domingo, 16 de julio de 2017

Ángelus del Papa Francisco, domingo 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen: «Confesión y oración, claves para que la “semilla de Jesús” crezca en tierra fértil»


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Jesús cuando hablaba usaba un lenguaje sencillo, y utilizaba también imágenes que eran ejemplos de la vida cotidiana, de modo de poder ser comprendido fácilmente por todos. Por eso lo escuchaban con gusto y apreciaban su mensaje, que llegaba derecho a los corazones. Y no era aquel lenguaje difícil de entender, el que usaban los doctores de la ley de ese tiempo, que no se entendía bien, lleno de rigidez, y que alejaba a la gente. Y con este lenguaje Jesús hacía comprender el misterio del Reino de Dios. No era una teología complicada. Y un ejemplo es lo que hoy nos presenta el Evangelio: la parábola del sembrador (cf. Mt 13.1 a 23). El sembrador es Jesús. Notamos que, con esta imagen, Él se presenta como uno que no se impone sino que se propone; no nos atrae conquistándonos, sino donándose. 

Arroja la semilla. Él propaga con paciencia y generosidad su Palabra, que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar frutos. ¿Cómo puede dar frutos? Si nosotros la recibimos.
Por eso la parábola tiene que ver sobre todo con nosotros: habla, de hecho, del terreno más que del sembrador. Jesús realiza, por así decirlo, una “radiografía espiritual” de nuestro corazón, que es el terreno sobre el que cae la semilla de la Palabra. Nuestro corazón, como un terreno, puede ser bueno, y así la Palabra da fruto, y mucho; pero también puede ser duro, impermeable. Esto sucede cuando oímos la Palabra, pero ella nos rebota encima, al igual que sobre una carretera: no entra.

Entre el terreno bueno y la carretera, que es el asfalto – si nosotros arrojamos semillas en los “sanpietrini” no germina nada. Entre el terreno bueno y la carretera, hay, sin embargo, dos terrenos intermedios, que en diferentes tamaños, podemos tener en nosotros. El primero es aquel pedregoso. Tratemos de imaginarlo: un terreno pedregoso es un terreno «con poca tierra» (cf. v. 5), por lo que la semilla germina pero no logra echar raíces profundas. Así es el corazón superficial, que recibe al Señor, quiere rezar, amar y dar testimonio, pero que no persevera, se cansa y no nunca “despega”. Es un corazón sin espesor, donde las rocas de la pereza prevalecen sobre la tierra buena, donde el amor es inconstante y pasajero. Pero quien recibe al Señor sólo cuando tiene ganas, no da fruto.

Luego está el último terreno, aquel espinoso, lleno de zarzas que sofocan las plantas buenas. ¿Qué representan estos espinos? «Las preocupaciones mundanas y la seducción de las riquezas» (v. 22), dice Jesús: así, explícitamente. Los espinos son los vicios que pelean contra Dios, que asfixian Su presencia: ante todo los ídolos de la riqueza mundana, el vivir con avidez para sí mismos, para el “tener” y el “poder”. Si cultivamos estos espinos, ahogamos el crecimiento de Dios en nosotros. Cada uno puede reconocer sus pequeños o grandes espinos, los vicios que habitan en su corazón, los arbustos más o menos arraigados que no le gustan a Dios y que nos impiden tener un corazón limpio. Es necesario arrancarlos, de lo contrario la Palabra no da fruto, la semilla no irá adelante.

Queridos hermanos y hermanas, Jesús nos invita hoy a mirar dentro nuestro: a agradecer por nuestro terreno bueno, y a trabajar en los terrenos todavía no buenos. Preguntémonos si nuestro corazón está abierto para acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. Preguntémonos si nuestras rocas de la pereza son todavía muchas y grandes; identifiquemos y llamemos por nombre los espinos de los vicios. Encontremos el valor de hacer un buen saneamiento del terreno, un buen saneamiento de nuestro corazón, llevándole al Señor en la Confesión y en la oración nuestras rocas y espinos. Haciéndolo así, Jesús, el Buen Sembrador, será feliz de realizar un trabajo adicional: purificar nuestro corazón, quitando las rocas y los espinos que ahogan su Palabra.

Que la Madre de Dios, a quien recordamos hoy bajo el título de Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, insuperable en la acogida de la Palabra de Dios y en su puesta en práctica (cf. Lc 8,21), nos ayude a purificar el corazón y a custodiar en él la presencia del Señor.
 
(Traducción del italiano: Griselda Mutual – Radio Vaticana)

Congreso Laudato Si’ y Grandes ciudades. El Papa envía un mensaje

Se realiza en la ciudad brasileña de Río de Janeiro del 13 al 15 de julio

Durante el congreso Laudato si' y grandes ciudades
Durante el congreso Laudato si' y grandes ciudades
(ZENIT – Ciudad del Vaticano, 14 Jul. 2017).- El papa Francisco envió un mensaje a los participantes del congreso internacional “Laudato si’ y grandes ciudades” que se realiza en Río de Janeiro del 13 al 15 de julio. Está organizado por la Fundación “Antoni Gaudí para las Grandes Ciudades” de Barcelona, en colaboración con la arquidiócesis de Río de Janeiro, informó hoy viernes la Oficina de prensa de la Santa Sede.
A raíz de un Congreso Internacional de Pastoral de las Grandes Ciudades  organizado en Barcelona-Roma el año 2014 y fruto de unas conversaciones con el papa Francisco, el cardenal emérito de Barcelona, Luis Martínez Sistach, constituyó en dicha ciudad la Fundación “Antoni Gaudí para las Grandes Ciudades” que ahora organiza este congreso en Brasil.

El mensaje del Papa está dirigido al cardenal Lluís Martínez Sistach, arzobispo emérito de Barcelona. Y mientras el congreso de un lado quiere aplicar la encíclica escrita por el Santo Padre, proponiendo soluciones al problema del cambio climático; de otro desea sensibilizar a la gente de la responsabilidad que todos tienen de dar solución de estos problemas y humanizar la vida en las grandes urbes.

A continuación el texto completo
Querido hermano: Lo saludo atentamente, como también a todos los que toman parte en el evento: Congreso Internacional «Laudato si’ y Grandes Ciudades». En la Carta encíclica Laudato si’ hago referencia a varias necesidades físicas que tiene el hombre de hoy en las grandes ciudades y que necesitan ser afrontadas con respeto, responsabilidad y relación.
Son tres «R» que ayudan a interactuar de forma conjunta ante los imperativos más esenciales de nuestra convivencia.

El respeto es la actitud fundamental que el hombre ha de tener con la creación. Ésta la hemos recibido como un don precioso y debemos esforzarnos para que las generaciones futuras puedan seguir admirándola y disfrutándola. Este cuidado debemos enseñarlo y transmitirlo. San Francisco de Asís afirmaba en su Cántico a las Criaturas: «Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta».
En estos adjetivos se expresa la belleza e importancia de este elemento, que es indispensable para la vida. Como otros elementos creados, el agua potable y limpia es expresión del amor atento y providente de Dios por cada una de sus creaturas, siendo un derecho fundamental, que toda sociedad debe garantizar (cf. Laudato si’, 30).

Cuando no se le presta la atención que merece se transforma en fuente de enfermedades y su escasez pone en peligro la vida de millones de personas. Es un deber de todos crear en la sociedad una conciencia de respeto por nuestro entorno; esto nos beneficia a nosotros y a las generaciones futuras.

La responsabilidad ante la creación es el modo con el que debemos interactuar con ella y constituye una de nuestras tareas primordiales. No podemos quedarnos con los brazos cruzados, cuando advertimos una grave disminución de la calidad del aire o el aumento de la producción de residuos que no son adecuadamente tratados. Estas realidades son consecuencia de una forma irresponsable de manipular la creación y nos llaman a ejercer una responsabilidad activa para el bien de todos.
Además, comprobamos una indiferencia ante nuestra casa común y, lamentablemente, ante tantas tragedias y necesidades que golpean a nuestros hermanos y hermanas. Esta pasividad demuestra la «pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil» (Laudato si’, 25).
Cada territorio y gobierno debería incentivar modos de actuar responsables en sus ciudadanos para que, con inventiva, puedan interactuar y favorecer la creación de una casa más habitable y más saludable. Poniendo cada uno lo poco que le corresponde en su responsabilidad, se estará logrando mucho.
Se observa en las grandes ciudades, como también en las zonas rurales,  una  creciente   falta  de relación. Con independencia de la causa que lo produce, el flujo constante de personas genera una sociedad más plural, multicultural, que es un bien, produce riqueza y crecimiento social y personal; pero también hace que esta sociedad sea cada vez más cerrada y desconfiada.

La falta de raíces y el aislamiento de algunas personas son formas de pobreza, que pueden degenerar en guetos y originar violencia e injusticia. En cambio, el hombre está llamado a amar y a ser amado, estableciendo vínculos de pertenencia y lazos de unidad entre todos sus semejantes. Es importante que la sociedad trabaje conjuntamente en ámbito político, educativo y religioso para crear relaciones humanas más cálidas, que rompan los muros que aíslan y marginan.
Esto se puede lograr a través de agrupaciones, escuelas, parroquias, etc., que sean capaces de construir con su presencia una red de comunión y de pertenencia, para favorecer una mejor convivencia y lograr superar tantas dificultades. De esta manera, «cualquier lugar deja de ser un infierno y se convierte en el contexto de una vida digna» (Laudato si’, 149).

Encomiendo a la intercesión de la Virgen Santa, Reina de cielo y tierra, estas jornadas de estudio y de reflexión. Que su consejo y guía oriente sus decisiones en favor de una ecología integral que proteja nuestra casa común y construya una civilización cada vez más humana y solidaria. Por favor, les pido que recen por mí; y ruego al Señor que los bendiga.
Vaticano, 12 de junio de 2017
FRANCISCO

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