viernes, 31 de mayo de 2019

Francisco invita al Patriarca Daniel a “caminar juntos a la escucha del Señor”

Papa Francisco Y Patriarca Daniel III, De La Iglesia Ortodoxa Rumana © Vatican Media

Discurso al Sínodo Permanente

(ZENIT – 31 mayo 2019).- El Papa Francisco, en su discurso al Patriarca Ortodoxo Rumano, Daniel III, y al Sínodo Permanente de la Iglesia Ortodoxa Rumana, ha destacado la unidad de los cristianos en la alegría pascual y la Resurrección de Cristo, “corazón del anuncio apostólico, transmitido y custodiado por nuestras Iglesias”.

Discurso del Santo Padre
Beatitud, venerables Metropolitas y Obispos del Santo Sínodo:
Cristos a înviat! [¡Cristo ha resucitado!] La resurrección del Señor es el corazón del anuncio apostólico, transmitido y custodiado por nuestras Iglesias. El día de Pascua, los Apóstoles se regocijaron al ver al Resucitado (cf. Jn20,20). En este tiempo de Pascua, también yo me regocijo al contemplar un reflejo de él en vuestros rostros, queridos Hermanos. Hace veinte años, ante este Santo Sínodo, el papa Juan Pablo II dijo: «he venido a contemplar el rostro de Cristo grabado en vuestra Iglesia; he venido a venerar este rostro sufriente, prenda de una nueva esperanza» ( Discursoal Patriarca Teoctist y al Santo Sínodo, 8 mayo 1999:Insegnamenti XXII,1 [1999], 938). Tambiényo he venido aquí, peregrino deseoso de ver el Rostro del Señor en el rostro de los hermanos; y, mirándoos, os agradezco de corazón vuestra acogida.
Los lazos de fe que nos unen se remontan a los Apóstoles, testigos del Resucitado, en particular al vínculo que unía Pedro a Andrés, que según la tradición trajo la fe a estas tierras. Hermanos de sangre (cf. Mc1,16-18), lo fueron también, de manera excepcional, al derramar la sangre por el Señor. Ellos nos recuerdan que hay una fraternidad de la sangre que nos precede, y que, como una silenciosa corriente vivificante nunca ha dejado de irrigar y sostener nuestro caminar a lo largo de los siglos.
Aquí —como en tantos otros lugares actuales— habéis experimentado la Pascua de muerte y resurrección: muchos hijos e hijas de este país, de diferentes Iglesias y comunidades cristianas, han sufrido el viernes de la persecución, han atravesado el sábado del silencio, han vivido el domingo del renacimiento. ¡Cuántos mártires y confesores de la fe! Muchos, de confesiones distintas y en tiempos recientes, han estado en prisión uno al lado del otro apoyándose mutuamente. Su ejemplo está hoy ante nosotros y ante las nuevas generaciones que no han conocido aquellas dramáticas condiciones. Aquello por lo que han sufrido, hasta el punto de ofrecer sus vidas, es una herencia demasiado valiosa para que sea olvidada o mancillada. Y es una herencia común que nos llama a no distanciarnos del hermano que la comparte. Unidos a Cristo en el sufrimiento y el dolor, unidos por Cristo en la Resurrección para que «también nosotros llevemos una vida nueva» (Rm6,4).
Beatitud, querido Hermano: Hace veinte años, el encuentro entre nuestros predecesores fue un regalo pascual, un evento que contribuyó no sólo al resurgir de las relaciones entre ortodoxos y católicos en Rumania, sino también al diálogo entre católicos y ortodoxos en general. Aquel viaje, que un obispo de Roma realizaba por primera vez a un país de mayoría ortodoxa, allanó el camino para otros eventos similares. Me gustaría dirigir un pensamiento de grata memoria al Patriarca Teoctist. Cómo no recordar el grito espontáneo “Unitate, unitate”, que se elevó aquí en Bucarest en aquellos días. Fue un anuncio de esperanza que surgió del Pueblo de Dios, una profecía que inauguró un tiempo nuevo: el tiempo de caminar juntos en el redescubrimiento y el despertar de la fraternidad que ya nos une.
Caminar juntos con la fuerza de la memoria. No la memoria de los males sufridos einfligidos, de juicios y prejuicios, que nos encierran en un círculo vicioso y conducen a actitudes estériles, sino la memoria de las raíces: los primeros siglos en los que el Evangelio, anunciado con parresia y espíritu de profecía, encontró e iluminó a nuevos pueblos y culturas; los primeros siglos de los mártires, los Padres y confesores de la fe, de la santidad vivida y testimoniada cotidianamente por tantas personas sencillas que comparten el mismo Cielo. Gracias a Dios, nuestras raíces son sanas y sólidas y, aunque su crecimiento ha sido afectado por las tortuosidades y las dificultades del tiempo, estamos llamados, como el salmista, a recordar con gratitud todo lo que el Señor ha realizado en nosotros, a elevar hacia él un himno de alabanza mutua (cf. Sal 77, 6.12-13). El recuerdo de los pasos que hemos dado juntos nos anima a continuar hacia el futuro siendo conscientes —ciertamente— de las diferencias, pero sobre todo con la acción de gracias por un ambiente familiar que hay que redescubrir, con la memoria de comunión que tenemos que reavivar y que, como una lámpara, dé luz a los pasos de nuestro camino.
Caminar juntos a la escucha del Señor. Nos sirve de ejemplo lo que el Señor hizo el día dePascua, cuando caminaba con los discípulos hacia Emaús. Ellos discutían de lo que había sucedido, de sus inquietudes, dudas e interrogantes. El Señor los escuchó pacientemente y con toda franqueza conversó con ellos ayudándolos a entender y discernir lo que había sucedido (cf. Lc24,15-27).
También nosotros necesitamos escuchar juntos al Señor, especialmente en estos últimos años en que los caminos del mundo nos han conducido a rápidos cambios sociales y culturales. Son muchos los que se han beneficiado del desarrollo tecnológico y el bienestar económico, pero la mayoría de ellos han quedado inevitablemente excluidos, mientras que una globalización uniformadora ha contribuido a desarraigar los valores de los pueblos, debilitando la ética y la vida en común, contaminada en tiempos recientes por una sensación generalizada de miedo y que, a menudo fomentada a propósito, lleva a actitudes de aislamiento y odio. Tenemos necesidad de ayudarnos para no rendirnos a las seducciones de una “cultura del odio”, de una cultura individualista que, tal vez no sea tan ideológica como en los tiempos de la persecución ateísta, pero sin embargo es más persuasiva e igual de materialista. A menudo nos presenta como una vía para el desarrollo lo que parece inmediato y decisivo, pero que en realidad sólo es indiferente y superficial. La fragilidad de los vínculos, que termina aislando a las personas, afecta en particular a la célula fundamental de la sociedad, la familia, y nos pide el esfuerzo de salir e ir en ayuda de las dificultades de nuestros hermanos y hermanas, especialmente de los más jóvenes, no con desaliento y nostalgia, como los discípulos de Emaús, sino con el deseo de comunicar a Jesús resucitado, corazón de la esperanza. Necesitamos renovar con el hermano la escucha de las palabras del Señor para que el corazón arda al unísono y el anuncio no se debilite (cf. vv. 32.35).
El camino llega a su destino, como en Emaús, a través de la oración insistente, para que el Señor se quede con nosotros (cf. vv. 28-29). Él, que se revela al partir el pan (cf. vv. 30-31), llama a la caridad, a servir juntos; a “dar a Dios” antes de “decir Dios”; a no ser pasivos en el bien, sino prontos para alzarse y caminar, activos y colaboradores (cf. v. 33). Las numerosas comunidades ortodoxas rumanas, que allí donde están, colaboran excelentemente con las numerosas diócesis católicas de Europa occidental; son un ejemplo en este sentido. En muchos casos se ha desarrollado una relación de confianza mutua y amistad, alimentada por gestos concretos de acogida, apoyo y solidaridad. A través de esta relación mutua, muchos rumanos católicos y ortodoxos han descubierto que no son extraños, sino hermanos y amigos.
Caminar juntos hacia un nuevo Pentecostés. El trayecto que nos espera va desde la Pascua aPentecostés: desde esa alba pascual de unidad, que aquí amaneció hace veinte años, nos dirigimos hacia un nuevo Pentecostés. Para los discípulos, la Pascua marcó el inicio de un nuevo camino en el que, sin embargo, los temores y las incertidumbres no habían desaparecido. Así fue hasta Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos alrededor de la Santa Madre de Dios, con un solo Espíritu y en una pluralidad y riqueza de lenguas, fueron testigos del Resucitado con la Palabra y con la vida. Nuestro camino se ha reanudado a partir de la certeza de tener al hermano a nuestro lado, para compartir la fe fundada en la resurrección del mismo Señor. De Pascua a Pentecostés: tiempo para recogerse en oración bajo la protección de la Santa Madre de Dios, para invocar el Espíritu unos por otros. Que nos renueve el Espíritu Santo, que desdeña la uniformidad y ama plasmar la unidad en la más bella y armoniosa diversidad. Que su fuego consuma nuestras desconfianzas; su viento expulse las reticencias que nos impiden testimoniar juntos la nueva vida que nos ofrece. Que él, artífice de fraternidad, nos dé la gracia de caminar juntos; que él, creador de la novedad, nos haga valientes para experimentar nuevas formas de compartir y de misión. Que él, fortaleza de los mártires, nos ayude a que su sacrificio no sea infecundo.
Queridos hermanos: Caminemos juntos en alabanza de la Santísima Trinidad y en beneficio mutuo para ayudar a nuestros hermanos a ver a Jesús. Os renuevo mi gratitud y os aseguro el afecto, la amistad y la oración mías y de la Iglesia Católica.

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miércoles, 29 de mayo de 2019

Audiencia General © Zenit/María Langarica

“Dios se manifiesta en el hoy de la historia” – Palabras del Santo Padre en español

Vivir el presente sin temor
(ZENIT –29 mayo 2019).-  “El Resucitado hace que vivamos el tiempo presente sin temor ante lo que acontecerá, porque Dios se manifiesta en el hoy de la historia y nos invita a reconocerle allí”, ha señalado Francisco en relación al tiempo litúrgico que vivimos y la revelación de Dios en nuestra realidad.
En la audiencia general de hoy, 29 de mayo de 2019, el Papa Francisco ha comenzado una serie de catequesis sobre el Libro de los Hechos de los Apóstoles.
Fuerza misionera
Igualmente, el Santo Padre añadió que el Resucitado “nos enseña a no fabricarnos una misión particular a nuestra medida”, sino a pedir en oración al Padre “que nos dé la fuerza misionera para llegar a todo el mundo y vivir en comunión con los hermanos”.
La Palabra de Dios y el Espíritu Santo
Refiriéndose al inicio del ciclo de catequesis sobre los Hechos de los Apóstoles, el Papa explicó que se trata de un libro escrito por san Lucas que narra la difusión del evangelio a través de dos protagonistas: la Palabra de Dios y el Espíritu Santo.
“La Palabra de Dios es dinámica y eficaz; y a través del Espíritu Santo purifica la palabra humana, haciéndola portadora de vida, capaz de inflamar los corazones, derribar muros y abrir nuevas vías de entendimiento y de fraternidad”, subrayó el Pontífice.
Partícipes de la voluntad salvífica
Además, indicó el Papa, este libro relata la sobreabundancia de la vida del Resucitado en la Iglesia. El bautismo en el Espíritu Santo nos introduce en comunión personal con Dios y posibilita que formemos parte de su voluntad salvífica “adquiriendo la capacidad de pronunciar una palabra que sea limpia, libre, eficaz, llena de amor a Dios y a los demás”, declaró el Obispo de Roma.

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lunes, 27 de mayo de 2019

El Papa abraza al jefe indígena Raoni Metuktire, de la tribu brasileña Kayapó

El Papa abraza el líder amazónico Roani, de la tribu brasileña Kayapó © Vatican Media
El Papa Abraza El Líder Amazónico Roani, De La Tribu Brasileña Kayapó © Vatican Media

Reunión en preparación para el Sínodo

(ZENIT – 27 mayo 2019).- El Santo Padre se ha despedido con un abrazo fraternal del jefe indígena amazónico Raoni Metuktire, “Cacique” de la tribu Kayapó en el estado de Mato Grosso, en la Amazonia brasileña, tras la audiencia privada que han mantenido esta mañana, 27 de mayo de 2019, en la Casa de Santa Marta, residencia habitual del Papa.
Con este encuentro, el Papa Francisco quiere “reiterar su atención por la población y el ambiente de la región amazónica y su compromiso en la protección de la Casa Común”, declaró Alessandro Gisotti, directo interino de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el domingo, 26 de mayo de 2019, en un comunicado a los periodistas.
La reunión con Raoni se enmarca en la preparación a la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica, que se realizará del 6 al 27 de octubre próximo, con el tema “Amazonía: Nuevos Caminos para la Iglesia y para una Ecología Integral“.
Tribu Kayapó
Los “Kayapó” son un pueblo indígena que habita en las tierras planas de Mato Grosso y Pará, en Brasil, al sur de la Amazonia, en la región del río Xingú y sus afluentes, entre el río Curuá y el río Fresco, y entre éste y el río Araguaia. Son más de 10.000 personas
Sobre una superficie de 11 millones de hectáreas, de selva tropical y sabana, los pueblos indígenas –entre los que se incluye la tribu Kayapó– han sabido proteger sus tierras. Más de 10.000 personas viven en 46 aldeas dispersas sobre un área tan grande como Bulgaria. El territorio de los Kayapó es el más grande de su tipo en la región.
Los Kayapó son los conservacionistas más eficaces contra la tala ilegal, la ganadería y la explotación minera de los yacimientos de oro, según informa el blog ecología “Semana Sostenible”.
Los indígenas, en el centro
El Papa Francisco convocó esta Asamblea especial del Sínodo el pasado 15 de octubre de 2017, con el objetivo de “encontrar nuevos caminos para la evangelización de aquella porción del Pueblo de Dios, sobre todo de los indígenas, muchas veces olvidados y sin una perspectiva de un futuro sereno, también por la causa de la crisis de la foresta amazónica, pulmón de fundamental importancia para nuestro planeta”.
El Instrumentum laboris del Sínodo sobre la Amazonía será presentado en junio. Este documento es el que tendrán los padres sinodales durante las tres semanas de duración de la Asamblea para reflexionar ampliamente sobre las cuestiones a tratar sobre la Amazonía. Es un texto que recopila y resume todo el material recibido de la consulta realizada por la Secretaría General a través del Documento preparatorio, que incluye un cuestionario, y que se presentó el pasado 8 de junio de 2018.
XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo © Vatican Media
Documento preparatorio 
El Documento Preparatorio está estructurado en tres partes: “Ver”, “Discernir” y “Actuar”, método ya utilizado previamente en el Sínodo de los obispo sobre la familia. Al final del Documento se incluía un cuestionario dirigido a los pastores para que ellos lo respondan consultando al Pueblo de Dios, a través de los medios más adecuados según las propias realidades locales.
La primera parte del Documento, dedicada a “ver”, describe la “identidad del Panamazonas y la urgencia de la escucha”. Los temas que se abordan son: el territorio; la variedad sociocultural; la identidad de los pueblos indígenas; la memoria eclesial histórica; la justicia y los derechos de los pueblos, así como la espiritualidad y la sabiduría de los pueblos amazónicos.

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domingo, 26 de mayo de 2019

“Docilidad a la acción del Espíritu Santo”

Regina Caeli Du 26 Mai 2019, Capture Vatican Media
Regina Caeli Du 26 Mai 2019, Capture Vatican Media

Palabras del Papa antes del Regina Coeli

(ZENIT – 26 mayo 2019).- “La Iglesia no puede permanecer estática”, animó el Papa Francisco en Regina Coeli el 26 de mayo de 2019. Nos invitó a “liberarnos de las ataduras mundanas que representan nuestras ideas, nuestras estrategias, nuestros objetivos, que a menudo pesan sobre el camino de la fe”, y a “escuchar dócilmente la palabra del Señor”.
Palabras del Papa antes del Regina Coeli
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este VI Domingo de Pascua nos presenta el pasaje del discurso que Jesús dirigió a los Apóstoles en la Última Cena (cf. Jn 14,23-29). Él habla de la obra del Espíritu Santo y hace una promesa: “El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho” (v. 26). Como en el momento de la cruz Jesús asegura a los Apóstoles que no se quedarán solos: con ellos estará siempre el Espíritu Santo, el Paráclito, que los apoyará en su misión de llevar el Evangelio por todo el mundo. En el idioma griego original, el término “Paráclito” significa el que está al lado, para apoyar y consolar. Jesús regresa al Padre, pero continúa instruyendo y animando a sus discípulos a través de la acción del Espíritu Santo.
¿Cuál es la misión del Espíritu Santo que Jesús promete como don? Él mismo dice: Él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os he dicho. En el transcurso de su vida terrena Jesús ya ha transmitido todo lo que quería confiar a los Apóstoles, llevó a término la Revelación divina, es decir, todo lo que el Padre quiso decir a la humanidad mediante la encarnación del Hijo. La tarea del Espíritu Santo es hacer que la gente recuerde, es decir, hacerlas comprender plenamente e inducirlas a poner en práctica concretamente las enseñanzas de Jesús. Esta es también la misión de la Iglesia, que la lleva a cabo a través de un estilo de vida preciso caracterizado por ciertas exigencias: la fe en el Señor y la observancia de su Palabra; la docilidad a la acción del Espíritu, que hace vivo y presente continuamente al Señor Resucitado; la acogida de su paz y del testimonio que se le ha dado con una actitud de apertura y de encuentro con los demás.
Para lograr todo esto, la Iglesia no puede permanecer estática, sino que, con una participación activa de cada bautizado, está llamada a actuar como comunidad en camino, animada y sostenida por la luz y el poder del Espíritu Santo, así es el Espíritu de Dios quien nos guía y guía a la Iglesia para que resplandezca el auténtico rostro de de ella, bello y luminoso querido por Cristo.
Hoy el Señor nos invita a abrir nuestros corazones al don del Espíritu Santo, para que nos guíe por los caminos de la historia. Día a día, nos enseña la lógica del Evangelio, la lógica del amor acogedor enseñándonos todo y “recordándonos todo lo que el Señor nos ha dicho”.
Que María que en este mes de mayo veneramos y rezamos con especial devoción como nuestra madre celestial, proteja siempre a la Iglesia y a toda la humanidad. Que ella que con humilde y valiente fe cooperó plenamente con el Espíritu Santo, para la Encarnación del Hijo de Dios, nos ayude también a dejarnos instruir y guiar por el Paráclito, para que podamos acoger la Palabra de Dios y dar testimonio de ella con nuestra vida.

About Raquel Anillo

viernes, 24 de mayo de 2019

“¡Las personas antes que los programas!”

© Vatican Media
© Vatican Media

El “camino” de la Iglesia, según el Papa: 

Homilía en la Asamblea de Caritas Internationalis
(ZENIT – 23 mayo 2019).- “Las personas antes que los programas”, este es el lema que dio el Papa Francisco a Caritas Internationalis: “con la mirada humilde de quien sabe buscar en otros la presencia de Dios, que no vive en la grandeza de lo que hacemos, sino en la pequeñez de los pobres que encontramos”.
El Santo Padre ha celebrado la Misa este jueves de la quinta semana de Pascua, el 23 de mayo de 2019, en el altar de la Cátedra de San Pedro de la Basílica Vaticana, con motivo de la inauguración de la 21ª Asamblea General de Caritas Internationalis sobre el tema: “Una sola familia humana, una casa común“, que está inspirada en la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco. La Asamblea tendrá lugar en Roma del 23 al 28 de mayo.
Evangelio, “nuestro programa de vida”
Contra “la tentación de la eficiencia, pensar que a la Iglesia le va bien si tiene todo bajo su control, si vive sin conmociones, con una agenda siempre en orden”, ha dicho el Pontífice, Jesús envía el Espíritu. Santo que “no viene trayendo el orden del día” sino que “viene como un fuego”. Y ha agregado: “La fe no es una hoja de ruta, sino un ‘Camino'”. Jesús mismo vivió “en el camino”. En una palabra, “nuestro programa de vida” es el Evangelio.
Francisco destacó “tres elementos esenciales para la Iglesia en el camino: la humildad de escuchar, el carisma de estar juntos y el valor de la renuncia”. La renuncia, porque “para seguir al Señor, tienes que caminar rápido y caminar rápido, tienes que aliviar, incluso si cuesta”. Y de manera similar, para anunciar “de manera transparente y creíble” que Dios es amor, el Papa explicó que “las convicciones y tradiciones humanas que son obstáculos en lugar de ayuda, pueden y deben dejarse atrás”.
Las intenciones de la oración universal se han expresado en español, inglés, francés e italiano: para obtener verdadera caridad, para gobernantes solidarios, para voluntarios, para los pobres.

About Hélène Ginabat

jueves, 23 de mayo de 2019

“Nunca dejemos de hablar al Padre de nuestros hermanos y hermanas” –

Audiencia General, 22 Mayo 2019 © Vatican Media – 
Fin del ciclo sobre el Padre Nuestro
(ZENIT – 22 mayo 2019).- El Papa Francisco ha exhortado a que, en la oración, “nunca dejemos de hablar al Padre de nuestros hermanos y hermanas en la humanidad, para que ninguno de ellos, especialmente los pobres, permanezca sin un consuelo y una porción de amor”.

Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy terminamos el ciclo de catequesis sobre el “Padre Nuestro”. Podemos decir que la oración cristiana nace de la audacia de llamar a Dios con el nombre de “Padre”. Esta es la raíz de la oración cristiana: llamar “Padre” a Dios. ¡Hace falta valor! No se trata  tanto de una fórmula, como de una intimidad filial en la que somos introducidos por gracia: Jesús es el revelador del Padre y nos da familiaridad con Él. ” No nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. “(Catecismo de la Iglesia Católica, 2766). Jesús mismo usó diferentes expresiones para rezar al Padre. Si leemos con atención los Evangelios descubrimos que estas expresiones de oración que emergen en los labios de Jesús recuerdan el texto del “Padre Nuestro”.
Por ejemplo, en la noche de Getsemaní, Jesús reza así: “¡Abba, Padre! Todo es posible para ti: ¡aparta de mí esta copa! pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú “(Mc 14:36). Ya hemos recordado este texto del Evangelio de Marcos. ¿Cómo podemos dejar de reconocer en esta oración, por muy breve que sea, un rastro del “Padre Nuestro”? En medio de las tinieblas, Jesús invoca a Dios con el nombre de “Abbà”, con confianza filial y, aunque sienta temor y angustia, pide que se cumpla su voluntad.
En otros pasajes del Evangelio, Jesús insiste con sus discípulos para que cultiven un espíritu de oración. La oración debe ser insistente, y sobre todo, debe recordar a los hermanos, especialmente cuando vivimos relaciones difíciles con ellos. Jesús dice: “Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tienes algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestras ofensas” (Mc 11, 25). ¿Cómo podemos dejar de reconocer la similitud con el “Padre Nuestro” en estas expresiones? Y los ejemplos podrían ser numerosos, también para nosotros.
En los escritos de San Pablo no encontramos el texto del “Padre Nuestro”, pero su presencia emerge en esa estupenda síntesis donde la invocación del cristiano se condensa en una sola palabra: “Abbà” (véase Rom 8:15; Gal 4 , 6). En el Evangelio de Lucas, Jesús satisface plenamente la petición de los discípulos que, al verlo a menudo aislarse y sumergirse en la oración, un día deciden preguntarle: “Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan (el  Bautista) a sus discípulos” ( 11.1). Y entonces el Maestro les enseñó la oración al Padre.
Considerando el Nuevo Testamento en conjunto, resalta claramente que el primer protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo. No lo olvidemos: el protagonista de toda oración cristiana es el Espíritu Santo. Nosotros no podríamos rezar nunca sin la fuerza del Espíritu Santo. Es él quien reza en nosotros y nos mueve a rezar bien. Podemos pedir al Espíritu Santo que nos enseñe a rezar, porque Él es el protagonista, el que hace la verdadera oración en nosotros. Él  sopla en el corazón de cada uno de nosotros que somos discípulos de Jesús. El Espíritu nos hace capaces de orar como hijos de Dios, como realmente somos por el Bautismo. El Espíritu nos hace rezar en el “surco” que Jesús excavó para nosotros. Este es el misterio de la oración cristiana:  la gracia nos atrae a ese diálogo de amor de la Santísima Trinidad.
Jesús rezaba así. A veces usaba expresiones que ciertamente están muy lejos del texto del “Padre Nuestro”. Pensad en las palabras iniciales del Salmo 22, que Jesús pronuncia en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27:46). ¿Puede el Padre celestial abandonar a su Hijo? No, desde luego. Y sin embargo, el amor por nosotros, los pecadores, llevó a Jesús a este punto: al punto de experimentar el abandono de Dios, su lejanía, porque había tomado sobre sí todos nuestros pecados. Pero incluso en el grito de angustia, permanece el ” Dios mío, Dios mío“. En ese “mío” está el núcleo de la relación con el Padre, está el núcleo de la fe y de la oración.
Por eso, a partir de este núcleo, un cristiano puede rezar en cualquier situación. Puede asumir todas las oraciones de la Biblia, especialmente de los Salmos; pero puede rezar también con tantas expresiones que en milenios de historia han brotado del corazón de los hombres. Y nunca dejemos de hablar al Padre de nuestros hermanos y hermanas en la humanidad, para que ninguno de ellos, especialmente los pobres, permanezca sin un consuelo y una porción de amor.
Al final de esta catequesis, podemos repetir esa oración de Jesús: “Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a   pequeños” (Lc 10:21 ). Para rezar tenemos que hacernos pequeños, para que el Espíritu Santo venga a nosotros y sea Él quien nos guíe en la oración.
© Librería Editorial Vaticana

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domingo, 19 de mayo de 2019

“El amor nos abre el uno al otro

Papa Regina Coeli 19 mayo 2019 © Vatican Media
Papa Regina Coeli 19 Mayo 2019 © Vatican Media

Palabras del Papa antes del Regina Coeli

(ZENIT – 19 mayo 2019).- En este V domingo de Pascua, en el rezo Del Regina Coeli  desde la ventana de su despacho que da a la Plaza san Pedro, el Papa nos invita a amarnos unos a otros, no tanto con nuestro amor sino con el suyo.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos lleva al Cenáculo para hacernos escuchar algunas de las palabras que Jesús dirigió a los discípulos en su “discurso de despedida” antes de su pasión. Después de lavar los pies de los doce, les dice: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34) . Amaos así unos a otros, también vosotros. ¿En qué sentido Jesús a este mandamiento lo llama “nuevo”? Sabemos que ya en el Antiguo Testamento Dios había ordenado a los miembros de su pueblo que amaran a su prójimo como así mismos (cf. Lv 19,18). Jesús mismo, a los que le preguntaron cuál era el mandamiento más grande de la Ley, contestó que el primero es amar a Dios con todo el corazón y el segundo amar al prójimo como a sí mismo (cf. Mt 22,38-39).
Entonces, ¿cuál es la novedad de este mandamiento que Jesús confía a sus discípulos antes de dejar este mundo?. ¿Por qué lo llama mandamiento “nuevo”?. El antiguo mandamiento del amor se ha vuelto nuevo porque ha sido completado con esta adición, “como yo os he amado”. “Amaos como yo os he amado”. Toda la novedad está en el amor de Jesucristo, aquel que dio su vida por nosotros. Se trata del amor de Dios, universal, sin condiciones y sin límites, que encuentra su apogeo en la cruz. En ese momento de descenso extremo y de abandono al Padre, el Hijo de Dios ha mostrado y dado al mundo la plenitud del amor.
Pensando en la pasión y la agonía de Cristo, los discípulos entendieron el significado de esas palabras suyas: “Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros”.
Jesús nos amó primero, nos amó a pesar de nuestras fragilidades, nuestras limitaciones y nuestras debilidades humanas. Fue Él quien nos hizo dignos de Su amor, que no conoce límites y nunca termina. Al darnos el mandamiento nuevo, nos pide que nos amemos no solamente tanto con nuestro amor, sino con el suyo, que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones si lo invocamos con fe. De esta manera – y sólo de esta manera – podemos amarnos unos a otros no sólo como nos amamos a nosotros mismos sino como Él nos amó, osea, inmensamente más. De hecho, Dios nos ama mucho más de lo que nos amamos a nosotros mismos. Y así podemos esparcir por todas partes la semilla del amor que renueva las relaciones entre las personas y abre horizontes de esperanza. El amor de Jesús es el que abre estos horizontes de esperanza y este amor nos hace hombres nuevos, hermanos y hermanas en el Señor, y nos hace el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, en la cual todos están llamados a amar a Cristo y en Él amarnos los unos a los otros.
El amor que se ha manifestado en la cruz de Cristo y que Él nos llama a vivir, es la única fuerza que transforma nuestro corazón de piedra en corazón de carne; es la única fuerza capaz de transformar nuestro corazón que nos hace capaces de amar a nuestros enemigos, nosotros amamos con este corazón y perdonar a los que nos han ofendido.
Os hago una pregunta y cada uno  responda en su corazón : “¿Yo soy capaz de amar a mis enemigos?”. Todos tenemos gente que no están con nosotros, que están del otro lado, o alguien tiene gente que le ha hecho daño; “¿Yo soy capaz de amar a esa gente?”,”¿ese hombre o mujer que me ha hecho mal, que me ha ofendido?”, “¿soy capaz de perdonar?”, pregunta el Papa, cada uno tiene que responder dentro de sí mismo, dentro de su corazón y el amor de Jesús nos hace ver al otro como un miembro actual o futuro de la comunidad de amigos de Jesús, eso nos estimula a dialogar y nos ayuda a escucharnos y conocernos. El amor nos abre el uno al otro, convirtiéndonos en la base de las relaciones humanas. Nos hace capaces de superar las barreras de nuestras propias debilidades y prejuicios, el amor de Jesús en nosotros crea puentes, abre puertas, enseña nuevos caminos, desencadena el dinamismo de la fraternidad.
Que la Virgen María nos ayude, con su maternal intercesión, a recibir de su Hijo Jesús, el don de su mandamiento, y del Espíritu Santo la fuerza para ponerlo en práctica en la vida cotidiana.

About Raquel Anillo

jueves, 16 de mayo de 2019

Jesús resucitado promete librarnos del mal

Audiencia General, 15 Mayo 2019 © Vatican Media

“Del perdón de Jesús en la cruz brota la paz”

(ZENIT)
.Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Llegamos a la séptima petición del “Padre Nuestro”: “Mas líbranos del mal” (Mt 6,13b). Con esta expresión, el que ora no pide solamente que no se le abandone en el momento de la tentación, sino también que se le libre del mal. El verbo original en griego es muy fuerte: evoca la presencia del maligno que tiende a agarrarnos y mordernos (ver 1 P. 5: 8) y del cual pedimos a Dios que nos libre- El apóstol Pedro dice también que el maligno, el diablo, nos rodea como un león enfurecido, para devorarnos y nosotros pedimos a Dios que nos libre de él.
Con esta doble súplica: “No nos abandones” y “líbranos”, surge una característica esencial de la oración cristiana. Jesús enseña a sus amigos a anteponer la invocación del Padre a todo, incluso y especialmente cuando el maligno hace sentir su presencia amenazadora. En efecto, la oración cristiana no cierra los ojos a la vida. Es una oración filial y no una oración infantil. No está tan infatuada de la paternidad de Dios como para olvidar que el camino del hombre está plagado de dificultades. Si no existieran los últimos versículos del “Padre Nuestro”, ¿cómo podrían rezar los pecadores, los perseguidos, los desesperados, los moribundos? La última petición es precisamente la petición de nosotros cuando estaremos en el límite, siempre.
Hay un mal en nuestra vida, que es una presencia indiscutible. Los libros de historia son el catálogo  desolador de cuánto nuestra existencia en este mundo haya sido a menudo  un fracaso. Hay un mal misterioso, que ciertamente no es obra de Dios, pero que penetra silenciosamente en los pliegues de la historia. Silencioso como la serpiente que lleva el veneno, silenciosamente. A veces parece predominar: algunos días su presencia parece incluso más aguda que la de la misericordia de Dios.
La persona que reza no está ciega, y ve con claridad este mal tan pesado y tan contradictorio con el misterio de Dios. Lo ve en la naturaleza, en la historia, incluso en su mismo corazón. Porque no hay nadie entre nosotros que pueda decir que está exento del mal, o al menos que no ha sido tentado. Todos nosotros sabemos que es el mal; todos nosotros sabemos que es la tentación; todos hemos experimentado en carne propia la tentación, de cualquier pecado. Pero es el tentador que nos mueve y nos empuja al mal, diciéndonos: “Haz esto, piensa esto, ve por ese camino”.
El último grito del “Padre Nuestro” se lanza contra este mal “de ancha capa”, que guarda bajo su manto las experiencias más diversas: el luto del hombre, el dolor inocente, la esclavitud, la explotación del otro, el llanto de los niños inocentes. Todos estos eventos protestan en el corazón del hombre y se hacen voz en la última palabra de la oración de Jesús.
Precisamente en los relatos de la Pasión algunas frases del “Padre Nuestro” hallan su eco más impresionante. Dice Jesús: “¡Abba! Padre! Todo es posible para ti: ¡aparta de mí esta copa! Pero no sea lo que quiero, sino lo que quieras tú “(Mc 14:36). Jesús experimenta plenamente la cuchillada del mal. No solo la muerte, sino la muerte de cruz. No solo la soledad, sino también el desprecio, la humillación. No solo la animosidad, sino también la crueldad, el ensañamiento contra él.  He aquí lo que es el  hombre: un ser amante a la vida, que sueña con el amor y el bien, pero que se expone a sí mismo y expone sus semejantes continuamente al mal, hasta el punto de que podemos sentirnos tentados de desesperar del  hombre.
Queridos hermanos y hermanas: Así, el “Padre Nuestro” se asemeja a una sinfonía que pide resonar en cada uno de nosotros. El cristiano sabe lo abrumador que es el poder del mal, y al mismo tiempo siente cómo Jesús, que nunca ha sucumbido a sus lisonjas, está de nuestro lado y nos ayuda.
Así, la oración de Jesús nos deja la herencia más preciosa: la presencia del Hijo de Dios que nos ha librado del mal, luchando por convertirlo. En la hora del combate  a final,  le dice a Pedro que vuelva a colocar la espada en su vaina, al ladrón arrepentido le asegura el cielo, a todos los hombres que lo rodean, y no se daban cuenta de la tragedia que estaba ocurriendo, les ofrece una palabra de paz: “Padre, perdónalos  porque no saben lo que hacen”(Lucas 23:34).
Del perdón de Jesús en la cruz brota la paz, la paz auténtica viene de la cruz; es  don del Resucitado, un don que nos da Jesús. Pensad que el primer saludo de Jesús resucitado es “paz a vosotros”, paz a vuestras almas, a vuestros corazones, a vuestras vidas.  El Señor nos da la paz, nos da el perdón, pero nosotros tenemos que pedir. “líbranos del mal”, para no caer en el mal. Esa es nuestra esperanza, la fuerza que nos da Jesús resucitado, que está aquí, entre nosotros: está aquí. Está aquí con la fuerza que nos da para seguir adelante y nos promete librarnos del mal.
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