AGOSTO 31, 2020 17:15PAPA FRANCISCO
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El pasaje evangélico de hoy (cfr Mt 16, 21-27) está unido al del domingo pasado (cfr Mt 16, 13-20). Después de que Pedro, en nombre también de los otros discípulos, ha profesado la fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios, Jesús mismo empieza a hablar de su pasión. A lo largo del camino hacia Jerusalén, explica abiertamente a sus amigos lo que le espera al final en la ciudad santa: preanuncia su misterio de muerte y de resurrección, de humillación y de gloria. Dice que deberá «sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría» (Mt 16, 21). Pero sus palabras no son comprendidas, porque los discípulos tienen una fe todavía inmadura y demasiado unida a la mentalidad de este mundo (cfr Rm 12, 2). Ellos piensan en una victoria demasiado terrena, y por eso no entienden el lenguaje de la cruz.
Frente a la perspectiva de que Jesús pueda fracasar y morir en la cruz, el mismo Pedro se rebela y le dice: «Dios no lo quiera, Señor; no te ocurrirá eso» (v. 22). Cree en Jesús - Pedro es así-, tiene fe, cree en Jesús, cree; le quiere seguir, pero no acepta que su gloria pase a través de la pasión. Para Pedro y los otros discípulos - ¡pero también para nosotros! - la cruz es algo incómodo, la cruz es un “escándalo”, mientras que Jesús considera “escándalo” el huir de la cruz, que sería como eludir la voluntad del Padre, a la misión que Él le ha encomendado para nuestra salvación. Por esto Jesús responde a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son como los de Dios, sino como los de los hombres» (v. 23). Diez minutos antes, Jesús ha alabado a Pedro, le ha prometido ser la base de su Iglesia, el fundamento; diez minutos después le llama “Satanás”. ¿Cómo se entiende esto? ¡Nos sucede a todos! En los momentos de devoción, de fervor, de buena voluntad, de cercanía al prójimo, miramos a Jesús y vamos adelante; pero en los momentos en los que viene la cruz, huimos. El diablo, Satanás - como dice Jesús a Pedro - nos tienta. Es propio del espíritu malo, es propio del diablo alejarnos de la cruz, de la cruz de Jesús.
Dirigiéndose después a todos, Jesús añade: «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz, y me siga» (v. 24). De este modo Él indica el camino del verdadero discípulo, mostrando dos actitudes. La primera es «renunciar a sí mismos», que no significa un cambio superficial, sino una conversión, una inversión de mentalidad y de valores. La otra actitud es la de tomar la cruz. No se trata solo de soportar con paciencia las tribulaciones cotidianas, sino de llevar con fe y responsabilidad esa parte de cansancio, esa parte de sufrimiento que la lucha contra el mal conlleva. La vida de los cristianos es siempre una lucha. La Biblia dice que la vida del creyente es una milicia: luchar contra el espíritu malo, luchar contra el Mal.
Así el compromiso de “tomar la cruz” se convierte en participación con Cristo en la salvación del mundo. Pensando en esto, hacemos que la cruz colgada en la pared de casa, o esa pequeña que llevamos al cuello, sea signo de nuestro deseo de unirnos a Cristo en el servir con amor a los hermanos, especialmente a los más pequeños y frágiles. La cruz es signo santo del Amor de Dios, es signo del Sacrificio de Jesús, y no debe ser reducida a objeto supersticioso o joya ornamental. Cada vez que fijamos la mirada en la imagen de Cristo crucificado, pensemos que Él, como verdadero Siervo del Señor, ha cumplido su misión dando la vida, derramando su sangre para la remisión de los pecados. Y no nos dejemos llevar a la otra parte, en la tentación del Maligno. Como consecuencia, si queremos ser sus discípulos, estamos llamados a imitarlo, gastando sin reservas nuestra vida por amor de Dios y del prójimo.
La Virgen María, unida a su Hijo hasta el calvario, nos ayude a no retroceder frente a las pruebas y a los sufrimientos que el testimonio del Evangelio conlleva para todos nosotros.
Manuel Cubías - Ciudad del Vaticano
El papa Francisco después de promulgar la encíclica Laudato si’, en la que invita a una “conversión ecológica”, estableció el 1 de septiembre como Jornada de Oración por el cuidado de la Creación. Este año, el Papa recordó, después del rezo del ángelus, que del 1 de septiembre al 4 de octubre “celebraremos con nuestros hermanos y hermanas, cristianos de diversas Iglesias y tradiciones el "Jubileo de la Tierra", para conmemorar el establecimiento, hace 50 años, del Día de la Tierra” y que dará inicio con el Día Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación.
Francisco en el mensaje que dirigió al mundo hace un año para esta fecha afirmaba: «Dios vio que era bueno» (Gn 1,25). La mirada de Dios, al comienzo de la Biblia, se fija suavemente en la creación. Desde la tierra para habitar hasta las aguas que alimentan la vida, desde los árboles que dan fruto hasta los animales que pueblan la casa común, todo es hermoso a los ojos de Dios, quien ofrece al hombre la creación como un precioso regalo para custodiar.
Y observando la respuesta que los cristianos damos a la misión de cuidar la creación afirmó: Trágicamente, la respuesta humana a ese regalo ha sido marcada por el pecado, por la barrera en su propia autonomía, por la codicia de poseer y explotar. Egoísmos e intereses han hecho de la creación —lugar de encuentro e intercambio—, un teatro de rivalidad y enfrentamientos.
El Papa busca la raíz de esta respuesta, por eso dice: En la raíz, hemos olvidado quiénes somos: criaturas a imagen de Dios (cf. Gn 1,27), llamadas a vivir como hermanos y hermanas en la misma casa común. No fuimos creados para ser individuos que mangonean; fuimos pensados y deseados en el centro de una red de vida compuesta por millones de especies unidas amorosamente por nuestro Creador. Es la hora de redescubrir nuestra vocación como hijos de Dios, hermanos entre nosotros, custodios de la creación.
Por eso el Obispo de Roma lanza una invitación: Este es el tiempo para reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre cómo nuestra elección diaria en términos de alimentos, consumo, desplazamientos, uso del agua, de la energía y de tantos bienes materiales a menudo son imprudentes y perjudiciales. Nos estamos apoderando demasiado de la creación. ¡Elijamos cambiar, adoptar estilos de vida más sencillos y respetuosos!
Después del rezo del ángelus, el Papa Francisco se refirió al desastre ambiental sucedido en la Isla Mauricio y que ha sido provocado después que el buque japonés MV Wakashio, con 3,800 toneladas de combustible y 200 de gasóleo, quedó varado durante dos semanas en Pointe d’Esny, una zona protegida cerca del parque marino de Blue Bay, situación que ha puesto en peligro el frágil ecosistema.
El Papa saludó “las diversas iniciativas promovidas en todas partes del mundo y, entre ellas, el Concierto celebrado hoy en la Catedral de Port-Louis, capital de Mauricio, donde lamentablemente se ha producido recientemente un desastre ambiental
CIUDAD DEL VATICANO (AICA)La pandemia agravó las desigualdades existentes entre personas y naciones, resultado de una "economía enferma"
La pandemia puso de relieve y agravó los problemas sociales. Son el resultado de una “economía enferma”, “de un crecimiento económico desigual” para el cual “un puñado” de personas “poseen más que el resto de la humanidad”. Se trata de “una injusticia que clama al cielo”, manifestó el papa Francisco durante la audiencia general de hoy, celebrada en la Biblioteca Vaticana continuando con el ciclo de catequesis sobre el tema: “Sanando el mundo”, centró su meditación en el tema “El destino universal de los bienes y la virtud de la esperanza”.
“La pandemia -dijo Francisco- puso de relieve y agravó los problemas sociales, especialmente la desigualdad. Algunos pueden trabajar desde casa, mientras que para muchos otros esto es imposible”.
“Algunos niños, a pesar de las dificultades, pueden seguir recibiendo una educación escolar, mientras que para muchos otros se ha interrumpido abruptamente”.
“Algunas naciones poderosas pueden emitir dinero para hacer frente a la emergencia, mientras que para otras esto significaría hipotecar el futuro”.
“Estos síntomas de desigualdad revelan una enfermedad social; es un virus que proviene de una economía enferma. Es el resultado de un crecimiento económico desigual, esta es la enfermedad, que es independiente de los valores humanos fundamentales”, señaló.
“Al mismo tiempo, este modelo económico es indiferente al daño infligido a la vivienda común. Estamos cerca de sobrepasar muchos de los límites de nuestro maravilloso planeta, con consecuencias graves e irreversibles: desde la pérdida de biodiversidad y el cambio climático hasta el aumento del nivel del mar y la destrucción de los bosques tropicales”.
“La desigualdad social y la degradación del medio ambiente van de la mano y tienen una misma raíz: la del pecado de querer poseer y querer dominar a los hermanos, a la naturaleza y a Dios mismo. Este no es el diseño de la creación”. “Dios nos pidió dominar la tierra en su nombre, cultivarla y cuidarla como un jardín, el jardín de todos”.
“La subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes es una 'regla de oro' del comportamiento social, y el primer principio de todo el orden ético-social. “La propiedad y el dinero son herramientas que pueden servir a la misión. Pero los transformamos fácilmente en fines, individuales o colectivos. Y cuando esto sucede, se socavan los valores humanos esenciales”.
“Cuando la obsesión por poseer y dominar excluye a millones de personas de los bienes primarios; cuando la desigualdad económica y tecnológica es tal que desgarra el tejido social; y cuando la adicción al progreso material ilimitado amenaza la casa común, entonces no podemos quedarnos al margen. No, esto es desolador”, exclamó el Papa.
“Con la mirada fija en Jesús y con la certeza de que su amor obra a través de la comunidad de sus discípulos, debemos actuar todos juntos, con la esperanza de generar algo diferente y mejor. La esperanza cristiana, arraigada en Dios, es nuestro ancla. Apoya la voluntad de compartir, fortaleciendo nuestra misión como discípulos de Cristo, que lo compartió todo con nosotros”.
Francisco luego volvió a afirmar que “la pandemia nos ha puesto a todos en crisis. Pero recuerda: no podemos salir igual de una crisis. O salimos mejor o salimos peor. Ésta es nuestra opción. Después de la crisis, ¿seguiremos con este sistema económico de injusticia social y desprecio por el cuidado del medio ambiente, de la creación, de la casa común? Vamos a pensarlo.
Que las comunidades cristianas del siglo XXI recuperen esta realidad, -cuidado de la creación y de la justicia social: van juntas- dando así testimonio de la Resurrección del Señor. Si cuidamos los bienes que nos da el Creador, si compartimos lo que poseemos para que nada se pierda, entonces podemos inspirar verdaderamente la esperanza de regenerar un mundo más saludable y equitativo”.
En resumen, la propiedad y el dinero son "herramientas" que se pueden transformar fácilmente en "fines, individuales o colectivos" pero de esta manera -advierte- se ven afectados valores humanos esenciales.
El Homo sapiens se deforma y se convierte en una especie de homo economicus, en el peor de los sentidos, una especie de hombre individualista, calculador y dominante. Olvidamos que, siendo creados a imagen y semejanza de Dios, somos seres sociales, creativos y solidarios, con una inmensa capacidad de amar. A menudo nos olvidamos de esto. De hecho, somos los seres más cooperativos entre todas las especies y prosperamos en comunidad, como se ve claramente en la experiencia de los santos.
El Papa recordó por último el dicho español: "Florecemos en racimo como los santos, florezcamos en comunidad como vemos en la experiencia de los santos”.
https://www.nazaret.tv/video/16/aacutengelus-23-agosto-2020-papa-francisco
Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano
En su alocución previa al rezo mariano del Ángelus, el Papa recordó que en el Evangelio de hoy, la mujer cananea "nos enseña: el coraje de llevar su historia de dolor ante Dios, ante Jesús; de tocar la ternura de Dios, la ternura de Jesús".
El Pontífice recordó el Evangelio de este domingo que describe el encuentro entre Jesús y una mujer cananea. Mientras está con sus discípulos alejados de las multitudes, se le acerca una mujer que le implora ayuda para su hija enferma, le suplica a Jesús que tenga piedad de ella. Al respecto Francisco dijo que este grito, es el grito que nace de una vida marcada por el sufrimiento, por el sentido de impotencia de una madre que ve a la hija atormentada por el mal.
El Santo Padre, describiendo el pasaje, dijo que ante la insistencia de la mujer, Jesús, al principio la ignora, pero a un cierto punto decide ponerla “a prueba citando un proverbio: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Y la mujer responde enseguida: «Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos».
Al invitar a los fieles a pensar en la propia vida, Francisco afirmó: "Siempre hay cosas malas en una historia, siempre. Vayamos a Jesús, llamemos al corazón de Jesús y digámosle: "¡Señor, si puedes curarme! Y podremos hacerlo si siempre tenemos el rostro de Jesús con nosotros, si entendemos cómo es el corazón de Cristo, cómo es el corazón de Jesús: un corazón que tiene compasión, que trae sobre sí nuestras penas, que trae sobre sí nuestros pecados, nuestros errores, nuestros fracasos". Recordó que Dios "nos ama tal como somos, sin maquillaje: nos ama así. "
Finalmente, el Pontífice exhortó: "Y siempre vuelvo al consejo que les doy: lleven siempre un pequeño Evangelio de bolsillo y lean un pasaje cada día. Y allí encontrarán a Jesús tal como es, tal como se presenta; encontrarán a Jesús que nos ama, que nos ama tanto"
Ciudad del Vaticano
“La pandemia ha puesto de relieve lo vulnerables e interconectados que estamos todos. Si no cuidamos el uno del otro, empezando por los últimos, por los que están más afectados, incluso de la creación, no podemos sanar el mundo”: aseguró el Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles 12 de agosto desde la Biblioteca del Palacio Apostólico. Después del receso del mes de julio, el pasado miércoles 5 de agosto retomó las catequesis semanales sobre algunas cuestiones apremiantes que la pandemia ha dejado en evidencia.
Al inicio, el Santo Padre reconoció el loable compromiso “de tantas personas que en estos meses están demostrando el amor humano y cristiano hacia el prójimo, dedicándose a los enfermos poniendo también en riesgo su propia salud: son héroes”. Sin embargo, afirmó el Pontífice, “el coronavirus no es la única enfermedad que hay que combatir, sino que la pandemia ha sacado a la luz patologías sociales más amplias”, como “la visión distorsionada de la persona, una mirada que ignora su dignidad y su carácter relacional.” Una mirada de los otros como objetos, pasa usar y descartar, que “fomenta una cultura del descarte individualista y agresiva, que transforma el ser humano en un bien de consumo”.
Pero Dios, mira al hombre y a la mujer de otra manera, afirma Papa Francisco. “Él nos ha creado no como objetos, sino como personas amadas y capaces de amar, nos ha creado a su imagen y semejanza”, donando al hombre una dignidad única, invitándolo a vivir en comunión con Dios, en comunión con los hermanos y hermanas, en el respeto de la creación. La creación es una armonía a la cual estamos llamados a vivir: una armonía que es comunión.
individualista: la petición que la madre de Santiago y Juan hace a Jesús para que sus hijos puedan sentarse a la derecha y a la izquierda del nuevo rey (Mt. 20, 20-28). Frente a esta petición, el Señor propone otro tipo de visión: “la del servicio y del dar la vida por los otros”. Esta búsqueda de ser superior, es un individualismo que destruye la armonía. "La armonia es otra cosa: es el servicio", subraya el Pontífice
“Como discípulos de Jesús no queremos ser indiferentes ni individualistas” afirmó el Santo Padre, y pidió al Señor “que nos de ojos atentos a los hermanos y a las hermanas, especialmente a aquellos que sufren”, reconociendo la dignidad humana de cada persona, cualquiera sea su raza, lengua, o condición. "La armonía te lleva a reconocer la dignidad humana, aquella armonía creada por Dios".
Citando la Constitución Pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, Papa Francisco recordó que “la dignidad humana es inalienable, porque ha sido creada a imagen de Dios”, fundamento de toda la vida social y determina los principios operativos. En la cultura moderna, “la referencia más cercana al principio de la dignidad inalienable de la persona es la Declaración Universal de los Derechos del Hombre”. El Santo Padre afirmó que “los derechos no son solo individuales, sino también sociales, de los pueblos y de las naciones”; el ser humano en su dignidad personal es un ser social creado a imagen de Dios Uno y Trino.
Luego, Papa Francisco profundizó sobre las “serias implicaciones sociales, económicas y políticas” que surgen de esta renovada conciencia de la dignidad de todo ser humano, que suscitan un comportamiento de atención, de cuidado y de estupor. El creyente, contemplando al prójimo como un hermano y no como un extraño, lo mira con compasión y empatía, no con desprecio o enemistad, esforzándose por desarrollar su creatividad y su entusiasmo para resolver los dramas de la historia.
“Mientras trabajamos por la cura de un virus que golpea a todos indistintamente, la fe nos exhorta a comprometernos seria y activamente para contrarrestar la indiferencia delante de las violaciones de la dignidad humana; la fe siempre exige que nos dejemos sanar y convertir de nuestro individualismo, tanto personal como colectivo”
Finalmente, el Santo Padre pidió al Señor que “pueda ‘devolvernos la vista’ para redescubrir qué significa ser miembros de la familia humana”, y para que esta mirada “pueda traducirse en acciones concretas de compasión y respeto para cada persona y de cuidado y custodia para nuestra casa común.”
Abandonarse con confianza en Dios en todo momento de nuestras vidas, especialmente en el momento de la prueba y la turbación: el Evangelio del día hace esta invitación, según el Sucesor de Pedro, quien a la hora del Ángelus de este domingo hizo presente, con convicción, que Jesús “es la mano del Padre que nunca nos abandona”. Él es – afirmó el Papa - “la mano fuerte y fiel del Padre, que quiere siempre y solo nuestro bien”.
En el Ángelus de este domingo, comentando el Evangelio del día (cfr. Mt 14, 22-33) que relata la travesía de los discípulos del lago en tempestad, cuando Jesús caminó sobre las aguas, el Papa Francisco se centró en el diálogo entre Jesús y Pedro. Los discípulos estaban turbados, piensan que Jesús es “un fantasma” y gritan “con miedo”. Pero Jesús los tranquiliza: «¡Ánimo!, que soy yo; no teman». Jesús dice a Pedro que vaya hacia Él, pero Pedro, que da algunos pasos, con el viento y las olas empieza a hundirse y, asustado, grita: «¡Señor, sálvame!». Jesús – recuerda el Papa – le toma de la mano y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».
Aquí parte la reflexión del Papa Francisco de este domingo: esta historia – nos dice – es también una invitación a abandonarnos con confianza en Dios en todo momento de nuestra vida, especialmente en el momento de la prueba y la turbación.
Cuando sentimos fuerte la duda y el miedo y nos parece que nos hundimos, en los momentos difíciles de la vida, donde todo se vuelve oscuro: no debemos avergonzarnos de gritar, como Pedro: "¡Señor, sálvame!". (v. 30). Llamar al corazón de Dios, al corazón de Jesús: "¡Señor, sálvame!". ¡Es una hermosa oración! Podemos repetirla muchas veces: "¡Señor, sálvame!".
Dios no es el gran rumor, Dios no es el huracán, no es el incendio, no es el terremoto, como recuerda hoy también la historia del profeta Elías que dice: Dios es la brisa ligera que no se impone, sino que pide escuchar (cfr. 1 Re 19,11-13). Tener fe quiere decir, en medio de la tempestad, tener el corazón dirigido a Dios, a su amor, a su ternura de Padre. Jesús quería enseñar esto a Pedro y a los discípulos, y también hoy a nosotros.
En los momentos oscuros, en los momentos de oscuridad, “nuestra fe es pobre y nuestro camino puede ser perturbado, bloqueado por fuerzas adversas”, afirmó también Francisco. Pero Jesús “lo sabe”, e “incluso antes de que empecemos a buscarlo", aseguró, "Él está presente junto a nosotros”. “Y levantándonos de nuestras caídas, nos hace crecer en la fe”.
Tal vez nosotros, en la oscuridad, gritamos: "¡Señor! ¡Señor!", pensando que está lejos. Y Él dice, "¡Estoy aquí!" Ah, él estaba conmigo... Así es el Señor.
El Papa señaló que la barca a merced de la tormenta es la imagen de la Iglesia, que en todas las épocas encuentra vientos contrarios, y a veces pruebas muy duras. E invitó a pensar en las persecuciones largas y amargas del siglo pasado, y también en algunas de nuestros días. Y dijo:
“En esas situaciones, puede tener la tentación de pensar que Dios la ha abandonado. Pero en realidad es precisamente en esos momentos que resplandece más el testimonio de la fe, el testimonio del amor y el testimonio de la esperanza. Es la presencia de Cristo resucitado en su Iglesia que dona la gracia del testimonio hasta el martirio, del que brotan nuevos cristianos y frutos de reconciliación y de paz por el mundo entero”.
Así, pues, al finalizar su reflexión, pidió la intercesión de María para que “nos ayude a perseverar en la fe y en el amor fraterno, cuando la oscuridad y las tempestades de la vida ponen en crisis nuestra confianza en Dios”