miércoles, 31 de agosto de 2022

La historia de la criatura come misterio de gestación

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 24 de agosto de 2022

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Catequesis sobre la vejez 18. Los dolores de parto de la creación. La historia de la criatura come misterio de gestación

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hace unos días celebramos la Asunción al cielo de la Madre de Jesús. Este misterio ilumina el cumplimiento de la gracia que configuró el destino de María, y también ilumina nuestro destino. El destino es el cielo. Con esta imagen de la Virgen asunta al cielo, quisiera concluir el ciclo de catequesis sobre la vejez. En Occidente la contemplamos elevada hacia lo alto envuelta en una luz gloriosa; en Oriente se la representa tendida, durmiente, rodeada de los Apóstoles en oración, mientras el Señor Resucitado la sostiene en sus manos como a una niña.

La teología siempre ha reflexionado sobre la relación de esta singular “asunción” con la muerte, que el dogma no define. Creo que sería aún más importante explicitar la relación de este misterio con la resurrección del Hijo, que abre el camino a la generación de la vida para todos nosotros. En el acto divino del reencuentro de María con Cristo resucitado, no sólo se supera la corrupción corporal normal de la muerte humana, no solo esto, se anticipa la asunción corporal de la vida de Dios. De hecho, el destino de la resurrección que nos ocupa es anticipado: porque, según la fe cristiana, el Resucitado es el primogénito de muchos hermanos y hermanas. El Señor resucitado es el que fue primero, el que resucitó primero, luego iremos nosotros: este es nuestro destino: resucitar.

Podríamos decir —siguiendo las palabras de Jesús a Nicodemo— que es un poco como un segundo nacimiento (cf. Jn  3,3-8). Si el primero fue un nacimiento en la tierra, este segundo es el nacimiento en el cielo. No es casualidad que el apóstol Pablo, en el texto leído al principio, hable de los dolores de parto (cf. Rm  8,22). Así como, en cuanto salimos del vientre de nuestra madre, seguimos siendo nosotros, el mismo ser humano que estaba en el vientre, así, después de la muerte, nacemos al cielo, al espacio de Dios, y seguimos siendo nosotros los que hemos caminado por esta tierra. De la misma manera que le ocurrió a Jesús: el Resucitado sigue siendo Jesús: no pierde su humanidad, su experiencia vivida, ni siquiera su corporeidad, no, porque sin ella ya no sería Él, no sería Jesús: es decir, con su humanidad, con su experiencia vivida.

La experiencia de los discípulos, a los que se les aparece durante cuarenta días después de su resurrección, nos lo dice. El Señor les muestra las heridas que sellaron su sacrificio; pero ya no son la fealdad del desaliento dolorosamente sufrido, ahora son la prueba indeleble de su amor fiel hasta el final. ¡Jesús resucitado con su cuerpo vive en la intimidad trinitaria de Dios! Y en ella no pierde su memoria, no abandona su historia, no disuelve las relaciones en las que vivió en la tierra. Prometió a sus amigos: «Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros»  (Jn 14,3). Él se fue para preparar un lugar para todos nosotros, y habiendo preparado un lugar vendrá. No sólo vendrá al final por todos, sino que vendrá cada vez por cada uno de nosotros. Vendrá a buscarnos para llevarnos a Él. En este sentido, la muerte es un poco un peldaño hacia el encuentro con Jesús que me está esperando para llevarme a Él.

El Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay un lugar para todos, donde se está formando una nueva tierra y se está construyendo la ciudad celestial, la morada definitiva del hombre. No podemos imaginar esta transfiguración de nuestra corporeidad mortal, pero estamos seguros de que mantendrá nuestros rostros reconocibles y nos permitirá seguir siendo humanos en el cielo de Dios. Nos permitirá participar, con sublime emoción, en la infinita y dichosa exuberancia del acto creador de Dios, cuyas interminables aventuras viviremos en primera persona.

Cuando Jesús habla del Reino de Dios, lo describe como una comida de bodas, como una fiesta con amigos, como el trabajo que hace que la casa esté perfecta: es las sorpresa que hace que la cosecha sea más rica que la siembra. Tomar en serio las palabras evangélicas sobre el Reino permite que nuestra sensibilidad disfrute del amor activo y creador de Dios, y nos pone en sintonía con el destino inédito de la vida que sembramos. En nuestra vejez, queridos amigos, y me dirijo a los “viejos” y a las “viejitas”, en nuestra vejez se agudiza la importancia de tantos “detalles” de los que se compone la vida: una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa inesperada, una alegría hospitalaria, un vínculo fiel. Lo esencial de la vida, lo que más apreciamos al acercarnos a la despedida, se nos hace definitivamente claro. Pues bien, esta sabiduría de la vejez es el lugar de nuestra gestación, que ilumina la vida de los niños, los jóvenes, los adultos y de toda la comunidad. Los “viejos” debemos ser esto para los demás: luz para los demás. Toda nuestra vida es como una semilla que tendrá que ser enterrada para que nazca su flor y su fruto. Nacerá, junto con todo lo demás en el mundo. No sin dolores de parto, no sin dolor, pero nacerá (cf. Jn  16,21-23). Y la vida del cuerpo resucitado será ciento y mil veces más viva que la que hemos probado en esta tierra (cf. Mc  10,28-31).

El Señor Resucitado, no por casualidad, mientras espera a los Apóstoles junto al lago, asa un poco de pescado (cf. Jn  21,9) y luego se lo ofrece. Este gesto de amor solidario nos permite vislumbrar lo que nos espera al cruzar a la otra orilla. Sí, queridos hermanos y hermanas, sobre todo vosotros, los ancianos, lo mejor de la vida aún lo tenemos que ver; “Pero somos viejos, ¿qué más tenemos que ver?”. Lo mejor, porque lo mejor de la vida está aún por llegar. Esperamos esta plenitud de vida que nos espera a todos, cuando el Señor nos llame. Que la Madre del Señor y nuestra Madre, que nos ha precedido al cielo, nos devuelva el estremecimiento de la espera, porque no es una espera anestesiada, no es una espera aburrida, no, es una espera con estremecimiento: “¿Cuándo vendrá mi Señor? ¿Cuándo podré ir allá?” Un poco de miedo, porque este pasaje no sé lo que significa y pasar por esa puerta da un poco de miedo, pero siempre está la mano del Señor que te hace avanzar y una vez atravesada la puerta hay fiesta. Tengamos cuidado, queridos “viejos” y queridas “viejitas”, tengamos cuidado, Él nos espera, sólo un paso y luego la fiesta.


Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que, en el camino de esta vida terrena, sepamos sembrar con gestos de amor y ternura lo que cosecharemos en el Reino de los cielos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


LLAMAMIENTO

Renuevo mi invitación a implorar la paz del Señor para el querido pueblo ucraniano, que desde hace seis meses sufre el horror de la guerra. Espero que se tomen medidas concretas para poner fin a la guerra y evitar el riesgo de un desastre nuclear en Zaporiyia. Llevo a los prisioneros en mi corazón, especialmente a los que están en condiciones frágiles, y pido a las autoridades responsables que trabajen por su liberación. Pienso en los niños, en tantos muertos, en tantos refugiados —aquí en Italia hay muchos—, en tantos heridos, en tantos niños ucranianos y rusos que se han quedado huérfanos y la orfandad no tiene nacionalidad, han perdido a su padre o a su madre, sean rusos o ucranianos. Pienso en tanta crueldad, en tantos inocentes que están pagando la locura, la locura de todos los bandos, porque la guerra es una locura y nadie en la guerra puede decir: “No, no estoy loco”. La locura de la guerra. Pienso en esa pobre chica que murió por una bomba que estaba bajo el asiento de su coche en Moscú. ¡Los inocentes pagan la guerra, los inocentes! Reflexionemos sobre esta realidad y digámonos: la guerra es una locura. Y los que se benefician de la guerra y del comercio de armas son criminales que matan a la humanidad. Y pensamos en otros países que llevan mucho tiempo en guerra: más de 10 años Siria, pensamos en la guerra de Yemen, donde tantos niños pasan hambre, pensamos en los rohinyás diseminados por el mundo por la injusticia de ser expulsados de su tierra. Pero hoy, de manera especial, seis meses después del comienzo de la guerra, pensamos en Ucrania y en Rusia, ambos países he consagrado al Corazón Inmaculado de María, que Ella, como Madre, dirija su mirada a estos dos amados países: ¡Que mire a Ucrania, que mire a Rusia y que nos traiga la paz! Necesitamos la paz.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre la vejez, y lo hacemos recordando la Asunción de la Virgen María a los cielos. Este misterio se pone en relación con la Resurrección de Jesús, y nos anticipa el destino que nos espera cuando resucitemos. En las llagas de Jesús, que permanecen ya resucitado ―conserva las llagas―, vemos que Él no perdió su humanidad ni la memoria de su vida, ni de su historia. Nosotros, aunque no podemos imaginarnos cómo será la transformación de nuestro cuerpo al resucitar, sabemos que reconoceremos nuestros rostros y las personas que amamos. Nos encontraremos.

Nuestra vida es como una semilla que debe ser enterrada para que nazca y pueda dar fruto. Esto sucederá, aunque no sin tribulación, como lo indica san Pablo al hablar de los dolores de parto que sufre la creación. Pero Jesús nos espera con amor, nos prepara un lugar a la mesa en su Reino, del cual disfrutaremos al pasar a la otra vida. Queridos hermanos, queridas ancianas, queridos ancianos, confiemos en las promesas del Señor, lo mejor de la vida está aún por llegar.



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domingo, 28 de agosto de 2022

"El perdón es el camino de la paz"

 

Francisco en Ángelus desde L'Aquila expresa cercanía con Pakistán y Ucrania

El Santo Padre rezó la oración mariana del Ángelus en el cierre de la santa misa presidida en el atrio de la Basílica de Collemaggio, durante su Visita Pastoral a L'Aquila, capital de la región italiana de los Abruzos.

Sebastián Sansón Ferrari - Vatican News

"El perdón es el camino de la paz": así rezaba una de las pancartas de los numerosos fieles congregados en la ciudad italiana de L'Aquila, capital de la región de los Abruzos, que acogió al Santo Padre este domingo 28 de agosto para su visita pastoral. El Pontífice viajó hasta este territorio como apóstol del perdón y la esperanza, en el marco del 728º aniversario del Perdón Celestiniano.

Al final de la santa misa en el atrio de la Basílica de Collemaggio, Francisco rezó con los fieles aquilanos a la Madre de Dios. En su alocución antes de la oración mariana, el Papa saludó a los que participaron, "incluso a los que han tenido que hacerlo a distancia, en casa o en el hospital o en la cárcel". "Agradezco a las autoridades civiles su presencia y el esfuerzo organizativo. Agradezco de corazón al Arzobispo y a los demás Obispos, a los sacerdotes, a los consagrados y consagradas, al coro y a todos los voluntarios, así como a la policía y a la Protección Civil", añadió.

En dicho lugar, "que ha sufrido una grave calamidad", dijo, "quiero asegurar mi cercanía al pueblo de Pakistán afectado por las inundaciones de proporciones desastrosas". Francisco reza por las numerosas víctimas, los heridos, desplazados y por la pronta y generosa solidaridad internacional.

Luego, recordando su homilía, manifestó: "Y ahora invocamos a la Virgen para que, como dije al final de la homilía, obtenga el perdón y la paz para el mundo entero. Recemos por el pueblo ucraniano y por todos los pueblos que sufren a causa de las guerras. Que el Dios de la paz reavive en los corazones de los dirigentes de las naciones el sentido humano y cristiano de la misericordia. María, Madre de la Misericordia y Reina de la Paz, ruega por nosotros".

miércoles, 24 de agosto de 2022

EL PAPA CONCLUYE EL CICLO SOBRE LA VEJEZ

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 24 de agosto de 2022

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy concluimos el ciclo de catequesis sobre la vejez, y lo hacemos recordando la Asunción de la Virgen María a los cielos. Este misterio se pone en relación con la Resurrección de Jesús, y nos anticipa el destino que nos espera cuando resucitemos. En las llagas de Jesús, que permanecen ya resucitado ―conserva las llagas―, vemos que Él no perdió su humanidad ni la memoria de su vida, ni de su historia. Nosotros, aunque no podemos imaginarnos cómo será la transformación de nuestro cuerpo al resucitar, sabemos que reconoceremos nuestros rostros y las personas que amamos. Nos encontraremos.

Nuestra vida es como una semilla que debe ser enterrada para que nazca y pueda dar fruto. Esto sucederá, aunque no sin tribulación, como lo indica san Pablo al hablar de los dolores de parto que sufre la creación. Pero Jesús nos espera con amor, nos prepara un lugar a la mesa en su Reino, del cual disfrutaremos al pasar a la otra vida. Queridos hermanos, queridas ancianas, queridos ancianos, confiemos en las promesas del Señor, lo mejor de la vida está aún por llegar.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor que, en el camino de esta vida terrena, sepamos sembrar con gestos de amor y ternura lo que cosecharemos en el Reino de los cielos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.



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domingo, 21 de agosto de 2022

PARA ENTRAR EN LA VIDA DE DIOS, HAY QUE PASAR A TRAVÉZ DE ÉL

 


En su alocución después del Ángelus, El Papa Francisco recuerda las palabras del Evangelio, cuando Jesús dice: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará». Y nos pregunta, ¿de qué lado queremos estar? ¿Preferimos el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o la puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos, pero nos permite acoger la vida verdadera que viene de Dios?

Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano

En una Plaza de San Pedro, a la que se dieron cita los fieles y peregrinos, como cada domingo, el Papa Francisco en su alocución después del rezo del Ángelus recordó las palabras del Evangelio de hoy, cuando Jesús dice: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará». Esto quiere decir, dijo el Papa, que, para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él, acoger a Él y su Palabra.

Y nos cuestiona a cada uno de nosotros: ¿De qué lado queremos estar? ¿Preferimos el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o la puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos, pero nos permite acoger la vida verdadera que viene de Dios? ¿De qué lado estamos?, al respecto, su petición a la Virgen María, “que siguió a Jesús hasta la cruz”, para que nos ayude a medir “nuestra vida sobre Él, para entrar en la vida llena y eterna”. Entrar en el proyecto de vida que Dios nos propone implica limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la autosuficiencia, bajar las alturas de la soberbia y del orgullo, vencer la pereza para correr el riesgo del amor, incluso cuando supone la cruz, dijo el Papa.

Traten de entrar por la puerta estrecha

En su alocución, el Pontífice, repasó el pasaje del Evangelio de Lucas de la Liturgia de este domingo: "Un hombre le pregunta a Jesús: «¿Son pocos los que se salvan?» Y el Señor responde: «Traten de entrar por la puerta estrecha» (Lc 13,24)"

El Papa dijo que es probable, que al imaginarnos una puerta estrecha, esa imagen "podría asustarnos", afirmó,  como si la salvación fuera destinada solo a pocos elegidos o a los perfectos. Pero esto contradice lo que Jesús nos ha enseñado en muchas ocasiones, añadió el Pontífice, de hecho, poco más adelante, Él afirma: «Vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios». Por lo tanto, animó Francisco, esta puerta es estrecha, ¡pero está abierta a todos!

Una puerta estrecha abierta a todos

Más adelante, el Papa Francisco dijo que para "entenderlo mejor, hay que preguntarse qué es esta puerta estrecha. Jesús extrae la imagen de la vida de esa época y, probablemente, se refiere a que, cuando llegaba el atardecer, las puertas de las ciudades se cerraban y solo quedaba abierta una, más pequeña y más estrecha: para regresar a casa se podía pasar únicamente por ahí". Pero manifestó que, cuando Jesús dice: «Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará» (Jn 10,9). Nos quiere decir que para entrar en la vida de Dios, en la salvación, hay que pasar a través de Él, acoger a Él y su Palabra.

Así como para entrar en la ciudad, había que “medirse” con la única puerta estrecha que permanecía abierta, del mismo modo,  señaló Francisco, la vida del cristiano es una vida “a medida de Cristo”, fundada y moldeada en Él. Y la vara de medición es Jesús y su Evangelio, recordó el Papa, y no lo que pensamos nosotros, sino lo que nos dice Él. El Santo Padre nos dijo que es una puerta estrecha no "por ser destinada a pocas personas, sino porque pertenecer a Jesús significa seguirle, comprometer la vida en el amor, en el servicio y en la entrega de sí mismo como hizo Él, que pasó por la puerta estrecha de la cruz".

Limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la autosufiencia

El Pontífice manifestó que para entrar en el proyecto de vida que Dios nos propone, implica limitar el espacio del egoísmo, reducir la arrogancia de la autosuficiencia, bajar las alturas de la soberbia y del orgullo, vencer la pereza para correr el riesgo del amor, incluso cuando supone la cruz. Y citó algunos ejemplo de personas, dijo, no eligieron la puerta ancha: 

"Pensemos concretamente a esos gestos cotidianos de amor que llevamos adelante con esfuerzo: a los padres que se dedican a los hijos haciendo sacrificios y renunciando al tiempo para sí mismos; a los que se ocupan de los demás y no solo de sus propios intereses; a quien se dedica a los ancianos, a los más pobres y a los más débiles; a quien sigue trabajando con esfuerzo, soportando dificultades y tal vez incomprensiones; a quien sufre a causa de la fe, pero continúa rezando y amando; a los que, más que seguir sus instintos, responden al mal con el bien, encuentran la fuerza para perdonar y el coraje para volver a empezar".

Solo son algunos ejemplos de personas que no eligen la puerta ancha de su conveniencia, explicó por último, sino la puerta estrecha de Jesús, de una vida entregada en el amor. Estas personas, dice hoy el Señor, serán reconocidas por el Padre mucho más que los que ya piensan ser salvados y, en realidad, son «los que hacen el mal». Y nos preguntó por último ¿de qué lado queremos estar? ¿Preferimos el camino fácil de pensar exclusivamente en nosotros mismos o la puerta estrecha del Evangelio, que pone en crisis nuestros egoísmos pero nos permite acoger la vida verdadera que viene de Dios? ¿De qué lado estamos?

miércoles, 17 de agosto de 2022

La manifestación de Dios , y el ciclo de la vida.

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 17 de agosto de 2022

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Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en la catequesis reflexionamos sobre un sueño profético narrado en el libro de Daniel. Los diversos símbolos nos hacen ver la relación entre la teofanía ―o sea, la manifestación de Dios ―, y el ciclo de la vida. Dios es Señor del tiempo y de la historia. Por un lado, se nos presenta la imagen de un Dios anciano, particularmente cuando se habla de sus cabellos que eran como la lana pura; y, por otro lado, vemos su fuerza y su belleza, representadas en el fuego. Estamos delante del misterio de la eternidad de Dios: conviven en Dios lo antiguo y lo nuevo.

Por eso, el testimonio de los ancianos es un don auténtico, es una verdadera bendición para los niños. La alianza de los mayores con los más pequeños salvará la familia humana. Las etapas de la vida no son mundos separados que compiten entre sí, sino más bien son una alianza que une pasado, presente y futuro, dando a la humanidad fuerza y belleza.

* * *

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Asunta a los cielos, para que podamos siempre contemplar el misterio de la vida y de la muerte con ojos de eternidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.



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lunes, 15 de agosto de 2022

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

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SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Lunes, 15 de agosto de 2022

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡feliz fiesta!

Hoy, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el Evangelio nos ofrece el diálogo entre ella y su prima Isabel. Cuando María entra en la casa y saluda a Isabel, le dice: “Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc 1,42). Estas palabras, llenas de fe y alegría y asombro, se han convertido en parte del “Ave María”. Cada vez que rezamos esta oración, tan hermosa y conocida, hacemos como Isabel: saludamos a María y la bendecimos, porque ella nos trae a Jesús.

María acoge la bendición de Isabel y responde con el cántico, un regalo para nosotros, para toda la historia: el Magnificat. Es un canto de alabanza. Podemos definirlo como “el cántico de la esperanza”. Es un himno de alabanza y exultación por las grandes cosas que el Señor ha realizado en ella, pero María va más allá: contempla la obra de Dios a lo largo de la historia de su pueblo. Dice, por ejemplo, que el Señor “derribó del trono a los poderosos, enalteció a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (vv. 52-53). Al escuchar estas palabras, podríamos preguntarnos: ¿no estará exagerando la Virgen un poco, describiendo un mundo que no existe? De hecho, aquello que dice no parece corresponder a la realidad; mientras ella habla, los poderosos de la época no han sido derrocados: el temible Herodes, por ejemplo, se mantiene firme en su trono. Y los pobres y hambrientos también lo siguen siendo, mientras los ricos siguen prosperando.

¿Qué significa ese cántico de María? ¿Cuál es su sentido? Ella no busca hacer una crónica del tiempo, no es una periodista, sino decirnos algo mucho más importante: que Dios, a través de ella, ha inaugurado un punto de inflexión en la historia, ha establecido definitivamente un nuevo orden de las cosas. Ella, pequeña y humilde, ha sido elevada y -lo celebramos hoy- llevada a la gloria del Cielo, mientras que los poderosos del mundo están destinados a quedarse con las manos vacías. Piensen en la parábola de aquel hombre rico que tendía frente a su puerta un mendigo, Lázaro. ¿Cómo terminó? Con las manos vacías. La Virgen, en otras palabras, anuncia un cambio radical, una inversión de valores. Al hablar con Isabel, mientras lleva a Jesús en su vientre, anticipa lo que dirá su Hijo, cuando proclame bienaventurados a los pobres y a los humildes y haga una advertencia a los ricos y a los que confían en su propia autosuficiencia. La Virgen, por tanto, profetiza con este cántico, con esta plegaria: profetiza que no son el poder, el éxito y el dinero, los que prevalecen, sino que prevalecen el servicio, la humildad y el amor. Y mirándola en la gloria, comprendemos que el verdadero poder es el servicio -no olvidemos esto: el verdadero poder es el servicio- y reinar significa amar. Y que este es el camino al Cielo. Este es.

Entonces mirémonos a nosotros mismos y podemos preguntarnos: ¿esa inversión anunciada por María toca mi vida? ¿Creo que amar es reinar y que servir es poder? ¿Creo que la meta de mi vida es el cielo, es el paraíso? Pasarlo bien aquí. ¿O solo me preocupan las cosas terrenales y materiales? Es más, al observar los acontecimientos del mundo, ¿me dejo atrapar por el pesimismo o, como la Virgen, soy capaz de distinguir la obra de Dios que, a través de la mansedumbre y la pequeñez, realiza grandes cosas? Hermanos y hermanas, hoy María canta la esperanza y reaviva en nosotros la esperanza. María hoy canta la esperanza y reaviva en nosotros la esperanza: en ella vemos la meta del camino. Ella es la primera creatura que, con todo su ser, en cuerpo y alma, atraviesa victoriosa la meta del Cielo. Ella nos muestra que el Cielo está al alcance de la mano. ¿Cómo es esto? Sí, el cielo está al alcance de la mano si también nosotros no cedemos al pecado, alabamos a Dios con humildad y servimos a los demás con generosidad. No hay que ceder al pecado. Pero alguno podría decir: “Pero, padre, yo soy débil”, “Pero el Señor siempre te está cerca, porque es misericordioso”. No te olvides de cuál es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. Siempre cercano a nosotros con su estilo. Nuestra Madre, nos lleva de la mano, nos acompaña a la gloria, nos invita a alegrarnos pensando en el paraíso. Bendigamos a María con nuestra oración y pidámosle una mirada, capaz de vislumbrar el Cielo en la tierra.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas

Los saludo a todos, romanos y peregrinos de varios países: familias, grupos parroquiales, asociaciones. En particular, saludo a los jóvenes de la diócesis de Verona que participan en un campamento escolar y a los jóvenes de la Inmaculada.

Les deseo una feliz fiesta de la Asunción a los aquí presentes, a los que están de vacaciones, así como a muchos que no pueden permitirse un período de descanso, a las personas que están solas y a las personas enfermas. ¡No las olvidemos! Y pienso con gratitud estos días en quienes prestan servicios indispensables para la comunidad. Gracias por su trabajo por nosotros.

Y en este día dedicado a la Virgen, exhorto a todos los que tengan la posibilidad de visitar un santuario mariano a venerar a nuestra Madre celestial. Muchos romanos y peregrinos acuden a Santa María la Mayor para rezar ante la Salus Populi Romani. También está la estatua de la Virgen Reina de la Paz, colocada allí por el Papa Benedicto XV. Sigamos invocando la intercesión de la Virgen para que Dios conceda la paz al mundo, y recemos en particular por el pueblo ucraniano.

¡Feliz fiesta a todos! No se olviden de rezar por mí. Que tengan un buen almuerzo y hasta pronto.



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domingo, 14 de agosto de 2022

¿arde el fuego del Espíritu, la pasión por la oración y la caridad, la alegría de la fe, o nos dejamos arrastrar por el cansancio y las costumbres, con el rostro apagado y el lamento en los labios y los chismes de cada día?

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 14 de agosto de 2021

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de la liturgia de hoy hay una expresión de Jesús que siempre nos impacta y nos cuestiona. Mientras está en camino con sus discípulos, Él dice: “He venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49). ¿De qué fuego está hablando? ¿Y qué significan estas palabras hoy para nosotros, este fuego que nos trae Jesús?

Como sabemos, Jesús vino a traer el Evangelio al mundo, es decir, la buena noticia del amor de Dios por cada uno de nosotros. Por eso, nos está diciendo que el Evangelio es como un fuego, porque es un mensaje que, cuando irrumpe en la historia, quema los viejos equilibrios de la vida, quema los viejos equilibrios de la vida, nos desafía a salir del individualismo, nos desafía a superar el egoísmo, nos desafía a pasar de la esclavitud del pecado y de la muerte a la vida nueva del Resucitado, de Jesús Resucitado. En otras palabras, el Evangelio no deja las cosas como están; cuando pasa el Evangelio, y es escuchado y acogido, las cosas no se quedan como están. El Evangelio incita al cambio e invita a la conversión. No concede una falsa paz intimista, sino que enciende una inquietud que nos pone en camino, nos impulsa a abrirnos a Dios y a los hermanos. Es exactamente como el fuego: mientras nos calienta con el amor de Dios, quiere quemar nuestros egoísmos, iluminar los lados oscuros de la vida -¡todos los tenemos, eh!-, consumir los falsos ídolos que nos hacen esclavos.

Siguiendo las huellas de los profetas bíblicos -pensemos, por ejemplo, en Elías y Jeremías-, Jesús está inflamado por el fuego del amor de Dios y, para hacerlo arder en el mundo, se entrega él mismo el primero de todos, amando hasta el extremo, es decir, incluso hasta la muerte y la muerte de cruz (cf. Flp 2,8). Él está lleno del Espíritu Santo, que se asemeja al fuego, y con su luz y su poder revela el rostro misericordioso de Dios y da plenitud a los que se consideran perdidos, derriba las barreras de las marginaciones, cura las heridas del cuerpo y del alma, renueva una religiosidad reducida a prácticas externas. Por eso es fuego: cambia, purifica.

Entonces, ¿qué significa para nosotros, para cada uno de nosotros -para mí, para ustedes, para ti-, qué significa para nosotros esa palabra de Jesús, acerca del fuego? Nos invita a reavivar la llama de la fe, para que no se convierta en una realidad secundaria, o en un medio de bienestar individual, que nos lleve eludir los desafíos de la vida y del compromiso en la Iglesia y en la sociedad. En efecto -decía un teólogo-, la fe en Dios “nos tranquiliza, pero no del modo que quisiéramos: es decir, no para procurarnos una ilusión paralizante o una satisfacción dichosa, sino para permitirnos actuar” (Sulle vie di Dio, Milán 2008, 184). La fe, en definitiva, no es una “canción de cuna” que nos adormece. ¡La fe veradera es un fuego, un fuego encendido para mantenernos despiertos y activos incluso en la noche!

Entonces podemos preguntarnos: ¿Soy un apasionado por el Evangelio? ¿ Yo leo a menudo el Evangelio? ¿Lo llevo conmigo? La fe que profeso y celebro, ¿me sitúa en una tranquilidad feliz o enciende en mí el fuego del testimonio? También podemos preguntarnos como Iglesia: en nuestras comunidades, ¿arde el fuego del Espíritu, la pasión por la oración y la caridad, la alegría de la fe, o nos dejamos arrastrar por el cansancio y las costumbres, con el rostro apagado y el lamento en los labios y los chismes de cada día? ¿Así? Hermanos y hermanas, revisemos esto, para que también nosotros podamos decir como Jesús: Estamos inflamados por el fuego del amor de Dios y queremos “lanzarlo” al mundo, llevarlo a todos, para que cada uno descubra la ternura del Padre y experimente la alegría de Jesús, que ensancha el corazón -¡y Jesús ensancha el corazón!- y hace bella la vida. Recemos por ello a la Santísima Virgen: que ella, que acogió el fuego del Espíritu Santo, interceda por nosotros.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas

Deseo llamar la atención sobre la grave crisis humanitaria que afecta a Somalia y a algunas zonas de sus países vecinos. Las poblaciones de esta región, que ya viven en condiciones muy precarias, están ahora bajo peligro mortal a causa de la sequía. Espero que la solidaridad internacional pueda responder eficazmente a esta emergencia. Por desgracia, la guerra desvía la atención y los recursos, pero estos son los objetivos que exigen el mayor compromiso: la lucha contra el hambre, la salud, la educación.

Los saludo cordialmente a ustedes, fieles de Roma y peregrinos de varios países. ¡Veo banderas polacas, ucranianas, francesas, italianas y argentinas! Tantos peregrinos. Saludo, en particular, a los educadores y catequistas de la unidad pastoral de Codevigo (Padua), a los universitarios del Movimiento Juvenil Salesiano de Triveneto y a los jóvenes de la unidad pastoral de Villafranca (Verona).

Y un pensamiento especial para los numerosos peregrinos que se han reunido hoy en el Santuario de la Divina Misericordia de Cracovia, donde hace veinte años san Juan Pablo II hizo el Acto de Consagración del mundo a la Divina Misericordia. Hoy más que nunca vemos el significado de ese gesto, que queremos renovar en la oración y en el testimonio de vida. La misericordia es el camino de la salvación para cada uno de nosotros y para el mundo entero. Y pedimos al Señor, especial misericordia, misericordia y piedad para el martirizado pueblo ucraniano.

Les deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Que tengan un buen almuerzo y hasta pronto, también a los muchachos de la Inmaculada.

 



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miércoles, 10 de agosto de 2022

“No se inquieten, voy a prepararles un lugar en la Casa de mi Padre”

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 10 de agosto de 2022

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Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis contemplamos a Jesús que se despide de sus discípulos con palabras de consuelo. Les dice: “No se inquieten, voy n lugar en la Casa de mi Padre”.a prepararles u Después de la Ascensión del Maestro a los cielos, los discípulos experimentan, por un lado, la fragilidad del testimonio y los desafíos de la fraternidad, y por otro, la fortaleza que radica en las promesas y bendiciones del Señor.

También nosotros, en el seguimiento de Jesús, recorremos el camino de la vida como aprendices, experimentando dificultades y fatigas. En este camino se nos invita, con la gracia de Dios, a salir de nosotros mismos y a ir siempre más allá, hasta llegar a la meta definitiva, que es el encuentro con Cristo. La ancianidad es el tiempo propicio para dar testimonio de la espera anhelante de este encuentro definitivo. Por eso, sería interesante que las Iglesias locales, acompañando a las personas ancianas, les ayuden a reavivar el ministerio de la espera del Señor.

* * *

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española; chilenos, mexicanos, argentinos, hay de todo hoy. Quiero expresar mi cercanía de modo especial a los afectados en la tragedia causada por las explosiones y el incendio en la Base petrolera de Matanzas, en Cuba. Pidámosle a nuestra Madre, Reina del cielo, que vele por las víctimas de esta tragedia y sus familias. Y que interceda por todos nosotros ante el Señor, para que sepamos dar testimonio de la fe y la esperanza en la “vida del mundo futuro”. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

 



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