jueves, 21 de noviembre de 2019

Francisco: Salir al “camino” para encontrar a madres y hermanos, regalo de Dios


Misa En El Estadio Nacional De Supachalasai, Bangkok, 21 Nov. 2019 © Vatican Media

Homilía de la primera Misa en Bangkok


(ZENIT – 21 nov. 2019).- El Santo Padre ha animado a seguir “en camino, tras las huellas de los primeros misioneros, para encontrar, descubrir y reconocer alegremente todos esos rostros de madres, padres y hermanos, que el Señor nos quiere regalar y le faltan a nuestro banquete dominical”.
A continuación sigue la homilía completa del Papa Francisco
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Homilía del Santo Padre
«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» (Mt 12,48).
Con esta pregunta, Jesús desafió a toda aquella multitud que lo escuchaba a preguntarse por algo que puede parecer tan obvio como seguro: ¿quiénes son los miembros de nuestra familia, aquellos que nos pertenecen y a quienes pertenecemos? Dejando que la pregunta hiciera eco en ellos de forma clara y novedosa responde: «Todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,50). De esta manera rompe no sólo los determinismos religiosos y legales de la época, sino también todas las pretensiones excesivas de quienes podrían creerse con derechos o preferencias sobre Él. El Evangelio es una invitación y un derecho gratuito para todos aquellos que quieran escuchar.
Es sorprendente notar cómo el Evangelio está tejido de preguntas que buscan inquietar, despertar e invitar a los discípulos a ponerse en camino, para que descubran esa verdad capaz de dar y generar vida; preguntas que buscan abrir el corazón y el horizonte al encuentro de una novedad mucho más hermosa de lo que pueden imaginar. Las preguntas del Maestro siempre quieren renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad con una alegría sin igual (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11).
Así les pasó a los primeros misioneros que se pusieron en camino y llegaron a estas tierras; escuchando la palabra del Señor, buscando responder a sus preguntas, pudieron ver que pertenecían a una familia mucho más grande que aquella que se genera por los lazos de sangre, de cultura, de región o de pertenencia a un determinado grupo. Impulsados por la fuerza del Espíritu, y cargados sus bolsos con la esperanza que nace de la buena noticia del Evangelio, se pusieron en camino para encontrar a los miembros de esa familia suya que todavía no conocían. Salieron a buscar sus rostros. Era necesario abrir el corazón a una nueva medida, capaz de superar todos los adjetivos que siempre dividen, para descubrir a tantas madres y hermanos thai que faltaban en su mesa dominical. No sólo por todo lo que podían ofrecerles sino también por todo lo que necesitaban de ellos para crecer en la fe y en la comprensión de las Escrituras (cf. CONC. VAT. II, Const. dogm. Dei Verbum, 8).
Sin ese encuentro, al cristianismo le hubiese faltado vuestro rostro; le hubiesen faltado los cantos, los bailes, que configuran la sonrisa thai tan particular de estas tierras. Así vislumbraron mejor el designio amoroso del Padre, que es mucho más grande que todos nuestros cálculos y previsiones, y que no puede reducirse a un puñado de personas o a un determinado contexto cultural. El discípulo misionero no es un mercenario de la fe ni un generador de prosélitos, sino un mendicante que reconoce que le faltan sus hermanos, hermanas y madres, con quienes celebrar y festejar el don irrevocable de la reconciliación que Jesús nos regala a todos: el banquete está preparado, salgan a buscar a todos los que encuentren por el camino (cf. Mt 22,4.9). Este envío es fuente de alegría, gratitud y felicidad plena, porque «le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 8).
Han pasado 350 años de la creación del Vicariato Apostólico de Siam (1669-2019), signo del abrazo familiar producido en estas tierras. Tan sólo dos misioneros fueron capaces de animarse a sembrar las semillas que, desde hace tanto tiempo, vienen creciendo y floreciendo en una variedad de iniciativas apostólicas, que han contribuido a la vida de la nación. Este aniversario no significa nostalgia del pasado sino fuego esperanzador para que, en el presente, también nosotros podamos responder con la misma determinación, fortaleza y confianza. Es memoria festiva y agradecida que nos ayuda a salir alegremente a compartir la vida nueva, que viene del Evangelio, con todos los miembros de nuestra familia que aún no conocemos.
Todos somos discípulos misioneros cuando nos animamos a ser parte viva de la familia del Señor y lo hacemos compartiendo como Él lo hizo: no tuvo miedo de sentarse a la mesa con los pecadores, para asegurarles que en la mesa del Padre y de la creación había también un lugar reservado para ellos; tocó a los que se consideraban impuros y, dejándose tocar por ellos, les ayudó a comprender la cercanía de Dios, es más, a comprender que ellos eran los bienaventurados (cf. S. JUAN PABLO II, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Asia, 11).
Pienso especialmente en esos niños, niñas y mujeres, expuestos a la prostitución y a la trata, desfigurados en su dignidad más auténtica; pienso en esos jóvenes esclavos de la droga y el sin sentido que termina por nublar su mirada y cauterizar sus sueños; pienso en los migrantes despojados de su hogar y familias, así como tantos otros que, como ellos, pueden sentirse olvidados, huérfanos, abandonados, «sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49). Pienso en pescadores explotados, en mendigos ignorados.
Ellos son parte de nuestra familia, son nuestras madres y nuestros hermanos, no le privemos a nuestras comunidades de sus rostros, de sus llagas, de sus sonrisas y de sus vidas; y no le privemos a sus llagas y a sus heridas de la unción misericordiosa del amor de Dios. El discípulo misionero sabe que la evangelización no es sumar membresías ni aparecer poderosos, sino abrir puertas para vivir y compartir el abrazo misericordioso y sanador de Dios Padre que nos hace familia.
Querida comunidad tailandesa: Sigamos en camino, tras las huellas de los primeros misioneros, para encontrar, descubrir y reconocer alegremente todos esos rostros de madres, padres y hermanos, que el Señor nos quiere regalar y le faltan a nuestro banquete dominical.

About Larissa I. López

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Tailandia: El Papa exhorta a las autoridades a garantizar a los niños un “futuro en dignidad”



El Papa Se Encuentra Con Las Autoridades De Tailandia © Vatican Media

Discurso en la Casa de Gobierno

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Discurso del Papa Francisco
Señor Primer Ministro,
Miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático,
Distinguidos líderes políticos, civiles y religiosos,
Señoras y señores:
Agradezco la oportunidad de estar entre ustedes y poder visitar esta tierra rica de tantas maravillas naturales, y espléndidamente custodia de tradiciones espirituales y culturales ancestrales, como la de la hospitalidad, que hoy vivo en primera persona y de la cual quisiera hacerme cargo para propagar y acrecentar lazos de mayor amistad entre los pueblos.
Muchas gracias, señor Primer Ministro, por su acogida y por las palabras de bienvenida y por su gesto de humildad responsable. Gracias porque. Esta tarde tendré la oportunidad de realizar una visita de cortesía a Su Majestad el Rey Rama X y a la familia real. Reitero mi agradecimiento a Su Majestad por su amable invitación a visitar Tailandia y renuevo mis mejores deseos por su reinado, acompañándolos con un sincero homenaje a la memoria de su difunto padre.
Me complace poder saludarlos y encontrarme con ustedes, líderes del gobierno, religiosos y de la sociedad civil en los que saludo especialmente a todo el pueblo tailandés. Mis respetos también al Cuerpo Diplomático. En esta ocasión, no puedo dejar de manifestar mis mejores augurios después de las recientes elecciones, que han significado un retorno al normal proceso democrático.
Gracias a todos los que han trabajado para la realización de esta visita.
Sabemos que hoy los problemas que nuestro mundo enfrenta son, de hecho, problemas globales; abarcan a toda la familia humana y exigen desarrollar un firme compromiso con la justicia internacional y la solidaridad entre los pueblos. Creo relevante subrayar que, en estos días, Tailandia terminará la presidencia de la ASEAN, signo de su compromiso histórico con los problemas más amplios que enfrentan los pueblos de toda la región del sudeste asiático y también de su continuo interés en favorecer la cooperación política, económica y cultural en la región.
Como nación multicultural y caracterizada por la diversidad, Tailandia reconoce, desde hace tiempo, la importancia de construir la armonía y la coexistencia pacífica entre sus numerosos grupos étnicos, mostrando respeto y aprecio por las diferentes culturas, grupos religiosos, pensamientos e ideas. La época actual está marcada por la globalización, considerada con demasiada frecuencia en términos estrictamente económicos-financieros y proclive a cancelar las notas esenciales que configuran y gestan la belleza y el alma de nuestros pueblos; en cambio, la experiencia concreta de una unidad que respete y albergue las diferencias sirve de inspiración y estímulo a todos aquellos que se preocupan por el tipo de mundo que deseamos legar a las generaciones futuras.
Celebro la iniciativa de crear una “Comisión Ético-Social”, en la que invitaron a participar a las religiones tradicionales del país, a fin de recibir sus aportes y mantener viva la memoria espiritual de vuestro pueblo. En este sentido, tendré la oportunidad de encontrarme con el Supremo Patriarca Budista, como signo de la importancia y la urgencia de promover la amistad y el diálogo interreligioso, y como servicio además a la armonía social en la construcción de sociedades justas, sensibles e incluyentes. Quiero comprometer personalmente todos los esfuerzos de la pequeña pero viva comunidad católica, para mantener y promover esas características tan especiales de los Thai, presentes en vuestro himno nacional: pacíficos y cariñosos, pero no cobardes; y con el propósito firme de enfrentar todo aquello que ignore el grito de tantos hermanos y hermanas nuestros que anhelan ser liberados del yugo de la pobreza, la violencia y la injusticia. Esta tierra tiene como nombre “libertad”. Sabemos que esta sólo es posible si somos capaces de sentirnos corresponsables unos de otros y superar cualquier forma de desigualdad. Es necesario entonces trabajar para que las personas y las comunidades puedan tener acceso a la educación, a un trabajo digno, a la asistencia sanitaria, y de este modo alcanzar los mínimos indispensables de sustentabilidad que posibiliten un desarrollo humano integral.
A este respecto, quiero detenerme brevemente en los movimientos de migración, que son uno de los signos característicos de nuestro tiempo. No tanto por la movilidad en sí, sino por las condiciones en que esta se desarrolla, lo que representa uno de los principales problemas morales que enfrenta nuestra generación. La crisis migratoria mundial no puede ser ignorada. La propia Tailandia, conocida por la acogida que ha brindado a los migrantes y refugiados, ha enfrentado esta crisis debido a la trágica fuga de refugiados de países vecinos. Hago votos, una vez más, para que la comunidad internacional actúe con responsabilidad y previsión, pueda resolver los problemas que llevan a este éxodo trágico, y promueva una migración segura, ordenada y regulada. Ojalá que cada nación elabore mecanismos efectivos a fin de proteger la dignidad y los derechos de los migrantes y refugiados que enfrentan peligros, incertidumbres y explotación en la búsqueda de libertad y una vida digna para sus familias. No se trata sólo de migrantes, se trata también del rostro que queremos plasmar en nuestras sociedades.
Y, en este sentido, pienso en todas aquellas mujeres y niños de nuestro tiempo que son particularmente vulnerados, violentados y expuestos a toda forma de explotación, esclavitud, violencia y abuso. Manifiesto mi reconocimiento al gobierno tailandés por sus esfuerzos para extirpar este flagelo, así como a todas aquellas personas y organizaciones que trabajan incansablemente para erradicar este mal y ofrecer un camino de dignidad. Este año, en el que se celebra el trigésimo aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño, se nos invita a reflexionar y a trabajar con decisión, constancia y celeridad en la necesidad de proteger el bienestar de nuestros niños, su desarrollo social e intelectual, el acceso a la educación, así como su crecimiento físico, psicológico y espiritual (cf. Discurso al Cuerpo Diplomático, 7 enero 2019). El futuro de nuestros pueblos está unido, en gran medida, al modo como le garanticemos a nuestros niños un futuro en dignidad.
Señoras y señores: Hoy más que nunca nuestras sociedades necesitan “artesanos de la hospitalidad”, hombres y mujeres comprometidos con el desarrollo integral de todos los pueblos dentro de una familia humana que se comprometa a vivir en la justicia, la solidaridad y la armonía fraterna. Ustedes, cada uno desde su lugar, dedican sus vidas a ayudar para que el servicio al bien común pueda alcanzar todos los rincones de esta nación; esta es una de las tareas más excelsas de una persona. Con estos sentimientos y deseando que puedan llevar adelante la misión encomendada invoco la abundancia de las bendiciones divinas sobre esta nación, sobre sus líderes y sus habitantes. Y pido al Señor que guíe a cada uno de ustedes y a sus familias por los caminos de la sabiduría, la justicia y de la paz. Muchas gracias.
© Librería Editorial Vaticano

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