jueves, 28 de febrero de 2019

Carta del Papa a 800 años del encuentro entre San Francisco y el Sultán

No cedan a la violencia, especialmente bajo pretextos religiosos, sino que promuevan la paz y el diálogo: lo escribe el Papa en una Carta al Card. Sandri, su enviado a las celebraciones por el octavo centenario del encuentro entre San Francisco de Asís y el Sultán.
Sergio Centofanti – Ciudad del Vaticano
Se publicó hoy la Carta en latín del Papa Francisco al Card. Leonardo Sandri, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, su enviado especial a las celebraciones del octavo centenario del encuentro entre San Francisco de Asís y el sultán Al-Malik Al-Kamel, que tendrán lugar en Egipto del 1 al 3 de marzo.

Francisco, hombre de paz

El Papa recuerda al pobrecillo de Asís como un "hombre de paz" que exhortaba a sus hermanos a saludar a la gente como Jesús había pedido: "Que el Señor les dé la paz". San Francisco -escribe el Papa- había entendido con el corazón que todas las cosas fueron creadas por un solo Creador, el único que es bueno, y que "todos los hombres tienen en Él un Padre común". Por eso, "deseaba llevar a todos los hombres, con espíritu alegre y ardiente, la noticia" del amor inefable del "Dios todopoderoso y misericordioso", que "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,3-4). Por este motivo, invitaba a los frailes que se sentían llamados por Dios a que fueran a estar entre los sarracenos y otros no cristianos, a pesar de los peligros.

El pobrecillo de Asís ante el Sultán

Francisco mismo - recuerda el Papa - llevando consigo a un compañero, llamado Iluminado, partió hacia Egipto en 1219. En Damieta, cerca de El Cairo, conoció al Sultán. Ante las preguntas del jefe sarraceno, "el siervo de Dios Francisco respondió con un corazón intrépido que no había sido enviado por los hombres, sino por el Dios Altísimo, para mostrarle a él y a su pueblo el camino de la salvación y proclamar el Evangelio de la verdad. Y "el Sultán, viendo el admirable fervor del espíritu y la virtud del hombre de Dios, lo escuchó con gusto" (San Buenaventura, Legenda Maior, 7-8).

No alzará la espada pueblo contra pueblo

El Papa exhorta al Card. Sandri a llevar su "saludo fraterno" a todos, cristianos y musulmanes. Expresa su deseo de que nadie sucumba a la tentación de la violencia, especialmente "con algún pretexto religioso", sino más bien que se realicen "proyectos de diálogo, reconciliación y cooperación" que "lleven a los hombres a la comunión fraterna", difundiendo la paz y el bien según las palabras del profeta Isaías: "No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra." El Papa concluye la carta bendiciendo a todos los que participarán en este "acontecimiento memorable" y a "todos los promotores del diálogo interreligioso y de la paz".

miércoles, 27 de febrero de 2019

‘Santificado sea tu nombre’

Papa Francisco © Vatican Media
Papa Francisco © Vatican Media


(ZENIT – 27 febrero 2019).- La audiencia general ha tenido lugar a las 9:20 horas en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo y, retomando el ciclo de catequesis sobre el Padre nuestro, se ha centrado en la frase “Santificado sea tu nombre”  (Pasaje bíblico: Ezequiel  36, 22-23)
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Parece que el invierno se esté yendo y por eso hemos vuelto a la Plaza. ¡Bienvenidos a la Plaza!
En nuestro itinerario de redescubrimiento de  la oración del “Padre Nuestro”, hoy profundizaremos la primera de sus siete peticiones, es decir, “santificado sea tu nombre”.
Las invocaciones del “Padre Nuestro” son siete, fácilmente divisibles en dos subgrupos. Las tres primeras tienen el “Tú” de Dios Padre en el centro; las otras cuatro tienen en el centro el “nosotros” y nuestras necesidades humanas. En la primera parte, Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos dirigidos al Padre: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad”; en la segunda es Él quien entra en nosotros y se hace intérprete de nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal.
Aquí está la matriz de toda oración cristiana, -diría de toda oración humana- que está siempre hecha, por un lado, de la contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad, y, por el otro, de sincera y valiente petición de lo que necesitamos para vivir, y vivir bien. Así, en su simplicidad y en su esencialidad, el “Padre Nuestro” educa a quienes le ruegan a no multiplicar palabras vanas, porque, como dice el mismo Jesús, “vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt, 6, 8).
Cuando hablamos con Dios, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestros corazones: ¡Él lo sabe mucho mejor! Si Dios es un misterio para nosotros, nosotros, en cambio, no somos un enigma para sus ojos (cf. Sal 139: 1-4). Dios es como esas madres a las que les basta una mirada para entenderlo  todo de sus hijos: si están contentos o están tristes, si son sinceros u ocultan algo …
El primer paso en la oración cristiana es, por lo tanto, la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: “Señor, tú lo sabes todo, ni siquiera hace falta que te cuente  mi dolor, solo te pido que te quedes aquí a mi lado: eres Tú mi esperanza”. Es interesante notar que Jesús, en el Sermón de la Montaña, inmediatamente después de transmitir el texto del “Padre Nuestro”, nos exhorta a no preocuparnos y no afanarnos por las cosas. Parece una contradicción: primero nos enseña a pedir el pan de cada día y luego nos dice: «No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis” (Mt 6,31). Pero la contradicción es solo aparente: las peticiones de los cristianos expresan confianza en el Padre. Y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin afán ni agitación.
Por eso rezamos diciendo: “¡Santificado sea tu nombre!”. En esta petición – la primera, ¡Santificado sea tu nombre! – se siente toda la admiración de Jesús por la belleza y la grandeza del Padre, y el deseo de que todos lo reconozcan y lo amen por lo que realmente es. Y al mismo tiempo, está la súplica de que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Es Dios quien nos santifica, quien nos transforma con su amor, pero al mismo tiempo también somos nosotros quienes, a través de nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios en el mundo, haciendo presente su nombre. Dios es santo, pero si nosotros, si nuestra vida no es santa, hay una gran incoherencia. La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra vida. “Yo soy cristiano, Dios es santo, pero yo hago tantas cosas malas”; no, esto no vale. Esto también hace daño, esto escandaliza y no ayuda.
La santidad de Dios es una fuerza en expansión, y nosotros le suplicamos para que rompa  rápidamente las barreras de nuestro mundo. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en pagar las consecuencias es precisamente el mal que aflige al mundo. Los espíritus malignos imprecan: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!”(Mc 1, 24). Nunca se había visto una santidad semejante: no preocupada por ella misma, sino volcada hacia el exterior. Una santidad – la de Jesús- que se expande en círculos concéntricos, como cuando arrojamos una piedra a un estanque. El mal tiene los días contados, el mal no es eterno, el mal ya no puede hacernos daño: ha llegado el hombre fuerte que toma posesión de su casa (cf. Mc 3, 23-27). Y este hombre fuerte es Jesús, que nos da a nosotros también la fuerza para tomar posesión de nuestra casa interior.
La oración ahuyenta todo miedo. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos al lado de los nuestros, el Espíritu obra en secreto por la redención del mundo. ¿Y nosotros? Nosotros no vacilamos en la incertidumbre, sino que tenemos una certeza: Dios me ama; Jesús ha dado la vida por mí. El Espíritu está dentro de mí. Y esta es la gran cosa cierta. ¿Y el mal? Tiene miedo. Y esto es hermoso.
© Librería Editorial Vaticano

lunes, 25 de febrero de 2019

El Papa: “Los jóvenes y las familias nos ayudan a redescubrirnos como hermanos”

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Juntos, respetando nuestras respectivas tradiciones espirituales, podemos colaborar activamente en la promoción, en diversos contextos, nacionales e internacionales, de actividades y propuestas relativas a la familia y a los valores familiares”, lo dijo el Papa Francisco este lunes 25 de febrero, a la Delegación de la ‘Diaconía Apostólica’ de la Iglesia de Grecia, a quienes recibió en audiencia en la Sala de los Papa del Vaticano.

Que Dios llene de gracias al amado pueblo griego

En su discurso, el Santo Padre agradeció a los miembros de esta Delegación por su visita y envió sus saludos a Su Beatitud Ieronymos II, con motivo de su undécimo aniversario de entronización. “Pido al Padre, de quien proviene todo don bueno y todo don perfecto – invocó el Papa – que le conceda salud, serenidad y alegría espiritual. También le pido, por intercesión del Apóstol Pablo, que predicó el Evangelio en Grecia y llevó a término su testimonio hasta el martirio aquí en Roma, que llene de gracias al amado pueblo griego”.

Los jóvenes nos enseñan a caminar juntos

El Papa Francisco refiriéndose a la colaboración entre la Diaconía Apostólica y el Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos señaló que, esta colaboración se remonta a más de quince años, durante los cuales han surgido numerosos proyectos culturales y formativos dignos de elogio. “Es un buen ejemplo de lo fructífero que es para católicos y ortodoxos trabajar juntos. En el camino – señala el Pontífice – los que organizaron las iniciativas y los que se beneficiaron de ellas, principalmente son jóvenes estudiantes de nuestras Iglesias, que experimentaron que lo que tenemos en común es mucho más que lo que nos mantiene alejados. Trabajar juntos nos ayuda a redescubrirnos como hermanos. Los jóvenes nos enseñan a no permanecer prisioneros de las diferencias, sino a encender el deseo de caminar juntos, soñando con superar las dificultades que impiden la plena comunión”.

Caminemos juntos como hermanos

Asimismo, el Santo Padre recordó que, nos toca a nosotros seguir caminando juntos, hacer juntos, redescubrirnos como hermanos. “Paso a paso, en las cosas que hacemos, podemos ver, con la ayuda de Dios, su presencia de amor que nos une en una comunión cada vez más fuerte. Quisiera pedir con vosotros – invocó el Pontífice – la gracia de caminar así: no cada uno por su camino, siguiendo sus propios objetivos, como si el otro fuera sólo uno que la historia ha puesto a mi lado, sino como hermanos que la Providencia ha reunido y que avanzan juntos hacia el único Señor, llevando los unos los pesos de los otros, regocijándose los unos por los pasos de los otros. Agradezco a la Diaconía Apostólica por el recorrido realizado en este camino y aseguro el apoyo de la Iglesia Católica para la continuación de este recorrido”.

La Familia un campo fecundo de colaboración

Después de hablar de los jóvenes y de su preciosa colaboración, el Papa Francisco dijo que, la pastoral familiar es otro campo fructífero de colaboración entre ortodoxos y católicos, un campo que debe ser cultivado con pasión y urgencia. “En este tiempo, caracterizado por cambios muy rápidos en la sociedad, que se reflejan en una creciente fragilidad interior, las familias cristianas, aunque pertenecen a ámbitos geográficos y culturales diferentes, están afectadas por muchos desafíos similares”. El Santo Padre señala que, estamos llamados a estar cerca de ellos, a ayudar a las familias a redescubrir el don del matrimonio y la belleza de custodiar el amor, que se renueva cada día en el compartir paciente y sincero y en el poder suave de la oración. Estamos llamados, subraya el Pontífice, a estar cerca incluso cuando la vida familiar no se lleva a cabo según la plenitud del ideal evangélico y no se desarrolla en paz y alegría.

Colaboración activa entre tradiciones

Antes de concluir, el Papa Francisco invitó a los miembros de la Delegación a que “juntos, respetando nuestras respectivas tradiciones espirituales, podemos colaborar activamente en la promoción, en diversos contextos, nacionales e internacionales, de actividades y propuestas relativas a la familia y a los valores familiares”. Renuevo mi gratitud por vuestra visita y ruego al Señor que los llene de sus bendiciones. Les pido, por favor, que me reserven un lugar en sus oraciones. Gracias.

domingo, 24 de febrero de 2019

Encuentro de Protección de Menores: El Papa expone 8 dimensiones para combatir los abusos en la Iglesia

FEBRERO 24, 2019 11:50PAPA Y SANTA SEDEPROTECCIÓN DE MENORES

(ZENIT – 24 febrero 2019).- 
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Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
En la acción de gracias al Señor, que nos ha acompañado en estos días, quisiera agradeceros también a vosotros por el espíritu eclesial y el compromiso concreto que habéis demostrado con tanta generosidad.
Nuestro trabajo nos ha llevado a reconocer, una vez más, que la gravedad de la plaga de los abusos sexuales a menores es por desgracia un fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y sociedades. Solo de manera relativamente reciente ha sido objeto de estudios sistemáticos, gracias a un cambio de sensibilidad de la opinión pública sobre un problema que antes se consideraba un tabú, es decir, que todos sabían de su existencia, pero del que nadie hablaba. Esto también me trae a la mente la cruel práctica religiosa, difundida en el pasado en algunas culturas, de ofrecer seres humanos —frecuentemente niños— como sacrificio en los ritos paganos. Sin embargo, todavía en la actualidad las estadísticas disponibles sobre los abusos sexuales a menores, publicadas por varias organizaciones y organismos nacionales e internacionales (OmsUnicefInterpolEuropol y otros), no muestran la verdadera entidad del fenómeno, con frecuencia subestimado, principalmente porque muchos casos de abusos sexuales a menores no son denunciados,[1] en particular aquellos numerosísimos que se cometen en el ámbito familiar.
De hecho, muy raramente las víctimas confían y buscan ayuda.[2]Detrás de esta reticencia puede estar la vergüenza, la confusión, el miedo a la venganza, los sentimientos de culpa, la desconfianza en las instituciones, los condicionamientos culturales y sociales, pero también la desinformación sobre los servicios y las estructuras que pueden ayudar. Desgraciadamente, la angustia lleva a la amargura, incluso al suicidio, o a veces a vengarse haciendo lo mismo. Lo único cierto es que millones de niños del mundo son víctimas de la explotación y de abusos sexuales.
Sería importante presentar los datos generales —en mi opinión siempre parciales— a escala mundial,[3]después europeo, asiático, americano, africano y de Oceanía, para dar un cuadro de la gravedad y de la profundidad de esta plaga en nuestras sociedades.[4]Para evitar discusiones inútiles, quisiera evidenciar antes de nada que la mención de algunos países tiene el único objetivo de citar datos estadísticos aparecidos en los informes mencionados.
La primera verdad que emerge de los datos disponibles es que quien comete los abusos, o sea las violencias (físicas, sexuales o emotivas) son sobre todo los padres, los parientes, los maridos de las mujeres niñas, los entrenadores y los educadores. Además, según los datos de UNICEF de 2017 referidos a 28 países del mundo, 9 de cada 10 muchachas, que han tenido relaciones sexuales forzadas, declaran haber sido víctimas de una persona conocida o cercana a la familia.
Según los datos oficiales del gobierno americano, en los Estados Unidos más de 700.000 niños son víctimas cada año de violencia o maltrato, según el International Center For Missing and Exploited Children (ICMEC), uno de cada diez niños sufre abusos sexuales. En Europa, 18 millonesde niños son víctimas de abusos sexuales.[5]
Si nos fijamos por ejemplo en Italia, el informe del Telefono Azzurro de 2016 evidencia que el 68,9% de los abusos sucede dentro del ámbito doméstico del menor.[6]
Teatro de la violencia no es solo el ambiente doméstico, sino también el barrio, la escuela, el deporte[7]y también, por desgracia, el eclesial.
De los estudios efectuados en los últimos años sobre el fenómeno de los abusos sexuales a menores emerge que el desarrollo de la web y de los medios de comunicación ha contribuido a un crecimiento notable de los casos de abuso y violencia perpetrados online. La difusión de la pornografía se está esparciendo rápidamente en el mundo a través de la Red. La plaga de la pornografía ha alcanzado enormes dimensiones, con efectos funestos sobre la psique y las relaciones entre el hombre y la mujer, y entre ellos y los niños. Un fenómeno en continuo crecimiento. Una parte muy importante de la producción pornográfica tiene tristemente por objeto a los menores, que así son gravemente heridos en su dignidad. Los estudios en este campo documentan que esto sucede con modalidades cada vez más horribles y violentas; se llega al extremo de que los actos de abuso son encargados y efectuados en directo a través de la Red.[8]
Recuerdo aquí el Congreso internacional celebrado en Roma sobre la dignidad del niño en la era digital; así como el primer Fórum de la Alianza interreligiosa para Comunidades más seguras sobre el mismo tema y que tuvo lugar el pasado mes de noviembre en Abu Dhabi.
Otra plaga es el turismo sexual: según los datos de 2017 de la Organización Mundial del Turismo, cada año en el mundo tres millones de personas emprenden un viaje para tener relaciones sexuales con un menor.[9]Es significativo el hecho de que los autores de tales crímenes, en la mayor parte de los casos, no reconocen que están cometiendo un delito.
Estamos, por tanto, ante un problema universal y transversal que desgraciadamente se verifica en casi todas partes. Debemos ser claros: la universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades,[10]no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia.
La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandalosa en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética. El consagrado, elegido por Dios para guiar las almas a la salvación, se deja subyugar por su fragilidad humana, o por su enfermedad, convirtiéndose en instrumento de satanás. En los abusos, nosotros vemos la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los niños. No hay explicaciones suficientes para estos abusos en contra de los niños. Humildemente y con valor debemos reconocer que estamos delante del misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles porque son imagen de Jesús. Por eso ha crecido actualmente en la Iglesia la conciencia de que se debe no solo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia. La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca el núcleo de su misión: anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces.
Quisiera reafirmar con claridad: si en la Iglesia se descubre incluso un solo caso de abuso —que representa ya en sí mismo una monstruosidad—, ese caso será afrontado con la mayor seriedad. De hecho, en la justificada rabia de la gente, la Iglesia ve el reflejo de Dios, traicionado y abofeteado por estos consagrados deshonestos. El eco de este grito silencioso de los pequeños, que en vez de encontrar en ellos paternidad y guías espirituales han encontrado a sus verdugos, hará temblar los corazones anestesiados por la hipocresía y por el poder. Nosotros tenemos el deber de escuchar atentamente este sofocado grito silencioso.
No se puede, por tanto, comprender el fenómeno de los abusos sexuales a menores sin tomar en consideración el poder, en cuanto estos abusos son siempre la consecuencia del abuso de poder, aprovechando una posición de inferioridad del indefenso abusado que permite la manipulación de su conciencia y de su fragilidad psicológica y física. El abuso de poder está presente en otras formas de abuso de las que son víctimas casi 85 millones de niños, olvidados por todos: los niños soldado, los menores prostituidos, los niños malnutridos, los niños secuestrados y frecuentemente víctimas del monstruoso comercio de órganos humanos, o también transformados en esclavos, los niños víctimas de la guerra, los niños refugiados, los niños abortados y así sucesivamente.
Ante tanta crueldad, ante todo este sacrificio idolátrico de niños al dios del poder, del dinero, del orgullo, de la soberbia, no bastan meras explicaciones empíricas; estas no son capaces de hacernos comprender la amplitud y la profundidad del drama. Una vez más, la hermenéutica positivista demuestra su proprio límite. Nos da una explicación verdadera que nos ayudará a tomar las medidas necesarias, pero no es capaz de darnos un significado. Y hoy necesitamos tanto explicaciones como significados. Las explicaciones nos ayudarán mucho en el ámbito operativo,pero nos dejan a mitad de camino.
¿Cuál es, por tanto, el “significado” existencial de este fenómeno criminal? Teniendo en cuenta su amplitud y profundidad humana, hoy no puede ser otro que la manifestación del espíritu del mal. Si no tenemos presente esta dimensión estaremos lejos de la verdad y sin verdaderas soluciones.
Hermanos y hermanas, hoy estamos delante de una manifestación del mal, descarada, agresiva y destructiva. Detrás y dentro de esto está el espíritu del mal que en su orgullo y en su soberbia se siente el señor del mundo[11]y piensa que ha vencido. Esto quisiera decíroslo con la autoridad de hermano y de padre, ciertamente pequeño, pero que es el pastor de la Iglesia que preside en la caridad: en estos casos dolorosos veo la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los pequeños. Y esto me lleva a pensar en el ejemplo de Herodes que, empujado por el miedo a perder su poder, ordenó masacrar a todos los niños de Belén.[12]
Y de la misma manera que debemos tomar todas las medidas prácticas que nos ofrece el sentido común, las ciencias y la sociedad, no debemos perder de vista esta realidad y tomar las medidas espirituales que el mismo Señor nos enseña: humillación, acto de contrición, oración, penitencia. Esta es la única manera para vencer el espíritu del mal. Así lo venció Jesús.[13].
Así pues, el objetivo de la Iglesia será escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y olvidados, allí donde se encuentren. La Iglesia, para lograr dicho objetivo, tiene que estar por encima de todas las polémicas ideológicas y las políticas periodísticas que a menudo instrumentalizan, por intereses varios, los mismos dramas vividos por los pequeños.
Por lo tanto, ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar dicha brutalidad del cuerpo de nuestra humanidad, adoptando todas las medidas necesarias ya en vigor a nivel internacional y a nivel eclesial. Ha llegado la hora de encontrar el justo equilibrio entre todos los valores en juego y de dar directrices uniformes para la Iglesia, evitando los dos extremos de un justicialismo, provocado por el sentido de culpa por los errores pasados y de la presión del mundo mediático, y de una autodefensa que no afronta las causas y las consecuencias de estos graves delitos.
En este contexto, deseo mencionar las Best Practices formuladas, bajo la dirección de la Organización Mundial de la Salud,[14]por un grupo de diez agencias internacionales que ha desarrollado y aprobado un paquete de medidas llamado INSPIRE, es decir, siete estrategias para erradicar la violencia contra los menores.[15]
Sirviéndose de estas directrices, la Iglesia, en su itinerario legislativo, gracias también al trabajo desarrollado en los últimos años por la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores y a la aportación de este encuentro, se centrará en las siguientes dimensiones:
  1. La protección de los menores: el objetivo principal de cualquier medida es el de proteger alos menores e impedir que sean víctimas de cualquier abuso psicológico y físico. Por lo tanto, es necesario cambiar la mentalidad para combatir la actitud defensiva-reaccionaria de salvaguardar la Institución, en beneficio de una búsqueda sincera y decisiva del bien de la comunidad, dando prioridad a las víctimas de los abusos en todos los sentidos. Ante nuestros ojos siempre deben estar presentes los rostros inocentes de los pequeños, recordando las palabras del Maestro: «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos, ¡pero ay del hombre por el que viene el escándalo!» (Mt18,6-7).
  2. Seriedad impecable: deseo reiterar ahora que «la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido tales crímenes. La Iglesia nunca intentará encubrir o subestimar ningún caso» (Discurso a la Curia Romana, 21 diciembre 2018). Tiene la convicción de que «los pecados y crímenes de las personas consagradas adquieren un tinte todavía más oscuro de infidelidad, de vergüenza, y deforman el rostro de la Iglesia socavando su credibilidad. En efecto, también la Iglesia, junto con sus hijos fieles, es víctima de estas infidelidades y de estos verdaderos y propios delitos de malversación» (ibíd.).
  3. Una verdadera purificación: a pesar de las medidas adoptadas y los progresos realizados en materia de prevención de los abusos, se necesita imponer un renovado y perenne empeño hacia la santidad en los pastores, cuya configuración con Cristo Buen Pastor es un derecho del pueblo de Dios. Se reitera entonces «su firme voluntad de continuar, con toda su fuerza, en el camino de la purificación. La Iglesia se cuestionará […] cómo proteger a los niños; cómo evitar tales desventuras, cómo tratar y reintegrar a las víctimas; cómo fortalecer la formación en los seminarios. Se buscará transformar los errores cometidos en oportunidades para erradicar este flagelo no solo del cuerpo de la Iglesia sino también de la sociedad» (ibíd.). El santo temor de Dios nos lleva a acusarnos a nosotros mismos —como personas y como institución— y a reparar nuestras faltas. Acusarnos a nosotros mismos: es un inicio sapiencial, unido al santo temor de Dios. Aprender a acusarse a sí mismo, como personas, como instituciones, como sociedad. En realidad, no debemos caer en la trampa de acusar a los otros, que es un paso hacia la excusa que nos separa de la realidad.
  4. La formación: es decir, la exigencia de la selección y de la formación de los candidatos al sacerdocio con criterios no solo negativos, preocupados principalmente por excluir a las personas problemáticas, sino también positivos para ofrecer un camino de formación equilibrado a los candidatos idóneos, orientado a la santidad y en el que se contemple la virtud de la castidad. San Pablo VI escribía en la encíclica Sacerdotalis caelibatus: «Una vida tan total y delicadamente comprometida interna y externamente, como es la del sacerdocio célibe, excluye, de hecho, a los sujetos de insuficiente equilibrio psicofísico y moral, y no se debe pretender que la gracia supla en esto a la naturaleza» (n. 64).
  5. Reforzar y verificar las directrices de las Conferencias Episcopales: es decir, reafirmar la exigencia de la unidad de los obispos en la aplicación de parámetros que tengan valor de normas y no solo de orientación. Ningún abuso debe ser jamás encubierto ni infravalorado (como ha sido costumbre en el pasado), porque el encubrimiento de los abusos favorece que se extienda el mal y añade un nivel adicional de escándalo. De modo particular, desarrollar un nuevo y eficaz planteamiento para la prevención en todas las instituciones y ambientes de actividad eclesial.
  6. Acompañar a las personas abusadas: El mal que vivieron deja en ellos heridas indelebles que se manifiestan en rencor y tendencia a la autodestrucción. Por lo tanto, la Iglesia tiene el deber de ofrecerles todo el apoyo necesario, valiéndose de expertos en esta materia. Escuchar, dejadme decir: “perder tiempo” en escuchar. La escucha sana al herido, y nos sana también a nosotros mismos del egoísmo, de la distancia, del “no me corresponde”, de la actitud del sacerdote y del levita de la parábola del Buen Samaritano.
  7. El mundo digital: la protección de los menores debe tener en cuenta las nuevas formas de abuso sexual y de abusos de todo tipo que los amenazan en los ambientes en donde viven y a través de los nuevos instrumentos que usan. Los seminaristas, sacerdotes, religiosos, religiosas, agentes pastorales; todos deben tomar conciencia de que el mundo digital y el uso de sus instrumentos incide a menudo más profundamente de lo que se piensa. Se necesita aquí animar a los países y a las autoridades a aplicar todas las medidas necesarias para limitar los sitios de internet que amenazan la dignidad del hombre, de la mujer y de manera particular a los menores: el delito no goza del derecho a la libertad. Es necesario oponernos absolutamente, con la mayor decisión, a estas abominaciones, vigilar y luchar para que el crecimiento de los pequeños no se turbe o se altere por su acceso incontrolado a la pornografía, que dejará profundos signos negativos en su mente y en su alma. Es necesario comprometernos para que los chicos y las chicas, de modo particular los seminaristas y el clero, no sean esclavos de dependencias basadas en la explotación y el abuso criminal de los inocentes y de sus imágenes, y en el desprecio de la dignidad de la mujer y de la persona humana. Se evidencian aquí las nuevas normas “sobre los delitos más graves” aprobadas por el papa Benedicto XVI en el año 2010, donde fueron añadidos como nuevos casos de delitos «la adquisición, la retención o divulgación» realizada por un clérigo «en cualquier forma y con cualquier tipo de medio, de imágenes pornográficas de menores». Entonces se hablaba de «menores de edad inferior a 14 años», ahora pensamos elevar este límite de edad para extender la protección de los menores e insistir en la gravedad de estos hechos.
  8. El turismo sexual: la conducta, la mirada, la actitud de los discípulos y de los servidores deJesús han de saber reconocer la imagen de Dios en cada criatura humana, comenzando por los más inocentes. Solo aprovechando este respeto radical por la dignidad del otro podemos defenderlo del poder dominante de la violencia, la explotación, el abuso y la corrupción, y servirlo de manera creíble en su crecimiento integral, humano y espiritual, en el encuentro con los demás y con Dios. Para combatir el turismo sexual se necesita la acción represiva judicial, pero también el apoyo y proyectos de reinserción de las víctimas de dicho fenómeno criminal. Las comunidades eclesiales están llamadas a reforzar la atención pastoral a las personas explotadas por el turismo sexual. Entre estas, las más vulnerables y necesitadas de una ayuda especial son ciertamente las mujeres, los menores y los niños; estos últimos, necesitan todavía de una protección y de una atención especial. Las autoridades gubernamentales deben dar prioridad y actuar con urgencia para combatir el tráfico y la explotación económica de los niños. Para este fin, es importante coordinar los esfuerzos en todos los niveles de la sociedad y trabajar estrechamente con las organizaciones internacionales para lograr un marco legal que proteja a los niños de la explotación sexual en el turismo y permita perseguir legalmente a los delincuentes.[16] 
Permitidme un agradecimiento de corazón a todos los sacerdotes y a los consagrados que sirven al Señor con fidelidad y totalmente, y que se sienten deshonrados y desacreditados por la conducta vergonzosa de algunos de sus hermanos. Todos —Iglesia, consagrados, Pueblo de Dios y hasta Dios mismo— sufrimos las consecuencias de su infidelidad. Agradezco, en nombre de toda la Iglesia, a la gran mayoría de sacerdotes que no solo son fieles a su celibato, sino que se gastan en un ministerio que es hoy más difícil por los escándalos de unos pocos —pero siempre demasiados— hermanos suyos. Y gracias también a los laicos que conocen bien a sus buenos pastores y siguen rezando por ellos y sosteniéndolos.
Finalmente, quisiera destacar la importancia de transformar este mal en oportunidad de purificación. Miremos a Edith Stein – santa Teresa Benedicta de la Cruz, con la certeza de que «en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado». El santo Pueblo fiel de Dios, en su silencio cotidiano, de muchas formas y maneras continúa haciendo visible y afirmando con “obstinada” esperanza que el Señor no abandona, que sostiene la entrega constante y, en tantas situaciones, dolorosa de sus hijos. El santo y paciente Pueblo fiel de Dios, sostenido y vivificado por el Espíritu Santo, es el rostro mejor de la Iglesia profética que en su entrega cotidiana sabe poner en el centro a su Señor. Será justamente este santo Pueblo de Dios el que nos libre de la plaga del clericalismo, que es el terreno fértil para todas estas abominaciones.
El resultado mejor y la resolución más eficaz que podamos dar a las víctimas, al Pueblo de la santa Madre Iglesia y al mundo entero, es el compromiso por una conversión personal y colectiva, y la humildad de aprender, escuchar, asistir y proteger a los más vulnerables.
Hago un sentido llamamiento a la lucha contra el abuso de menores en todos los ámbitos, tanto en el ámbito sexual como en otros, por parte de todas las autoridades y de todas las personas, porque se trata de crímenes abominables que hay que extirpar de la faz de la tierra: esto lo piden las numerosas víctimas escondidas en las familias y en los diversos ámbitos de nuestra sociedad.

sábado, 23 de febrero de 2019

Tercer día del Encuentro: “Como el hijo pródigo, debemos volver limpios y comenzar de nuevo”

Acto de contrición en la liturgia penitencial © Vatican Media
cto De Contrición En La Liturgia Penitencial © Vatican Media

Cumbre de la Protección de Menores en la Iglesia

(ZENIT – 24 febrero 2019).- El tercer día de la Cumbre sobre la Protección de los Menores en la Iglesia, del 21 al 24 de febrero de 2019, se centró en la transparencia, con llamamientos de los obispos africanos que dijeron, como el Hijo Pródigo, que los obispos debemos venir limpios y comenzar de nuevo, Mujeres, laicas y religiosas, que decían no más hipocresía.
El arzobispo de Tamale, Philip Naameh, presidente de la Conferencia Episcopal de Ghana, pronunció la homilía en la Celebración Penitencial que tuvo lugar a las 17:30 horas, en la Sala Regia del Palacio Apostólico del Vaticano.
El obispo africano reflexionó sobre el Evangelio del Hijo Pródigo y observó que, como obispos, “se olvidan fácilmente de aplicar esta escritura a nosotros mismos, de vernos como somos, a saber, como hijos pródigos”.
“Al igual que el hijo pródigo en el Evangelio, también exigimos nuestra herencia, la obtuvimos y ahora estamos ocupados en derrocharla”, dijo, y señaló que la actual crisis de abuso es una expresión de esto.
“El Señor nos ha confiado el manejo de los bienes de salvación, confía en que cumpliremos su misión, proclamaremos la Buena Nueva y ayudaremos a establecer el reino de Dios. ¿Pero qué hacemos? ¿Hacemos justicia a lo que se nos confía?”, Preguntó, lamentándose: “No podremos responder a esta pregunta con un sincero sí, más allá de todas las dudas”.
“Demasiado a menudo hemos guardado silencio”
“Con demasiada frecuencia nos hemos mantenido en silencio, hemos mirado para otro lado, hemos evitado los conflictos, estábamos demasiado presumidos para enfrentarnos con los lados oscuros de nuestra Iglesia. De este modo, hemos desperdiciado la confianza depositada en nosotros, especialmente con respecto al abuso dentro del área de responsabilidad de la Iglesia, que es principalmente nuestra responsabilidad. “No le hemos otorgado a las personas la protección a la que tienen derecho, han destruido las esperanzas y las personas fueron violadas masivamente en cuerpo y alma”.
El Arzobispo recordó que el hijo pródigo en el Evangelio lo pierde todo, no solo su herencia, sino también su estatus social, su buena reputación, su reputación. “No deberíamos sorprendernos si sufrimos un destino similar, si la gente habla mal de nosotros, si hay desconfianza hacia nosotros, si algunos amenazan con retirar su apoyo material”.
El arzobispo Naameh dijo que no deberíamos quejarnos por esto, sino que preguntamos qué deberíamos hacer de manera diferente. “Nadie puede eximirse, nadie puede decir: pero yo personalmente no he hecho nada malo. Somos una hermandad, somos responsables no solo de nosotros mismos, sino también de todos los demás miembros de nuestra hermandad y de la hermandad en su conjunto “.
Aceptar las consecuencias
¿Qué debemos hacer de manera diferente y por dónde empezar? Miremos nuevamente al hijo pródigo en el Evangelio. “Para él, la situación comienza a mejorar cuando él decide ser muy humilde, realizar tareas muy simples y no exigir privilegios.
“Su situación cambia cuando se reconoce a sí mismo, y admite haber cometido un error, se lo confiesa a su padre, habla abiertamente de ello y está listo para aceptar las consecuencias”, y como resultado, observó, el Padre experimenta una gran alegría. al regreso de su hijo pródigo, y facilita la aceptación mutua de los hermanos.
“¿Podemos también hacer esto? ¿Estamos dispuestos a hacerlo? La reunión actual revelará esto, debe revelar esto, si queremos mostrar que somos hijos dignos del Señor, nuestro Padre Celestial “.
Reunión es un paso de muchos
Si bien “nos queda un largo camino por recorrer, implementar realmente todo esto de manera sostenible”, y hemos avanzado, incluso si “alcanzamos [a] velocidades diferentes”, el obispo señaló que esta reunión actual fue ” Sólo un paso de muchos “.
El prelado africano observó que solo porque hemos empezado a cambiar algo juntos, eso no significa que todas las dificultades hayan sido eliminadas.
“Al igual que con el hijo que regresa a casa en el Evangelio, todo aún no se ha cumplido, por lo menos, todavía debe ganarse a su hermano nuevamente. También deberíamos hacer lo mismo: conquistar a nuestros hermanos y hermanas en las congregaciones y comunidades, recuperar su confianza y restablecer su disposición a cooperar con nosotros, a contribuir al establecimiento del reino de Dios “.
Coraje para cambiar tu mente, no restes importancia
La primera fue dada por la hermana Veronica Openibo, quien condenó el abuso y el encubrimiento, y destacó que: “En algunas partes del mundo, como África y Asia, decir que nada es un error terrible”. También destacó que incluso si los países y ciertas áreas Estamos viviendo situaciones de guerra y conflicto, que esto, aunque terrible, no es una razón para “minimizar” el abuso sexual en esos lugares.
Refiriéndose a cuando el papa Francisco inicialmente defendió a un obispo chileno culpable de encubrir a Karadima, pero luego se corrigió a sí mismo y aceptó su renuncia, ella dijo: lo suficientemente humilde para cambiar de opinión, pedir disculpas y actuar, un ejemplo para todos nosotros “.
Redefinir la confidencialidad y el secreto
El Cardenal Reinhard Marx, en su discurso que siguió se refirió a la trazabilidad y la transparencia, observó que “los pensamientos de algunas víctimas de abuso se pueden resumir de la siguiente manera: ‘Si la Iglesia dice actuar en nombre de Jesús, sin embargo, soy muy mal tratado por el Iglesia o su administración, entonces también me gustaría no tener nada que ver con este Jesús “.
Al pedir concreción, subrayó: “es necesario redefinir la confidencialidad y el secreto y distinguirlos de la protección de datos. “Si no tenemos éxito, o bien desperdiciamos la oportunidad de mantener un nivel de autodeterminación con respecto a la información, o nos exponemos a la sospecha de encubrirnos”.
El cardenal alemán, uno de los asesores del Papa, también hizo las siguientes recomendaciones:
“Dada la urgencia del tema, las medidas más importantes deben iniciarse inmediatamente”, ha solicitado el arzobispo de Múnich y Frisinga, Presidente de la Conferencia episcopal alemana.
Estas medidas son: 1. Definición del objetivo y de los límites del secreto pontificio; 2. Normas de procedimiento transparentes y reglas para los procesos eclesiásticos; 3. Comunicación al público del número de los casos y de los detalles relativos en la medida de lo posible; 4. Publicación de los sumarios judiciales.
El discurso de esta tarde, antes de la Liturgia Penitencial, fue impartido por la periodista mexicana Valentina Alazraki, que ha estado cubriendo el Vaticano durante 40 años y cubrió no menos de 150 viajes papales. Ella dijo que les estaba hablando como a una madre.
Ella le dijo a los prelados: “Informa cosas cuando las conozcas. Por supuesto, no será agradable, pero es la única manera, si quiere que lo creamos cuando dice: “a partir de ahora ya no toleraremos los encubrimientos”.
Alazraki también les dio una fuerte advertencia: “Si no decides de manera radical estar del lado de los niños, las madres, las familias, la sociedad civil, tienes razón al temernos, porque los periodistas, que buscamos el El bien común, serán tus peores enemigos “.
Hoy, también hubo una conferencia de prensa en la tarde, durante la cual el presidente de la Conferencia de Obispos de Malta, el arzobispo Charles Scicluna, el investigador de confianza del abuso sexual clerical del Papa, pareció sugerir que el secreto pontificio en los casos de abuso se está reconsiderando: “Hay un movimiento, [para] no vincular estos procedimientos con un alto nivel de confidencialidad”.

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Liturgia penitencial

Testimonio de una víctima de abuso, de Chile © Vatican News
Testimonio De Una Víctima De Abuso, De Chile © Vatican News

Víctima del abuso en Chile: “Los intentos de volver al yo más verdadero son tan dolorosos como el abuso mismo”

En laliturgia penitencial
(ZENIT – 23 febrero 2019).- “Los intentos de volver al yo más verdadero, y participar en el mundo “precedente”, como antes del abuso, son tan dolorosos como el abuso mismo. Se vive siempre en dos mundos al mismo tiempo”: duras palabras en primera persona que reflejan la realidad que vivió este chico chileno, hoy sobreviviente del abuso sexual en la Iglesia.
El joven, visiblemente emocionado, ha compartido en directo su testimonio esta tarde, sábado 23 de febrero de 2019, con el Papa Francisco y los obispos, sacerdotes y religiosos que han trabajado estos días en el Vaticano por mejorar la prevención de los abusos en la Iglesia, un total de 190 representantes de la Iglesia Católica de todos los continentes.
Esta tercera jornada del Encuentro sobre ‘La Protección de los Menores en la Iglesia’ ha culminado con la celebración de una liturgia penitencial, en la que el Papa Francisco y los representantes de las conferencias episcopales de todo el mundo, junto a los líderes de las Iglesias Católicas Orientales, los superiores y superioras y otros sacerdotes de la Curia Romana, han pedido perdón a las víctimas de estos abusos sexuales, de poder y de conciencia por parte de algunos miembros de la Iglesia.
El Pontífice se ha reunido con este chico –que actualmente vive en Alemania– en la Casa de Santa Marta, residencia habitual del Papa, donde han dialogado durante un momento, ha informado Alessandro Gisotti, director ad interim de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
“Yo puedo y debo estar aquí”
“Ahora puedo manejar mejor esta situación, aprendiendo a convivir con estas dos vidas. Trato de concentrarme sobre mi derecho divino de estar vivo. Yo puedo y debo estar aquí”, ha concluido el violinista, que ha interpretado varias piezas de Sebastian Bach durante la ceremonia.
“Cuanto más a menudo sucede, tanto menos regresas a ti mismo. Eres otra persona, y siempre seguirás siendo otra persona. Lo que llevas dentro es como un fantasma, que los demás no pueden ver. Nunca te verán ni te conocerán completamente”, ha explicado. “No hay sueño sin recuerdos de lo que ha sucedido, ningún día sin recuerdos (flashbacks)”.
Sigue el testimonio completo que ha expuesto el joven chileno, víctima de abuso en la Iglesia:
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Testimonio ofrecido en la liturgia penitencial
El abuso, de cualquier tipo, es la mayor humillación que un individuo puede sufrir. Uno debe enfrentarse al hecho de tener conciencia de no poder defenderse de la fuerza superior del agresor. No se puede escapar de lo que sucede, pero se debe soportar, no importa lo feo que sea.
Cuando se experimenta el abuso, se querría poner fin a todo. Pero no es posible. Se querría escapar, así sucede que uno deja de ser uno mismo. Se querría huir tratando de escapar de uno mismo. Así es que, con el tiempo, uno se queda completamente solo. Estás solo, porque te has retirado a otra parte y no puedes, o no quieres, volver a ti mismo.
Cuanto más a menudo sucede, tanto menos regresas a ti mismo. Eres otra persona, y siempre seguirás siendo otra persona. Lo que llevas dentro es como un fantasma, que los demás no pueden ver. Nunca te verán ni te conocerán completamente. Lo que más duele es la certeza de que nadie te comprenderá. Esa certeza permanece contigo por el resto de tu vida.
Los intentos de volver al yo más verdadero, y participar en el mundo “precedente”, como antes del abuso, son tan dolorosos como el abuso mismo. Se vive siempre en dos mundos al mismo tiempo. Desearía que los agresores pudieran entender que son capaces de crear esta división en las víctimas. Por el resto de nuestras vidas.
Cuanto mayor es tu deseo y tus intentos de reconciliar estos dos mundos, más dolorosa es la certeza de que no es posible. No hay sueño sin recuerdos de lo que ha sucedido, ningún día sin recuerdos (flashbacks).
Ahora puedo manejar mejor esta situación, aprendiendo a convivir con estas dos vidas. Trato de concentrarme sobre mi derecho divino de estar vivo. Yo puedo y debo estar aquí. Esto me da valor. Ahora se ha acabado. Puedo seguir adelante. Debo seguir adelante. Si me rindiera ahora o me detuviese, dejaría que esta injusticia interfiera en mi vida. Puedo impedir que esto suceda aprendiendo a controlarlo y aprendiendo a hablar de ello.

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jueves, 21 de febrero de 2019

Cumbre histórica Las 21 propuestas del Vaticano contra los abusos sexuales a menores