Audiencia general 13/12/2017 © L´Osservatore Romano
(ZENIT – 13 Dic. 2017).
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Reanudando el camino de la catequesis sobre la misa, hoy nos preguntamos:
¿Por qué ir a misa los domingos?
La celebración dominical de la Eucaristía tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia (véase
Catecismo de la Iglesia Católica, n.° 2177
).
Los cristianos vamos a misa los domingos para encontrarnos con el Señor
resucitado, o mejor para dejar que Él nos encuentre, para escuchar su
palabra, alimentarnos en su mesa y así convertirnos en Iglesia, es
decir, en su Cuerpo místico viviente hoy en el mundo.
Lo entendieron desde el primer momento los discípulos de Jesús, que
celebraban el encuentro eucarístico con el Señor el día de la semana que
los judíos llamaban “el primero de la semana” y los romanos el “día del
sol”, porque
ese día Jesús resucitó de entre los muertos y se
apareció a sus discípulos, hablando con ellos, comiendo con ellos,
dándoles el Espíritu Santo (cf. Mt 28,1; Mc 16,9.14; Lc 24,1.13; Jn
20,1.19). También la gran efusión del Espíritu en Pentecostés ocurrió un
domingo, el quincuagésimo día después de la resurrección de Jesús. Por
estas razones, el domingo es un día sagrado para nosotros, santificado
por la celebración eucarística, la presencia viva del Señor entre
nosotros y por nosotros. Por lo tanto ¡es la Misa lo que
hace cristiano el domingo ! ¿Qué domingo es, para un cristiano, ese en el que falta el encuentro con el Señor?
Hay comunidades cristianas que, desgraciadamente, no pueden disfrutar
de la misa todos los domingos; sin embargo, también ellas, en este día
sagrado, están llamadas a recogerse en oración en el nombre del Señor,
escuchando la Palabra de Dios y manteniendo vivo el deseo de la
Eucaristía.
Algunas sociedades secularizadas han perdido el significado cristiano
del domingo iluminado por la Eucaristía. ¡Es una pena! En estos
contextos, es necesario reavivar esta conciencia, para recuperar el
sentido de la fiesta, el sentido de la alegría, de la comunidad
parroquial, de la solidaridad, del reposo que descansa el alma y el
cuerpo (
Catecismo cfr de la Iglesia Católica, nn. 2177-2188).
De
todos estos valores es maestra la Eucaristía, domingo tras domingo. Por
eso el Concilio Vaticano II reiteró que “es la fiesta primordial, que
debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea
también día de alegría y de liberación del trabajo”. (
Const. Sacrosanctum Concilium, 106).
La liberación dominical del trabajo no existía en los primeros
siglos: es una aportación específica del cristianismo. Según la
tradición bíblica, los judíos descansan el sábado, mientras que en la
sociedad romana no estaba previsto un día semanal de liberación del
trabajo servil. Fue el sentido cristiano de vivir como hijos y no como
esclavos, animados por la Eucaristía, lo que hizo del domingo, casi
universalmente, el día de descanso.
Sin Cristo estamos condenados a ser dominados por la fatiga de la
vida cotidiana, con sus preocupaciones, y del miedo al mañana. El
encuentro dominical con el Señor nos da la fuerza de vivir el presente
con confianza y coraje y de avanzar con esperanza. Por eso, los
cristianos vamos a encontrar al Señor el domingo, en la celebración
eucarística.
La comunión eucarística con Jesús, resucitado y viviente en eterno,
anticipa el domingo sin ocaso, cuando ya no habrá más fatiga, ni dolor,
ni dolor ni lágrimas, sino solo la alegría de vivir plenamente y para
siempre con el Señor. También de este bendito reposo nos habla la misa
dominical, enseñándonos, mientras fluye la semana, a confiarnos a las
manos del Padre que está en el cielo.
¿Qué podemos responder a los que dicen que no hay necesidad de ir a
misa, ni siquiera los domingos, porque lo importante es vivir bien, amar
al prójimo? Es cierto que la calidad de la vida cristiana se mide por
la capacidad de amar, como dijo Jesús: “Por esto sabrán todos que sois
mis discípulos: si os amáis los unos a los otros” (Jn 13, 35). Pero
¿cómo podemos practicar el Evangelio sin sacar la energía necesaria para
hacerlo, un domingo tras otro, de la fuente inagotable de la
Eucaristía? No vamos a Misa para darle algo a Dios,
sino para recibir de Él lo que realmente necesitamos.
Lo recuerda la oración de la Iglesia, que así se dirige a Dios: “Pues
aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te
enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que
nos sirva de salvación” (
Misal Romano, Prefacio común IV).
En conclusión, ¿por qué ir a misa los domingos? No es suficiente
responder que es un precepto de la Iglesia; esto ayuda a defender su
valor, pero no es suficiente por sí solo. Los cristianos necesitamos
participar en la misa dominical porque solo con la gracia de Jesús, con
su presencia viva en nosotros y entre nosotros, podemos poner en
práctica sus mandamientos y ser así sus testigos creíbles.
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