miércoles, 28 de agosto de 2024

REZAR POR LOS MIGRANTES

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles, 28 de agosto 2024

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Catequesis. Mar y desierto
[El siguiente texto también incorpora partes no leídas que se consideran pronunciadas]

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, pospongo la catequesis habitual y quisiera detenerme con vosotros para pensar en las personas que – también en este momento – están atravesando mares y desiertos para llegar a una tierra donde puedan vivir en paz y seguridad.

Mar y desierto: estas dos palabras vuelven a aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto de migrantes, como de personas que se comprometen a rescatarlos. Y cuando digo «mar», en el contexto de migración, también me refiero al océano, lago, río, todas las masas de agua traicioneras que tantos hermanos y hermanas de cualquier parte del mundo se ven obligados a cruzar para llegar a su destino. Y «desierto» no es solo el de arena y dunas, o el rocoso, sino también todos aquellos territorios inaccesibles y peligrosos como bosques, selvas, estepas, donde los migrantes caminan solos, abandonados a su suerte. Migrantes, mar y desierto. Las rutas migratorias actuales a menudo están marcadas por travesías de mares y desiertos, que, para muchas, demasiadas personas, - ¡demasiadas! -  son mortales. Por eso quiero detenerme en este drama, en este dolor. Algunas de estas rutas las conocemos mejor, porque suelen estar a menudo bajo los reflectores; otras, la mayoría, son poco conocidas, pero no por ello menos transitadas.

Del Mediterráneo he hablado muchas veces, porque soy Obispo de Roma y porque es emblemático: el mare nostrum, lugar de comunicación entre pueblos y civilizaciones, se ha convertido en un cementerio. Y la tragedia es que muchos, la mayoría de estos muertos, podrían haberse salvado. Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los migrantes – para repeler a los migrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave. No olvidemos lo que dice la Biblia: «No maltratarás ni oprimirás al emigrante» (Ex 22,20). El huérfano, la viuda y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y pide defender.

También algunos desiertos, por desgracia, se convierten en cementerios de migrantes. A menudo, tampoco aquí se trata de muertes “naturales”. No. A veces los llevan al desierto y los abandonan allí. Todos conocemos la foto de la mujer y de la hija de Pato, muertas de hambre y de sed en el desierto. En la era de los satélites y de los drones, hay hombres, mujeres y niños migrantes que nadie debe ver: les esconden. Solo Dios los ve y escucha su clamor. Y esta es una crueldad de nuestra civilización.

De hecho, el mar y el desierto son también lugares bíblicos cargados de valor simbólico. Son escenarios muy importantes en la historia del éxodo, la gran migración del pueblo guiada por Dios a través de Moisés desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Estos lugares son testigos del drama del pueblo que huye de la opresión y la esclavitud. Son lugares de sufrimiento, de miedo, de desesperación, pero al mismo tiempo son lugares de paso hacia la liberación, – y cuánta gente pasa por los mares y los desiertos para liberarse, hoy – son lugares de paso hacia la redención, hacia la libertad y el cumplimiento de las promesas de Dios (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2024).

Hay un salmo que, dirigiéndose al Señor, dice: «Tú te abriste camino por las aguas, | un vado por las aguas caudalosas, | y no quedaba rastro de tus huellas» (77,20). Y otro canta así: «Guio por el desierto a su pueblo: | porque es eterna su misericordia» (136,16). Estas palabras santas nos dicen que, para acompañar al pueblo en el camino de la libertad, Dios mismo atraviesa el mar y el desierto; Dios no permanece a distancia, no, comparte el drama de los emigrantes, Dios está con ellos, con los migrantes, sufre con ellos, con los migrantes, llora y espera con ellos, con los migrantes. Nos hará bien, hoy, pensar: El Señor está con nuestros migrantes en el mare nostrum, el Señor está con ellos, no con lo que les rechazan.

Hermanos y hermanas, en una cosa podremos estar todos de acuerdo: en esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar – y están, desafortunadamente. Pero no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y las vías de acceso legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución y de tantas calamidades; lo conseguiremos fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena.

Queridos hermanos y hermanas, pensad en tantas tragedias de migrantes: Cuántos mueren en el Mediterráneo. Pensad en Lampedusa, en Crotone… Cuántas cosas feas y tristes. Y quisiera concluir reconociendo y alabando los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte: lo que mata a los migrantes es nuestra indiferencia y esa actitud de descartar.  Y quienes no pueden estar como ellos «en primera línea», - pienso en tantos buenos que están ahí en primera línea, como Mediterranea Saving Humans y tantas otras asociaciones - no están excluidos de esta lucha por la civilización: nosotros no podemos estar en primera línea, pero no estamos excluidos; hay muchas formas de contribuir, ante todo la oración. Y os pregunto a vosotros: ¿Vosotros rezáis por los migrantes, por los que vienen en nuestras tierras para salvar la vida? Y “vosotros” queréis echarles.

Queridos hermanos y hermanas, unamos nuestros corazones y nuestras fuerzas, para que los mares y los desiertos no sean cementerios, sino espacios donde Dios pueda abrir caminos de libertad y fraternidad.
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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor por tantas personas que se ven obligadas a dejar sus hogares en busca de un porvenir, y por quienes los reciben y acompañan, devolviéndoles la esperanza y abriendo nuevos caminos de libertad y fraternidad. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa, Consuelo de los migrantes, los cuide. Muchas gracias.
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Resumen en español

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy he querido hacer un paréntesis en nuestro ciclo de catequesis habitual para que podamos reflexionar sobre la realidad de tantas personas que tienen que dejar su tierra buscando un lugar donde poder vivir en paz y con mayor seguridad. En los testimonios de migrantes que he escuchado se repiten con frecuencia las palabras “mar” y “desierto”. Lamentablemente, los mares y los desiertos de las rutas migratorias son lugares donde mueren muchas personas y, por eso, —como dije en otras ocasiones— se han convertido en cementerios.

También en la Biblia el mar y el desierto son lugares de sufrimiento, de miedo, de desesperación; pero, al mismo tiempo, son pasajes que el pueblo debe atravesar para alcanzar la libertad y el cumplimiento de las promesas de Dios. Por eso, unamos nuestras fuerzas para que estos lugares sean “de paso” —sean siempre de paso— para los migrantes, es decir, que sean vías de acceso seguras, donde se combata la trata de personas y se construya un futuro de esperanza para toda la humanidad.



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domingo, 25 de agosto de 2024

“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 25 de agosto de 2024

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Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Hoy el Evangelio de la liturgia (Jn 6,60-69) nos refiere la célebre respuesta de San Pedro, que dice a Jesús: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). ¡Hermosa respuesta! Es una expresión muy hermosa, que testimonia la amistad y la confianza que lo unen a Cristo, junto con los demás discípulos. “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. ¡Hermoso!

Pedro la pronuncia en un momento crítico, porque Jesús acaba de terminar un discurso en el que ha dicho que es “el pan bajado del cielo” (cf. Jn 6,41): este es un lenguaje difícil de entender para la gente, y muchos, también los discípulos que lo seguían, lo abandonaron, porque no entendían.

Los Doce, en cambio, no: se quedaron, porque en Él encontraron “palabras de vida eterna”. Lo han escuchado predicar, han visto los milagros que llevó a cabo y continúan compartiendo con Él los momentos públicos y la intimidad de la vida cotidiana (cf. Mc 3,7-19).

No siempre los discípulos comprenden lo que el Maestro dice y hace; a veces les cuesta aceptar las paradojas de su amor (cf. Mt 5,38-48), las exigencias extremas de su misericordia (cf. Mt 18,21-22), la radicalidad de su modo de entregarse a todos. No es fácil para ellos entender, pero son leales. Las elecciones de Jesús van a menudo más allá de la mentalidad común, más allá de los cánones mismos de la religión institucional y de las tradiciones, hasta el punto de crear situaciones provocadoras y embarazosas (cf. Mt 15,12). No es fácil seguirlo.

Y, sin embargo, entre los muchos maestros de aquel tiempo, Pedro y los demás apóstoles encontraron solo en Él la respuesta a la sed de vida, a la sed de alegría, a la sed de amor que los anima; solo gracias a Él experimentan la plenitud de vida que buscan, más allá de los límites del pecado e incluso de la muerte. Por eso no se van, al contrario, todos, excepto uno, incluso entre muchas caídas y arrepentimientos, permanecen con Él hasta el final (cf. Jn 17,12).

Y, hermanos y hermanas, esto también nos concierne a nosotros: tampoco para nosotros es fácil seguir al Señor, comprender su modo de actuar, hacer nuestros sus criterios y sus ejemplos. Tampoco para nosotros es fácil. Pero, cuanto más nos acercamos a Él - cuanto más nos adherimos a su Evangelio, recibimos su gracia en los Sacramentos, estamos en su compañía en la oración, lo imitamos en la humildad y en la caridad -, más experimentamos la belleza de tenerlo como Amigo, y nos damos cuenta de que solo Él tiene “palabras de vida eterna”.

Entonces, preguntémonos: ¿Hasta qué punto está presente Jesús en mi vida? ¿Hasta qué punto me dejo tocar y provocar por sus palabras? ¿Puedo decir que son también para mí “palabras de vida eterna”? A ti, hermano, hermana, pregunto: ¿Las palabras de Jesús, son para ti – también para mí – palabras de vida eterna?

Que María, que acogió a Jesús, Verbo de Dios, en su carne, nos ayude a escucharlo y a no dejarlo nunca.

Palabras después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo manifestar mi solidaridad a las miles de personas afectadas por la viruela del mono, que es ya una emergencia sanitaria global. Rezo por todas las personas contagiadas, especialmente por la población de la República Democrática del Congo tan probada. Expreso mi cercanía a las Iglesias locales de los países más afectados por esta enfermedad y aliento a los gobiernos y a las industrias privadas a que compartan la tecnología y los tratamientos disponibles, para que a nadie le falte una asistencia médica adecuada.

Al amado pueblo de Nicaragua: os animo a renovar vuestra esperanza en Jesús. Recordad que el Espíritu Santo guía siempre la historia hacia proyectos más altos. Que la Virgen Inmaculada os proteja en los momentos de prueba y os haga sentir su ternura materna. Que la Virgen acompañe al amado pueblo de Nicaragua.

Continúo siguiendo con dolor los combates en Ucrania y en la Federación Rusa, y pensando en las normas de ley adoptadas recientemente en Ucrania me asalta un temor por la libertad de quien reza, porque quien reza de verdad reza siempre por todos. No se hace mal por rezar. Si alguien hace mal a su pueblo, será culpable de esto, pero no puede haber hecho mal por haber rezado. Y entonces que se deje rezar a quien quiere rezar en la que considera su Iglesia. Por favor, que ninguna Iglesia Cristiana sea abolida, directa o indirectamente. ¡Las Iglesias no se tocan!

Y continuemos rezando porque se ponga fin a las guerras, en Palestina, en Israel, en Myanmar y en cualquier otra región. ¡Los pueblos piden paz! Recemos para que el Señor nos dé, a todos, la paz.

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de tantos países. En particular, saludo a los nuevos seminaristas del Colegio Norteamericano y les deseo un buen camino formativo; y les deseo también que vivan su sacerdocio con alegría, porque la verdadera oración nos da la alegría. Saludo a los muchachos con discapacidades motoras y cognitivas, que participan en los “relevos de la inclusión” para afirmar que las barreras pueden superarse. Saludo a los amigos, a los muchachos de la Inmaculada.

Y deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

 



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miércoles, 21 de agosto de 2024

Espíritu Santo que descendió sobre Jesús en el bautismo

 

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PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 21 de agosto de 2024

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Resumen en español

Queridas hermanas y hermanos:

Hoy reflexionamos sobre el Espíritu Santo que descendió sobre Jesús en el bautismo. Los cuatro evangelistas narran ese momento, que es fundamental en la Revelación, porque es una manifestación de la Santísima Trinidad: el Padre proclamó a su Hijo amado y el Espíritu Santo bajó sobre Jesús en forma de paloma. En el Jordán, Dios Padre consagró a Jesús como profeta, como sacerdote y como rey, ungiéndolo con el óleo espiritual —que es el Espíritu Santo— para llevar adelante su misión.

En el gesto de la unción con el crisma se simboliza la comunicación del Espíritu Santo a quien lo recibe. Cristo es el ungido del Padre, y los cristianos somos ungidos a imitación suya. Cristo es la cabeza, el Espíritu Santo es el óleo perfumado y la Iglesia es el cuerpo de Cristo donde esa fragancia se difunde. Cuando en la Misa del Jueves Santo se consagra el óleo llamado “crisma”, el obispo pide por quienes recibirán la unción en el bautismo y la confirmación, para que sean en el mundo testigos fieles de la redención y portadores del buen olor de Cristo.

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Saludos

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Veo banderas mexicanas, salvadoreñas, argentinas, uruguayas. ¡Cuántos hispanoparlantes! Los animo a difundir el perfume de Cristo por medio de los frutos del Espíritu Santo, es decir, dando testimonio del amor, la alegría, la paz, la afabilidad y la bondad, entre otros (cf. Ga 5,22). Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

 



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domingo, 18 de agosto de 2024

«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6,51).

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 18 de agosto de 2024

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Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz domingo!

Hoy el Evangelio nos habla de Jesús, que afirma con sencillez: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo» (Jn 6,51). Ante la multitud, el Hijo de Dios se identifica con el alimento más común y cotidiano, el pan: «Yo soy el pan». Entre los que escuchan, algunos empiezan a discutir (cf. v. 52): ¿cómo puede Jesús darnos a comer su propia carne? También nosotros nos hacemos hoy esta pregunta, pero con asombro y gratitud. He aquí dos actitudes sobre las que reflexionar: asombro y gratitud, ante el milagro de la Eucaristía.

Primero: asombrarnos, porque las palabras de Jesús nos sorprenden. Pero Jesús siempre nos sorprende. Siempre. Incluso hoy, en su propia vida, Jesús siempre nos sorprende. El pan del cielo es un don que supera todas las expectativas. Quien no capta el estilo de Jesús sigue desconfiando: parece imposible, incluso inhumano, comer la carne de otro (cf. v. 54). La carne y la sangre, en cambio, son la humanidad del Salvador, su propia vida ofrecida como alimento para la nuestra. 

Y esto nos lleva a la segunda actitud: gratitud -primero, asombro; ahora, la gratitud-, porque reconocemos a Jesús allí donde está presente para nosotros y con nosotros. Él se hace pan para nosotros. «El que come mi carne permanece en mí y yo en él» (cf. v. 56). El Cristo, verdadero hombre, sabe bien que hay que comer para vivir. Pero también sabe que esto no basta. Después de haber multiplicado el pan terrenal (cf. Jn 6,1-14), prepara un don aún mayor: Él mismo se convierte en verdadera comida y verdadera bebida (cf. v. 55). ¡Gracias, Señor Jesús! Con el corazón podemos decir: 'Gracias, gracias'.

El pan celestial, que viene del Padre, es el mismo Hijo hecho carne por nosotros. Este alimento nos es más que necesario, porque sacia el hambre de esperanza, el hambre de verdad, el hambre de salvación que todos sentimos, no en el estómago, sino en el corazón. La Eucaristía nos es necesaria, a todos.

Jesús se ocupa de la mayor necesidad: nos salva, alimentando nuestra vida con la suya, y esto, para siempre. Y gracias a Él podemos vivir en comunión con Dios y entre nosotros. El pan vivo y verdadero no es algo mágico, no; no es una cosa que resuelve de repente todos los problemas, sino que es el Cuerpo mismo de Cristo, que da esperanza a los pobres y vence la arrogancia de los que se jactan en su detrimento.

Preguntémonos entonces, hermanos y hermanas: ¿tengo hambre y sed de salvación, no sólo para mí, sino para todos mis hermanos? Cuando recibo la Eucaristía, que es el milagro de la misericordia, ¿soy capaz de maravillarme ante el Cuerpo del Señor, muerto y resucitado por nosotros?

Oremos juntos a la Virgen María, para que nos ayude a recibir el don del cielo en el signo del pan.

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Palabras después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

Hoy, en Uvira, en la República Democrática del Congo, han sido beatificados Luigi Carrara, Giovanni Didoné y Vittorio Faccin, misioneros javerianos italianos, junto con Albert Joubert, sacerdote congoleño, asesinados en aquel país el 28 de noviembre de 1964. Su martirio fue la culminación de una vida dedicada al Señor y a los hermanos. Que su ejemplo y su intercesión favorezcan caminos de reconciliación y de paz para el bien del pueblo congoleño. ¡Aplaudamos a los nuevos Beatos!

Y seguimos rezando para que se abran caminos de paz en Oriente Medio, Palestina, Israel, así como en la martirizada Ucrania, en Myanmar y en todas las zonas en guerra, con un compromiso de diálogo y negociación y absteniéndose de acciones y reacciones violentas.

Los saludo a todos, queridos fieles de Roma y peregrinos venidos de Italia y de diversos países. Saludo en particular a los del Estado de São Paulo, en Brasil, y también a las Hermanas de Santa Isabel.

Envío mi saludo y mi bendición a las mujeres y a las jóvenes reunidas en el santuario mariano de Piekary Šląskie, en Polonia, y las animo a testimoniar con alegría el Evangelio en sus familias y en la sociedad. Y saludo a los jóvenes de la Inmaculada.

Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no olviden rezar por mí. Buen almuerzo y hasta luego.



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jueves, 15 de agosto de 2024

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 

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SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Jueves, 15 de agosto de 2024

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Estimados hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María y, en el Evangelio de la Liturgia, contemplamos a la joven doncella de Nazaret que, al recibir el anuncio del Ángel, se pone en camino para visitar a su prima.

Es hermosa esta expresión del Evangelio: «se puso en camino» (Lc 1,39). Significa que María no considera un privilegio la noticia recibida del Ángel, sino que, por el contrario, deja su casa y se pone en camino, con la prisa de quien desea anunciar a los demás esa alegría y con el afán de ponerse al servicio de su prima. Este primer viaje, en realidad, es una metáfora de toda su vida, porque a partir de ese momento, María estará siempre en camino: siempre estará en el camino siguiendo a Jesús, como discípula del Reino. Y, al final, su peregrinación terrena termina con su Asunción al Cielo, donde, junto a su Hijo, goza para siempre de la alegría de la vida eterna.

Hermanos y hermanas, no debemos imaginar a María «como una inmóvil estatua de cera», sino que en ella podemos ver a una «hermana... con las sandalias gastadas... y con tanto cansancio» (C. CARRETTO, Beata te che hai creduto, Roma 1983, p. 13), por haber caminado tras el Señor y al encuentro de sus hermanos y hermanas, concluyendo su viaje en la gloria del Cielo. De este modo, la Santísima Virgen es Aquella que nos precede en el camino -nos precede, Ella-, nos precede en el camino recordándonos a todos que también nuestra vida es un viaje, un viaje continuo hacia el horizonte del encuentro definitivo. Pidamos a la Virgen que nos ayude en este camino hacia el encuentro con el Señor.

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Palabras después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas

A María Reina de la Paz, a quien hoy contemplamos en la gloria del Paraíso, quisiera confiar una vez más las angustias y los dolores de los pueblos que en tantas partes del mundo sufren tensiones sociales y guerras. Pienso en particular en la atormentada Ucrania, en Oriente Medio, en Palestina, en Israel, en Sudán y en Myanmar. Que la Madre celestial obtenga para todos consuelo y un futuro de serenidad y concordia.

Sigo con preocupación la gravísima situación humanitaria en Gaza y pido una vez más el alto el fuego en todos los frentes, la liberación de los rehenes y la ayuda a la población exhausta. Animo a todos a hacer todo lo posible para que el conflicto no se agrave y a seguir las vías de la negociación para que esta tragedia termine pronto. No lo olvidemos: la guerra es la derrota.

Mis pensamientos se dirigen ahora a Grecia, que en los últimos días ha estado luchando contra un gravísimo incendio, declarado en el noreste de Atenas. Decenas de miles de personas ya han sido evacuadas, muchas familias se han quedado sin hogar, miles de personas afrontan terribles penurias y, además de los inmensos daños materiales, se está creando una catástrofe medioambiental. Rezo por las víctimas y los heridos, aseguro mi cercanía a todos los que son probados por este grave suceso, confiando en que puedan ser sostenidos por la solidaridad común.

Y les saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos de diversos países, en particular, a los Scouts AGESCI de Cornedo Vicentino, y a los jóvenes de la Immacolata. Les agradezco su presencia; les deseo una buena fiesta de Nuestra Señora de la Asunción y, por favor, hermanos y hermanas, no se olviden de rezar por mí. Buen provecho y ¡hasta luego!



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miércoles, 14 de agosto de 2024

Corrección fraterna (El Cronista)

 

La palabra del papa Francisco para el miércoles 14 de agosto

El papa Francisco interpreta el pasaje bíblico de la corrección fraterna como una expresión de amor hacia los demás. Destaca que corregir a los demás no es una tarea fácil, pero es importante hacerlo sin rencor y con el objetivo de ayudar. En lugar de difundir chismes sobre los errores de los demás, Jesús nos enseña a abordar el problema de manera directa y personal, hablando cara a cara con la persona involucrada.

La intención debe ser ayudar a la persona a comprender su error y encontrar el verdadero valor en la corrección. Si la persona no comprende la corrección, Jesús sugiere involucrar a la comunidad. Sin embargo, el papa Francisco enfatiza que esto no implica avergonzar públicamente a la persona, sino unir los esfuerzos de to dos para ayudarla a cambiar.

domingo, 11 de agosto de 2024

Jesús, que dice: «He bajado del cielo» (Jn 6,38).

 

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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 11 de agosto de 2024

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Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Hoy el Evangelio de la liturgia (Jn 6,41-51) nos habla de la reacción de los Judíos ante la afirmación de Jesús, que dice: «He bajado del cielo» (Jn 6,38). Se escandalizan.

Estos murmuran entre ellos: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?» (Jn 6,42). Y así murmuran. Prestemos atención a lo que dicen. Están convencidos de que Jesús no puede venir del cielo, porque es hijo de un carpintero y porque su madre y sus parientes son gente común, personas conocidas, normales, como tantos otros. ¿Cómo podría Dios manifestarse de manera tan ordinaria?, dicen. Están bloqueados en su fe por su idea preconcebida sobre sus orígenes humildes y también bloqueados por la presunción, por tanto, de que no tienen nada que aprender de Él. Las ideas preconcebidas y la presunción, ¡cuánto daño nos hacen! Impiden un diálogo sincero, un acercamiento entre hermanos: ¡cuidado con las ideas preconcebidas y la presunción! Tienen sus esquemas rígidos y no hay lugar en sus corazones para lo que no encaja en ellos, para lo que no pueden catalogar y archivar en las estanterías polvorientas de sus certezas. Y esto es cierto: muchas veces nuestras certezas están cerradas, polvorientas, como los libros viejos.

Y, sin embargo, son personas que cumplen la ley, dan limosnas, respetan los ayunos y los tiempos de la oración. Además, Cristo ya ha realizado varios milagros (cf. Jn 2,1-11; 4,43-54; 5,1-9; 6,1-25). ¿Cómo es que esto no les ayuda a reconocer en Él al Mesías? ¿Por qué no les ayuda? Porque realizan sus prácticas religiosas no tanto para escuchar al Señor, sino más bien para encontrar en estas una confirmación a lo que ellos piensan. Están cerrados a la Palabra del Señor y buscan una confirmación a sus propios pensamientos. Lo demuestra el hecho de que no se preocupan siquiera de pedir a Jesús una explicación: se limitan a murmurar entre ellos contra Él (cf. Jn 6,41), como para tranquilizarse mutuamente sobre lo que están convencidos, y se cierran, están cerrados como en una fortaleza impenetrable. Y así no son capaces de creer. La cerrazón del corazón, ¡cuánto daño hace, cuánto daño hace!

Prestemos atención a todo esto, porque a veces nos puede suceder lo mismo también a nosotros, en nuestra vida y en nuestra oración: es decir, puede suceder que en lugar de escuchar realmente lo que el Señor tiene que decirnos, busquemos en Él y en los demás solo una confirmación de lo que pensamos nosotros, una confirmación de nuestras convenciones, de nuestros juicios, que son prejuicios. Pero este modo de dirigirnos a Dios no nos ayuda a encontrar a Dios, a encontrarlo de verdad, ni a abrirnos al don de su luz y de su gracia, para crecer en el bien, para hacer su voluntad y para superar los cierres y las dificultades. Hermanos y hermanas, la fe y la oración cuando son verdaderas abren la mente y el corazón, no los cierran. Cuando encuentras a una persona que, en la mente, en la oración está cerrada, esa fe y esa oración no son verdaderas.

Preguntémonos, entonces: ¿En mi vida de fe soy capaz de callar realmente en mi interior y de escuchar a Dios? ¿Estoy dispuesto a acoger su voz más allá de mis esquemas y venciendo también, con su ayuda, mis miedos?

Que María nos ayude a escuchar con fe la voz del Señor y a cumplir con valentía su voluntad.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos recordado estos días el aniversario del bombardeo atómico de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Mientras seguimos encomendando al Señor las víctimas de aquellos sucesos y de todas las guerras, renovemos nuestra intensa oración por la paz, especialmente para la martirizada Ucrania, para Oriente Medio, Palestina, Israel, Sudán y Myanmar.

Recuerdo hoy la fiesta de Santa Clara: dirijo un pensamiento afectuoso a todas las Clarisas y en particular a las de Vallegloria, a las que me une una hermosa amistad.

Recemos también por las víctimas del trágico accidente aéreo sucedido en Brasil.

Y os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de tantos países, en particular al grupo de alumnos del Seminario menor de Bérgamo, que han llegado a pie desde Asís, en un peregrinaje de algunos días de camino. ¿Os habéis cansado? ¿No? Muy bien. ¡Sois buenos!

Os deseo a todos un feliz domingo. Y también a vosotros, muchachos de la Inmaculada: ¡feliz domingo! Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí: también vosotros, brasileños, allí, que os veo bien. A todos, ¡gracias! Buen almuerzo y hasta pronto.

 

 



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