jueves, 27 de octubre de 2016

Catequesis del papa Francisco en la audiencia del miércoles 26 de octubre de 2016



  El Santo Padre pide no caer en la trampa de ser indiferentes a las necesidades de los hermanos y preocuparnos solo por nuestros intereses


El papa Francisco saluda a los presentes antes de la audiencia general del miércoles 21 de septiembre 2016 (Osservatore Romano ©)
El papa Francisco saluda a los presentes antes de la audiencia general del miércoles 21 de septiembre 2016 (Osservatore Romano ©)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, en la audiencia general de esta semana, ha recordado que la historia de la humanidad es historia de migraciones: en todas partes, no hay pueblo que no haya conocido el fenómeno migratorio. Por eso, ha advertido de que el contexto de crisis económica favorece lamentablemente el surgir de actitudes de clausura y de no acogida. En algunas partes del mundo surgen muros y barreras. Pero cerrarse, ha precisado el Santo Padre no es una solución, es más, termina por favorecer los tráficos criminales. El único camino de solución es el de la solidaridad.
Textos de la catequesis elegidos por el blog:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!!
Proseguimos en la reflexión sobre las obras de misericordia corporal, que el Señor Jesús nos ha entregado para mantener siempre viva y dinámica nuestra fe.
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Hace algunos días sucedió una pequeña historia, una historia de ciudad. Había un refugiado que buscaba una calle, y una señora se le acercó. “¿Busca algo?” Y estaba sin zapatos este refugiado. Y él dijo: “yo quisiera ir a san Pedro para entrar por la Puerta Santa”. Y la señora pensó, no tiene zapatos. ¿Cómo va a andar? Llamó un taxi, pero el refugiado olía mal. Y el taxista casi no quería que subiera pero al final le ha permitido y la señora junto a él. La señora preguntó un poco de su historia de refugiado, de migrante. El recorrido hasta llegar aquí. Este hombre contó su historia de dolor, de guerras, de hambre, y por qué había huido de su patria para emigrar aquí.
Cuando llegaron la señora abrió el bolso para pagar y el taxista –el que al inicio no quería que este migrante subiera porque olía mal– le dijo a la señora. “No señora, soy yo que debo pagarla a usted, porque me ha hecho escuchar una historia que me ha cambiado el corazón”.
Esta señora sabía qué era el dolor de un migrante porque tenía sangre armena y conoce el sufrimiento de su pueblo. Cuando hacemos algo así, al principio rechazamos por incomodidad, huele mal. Pero al final de la historia, nos perfuma el alma y nos hace cambiar. Pensemos en esta historia y pensemos qué podemos hacer por los refugiados.
Y la otra cosa es vestir al que está desnudo. ¿Qué quiere decir si no restituir la dignidad a quien la ha perdido?  Ciertamente dando vestido a quien no tiene; pero pensemos también en las mujeres víctimas de la trata en las calles, o en los otros demasiados modos de usar el cuerpo humano como mercancía, incluso de menores. Y también así no tener un trabajo, una casa, un salario justo, o ser discriminados por la raza o por la fe. Y a todas las formas de “desnudez”, frente a las cuales como cristianos estamos llamado a estar atentos, vigilantes y preparados para actuar.
Queridos hermanos y hermanas, no caigamos en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, indiferentes a las necesidades de los hermanos y preocupados solo por nuestros intereses. Es precisamente en la medida en la que nos abrimos a los otros que la vida se hace fecunda, las sociedades adquieren la paz y las personas recuperan su plena dignidad. No se olviden de la señora, del migrante, del taxista.
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