Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Durante este Jubileo hemos reflexionado
muchas veces sobre el hecho que Jesús se expresa con una ternura única,
signo de la presencia y de la bondad de Dios. Hoy, nos detenemos en un
pasaje conmovedor del Evangelio (Cfr. Mt 11,28-30), en el cual Jesús
dice – lo hemos escuchado –: «Vengan a mí todos los que están afligidos y
agobiados, y yo los aliviaré. […] Aprendan de mí, porque soy paciente y
humilde de corazón, y así encontrarán alivio» (vv. 28-29). La
invitación del Señor es sorprendente: llama a seguirlo a personas
sencillas y oprimidas por una vida difícil, llama a seguirlo a personas
que tienen muchas necesidades y les promete que en Él encontraran
descanso y alivio.
La invitación es dirigida en forma imperativa:
«vengan a mí», «tomen mi yugo», y «aprendan de mí». ¡Tal vez los líderes
del mundo pudieran decir esto! Tratemos de coger el significado de
estas expresiones.
El primer imperativo es «Vengan a mí».
Dirigiéndose a aquellos que están cansados y oprimidos, Jesús se
presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta
Isaías. Y así dice, el pasaje de Isaías: «El mismo Señor me ha dado una
lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una
palabra de aliento» (50,4). A estos desconsolados de la vida, el
Evangelio muchas veces une también a los pobres (Cfr. Mt 11,5) y los
pequeños (Cfr. Mt 18,6).
Se trata de cuantos no pueden contar sobre sus
propios medios, ni sobre amistades importantes. Ellos sólo pueden
confiar en Dios. Conscientes de la propia humilde y mísera condición,
saben que dependen de la misericordia del Señor, esperan de Él la única
ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta
a sus expectativas: convirtiéndose en sus discípulos reciben la promesa
de encontrar consolación para toda la vida. Una promesa que al final
del Evangelio es extendida a todas las naciones: «Vayan – dice Jesús a
los Apóstoles – y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos» (Mt
28,19). Acogiendo la invitación a celebrar este año de gracia del
Jubileo, en todo el mundo los peregrinos atraviesan la Puerta de la
Misericordia abierta en las catedrales y en los santuarios y en tantas
iglesias del mundo; en los hospitales, en las cárceles… ¿Para qué
atravesar esta Puerta de la Misericordia? Para encontrar a Jesús, para
encontrar la amistad de Jesús, para encontrar el alivio que solo da
Jesús. Este camino expresa la conversión de todo discípulo que se pone
en el seguimiento de Jesús. Y la conversión consiste siempre en
descubrir la misericordia del Señor.
Y esta misericordia es infinita e
inagotable: es grande la misericordia del Señor. Atravesando la Puerta
Santa, pues, profesamos «que el amor está presente en el mundo y que
este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la
humanidad, el mundo están metidos». (Juan Pablo II, Enc. Dives in
misericordia, 7).
El segundo imperativo dice: «Tomen mi
yugo». En el contexto de la Alianza, la tradición bíblica utiliza la
imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a
Dios y, de consecuencia, la obediencia a su voluntad expresada en la
Ley. En polémica con los escribas y doctores de la Ley, Jesús pone sobre
sus discípulos su yugo, en el cual la Ley encuentra su pleno
cumplimiento. Les quiere enseñar a ellos que descubrimos la voluntad de
Dios mediante su persona: mediante Jesús, no mediante leyes y
prescripciones frías que el mismo Jesús condena. Podemos leer el
capítulo 23 de Mateo, ¿no?. Él está al centro de su relación con Dios,
está en el corazón de las relaciones entre los discípulos y se pone como
fulcro de la vida de cada uno. Recibiendo el “yugo de Jesús” todo
discípulo entra así en comunión con Él y es hecho participe del misterio
de su cruz y de su destino de salvación.
Sigue el tercer imperativo: «Aprendan de
mí». A sus discípulos Jesús presenta un camino de conocimiento y de
imitación. Jesús no es un maestro que con severidad impone a otros
cargas que Él no lleva: esta era la acusa que Él hacía a los doctores de
la ley. Él se dirige a los humildes, a los pequeños, a los pobres, a
los necesitados porque Él mismo se ha hecho pequeño y humilde. Comprende
a los pobres y a los sufrientes porque Él mismo es pobre y experimento
los dolores. Para salvar a la humanidad Jesús no ha recorrido un camino
fácil; al contrario, su camino ha sido doloroso y difícil. Come lo
recuerda la Carta a los Filipenses: «Se humilló hasta aceptar por
obediencia la muerte y muerte de cruz» (2,8).
El yugo que los pobres y
los oprimidos llevan es el mismo yugo que Él ha llevado antes de ellos:
por esto es un yugo ligero. Él se ha cargado sobre sus espaldas los
dolores y los pecados de la entera humanidad. Para el discípulo, por lo
tanto, recibir el yugo de Jesús significa recibir su revelación y
acogerla: en Él la misericordia de Dios se ha hecho cargo de la pobreza
de los hombres, donando así a todos la posibilidad de la salvación.
Pero, ¿por qué Jesús es capaz de decir estas cosas? Porque Él se ha
hecho todo en todos, cercano a todos, a los pobres. Era un pastor que
estaba entre la gente, entre los pobres. Trabajaba todo el día con
ellos. Jesús no era un príncipe. Es feo para la Iglesia cuando los
pastores se convierten en príncipes, alejados de la gente, alejados de
los más pobres: este no es el espíritu de Jesús. A estos pastores Jesús
los amonestaba, y sobre estos pastores Jesús decía a la gente: “pero,
hagan aquello que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen”.
Queridos hermanos y hermanas, también
para nosotros existen momentos de cansancio y de desilusión. Entonces
recordémonos estas palabras del Señor, que nos dan mucha consolación y
nos hacen entender si estamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del
bien. De hecho, a veces nuestro cansancio es causado por haber puesto la
confianza en cosas que no son esenciales, porque nos hemos alejado de
lo que vale realmente en la vida. El Señor nos enseña a no tener miedo
de seguirlo, porque la esperanza que ponemos en Él no será defraudada.
Estamos llamados a aprender de Él que cosa significa vivir de
misericordia para ser instrumentos de misericordia. Vivir de
misericordia para ser instrumentos de misericordia: vivir de
misericordia, es sentirse necesitados de la misericordia de Jesús,
aprendamos a ser misericordiosos con los demás. Tener fija la mirada en
el Hijo de Dios nos hace entender cuanto camino todavía debemos
recorrer; pero al mismo tiempo nos infunde la alegría de saber que
estamos caminando con Él y no estamos jamás solos. ¡Entonces, animo!
No
dejémonos quitar la alegría de ser discípulos del Señor. “Pero, padre,
yo soy pecador, soy pecadora, ¿Cómo puedo hacer? Déjate mirar por el
Señor, abre tu corazón, siente sobre ti su mirada, su misericordia, y tu
corazón estará lleno de alegría, de la alegría del perdón, si tú te
acercas a pedir el perdón”. No dejémonos robar la esperanza de vivir
esta vida junto a Él y con la fuerza de su consolación. Gracias.
(Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario