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Queridos hermanos y hermanas
En la vida familiar aprendemos desde chicos la
convivialidad, bellísima virtud que nos enseña a compartir, con alegría,
los bienes de la vida. El símbolo más evidente es la familia reunida
entorno a la mesa doméstica, donde se comparte no sólo la comida, sino
también los afectos, los acontecimientos alegres y también los tristes.
Esta virtud constituye una experiencia fundamental en la vida de cada
persona y es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones
familiares. Una familia que no come unida o que mientras come no dialoga
y está mirando la televisión, o cada uno con su telefonino o con su
aparatito, es una familia “poco familiar”, yo diría, es una familia
automática.
Los cristianos tenemos una especial vocación a la
convivialidad. Jesús no desdeñaba comer con sus amigos. Y representaba
el Reino de Dios como un banquete alegre. Fue también en el contexto de
una cena donde entregó a los discípulos su testamento espiritual, e
instituyó la Eucaristía. Y es precisamente en la celebración Eucarística
donde la familia, inspirándose en su propia experiencia, se abre a la
gracia de una convivialidad universal y a una fraternidad sin fronteras,
según el corazón de Cristo, que entrega su Cuerpo y derrama su Sangre
por la salvación de todos.
Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española y a todos los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Roguemos para que cada familia participando en la Eucaristía, se abra al amor de Dios y del prójimo, especialmente para con quienes carecen de pan y de afecto. Que el próximo Jubileo de la Misericordia nos haga ver la belleza del compartir. Gracias.
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