Queridos hermanos y hermanas, buenos días
El Evangelio de hoy (Mt 15,21-28) nos presenta un singular ejemplo de
fe en el encuentro de Jesús con una mujer cananea, un extranjera en
relación a los judíos. La escena tiene lugar mientras Él está en camino
hacia las ciudades de Tiro y Sidón, en el noroeste de Galilea: es allí
donde la mujer implora a Jesús que sane a su hija, dice el Evangelio,
que «sufre terriblemente por estar endemoniada» (v. 22). El Señor, en un
primer momento, parece no escuchar este grito de dolor, tanto, hasta el
punto de suscitar la intervención de los discípulos que interceden por
ella. La aparente distancia de Jesús no desanima a esta madre, que
insiste en su invocación.
La fuerza interior de esta mujer, que permite superar cada obstáculo,
va buscada en su amor maternal y en la confianza en que Jesús puede
atender su pedido. Y esto me hace pensar en la fuerza de las mujeres.
Con su fortaleza son capaces de obtener cosas grandes,¡hemos conocido
muchas! Podemos decir que es el amor que mueve la fe y la fe, por su
parte, se convierte en el premio del amor. El amor intenso hacia su hija
le induce a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí!» (V.
22). Y la fe perseverante en Jesús permite que no se desanime, ni
siquiera ante su rechazo inicial; así «la mujer se acercó y,
arrodillándose delante de él, le suplicó: ¡Señor, ayúdame!» (V. 25).
Al final, ante tanta perseverancia, Jesús se queda admirado, casi
asombrado, por la fe de una mujer pagana. Por lo tanto, Él acepta
diciendo: «”¡Mujer, qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que quieres”. Y
desde ese mismo momento quedó sana su hija». (v. 28). Esta humilde
mujer es indicada por Jesús como un ejemplo de fe inquebrantable. Su
insistencia en el invocar la intervención de Cristo es para nosotros un
estímulo a no desanimarnos, a no desesperarnos cuando somos oprimidos
por las duras pruebas de la vida. El Señor no se gira hacia otra parte
ante nuestras necesidades, y, si a veces parece insensible a los pedidos
de ayuda, es para poner a la prueba y fortalecer nuestra fe. Nosotros
debemos seguir gritando como esta mujer: “¡Señor, ayúdame! ¡Señor,
ayúdame!” Así, con perseverancia y valentía. Es éste el coraje que se
necesita en la oración.
Este episodio evangélico nos ayuda a entender que todos necesitamos
crecer en la fe y fortalecer nuestra confianza en Jesús. Él puede
ayudarnos a encontrar la vía cuando hemos perdido la brújula de nuestro
camino; cuando el camino no parece más plano, sino duro y difícil;
cuando es agotador ser fiel a nuestros compromisos. Es importante
alimentar día a día nuestra fe, con la escucha atenta de la Palabra de
Dios, con la celebración de los Sacramentos, con la oración personal
como “grito” hacia Él, “¡Señor, ayúdame!” y con actitudes concretas de
caridad hacia el prójimo.
Confiémonos en el Espíritu Santo para que él nos ayude a perseverar
en la fe. El Espíritu infunde audacia en los corazones de los creyentes;
da a nuestra vida y a nuestro testimonio cristiano la fuerza de la
convicción y de la persuasión; nos anima a vencer la incredulidad hacia
Dios y la indiferencia hacia nuestros hermanos.
Que la Virgen María nos haga cada vez más conscientes de nuestra
necesidad del Señor y de su Espíritu; nos obtenga una fe fuerte, llena
de amor, y un amor que sepa hacerse súplica, súplica valiente a Dios.
(Griselda Mutual – Radio Vaticano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario