto, no concedas espacio a los pensamientos amargos, oscuros, ¿no?

Este mundo es el primer milagro que Dios ha hecho, ha puesto en nuestras manos la gracia de nuevos prodigios. Fe y esperanza van juntos. Cree en la existencia de las verdades más altas y más bellas. Confía en Dios Creador, en el Espíritu Santo que mueve todo hacia el bien, en el abrazo de Cristo que espera a todo hombre al final de su existencia; cree, Él te espera.
El mundo camina gracias a la mirada de tantos hombres que han abierto brechas, que han construido puentes, que han soñado y creído; incluso cuando alrededor de ellos oían palabras de burla.

No pienses jamás que la lucha que conduces aquí abajo sea del todo inútil. Al final de la existencia no nos espera el naufragio: en nosotros palpita una semilla de absoluto. Dios no desilusiona: si ha puesto una esperanza en nuestros corazones, no la quiere truncar con continuas frustraciones. Todo nace para florecer en una eterna primavera. También Dios nos ha hecho para florecer. Recuerdo ese diálogo, cuando el roble pidió a la almendra: “Háblame de Dios”. Y la almendra floreció.

¡Donde quiera que te encuentres, construye! ¡Si estás por los suelos, levántate! No permanezcas jamás caído, levántate, déjate ayudar para estar de pie. ¡Si estas sentado, ponte en camino! ¡Si el aburrimiento te paraliza, échalo con las obras de bien! Si te sientes vacío o desmoralizado, pide que el Espíritu Santo pueda nuevamente llenar tu nada.
Obra la paz en medio a los hombres, y no escuches la voz de quien derrama odio y división. No escuches estas voces. Los seres humanos, por cuanto sean diversos los unos de los otros, han sido creados para vivir juntos. 

En los contrastes, paciencia, un día descubrirás que cada uno es depositario de un fragmento de verdad.
Ama a las personas. Ámalos uno a uno. Respeta el camino de todos, recto o atormentado que sea, porque cada uno tiene una historia para contar. También cada uno de nosotros tiene su propia historia por narrar. Todo niño que nace es la promesa de una vida que todavía una vez más se demuestra más fuerte que la muerte. Todo amor que surge es una potencia de transformación que anhela la felicidad.

Jesús nos ha entregado una luz que brilla en las tinieblas: defiéndela, protégela. Esta única luz es la riqueza más grande confiada a tu vida. Y sobre todo, sueña. No tengas miedo de soñar. ¡Sueña! Sueña con un mundo que todavía no se ve, pero que es cierto que llegará.
La esperanza nos lleva a la existencia de una creación que se extiende hasta su cumplimiento definitivo, cuando Dios será todo en todos. Los hombres capaces de imaginación han regalado al hombre descubrimientos científicos y tecnológicos; han atravesado los océanos y han pisado tierras que nadie había pisado jamás. Los hombres que han cultivado esperanzas son también aquellos que han vencido la esclavitud y traído mejores condiciones de vida sobre esta tierra. Piensen en estos hombres.


Se responsable de este mundo y de la vida de cada hombre. Porque toda injusticia contra un pobre es una herida abierta y disminuye tu misma dignidad. La vida no cesa con tu existencia, y en este mundo vendrán otras generaciones que seguirán a la nuestra, y muchas otras todavía.
Y cada día pide a Dios el don de la valentía. Recuérdate que Jesús ha vencido por nosotros al miedo. ¡Él ha vencido al miedo! Nuestra enemiga más traicionera no puede nada contra la fe. Y cuando te encuentres atemorizado ante cualquier dificultad de la vida, recuérdate que tú no vives sólo por ti mismo. En el Bautismo tu vida ha sido ya sumergida en el misterio de la Trinidad y tú perteneces a Jesús.
Y si un día te toma el miedo, o tú pensaras que el mal es demasiado grande para ser derrotado, piensa simplemente que Jesús vive en ti. Y es Él que, a través de ti, con su humildad quiere someter a todos los enemigos del hombre: el pecado, el odio, el crimen, la violencia, todos nuestros enemigos.
Ten siempre el coraje de la verdad, pero recuérdate: no eres superior a nadie. Recuérdate de esto, no eres superior a nadie. Si tú fueras el último en creer en la verdad, no rechaces por esto la compañía de los hombres. Incluso si tú vivieras en el silencio de una ermita, lleva en el corazón los sufrimientos de toda criatura. Eres cristiano; y en la oración todo devuelves a Dios.
Y cultiva ideales. Vive por alguna cosa que supera al hombre. Y si un día estos ideales te pidieran una cuenta salda por pagar, no dejes jamás de llevarlos en tu corazón. La fidelidad obtiene todo.

Si te equivocas, levántate: nada es más humano que cometer errores. Y esos mismos errores no deben de convertirse para ti en una prisión. No te quedes enjaulado en los propios errores. El Hijo de Dios ha venido no por los sanos, sino por los enfermos: por lo tanto ha venido también por ti. Y si te equivocas incluso en el futuro, no temas, ¡levántate! ¿Sabes por qué? Porque Dios es tu amigo. ¡Dios es tu amigo!
Si te afecta la amargura, cree firmemente en todas las personas que todavía obran por el bien: en su humildad esta la semilla de un mundo nuevo. Frecuenta a las personas que han cuidado el corazón como aquel de un niño. Aprende de las maravillas, cultiva el asombro, cultiva el asombro.
Vive, ama, sueña, cree. Y, con la gracia de Dios, no te desesperes jamás. Gracias».

(Traducción hecha desde el audio por ZENIT)
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martes, 19 de septiembre de 2017

Carta apostólica en forma de Motu Proprio: ‘Summa Familiae Cura’


 Texto completo 

Que instituye el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las ciencia del matrimonio y de la familia

(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 19 Sept. 2017).- El papa Francisco decidió ampliar el Instituto Juan Pablo II para las ciencia del matrimonio y de la familia, con sede en la universidad lateranense de Roma, con una carta apostólica en forma de ‘motu proprio’, que reproducimos a continuación:
Carta apostólica en forma de Motu Proprio: ‘Summa Familiae Cura
Que instituye el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las ciencia del matrimonio y de la familia

Animado por la mayor atención a la familia, San Juan Pablo II, como seguimiento del Sínodo de los Obispos de 1980 sobre la familia y de la exhortación apostólica postsinodal Familiaris Consortio de 1981, con la Constitución apostólica Magnum Matrimoniisacramentum confirió una forma jurídica estable al  Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia, que opera en la Universidad Pontificia Lateranense. Desde entonces, éste  ha desarrollado un proficuo trabajo de profundización teológica y de formación pastoral  tanto en su sede central de Roma, como en las secciones extraurbanas, presentes ya en todos los continentes.
Más recientemente, la Iglesia ha dado  un paso ulterior en el camino sinodal poniendo nuevamente en el centro de la atención  la realidad del matrimonio y la familia, en  primer lugar en la Asamblea  extraordinaria de 2014, dedicada a “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización” y, después, en la ordinaria de 2015 sobre “La vocación y la  misión de la familia en la Iglesia y en el mundo “. La culminación de este intenso recorrido ha sido la Exhortación apostólica  post-sinodal Amoris Laetitia, publicada el 19 de marzo de 2016.
Esta estación sinodal  ha llevado a la Iglesia a una renovada conciencia del Evangelio de la familia y de los nuevos desafíos pastorales a los que la comunidad cristiana está llamada a responder. La centralidad de la familia en los caminos de “conversión pastoral”[1] de nuestras comunidades y de “transformación misionera de la Iglesia”[2] requiere que – incluso en el ámbito de la  formación académica – en la reflexión sobre el matrimonio y la familia no falten nunca la perspectiva pastoral y la  atención a las heridas de la humanidad. Si no se puede llevar a cabo  una fecunda profundización de la teología pastoral sin tener en cuenta el peculiar perfil eclesial de la familia[3], por otro lado, no escapa a la misma solicitud pastoral de la Iglesia el valioso aporte del pensamiento y de la  reflexión que indagan, del modo más profundo y riguroso, la verdad de la revelación y la sabiduría de la tradición de la fe, con el fin de su mayor inteligencia en el tiempo presente. “El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia. […] Es sano prestar atención a la realidad concreta, porque «las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia», a través de los cuales «la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia “.[4] El cambio antropológico y cultural, que influye hoy en  todos los aspectos de la vida y requiere un enfoque analítico y diversificado, no nos permite limitarnos a prácticas de la  pastoral y de  la misión que reflejan formas y modelos del pasado. Debemos ser intérpretes conscientes y apasionados de la sabiduría de la fe en un contexto en el que los individuos están  menos sostenidos que en el pasado por las estructuras sociales, en su vida afectiva y familiar. Con el límpido propósito de permanecer fieles a las enseñanzas de Cristo debemos, por lo tanto,  mirar con intelecto de amor y con sabio realismo, la realidad de la familia, hoy, en toda su complejidad, en sus luces y sombras.[5]
Por estas razones he considerado oportuno ofrecer un nuevo marco jurídico al Instituto Juan Pablo II, para que  “la intuición clarividente de San Juan Pablo II, que quiso firmemente esta institución académica, hoy [pueda] ser todavía mejor reconocida y apreciada en su fecundidad y actualidad”[6]. Por lo tanto, he tomado la decisión  de instituir un Instituto Teológico para  Ciencias  del Matrimonio y la Familia, ampliando su campo de interés, sea por las  nuevas dimensiones de la tarea pastoral y de la misión eclesial, sea en referencia al desarrollo de las ciencias humanas y de la cultura antropológica en un campo tan fundamental para la cultura de la vida.
ART. 1
Con el presente Motu Proprio instituyo el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para Ciencias del Matrimonio y la Familia,que, vinculada a la Pontificia Universidad Lateranense, suceda, sustituyéndolo al  Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el Matrimonio y la Familia, establecido por la Constitución apostólica Magnum Matrimonii sacramentum, que por lo tanto cesa. Será debido, sin embargo, que la inspiración original que dio origen al cesado  Instituto para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia siga fecundando  el campo más amplio de compromiso del nuevo Instituto Teológico, contribuyendo eficazmente a que sea plenamente compatible con las exigencias actuales de la misión pastoral de la Iglesia .

ART. 2
El nuevo Instituto será, en el contexto de las instituciones pontificias, un centro académico de referencia, al servicio de la misión de la Iglesia universal, en el campo de  las ciencias relacionadas con el matrimonio y la familia y respecto a los  temas  asociados con la alianza fundamental del hombre y de  la mujer para el cuidado y la generación  de la creación.

ART. 3
La relación especial del nuevo Instituto Teológico con el ministerio y el magisterio de la Santa Sede se verá respaldada además por la relación privilegiada que establecerá, en las formas que serán mutuamente concordadas, con la Congregación para la Educación Católica, el Pontificio Consejo para los Laicos, la  Familia y la Vida y con la Pontificia Academia para la Vida.
ART 4
§ 1. El Pontificio Instituto Teológico, así renovado, adaptará sus estructuras y dispondrá de  las herramientas necesarias – cátedras, profesores, programas, personal administrativo – para realizar la misión científica y eclesial que se le asigna.
§ 2. Las autoridades académicas del Instituto Teológico son el Gran Canciller, el Presidente y cl Consejo del Instituto.
§ 3. El Instituto Teológico tiene la facultad de conferir  iure proprio a sus alumnos los siguientes títulos académicos: Doctorado en Ciencias sobre el Matrimonio y la Familia; la Licencia en Ciencias sobre el Matrimonio y la Familia; el Diploma en Ciencias sobre el Matrimonio y la Familia.
ART. 5
Lo que establece el presente Motu proprio será profundizado y definido en sus propios estatutos aprobados por la Santa Sede. En particular, se identificarán las formas más adecuadas para promover la cooperación y la confrontación, en los ámbitos de la enseñanza y la investigación, entre las autoridades  del Instituto Teológico y las de la Pontificia Universidad Lateranense.
ART. 6
Hasta la aprobación de los nuevos Estatutos, el Instituto Teológico se regirá temporalmente por las normas estatutarias  hasta ahora vigentes en el Instituto Juan Pablo II para  Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, comprendidas la estructuración en secciones y las respectivas normas,  en la medida en que no se opongan  al presente Motu  proprio.
Todo lo deliberado con esta Carta apostólica en forma de Motu proprio, ordeno que se observe en todas sus partes, a pesar de cualquier disposición en contrario, aunque digna de mención especial, y establezco  que sea promulgado  mediante la publicación  en el diario L’Osservatore Romano, entrando  en vigor el día de la promulgación, y que se inserte sucesivamente en Acta Apostolicae Sedis.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen María del año 2017, quinto de nuestro Pontificado
[1] Cfr Exhort.ap Evangelii gaudium, 26-32. [2] Cfr Ibd, cap I. [3] Cfr. CONC.ECUM.VAT II, Cost.dogm. Lumen Gentium, 11 [4] Exhort. Apo.postsin. Amoris laetitia, 31; cfr Juan Pablo II Exhort. Apo.postsin. Familiaris consortio 4 [5] Cfr, Exhort. Apo.postsin. Amoris laetitia, 32 [6] Discurso a la comunidad académica del Pontificio Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre Matrimonio y Familia, 27 octubre 2016 
 L’Osservatore Romano, 28 de octubre 2016 p.8 (Traducción no oficial Press.va)


Santa Marta: “Los cristianos deben rezar por los gobernantes”

El Papa propone examen de conciencia: “¿Rezo por todos los gobernantes?”

Misa en Santa Marta 18/09/2017 © L´Osservatore Romano
Misa en Santa Marta 18/09/2017 © L´Osservatore Romano

(ZENIT – 18 Sept. 2017).- “Los cristianos deben rezar por los gobernantes” ha indicado el papa Francisco esta mañana en la homilía de la eucaristía celebrada en la Residencia de Santa Marta.
El papa Francisco reflexionó sobre la Primera lectura del día en que san Pablo aconseja a Timoteo que rece por los gobernantes. A la vez, habló sobre la lectura del Evangelio, en la que aparece un gobernante que reza: es el centurión que tenía a un siervo enfermo.
“Los cristianos deben rezar por los gobernantes –ha afirmado el Papa–. ‘Pero, Padre, ¿cómo voy a rezar por éste, que hace cosas tan graves?’ – ‘Tiene más necesidad aún. Reza, haz penitencia por el gobernante’. La oración de intercesión – es tan hermoso esto que dice Pablo – es para todos los reyes, para todos aquellos que están en el poder. ¿Para qué? ‘Para que podamos conducir una vida calma y tranquila’. Cuando el gobernante es libre y puede gobernar en paz, todo el pueblo se beneficia de esto”.
El Papa ha advertido que podemos decir: “‘No, yo lo he votado ’… ‘yo no lo he votado, que haga lo suyo’. No, nosotros no podemos dejar a los gobernantes solos: debemos acompañarlos con la oración.
El Papa ha hablado sobre el centurión que aparece en el pasaje del Evagelio de hoy: “Este hombre experimentó la necesidad de la oración” – dijo el Papa – y no sólo porque “amaba” sino también porque “tenía conciencia de no ser el patrón de todo, no ser la última instancia”. Sabía que por encima de él hay otro que gobierna. Tenía subalternos, los soldados, pero él mismo estaba en la condición de subalterno. Y esto lo lleva a orar. En efecto, el gobernante que tiene esta conciencia, reza.
Que los gobernantes recen
“Si no reza, se cierra en su propia auto-referencialidad o en la de su partido, en aquel círculo del que no puede salir; es un hombre cerrado en sí mismo. Pero cuando ve los verdaderos problemas, tiene esta conciencia de ‘subalternidad’, que hay otro que tiene más poder que él. ¿Quién tiene más poder que un gobernante? El pueblo, que le ha dado el poder, y Dios, del que viene el poder a través del pueblo. Cuando un gobernante tiene esta conciencia de ‘subalternidad’, reza”.
Es tan importante que los gobernantes recen – reafirmó – pidiendo al Señor que no les quite la conciencia del carácter de “subalternos” de Dios y del pueblo: “Que mi fuerza se encuentre allí y no en el pequeño grupo o en mí mismo”.
Ante la duda de si el político en cuestión es creyente o no, el Papa indicó: “Si no puedes rezar, confróntate con tu conciencia”, con “los sabios de tu pueblo”. Pero “no permanezcas solo con el pequeño grupo de tu partido”, porque como subrayó Francisco, “esto es auto-referencial”.
El Papa concluyó pidiendo que se haga un examen de conciencia sobre la oración por los gobernantes: “Les pido un favor: cada uno de ustedes dedique hoy cinco minutos, no más que eso. Si es un gobernante, pregúntese: `¿Yo rezo al que me ha dado el poder a través del pueblo?’. Y si no es gobernante: `¿Yo rezo por los gobernantes?´. Sí, por éste o por aquel sí, porque me gusta; por aquellos, no. ¡Y tienen más necesidad aquellos que éste!’. ¿Rezo por todos los gobernantes? Y si ustedes encuentran, cuando hacen el examen de conciencia para confesarse, que no han rezado por los gobernantes, lleven esto a la confesión. Porque no rezar por los gobernantes es un pecado”.
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domingo, 17 de septiembre de 2017

Ángelus: “Abrirse a la posibilidad de perdonar”


Ser perdonado genera alegría, paz y libertad interior (traducción completa)

Angelus 17/09/2017, CTV
Angelus 17/09/2017, CTV
(ZENIT- Ciudad del Vaticano 17 de septiembre de 2017). – “Quien ha tenido la experiencia de la alegría, de la paz y de la libertad interior que viene del hecho de ser perdonado puede abrirse a la posibilidad de perdonar también”: el Papa Francisco ha consagrado su alocución antes del ángelus de este domingo 17 de septiembre de 2017, en la plaza San Pedro al evangelio del perdón de este domingo.
“Siempre debes perdonar ”, explica el Papa señalando que Dios perdona siempre. Concluye :” Que la Virgen María nos ayude a ser siempre más conscientes de la gratuidad y de la grandeza del perdón recibido de Dios, para ser misericordiosos como él, Padre bueno, lento a la cólera y grande en amor”.
Esta es nuestra traducción de las palabras del Papa antes y después del ángelus, que ha presidido en presencia de unos 30.000 visitantes.
AB/RA
Palabras del Papa Francisco antes del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El pasaje del evangelio de este domingo (Cf. Mt 18,21-25) nos ofrece una enseñanza sobre el perdón, que no niega el mal hecho, pero reconoce que el ser humano, creado a imagen de Dios, es siempre más grande que el mal que comete.
San Pedro le pregunta a Jesús: “Si mi hermano comete faltas contra mí, cuantas veces debería perdonar?. Hasta siete veces?” (v. 21). A Pedro le parece mucho perdonar siete veces a una misma persona; y a nosotros nos puede parecer mucho hacerlo dos veces. Pero Jesús responde: “No te digo siete veces, sino hasta 70 veces siete” (v. 22), lo que quiere decir siempre: tu debes perdonar siempre.
Y lo confirma contando la parábola del rey misericordioso y del servidor sin piedad, en la cual muestra la incoherencia de aquel que había sido perdonado primero y rechaza el perdonar.
El rey de la parábola es un hombre generoso que, tiene compasión perdona una deuda enorme-“diez mil talentos” enorme- a un servidor que le suplica. Pero ese mismo servidor, cuando encuentra a otro servidor como él que le debe cien denarios-es decir, mucho menos, se comporta sin piedad, haciéndole meter en prisión. El comportamiento incoherente de este siervo es también el nuestro cuando rechazamos el perdón a nuestros hermanos. Mientras que el rey de la parábola es la imagen de Dios que nos ama con un amor rico en misericordia que nos acoge, nos: ama y nos perdona continuamente.
Desde nuestro bautismo, Dios nos ha perdonado, y nos perdona una deuda insolvente: el pecado original. Entonces con misericordia ilimitada, Él nos perdona todas las faltas tan pronto como mostramos solo un pequeño signo de arrepentimiento. Dios es así: misericordioso.
Cuando estamos tentados a cerrar nuestros corazones a los que nos han ofendido y ofrecemos excusas, recordemos las palabras del Padre Celestial al siervo despiadado: “Te he perdonado esta deuda porque me lo has pedido. No deberías tener tú también piedad de tu compañero, como yo la he tenido de ti?”(vs. 32-33). Quien ha tenido la experiencia de la alegría, de la paz y de la libertad interior que viene del hecho de haber sido perdonado puede abrirse a la posibilidad de perdonar él también.
En la oración del Padre Nuestro, Jesús ha querido la misma enseñanza que la de esta parábola. Ha puesto en relación directa el perdón que pedimos a Dios con el perdón que debemos conceder a nuestros hermanos: “perdonemos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6,12). El perdón de Dios es el signo de su amor desbordante para cada uno de nosotros; es el amor el que nos deja libres de alejarnos, como el hijo pródigo, pero que espera cada día nuestro retorno; es el amor cuidadoso del pastor por la oveja perdida; es la ternura que acoge a todo pecador que llama a su puerta. El Padre celestial-nuestro Padre – está lleno, lleno, de amor y nos lo quiere ofrecer, pero no puede hacerlo si cerramos nuestro corazón al amor de los otros.
Que la Virgen María nos ayude a ser más conscientes cada día de la gratuidad y de la grandeza del perdón recibido de Dios, para ser misericordiosos como él, Padre bueno, lento a la cólera y grande en amor.
Después del ángelus
Queridos hermanos y hermanas, Os saludo a cada uno de vosotros con afecto, Romanos y peregrinos venidos de diferentes países: familias, grupos parroquiales, asociaciones.
Saludo a los fieles de La Plata (Argentina), a los oficiales de la Escuela militar de Colombia y a los catequistas de Rho.
Saludo a los participantes de la carrera a pie Vía Pacis, que ha pasado por los lugares de culto de diferentes confesiones religiosas presentes en Roma. Deseo que esta iniciativa cultural y deportiva pueda favorecer el diálogo, la convivencia y la paz.
Saludo a los numerosos jóvenes venidos de Loreto acompañados por hermanos capuchinos, que han comenzado hoy una jornada de reflexión y de meditación: nos aportáis el “perfume” del santuario de la Santa Casa, gracias!.
Saludo también a los voluntarios Pro Loco y a los caminantes que comienzan hoy el relevo de Asís. Buena ruta!
Os deseo a todos un buen domingo. Y por favor, no os olvidéis de orar por mi. Buena suerte y adiós!.
© Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Viaje a Colombia: Un pueblo gozoso en medio de tantos sufrimientos



Audiencia general 13/09/2017 © L´Osservatore Romano
Audiencia general 13/09/2017 © L´Osservatore Romano
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 13 de septiembre de 2017).- Después de su viaje a Colombia el santo padre Francisco ha retomado este miércoles las audiencias generales en la plaza de San Pedro, haciendo un balace del viaje.
A continuación el texto completo.
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Como ustedes saben en los días pasados he realizado el viaje apostólico a Colombia. (Aplausos) ¡Hay aquí algunos colombianos! Con todo el corazón agradezco al Señor por este gran don; y deseo renovar la expresión de mi reconocimiento al señor presidente de la República, que me ha recibido con mucha cortesía, a los obispos colombianos que han trabajado mucho para preparar esta visita, como también a todas las autoridades del país, y a todos aquellos que han colaborado en la realización de esta Visita. ¡Y un agradecimiento especial al pueblo colombiano que me ha recibido con mucho afecto y mucha alegría!
Un pueblo gozoso en medio de tantos sufrimientos, pero gozoso; un pueblo con esperanza.

 Una de las cosas que más me ha impresionado en todas las ciudades, la multitud y entre la muchedumbre, los papás y las mamás con los niños, que levantaban a los niños para que el Papa los bendijera, pero también con orgullo hacían ver a sus niños como diciendo: “Esto es nuestro orgullo, esta es nuestra esperanza”. Yo he pensado: un pueblo capaz de hacer niños y capaz de hacerlos ver con orgullo, con esperanza: este pueblo tiene futuro. Y me ha gustado mucho.
De modo particular en este viaje he sentido la continuidad con los dos Papas que antes de mí han visitado Colombia: el Beato Pablo VI, en 1968, y San Pablo II, en 1986. Una continuidad fuertemente animada por el Espíritu, que guía los pasos del pueblo de Dios en los caminos de la historia.

El lema del Viaje era ‘Demos el primer paso’, es decir, realicemos el primer paso, referido al proceso de reconciliación que Colombia está viviendo para salir de medio siglo, de medio siglo de conflicto interno, que ha sembrado sufrimiento y enemistad, causando tantas heridas, difíciles de cicatrizar. Pero con la ayuda de Dios el camino ya está ya iniciado. Con mi visita he querido bendecir el esfuerzo de este pueblo, confirmarlo en la fe y en la esperanza, y recibir su testimonio, que es una riqueza para mi ministerio y para toda la Iglesia. El testimonio de este pueblo es una riqueza para toda la Iglesia.

Colombia, como la mayor parte de los países latinoamericanos, es un país en el cual son fortísimas las raíces cristianas. Y si este hecho hace todavía más agudo el dolor por la tragedia de la guerra que lo ha lacerado, al mismo tiempo constituye la garantía de la paz, el sólido fundamento de su reconstrucción, la linfa de su invencible esperanza.
Es evidente que el Maligno ha querido dividir al pueblo para destruir la obra de Dios, pero es también evidente que el amor de Cristo, su infinita Misericordia es más fuerte que el pecado y que la muerte.

Este Viaje ha permitido llevar la bendición de Cristo, la bendición de la Iglesia sobre el deseo de vida y de paz que rebosa del corazón de esta Nación: lo he podido ver en los ojos de los miles y miles de niños, jóvenes y muchachos que han llenado la Plaza de Bogotá y que he encontrado por todas partes; esa fuerza de vida que también la naturaleza misma proclama con su exuberancia y su biodiversidad. ¡Colombia es el segundo país en el mundo por biodiversidad!
En Bogotá he podido encontrar a todos los obispos del país y también al Comité Directivo de¡ Consejo Episcopal Latinoamericano. Agradezco a Dios por haberlos podido abrazar y por haberles dado mi aliento pastoral, por su misión al servicio de la Iglesia sacramento de Cristo nuestra paz y nuestra esperanza.

La jornada dedicada de modo particular al tema de la reconciliación, y el momento culminante de todo el viaje ha sido en Villavicencio. En la mañana se realizó la gran celebración eucarística, con la beatificación de los mártires Jesús Jaramillo Monsalve, obispo, y Pedro María Ramírez Ramos, sacerdote; por la tarde, la especial Liturgia de Reconciliación, simbólicamente orientada hacia el Cristo de Bojayá, sin brazos y sin piernas, mutilado como su pueblo.
La beatificación de los dos mártires ha recordado plásticamente que la paz se funda también, y sobre todo, en la sangre de tantos testigos del amor, de la verdad, de la justicia, y también de verdaderos y propios mártires, asesinados por la fe, como los dos apenas citados. 

 Escuchar sus biografías ha sido conmovedor hasta las lágrimas: lágrimas de dolor y de alegría juntas. Ante sus reliquias y sus rostros, el santo pueblo fiel de Dios ha sentido fuerte su propia identidad, con dolor, pensando a las muchas, demasiadas víctimas y con alegría, por la misericordia de Dios que se extiende sobre quienes lo temen.
«Misericordia y verdad se encontraran, justicia y paz se besaran» (Sal 85,11), que hemos escuchado al inicio. Este versículo del salmo contiene la profecía de lo que ha sucedido el viernes pasado en Colombia; la profecía y la gracia de Dios para este pueblo herido, para que pueda resurgir y caminar en una vida nueva.

Estas palabras proféticas llenas de gracia las hemos visto encarnadas en la historia de los testimonios, que han hablado en nombre de tantos y tantos que, a partir de sus heridas, con la gracia de Cristo han salido de sí mismos y se han abierto al encuentro, al perdón, a la reconciliación.
En Medellín la perspectiva ha sido la de la vida cristiana como discipulado: la vocación y la misión. Cuando los cristianos se empeñan completamente en el camino del seguimiento de Jesucristo, se vuelven verdaderamente sal, luz y levadura en el mundo, y los frutos son abundantes.

Uno de estos frutos son los ‘Hogares’, es decir, las Casas donde los niños y los jóvenes heridos por la vida pueden encontrar una nueva familia donde son amados, acogidos, protegidos y acompañados. Y otros frutos, abundantes como racimos, son las vocaciones para la vida sacerdotal y consagrada, que he podido bendecir y animar con alegría en un inolvidable encuentro con los consagrados y sus familiares.

Y finalmente, en Cartagena, la ciudad de San Pedro Claver, apóstol de los esclavos, el ‘focus’ ha ido a la promoción de la persona humana y de sus derechos fundamentales. San Pedro Claver, como también recientemente Santa María Bernarda Bütler, han dado la vida por los más pobres y marginados, y así han mostrado la vía de la verdadera revolución, aquella evangélica, no ideológica, que libera verdaderamente a las personas y las sociedades de las esclavitudes de ayer y, lamentablemente también de hoy. En este sentido, “dar el primer paso”,el lema del Viaje, dar el p rimer paso significa acercarse, inclinarse, tocar la carne del hermano herido y abandonado. Y hacerlo con Cristo, el Señor hecho esclavo por nosotros. Gracias a Él hay esperanza, porque Él es la misericordia y la paz.

Confío nuevamente a Colombia y a su amado pueblo a la Madre, Nuestra Señora de Chiquinquirá, que he podido venerar en la catedral de Bogotá. Con la ayuda de María, todo colombiano pueda dar cada día el primer paso hacia el hermano y la hermana, y así construir juntos, día a día, la paz en el amor, en la justicia y en la verdad. Gracias.

lunes, 11 de septiembre de 2017

La homilía en la zona portuaria de Contecar



En la misa ante unas 600 mil personas


La homilía en la zona portuaria de Contecar
(ZENIT – 10 Sept. 2017).- En la misa celebrada en el puerto de Cartagena, en Colombia, en la zona Contecar, el papa Francisco realizó una amplia y articulada homilía que reproducimos a continuación.

Texto completo de la homilía:
«En esta ciudad, que ha sido llamada «la heroica» por su tesón hace 200 años en defender la libertad conseguida, celebro la última Eucaristía de este viaje a Colombia. También, desde hace 32 años, Cartagena de Indias es en Colombia la sede de los Derechos Humanos porque aquí como pueblo se valora que «gracias al equipo misionero formado por los sacerdotes jesuitas Pedro Claver y Corberó, Alonso de Sandoval y el Hermano Nicolás González, acompañados de muchos hijos de la ciudad de Cartagena de Indias en el siglo XVII, nació la preocupación por aliviar la situación de los oprimidos de la época, en especial la de los esclavos, por quienes clamaron por el buen trato y la libertad» (Congreso de Colombia 1985, ley 95, art. 1).
Aquí, en el Santuario de san Pedro Claver, donde de modo continuo y sistemático se da el encuentro, la reflexión y el seguimiento del avance y vigencia de los derechos humanos en Colombia, la Palabra de Dios nos habla de perdón, corrección, comunidad y oración. 

En el cuarto sermón del Evangelio de Mateo, Jesús nos habla a nosotros, a los que hemos decidido apostar por la comunidad, a quienes valoramos la vida en común y soñamos con un proyecto que incluya a todos. El texto que precede es el del pastor bueno que deja las 99 ovejas para ir tras la perdida, y ese aroma perfuma todo el discurso: no hay nadie lo suficientemente perdido que no merezca nuestra solicitud, nuestra cercanía y nuestro perdón.
Desde esta perspectiva, se entiende entonces que una falta, un pecado cometido por uno, nos interpele a todos pero involucra, en primer lugar, a la víctima del pecado del hermano; ese está llamado a tomar la iniciativa para que quien lo dañó no se pierda. En estos días escuché muchos testimonios de quienes han salido al encuentro de personas que les habían dañado. Heridas terribles que pude contemplar en sus propios cuerpos; pérdidas irreparables que todavía se siguen llorando, sin embargo han salido, han dado el primer paso en un camino distinto a los ya recorridos.

Porque Colombia hace décadas que a tientas busca la paz y, como enseña Jesús, no ha sido suficiente que dos partes se acercaran, dialogaran; ha sido necesario que se incorporaran muchos más actores a este diálogo reparador de los pecados. «Si no te escucha, busca una o dos personas más» (Mt 18,15), nos dice el Señor en el Evangelio.
Hemos aprendido que estos caminos de pacificación, de primacía de la razón sobre la venganza, de delicada armonía entre la política y el derecho, no pueden obviar los procesos de la gente. No se alcanza con el diseño de marcos normativos y arreglos institucionales entre grupos políticos o económicos de buena voluntad. Jesús encuentra la solución al daño realizado en el encuentro personal entre las partes. Además, siempre es rico incorporar en nuestros procesos de paz la experiencia de sectores que, en muchas ocasiones, han sido invisibilizados, para que sean precisamente las comunidades quienes coloreen los procesos de memoria colectiva. «El autor principal, el sujeto histórico de este proceso, es la gente y su cultura, no es una clase, una fracción, un grupo, una élite. 

No necesitamos un proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 239). Nosotros podemos hacer un gran aporte a este paso nuevo que quiere dar Colombia. Jesús nos señala que este camino de reinserción en la comunidad comienza con un diálogo de a dos.
Nada podrá reemplazar ese encuentro reparador; ningún proceso colectivo nos exime del desafío de encontrarnos, de clarificar, perdonar. Las heridas hondas de la historia precisan necesariamente de instancias donde se haga justicia, se dé posibilidad a las víctimas de conocer la verdad, el daño sea convenientemente reparado y haya acciones claras para evitar que se repitan esos crímenes. Pero eso sólo nos deja en la puerta de las exigencias cristianas.


A nosotros se nos exige generar «desde abajo» un cambio cultural: a la cultura de la muerte, de la violencia, respondemos con la cultura de la vida, del encuentro. Nos lo decía ya ese escritor tan de ustedes, tan de todos: «Este desastre cultural no se remedia ni con plomo ni con plata, sino con una educación para la paz, construida con amor sobre los escombros de un país enardecido donde nos levantamos temprano para seguirnos matándonos los unos a los otros… una legítima revolución de paz que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante casi dos siglos hemos usado para destruirnos y que reivindique y enaltezca el predominio de la imaginación» (Gabriel García Márquez, Mensaje sobre la paz, 1998).
¿Cuánto hemos accionado en favor del encuentro, de la paz? ¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida de nuestro pueblo? Jesús nos manda a confrontarnos con esos modos de conducta, esos estilos de vida que dañan el cuerpo social, que destruyen la comunidad. ¡Cuántas veces se «normalizan» procesos de violencia, exclusión social, sin que nuestra voz se alce ni nuestras manos acusen proféticamente!


Al lado de san Pedro Claver había millares de cristianos, consagrados muchos de ellos; sólo un puñado inició una corriente contracultural de encuentro. San Pedro supo restaurar la dignidad y la esperanza de centenares de millares de negros y de esclavos que llegaban en condiciones absolutamente inhumanas, llenos de pavor, con todas sus esperanzas perdidas. No poseía títulos académicos de renombre; más aún, se llegó a afirmar que era «mediocre» de ingenio, pero tuvo el «genio» de vivir cabalmente el Evangelio, de encontrarse con quienes otros consideraban sólo un deshecho. Siglos más tarde, la huella de este misionero y apóstol de la Compañía de Jesús fue seguida por santa María Bernarda Bütler, que dedicó su vida al servicio de pobres y marginados en esta misma ciudad de Cartagena.1
En el encuentro entre nosotros redescubrimos nuestros derechos, recreamos la vida para que vuelva a ser auténticamente humana. «La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística.

 La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada» (Discurso a las Naciones Unidas, 25 septiembre 2015).
También Jesús nos señala la posibilidad de que el otro se cierre, se niegue a cambiar, persista en su mal. No podemos negar que hay personas que persisten en pecados que hieren la convivencia y la comunidad: «Pienso en el drama lacerante de la droga, con la que algunos lucran despreciando las leyes morales y civiles, en la devastación de los recursos naturales y en la contaminación; en la tragedia de la explotación laboral; pienso en el blanqueo ilícito de dinero así como en la especulación financiera, que a menudo asume rasgos perjudiciales y demoledores para enteros sistemas económicos y sociales, exponiendo a la pobreza a millones de hombres y mujeres; pienso en la prostitución que cada día cosecha víctimas inocentes, sobre todo entre los más jóvenes, robándoles el futuro; pienso en la abominable trata de seres humanos, en los delitos y abusos contra los menores, en la esclavitud que todavía difunde su horror en muchas partes del mundo, en la tragedia frecuentemente desatendida de los emigrantes con los que se especula indignamente en la ilegalidad» (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014, 8), e incluso en una «aséptica legalidad» pacifista que no tiene en cuenta la carne del hermano, la carne de Cristo.

 También para esto debemos estar preparados, y sólidamente asentados en principios de justicia que en nada disminuyen la caridad.
No es posible convivir en paz sin hacer nada con aquello que corrompe la vida y atenta contra ella. A este respecto, recordamos a todos aquellos que, con valentía y de forma incansable, han trabajado y hasta han perdido la vida en la defensa y protección de los derechos de la persona humana y su dignidad. Como a ellos, la historia nos pide asumir un compromiso definitivo en defensa de los derechos humanos, aquí, en Cartagena de Indias, lugar que ustedes han elegido como sede nacional de su tutela. Finalmente Jesús nos pide que recemos juntos; que nuestra oración sea sinfónica, con matices personales, distintas acentuaciones, pero que alce de modo conjunto un mismo clamor.


Estoy seguro de que hoy rezamos juntos por el rescate de aquellos que estuvieron errados y no por su destrucción, por la justicia y no la venganza, por la reparación en la verdad y no el olvido. Rezamos para cumplir con el lema de esta visita: «¡Demos el primer paso!», y que este primer paso sea en una dirección común. «Dar el primer paso» es, sobre todo, salir al encuentro de los demás con Cristo, el Señor. Y Él nos pide siempre dar un paso decidido y seguro hacia los hermanos, renunciando a la pretensión de ser perdonados sin perdonar, de ser amados sin amar. Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias.

 Sólo si ayudamos a desatar los nudos de la violencia, desenredaremos la compleja madeja de los desencuentros: se nos pide dar el paso del encuentro con los hermanos, atrevernos a una corrección que no quiere expulsar sino integrar; se nos pide ser caritativamente firmes en aquello que no es negociable; en definitiva, la exigencia es construir la paz, «hablando no con la lengua sino con manos y obras» (san Pedro Claver), y levantar juntos los ojos al cielo: Él es capaz de desatar aquello que para nosotros pareciera imposible,
Él ha prometido acompañarnos hasta el fin de los tiempos, Él no dejará estéril tanto esfuerzo.

MEDELLÍN, 09 Sep. 17  (ACI).- El Papa Francisco dirigió unas palabras a los cientos de niños, jóvenes, religiosas, sacerdotes y laicos de la Casa Familia San José en Medellín, en el que recordó que los más pequeños son los favoritos de Dios.
A continuación, el texto completo de las palabras del Santo Padre:
Queridos hermanos y hermanas,
Queridos niños y niñas:
Estoy contento de estar con ustedes en este «Hogar San José». Gracias por el recibimiento que me han preparado. Agradezco las palabras del Director, Monseñor Armando Santamaría.

Y Te doy las gracias a ti, Claudia Yesenia, por tu valiente testimonio, te dije que eras valiente. Escuchando todas las dificultades por las que has pasado me venía a la memoria del corazón el sufrimiento injusto de tantos niños y niñas en todo el mundo, que han sido y siguen siendo víctimas inocentes de la maldad de algunos.
También el Niño Jesús fue víctima del odio y de la persecución; también Él tuvo que huir con su familia, dejar su tierra y su casa, para escapar de la muerte. Ver sufrir a los niños hace mal al alma porque los niños son los predilectos de Jesús. No podemos aceptar que se les maltrate, que se les impida el derecho a vivir su niñez con serenidad y alegría, que se les niegue un futuro de esperanza.
Jesús no abandona a nadie que sufre, mucho menos a ustedes, niños y niñas, que son sus preferidos. Claudia Yesenia, al lado de tanto horror sucedido, Dios te regaló una tía que te cuidó, un hospital que te atendió y finalmente una comunidad que te recibió. Este «hogar» es una prueba del amor que Jesús les tiene a ustedes y de su deseo de estar muy cerca de ustedes. Y lo hace a través y con el cuidado amoroso de todas las personas buenas que los acompañan, que los quieren y que los educan.
Pienso en los responsables de esta casa, en las hermanas, en el personal y en tanta gente que ya son parte de la familia porque viene, se integran, conocen. Porque eso es lo que hace que este lugar sea un «hogar»: el calor de una familia donde nos sentimos amados, protegidos, aceptados, cuidados y acompañados.
Me gusta mucho que este hogar lleve el nombre de «San José», y los otros «Jesús Obrero» o «Belén». Quiere decir que están en buenas manos. ¿Recuerdan lo que escribe San Mateo en su Evangelio, cuando nos cuenta que Herodes, en su locura, había decidido asesinar a Jesús recién nacido?
¿Cómo Dios le habló en sueños a San José, por medio de un ángel, y le confió a su cuidado y protección sus tesoros más valiosos: Jesús y María? Nos dice San Mateo que, apenas el ángel le habló, José obedeció inmediatamente e hizo cuanto Dios le había ordenado: «Se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y se fue a Egipto» (2,14).

Estoy seguro de que así como San José protegió y defendió de los peligros a la Sagrada Familia, así también los defiende, los cuida y los acompaña a ustedes. Y con él, también Jesús y María, porque San José no puede estar sin Jesús y sin María.
A ustedes hermanos y hermanas, religiosos y laicos que en este y en los demás hogares reciben y cuidan con amor a estos niños que desde chicos ya han experimentado el sufrimiento y el dolor, a ustedes quisiera recordarles dos realidades que no deben faltar porque son parte de la identidad cristiana: el amor que sabe ver a Jesús presente en los más pequeños y débiles, y el deber sagrado de llevar a los niños a Jesús.
En esta tarea, con sus gozos y con sus penas, los encomiendo también a la protección de San José. Aprendan de él, que su ejemplo los inspire y los ayude en el cuidado amoroso de estos pequeños, que son el futuro de la sociedad colombiana, del mundo y de la Iglesia, para que como el mismo Jesús, ellos puedan crecer, robustecerse en sabiduría y en gracia, delante de Dios y de los demás (cf. Lc 2,52).
Que Jesús y María, junto con San José, los acompañen y protejan, los llenen de su ternura, su alegría y su fortaleza.
Me comprometo a rezar por ustedes, para que en este ambiente de amor familiar crezcan en amor, paz y felicidad, y así puedan ir sanando las heridas del cuerpo y del corazón. Dios no los abandona, Dios los protege y los asiste y el Papa los lleva en su corazón; no dejen de rezar por mí, no se olviden. Gracias.

8 de setiembre 2017
"Reconciliarse en Dios, con los colombianos y con la creación”
Homilía del papa Francisco en misa durante la cual beatificó a monseñor Jesús Jaramillo, y al padre Pedro Ramírez (Campo CATAMA, Villavicencio, Colombia, 8 de septiembre de 2017)

¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, es el nuevo amanecer que ha anunciado la alegría a todo el mundo, porque de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios! (cf. Antífona del Benedictus).

La festividad del nacimiento de María proyecta su luz sobre nosotros, así como se irradia la mansa luz del amanecer sobre la extensa llanura colombiana, bellísimo paisaje del que Villavicencio es su puerta, como también en la rica diversidad de sus pueblos indígenas.

María es el primer resplandor que anuncia el final de la noche y, sobre todo, la cercanía del día. Su nacimiento nos hace intuir la iniciativa amorosa, tierna, compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama a una maravillosa alianza con Él que nada ni nadie podrá romper.

María ha sabido ser transparencia de la luz de Dios y ha reflejado los destellos de esa luz en su casa, la que compartió con José y Jesús, y también en su pueblo, su nación y en esa casa común a toda la humanidad que es la creación.

En el Evangelio hemos escuchado la genealogía de Jesús (cf. Mt 1,1-17), que no es una simple lista de nombres, sino historia viva, historia de un pueblo con el que Dios ha caminado y, al hacerse uno de nosotros, nos ha querido anunciar que por su sangre corre la historia de justos y pecadores, que nuestra salvación no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, una salvación de vida que camina.

Esta larga lista nos dice que somos parte pequeña de una extensa historia y nos ayuda a no pretender protagonismos excesivos, nos ayuda a escapar de la tentación de espiritualismos evasivos, a no abstraernos de las coordenadas históricas concretas que nos toca vivir. También integra en nuestra historia de salvación aquellas páginas más oscuras o tristes, los momentos de desolación y abandono comparables con el destierro.

La mención de las mujeres —ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la jerarquía de las

grandes mujeres del Antiguo Testamento— nos permite un acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de postergación y sometimiento.

En comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas es bueno anunciar que el Evangelio comienza subrayando mujeres que marcaron tendencia e hicieron historia.

Y en medio de eso, Jesús, María y José. María con su generoso sí permitió que Dios se hiciera cargo de esa historia. José, hombre justo, no dejó que el orgullo, las pasiones y los celos lo arrojaran fuera de esa luz.

Por la forma en que está narrado, nosotros sabemos antes que José lo que le ha sucedido a María, y él toma decisiones mostrando su calidad humana antes de ser ayudado por el ángel y llegar a comprender todo lo que sucedía a su alrededor.

La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacerlo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio.

Este pueblo de Colombia es pueblo de Dios; también aquí podemos hacer genealogías llenas de historias, muchas de amor y de luz; otras de desencuentros, agravios, también de muerte. ¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y desolaciones!, ¡cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo combinar justicia y bondad!

¿Cómo haremos para dejar que entre la luz? ¿Cuáles son los caminos de reconciliación? Como María, decir sí a la historia completa, no a una parte; como José, dejar de lado pasiones y orgullos; como Jesucristo, hacernos cargo, asumir, abrazar esa historia, porque ahí están ustedes, todos los colombianos, ahí está lo que somos y lo que Dios puede hacer con nosotros si decimos sí a la verdad, a la bondad, a la reconciliación. Y esto sólo es posible si llenamos de la luz del Evangelio nuestras historias de pecado, violencia y desencuentro.

La reconciliación no es una palabra que debemos considerarla como abstracta; si eso fuera así, sólo traería esterilidad, traería más distancia. Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de la venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de la paz.

Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección, sin esperar a que lo hagan los otros. ¡Basta una persona buena para que haya esperanza! ¡No lo olviden, basta una persona buena para que haya esperanza! ¡Y cada uno de nosotros puede ser esa persona! Esto no significa desconocer o disimular las diferencias y los conflictos. No es legitimar las injusticias personales o estructurales. El recurso a la reconciliación concreta no puede servir para acomodarse a situaciones de injusticia.

Más bien, como ha enseñado san Juan Pablo II: «Es un encuentro entre hermanos dispuestos a superar la tentación del egoísmo y a renunciar a los intentos de pseudo justicia; es fruto de sentimientos fuertes, nobles y generosos, que conducen a instaurar una convivencia fundada sobre el respeto de cada individuo y de los valores propios de la sociedad civil» (Carta a los obispos de El Salvador, 6 agosto 1982).

La reconciliación, por tanto, se concreta y se consolida con el aporte de todos, permite construir el futuro y hace crecer esa esperanza. Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación siempre será un fracaso.

El texto evangélico que hemos escuchado culmina llamando a Jesús el Emmanuel, traducido el Dios con nosotros. Así es como comienza, y así es como termina Mateo su Evangelio: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (28,21). Jesús es el Emanuel que nace y el Emanuel que nos acompaña cada día, el Dios con nosotros que nace y el Dios que camina con nosotros hasta el fin del mundo.

Esa promesa se cumple también en Colombia: Mons. Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, Obispo de Arauca, y el sacerdote Pedro María Ramírez Ramos, mártir de Armero, son signo de ello, expresión de un pueblo que quiere salir del pantano de la violencia y el rencor.

En este entorno maravilloso, nos toca a nosotros decir sí a la reconciliación concreta; que el sí incluya también a nuestra naturaleza. No es casual que incluso sobre ella hayamos desatado nuestras pasiones posesivas, nuestro afán de sometimiento.

Un compatriota de ustedes lo canta con belleza: «Los árboles están llorando, son testigos de tantos años de violencia. El mar está marrón, mezcla de sangre con la tierra» (Juanes, Minas piedras). La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes (cf. Carta enc. Laudato si’, 2).

Nos toca decir sí como María y cantar con ella las «maravillas del Señor», porque lo ha prometido a nuestros padres, Él auxilia a todos los pueblos y auxilia a cada pueblo y auxilia a Colombia que hoy quiere reconciliarse y a su descendencia para siempre.

Francisco

jueves, 7 de septiembre de 2017

TEXTO: Homilía del Papa Francisco en la Misa en el Parque Simón Bolívar en Bogotá











BOGOTÁ, 07 Sep. 17 / 04:30 pm (ACI).- El Papa Francisco pronunció una homilía en la Misa que preside en el Parque Simón Bolívar ante una multitud de fieles en Colombia, a quienes los alentó a no tener miedo de remar mar adentro juntos.
A continuación el texto completo de su homilía:
El Evangelista recuerda que el llamado de los primeros discípulos fue a orillas del lago de
Genesaret, allí donde la gente se aglutinaba para escuchar una voz capaz de orientarlos e iluminarlos; y también es el lugar donde los pescadores cierran sus fatigosas jornadas, en las que buscan el sustento para llevar una vida sin penurias, una vida digna y feliz. Es la única vez en todo el Evangelio de Lucas en la que Jesús predica junto al llamado mar de Galilea.
En el mar abierto se confunden la esperada fecundidad del trabajo con la frustración por la inutilidad de los esfuerzos vanos.Y según una antigua lectura cristiana, el mar también representa la inmensidad donde conviven todos los pueblos. Finalmente, por su agitación y oscuridad, evoca todo aquello que amenaza la existencia humana y que tiene el poder de destruirla. 

Nosotros usamos expresiones similares para definir multitudes: una marea humana, un mar de gente. Ese día, Jesús tiene detrás de sí, el mar y frente a Él, una multitud que lo ha seguido porque sabe de su conmoción ante el dolor humano... y de sus palabras justas, profundas, certeras.
Todos ellos vienen a escucharlo, la Palabra de Jesús tiene algo especial que no deja indiferente a nadie; su Palabra tiene poder para convertir corazones, cambiar planes y proyectos. Es una Palabra probada en la acción, no es una conclusión de escritorio, de acuerdos fríos y alejados del dolor de la gente, por eso es una Palabra que sirve tanto para la seguridad de la orilla como para la fragilidad del mar.

Esta querida ciudad, Bogotá, y este hermoso País, Colombia, tienen mucho de estos escenarios humanos presentados por el Evangelio. Aquí se encuentran multitudes anhelantes de una palabra de vida, que ilumine con su luz todos los esfuerzos y muestre el sentido y la belleza de la existencia humana.
Estas multitudes de hombres y mujeres, niños y ancianos habitan una tierra de inimaginable fecundidad, que podría dar frutos para todos.

 Pero también aquí, como en otras partes, hay densas tinieblas que amenazan y destruyen la vida: las tinieblas de la injusticia y de la inequidad social; las tinieblas corruptoras de los intereses personales o grupales, que consumen de manera egoísta y desaforada lo que está destinado para el bienestar de todos; las tinieblas del irrespeto por la vida humana que siega a diario la existencia de tantos inocentes, cuya sangre clama al cielo; las tinieblas de la sed de venganza y del odio que mancha con sangre humana las manos de quienes se toman la justicia por su cuenta; las tinieblas de quienes se vuelven insensibles ante el dolor de tantas víctimas. A todas esas tinieblas Jesús las disipa y destruye con su mandato en la barca de Pedro: «Navega mar adentro» (Lc 5,4).

Nosotros podemos enredarnos en discusiones interminables, sumar intentos fallidos y hacer un elenco de esfuerzos que han terminado en nada; pero al igual que Pedro, sabemos qué significa la experiencia de trabajar sin ningún resultado. Esta Nación también sabe de ello, cuando por un período de 6 años, allá al comienzo, tuvo 16 presidentes y pagó caro sus divisiones («la patria boba»); también la Iglesia en Colombia sabe de trabajos pastorales vanos e infructuosos, pero como Pedro, también somos capaces de confiar en el Maestro, cuya palabra suscita fecundidad incluso allí donde la inhospitalidad de las tinieblas humanas hace infructuosos tantos esfuerzos y fatigas. 

Pedro es el hombre que acoge decidido la invitación de Jesús, que lo deja todo y lo sigue, para transformarse en nuevo pescador, cuya misión consiste en llevar a sus hermanos al Reino de Dios, donde la vida se hace plena y feliz.
Pero el mandato de echar las redes no está dirigido solo a Simón Pedro; a él le ha tocado navegar mar adentro, como aquellos en vuestra patria que han visto primero lo que más urge, aquellos que han tomado iniciativas de paz, de vida. Echar las redes entraña responsabilidad. 

En Bogotá y en Colombia peregrina una inmensa comunidad, que está llamada a convertirse en una red vigorosa que congregue a todos en la unidad, trabajando en la defensa y en el cuidado de la vida humana, particularmente cuando es más frágil y vulnerable: en el seno materno, en la infancia, en la vejez, en las condiciones de discapacidad y en las situaciones de marginación social. 

También multitudes que viven en Bogotá y en Colombia pueden llegar a ser verdaderas comunidades vivas, justas y fraternas si escuchan y acogen la Palabra de Dios. En estas multitudes evangelizadas surgirán muchos hombres y mujeres convertidos en discípulos que, con un corazón verdaderamente libre, sigan a Jesús; hombres y mujeres capaces de amar la vida en todas sus etapas, de respetarla, de promoverla. como los apóstoles, hace falta llamarnos unos a otros, hacernos señas, como los pescadores, volver a considerarnos hermanos, compañeros de camino, socios de esta empresa común que es la patria. Bogotá y Colombia son, al mismo tiempo, orilla, lago, mar abierto, ciudad por donde Jesús ha transitado y transita, para ofrecer su presencia y su palabra fecunda, para sacar de las tinieblas y llevarnos a la luz y la vida.

Llamar a otros, a todos, para que nadie quede al arbitrio de las tempestades; subir a la barca a todas las familias, ellas son santuario de vida; hacer lugar al bien común por encima de los intereses mezquinos o particulares, cargar a los más frágiles promoviendo sus derechos.
Pedro experimenta su pequeñez, experimenta lo inmenso de la Palabra y el accionar de Jesús; Pedro sabe de sus fragilidades, de sus idas y venidas, como también lo sabemos nosotros, como lo sabe la historia de violencia y división de vuestro pueblo que no siempre nos ha encontrado compartiendo la barca, tempestad, infortunios. 

Pero al igual que a Simón, Jesús nos invita a ir mar adentro, nos impulsa al riesgo compartido, ¡No tengan miedo de arriesgar juntos!, nos invita a dejar nuestros egoísmos y a seguirlo. A perder miedos que no vienen de Dios, que nos inmovilizan y retardan la urgencia de ser constructores de la paz y promotores de la vida. “Navega mar adentro” dice Jesús, que los discípulos se hicieron señas para juntarse todos en la barca, que así sea para este pueblo.

6 de septiembre 2017
EL PAPA LLEGÓ A COLOMBIA


Miles saludan al Papa en el trayecto hasta la Nunciatura

Desde el Aeropuerto partió en el papamóvil

Del aeropuerto El Dorado a la Nunciatura en Bogotá
(ZENIT – Roma, 6 Set. 2017).- Concluida la ceremonia de bienvenida en el Aeropuerto internacional El Dorado, el papa Francisco subió al papamóvil para dirigirse a la Nunciatura Apostólica.
El vehículo, una camioneta Chevrolet fue transformada en Colombia para ser usada como papamóvil. En su interior tiene una placa que dice: “Hecho con mucho cariño por manos colombianas” y un escudo del equipo San Lorenzo de Almagro, con el que el Papa simpatiza.
Los gestos y sencillez del Sucesor de Pedro, asombraron a muchos de los periodistas que comentaban el evento en directa. En el papamóvil subió también el cardenal Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá.
El Santo Padre estuvo de pié durante todo el viaje, para saludar a quienes le aguardaban durante el recorrido de unos 15 kilómetros, miles de colombianos que estaban apostados desde hacía varias horas para saludar al Peregrino de paz, agitando banderas, pañuelos, y sacando fotos con los móviles.
En medio del alboroto general, la gente le arrojaba rosas, coreaban ‘Francisco’, incluso ciclistas le siguieron en una parte del recorrido por una paralela, hasta que en el tramo final, antes de llegar a la Nunciatura, el papamóvil redujo su velocidad a pedido del Papa que quería saludar a los presentes.
En la Nunciatura Apostólica el Santo Padre alojará durante las cuatro noches que pasará en Colombia.