![Audiencia general, 24 octubre 2018 © Vatican Media](https://es.zenit.org/wp-content/uploads/2018/10/Cat-6.jpg)
En nuesttequesis sobre los Mandamientos, llegamos hoy a la Sexta Palabra, que concierne a la dimensión emocional y sexual, y dice: “No cometerás adulterio”. La llamada inmediata es a la fidelidad, y de hecho, ninguna relación humana es auténtica sin fidelidad y lealtad.
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El ser humano necesita ser amado sin condiciones, y quien no recibe esta acogida a menudo se siente incompleto, incluso sin saberlo. El corazón humano trata de llenar este vacío con sucedáneos, aceptando componendas y mediocridades que del amor tienen solo un vago sabor. El riesgo es llamar “amor” a las relaciones acerbas e inmaduras, con la ilusión de encontrar luz de vida en algo que, en el mejor de los casos, es solo un reflejo de ello.
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La llamada a la vida conyugal requiere, por lo tanto, un discernimiento cuidadoso sobre la calidad de la relación y un tiempo de noviazgo para verificarla. Para acceder al sacramento del matrimonio, los novios deben madurar la certeza de que en su vínculo está la mano de Dios, que los precede y los acompaña, y les permitirá decir: “Con la gracia de Cristo, prometo serte fiel siempre ” . No pueden prometerse fidelidad “en la alegría y en las penas, en la salud y en la enfermedad”, y amarse y honrarse todos los días de sus vidas, solo sobre la base de la buena voluntad o la esperanza de que “la cosa funcione”. Necesitan construir sobre el terreno sólido del amor fiel de Dios. Y por eso, antes de recibir el sacramento del matrimonio, hace falta una preparación cuidadosa, diría un catecumenado, porque se
juega toda la vida en el amor, y con el amor no se bromea. No se puede definir como “preparación al matrimonio”, tres o cuatro conferencias dadas en la parroquia; no, eso no es preparación: esa es falsa preparación. Y la responsabilidad de quien lo hace recae sobre él: sobre el párroco, sobre el obispo que tolera estas cosas. La preparación debe ser madura y hace falta tiempo. No es un acto formal; es un Sacramento. Pero hay que prepararlo como un auténtico catecumenado.
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La fidelidad es, en efecto, una forma de ser, una forma de vida. Se trabaja con lealtad, se habla con sinceridad, se permanece fiel a la verdad en los propios pensamientos y acciones. Una vida tejida de fidelidad se expresa en todas las dimensiones y conduce a ser hombres y mujeres fieles y confiables en todas las circunstancias.
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De su muerte y resurrección se deriva nuestra fidelidad, de su amor incondicional se deriva la constancia en las relaciones. De la comunión con Él, con el Padre y con el Espíritu Santo se deriva la comunión entre nosotros y la capacidad de vivir con fidelidad nuestros lazos.
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