miércoles, 28 de septiembre de 2016

Texto completo de la catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 28 de septiembre de 2016


El Santo Padre explica que en la hora de la cruz, la salvación de Cristo alcanza su culmen

El papa Francisco en la audiencia general - CTV
El papa Francisco en la audiencia general - CTV
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, en la audiencia general de este miércoles, ha reflexionado sobre el perdón y la misericordia de Jesús, tomando como referencia a los dos ladrones que le acompañaron en el momento de la cruz. Así, el Santo Padre ha recordado que Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz y muriendo en la cruz, inocente, entre dos criminales, “Él espera que la salvación de Dios pueda alcanzar todo hombre en cualquier condición, también la más negativa y dolorosa”. Asimismo, el Pontífice ha asegurado que la salvación de Dios es para todos, sin excluir a nadie
Texto completo:
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Las palabras que Jesús pronuncia durante su Pasión encuentra su cúlmen en el perdón. Jesús perdona. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). No son solamente palabras, porque se convierten en un acto concreto en el perdón ofrecido al “buen ladrón”, que está junto a Él. San Lucas habla de dos ladrones crucificados con Jesús, que se dirigen a Él con actitudes opuestas.
El primero lo insulta, como hacía toda la gente allí, como hacen los jefes del pueblo, como un pobre hombre empujado por la desesperación. “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 23,39). Este grito testimonia la angustia del hombre frente al misterio de la muerte y la trágica conciencia de que solo Dios puede ser la respuesta liberadora: por eso es impensable que el Mesías, el enviado de Dios, pueda estar sobre la cruz sin hacer nada para salvarse. 


Y no entendían esto, no entendían el misterio del sacrificio de Jesús. Y sin embargo, Jesús nos ha salvado permaneciendo en la cruz. Todos sabemos que no es fácil quedarse en la cruz, en nuestras pequeñas cruces de cada día, no es fácil. Él, en esta gran cruz, en este gran sufrimiento, se ha quedado así y allí nos ha salvado, ahí nos ha mostrado su omnipotencia, y ahí nos ha perdonado. Ahí se cumple su donación de amor y brota para siempre nuestra salvación. Muriendo en la cruz, inocente entre dos criminales, Él espera que la salvación de Dios pueda alcanzar a cualquier hombre en cualquier condición, también la más negativa y dolorosa. La salvación de Dios es para todos, para todos. Sin excluir a nadie, se ofrece a todos.


Por esto el Jubileo es tiempo de gracia y de misericordia para todos, buenos y malos, los que tienen salud y los que sufren. Hay que recordar la parábola que cuenta Jesús, sobre la fiesta de la boda del hijo de un poderoso de la tierra. Cuando los invitados no quisieron ir, dice a sus siervos “ir a los cruces de los caminos, llamar a todos, buenos y malos”.
Todos somos llamados, buenos y malos. La Iglesia no es solamente para los buenos o los que parecen buenos o se creen buenos. La Iglesia es para todos, y además preferentemente para los malos, porque la Iglesia es misericordia.
Este tiempo de gracia y misericordia nos hace recordar que nada nos puede separar del amor de Cristo (cfr Rm 8,39). 


A quién está postrado en la cama de un hospital, a quien vive encerrado en una prisión, a los que están atrapados en las guerras, yo digo: hay que mirar el Crucifijo; Dios está con vosotros, permanece con vosotros sobre la cruz y a todos se ofrece como Salvador. Él nos acompaña a todos, a quienes sufren tanto, crucificado por vosotros, por nosotros, por todos. Hay dejar que la fuerza del Evangelio penetre en el corazón y nos consuele, nos dé esperanza y la íntima certeza de que nadie está excluido del perdón. Pero podrán preguntarme, ‘pero diga, padre, ese que ha hecho las cosas más feas en la vida, ¿tiene posibilidad de ser perdonado?’.
Sí. Nadie está excluido del perdón de Dios. Solamente, se acerque a Jesús, arrepentido y con el deseo de ser abrazado. 



Este era el primer ladrón. El otro es el llamado “ladrón bueno”. Sus palabras son un maravilloso modelo de arrepentimiento, una catequesis concentrada para aprender a pedir perdón a Jesús. Antes, él se dirige a su compañero: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?” (Lc 23,40).
Así destaca el punto de partida del arrepentimiento: el temor de Dios. No el miedo de Dio, el temor filial de Dios, no es el miedo, sino ese respeto que se debe a Dios porque Él es Dios, es un respeto filial porque Él es Padre.
El buen ladrón reclama la actitud fundamental que abre a la confianza en Dios: la conciencia de su omnipotencia y de su infinita bondad. Es este respeto confiado que ayuda a hacer sitio a Dios y a encomendarse a su misericordia.


Después, el buen ladrón declara la inocencia de Jesús y confiesa abiertamente la propia culpa: “Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo” (Lc 23,41). Por tanto Jesús está allí, en la cruz para estar con los culpables: a través de esta cercanía, Él les ofrece la salvación.
Esto que es escándalo para los jefes, para el primer ladrón, para los que estaban allí, y se burlaban de Jesús, sin embargo es fundamento de su fe. Y así el buen ladrón se convierte en testigo de la gracia; lo imposible ha sucedido. Dios me ha amado hasta tal punto que ha muerto en la cruz por mí. L
a fe misma de este hombre es fruto de la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucifijo el amor de Dios para él, pobre pecador. Era un ladrón, es verdad. Había robado toda la vida. Pero al final, arrepentido de lo que había hecho, mirando a Jesús bueno y misericordioso, ha conseguido “robarse” el cielo. Es un buen ladrón este. 


El buen ladrón se dirige finalmente a Jesús, invocando su ayuda: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino” (Lc 23,42). Lo llama por su nombre, “Jesús”, con confianza, y así confiesa lo que ese nombre indica: “el Señor salva”. Esto significa Jesús. Ese hombre pide a Jesús que se acuerde de él. Cuánta ternura en esta expresión, ¡cuánta humanidad! Es la necesidad del ser humano de no ser abandonado, de que Dios esté siempre cerca. En este modo un condenado a muerte se convierte en modelo del cristiano que se encomienda a Jesús. Esto es profundo. Un condenado a muerte es un modelo para nosotros, un modelo de un hombre, un cristiano que se fía de Jesús.  Y también un modelo de la Iglesia, que en la liturgia muchas veces invoca al Señor diciendo, “acuérdate…acuérdate de tu amor.”. 


Mientras el buen ladrón habla al futuro: “cuando estés en tu reino”, la respuesta de Jesús no se hace esperar, habla al presente, dice “hoy estarás conmigo en el Paraíso” (v. 43). En la hora de la cruz, la salvación de Cristo alcanza su culmen; y su promesa al buen ladrón revela el cumplimiento de su misión: salvar a los pecadores. Al inicio de su ministerio, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había proclamado “la liberación a los prisioneros” (Lc 4,18); en Jericó, en la casa del pecador público Zaqueo, había declarado que “el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,9). En la cruz, el último acto confirma el realizarse de este diseño salvífico. Desde el inicio al final, Él se ha revelado Misericordia, se ha revelado encarnación definitiva e irrepetible del amor del Padre. Jesús es realmente el rostro de la misericordia del Padre. 


El buen ladrón lo ha llamado por su nombre, Jesús. Es una oración breve, y todos podemos hacerlo durante el día muchas veces, Jesús, Jesús, simplemente. Lo hacemos juntos tres veces, adelante: Jesús, Jesús, Jesús. Y así hacedlo durante todo el día. Gracias.

sábado, 24 de septiembre de 2016

"Las relaciones entre religiones alivian las heridas"



Télam     24/09/2016 Vaticano

El pontífice recibió a familiares de víctimas del atentado en Niza a quienes les dijo que el perdón, el amor y el respeto son claves para afrontar lo sucedido.

Francisco pidió un "diálogo sincero", especialmente entre los que creen en "un Dios único y misericordioso", en la audiencia que presidió ante familiares de víctimas del ataque que el pasado 14 de julio costó la vida a 84 personas.

"Establecer un diálogo sincero y relaciones fraternales entre todos, en especial entre los que creen en un Dios único y misericordioso, es una prioridad urgente", dijo el pontífice.

Jorge Mario Bergoglio apeló a "los responsables, ya sean políticos o religiosos" a que atiendan esa prioridad, ante decenas de personas, algunas musulmanes como un tercio de las víctimas del atentado, reunidas en el Aula Pablo VI.

"Cuando la tentación de replegarse sobre sí mismos o de responder al odio con el odio y a la violencia con la violencia, es grande, se necesita una auténtica conversión del corazón", agregó en declaraciones que reprodujo la agencia EFE.

La noche de la fiesta nacional francesa del 14 de julio, Mohamed Lahouiej Bouhlel, un tunecino de 31 años, irrumpió contra la multitud al volante de un camión a gran velocidad en el paseo marítimo de Niza, donde había cerca de 30.000 personas que habían asistido a un espectáculo de fuegos artificiales.

El hombre fue abatido por la policía después de haber matado a 84 personas, una decena de ellas niños, y herido a más de doscientas.
El atentado fue reivindicado por los yihadistas del Estado Islámico.

"Me alegro de ver que entre vosotros las relaciones interreligiosas están muy vivas y esto solo puede contribuir a aliviar las heridas de estos acontecimientos dramáticos", dijo el pontífice a los reunidos en el Vaticano.

Desde el atentado en Niza, el papa solicitó que se evite relacionar el islam con el terrorismo.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

“Dejémonos llenar el corazón con la divina misericordia”, el Papa en la catequesis

Texto completo y audio de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas (6,36-38) del cual es tomado el lema de este Año Santo Extraordinario: Misericordiosos como el Padre. La expresión completa es: «Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso» (v. 36). No se trata de un slogan, sino de un compromiso de vida. Para comprender bien esta expresión, podemos confrontarla con aquella paralela del Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: «Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo» (5,48). En el llamado discurso de la montaña, que inicia con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, cumplimiento de todos los preceptos de la Ley. En esta misma perspectiva, San Lucas precisa que la perfección es el amor misericordioso: ser perfectos significa ser misericordiosos. ¿Una persona que no es misericordiosa es perfecta? ¡No! ¿Una persona que no es misericordiosa es buena? ¡No! La bondad y la perfección radican en la misericordia. Cierto, Dios es perfecto. Todavía, si lo consideramos así, se hace imposible para los hombres alcanzar esta absoluta perfección. En cambio, tenerlo ante los ojos como misericordioso, nos permite comprender mejor en que consiste su perfección y nos impulsa a ser como Él llenos de amor, de compasión y misericordia.
Pero me pregunto: ¿Las palabras de Jesús son reales? ¿Es de verdad posible amar como ama Dios y ser misericordiosos como Él?
Si miramos la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un incesante e inagotable amor por los hombres: Dios es como un padre o como una madre que ama con un amor infinito y lo derrama con abundancia sobre toda creatura. La muerte de Jesús en la cruz es el culmen de la historia de amor de Dios con el hombre. Un amor talmente grande que solo Dios lo puede realizar. Es evidente que, relacionado con este amor que no tiene medidas, nuestro amor siempre será en defecto. Pero, ¡cuando Jesús nos pide ser misericordiosos como el Padre, no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos convertirse en signo, canales, testigos de su misericordia.
Y la Iglesia no puede dejar de ser sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en todo tiempo y hacia toda la humanidad. Todo cristiano, por lo tanto, es llamado a ser testigo de la misericordia, y esto sucede en el camino a la santidad. ¡Pensemos en tantos santos que se han hecho misericordiosos porque se han dejado llenar el corazón con la divina misericordia! Han dado cuerpo al amor del Señor derramándolo en las múltiples necesidades de la humanidad sufriente. En este florecer de tantas formas de caridad es posible reconocer los reflejos del rostro misericordioso de Cristo.
Nos preguntamos: ¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Y esto es explicado por Jesús con dos verbos: «perdonar» (v. 37) y «donar» (v. 38).
La misericordia se expresa, sobre todo, en el perdón: «No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados» (v. 37). Jesús no pretende alterar el curso de la justicia humana, todavía recuerda a los discípulos que pera tener relaciones fraternas se necesita suspender los juicios y las condenas. De hecho, es el perdón el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana, porque en ella se manifiesta la gratuidad del amor con el cual Dios nos ha amado primero. ¡El cristiano debe perdonar! Pero ¿Por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros que estamos aquí, hoy, en la Plaza, todos nosotros, hemos sido perdonados. Ninguno de nosotros, en su vida, no ha tenido necesidad del perdón de Dios. Y porque nosotros hemos sido perdonados, debemos perdonar. Y lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: “Perdona nuestros pecados; perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Es decir, perdonar las ofensas, perdonar tantas cosas, porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas, de tantos pecados. Y así es fácil perdonar. Si Dios me ha perdonado, ¿por qué no debo perdonar a los demás? ¿Soy más grande de Dios? ¿Entienden esto? Este pilar del perdón nos muestra la gratuidad del amor de Dios, que nos ha amado primero. Juzgar y condenar al hermano que peca es equivocado. No porque no se quiera reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe la relación de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que en cambio no quiere renunciar a ninguno de sus hijos. No tenemos el poder de condenar a nuestro hermano que se equivoca, no estamos por encima él: al contrario tenemos el deber de rescatarlo a la dignidad de hijo del Padre y de acompañarlo en su camino de conversión.
A su Iglesia, a nosotros, Jesús indica también un segundo pilar: “donar”. Perdonar es el primer pilar; donar es el segundo pilar. «Den, y se les dará […] Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes» (v. 38). Dios dona muy por encima de nuestros méritos, pero será todavía más generoso con cuantos aquí en la tierra serán generosos. Jesús no dice que cosa sucederá a quienes no donan, pero la imagen de la “medida” constituye una exhortación: con la medida  del amor que damos, seremos nosotros mismos a decidir cómo seremos juzgados, como seremos amados. Si observamos bien, existe una lógica coherente: ¡en la medida con la cual se recibe de Dios, se dona al hermano, y en la medida con la cual se dona al hermano, se recibe de Dios!
El amor misericordioso es por esto la única vía a seguir. Cuanta necesidad tenemos todos de ser un poco misericordiosos, de no hablar mal de los demás, de no juzgar, de no “desplumar” a los demás con las críticas, con las envidias, con los celos. ¡No! Perdonar, ser misericordiosos, vivir nuestra vida en el amor y donar. Esa – caridad y este amor – permite a los discípulos de Jesús no perder la identidad recibida de Él, y de reconocerse como hijos del mismo Padre. En el amor que ellos – es decir, nosotros – practicamos en la vida se refleja así aquella Misericordia que no tendrá jamás fin (Cfr. 1 Cor 13,1-12). Pero no se olviden de esto: misericordia y don; perdón y don. Así el corazón crece, crece en el amor. En cambio, el egoísmo, la rabia, hace el corazón pequeño, pequeño, pequeño, pequeño y se endurece como una piedra. ¿Qué cosa prefieren ustedes? ¿Un corazón de piedra? Les pregunto, respondan: “No”. No escucho bien… “No”. ¿Un corazón lleno de amor? “Si”. ¡Si prefieren un corazón lleno de amor, sean misericordiosos!
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

"El Espíritu sopla donde quiere", Papa Francisco en el encuentro interreligioso de Asís

El Papa Francisco en el encuentro interreligioso de Asís - OSS_ROM
20/09/2016 12:35

(RV).- Cientos de representantes de diferentes religiones están en la ciudad italiana de Asís para participar al Encuentro Interreligioso con el lema ‘Sed de Paz. Religiones y culturas en diálogo’ que recuerda un evento similar que contó con la participación de san Juan Pablo II hace treinta años.
Este Encuentro Internacional está organizado por la Comunidad de San Egidio, la diócesis de Asís y las familias franciscanas y concluye este martes 20 de septiembre con la participación del Papa Francisco.
Por este motivo, en Radio Vaticano conversamos con el padre catalán Armand Puig i Tàrrech de la diócesis de Barcelona (España) y miembro de la Comunidad de San Egidio quien explica la importancia de esta iniciativa.
Además, el padre Armand destaca la participación del Santo Padre a este evento que busca promover la paz a través de la oración, el diálogo y la amistad.
(Mercedes De La Torre – RV).

domingo, 18 de septiembre de 2016

El Papa convocó a todos unirse a la ‘Jornada de Oración por la Paz’

aica.org  |  Nacional  |  Francisco
Domingo 18 Sep 2016 | 09:17 am
Ciudad del Vaticano (AICA): 
 

“El próximo martes iré a Asís para el encuentro de oración por la paz, treinta años después de aquel histórico que convocó san Juan Pablo II” dijo el papa Francisco este domingo luego del rezo del Ángelus. El pontífice añadió: “Invito a las parroquias, asociaciones eclesiásticas, individualmente a los fieles de todo el mundo para que vivan ese día como una Jornada de oración por la paz”.
Francisco señaló que “hoy tenemos necesidad de paz en esta guerra que existe en todas las partes del mundo”.

“Recemos por la paz –pidió el Papa– siguiendo el ejemplo de san Francisco, hombre de fraternidad y de bondad” porque “estamos todos llamados a ofrecer al mundo un fuerte testimonio de nuestro empeño común por la paz y la reconciliación entre los pueblos”. Y concluyó: “Así el martes, todos, unidos en oración. Recemos por la paz”.

El encuentro ‘Sed de paz. Religiones y cultura en diálogo’, que inicia hoy domingo, contará con la presencia de líderes mundiales de 9 religiones, 6 Premio Nobel de la paz, representantes del mundo de la cultura, un grupo de 25 refugiados y el martes con la participación del papa Francisco.

En total serán 511 líderes religiosos provenientes desde todo el mundo y unas 12 mil personas podrán seguir los actos religiosos y las 29 conferencias que se realizarán. +

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Catequesis del Papa Francisco: “Aprendamos de Jesús qué cosa significa vivir de misericordia” (14-9-2016)

 Ecclesia Digital                                                                                                               Texto completo de la catequesis del Papa Francisco (ECCLESIA digital)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Durante este Jubileo hemos reflexionado muchas veces sobre el hecho que Jesús se expresa con una ternura única, signo de la presencia y de la bondad de Dios. Hoy, nos detenemos en un pasaje conmovedor del Evangelio (Cfr. Mt 11,28-30), en el cual Jesús dice – lo hemos escuchado –: «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. […] Aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio» (vv. 28-29). La invitación del Señor es sorprendente: llama a seguirlo a personas sencillas y oprimidas por una vida difícil, llama a seguirlo a personas que tienen muchas necesidades y les promete que en Él encontraran descanso y alivio. 


La invitación es dirigida en forma imperativa: «vengan a mí», «tomen mi yugo», y «aprendan de mí». ¡Tal vez los líderes del mundo pudieran decir esto! Tratemos de coger el significado de estas expresiones.
El primer imperativo es «Vengan a mí». Dirigiéndose a aquellos que están cansados y oprimidos, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías. Y así dice, el pasaje de Isaías: «El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento» (50,4). A estos desconsolados de la vida, el Evangelio muchas veces une también a los pobres (Cfr. Mt 11,5) y los pequeños (Cfr. Mt 18,6). 


Se trata de cuantos no pueden contar sobre sus propios medios, ni sobre amistades importantes. Ellos sólo pueden confiar en Dios. Conscientes de la propia humilde y mísera condición, saben que dependen de la misericordia del Señor, esperan de Él la única ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta a sus expectativas: convirtiéndose en sus discípulos reciben la promesa de encontrar consolación para toda la vida. Una promesa que al final del Evangelio es extendida a todas las naciones: «Vayan – dice Jesús a los Apóstoles – y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt 28,19). Acogiendo la invitación a celebrar este año de gracia del Jubileo, en todo el mundo los peregrinos atraviesan la Puerta de la Misericordia abierta en las catedrales y en los santuarios y en tantas iglesias del mundo; en los hospitales, en las cárceles… ¿Para   qué atravesar esta Puerta de la Misericordia? Para encontrar a Jesús, para encontrar la amistad de Jesús, para encontrar el alivio que solo da Jesús. Este camino expresa la conversión de todo discípulo que se pone en el seguimiento de Jesús. Y la conversión consiste siempre en descubrir la misericordia del Señor. 


Y esta misericordia es infinita e inagotable: es grande la misericordia del Señor. Atravesando la Puerta Santa, pues, profesamos «que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos». (Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia, 7).
El segundo imperativo dice: «Tomen mi yugo». En el contexto de la Alianza, la tradición bíblica utiliza la imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a Dios y, de consecuencia, la obediencia a su voluntad expresada en la Ley. En polémica con los escribas y doctores de la Ley, Jesús pone sobre sus discípulos su yugo, en el cual la Ley encuentra su pleno cumplimiento. Les quiere enseñar a ellos que descubrimos la voluntad de Dios mediante su persona: mediante Jesús, no mediante leyes y prescripciones frías que el mismo Jesús condena. Podemos leer el capítulo 23 de Mateo, ¿no?. Él está al centro de su relación con Dios, está en el corazón de las relaciones entre los discípulos y se pone como fulcro de la vida de cada uno. Recibiendo el “yugo de Jesús” todo discípulo entra así en comunión con Él y es hecho participe del misterio de su cruz y de su destino de salvación.


Sigue el tercer imperativo: «Aprendan de mí». A sus discípulos Jesús presenta un camino de conocimiento y de imitación. Jesús no es un maestro que con severidad impone a otros cargas que Él no lleva: esta era la acusa que Él hacía a los doctores de la ley. Él se dirige a los humildes, a los pequeños, a los pobres, a los necesitados porque Él mismo se ha hecho pequeño y humilde. Comprende a los pobres y a los sufrientes porque Él mismo es pobre y experimento los dolores. Para salvar a la humanidad Jesús no ha recorrido un camino fácil; al contrario, su camino ha sido doloroso y difícil. Come lo recuerda la Carta a los Filipenses: «Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz» (2,8). 


El yugo que los pobres y los oprimidos llevan es el mismo yugo que Él ha llevado antes de ellos: por esto es un yugo ligero. Él se ha cargado sobre sus espaldas los dolores y los pecados de la entera humanidad. Para el discípulo, por lo tanto, recibir el yugo de Jesús significa recibir su revelación y acogerla: en Él la misericordia de Dios se ha hecho cargo de la pobreza de los hombres, donando así a todos la posibilidad de la salvación. Pero, ¿por qué Jesús es capaz de decir estas cosas? Porque Él se ha hecho todo en todos, cercano a todos, a los pobres. Era un pastor que estaba entre la gente, entre los pobres. Trabajaba todo el día con ellos. Jesús no era un príncipe. Es feo para la Iglesia cuando los pastores se convierten en príncipes, alejados de la gente, alejados de los más pobres: este no es el espíritu de Jesús. A estos pastores Jesús los amonestaba, y sobre estos pastores Jesús decía a la gente: “pero, hagan aquello que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen”.



Queridos hermanos y hermanas, también para nosotros existen momentos de cansancio y de desilusión. Entonces recordémonos  estas palabras del Señor, que nos dan mucha consolación y nos hacen entender si estamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del bien. De hecho, a veces nuestro cansancio es causado por haber puesto la confianza en cosas que no son esenciales, porque nos hemos alejado de lo que vale realmente en la vida. El Señor nos enseña a no tener miedo de seguirlo, porque la esperanza que ponemos en Él no será defraudada. Estamos llamados a aprender de Él que cosa significa vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia. Vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia: vivir de misericordia, es sentirse necesitados de la misericordia de Jesús, aprendamos a ser misericordiosos con los demás. Tener fija la mirada en el Hijo de Dios nos hace entender cuanto camino todavía debemos recorrer; pero al mismo tiempo nos infunde la alegría de saber que estamos caminando con Él y no estamos jamás solos. ¡Entonces, animo! 


No dejémonos quitar la alegría de ser discípulos del Señor. “Pero, padre, yo soy pecador, soy pecadora, ¿Cómo puedo hacer? Déjate mirar por el Señor, abre tu corazón, siente sobre ti su mirada, su misericordia, y tu corazón estará lleno de alegría, de la alegría del perdón, si tú te acercas a pedir el perdón”. No dejémonos robar la esperanza de vivir esta vida junto a Él y con la fuerza de su consolación. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)

domingo, 11 de septiembre de 2016

Papa Francisco: El perdón de Dios cancela nuestros pecados y nos regenera en el amor



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El Papa en el Ángelus. Foto: Alexey Gotovsky (ACI Prensa)
El Papa en el Ángelus. Foto: Alexey Gotovsky (ACI Prensa)
VATICANO, 11 Sep. 16 / 05:15 am (ACI).- Como todos los domingos, el Papa Francisco presidió el rezo del Ángelus y comentó el Evangelio del día que recoge tres parábolas de misericordia y muestran hasta dónde llega el perdón de Dios.
“Su perdón cancela el pasado y nos regenera en el amor” de tal forma que "cuando un pecador se convierte y se hace reencontrar por Dios no lo esperan reprobaciones y durezas, porque Dios salva, espera en casa con alegría y hace fiesta”. 


El Pontífice dijo a todos que “el mensaje del Evangelio de hoy nos infunde gran esperanza y lo podemos sintetizar así: no hay pecado en el que hayamos caído por el que, con la gracia de Dios, no podamos resurgir; no hay un individuo irrecuperable, porque Dios no deja jamás de querer nuestro bien, también cuando pecamos”.


“Con estos tres relatos, Jesús quiere hacer entender que Dios es el primero en tener hacia los pecadores una actitud de acogida y misericordia”, explicó.
En la primera parábola Dios es presentado como un pastor que deja 99 ovejas para ir en busca de la que se ha perdido. En la segunda se observa “a una mujer que ha perdido una moneda y la busca pero no la encuentra y en la tercera Dios es imaginado como un padre que acoge a su hijo que se había alejado”.
Francisco destacó que todas tienen un elemento común: “verbos que significan alegrarse juntos, hacer fiesta”. 


Con los tres relatos “Jesús nos presenta un Dios con los brazos abiertos, que trata a los pecadores con ternura y compasión”.En opinión del Papa, “la que más conmueve, porque manifiesta el infinito amor de Dios, es la del padre que abraza al hijo que ha regresado”.
“El camino de regreso a casa es la vía de la esperanza y de la vida nueva”, “Dios espera nuestro retomar el camino, nos espera con paciencia, nos ve cuando todavía estamos lejos, va a nuestro encuentro, nos abraza, nos perdona”.

viernes, 9 de septiembre de 2016

PAPA FRANCISCO AUDIENCIA GENERAL Miércoles 7 de septiembre de 2016

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado un pasaje del Evangelio de Mateo (11, 2-6). El intento del evangelista es hacernos entrar más profundamente en el misterio de Jesús, para recibir su bondad y su misericordia. El episodio es el siguiente: Juan Bautista envía a sus discípulos a Jesús —Juan estaba en la cárcel— para hacerle una pregunta muy clara: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» (v. 3). Era justo en el momento de la oscuridad. El Bautista esperaba con ansia al Mesías que en su predicación había descrito muy intensamente, como un juez que habría instaurado finalmente el reino de Dios y purificado a su pueblo, premiando a los buenos y castigando a los malos. Él predicaba así: «ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego» (Mt 3, 10). Ahora que Jesús ha iniciado su misión pública con un estilo distinto; Juan sufre porque se encuentra sumergido en una doble oscuridad: en la oscuridad de la cárcel y de una celda, y en la oscuridad del corazón. No entiende este estilo de Jesús y quiere saber si verdaderamente es Él el Mesías, o si se debe esperar a otro.
Y la respuesta de Jesús parece, a simple vista, no corresponder a la pregunta del Bautista. Jesús, de hecho, dice: «id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡Y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!». (vv. 4-6). Aquí se vuelve clara la intención del Señor Jesús: Él responde ser el instrumento concreto de la misericordia del Padre, que sale al encuentro de todos llevando la consolación y la salvación, y de esta manera manifiesta el juicio de Dios. Los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos recuperan su dignidad y ya no son excluidos por su enfermedad, los muertos vuelven a vivir, mientras que a los pobres se les anuncia la Buena Nueva. Y esta se convierte en la síntesis del actuar de Jesús, que de este modo hace visible y tangible el actuar mismo de Dios.
El mensaje que la Iglesia recibe de esta narración de la vida de Cristo es muy claro. Dios no ha mandado a su Hijo al mundo para castigar a los pecadores ni para acabar con los malvados. Sino que es a ellos a quienes se dirige la invitación a la conversión para que, viendo los signos de la bondad divina, puedan volver a encontrar el camino de regreso. Como dice el Salmo: «Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh, ¿quién, Señor, resistirá? Mas el perdón se halla junto a ti, para que seas temido» (Salmo 130, 3-4).
La justicia que el Bautista ponía al centro de su predicación, en Jesús se manifiesta en primer lugar como misericordia. Y las dudas del Precursor sólo anticipan el desconcierto que Jesús suscitará después con sus obras y con sus palabras. Se comprende, entonces, el final de la respuesta de Jesús. Dice: «¡Y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!» (v. 6). Escándalo significa «obstáculo». Por eso Jesús advierte sobre un peligro en particular: si el obstáculo para creer son sobre todo sus obras de misericordia, eso significa que se tiene una falsa imagen del Mesías. Dichosos en cambio aquellos que, ante los gestos y las palabras de Jesús, rinden gloria al Padre que está en los cielos.
La advertencia de Jesús es siempre actual: hoy también el hombre construye imágenes de Dios que le impiden disfrutar de su presencia real. Algunos se crean una fe «a medida» que reduce a Dios en el espacio, limitado por los propios deseos y las propias convicciones. Pero esta fe no es conversión al Señor que se revela, es más, impide estimular nuestra vida y nuestra conciencia. Otros reducen a Dios a un falso ídolo; usan su santo nombre para justificar sus propios intereses o incluso el odio y la violencia. Aun más, para otros, Dios es solamente un refugio psicológico en el cual ser tranquilizados en los momentos difíciles: se trata de una fe plegada en sí misma, impermeable a la fuerza del amor misericordioso de Jesús que impulsa hacia los hermanos. Otros consideran a Cristo sólo un buen maestro de enseñanzas éticas, uno de los muchos que hay en la historia. Y por último, hay quien ahoga la fe en una relación puramente intimista con Jesús, anulando su impulso misionero capaz de transformar el mundo y la historia. Nosotros cristianos creemos en el Dios de Jesucristo, y nuestro deseo es el de crecer en la experiencia viva de su misterio de amor.
Esforcémonos entonces en no anteponer obstáculo alguno al actuar misericordioso del Padre, y pidamos el don de una fe grande para convertirnos también nosotros en señales e instrumentos de misericordia.


Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Esforcémonos en no ser obstáculo de la misericordia del Padre, sino al contrario, pidamos al Señor que incremente nuestra fe, para ser signos e instrumentos de su misericordia. Que Dios los bendiga.
Un especial saludo dirijo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. El domingo pasado celebramos la canonización de Madre Teresa de Calcuta.
Queridos jóvenes, volveos como ella, artesanos de la misericordia; queridos enfermos, sentid su cercanía compasiva especialmente en la hora de la cruz; y vosotros, queridos recién casados, sed generosos: invocadla para que no falte nunca en las familias el cuidado y la atención hacia los más pequeños.



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lunes, 5 de septiembre de 2016

Rezando con Francisco Video del Papa con la intención del mes de septiembre de 2016


El Papa Francisco durante la Canonización de la Madre Teresa de Calcuta - AP
05/09/2016 14:00

(RV).- La Red Mundial de Oración del Papa publicó este 5 de septiembre -primera fiesta de Santa Teresa de Calcuta- su nueva edición del ‘video del Papa’ con la intención de oración universal del mes de septiembre 2016.
En este ‘video del Papa’, el Santo Padre alienta a la construcción de una sociedad que pone en el centro la persona humana. En concreto, el Papa Francisco afirma: “La humanidad vive una crisis que no es solamente económica y financiera… también es ecológica, educativa, moral, humana. Cuando hablamos de crisis, hablamos de peligros, pero también de oportunidades. ¿Cuál es la oportunidad?: la de ser solidarios. Vení, ayúdame. Para que cada uno contribuya al bien común y a la construcción de una sociedad que ponga al centro la persona humana”.
La intención de oración universal a la que anima a rezar el Papa es: “Para que cada uno contribuya al bien común y a la construcción de una sociedad que ponga al centro la persona humana”.
Por su parte, el director internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, el padre jesuita Frederic Fornos explicó a Radio Vaticano que “el desafío de la humanidad y de la misión de la Iglesia de este mes es una preocupación del Papa desde el principio de su Pontificado, al cual vuelve una y otra vez, de forma diversa, pues no podemos continuar con el sistema actual que produce exclusión y violencia. Una sociedad más humana es necesaria” y añadió que “no basta solo decirlo o pensarlo. Esta intención universal no es una idea a meditar tranquilamente, como quien toma el té en un salón charlando sobre cómo el mundo de ‘tendría que ser’. Es un grito que sale del corazón de Francisco al ver y escuchar todos los que sufren precariedad, exclusión, con condiciones de vida difícil o marginada, sin trabajo o justo lo necesario para vivir”.
(Mercedes De La Torre – Radio Vaticano).

domingo, 4 de septiembre de 2016

Homilía del Papa Francisco en la Santa Misa con Rito de Canonización de la Madre Teresa de Calcuta

04/09/2016 08:31

El Papa Francisco presentó el modelo de Santa Teresa de Calcuta en el Jubileo de los voluntarios de la misericordia - AFP
A continuación, voz y texto completo de la Homilía pronunciada por el Papa Francisco en el XXIII Domingo del Tiempo Ordinario 

«¿Quién comprende lo que Dios quiere?» (Sb 9,13). Este interrogante del libro de la Sabiduría, que hemos escuchado en la primera lectura, nos presenta nuestra vida como un misterio, cuya clave de interpretación no poseemos. Los protagonistas de la historia son siempre dos: por un lado, Dios, y por otro, los hombres. Nuestra tarea es la de escuchar la llamada de Dios y luego aceptar su voluntad. Pero para cumplirla sin vacilación debemos ponernos esta pregunta. ¿Cuál es la voluntad de Dios en mi vida?
La respuesta la encontramos en el mismo texto sapiencial: «Los hombres aprendieron lo que te agrada» (v. 18). Para reconocer la llamada de Dios, debemos preguntarnos y comprender qué es lo que le gusta. En muchas ocasiones, los profetas anunciaron lo que le agrada al Señor.



 Su mensaje encuentra una síntesis admirable en la expresión: «Misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6; Mt 9,13). A Dios le agrada toda obra de misericordia, porque en el hermano que ayudamos reconocemos el rostro de Dios que nadie puede ver (cf. Jn 1,18). Y cada vez que nos hemos inclinado ante las necesidades de los hermanos, hemos dado de comer y de beber a Jesús; hemos vestido, ayudado y visitado al Hijo de Dios (cf. Mt 25,40): es decir, hemos tocado la carne de Cristo.
Estamos llamados a concretar en la realidad lo que invocamos en la oración y profesamos en la fe. No hay alternativa a la caridad: quienes se ponen al servicio de los hermanos, aunque no lo sepan, son quienes aman a Dios (cf. 1 Jn 3,16-18; St 2,14-18).


 Sin embargo, la vida cristiana no es una simple ayuda que se presta en un momento de necesidad. Si fuera así, sería sin duda un hermoso sentimiento de humana solidaridad que produce un beneficio inmediato, pero sería estéril porque no tiene raíz. Por el contrario, el compromiso que el Señor pide es el de una vocación a la caridad con la que cada discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cada día en el amor.
Hemos escuchado en el Evangelio que «mucha gente acompañaba a Jesús» (Lc 14,25). Hoy aquella «gente» está representada por el amplio mundo del voluntariado, presente aquí con ocasión del Jubileo de la Misericordia. Vosotros sois esa gente que sigue al Maestro y que hace visible su amor concreto hacia cada persona. Os repito las palabras del apóstol Pablo: «He experimentado gran gozo y consuelo por tu amor, ya que, gracias a ti, los corazones de los creyentes han encontrado alivio» (Flm 1,7). Cuántos corazones confortan los voluntarios. Cuántas manos sostienen; cuántas lágrimas secan; cuánto amor derraman en el servicio escondido, humilde y desinteresado. Este loable servicio da voz a la fe - ¡da voz a la fe! y expresa la misericordia del Padre que está cerca de quien pasa necesidad.



El seguimiento de Jesús es un compromiso serio y al mismo tiempo gozoso; requiere radicalidad y esfuerzo para reconocer al divino Maestro en los más pobres y descartados de la vida y ponerse a su servicio. Por esto, los voluntarios que sirven a los últimos y a los necesitados por amor a Jesús no esperan ningún agradecimiento ni gratificación, sino que renuncian a todo esto porque han descubierto el verdadero amor. Y cada uno de nosotros puede decir: ‘Igual que el Señor ha venido a mi encuentro y se ha inclinado sobre mí en el momento de necesidad, así también yo salgo al encuentro de él y me inclino sobre quienes han perdido la fe o viven como si Dios no existiera, sobre los jóvenes sin valores e ideales, sobre las familias en crisis, sobre los enfermos y los encarcelados, sobre los refugiados e inmigrantes, sobre los débiles e indefensos en el cuerpo y en el espíritu, sobre los menores abandonados a sí mismos, como también sobre los ancianos dejados solos. Dondequiera que haya una mano extendida que pide ayuda para ponerse en pie, allí debe estar nuestra presencia y la presencia de la Iglesia que sostiene y da esperanza’ Y hacer esto con la memoria viva de la mano tendida del Señor sobre mí, cuando estaba caído.
Madre Teresa, a lo largo de toda su existencia, ha sido una generosa dispensadora de la misericordia divina, poniéndose a disposición de todos por medio de la acogida y la defensa de la vida humana, tanto la no nacida como la abandonada y descartada. Se ha comprometido en la defensa de la vida proclamando incesantemente que «el no nacido es el más débil, el más pequeño, el más pobre». Se ha inclinado sobre las personas desfallecidas, que mueren abandonadas al borde de las calles, reconociendo la dignidad que Dios les había dado; ha hecho sentir su voz a los poderosos de la tierra, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes - ¡ante los crímenes! - de la pobreza creada por ellos mismos. La misericordia ha sido para ella la «sal» que daba sabor a cada obra suya, y la «luz» que iluminaba las tinieblas de los que no tenían ni siquiera lágrimas para llorar - para llorar - su pobreza y sufrimiento.



Su misión en las periferias de las ciudades y en las periferias existenciales permanece en nuestros días como testimonio elocuente de la cercanía de Dios hacia los más pobres entre los pobres. ¡Hoy entrego esta emblemática figura de mujer y de consagrada a todo el mundo del voluntariado: que ella sea vuestro modelo de santidad! Pienso, quizá, que tendremos un poco de dificultad en llamarla Santa Teresa: su santidad está tan cerca de nosotros, tan tierna y fecunda que espontáneamente la seguiremos llamando: madre Teresa... Esta incansable trabajadora de la misericordia nos ayude a comprender cada vez más que nuestro único criterio de acción es el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo y derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión. Madre Teresa amaba decir: «Tal vez no hablo su idioma, pero puedo sonreír». Llevemos en el corazón su sonrisa y entreguémosla a todos los que encontremos en nuestro camino, especialmente a los que sufren. Abriremos así horizontes de alegría y esperanza a toda esa humanidad desanimada y necesitada de comprensión y ternura.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Madre Teresa icono de la Misericordia en Asia y el Mundo. Aliento del Papa a encuentro internacional

La Madre Teresa de Calcuta, foto de archivo - EPA
03/09/2016 14:15

(RV).- El Papa Francisco hizo llegar su bendición a los participantes en el encuentro internacional, dedicado a la Madre Teresa de Calcuta, como icono de la Misericordia para Asia y el mundo, organizado por AsiaNews, en la víspera de la canonización de la Fundadora de las Misioneras y Misioneros de la Caridad. En un telegrama, enviado en su nombre, por el Cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, al Padre Bernardo Cervellera, director de la agencia de noticias del PIME.


En el telegrama, que hace hincapié en el Jubileo extraordinario de la Misericordia, se lee que el Santo Padre desea que «el ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta, testigo privilegiada de caridad y generosa atención a los pobres y a los últimos, contribuya a hacer que Cristo sea cada vez más el centro de la vida y a vivir generosamente su Evangelio, en el ejercicio perseverante de las obras de misericordia para ser constructores de un futuro mejor, iluminado por el esplendor de la Verdad»

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Asimismo «Su Santidad invoca la celestial intercesión de la Virgen María, Madre de toda consolación, para que los devotos de la Madre Teresa, imitando su ardor apostólico, puedan actuar aquella Revolución de la Ternura iniciada por Jesucristo, con su amor y predilección hacia los pequeños».
(CdM – RV)